47. ¿Y CUANDO APARECEN DUDAS?
¿Es Razonable ser Creyente?
50 cuestiones actuales en torno a la fe
Alfonso Aguiló
Contenido
Muy débil es la razón
si no llega a comprender
que hay muchas cosas que
la sobrepasan.
Blas Pascal
He perdido la fe
«Recuerdo –me contaba en
confianza un antiguo compañero mío– aquellas devociones de mi niñez y mi
primera adolescencia, y la verdad es que siento haber perdido la fe. Pero
así ha sido.
»Cuando mi pensamiento
vuelve, con nostalgia, a aquellos recuerdos, aún adivino que había en ellos
algo grande y valioso. Me sentía a gusto entonces, en esa inocencia, pero
ahora pienso que todo aquello era demasiado místico, que la realidad no es
así.
»Mi afición a la
filosofía y aquellas ávidas lecturas de juventud deshicieron enseguida, como
un terrón de azúcar en el café, aquel clima religioso de la niñez. La
imprecisión y vaguedad de mi fe infantil se convirtió con los años en una
demoledora duda intelectual. Yo quisiera creer, pero ahora no me parece
serio creer. La razón me lo estorba.»
En muchas ocasiones, como
sucede en esta, una persona avanza con los años en su preparación
profesional, en su formación cultural, en su madurez afectiva e
intelectual..., y, sin embargo, su conocimiento de la fe se queda estancado
en unos conceptos elementales aprendidos en la niñez.
Y a ese desfase hay que
añadir, en algunos casos, el triste hecho de que esa formación religiosa
quizá fue impartida por personas de conducta poco coherente.
Cuando todo esto sucede,
la fe va dejando de informar la vida, y se va rechazando poco a poco, de una
manera insensible. Y esas personas acaban por decir que Dios no les
interesa, que no tiene sitio en su vida, o que para ellos es poco
importante.
Ese proceso,
lamentablemente corriente, demuestra la fragilidad de la fe en personas que
se educaron asumiendo unas simples prácticas religiosas sin preocuparse por
alcanzar un conocimiento real y profundo de la fe. La vida espiritual no
puede reducirse a una actividad sentimental ajena a lo racional. El creyente
debe buscar en su vida espiritual una fuente de luz que facilite una vida
intelectual rigurosa.
La fe y la duda
—¿Y qué hacer, entonces,
cuando aparecen dudas?
Es natural que a veces se
presenten dudas. Eso no es perder la fe, pues se puede conservar la fe
mientras se profundiza en la resolución de esas dudas. Es más, en muchos
casos la duda abre la puerta a la reflexión y a la profundización, para así
alcanzar una fe más madura. Y en ese sentido puede incluso resultar muy
positiva.
Es preciso buscar
respuesta a las dudas, a esas aparentes contradicciones, aunque no siempre
se llegue a comprender todo enseguida. La fe –explica Joseph Ratzinger– no
elimina las preguntas; es más, un creyente que no se hiciera preguntas
acabaría encorsetándose.
Por otra parte, aunque
sea cierto que el creyente puede sentirse amenazado por la duda, hay que
recordar que tampoco el no creyente vive una existencia cerrada a la duda.
Incluso aquel que se comporte como un ateo total, que ha logrado acallar
casi por completo la llamada de lo sobrenatural, siempre sentirá la
misteriosa inseguridad de si su ateísmo será un engaño.
El creyente puede
sentirse amenazado por la incredulidad, pero quien pretenda eludir esa
incertidumbre de la fe, caerá en la incertidumbre de la incredulidad, que no
puede negar de manera definitiva que la fe sea verdadera. Al ateo y al
agnóstico siempre les acuciará la duda de si la fe no será real. Nadie puede
sustraerse a ese dilema humano. Solo al rechazar la fe se da uno cuenta de
que es irrechazable.
La duda debe llevarnos a
profundizar. “Si te asalta el pensamiento –decía Tolstoi– de que todo cuanto
has imaginado sobre Dios es falso y equivocado y que Dios no existe, no te
sobresaltes por eso. Pero no creas que tu incredulidad procede de que Dios
no existe. Quizá en tu fe había algo equivocado y tienes que esforzarte en
comprender mejor eso que llamas Dios. Cuando un salvaje deja de creer en su
dios de madera, eso no significa que no hay Dios, sino que el verdadero Dios
no es de madera.”
¿Caminar entre nieblas?
«Es inevitable –ha
escrito Rosario Bofill– que a veces tengamos que caminar entre nieblas. En
cierta manera, la fe es la capacidad de soportar la duda.
»Y de vez en cuando, una
persona, una reflexión, o una lectura nos hacen atisbar un poco de ese
misterio por el que uno ha optado. Cada creyente sabe que alguna vez ha
tenido evidencias de la existencia de Dios, pequeñas pruebas que quizá
vistas por otro, fuera de su contexto, le harían sonreír displicente...
»Y a lo largo de los
siglos la mayoría de los hombres han experimentado esa necesidad de Dios.
¿Es esto una prueba de que existe? Pienso que sí, invocado de distinta forma
en las distintas religiones y en los distintos siglos.
»Si me repugna creer que
el mundo está abocado al absurdo, debo creer que más allá de la muerte hay
algo, que tendremos otra vida distinta a la de ahora. Hay una razón de
justicia que me parece imperiosa: ¿cómo Dios no va a dar a los pobres, a los
desheredados, a los que viven en la miseria, a los que sufren tanto en esta
vida, su parte de felicidad? Ha de haber algo que restablezca el orden y dé
a los que aquí no han tenido nada, la plenitud. Y que los que aquí han amado
no vean acabado su amor.
»Siento una voz íntima,
un grito interior que me hace creer que es imposible un mundo sin Dios, un
mundo del absurdo. Porque un mundo sin Dios me parece un absurdo total. ¿A
qué esa sed interior, esa angustia, ese deseo de vida del hombre? Ese
amasijo de sentimientos, inteligencia, deseos, nostalgias, que somos las
mujeres y los hombres, cada uno a su manera, ¿qué sentido tienen perdidos en
el cosmos sin un Dios que al fin dé respuesta a tanto deseo, tanto vacío,
tanto anhelo?
»He tenido que madurar mi
educación religiosa de la infancia y la juventud, pero recibí unos
principios básicos a los que he sido fiel. Hay gente que cuando se hace
adulta rechaza lo que le enseñaron y cómo le educaron. Sin duda al hacerse
adulto uno tiene que reflexionar sobre su fe y madurar, pero creo que es una
suerte haber vivido rodeada de gente que ha vivido a fondo su fe, y también
haberse encontrado con personas críticas, buenos creyentes, que son los que
más me han ayudado.
»La fe es como una
herencia que no quisiera echar por la borda y a la que en lo más hondo de mí
estoy muy agradecida.»
—A veces lo que plantea
dudas no es la fe, sino la práctica de la fe: lo difícil no es creer, sino
vivir lo que se cree.
Todo el mundo siente esa
tensión en su interior. Todo hombre se siente atraído por extremos
diferentes, y experimenta el tirón de lo que sabe que va contra sus
convicciones. Pero eso no significa una rotura.
De vez en cuando pueden
surgir dudas sobre la propia capacidad de vivir la fe. Se nos puede hacer un
poco más cuesta arriba. Es preciso entonces seguir esforzándose por mejorar,
con la confianza de que precisamente gracias a esa fe, iremos recibiendo más
luz y más fortaleza, profundizaremos más en esa fe y la viviremos mejor. La
fe ayuda a vivir con coherencia de vida, sin que esas tensiones tengan por
qué producir frustración o ruptura.
—Pero muchos, en esa
cuesta arriba, abandonan la práctica religiosa.
Suele suceder cuando se
ve la práctica religiosa como un fin y no como un medio. Por eso es
importante levantar la vista por encima del acontecer diario para atisbar la
meta a la que nos dirigimos. Ser buen cristiano puede a veces resultar
costoso, pero merece la pena. Además, esos momentos de cuesta arriba siempre
brindan al hombre una oportunidad de dar lo mejor de sí mismo. Son la piedra
de toque que identifica la calidad del edificio que estamos construyendo con
nuestra vida.
“El ser humano –escribe
Javier Echevarría– posee una capacidad de infinito que solo el Infinito,
Dios mismo, puede saciar. Hay en nosotros un fondo que nada ni nadie,
excepto Dios, logra llenar; y, en consecuencia, existe –incluso en las más
grandes amistades y en los más grandes amores– una cierta experiencia de
límite, de soledad no superada. En ocasiones, esa experiencia engendra
miedo, repliegue sobre sí mismo para conservar un reducto de intimidad en el
que nadie entre; en otras, impulsa hacia adelante, a buscar algo más. De
este modo se encauza una inquietud del espíritu que solo en Dios puede
encontrar finalmente reposo.”
¿Está anticuada la Iglesia?
—A ojos de muchos, la
Iglesia aparece como algo anticuado, cuyos métodos se han ido anquilosando.
Son muchos, en efecto,
los que tienen esa extraña imagen. Pienso que si conocieran la fe y la
realidad de la Iglesia con mayor profundidad, comprobarían que en la Iglesia
sopla un aire fresco de novedad y de ideales grandes. Verían que brinda una
espléndida posibilidad de transformar la propia vida.
Por eso es importante que
los cristianos promuevan, por decirlo así, una cierta curiosidad por lo que
significa realmente ser cristiano, y que fomenten el interés por contemplar
la riqueza que la fe contiene, su variedad, su capacidad de resolver los
problemas del hombre de hoy. Para descubrirlo hay que acercarse un poco,
pues la fe se entiende mucho mejor cuando uno se pone en camino.
—Algunos ven la fe como
una simple coraza que el hombre se fabrica para sentirse mejor consigo
mismo.
La religión da respuesta
a muchas preguntas y miedos que el hombre lleva consigo, y le ayuda a
superarlos. En ese sentido, es cierto que ayuda a sentirse mejor con uno
mismo. Pero aunque tenga esos efectos psicoterapéuticos, la fe no es eso, es
mucho más. En todas las épocas de la humanidad ha existido la tendencia del
hombre hacia lo eterno, hacia Dios. Y de la misma manera que el hombre se
siente mejor cuando lleva bien sus relaciones humanas, es lógico que sienta
lo mismo, y con más intensidad, cuando lleva bien su relación con Dios.
Vivir sin fe
—Parece bastante más
fácil no creer que creer.
Puede parecer más
sencillo, o más cómodo, en el sentido de que quien no cree no se liga a
nada. En ese sentido es fácil. Pero vivir sin fe no es tan fácil. La vida
sin fe es complicada generalmente, porque el hombre no puede vivir sin
puntos de referencia. No tenemos más que recordar la filosofía de Sartre,
Camus, o de otros muchos, para comprobarlo enseguida. La carga que conlleva
la falta de fe es mucho más pesada.
Tener fe es, en cierta
manera, una opción. Elegir entre dos modos de ver la vida. Ambos modos
–vivir con fe o sin ella– se presentan como dos posibilidades coherentes.
Sin embargo, pienso que la razón y la observación de la naturaleza y del
hombre llevan indefectiblemente hacia la fe. De todas formas, al final hay
siempre una decisión de la voluntad. Una decisión perfectamente compatible
con que después uno pueda sentir a veces el atractivo de la otra opción.
Pero la vida con fe es más esperanzada, más optimista, más alegre.