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Solemnidad de Corpus Christi A - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa

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1. Introducción a la Palabra

1.1 Primera Lectura: Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16a


1.2 Segunda Lectura: 1 Corintios  10,16-17


1.3 Evangelio: San Juan 6,51-59


2. REFLEXIONEMOS

2.1 Los Padres


2.2 Con los Hijos

3. Relación con la Misa

4. Vivencia Familiar

 

 5. Nos Habla la Iglesia: El presbítero y la Eucaristía

 

 6. Leamos la Biblia con la Iglesia

 

7.- Oraciones

 

7.1 Invocaciones e Himnos

 
7.1.1 Alma de Cristo


7. 1.2 Alabanza de Sano Tomás de Aquino

 

7.2 PREPARACIÓN A LA MISA


7.2.1 ORACIÓN DE SAN AMBROSIO


7.2.2 ORACIÓN DE SANTO TOMÁS DE AQUINO


7.2.3 ORACIÓN A  NUESTRA SEÑORA


7.2.4 FÓRMULA DE INTENCIÓN

 

7.3  ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE LA MISA


7.3.1 ORACIÓN DE SANTO TOMÁS DE AQUINO


7.3.2 OFRECIMIENTO PERSONAL.


7.3.3. ORACIÓN PARA PEDIR TODAS LAS GRACIAS

 

 

 

 

La Palabra de Dios y yo - cómo acogerla
Falta un dedo: Celebrarla

 

 

1. Introducción a la Palabra

1.1 Primera Lectura: Deuteronomio 8, 2-3. 14b-16a (lectura)

Cuando pensamos en la hostia, recordamos las procesiones de Corpus Christi, las adoraciones y visitas del Santísimo, el respeto con el que nos acercamos al  altar cuando estaban allí  los signos sacramentales. Dicen que hasta ha habido cristianos que eran asiduos adoradores del Santísimo Sacramento, pero nunca comulgaban.

Forma parte del sentir cristiano el agradecer a Dios esta maravillosa dádiva, la presencia callada de Cristo en el Sagrario o en el Ostensorio. Sin embargo Jesús ha instituido la Última Cena, el pan y el cáliz para que comamos el Cuerpo de Cristo y bebamos su Sangre.

Esta lectura es uno de estos ejemplos maravillosos como el Espíritu Santo por medio del pueblo elegido quiso anunciar realidades más grandes a cumplirse en Jesucristo. La misma existencia del pueblo de Israel y su historia son realmente una profecía de lo que Dios tenía preparado para los últimos tiempos. En cierto sentido cada cristianos puede ver reflejada su vida en la historia de nuestros padres en la fe pero en una dimensión insospechada.

El pueblo elegido del Antiguo Testamento es imagen, y promesa del pueblo santo del Nuevo Testamento. Ellos recorrieron el largo camino desde la "casa de la esclavitud" para pasar por el desierto y llegar a la tierra prometida, siempre bajo la mirada vigilante y amorosa de Dios. Es la historia de la salvación.

Nosotros, el nuevo  pueblo de Dios, estamos en camino hacia la patria en los cielos, alimentados por el pan del cielo que da vida eterna. La Eucaristía es ante todo comida, sustento en el camino arduo de la vida. Demos gracias a Dios porque siempre nos  acompaña con sus dones para que no desfallezcamos en el amino.

 

1.2 Segunda Lectura: 1 Corintios  10,16-17 (lectura)

Los antiguos tenían una conciencia muy viva que compartir el pan con alguien lo hacía miembro de la familia, de la tribu, del  pueblo. Compartir el pan y la copa significaba unión.  De una manera infinitamente más profunda el compartir el pan eucarístico nos une con Cristo, y con los demás que comen del mismo pan.

Hasta aquí estamos todos de acuerdo.

Pero pensemos un poco con quiénes compartimos el alimento, el tiempo y el diálogo. Con ellos también en cierto sentido nos hacemos uno. ¿Por qué no nos llama la atención estar sentado en la misma mesa con un libertino,  con alguien que ha hecho mucho daño? ¿Por qué no nos preocupa compartir nuestro tiempo en actividades que francamente nos llevan a ser menos puros, menos generosos, menos rectos? Piense en los momentos cuando le han hecho una catequesis del mundo: "No seas tonto.  Engaña, goza, adultera, bebe, etc.” Nos hemos hecho en cierto sentido uno con ellos.

El cristiano no participa en todo, no quiere verlo todo, no desea experimentarlo todo. Cuando sabe que algo aleja de Dios, lo rehuye como de la peste. ¿Un punto de vista muy estrecho? Mira les malos pensa­mientos, las ideas indignas que llenan la cabeza como consecuencia de ser amplios y liberales. A lo mejor no te haces uno realmente con Cristo en la comunión. Entonces no hay que admirarse que tu interior ni tu exterior refleje a Cristo. Es que te has hecho uno  con el mundo. Santiago lo dice escuetamente: “El que ama al mundo no es de Cristo”.

 

 

1.3 Evangelio: San Juan 6,51-59 (lectura)

¿Deseas  tener vida eterna? ¿Quieres resucitar? ¿Anhelas de  permanecer en Cristo y que Él permanezca en ti? ¿Te atreves a soñar de una participación  tuya en la misma unión que existe entre Dios Padre y Jesús? Escucha el evangelio, y sabrás lo que tienes que hacer.

 

 

2. REFLEXIONEMOS

2.1 Los Padres

La Misa (¡Es peligroso leer esta reflexión!)

La Santa Misa es la verdadera "imitación de Cristo", el medio seguro de conformarnos, de configurarnos a su vida y  muerte. Por ella entramos en  obediencia, en  la misma devoción total que vive Cristo por su Padre. En ella nos convertimos en hijos, en hermanos, en alimento a nuestra vez para el prójimo, en pan consagrado y sacrificado, en pan que se aniquila para ser un pan viviente. En ella comulgamos con un cuerpo entregado, con una sangre vertida. Este cuerpo comienza de nuevo a darse, y somos nosotros quienes lo damos. Esta sangre en quien la ha recibido, se hace fuente, una fuente que brota sin cesar. Y nos inspira que también nosotros derramemos para los demás, esta sangre que para nosotros fue vertida.

Comulgar es comer la carne espiritualizada de Cristo  para apropiarnos su energía resucitante. Tanto es así que a San Pablo le sorprendía que, después de comer este pan de vida eterna, un cristiano pudiera aún enfermar o morir. Y no aceptaba a explicárselo sino por unas  comuniones indignas. Hasta tal  punto la carne de Cristo  se asimila nuestra carne para no hacer, de todos nosotros, sino un solo Cuerpo para siempre vivo. Celebramos la eucaristía "hasta que Él venga", dice san Pablo.  ¿No significan estas palabras que apresuraremos su retorno si coadyuvamos al crecimiento de su Cuerpo haciéndole donación del nuestro?

La ultima comunión, el viático, pondrá de manifiesto la sinceridad de todas las demás: la vida eterna sólo   ha sido prometida a aquellos que, de nosotros, se hayan convertido en cuerpo de Cristo a fuerza de comuniones: "¡Que el que el Cuerpo de Cristo nos guarde para la vida eterna”!

 

 

2.2 Con los Hijos

La celebración de la Santa Misa es un momento cuando encontramos reposo, cuando nos alimentarnos  en nuestro caminar y peregrinaje de la vida terrena. Somos solazados y fortalecidos con la Palabra de Dios en medio de las dificultades de la vida y gozamos del privilegio de poder alimentarnos del pan de vida que él sólo puede calmar el hambre profundo de verdad y de bondad.

Esto significa ciertamente que la Eucaristía exige acción de gracias. Por eso nos quedamos unos momentos en recogimiento después de haber recibido al Señor en la Santa Comunión. Esta acción de gracias ya debe ser realidad antes de  recibir la comunión. Al entrar al templo para participar en la Santa Misa, aún al caminar hacia el templo dispondremos nuestro corazón  a la venida del Señor. Por eso también nuestra participación en la Misa, nuestra postura, nuestras actitudes son expresión de nuestra reverencia, fe, esperanza y amor por el Señor.  El Señor siempre viene a nosotros, pero la intensidad del encuentro con Él depende de nuestra preparación y de nuestra reverencia.

Algunos dejan de comulgar porque piensan que son indignos o porque tienen algún problema y primero piensan resolverlo antes de volver a la  Santa Comunión. Es loable esta actitud. Sin embargo, cuando se trata de pecados veniales, no dejemos de comulgar. Nadie es digno de recibir al Señor. Recordemos que la Santa Comunión no es un premio para los santos sino un remedio para los pecadores. Mientras que estemos en la gracia de Dios, es decir, mientras que no estemos  separados de Dios por medio del pecado grave, podemos acercarnos y comer el pan de vida.

El que ha cometido pecado grave, necesita primero confesarse porque el que como el Cuerpo de Cristo indignamente se hace culpable porque no distingue el Cuerpo de Cristo del pan natural.

Puede ser que comulgamos frecuentemente pero no vemos en nosotros ningún cambio. Acaso será que nuestras comuniones son muy rutinarias. Por eso el Señor no puede obrar en nosotros. Por eso nunca permitamos que en la recepción de la Santa Comunión falten la preparación, la acción de gracias y la reverencia debidas.

 

 

3.  Relación con la Misa

Olvidamos frecuentemente que necesitamos comer el Cuerpo de Cristo porque e El mismo ha dicho:"El que no come mi Cuerpo y bebe mi Sangre no tiene vida eterna".

 

 

4.  Vivencia Familiar

Hay familias que se han dado cuenta que salir apurados de la casa para llegar a tiempo  a la Misa no contribuye a una celebración auténtica. Por eso  se han impuesto de estar listos un tiempo antes. Rezan juntos la oración de la mañana y  luego se ponen en camino al templo. Ayuda mucho nuestra fe  rezar antes y después de participar en la Santa Misa los himnos y las oraciones de la Iglesia y de los Santos.

Los que hacen visitas al Santísimo muy pronto se dan cuenta qué importante es el silencio del templo, y más aún, la presencia eucarística del Señor, permite orar profundamente.

Conservemos también la costumbre de saludar al Señor cuando pasemos delante de un templo haciendo la señal de la cruz.

 

 

5. Nos Habla la Iglesia: El presbítero y la Eucaristía

Ahora bien, los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan. Y es que en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo. Así son ellos invitados y conducidos a ofrecerse a sí mismo, sus trabajos y todas sus cosas en unión con El mismo. Por lo cual la Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica, como quiere que los catecúmenos  son poco a poco introdu­cidos a la participación de la Eucaristía, y los fieles, sellados ya por el sagrado bautismo, se insertan, por la recepción de la Eucaristía, plenamente en el Cuerpo de Cristo.

Es, pues, la sínaxis eucarística el centro de toda la asamblea de los fieles que preside el presbítero. Los presbíteros (sacerdotes) consiguientemente,  enseñan a los fieles a ofrecer a Dios Padre la Víctima divina en el sacrificio de la Misa y a hacer, juntamente con ella, oblación de su propia vida en el espíritu de Cristo Pastor. Los instruyen para que con espíritu contrito sometan sus pecados la Iglesia en el sacramento de la penitencia, de suerte que día a día se conviertan más y más al Señor, recordando aquellas palabras suyas: Hagan penitencia, pues se acerca el reino de los cielos(Mt 4,17). Enséñenles igualmente a participar en las funciones de la sagrada liturgia, de forma que también en ellos susciten sincera oración; llévenlos como de la mano a practicar durante toda su vida un espíritu de oración cada vez más perfecto, según las gracias y necesidades de cada uno, y a todos incitan al cumplimiento de los deberes del propio estado, y a los más adelantados, al seguimiento de los consejos evangélicos del modo a cada uno congruente. Instruyen, por ende, a los fieles para que puedan cantar en su corazón al Señor los himnos y cánticos espirituales, dando siempre gracias por todo a Dios y al Padre en el nombre de nuestro Señor Jesucristo.

Las alabanzas y acción de gracias que elevan en la celebración de la Eucaristía  prosiguen los mismos presbíteros en el rezo del Oficio divino, en el que, en nombre de la Iglesia, oran a Dios por todo el pueblo que les ha sido confiando y hasta por todo el mundo.

La casa de la oración, en que se celebra y se guarda la santísima Eucaristía y se consagran los fieles, y en que se adora, para auxilio y consuelo de los fieles, la presencia del Hijo de Dios, salvador nuestro, ofrecido por nosotros en el ara del sacrificio, debe estar nítida, dispuesta para la oración y las sagradas solemnidades. En ella se invita a los pastores y fieles a responder con agradecimiento al don de Aquel mismo, que por medio de su humanidad, infunde sin cesar la vida divina en los miembros de su cuerpo.  Procuren los presbíteros cultivar debidamente la ciencia y el arte litúrgicos, a fin de que, por su ministerio litúrgico , las comunidades que les han sido encomendadas alaben cada día con más perfección a Dios, Padre e Hijo y Espíritu Santo

(Vat. II Ministerio de los Presbíteros no.5).

 

 

6.  Leamos la Biblia con la Iglesia

Vea la semana correspondiente del Tiempo Ordinario

 

 

7.- Oraciones

 

7.1 Invocaciones e Himnos

 

7.1.1 Alma de Cristo

Lector                              Todos

         Alma de Cristo,                       santifícame

         Cuerpo de Cristo                     sálvame

         Sangre de Cristo                     embriágame

         Agua del costado de Cristo   lávame,

         Pasión de Cristo                     confórtame

         Oh buen Jesús                         óyeme

         Dentro de tus llagas                escóndeme

         No permitas                     ��      que me aparte de ti

         Del maligno enemigo             defiéndeme

          En la hora de mi muerte         llámame

         y mándame ir a ti                    para que con tus santos te alabe

                                                                                         por los siglos de los

                                                                                         siglos. Amén.

 

 

7. 1.2 Alabanza de Sano Tomás de Aquino

Cante, oh Sión, con voz solemne,  al que a redimirte viene, a tu Rey,  a tu Pastor.

Alaba cuanto se puede que a toda alabanza excede todo es poco en su loor.

De alabanza sin medida el pan vivo y que da vida es alto objeto es hoy doquier.

Que al colegio de los doce nuestra Iglesia reconoce dando en la cena postrer.

Al cantar lleno y  sonoro, con trasporte , con decoro, acompañe el corazón.

Pues la fiesta hoy se repite que recuerda del convite la primera institución

Nueva Pascua es la ley nueva el Rey nuevo al mundo lleva y a la antigua pone fin

Luz sucede a noche oscura, la verdad a la figura, el nuevo al viejo festín.

Lo que practicó en la cena, repetirlo Cristo ordena, en memoria de su amor.

Y en holocausto divino consagramos pan y vino, al ejemplo del Señor.

Siendo dogma el fiel no duda que en sangre el vino se muda y la hostia en carne divina

Lo que no ve ni comprendes con fe valiente defiendes por ser preternatural

Bajo especies diferentes solo signos y accidentes gran portento  oculto está.

Sangre, el vino, es del Cordero; carne el pan; más Cristo entero bajo cada especie está.

No en pedazos dividido, ni incompleto , ni partido, sino entero se nos da.

Uno o mil tu cuerpo tomen todos entero lo comen, ni comido pierde el ser.

Recíbelo el malo, el bueno: para este es de vida lleno, para aquel manjar mortal

Vida al bueno, muerte al malo, da este manjar regalado, ¡Oh qué efecto desigual!

Divido, en el Sacramento no vaciles un momento, que encerrado en el fragmento como en el total está.

En la cosa no hay fractura, la hay tan sólo en al figura, ni en su estado ni estatura detrimento al cuerpo da.

Pan del Ángel, pan divino, nutre al hombre peregrino; pan de hijos, don tan fino, no a los perros se ha de echar.

Por figuras anunciado, en Isaac es inmolado, maná del cielo bajado, cordero sobre el altar.

Buen Pastor, Jesús clemente, Tu manjar de gracia fuente, nos proteja y apaciente,

y en la alta región viviente, haznos ver tu Gloria, ¡Oh Dios!

Tu que lo sabes y puedes, y que al mortal sostienes;

por comensales perennes, al festín de eternos bienes

con tus Santos, llámanos. Amén. Aleluya.

 

 

7.2 PREPARACIÓN A LA MISA

 

7.2.1 ORACIÓN DE SAN AMBROSIO

Señor Jesucristo, yo, pecador, confiado en tu misericordia y bondad más que en mis propios méritos, me acerco humildemente a la mesa de tu banquete. Reconozco mis muchos  pecados; mi mente y mi lengua no han sido cuidadosamente guardados. Por lo cual, Señor de bondad, en mi miseria recurro a ti que eres fuente de misericordia; a ti acudo en busca de salud, me  acojo bajo tu protección, y deseo tener como Salvador a quien no puedo soportar como juez. Señor, a ti descubro mis llagas, a ti manifiesto mi vergüenza. Sé que mis pecados son muchos y grandes y temo por causa de ellos, pero espero en tu infinita misericordia. Mírame con ojos misericordiosos, Señor Jesucristo Rey eterno, Dios y hombre, crucificados por los hombres. Óyeme, pues, en ti tengo puesta mi esperanza; apiádate de mí, que estoy lleno de miserias y pecados tú que eres fuente inagotable de misericordia. Salve, Víctima de salvación, ofrecida en el patíbulo de la cruz por mí y por todos los hombres. Salve, noble y preciosa sangre que mana de las llagas de mi Señor Jesucristo crucificado y lava todos los crímenes del mundo entero. Acuérdate, Señor de tu creatura rescatada por tu sangre. Me arrepiento de haberte ofendido y deseo reparar le mal que he hecho; líbrame, oh Padre clementísimo de todas mis iniquidades. y pecados, para que enteramente purificado, merezca participar de los Santos Misterios. Concede que este Cuerpo y esta Sangre que deseo tomar aunque indigno sirva de perdón por mis pecados y de purificación para mis culpas. Que alejen de mí los pensamientos malos y despierten los buenos sentimientos; que den eficacia a las obras que te agradan, y protejan mi cuerpo y mi alma contra las acechanzas del enemigo. Amén.

 

 

7.2.2 ORACIÓN DE SANTO TOMÁS DE AQUINO

Dios eterno y todopoderoso, he aquí que vengo al sacramento de tu Hijo único, nuestro Señor Jesucristo. Impuro, vengo a la fuente de la misericordia; ciego, vengo a la luz de la eterna claridad, pobre e indigente, vengo al Señor del cielo y de la tierra. Imploro, pues, la abundancia de tu inmensa generosidad para que te dignes curar mi flaqueza, lavar mis manchas, iluminar mi ceguera, enriquecer mi pobreza y vestir mi desnudez. Que así pueda yo recibir el Pan de los ángeles, al Rey de los Reyes, Señor de los señores, con tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y ternura, con tanta pureza y fe, con tal propósito e intención cual conviene a mi salvación. Concédeme, te ruego, recibir no sólo el sacramento del Cuerpo y Sangre del Señor, sino también su gracia y su virtud. Oh Dios de mansedumbre, concédeme de tal manera recibir el Cuerpo de tu único Hijo que él tomó de la Virgen María, que merezca ser incorporado en su cuerpo místico y contado entre sus miembros. Oh Padre lleno de amor, haz que recibiendo ahora a tu Hijo en el signo del sacramento, pueda en la eternidad contemplarlo cara a cara. El cual vive y reina en la unidad del Espiritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

 

 

7.2.3 ORACIÓN A  NUESTRA SEÑORA

Oh Madre de bondad y misericordia, santa Virgen María, heme aquí pobre e indigno pecador, a ti vengo con todo el afecto de mi corazón implorando tu piedad. Así como estuviste de pie junto a la cruz de tu Hijo, también dígnate asistirme, y no sólo a mí, pobre pecador, sino también a todos los sacerdotes que hoy celebran la Eucaristía en la Santa Iglesia. Auxiliados por ti, podemos ofrecer al Dios uno y trino la Victima de su amado Hijo. Amén.

 

 

7.2.4 FÓRMULA DE INTENCIÓN

Quiero celebrar la Misa y consagrar el Cuerpo y Sangre de nuestro Señor Jesucristo conforme al rito de la Santa Iglesia Romana, en honor de Dios todopoderoso y de toda la Iglesia triunfante, para mi propio bien y el de toda la Iglesia militante por todos aquellos que se encomendaron a mis oraciones, de modo general y particular, y por la felicidad de la santa Iglesia católica. Amén. Que Dios todopoderoso y rico en misericordia nos conceda alegría y paz, conversión de vida, tiempo para la verdadera penitencia gracia y fuerza del Espíritu Santo y perseverancia en las buenas Obras ama. ;  Amén.

 

 

7.3             ACCIÓN DE GRACIAS DESPUÉS DE LA MISA

 

 

7.3.1 ORACIÓN DE SANTO TOMÁS DE AQUINO

Gracias te doy, Padre santo, Dios eterno y todopoderoso, porque sin mérito alguno de mi parte, sino por la sola condescendencia de tu misericordia, te has dignado alimentarme a mí, pecador e indigno siervo tuyo, con el santo Cuerpo y la preciosa Sangre de tu Hijo, Nuestro Señor  Jesucristo. Te suplico, Padre, que esta santa comunión no sea para mi ocasión de castigo sino intercesión saludable de perdón. Séame armadura de fe, escudo de buena voluntad y liberación de mis vicios. Extinga en mi la concupiscencia y los malos deseos, aumente la caridad y la paciencia, la humildad y la obediencia, y todas las virtudes. Séame firme defensa de todos mis enemigos, visibles e invisibles, perfecto sosiego de mi espíritu, perfecta unión contigo, Dios uno y verdadero, prenda y garantía para la vida eterna. Te ruego que tengas por bien llevarme a mí, pobre pecador, a aquel convite inefable en donde con tu Hijo y el Espíritu Santo, eres, para tus elegidos, luz verdadera, satisfacción plena, gozo perdurable, felicidad perfecta y alegría eterna. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén

 

 

7.3.2 OFRECIMIENTO PERSONAL.

Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer. Tú me lo diste; a ti, Señor, lo devuelvo, todo es tuyo. Dispón de mí según tu voluntad. Dame tu amor y gracia que esto me basta.

 

 

7.3.3. ORACIÓN PARA PEDIR TODAS LAS GRACIAS

Creo, Señor, fortalece mi fe; espero, Señor, asegura mi esperanza; amo, Señor, inflama mi amor; pésame, Señor, aumenta mi arrepentimiento. Te adoro como a primer principio, te deseo como a último fin, te alabo como a bienhechor perpetuo, te invoco como a defensor propicio. Dirígeme con tu sabiduría, contenme con tu justicia, consuélame con tu clemencia, protégeme con tu poder.

Te ofrezco mis pensamientos para pensar en ti, mis palabras, para hablar de ti, mis obras para obrar conforme a ti, mis trabajos, para padecerlos por ti. Quiero lo que tú quieres, lo quiero porque lo quieres, lo quiero como lo quieres, lo quiero en cuanto lo quieres-     

Te ruego, Señor, que alumbres mi entendimiento, abrases mi voluntad, purifiques mi cuerpo, santifiques mi alma. Llore los pecados pasados, rechace las tentaciones futuras, corrija las inclinaciones viciosas, cultive las virtudes necesarias.

Concédeme, buen Dios, amor a ti, celo del prójimo, desprecio del mundo. Procure yo obedecer a los superiores, atender a los inferiores, favorecer a los amigos, perdonar a los enemigos. Venza el deleite con la mortificación, la avaricia con la largueza, la ira con la mansedumbre, la tibieza con el fervor. Hazme prudente en las determinaciones, vigilante en los peligros, paciente en las adversidades, humilde en las prosperidades. Haz, Señor, que sea en la oración atento, en la comida, sobrio, en mi oficio,  diligente, en los propósitos, constante. 

Cuide de tener inocencia interior, modestia exterior, conducta edificante, vida recta. Que me aplique a domar la naturaleza, a corresponder a la gracia, a guardar tu ley, a merecer la salvación, aprenda  de ti cuan frágil es lo terreno, cuan grande lo divino, cuán breve lo temporal cuán duradero lo eterno. Concédeme, que me prepare a la muerte, que tema el juicio, que evite el infierno, que obtenga el paraíso. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.

 

 

 



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