Prudencia sobrenatural y disposiciones personales ante la vocación
Juan Manuel Roca
Cómo acertar con mi vida
Queriendo hacer la voluntad de Dios
Ante la vocación es lógico advertir obstáculos y dificultades de diverso tipo,
interiores y exteriores. Cuando hay rectitud y buena voluntad, pueden valorarse
esas circunstancias con prudencia sobrenatural, es decir, sin despreciarlas,
pero contando siempre con la gracia de Dios.
Si Dios nos llama, los obstáculos que se aprecian en el momento de responder no
serán nunca un problema insuperable pues el Señor siempre acude en nuestra
ayuda: "Te basta mi gracia", le dijo a San Pablo en medio de sus combates (2 Co
12, 9). Tampoco es necesario conocer de antemano todas las posibles dificultades
que nos deparará el futuro y tener la garantía humana de que seremos capaces de
superarlas en su momento: nos asegura San Pablo, que "el mismo que comenzó en
vosotros la buena obra la terminará" (Flp 1, 6). Las pegas del ambiente se
pueden afrontar con confianza si tenemos en cuenta las promesas de Cristo: "En
el mundo tendréis tribulación, pero confiad: Yo he vencido al mundo" (Jn 16,
33); "seréis bienaventurados cuando os insulten os persigan y os calumnien de
cualquier modo por mi causa" (Mt 5, 11); "Yo estaré con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).
Pero la vocación es como una moneda con dos caras: la llamada y la respuesta. Y
para responder rectamente cuando Dios llama, es necesaria la intención sincera
de vaciarse moralmente de sí mismo, de quitar el propio yo del primer plano para
no tener a la vista más que la búsqueda de la voluntad de Dios. Ya decía San
Agustín que sirve bien a Dios "quien busca querer lo que oye de Él, y no quien
se obstina en oír de Dios lo que él desea". (Confesiones, Lib. 10, 26). Y San
Juan de la Cruz comentaba que muchos "querrían que quisiese Dios lo que ellos
quieren, y se entristecen de querer lo que quiere Dios, con repugnancia de
acomodar su voluntad a la de Dios. De donde les nace que muchas veces, en lo que
ellos no hallan su voluntad y gusto, piensen que no es voluntad de Dios, y que,
por el contrario, cuando ellos se satisfacen, crean que Dios se satisface,
midiendo a Dios consigo y no a sí mismos con Dios". (Noche oscura, Lib. I, cap.
7, n. 3).
Es verdad que hay que pensarlo bien antes de dar un paso tan importante, que no
hay que actuar a la ligera; pero una cosa es pensar para buscar realmente la
solución a un problema y otra muy distinta plantearse la duda como sistema, de
tal forma que, mientras quepa alguna incertidumbre, no se esté dispuesto a tomar
ninguna decisión. Para resolver las dudas –lo hemos considerado antes– hay que
acudir a la oración sincera y a quien con su consejo puede ayudarnos, a aquel
que conociéndonos bien, conozca el camino que pretendemos seguir: la vocación
está escrita en el corazón de cada uno, y puede leerse prudentemente, cuando se
cuenta con experiencia y sentido sobrenatural.
Pero dice un refrán castellano que no hay peor sordo que el que no quiere oír.
Por eso lo primero necesario es estar dispuestos a seguir la llamada. Son
incapaces de conocer la vocación los que ponen condiciones y se reservan algo
para ellos, porque esa actitud equivale a cerrar puertas y ventanas.
Decisión para lo importante En efecto, sucede con frecuencia que el gran
obstáculo a la vocación somos nosotros mismos, nuestra floja voluntad. ¡Qué bien
lo expresaba Lope de Vega en aquel soneto!: "¿Que tengo yo, que mi amistad
procuras? / ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, / que a mi puerta, cubierto de
rocío, / pasas las noches del invierno oscuras? /¡Oh, cuánto fueron mis entrañas
duras, / pues no te abrí!, ¡qué extraño desvarío, / si de mi ingratitud el hielo
frío / secó las llagas de tus plantas puras! /¡Cuántas veces el ángel me decía:
/ "Alma, asómate ahora a la ventana, / verás con cuánto amor llamar porfía"! /¡Y
cuántas, hermosura soberana: / "Mañana le abriremos", respondía, / para lo mismo
responder mañana!".
Salvador Canals, el autor de Ascética Meditada, subraya que, cuando se trata de
la santidad, de seguir la voluntad de Dios, hay que pasar de la idea a la
convicción y de la convicción a la decisión, al deseo, a la pasión.
Esta vida vale la pena vivirla porque la vivimos con Cristo. "¿De qué le sirve
al hombre ganar el mundo entero, si luego pierde su alma?" (Mt 16, 26). ¿Qué
importa resolver tantos problemas nuestros si después no resolvemos el problema
más importante? ¿Qué ganancias son las nuestras si luego no ganamos la santidad?
¿Qué son los placeres si nos privan del placer de Dios? ¡Qué ejemplo el de Santa
Teresa de Ávila! Ir adelante desafiando al cansancio y a la desconfianza: aunque
me canse –decía–, aunque no pueda, aunque reviente, aunque me muera.
Lo que nos demora en nuestro camino no son los obstáculos o dificultades, sino
la falta de decisión. Muchas veces, no es que no nos atrevamos porque las cosas
son imposibles, sino que las cosas son imposibles porque no nos atrevemos.
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