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LA MUERTE DE JESUCRISTO: CATEQUESIS DEL SANTO PADRE, JUAN PABLO II, SOBRE LAS VERDADES DEL CREDO

 

 

La muerte de Jesús

  

REDENCIÓN -6-

(LA MUERTE DE CRISTO, SU CARÁCTER REDENTOR)

INDICE

Fecundidad de la muerte redentora de Cristo (14.XII.88)


Descendió a los infiernos (11.I.89)

 

 

Fecundidad de la muerte redentora de Cristo (14.XII.88)

1. El Evangelista Marcos escribe que, cuando Jesús murió, el centurión que estaba al lado viéndolo expirar de aquella forma, dijo: 'Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios' (Mc 15, 39). Esto significa que en aquel momento el centurión romano tuvo una intuición lúcida de la realidad de Cristo, una percepción inicial de la verdad fundamental de la fe.

El centurión había escuchado los improperios e insultos que habían dirigido a Jesús sus adversarios, y, en particular, las mofas sobre el título de Hijo de Dios reivindicado por aquel que ahora no podía descender de la cruz ni hacer nada para salvarse a sí mismo.

Mirando al Crucificado, quizá ya durante a agonía pero de modo mas intenso y penetrante en el momento de su muerte, y quizá, quién sabe, encontrándose con su mirada, siente que Jesús tiene razón. Si, Jesús es un hombre, y muere de hecho; pero en EI hay más que un hombre, es un hombre que verdaderamente, como el mismo dijo, es Hijo de Dios. Ese modo de sufrir y morir, ese poner el espíritu en manos del Padre, esa inmolación evidente por una causa suprema a la que ha dedicado toda su vida, ejercen un poder misterioso sobre aquel soldado, que quizá ha llegado al calvario tras una larga aventura militar y espiritual, como ha insinuado algún escritor, y que en ese sentido puede representar a cualquier pagano que busca algún testimonio revelador de Dios.

2. El hecho es notable también porque en aquella hora los discípulos de Jesús están desconcertados y turbados en su fe (Cfr. Mc 14, 50; Jn 16, 32). El centurión, por el contrario, precisamente en esa hora inaugura la serie de paganos que, muy pronto, pedirán ser admitidos entre los discípulos de aquel Hombre en el que, especialmente después de su resurrección, reconocerán al Hijo de Dios, como lo testificar los Hechos de los Apóstoles.

El centurión del Calvario no espera la resurrección: le bastan aquella muerte, aquellas palabras y aquella mirada del moribundo, para llegar a pronunciar su acto de fe. ¿Cómo no ver en esto el fruto de un impulso de la gracia divina, obtenido con su Sacrificio por Cristo Salvador a aquel centurión?

El centurión, por su parte, no he dejado de poner la condición indispensable para recibir la gracia de la fe: la objetividad, que es la primera forma de lealtad. El ha mirado, ha visto, ha cedido ante la realidad de los hechos y por eso se le ha concedido creer. No ha hecho cálculos sobre las ventajas de estar de parte del sanedrín, ni se ha dejado intimidar por él, como Pilato (Cfr. Jn 19, 8); ha mirado a las personas y a las cosas y ha asistido como testigo imparcial a la muerte de Jesús. Su alma en esto estaba limpia y bien dispuesta. Por eso le ha impresionado la fuerza de la verdad y ha creído. No dudó en proclamar que aquel hombre era Hijo de Dios. Era el primer signo de la redención ya acaecida.

3. San Juan registra otro signo cuando describe que 'uno de los soldados con una lanza le abrió el costado y al punto salió sangre y agua' (Jn 19, 34).

Nótese que Jesús ya está muerto. Ha muerto antes que los dos malhechores crucificados con El. Esto prueba la intensidad de sus sufrimientos.

La lanzada no es, por tanto, un nuevo sufrimiento infligido a Jesús. Más bien sirve como signo del don total que El ha hecho de sí mismo, signo inscrito en su misma carne con la transfixión del costado, y puede decirse que con a apertura de su corazón, manifiesta simbólicamente aquel amor por el que Jesús dio y continuará dando todo a la humanidad.

4. De aquella abertura del corazón corren el agua y la sangre. Es un hecho que puede explicarse fisiológicamente. Pero el Evangelio lo cita por su valor simbólico: es un signo y anuncio de la fecundidad del sacrificio. Es tan grande la importancia que le atribuye el Evangelista que, apenas narrado el episodio, añade: 'El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y el sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis' (Jn 19, 35). Se apela, por tanto, a una constatación directa, realizada por el mismo, para subrayar que se trata de un acontecimiento cargado de un valor significativo respecto a los motivos y efectos del sacrificio de Cristo.

5. De hecho el Evangelista reconoce en el suceso el cumplimiento de lo que había sido predicho en dos textos proféticos. El primero, respecto al cordero pascual de los hebreos, al cual, 'no se le quebrará hueso alguno' (Ex 12, 46; Nm 9 12; cfr. Sal 54, 21). Para el Evangelista Cristo crucificado es pues, el Cordero pascual y el 'Cordero desangrado', como dice Santa Catalina de Siena, el Cordero de la Nueva Alianza prefigurado en la pascua de la ley antigua y 'signo eficaz' de la nueva liberación de la esclavitud del pecado no sólo de Israel sino de toda la humanidad.

6. La otra cita bíblica que hace Juan es un texto oscuro atribuido al Profeta Zacarías que dice: 'Mirarán al que traspasaron' (Zac 12, 10). La profecía se refiere a la liberación de Jerusalén y Judá por manos de un Rey, por cuya venida la nación reconoce su culpa y se lamenta sobre aquel que ella ha traspasado de la misma manera que se llora por un hijo único que se ha perdido. El Evangelista aplica el texto a Jesús traspasado y crucificado, ahora contemplado con amor. A las miradas hostiles del enemigo suceden las miradas contemplativas y amorosas de los que se convierten. Esta posible interpretación sirve para comprender la perspectiva teológico-profética en la que el Evangelista considera la historia que ve desarrollarse desde el corazón abierto de Jesús.

7. La sangre y el agua han sido interpretados de diversa forma en su valor simbólico.

En el Evangelio de Juan es posible observar una relación entre el agua que brota del corazón traspasado y la invitación de Jesús en la fiesta de los Tabernáculos: 'Si alguno tiene sed, venga a mí y beba el que cree en mí. De su seno correrán ríos de agua viva' (Jn 7, 37-38; cfr. 4 1, 10-14; Ap 22, 1). El Evangelista precisa después que Jesús se refería al Espíritu que iban a recibirlos que creyeran en El (Jn 7, 39).

Algunos han interpretado la sangre como símbolo de la remisión de los pecados por el sacrificio expiatorio y el agua como símbolo de purificación.

Otros han puesto en relación el agua y la sangre con el bautismo y la Eucaristía.

El Evangelista no ha ofrecido los elementos suficientes para interpretaciones precisas. Pero parece que se haya dado una indicación en el texto sobre el corazón traspasado del que manan sangre y agua; la efusión de gracia que proviene del sacrificio, como él mismo dice del Verbo encarnado desde el comienzo de su Evangelio: 'De su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia' (Jn 1, 16).

8. Queremos concluir observando que el testimonio del discípulo predilecto asume todo su sentido si pensamos que este discípulo había reclinado su cabeza sobre el pecho de Jesús durante la ultima Cena. Ahora él veía ese pecho desgarrado. Por esto sentía la necesidad de subrayar el símbolo de la caridad infinita que había descubierto en aquel corazón e invitaba a los lectores de su Evangelio y a todos los cristianos a que contemplaran ese corazón 'que tanto había amado a los hombres' que se habían entregado en sacrificio por ellos.

 

 

Descendió a los infiernos (11.I.89)

1. En las catequesis más recientes hemos explicado, con el ayuda de textos bíblicos, el artículo del Símbolo de los Apóstoles que dice de Jesús: 'Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado y sepultado'. No se trataba sólo de narrar la historia de la pasión, sino de penetrar la verdad de fe que encierra y que el Símbolo hace que profesemos: la redención humana realizada por Cristo con su sacrificio. Nos hemos detenido particularmente en la consideración de su muerte y de las palabras pronunciadas por él durante la agonía en la cruz, según la relación que nos han transmitido los evangelistas sobre ello. Tales palabras nos ayudan a descubrir y a entender con mayor profundidad el espíritu con el que Jesús se inmoló por nosotros.

Ese artículo de fe se concluye, como acabamos de repetir, con las palabras: '... y fue sepultado'. Parecería una pura anotación de crónica: sin embargo es un dato cuyo significado se inserta en el horizonte más amplio de toda la Cristología. Jesucristo es el Verbo que se ha hecho carne para asumir la condición humana y hacerse semejante a nosotros en todo excepto en el pecado (Cfr. Heb 4 15). Se ha convertido verdaderamente en 'uno de nosotros' (Cfr. Concilio Vaticano 11 Const. Gaudium et Spes 22) para poder realizar nuestra redención, gracias a la profunda solidaridad instaurada con cada miembro de la familia humana. En esa condición de hombre verdadero sufrió enteramente la suerte del hombre, hasta la muerte, a la que habitualmente sigue la sepultura, al menos en el mundo cultural y religioso en el que se insertó y vivió. La sepultura de Cristo es, pues, objeto de nuestra fe en cuanto nos propone de nuevo su misterio de Hijo de Dios que se hizo hombre y llegó hasta el extremo del acontecer humano.

2. A estas palabras conclusivas del artículo sobre la pasión y muerte de Cristo, se une en cierto modo el artículo siguiente que dice: 'Descendió a los infiernos' En dicho artículo se reflejan algunos textos del Nuevo Testamento que veremos enseguida. Sin embargo será bueno decir previamente que, si en el período de las controversias con los arrianos la fórmula arriba indicada se encontraba en los textos de aquellos herejes, sin embargo fue introducida también en el así llamado Símbolo de Aquileya que era una de las profesiones de la fe católica entonces vigentes, redactada a final del siglo IV (Cfr. DS 16). Entró definitivamente en la enseñanza de los concilios con el Lateranense IV (1215) y con el 11 Concilio de Lión en la profesión de fe de Miguel el Paleólogo (1274).

Como punto de partida aclárese además que la expresión 'infiernos' no significa el infierno, el estado de condena sino la morada de los muertos, que en hebreo se decía sheol y en griego hades (Cfr. Hech 2, 31).

3. Son numerosos los textos del Nuevo Testamento de los que se deriva aquella fórmula. El primero se encuentra en el discurso de Pentecostés del Apóstol Pedro que refiriéndose al Salmo 16, para confirmar el anuncio de la resurrección de Cristo allí contenido, afirma que el profeta David 'vio a lo lejos y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción' (Hech 2, 31). Un significado parecido tiene la pregunta que hace el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: '¿Quién bajará al abismo? Esto significa hacer subir a Cristo de entre los muertos' (Rom 10, 7).

También en la Carta a los Efesios hay un texto que, siempre en relación con un versículo del Salmo 68: 'Subiendo a altura ha llevado cautivos y ha distribuido dones a los hombres' (Sal 68, 19), plantea una pregunta significativa: '¿Qué quiere decir ''subió sino que antes bajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo' (Ef 4, 8-10). De esta manera el Autor parece vincular el 'descenso' de Cristo al abismo (entre los muertos), del que habla la Carta a los Romanos con su ascensión al Padre, que da comienzo a la 'realización' escatológica de todo en Dios.

A este concepto corresponden también las palabras puestas en boca de Cristo: 'Yo soy el Primero y el Ultimo, el que vive. Estuve muerto pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades' (Ap 1, 17-18).

4. Como se ve en los textos mencionados, el artículo del Símbolo de los Apóstoles 'descendió a los infiernos' tiene su fundamento en las afirmaciones del Nuevo Testamento sobre el descenso de Cristo tras la muerte en la cruz, al 'país de la muerte', al 'lugar de los muertos' que en el lenguaje del Antiguo Testamento se llamaba 'sheol'. Si en la Carta a los Efesios se dice 'en las regiones inferiores de la tierra', es porque la tierra acoge el cuerpo humano después de la muerte, y así acogió también el cuerpo de Cristo que expiró en el Gólgota como lo describen los Evangelistas (Cfr. Mt 27, 59 s. y paralelos; Jn 19 40-42). Cristo pasó a través de una auténtica experiencia de muerte incluido el momento final que generalmente forma parte de su economía global: fue puesto en el sepulcro.

Es la confirmación de que su muerte fue real, y no sólo aparente. Su alma, separada del cuerpo, fue glorificada en Dios, pero el cuerpo yacía en el sepulcro en estado de cadáver.

Durante los tres días (no completos) transcurridos entre el momento en que 'expiró' (Cfr. Mc 15, 37) y la resurrección, Jesús experimentó el 'estado de muerte', es decir, la separación del alma y cuerpo, en el estado y condición de todos los hombres. Este es el primer significado de las palabras 'descendió a los infiernos', vinculadas con lo que el mismo Jesús había anunciado previamente cuando, refiriéndose a la historia de Jonás, dijo: 'Porque de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches' (Mt 12, 40).

5. Precisamente se trataba de esto; el corazón o el seno de la tierra. Muriendo en la cruz, Jesús entregó su espíritu en manos del Padre: 'Padre en tus manos encomiendo mi espíritu' (Lc 23, 46). Si la muerte comporta la separación de alma y cuerpo, se sigue de ello que también para Jesús se tuvo por una parte el estado de cadáver del cuerpo, y por otra la glorificación celeste de su alma desde el momento de la muerte. La primera Carta de Pedro habla de esta dualidad cuando, refiriéndose a la muerte sufrida por Cristo por los pecados, dice de él: 'Muerto en la carne, vivificado en el espíritu' (1 Ped 3, 18). Alma y cuerpo se encuentran por tanto en la condición terminal correspondiente a su naturaleza, aunque en el plano ontológico el alma tiende a recomponer la unidad con el propio cuerpo. El Apóstol sin embargo añade: 'En el espíritu (Cristo) fue también a predicar a los espíritus encarcelados' (1 Ped 3, 19). Esto parece ser una representación metafórica de la extensión, también a los que murieron antes que El, del poder de Cristo crucificado.

6. Aun en su oscuridad, el texto petrino confirma los demás textos en cuanto a la concepción del 'descenso a los infiernos' como cumplimiento, hasta la plenitud, del mensaje evangélico de la salvación. Es Cristo el que, puesto en el sepulcro en cuanto al cuerpo, pero glorificado en su alma admitida en la plenitud de la visión beatifica de Dios, comunica su estado de beatitud a todos los justos con los que, en cuanto al cuerpo, comparte el estado de muerte.

En la Carta a los Hebreos se encuentra la descripción de la obra deliberación de los justos realizada por El: 'Por tanto... así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó él de las mismas, par aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y liberar a cuantos por temor a la muerte estaban de por vida sometidos a la esclavitud' (Heb 2, 14-15). Como muerto (y al mismo tiempo como vivo 'para siempre'), Cristo tiene 'las llaves de la Muerte y del Hades' (Cfr. Ap 1, 17)18). En esto se manifiesta y realiza la potencia salvífica de la muerte sacrificial de Cristo, operadora de redención respecto a todos los hombres, también de aquellos que murieron antes de su venida y de su 'descenso a los infiernos', pero que fueron alcanzados por su gracia justificadora.

7. Leemos también en la Primera Carta de San Pedro: '...por eso hasta al os muertos se ha anunciado la Buena Nueva, para que, condenados en carne según los hombres, vivan en espíritu según Dios' (1 Ped 4, 6). También este versículo, aun no siendo de fácil interpretación, remarca el concepto del 'descenso a los infiernos' como la última fase de la misión del Mesías; fase 'condensada' en pocos días por los textos que tratan de hacer una presentación accesible a quien está habituado a razonar y a hablar en metáforas espacio) temporales, pero inmensamente amplio en su significado real de extensión de la obra redentora a todos los hombres de todos los tiempos y lugares, también de aquellos que en los días de la muerte y sepultura de Cristo yacían ya en el 'reino de los muertos'. La Palabra del Evangelio y de la cruz llega a todos, incluso a los que pertenecen a las generaciones pasadas más lejanas, porque todos los que se salvan han sido hechos partícipes de la Redención, aun antes de que sucediera el acontecimiento histórico del sacrificio de Cristo en el Gólgota. La concentración de su evangelización y redención en los días de la sepultura quiere subrayar que en el hecho histórico de la muerte de Cristo está inserto el misterio supra histórico de la causalidad redentora de la humanidad de Cristo, 'instrumento' de la divinidad omnipotente. Con el ingreso del alma de Cristo en la visión beatífica en el seno de la Trinidad, encuentra su punto de referencia y de explicación la 'liberación de la prisión' de los justos, que habían descendido al reino de la muerte antes de Cristo. Por Cristo y en Cristo se abre ante ellos la libertad definitiva de la vida del Espíritu, como participación en la Vida de Dios (Cfr. Santo Tomás, III, q. 52, a. 6). Esta es la 'verdad' que puede deducirse de los textos bíblicos citados y que se expresa en el artículo del Credo que habla del 'descenso a los infiernos'.

8. Podemos decir, por tanto, que la verdad expresada por el Símbolo de los Apóstoles con las palabras 'descendió a los infiernos', al tiempo que contiene una confirmación de la realidad de la muerte de Cristo, proclama también el inicio de su glorificación. No sólo de El, sino de todos los que por medio de su sacrificio redentor han madurado en la participación de su gloria en la felicidad del reino de Dios.

 

 


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