MISIÓN DE CRISTO: CATEQUESIS DEL SANTO PADRE, JUAN PABLO II,
SOBRE LAS VERDADES DEL CREDO
REDENCIÓN -1-
(LA MISIÓN DE CRISTO)
INDICE
Misión de
Cristo: predicar la Buena Nueva (20.IV.88)
La Buena Nueva del Reino de Dios (27.IV.88)
Dar
testimonio de la verdad (4.V.88)
Cristo revela al Padre (1.VI.88)
Misión de
Jesucristo (desde el Padre) (8.VI.88)
Misión de Cristo: predicar la Buena Nueva (20.IV.88)
1. Comienza hoy la última etapa de nuestras catequesis sobre Jesucristo (que venimos haciendo durante las audiencias generales de los miércoles). Hasta ahora hemos intentado mostrar quien es Jesucristo. Lo hemos hecho, en un primer momento, a la luz de la Sagrada Escritura, sobre todo a la luz de los Evangelios, y, después, en las últimas catequesis, henos examinado e ilustrado la respuesta de fe que la Iglesia ha dado a la revelación de Jesús mismo y al testimonio y predicación de los Apóstoles, a lo largo de los primeros siglos, durante la elaboración de las definiciones cristológicas de los primeros Concilios (entre los siglos IV y VII)
Jesucristo )verdadero Dios y verdadero hombre), consubstancial al Padre (y al Espíritu Santo) en cuanto a la divinidad: consubstancial a nosotros en cuanto a la humanidad: Hijo de Dios y nacido de María Virgen. Este es el dogma central de la fe cristiana en el que se expresa el misterio de Cristo.
2. También la misión de Cristo pertenece a este misterio. El símbolo de la fe relaciona esta misión con la verdad sobre el ser del Dios-Hombre (Theandrikos), Cristo, cuando dice, en modo conciso, que 'por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo y se hizo hombre'. Por esto, en nuestras catequesis, intentaremos desarrollar el contenido de estas palabras del Credo, meditando, uno tras otro, sobre los diversos aspectos de la misión de Jesucristo.
3. Desde el comienzo de a actividad mesiánica, Jesús manifiesta, en primer lugar, su misión profética. Jesús anuncia el Evangelio. El mismo dice que 'ha venido' (del Padre) (Cfr. Mc 1, 38), que 'ha sido enviado' para 'anunciar la Buena Nueva del reino de Dios' (Cfr. Lc 4, 43).
A diferencia de su precursor Juan el Bautista, que enseñaba a orillas del Jordán, en un lugar desierto, a quienes iban allí desde distintas partes, Jesús sale al encuentro de aquellos a quienes El debe anunciar la Buena Nueva. Se puede ver en este movimiento hacia la gente un reflejo del dinamismo propio del misterio mismo de la Encarnación: el ir de Dios hacia los hombres. Así, los Evangelistas nos dicen que Jesús 'recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas' (Mt 4, 23), y que 'iba por ciudades y pueblos' (Lc 8, 1). De los textos evangélicos resulta que la predicación de Jesús se desarrolló casi exclusivamente en el territorio de la Palestina, es decir, entre Galilea y Judea, con visitas también a Samaria (Cfr. por ejemplo, Jn 4, 3)4), paso obligado entre las dos regiones principales. Sin embargo, el Evangelio menciona además la 'región de Tiro y Sidón', o sea, Fenicia (Cfr. Mc 7, 31; Mt 15, 21) y también la Decápolis, es decir, 'la región de los gerasenos', a la otra orilla del lago de Galilea (Cfr. Mc 5, 1 y Mc 7, 31). Estas alusiones prueban que Jesús salía, a veces, fuera de los límites de Israel (en sentido étnico), a pesar de que El subrayaba repetidamente que su misión se dirige principalmente 'a la casa de Israel' (Mt 15, 24). Asimismo, cuando envía a los discípulos a una primera prueba de apostolado misionero, les recomienda explícitamente: 'No toméis caminos de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel' (Mt 10, 5-6). Sin embargo, al mismo tiempo, El mantiene uno de los coloquios mesiánicos de mayor importancia en Samaria, junto al pozo de Siquem (Cfr. Jn 4, 1-26).
Además, los mismos Evangelistas testimonian también que las multitudes que seguían a Jesús estaban formadas por gente proveniente no sólo de Galilea, Judea y Jerusalén, sino también 'de Idumea, del otro lado del Jordán, de los alrededores de Tiro y Sidón' (Mc 3, 7-8; cfr. también Mt 4, 12-15)
4. Aunque Jesús afirma claramente que su misión está ligada a la 'casa de Israel', al mismo tiempo, de entender, que la doctrina predicada por El (la Buena Nueva) está destinada a todo el género humano. Así, por ejemplo, refiriéndose a la profesión de fe del centurión romano, Jesús preanuncia: 'y os digo que vendrán muchos de Oriente y Occidente y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos' (Mt 8, 11 ). Pero, sólo después de la resurrección, ordena a los Apóstoles 'Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes' (Mt. 28, 19)
5. ¿Cuál es el contenido esencial de la enseñanza de Jesús? Se puede responder con una palabra: el Evangelio, es decir, Buena Nueva. En efecto, Jesús comienza su predicación con estas palabras: 'EL tiempo se ha cumplido y el reino de Dios esta cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva' (Mc 1, 15).
El término mismo 'Buena Nueva' indica el carácter fundamental del mensaje de Cristo. Dios desea responder al deseo de bien y felicidad, profundamente enraizado en el hombre. Se puede decir que el Evangelio, que es esta respuesta divina, posee un carácter 'optimista'. Sin embargo, no se trata de un optimismo puramente temporal, un eudemonismo superficial; no es un anuncio del 'paraíso en la tierra'. La 'Buena Nueva' de Cristo plantea a quien la oye exigencias esenciales de naturaleza moral; indica la necesidad de renuncias y sacrificios; está relacionada, en definitiva, con el misterio redentor de la cruz. Efectivamente, en el centro de la 'Buena Nueva' está el programa de las bienaventuranzas (Cfr. Mt 5, 3-11), que precisa de la manera más completa la clase de felicidad que Cristo ha venido a anunciar y revelar a la humanidad, peregrina todavía en la tierra hacia sus destinos definitivos y eternos. El dice: 'Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos'. Cada una de las ocho bienaventuranzas tiene una estructura parecida a ésta. Con el mismo espíritu, Jesús llama 'bienaventurado' al criado, cuyo amo 'lo encuentre en vela (es decir, activo), a su regreso' (Cfr. Lc 12, 37). Aquí se puede vislumbrar también la perspectiva escatológica y eterna de la felicidad revelada y anunciada por el Evangelio.
6. La bienaventuranza de la pobreza nos remonta al comienzo de la actividad mesiánica de Jesús, cuando, hablando en la sinagoga de Nazaret, dice: 'El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva' (Lc 4,18) . Se trata aquí de los que son pobres no sólo, y no tanto, en sentido económico) social (de 'clase'), sino de los que están espiritualmente abiertos a acoger la verdad y la gracia, que provienen del Padre, como don de su amor, don gratuito ('gratis' dato), porque, interiormente, se sienten libres del apego a los bienes de la tierra y dispuestos a usarlos y compartirlos según las exigencias de la justicia y de la caridad. Por esta condición de los pobres según Dios (anawim), Jesús 'da gracias al Padre', ya que 'ha escondido estas cosas (= las grandes cosas de Dios) a los sabios y entendidos y se las ha revelado a la gente sencilla' (Cfr. Lc 10, 21). Pero esto no significa que Jesús aleja de Sí a las personas que se encuentran en mejor situación económica, como el publicanos Zaqueo que había subido a un árbol para verlo pasar (Cfr. Lc 19, 2)9), o aquellos otros amigos de Jesús, cuyos nombres no nos transmiten los Evangelios. Según las palabras de Jesús son 'bienaventurados' los 'pobres de espíritu' (Cfr. Mt 5, 31) y 'quienes oyen la palabra de Dios y la guardan' (Lc 11 23).
7. Otra característica de la predicación de Jesús es que El intenta transmitir el mensaje a sus oyentes de manera adecuada a su mentalidad y cultura. Habiendo crecido y vivido entre ellos en los años de su vida oculta en Nazaret (cuando 'progresaba en sabiduría': Lc 2, 52), conocía la mentalidad, la cultura y la tradición de su pueblo, en la herencia del Antiguo Testamento.
8. Precisamente por esto, muy a menudo da a las verdades que anuncia la forma de parábolas, como nos resulta de los textos evangélicos, por ejemplo, de Mateo: 'Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: !Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo (Sal 77,2)' (Mt 13, 34-35).
Ciertamente, el discurso en parábolas, al hacer referencia a los hechos y cuestiones de la vida diaria que estaban al alcance de todos, conseguía conectar más fácilmente con un auditorio generalmente poco instruido (Cfr. S.Th. III, q 42. a. 2). Y, sin embargo, 'el misterio del reino de Dios', escondido en las parábolas, necesitaba de explicaciones particulares, requeridas, a veces, por los Apóstoles mismos (por ejemplo, cfr. Mc 4, 11-12). Una comprensión adecuada de éstas no se podía obtener sin a ayuda de la luz interior que proviene del Espíritu Santo. Y Jesús prometía y daba esta luz.
9. Debemos hacer notar todavía una tercera característica de la predicación de Jesús, puesta de relieve en la Exhortacion Apostólica 'Evangelii nuntiandi', publicada por Pablo VI después del Sínodo de 1974, con relación al tema de la evangelización En esta Exhortación leemos: 'Jesús mismo, Evangelio de Dios, ha sido el primero y más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final: hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena' (n. 7).
Si, Jesús no sólo anunciaba el Evangelio, sino que El mismo era el Evangelio. Los que creyeron en El siguieron la palabra de su predicación, pero mucho más a aquel que la predicaba. Siguieron a Jesús porque El ofrecía 'palabras de vida', como confesó Pedro después del discurso que tuvo el Maestro en la sinagoga de Cafarnaún: 'Señor, ¿donde (a quién) vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna' (Jn 6, 68). Esta identificación de la palabra y la vida, del predicador y el Evangelio predicado, se realizaba de manera perfecta sólo en Jesús. He aquí la razón por la que también nosotros creemos y lo seguimos, cuando se nos manifiesta como el 'único Maestro' (Cfr. Mt 23, 8.10).
La Buena Nueva del Reino de Dios (27.IV.88)
1. 'El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva' (Mc 1, 15). Jesucristo fue enviado por el Padre 'para anunciar a los pobres la Buena Nueva' (Lc 4, 18). Fue (y sigue siendo) el primer Mensajero del Padre, el primer Evangelizador, como decíamos ya en la catequesis anterior con las mismas palabras que Pablo VI emplea en la Evangelii Nuntiandi. Es más, Jesús no es sólo el anunciador del Evangelio, de la Buena Nueva, sino que El mismo es el Evangelio (Cfr. Evangelii Nuntiandi, 7).
Efectivamente, en todo el conjunto de su misión, por medio de todo lo que hace y enseña y, finalmente, mediante la cruz y resurrección, 'manifiesta plenamente el hombre al propio hombre' (Cfr. Gaudium et Spes, 22), y le descubre las perspectivas de aquella felicidad a la que Dios lo ha llamado y destinado desde el principio. El mensaje de las bienaventuranzas resume el programa de vida propuesto a quien quiere seguir la llamada divina; es la síntesis de todo el 'éthos' evangélico vinculado al misterio de la redención.
2. La misión de Cristo consiste, ante todo, en la revelación de la Buena Nueva (Evangelio) dirigida al hombre. Tiene como objeto, por tanto, el hombre, se puede decir que es 'antropocéntrica'; pero al mismo tiempo, está profundamente enraizado en la verdad del reino de Dios, en el anuncio de su venida y de su cercanía: 'El reino de Dios está cerca creed en la Buena Nueva' (Mc 1, 15).
Este es, pues, 'el Evangelio del reino', cuya referencia al hombre, visible en toda la misión de Cristo, está enraizada en una dimensión 'teocéntrica', que se llama precisamente reino de Dios. Jesús anuncia el Evangelio de este reino, y, al mismo tiempo, realiza el reino de Dios a lo largo de todo el desarrollo de su misión, por medio de la cual el reino nace y se desarrolla ya en el tiempo, como germen inserto en la historia del hombre y del mundo. Esta realización del reino tiene lugar mediante la palabra del Evangelio y mediante toda la vida terrena del Hijo del hombre, coronada en el misterio pascual con la cruz y la resurrección. Efectivamente, con su 'obediencia hasta la muerte' (Cfr. Fil 2, 8), Jesús dio comienzo a una nueva fase de la economía de la salvación, cuyo proceso se concluirá cuando Dios sea 'todo en todos' (1 Cor 15, 28), de manera que el reino de Dios ha comenzado verdaderamente a realizarse en la historia del hombre y del mundo, aunque en el curso terreno de la vida humana nos encontremos y choquemos continuamente con aquel otro término fundamental de la dialéctica histórica: la 'desobediencia del primer Adán', que sometió su espíritu al 'principe de este mundo' (Cfr. Rom 5, 19, Jn 14, 30).
3. Tocamos aquí el punto central )y casi el punto crítico) de la realización de la misión de Cristo, Hijo de Dios, en la historia: cuestión ésta sobre la que será necesario volver en una etapa sucesiva de nuestra catequesis. Si en Cristo el reino de Dios 'está cerca' )es más, está presente) de manera definitiva en la historia del hombre y del mundo, al mismo tiempo, su cumplimiento sigue perteneciendo al futuro. Por ello, Jesús nos manda que, en nuestra oración, digamos al Padre, 'venga tu reino' (Mt 6, 10).
4. Esta cuestión hay que tenerla bien presente a la hora de ocuparnos del Evangelio de Cristo como 'Buena Nueva' del reino de Dios. Este era el tema 'guía' del anuncio de Jesús cuando hablaba del reino de Dios, sobre todo, en sus numerosas parábolas. Particularmente significativa es la que nos presenta el reino de Dios parecido a la semilla que siembra el sembrador de la tierra. (Cfr. Mt 13, 3-9). La semilla está destinada 'a dar fruto', por su propia virtualidad interior, sin duda alguna, pero el fruto depende también de la tierra en la que cae (Cfr. Mt 13, 19-23)
5. En otra ocasión Jesús compara el reino de Dios (el 'reino de los cielos', según Mateo) con un grano de mostaza, que 'es la más pequeña de todas las semillas', pero que, una vez crecida, se convierte en un árbol tan frondoso que los pájaros pueden anidar en las ramas (Cfr. Mt 13, 31)32). Y compara también el crecimiento del reino de Dios con la 'levadura' que hace fermentar la masa para que se transforme en pan que sirva de alimento a los hombres (Mt 13, 35). Sin embargo, Jesús dedica todavía una parábola al problema del crecimiento del reino de Dios en el terreno que es este mundo. Se trata de la parábola del trigo y la cizaña, que el 'enemigo' esparce en el campo sembrado de semilla buena (Mt 13, 24-30): así, en el campo del mundo, el bien y el mal, simbolizados en el trigo y la cizaña. crecen juntos 'hasta la hora de la siega)' (es decir, hasta el día del juicio divino), otra alusión significativa a la perspectiva escatológica de la historia humana. En cualquier caso, Jesús nos hace saber que el crecimiento de la semilla, que es la 'Palabra de Dios', está condicionada por el modo en que es acogida en el campo de los corazones humanos: de esto depende que produzca fruto dando 'uno ciento, otro sesenta, otro treinta' (Mt 13, 23), según las disposiciones y respuestas de aquellos que la reciben.
6. En su anuncio del reino de Dios, Jesús nos hace saber también que este reino no está destinado a una sola nación, o únicamente al 'pueblo elegido', porque vendrán 'de Oriente y Occidente' para 'sentarse a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob' (Cfr. Mt 8, 11 ). Esto significa, en efecto, que no se trata de un reino en sentido temporal y político. No es un reino 'de este mundo' (Cfr. Jn 18, 36), aunque aparezca insertado, y en él deba desarrollarse y crecer. Por esta razón se aleja Jesús de la muchedumbre que quería hacerlo rey y ('Dándose cuenta Jesús de que Intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerlo rey huyó de nuevo al monte El solo': Jn 6, 15). Y, poco antes de su pasión, estando en el Cenáculo, Jesús pide al Padre que conceda a los discípulos vivir según esa misma concepción del reino de Dios: 'No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo' (Jn 17, 15)16). Y mas aún: según la enseñanza y la oración de Jesús, el reino de Dios debe crecer en los corazones de los discípulos 'en este mundo'; sin embargo, llegará a su cumplimiento en el mundo futuro: !cuando el Hijo del hombre venga en su gloria.. Serán congregadas delante de El todas las naciones!' (Mt 25, 31-32). ¡Siempre en una perspectiva escatológica!
7. Podemos completar la noción del reino de Dios anunciado por Jesús, subrayando que es el reino del Padre, a quien Jesús nos enseña a dirigirnos con la oración para obtener su llegada: 'Venga tu reino' (Mt 6, 10; Lc 11, 2). A su vez, el Padre celestial ofrece a los hombres, mediante Cristo y en Cristo, el perdón de sus pecados y la salvación, y, lleno de amor, espera su regreso, como el padre de la parábola esperaba el regreso del hijo pródigo (Cfr. Lc 13,20-32) porque Dios es verdaderamente 'rico en misericordia' (Ef. 2, 4).
Bajo esta luz se coloca todo el Evangelio de la conversión que, desde el comienzo, anunció Jesús: 'convertíos y creed en la Buena Nueva' (Mc 1, 15). La conversión al Padre, al Dios que 'es amor' (Jn 4, 16), va unida a la aceptación del amor como mandamiento (nuevo): amor a Dios, 'el mayor y el primer mandamiento' (Mt 22, 3S) y amor al prójimo, 'semejante al primero' (Mt 22, 39). Jesús dice: 'Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros'. 'Que como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros' (Jn 13, 34). Y nos encontramos aquí con la esencia del 'reino de Dios' en el hombre y en la historia. Así, la ley entera (es decir, el patrimonio ético de la antigua Alianza) debe cumplirse, debe alcanzar su plenitud divino-humana. El mismo Jesús lo declara en el sermón de la montaña: 'No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento' (Mt 5, 17).
En todo caso, El libra al hombre de la 'letra de la ley', para hacerle penetrar en su espíritu, puesto que como dice San Pablo, 'la letra (sola) mata', mientras que 'el Espíritu da la vida' (Cfr. 2 Cor 3, 6). El amor fraterno, como reflejo y participación del amor de Dios, es, pues, el principio animador de la Nueva Ley, que es como la base constitucional del reino de Dios (Cfr. S.Th. I-II, q. 106, a. l; q. 107. aa. 1,2).
8. Entre las parábolas, con las que Jesús reviste de comparaciones y alegorías su predicación sobre el reino de Dios, se encuentra también la de un rey 'que celebró el banquete de bodas de su hijo' (Mt 22, 2). La parábola narra que muchos de los que fueron invitados primero no acudieron al banquete buscando distintas excusas y pretextos para ello y que, entonces, el rey mandó llamar a otra gente, de los 'cruces de los caminos', para que se sentaran a su mesa Pero, entre los que llegaron, no todos se mostraron dignos de aquella invitación por no llevar el 'vestido nupcial' requerido.
Esta parábola del banquete, comparada con la del sembrador y la semilla, nos hace llegar a la misma conclusión: si no todos los invitados se sentarán a la mesa del banquete, ni todas las semillas producirán la mies, ello depende de las disposiciones con las que se responde a la invitación o se, recibe en el corazón la semilla de la Palabra de Dios. Depende del modo con que se acoge a Cristo, que es el sembrador, y también el hijo del rey y el esposo, como El mismo se presenta en distintas ocasiones: '¿Pueden ayunar los invitados a las bodas cuando el esposo está todavía con ellos?' (Mc 2, 19), preguntó una vez a quien lo interrogaba, aludiendo a la severidad de Juan el Bautista Y El mismo dio la respuesta: 'Mientras el esposo está con ellos no pueden ayunar' (Mc 2, 19).
Así, pues, el reino de Dios es corno una fiesta de bodas a la que el Padre del cielo invita a los hombres en comunión de amor y de alegría con su Hijo. Todos están llamados e invitados: Pero cada uno es responsable de la propia adhesión o del propio rechazo, de la propia conformidad o disconformidad con la ley que reglamenta el banquete.
9. Esta es la ley del amor: se deriva de la gracia divina en el hombre que la acoge y la conserva, participando vitalmente en el misterio pascual de Cristo. Es un amor que se realiza en la historia, no obstante cualquier rechazo por parte de los invitados, sin importar su indignidad. Al cristiano le sonríe la esperanza de que el amor se realice también en todos los 'invitados': precisamente porque la 'medida' pascual de ese amor esponsal es la cruz, su perspectiva escatológica ha quedado abierta en la historia con al resurrección de Cristo. Por El el Padre 'nos ha librado del poder de las tinieblas y nos ha llevado al reino de su Hijo querido' (Cfr. Col 1, 13). Si acogemos la llamada y secundamos a atracción del Padre, en Cristo 'tenemos todos la redención' y la vida eterna
Dar testimonio de la verdad (4.V.88)
1. 'Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad' (Jn 18, 37). Cuando Pilato, durante el proceso, preguntó a Jesús si El era rey, la primera respuesta que oyó fue: 'Mi reino no es de este mundo' Y cuando el gobernador insiste y e pregunta de nuevo: '¿Luego tú eres Rey?', recibe esta respuesta: 'Sí, como dices, soy Rey' (Cfr. Jn 18, 33 37). Este diálogo judicial, que refiere el Evangelio de Juan, nos permite empalmar con la catequesis precedente, cuyo tema era el mensaje de Cristo sobre el reino de Dios. Abre, al mismo tiempo, a nuestro espíritu una nueva dimensión o un nuevo aspecto de la misión de Cristo, indicado por estas palabras: 'Dar testimonio de la verdad'. Cristo es Rey y 'ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad'. El mismo lo afirma; y añade: 'Todo el que es de la verdad, escucha mi voz' (Jn 18, 37).
Esta respuesta desvela ante nuestros ojos horizontes nuevos, tanto sobre la misión de Cristo, como sobre la vocación del hombre. Particularmente, sobre el enraizamiento de la vocación del hombre en Cristo.
2. A través de las palabras que dirige a Pilato, Jesús pone de relieve lo que es esencial en toda su predicación. Al mismo tiempo, anticipa, en cierto modo, lo que construirá siempre el elocuente mensaje incluido en el acontecimiento pascual, es decir, en su cruz y resurrección.
Hablando de la predicación de Jesús, incluso sus opositores expresaban, a su modo, su significado fundamental, cuando le decían: 'Maestro, sabemos que eres veraz, que enseñas con franqueza el camino de Dios' (Mc 12, 14). Jesús era, pues, el maestro en el 'camino de Dios': expresión de hondas raíces bíblicas y extrabíblicas para designar una doctrina religiosa y salvífica. En lo que se refiere a los oyentes de Jesús, sabemos, por el testimonio de los Evangelistas, que éstos estaban impresionados por otro aspecto de su predicación: 'Quedaban asombrados de su doctrina, porque Él enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas' (Mc 1, 22). 'Hablaba con autoridad' (Lc 4, 32) Esta competencia y autoridad estaban constituidas, sobre todo, por la fuerza de la verdad contenida en la predicación de Cristo. Los oyentes, los discípulos, lo llamaban 'Maestro', no tanto en el sentido de que conociese la Ley y los Profetas y los comentase con agudeza, como hacían los escribas. El motivo era mucho más profundo: El 'hablaba con autoridad', y ésta era la autoridad de la verdad, cuya fuente es el mismo Dios. El propio Jesús decía: 'Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado' (Jn 7, 16)
3. En este sentido )que incluye la referencia a Dios), Jesús era Maestro. 'Vosotros me llamáis !el Maestro! y !el Señor!, y decís bien, porque lo soy' (Jn 13, 13). Era Maestro de la verdad que es Dios. De esta verdad dio El testimonio hasta el final, con a autoridad que provenía de lo alto: podemos decir, con la autoridad de uno que es 'rey' en la esfera de la verdad.
En las catequesis anteriores hemos llamado ya a atención sobre el sermón de la montaña, en el cual Jesús se revea a Sí mismo como Aquel que ha venido no 'para abolir la Ley y los Profetas', sino 'para darles cumplimiento'. Este 'cumplimiento' de la Ley era obra de realeza y 'autoridad': la realeza y a autoridad de la Verdad, que decide sobre la ley, sobre su fuente divina, sobre su manifestación progresiva en el mundo.
4. El sermón de la montaña deja traslucir esta autoridad, con la cual Jesús trata de cumplir su misión. He aquí algunos pasajes significativos: 'Habéis oído que se dijo a los antepasados: no matarás pues yo os digo'. 'Habéis oído que se dijo: !no cometerás adulterio!. Pues yo os digo'. ' Se dijo.. !no perjurarás!. Pues yo os digo'. Y después de cada 'yo os digo', hay una exposición, hecha con autoridad, de la verdad sobre la conducta humana, contenida en cada uno de los mandamientos de Dios. Jesús no comenta de manera humana, como los escribas, los textos bíblicos del Antiguo Testamento, sino que habla con a autoridad propia del Legislador: la autoridad de instituir la Ley, la realeza. Es, al mismo tiempo, a autoridad de la verdad, gracias a la cual la nueva Ley llega a ser para el hombre principio vinculante de su conducta.
5. Cuando Jesús en el sermón de la montaña pronuncia varias veces aquellas palabras: 'Pues yo os digo', en su lenguaje se encuentra el eco, el reflejo de los textos de la tradición bíblica, que, con frecuencia, repiten: 'Así dice el Señor, Dios de Israel' (2 Sm 12, 7). 'Jacob.. Así dice el Señor que te ha hecho' (Is 44, 1-2). 'Así dice el Señor que os ha rescatado, el Santo de Israel' (Is 43, 14). Y, aún más directamente, Jesús hace suya la referencia a Dios, que se encuentra siempre en los labios de Moisés cuando da la Ley (la Ley 'antigua') a Israel. Mucho más fuerte que la de Moisés es la autoridad que se atribuye Jesús al dar 'cumplimiento a la Ley y a los Profetas', en virtud de la misión recibida de lo alto: no en el Sinaí, sino en el misterio excelso de su relación con el Padre.
6. Jesús tiene una conciencia clara de esta misión, sostenida por el poder de la verdad que brota de su misma fuente divina. Hay una estrecha relación entre la respuesta a Pilato: 'He venido al mundo para dar testimonio de la verdad' (Jn 18, 37), y su declaración delante de sus oyentes: 'Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado' (Jn 7, 16) El hilo conductor y unificador de ésta y otras afirmaciones de Jesús sobre la 'autoridad de la verdad' con que El enseña, está en la conciencia que tiene de la misión recibida de lo alto.
7. Jesús tiene conciencia de que, en su doctrina, se manifiesta a los hombres la Sabiduría eterna. Por esto reprende a los que la rechazan, no dudando en evocar a la 'reina del Sur', la 'reina de Saba', que vino 'para oír la sabiduría de Salomón', y afirmando inmediatamente: 'Y aquí hay algo más que Salomón' (Mt 12, 42),
Sabe también, y lo proclama abiertamente, que las palabras que proceden de esa Sabiduría divina 'no pasarán': 'EL cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán' (Mc 13, 31). En efecto, éstas contienen la fuerza de la verdad, que es indestructible y eterna. Son, pues, 'palabras de vida eterna', como confesó el Apóstol Pedro en un momento crítico, cuando muchos de los que se habían reunido para oír a Jesús empezaron a marcharse, porque no lograban entender y no querían aceptar aquellas palabras que preanunciaban el misterio de la Eucaristía (Cfr. Jn 6, 66),
8. Se toca aquí el problema de la libertad del hombre, que puede aceptar o rechazar la verdad eterna contenida en la doctrina de Cristo, válida ciertamente, para dar a los hombres de todos los tiempos (y, por tanto, también a los hombres de nuestro tiempo) una respuesta adecuada a su vocación, que es una vocación con apertura eterna. Frente a este problema, que tiene una dimensión teológica, pero también antropológica (el modo como el hombre reacciona y se comporta ante una propuesta de verdad), será suficiente, por ahora, recurrir a lo que dice el Concilio Vaticano II especialmente con relación a la sensibilidad particular de los hombres de hoy. El Concilio afirma, en primer lugar, que 'todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo referente a Dios y a su Iglesia'; pero dice también que 'la verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas' (Dignitatis humanae, 1). El Concilio recuerda, además, el deber que tienen los hombres de 'adherirse a la verdad conocida y ordenar toda su vida según las exigencias de la verdad'. Después añade: 'Pero los hombres no pueden satisfacer esta obligación de forma adecuada a su propia naturaleza si no gozan de libertad psicológica, al mismo tiempo que de inmunidad de coacción externa (Ib., 2).
9. He aquí la misión de Cristo como maestro de verdad eterna . El Concilio, después de recordar que 'Dios llama ciertamente a los hombres a servirle en espíritu y en verdad Porque Dios tiene en cuenta la dignidad de la persona humana, que El mismo ha creado', añade que 'esto se hizo patente sobre todo en Cristo Jesús, en quien Dios se manifestó perfectamente a Sí mismo y descubrió sus caminos. En efecto, Cristo, que es Maestro y Señor nuestro, manso y humilde de corazón, atrajo e invitó pacientemente a los discípulos. Cierto que apoyó y confirmó su predicación con milagros para excitar y robustecer la fe de los oyentes, pero no para ejercer coacción sobre ellos'.
Y, por último, relaciona esta dimensión de la doctrina de Cristo con el misterio pascual: 'Finalmente, al completar en la cruz la obra de la redención, con la que adquiría para los hombres la salvación y la verdadera libertad, concluyó su revelación. Dio, en efecto, testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Porque su reino no se defiende a golpes, sino que se establece dando testimonio de la verdad y prestándole oído, y crece por el amor con que Cristo, levantado en la cruz, atrae a los hombres a si mismo' (Ib., 11).
Podemos, pues, concluir ya desde ahora que quien busca sinceramente la verdad encontrará bastante fácilmente en el magisterio de Cristo crucificado la solución, incluso del problema de la libertad.
Cristo revela al Padre (1.VI.88)
1. 'Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo...' (Heb 1, 1 ss.). Con estas palabras, bien conocidas por los fieles, gracias a la liturgia navideña, el autor de la Carta a los Hebreos habla de la misión de Jesucristo, presentándola sobre el fondo de la historia de la Antigua Alianza. Hay, por un lado, una continuidad entre la misión de los Profetas y la misión de Cristo; por otro lado, sin embargo, salta enseguida a la vista una clara diferencia. Jesús no es sólo el último o el más grande entre los Profetas: el Profeta escatológico como era llamado y esperado por algunos. Se distingue de modo esencial de todos los antiguos Profetas y supera infinitamente el nivel de su personalidad y de su misión. El es el Hijo del Padre, el Verbo-Hijo, consubstancial al Padre.
2. Esta es la verdad clave para comprender la misión de Cristo. Si El ha sido enviado para anunciar la Buena Nueva del Evangelio a los pobres, si junto con El 'ha llegado a nosotros' el reino de Dios, entrando de modo definitivo en la historia del hombre, si Cristo es el que da testimonio de la verdad contenida en la misma fuente divina, como hemos visto en las catequesis anteriores, podemos ahora extraer del texto de la Carta a los Hebreos que acabamos de mencionar, la verdad que unifica todos los aspectos de la misión de Cristo: Jesús revea a Dios del modo más auténtico, porque está fundado en la única fuente absolutamente segura e indudable: la esencia misma de Dios. El testimonio de Cristo tiene, así, el valor de la verdad absoluta.
3. En el Evangelio de Juan encontramos la misma afirmación de la Carta a los Hebreos, expresada de modo más conciso. Leemos al final del prólogo: 'A Dios nadie le ha visto jamas. El Hijo único que está en el seno del Padre, él lo ha contado' (Jn 1, 18).
En esto consiste la diferencia esencial entre la revelación de Dios que se encuentra en los Profetas y en todo el Antiguo Testamento y la que trae Cristo, que dice de Sí mismo: 'Aquí hay algo más que Jonás' (Mt 12, 41). Para hablar de Dios está aquí Dios mismo, hecho hombre: 'El Verbo se hizo carne' (Cfr. Jn 1, 14). Aquel Verbo que 'está en el seno del Padre' (Jn 1, '8) se convierte en 'la luz verdadera' (Jn 1, 9), 'la luz del mundo' (Jn 8, 12). El mismo dice de Sí: 'Yo soy el camino, la verdad y la vida' (Jn 14, 6).
4. Cristo conoce a Dios como el Hijo que conoce al Padre y, al mismo tiempo, es conocido por El: 'Como me conoce al Padre (ginoskei) y yo conozco a mi Padre....', leemos en el Evangelio de Juan (Jn 10, 15), y casi idénticamente en los Sinópticos: 'Nadie conoce bien al Hijo (epiginoskei) sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar' (Mt 11, 27).
Por tanto, Cristo, el Hijo, que conoce al Padre, revela al Padre. Y, al mismo tiempo el Hijo es revelado por el Padre. Jesús mismo, después de la confesión de Cesarea de Filipo, lo hace notar a Pedro, quien lo reconoce corno 'el Cristo, el Hijo de Dios vivo' (Mt 16, 16). 'No te lo ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos' (Mt 16, 17).
5. Si la misión esencial de Cristo es revelar al Padre, que es 'nuestro Dios' (Cfr. Jn 20, 17) al propio tiempo El mismo es revelado por el Padre como Hijo. Este Hijo 'siendo una sola cosa con el Padre' (Cfr. Jn 10, 30), puede decir: 'El que me ha visto a mí, ha visto al Padre' (Jn 14, 9). En Cristo, Dios se ha hecho 'visible': en Cristo se hace realidad la 'visibilidad' de Dios. Lo ha dicho concisamente San Ireneo: 'La realidad invisible del Hijo era el Padre y la realidad visible del Padre era el Hijo' (Adv. haer., IV, 6, 6).
Así, pues, en Jesucristo, se realiza a autorrevelación de Dios en toda su plenitud. En el momento oportuno se revelará luego el Espíritu que procede del Padre (Cfr. Jn 15, 26), y que el Padre enviará en el nombre del Hijo (Cfr. Jn 14, 26)
6. A la luz de estos misterios de la Trinidad y de la Encarnación, alcanza su justo significado la bienaventuranza proclamada por Jesús a sus discípulos: '¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron' (Lc 10, 23-24).
Casi un vivo eco de estas palabras del Maestro parece resonar en la primera Carta de Juan: 'Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplaron y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida (pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciarnos la Vida eterna...), lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros' (1 Jn 1,1)3). En el prólogo de su Evangelio, el mismo Apóstol escribe: '... y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad' (Jn 1,14).
7. Con referencia a esta verdad fundamental de nuestra fe, el Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Divina Revelación, dice: 'La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre, que transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda revelación' (Dei Verbum, 2). Aquí tenemos toda la dimensión de Cristo-Revelación de Dios, porque esta revelación de Dios es al propio tiempo la revelación de la economía salvífica de Dios con respecto al hombre y al mundo. En ella, como dice San Pablo a propósito de la predicación de los Apóstoles, se trata de 'esclarecer cómo se ha dispensado el misterio escondido desde siglos en Dios, creador de todas las cosas' (Ef 3, 9). Es el misterio del plan de la salvación que Dios ha concebido desde la eternidad en la intimidad de la vida trinitaria, en la cual ha contemplado, querido, creado y 're-creado' las cosas del cielo y de la tierra, vinculándolas a la Encarnación y, por eso, a Cristo.
8. Recurramos una vez más al Concilio Vaticano II, donde leemos: 'Jesucristo, Palabra hecha carne, !hombre enviado a los hombres!, !habla las palabras de Dios! (Jn 3, 34) y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó (Cfr. Jn 5, 36; 17, 4)...', El, 'con su presencia y manifestaciones, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa Resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino, a saber: que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna.
'La economía cristiana, por ser a alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo, nuestro Señor (Cfr. 1 Tim 6, 14 y Tit 2, 13)' (Dei Verbum, 4).
Misión de Jesucristo (desde el Padre) (8.VI.88)
1. Leemos en la Constitución 'Lumen Gentium' del Concilio Vaticano II, respecto a la misión terrena de Jesucristo: 'Vino, por tanto, el Hijo enviado por el Padre, quien nos eligió en El antes de la creación del mundo y nos predestinó a ser hijos adoptivos, porque se complació en restaurar en El todas
las cosas (Cfr. Ef 1, 4)5 y 10). Así, pues, Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre inauguro en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención' (Lumen Gentium, 3).
Este texto nos permite considerar de modo sintético todo lo que hemos hablado en las últimas catequesis. En ellas, hemos tratado de poner de relieve los aspectos esenciales de la misión mesiánica de Cristo. Ahora el texto conciliar nos propone de nuevo la verdad sobre la estrecha y profunda conexión que existe entre esta misión y el mismo Enviado: Cristo que, en su cumplimiento, manifiesta sus disposiciones y dotes personales. Se pueden subrayar ciertamente en toda la conducta de Jesús algunas características fundamentales, que tienen también expresión en su predicación y sirven para dar una plena credibilidad a su misión mesiánica.
2. Jesús en su predicación y en su conducta muestra, ante todo, su profunda unión con el Padre en el pensamiento y en las palabras. Lo que quiere transmitir a sus oyentes (y a toda la humanidad) proviene del Padre, que lo ha 'enviado al mundo' (Jn 10, 36). 'Porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado, me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que su mandato es vida eterna. Por eso, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí' (Jn 12, 49-5O). 'Lo que el Padre me ha enseñado eso es lo que hablo' (Jn 8, 28). Así leemos en el Evangelio de Juan. Pero también en los Sinópticos se transmite una expresión análoga pronunciada por Jesús: 'Todo me ha sido entregado por mi Padre' (Mt 11, 27). Y con este 'todo', Jesús se refiere expresamente al contenido de la Revelación traída por El a los hombres (Cfr. Mt 11, 25)27; análogamente Lc 10, 21-22). En estas palabras de Jesús encontramos la manifestación del Espíritu con el cual realiza su predicación. El es y permanece como 'el testigo fiel' (Ap 1, 5). En este testimonio se incluye y resalta esa especial 'obediencia' del Hijo al Padre, que en el momento culminante se demostrará como 'obediencia hasta la muerte' (Cfr. Flp 2, 8).
3. En la predicación, Jesús demuestra que su fidelidad absoluta al Padre, como fuente primera y última de 'todo' lo que debe revelarse, es el fundamento esencial de su veracidad y credibilidad. 'Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado', dice Jesús, y añade: 'El que habla por su cuenta busca su propia gloria, pero el que busca la gloria del que le ha enviado ese es veraz y no hay impostura en él' (Jn 7, 16, 18).
En la boca del Hijo de Dios pueden sorprender estas palabras. Las pronuncia el que es 'de la misma naturaleza que el Padre'. Pero no podernos olvidar que El habla también como hombre. Tiene que lograr que sus oyentes no tengan duda alguna sobre un punto fundamental, esto es: que la verdad que el transmite es divina y procede de Dios. Tiene que lograr que los hombres, al escucharle, encuentren en su palabra el acceso a la misma fuente divina de la verdad revelada. Que no se detengan en quien la enseña, sino que se dejen fascinar por la 'originalidad' y por el 'carácter extraordinario' de lo que en esta doctrina procede del mismo Maestro. El Maestro 'no busca su propia gloria'. Busca sólo y exclusivamente 'la gloria del que le ha enviado'. No habla 'en nombre propio', sino en nombre del Padre.
También es éste un aspecto del 'despojo' (kénosis), que según San Pablo (Cfr. Flp 2, 7), alcanzara su culminación en el misterio de la cruz.
4. Cristo es el 'testigo fiel'. Esta fidelidad )en la búsqueda exclusiva de la gloria del Padre, no de la propia) brota del amor que pretende probar: 'Ha de saber el mundo que amo al Padre' (Jn 14, 31). Pero su revelación del amor al Padre incluye también su amor a los hombres. El 'pasa haciendo el bien' (Cfr. Hech 10, 38). Toda su misión terrena esta colmada de actos amor de hacia los más pequeños y necesitados. 'Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso' (Mt 11, 28). 'Venid': es una invitación que supera el círculo de los coetáneos que Jesús podía encontrarse en los días de su vida y de su sufrimiento sobre la tierra: es una llamada para los pobres de todos los tiempos, siempre actual, también hoy, siempre volviendo a brotar en los labios y en el corazón de la Iglesia.
5. Paralela a esta exhortación hay otra: 'Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas' (Mt 11, 29). La mansedumbre y humildad de Jesús llegan a ser atractivas para quien es llamado a acceder a su escuela: 'Aprended de mí'. Jesús es 'el testigo fiel' del amor que Dios nutre para con el hombre. En su testimonio están asociados la verdad divina y el amor divino. Por eso, entre la palabra y a acción, entre lo que El hace y lo que El enseña hay una profunda cohesión, se diría que casi una homogeneidad. Jesús no sólo enseña el amor como el mandamiento supremo, sino que el mismo lo cumple del modo más perfecto. No solo proclama las bienaventuranzas en el sermón de la montaña, sino que ofrece en Sí mismo la encarnación de este sermón durante toda su vida. No sólo plantea la exigencia de amar a los enemigos, sino que El mismo la cumple, sobre todo en el momento de la crucifixión: 'Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen' (Lc 23, 34).
6. Pero esta 'mansedumbre y humildad de corazón' en modo alguno significa debilidad. Al contrario, Jesús es exigente. Su Evangelio es exigente. No ha sido El quien ha advertido: 'El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí'? Y poco después: 'El que encuentre su vida la perderá y el que pierda su vida por mí la encontrará' (Mt 10, 38-39). Es una especie de radicalismo no solo en el lenguaje evangélico, sino en las exigencias reales del seguimiento de Cristo, de los que no duda en reafirmar con frecuencia toda su amplitud: 'No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada' (Mt 10, 34). Es un modo fuerte de decir que el Evangelio es también una fuente de 'inquietud para el hombre'. Jesús quiere hacernos comprender que el Evangelio es exigente y que exigir quiere decir también agitar las conciencias, no permitir que se recuesten en una falsa 'paz', en la cual se hacen cada vez más insensibles y obtusas, en la medida en que en ellas se vacían de valor las realidades espirituales, perdiendo toda resonancia.
Jesús dirá ante Pilato: 'Para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad' (Jn 18, 37). Estas palabras conciernen también a la luz que El proyecta sobre el campo entero de las acciones humanas, borrando la oscuridad de los pensamientos y especialmente de las conciencias para hacer triunfar la verdad en todo hombre. Se trata, pues, de ponerse del lado de la verdad. 'Todo el que es de la verdad escucha mi voz', dirá Jesús (Jn 18, 37). Por ello, Jesús es exigente. No duro o inexorablemente severo; pero fuerte y sin equívocos cuando llama a alguien a vivir en la verdad.
7. De este modo, las exigencias del Evangelio de Cristo penetran en el campo de la ley, y de la moral. Aquel que es el 'testigo fiel' (Ap 1, 5) de la verdad divina, de la verdad del Padre, dice desde el comienzo del sermón de la montaña: 'Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el reino de los cielos' (Mt 5, 19). Al exhortar a la conversión, no duda en reprobar a las mismas ciudades donde la gente rechaza creerlo: 'Ay de ti, Corazaín! Ay de ti, Betsaida!' (Lc 10, 13). Mientras amonesta a todos y cada uno: '... si no os convertís, todos pereceréis' (Lc 13, 3).
8. Así, el Evangelio de la mansedumbre y de la humildad va al mismo paso que el Evangelio de las exigencias morales y hasta de las severas amenazas a quienes no quieren convertirse. No hay contradicción entre el uno y el otro. Jesús vive verdad que anuncia y el amor que revela y es éste un amor exigente como la verdad de la deriva. Por lo demás, el amor ha planteado las mayores exigencias a Jesús mismo en la hora de Getsemaní, en la hora del Calvario, en la hora de la cruz. Jesús ha aceptado y secundado estas exigencias hasta el fondo, porque, como nos advierte e! Evangelista, El 'amó hasta el extremo' (Jn 13. 1). Se trata de un amor fiel, por lo cual, el día antes de su muerte, podía decir al Padre: 'Las palabras que tú me diste se las he dado a ellos' (Jn 17, 8).
9. Como 'testigo fiel', Jesús ha cumplido la misión recibida del Padre en la profundidad del misterio trinitario. Era una misión eterna, incluida en el pensamiento del Padre que lo engendraba y predestinaba a cumplirla 'en la plenitud de los tiempos' para la salvación del hombre (de todo hombre) y para el bien perfecto de toda la creación. Jesús tenía conciencia de esta misión suya en el centro del plan creador y redentor del Padre; y, por ello, con todo el realismo de la verdad y del amor traídos al mundo, podía decir: 'Cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí' (Jn 12, 32).