Custodia tu Corazón - Regalo del Papa Francisco a los Católicos: Algunas enseñanzas de Jesús y los contenidos esenciales de nuestra fe
“Tenemos que
convertirnos en cristianos valientes”.
Francisco
Este libro de bolsillo fue entregado como regalo del Papa
Francisco a los peregrinos que acudieron al rezo del Ángelus en la Plaza de
San Pedro el 22 de febrero de 2015. Explicó que
“este libro recopila algunas enseñanzas de Jesús y los
contenidos esenciales de nuestra fe”.
Enseñanzas de Jesús
Confesión y perdón de los pecados
Bienaventuranzas evangélicas Mt5, 3-11
Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el
Reino de los Cielos.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de
Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a
ellos les pertenece el Reino de los
Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los
calumnie en toda forma a causa
de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran
recompensa en el cielo.
Sed perfectos Mt 5,46-48
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen?
¿No hacen lo mismo los
ublicanos?
Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No
hacen lo mismo los
paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el
cielo.
Perdonad Mt 6, 14-15
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo
también los perdonará a ustedes.
Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a
ustedes.
Acumulad tesoros en el cielo Mt 6, 19-21
Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni
herrumbre que los consuma, ni
ladrones que perforen y roben.
Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.
No juzguéis Mt 7, 1-2
No juzguen, para no ser juzgados.
Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la
medida con que midan se usará para
ustedes.
Las reglas del oro Mt 7, 12
Todos los que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos:
en esto consiste la Ley y los
Profetas.
Haced la voluntad del Padre Mt 7,21
No son los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el Reino de
los Cielos, sino los que
cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Un mandamiento nuevo Jn 13, 34-35
Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo
los he amado, ámense
también ustedes los unos a los otros.
En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que
se tengan los unos a los otros.
El Credo
Símbolo de los apóstoles
Creo en Dios, Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo su único Hijo Nuestro Señor,
que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.
Nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre,
todopoderoso.
Desde allí va a venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia católica
la comunión de los santos, el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén
Los misterios principales de la fe
Unidad y Trinidad de Dios. Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de
nuestro Señor Jesucristo.
Fe
La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que
Él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque
Él es la verdad misma. Por la fe ‘el hombre se entrega entera y
libremente a Dios’ (DV 5). Por eso el creyente se esfuerza por conocer y
hacer la voluntad de Dios. ‘El justo vivirá por la fe’ (Rm 1, 17). La fe
viva ‘actúa por la caridad’. (Ga 5, 6).
Esperanza
La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los
cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra
confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos en la ayuda del
Espíritu Santo para merecerla y preservarla hasta el final de la vida
terrenal.
Caridad
La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas
las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios.
Jesús hace de la caridad el mandamiento nuevo, la plenitud de la Ley.
Esta es el vínculo de la perfección y el fundamento de las demás
virtudes, que anima, inspira y ordena: sin ella yo no soy nada y nada me
aprovecha.
Bautismo
El Bautismo perdona el pecado original, todos los pecados personales y
todas las penas debidas al pecado; hace participar de la vida divina
trinitaria mediante la gracia santificante, la gracia de la
justificación que incorpora a Cristo y a su Iglesia; hace participar del
sacerdocio de Cristo y constituye el fundamento de la comunión con los
demás cristianos; otorga las virtudes teologales y los dones del
Espíritu Santo. El bautizado pertenece para siempre a Cristo: en efecto,
queda marcado con el sello indeleble de Cristo.
Confirmación
El efecto de la Confirmación es la especial efusión del Espíritu Santo,
tal como sucedió en Pentecostés. Esta efusión imprime en el alma un
carácter indeleble y otorga un crecimiento de la gracia bautismal;
arraiga más profundamente la filiación divina; une más fuertemente con
Cristo y con su Iglesia; fortalece en el alma los dones del Espíritu
Santo; concede una fuerza especial para dar testimonio de la fe
cristiana.
Eucaristía
La Eucaristía es el sacrificio mismo del Cuerpo y de la Sangre del Señor
Jesús, que Él instituyó para perpetuar en los siglos, hasta su segunda
venida, el sacrificio de la Cruz, confiando así a la Iglesia el memorial
de su Muerte y Resurrección. Es signo de unidad, vínculo de caridad y
banquete pascual, en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de
gracia y se nos da una prenda de la vida eterna.
Jesucristo está presente en la Eucaristía de modo único e incomparable.
Está presente, en efecto, de modo verdadero, real y sustancial: con su
Cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su Divinidad. Cristo, todo entero,
Dios y hombre, está presente en ella de manera sacramental, es decir,
bajo las especies eucarísticas del pan y del vino. Cristo: Dios y
hombre.
La Eucaristía es el banquete pascual porque Cristo, realizando
sacramentalmente su Pascua, nos entrega su Cuerpo y su Sangre, ofrecidos
como comida y bebida, y nos une con Él y entre nosotros en su
sacrificio.
Penitencia
Los efectos del sacramento de la Penitencia son: la reconciliación con
Dios y, por tanto, el perdón de los pecados; la reconciliación con la
Iglesia; la recuperación del estado de gracia, si se había perdido; la
remisión de la pena eterna merecida a causa de los pecados mortales y,
al menos en parte, de las penas temporales que son consecuencia del
pecado; la paz y la serenidad de conciencia y el consuelo del espíritu;
el aumento de la fuerza espiritual para el combate cristiano.
Unción de los enfermos
El sacramento de la Unción confiere una gracia particular, que une más
íntimamente al enfermo a la Pasión de Cristo, por su bien y por el de
toda la Iglesia, otorgándole fortaleza, paz, ánimo y también el perdón
de los pecados, si el enfermo no ha podido confesarse. Además, este
sacramento concede a veces, si Dios lo quiere, la recuperación de la
salud física. En todo caso, esta Unción prepara al enfermo para pasar a
la Casa del Padre.
Orden
Orden indica un cuerpo eclesial, del que se entra a formar parte
mediante una especial consagración (Ordenación), que, por un don
singular del Espíritu Santo, permite ejercer una potestad sagrada al
servicio del Pueblo de Dios en nombre y con la autoridad de Cristo.
El sacramento del Orden se compone de tres grados, que son
insustituibles para la estructura orgánica de la Iglesia: el episcopado,
el presbiterado y el diaconado.
Matrimonio
El sacramento del Matrimonio crea entre los cónyuges un vínculo perpetuo
y exclusivo. Dios mismo ratifica el consentimiento de los esposos. Por
tanto, el Matrimonio rato y consumado entre bautizados no podrá ser
nunca disuelto. Por otra parte, este sacramento confiere a los esposos
la gracia necesaria para alcanzar la santidad en la vida conyugal y
acoger y educar responsablemente a los hijos.
“El Espíritu mismo es «el don de Dios» por excelencia (cf. Jn 4, 10), es
un regalo de Dios, y, a su vez, comunica diversos dones espirituales”.
Papa Francisco, 9 de abril de 2014.
Los siete dones del Espíritu Santo
Sabiduría
Inteligencia
Consejo
Fortaleza
Ciencia
Piedad
Temor de Dios
Los doce frutos del Espíritu Santo
Amor
Alegría
Paz
Paciencia
Longanimidad
Bondad
Benignidad
Mansedumbre
Fidelidad
Modestia
Continencia
Castidad
Los diez mandamientos
Yo soy el Señor tu Dios:
1.
Amarás a Dios sobre todas las cosas.
2.
No tomarás el nombre de Dios en vano.
3.
Santificarás las fiestas
4.
Honrarás a tu padre y a tu madre.
5.
No matarás
6.
No cometerás actos impuros.
7.
No robarás.
8.
No darás falso testimonio ni mentirás.
9.
No permitirás pensamientos ni deseos impuros.
10.
No codiciarás los bienes ajenos.
Los cinco preceptos de la Iglesia
1)
Participar en la Misa todos los domingos y fiestas de guardar, y no
realizar trabajos y actividades que puedan impedir la santificación de
estos días.
2)
Confesar los propios pecados, mediante el sacramento de la
Reconciliación al menos una vez al año.
3)
Recibir el sacramento de la Eucaristía al menos en Pascua.
4)
Abstenerse de comer carne y observar el ayuno en los días establecidos
por la Iglesia.
5)
Ayudar a la Iglesia en sus necesidades materiales, cada uno según sus
posibilidades.
Las siete obras de misericordia corporales
1.
Visitar y cuidar a los enfermos.
2.
Dar de comer al hambriento.
3.
Dar de beber al sediento.
4.
Dar posada al peregrino.
5.
Vestir al desnudo.
6.
Redimir al cautivo.
7.
Enterrar a los muertos.
Las siete obras de misericordia espirituales
1.
Enseñar al que no sabe.
2.
Dar buen consejo al que lo necesita.
3.
Corregir al que yerra.
4.
Perdonar las injurias.
5.
Consolar al triste.
6.
Sufrir con paciencia los defectos de los demás.
7.
Rogar a Dios por vivos y difuntos.
Las cuatro virtudes cardinales
1.
Prudencia
2.
Justicia
3.
Fortaleza
4.
Templanza
Los siete pecados capitales
1.
Soberbia
2.
Avaricia
3.
Lujuria
4.
Ira
5.
Gula
6.
Envidia
7.
Pereza
La “lectio divina”
Papa Francisco, Evangelii Gaudium, nn. 152-153
Hay una forma concreta de escuchar lo que el Señor nos quiere decir en
su Palabra y de dejarnos transformar por el Espíritu. Es lo que llamamos
«lectio divina». Consiste en la lectura de la Palabra de Dios en un
momento de oración para permitirle que nos ilumine y nos renueve. Esta
lectura orante de la Biblia no está separada del estudio que realiza el
predicador para descubrir el mensaje central del texto; al contrario,
debe partir de allí, para tratar de descubrir qué le dice ese mismo
mensaje a la propia vida. La lectura espiritual de un texto debe partir
de su sentido literal. De otra manera, uno fácilmente le hará decir a
ese texto lo que le conviene, lo que le sirva para confirmar sus propias
decisiones, lo que se adapta a sus propios esquemas mentales. Esto, en
definitiva, será utilizar algo sagrado para el propio beneficio y
trasladar esa confusión al Pueblo de Dios. Nunca hay que olvidar que a
veces «el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz» (2 Co 11,14).
En la presencia de Dios, en una lectura reposada del texto, es bueno
preguntar, por ejemplo: «Señor, ¿qué me dice a mí este texto? ¿Qué
quieres cambiar de mi vida con este mensaje? ¿Qué me molesta en este
texto? ¿Por qué esto no me interesa?», o bien: «¿Qué me agrada? ¿Qué me
estimula de esta Palabra? ¿Qué me atrae? ¿Por qué me atrae?». Cuando uno
intenta escuchar al Señor, suele haber tentaciones. Una de ellas es
simplemente sentirse molesto o abrumado y cerrarse; otra tentación muy
común es comenzar a pensar lo que el texto dice a otros, para evitar
aplicarlo a la propia vida. También sucede que uno comienza a buscar
excusas que le permitan diluir el mensaje específico de un texto. Otras
veces pensamos que Dios nos exige una decisión demasiado grande, que no
estamos todavía en condiciones de tomar. Esto lleva a muchas personas a
perder el gozo en su encuentro con la Palabra, pero sería olvidar que
nadie es más paciente que el Padre Dios, que nadie comprende y espera
como Él. Invita siempre a dar un paso más, pero no exige una respuesta
plena si todavía no hemos recorrido el camino que la hace posible.
Simplemente quiere que miremos con sinceridad la propia existencia y la
presentemos sin mentiras ante sus ojos, que estemos dispuestos a seguir
creciendo, y que le pidamos a Él lo que todavía no podemos lograr.
Custodiar el corazón
Papa Francisco, meditación en Santa Marta, 10 de octubre de 2014
¿Custodiamos bien nuestro corazón? Es necesario custodiar nuestro
corazón donde habita el Espírito Santo “para que no entren los demás
espíritus”. “Cuántas veces entran los malos pensamientos, las malas
intenciones, los celos, las envidias. Tantas cosas, que entran. ¿Pero
quién ha abierto aquella puerta? ¿Por dónde han entrado? Si yo no me doy
cuenta” de cuanto “entra en mi corazón, mi corazón se convierte en una
plaza, donde todos van y vienen. Un corazón sin intimidad, un corazón
donde el Señor no puede hablar y ni siquiera ser escuchado”.
En este sentido, es recomendable la práctica, muy antigua «pero buena»,
del examen de conciencia. «Quién de nosotros a la noche, antes de
terminar el día, cuando se queda solo» y en silencio, «no se pregunta:
¿qué sucedió hoy en mi corazón? ¿Qué sucedió? ¿Qué cosas pasaron por mi
corazón?». Es un ejercicio importante, una verdadera «gracia» que puede
ayudarnos a ser buenos custodios. Porque, como recordó el Papa, «los
diablos vuelven siempre, incluso hasta el final de la vida». Y para
vigilar que los demonios no entren en nuestro corazón es necesario saber
«estar en silencio ante nosotros mismos y ante Dios», para verificar si
en nuestra casa «entró alguien» que no conocemos y si «la llave está en
su lugar». El Papa concluyó diciendo que esto «nos ayudará a defendernos
de muchas maldades, incluso de las que nosotros mismos podamos
realizar».
CONFESIÓN Y PERDÓN DE LOS
PECADOS
Por qué confesarse
¡Porque somos pecadores! Es decir, pensamos y actuamos de modo contrario
al Evangelio. Quien dice estar sin pecado es un mentiroso o un ciego. En
el sacramento Dios Padre perdona a quienes, habiendo negado su condición
de hijos, se confiesan de sus pecados y reconocen la misericordia de
Dios. Puesto que el pecado de uno solo daña al cuerpo de Cristo que es
la Iglesia, el sacramento tiene también como efecto la reconciliación
con los hermanos.
Cómo confesarse
No es siempre fácil confesarse: no se sabe que decir, se cree que no es
necesario dirigirse al
sacerdote...Tampoco es fácil confesarse bien: hoy como ayer, la
dificultad más grande es la exigencia de orientar de nuevo nuestros
pensamientos, palabras y acciones que, por nuestra culpa, nos distancian
del evangelio. Es necesario «un camino de auténtica conversión, que
lleva consigo un aspecto “negativo” de liberación del pecado, y otro
aspecto “positivo” de elección del bien enseñado por el Evangelio de
Jesús. Este es el contexto para la digna celebración del sacramento de
la Penitencia. El camino a recorrer, comienza por la escucha de la voz
de Dios y prosigue con el examen de conciencia, el arrepentimiento y el
propósito de la enmienda, la invocación de la misericordia divina que se
nos concede gratuitamente mediante la absolución, la confesión de los
pecados al sacerdote, la satisfacción o cumplimiento de la penitencia
impuesta, y finalmente, con la alabanza a Dios por medio de una vida
renovada.
Qué confesar
«El que quiere obtener la reconciliación con Dios y con la Iglesia debe
confesar al sacerdote todos los
pecados graves que no ha confesado aún y de los que se acuerde, tras examinar cuidadosamente su
conciencia. La confesión de las faltas veniales, está recomendada vivamente
por la Iglesia». (Catecismo de la Iglesia Católica, 1493)
Examen de conciencia
Consiste en interrogarse sobre el mal cometido y el bien emitido: hacia
Dios, el prójimo y nosotros
mismos.
En relación a Dios
¿Solo me dirijo a Dios en caso de necesidad? ¿Participo regularmente en la
Misa los domingos y días de fiesta? ¿Comienzo y termino mi jornada con la
oración? ¿Blasfemo en vano el nombre de Dios, de la Virgen, de los santos?
¿Me he avergonzado de manifestarme como católico? ¿Qué hago para crecer
espiritualmente, cómo lo hago, cuándo lo hago? ¿Me revelo contra los
designios de Dios? ¿Pretendo que Él haga mi voluntad?
En relación al prójimo
¿Sé perdonar, tengo comprensión, ayudo a mi prójimo? ¿Juzgo sin piedad tanto
de pensamiento como con palabras? ¿He calumniado, robado, despreciado a los
humildes y a los indefensos? ¿Soy envidioso, colérico, o parcial? ¿Me
avergüenzo de la carne de mis hermanos, me preocupo de los pobres y de los
enfermos? ¿Soy honesto y justo con todos o alimento la cultura del descarte?
¿Incito a otros a hacer el mal? ¿Observo la moral conyugal y familiar
enseñada por el Evangelio? ¿Cómo cumplo mi responsabilidad de la educación
de mis hijos? ¿Honoro a mis padres? ¿He rechazado la vida recién concebida?
¿He colaborado a hacerlo? ¿Respeto el medio ambiente?
En relación a mí mismo
¿Soy un poco mundano y un poco creyente? ¿Cómo, bebo, fumo o me divierto en
exceso? ¿Me preocupo demasiado de mi salud física, de mis bienes? ¿Cómo
utilizo mi tiempo? ¿Soy perezoso? ¿Me gusta ser servido? ¿Amo y cultivo la
pureza de corazón, de pensamientos, de acciones? ¿Nutro venganzas, alimento
rencores? ¿Soy misericordioso, humilde, y constructor de paz?
Acto de contrición