Domingo 10 Tiempo Ordinario C - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración de la Misa dominical parroquial
Falta un dedo: Celebrarla
Pasajes dominicales
Primera lectura: 1 Re 17, 17-24
El profeta habla confiadamente con Dios y con esta confianza le pide a Dios
que intervenga de manera extraordinaria devolviendo la vida al hijo de la
viuda. Comparando este acontecimiento con la resurrección que regala Cristo
es notable: oración suplicante y esfuerzos repetidos de parte del profeta y
de parte de Jesús una orden soberana. La palabra de Dios en la boca del
profeta es verdad y fidelidad humana; la palabra de Jesucristo es la
fidelidad de Dios (cf. 2 Cor 1, 19 ss.).
Segunda lectura: Gál 1, 11-19
San Pablo está convencido profundamente que su misión y predicación tienen
su origen en Jesucristo mismo. ¿Pero cómo probarlo a sus adversarios
escépticos? No es posible desde el contenido de lo que dice porque sólo la
fe puede aceptar su enseñanza. San Pablo parte del hecho de que sólo Dios ha
podido convertirlo (cf. Hech 22, 3-16). De perseguidor encarnizado se
convirtió en apóstol entusiasta. Esto solamente lo logra Dios.
Evangelio: Lc 7, 11-17
Para el pueblo que presencia la resurrección del muerto, el milagro es un
signo que está entre ellos un gran profeta, quizás el anunciado por Moisés
(cf. Dt 17, 15.18). Para el evangelista San Lucas este relato forma parte de
la preparación de la respuesta que Jesús dará a los discípulos de Juan
cuando de parte del Bautista le preguntan si él es a quien había que
esperar. Jesús les dijo: "Los ciegos ven, los sordos oyen… Los muertos
resucitan". Hemos escuchado en la primera lectura que el profeta por su
intercesión ferviente logra que resucite el hijo de una viuda. Pero Jesús es
más que un profeta: por primera vez el evangelista lo llama "el Señor",
palabra que sólo se aplica a Dios.
Reflexionemos los adultos
Todos los pueblos, todos los hombres, no importa de qué tipo de pensamientos
sean, rodean la muerte con respeto y reverencia. El hombre enmudece ante
ella. La muerte es para los hombres un gran misterio. Y los cristianos
tenemos que darnos cuenta que los que hemos recibido el bautismo de Cristo,
hemos sido sumergidos con él en la muerte. Así pues, por el bautismo fuimos
enterrados junto con Cristo para compartir su muerte para que, igual que
Cristo, que fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre,
asimismo nosotros vayamos a vivir una vida nueva. Porque, si de verdad nos
unimos con Cristo por la semejanza en su muerte, así también nos uniremos a
él en su resurrección (cf. Rom 6, 3-5). Los antiguos cristianos, al ser
bautizados, fueron sumergidos en las aguas de la piscina bautismal a la que
se bajaba por siete gradas. Era entrar a la muerte para salir al otro lado
hacia la vida eterna por otras siete gradas que subían hacia la luz. Hay una
muerte muy real: morimos al pecado, al hombre viejo y resucitamos iluminados
por el Espíritu Santo. ¡Bendito sea el Señor!
Reflexionemos con los hijos
Enfermedad y muerte han entrado al mundo por el pecado. Jesús sanó a los
enfermos y resucitó a los muertos. Por sus milagros nos hace comprender que
quiere hacer nuevamente todo bien lo que el pecado había malogrado.
Celebramos su victoria definitiva sobre la muerte al celebrar la
resurrección de Jesús con el resucitaremos a la vida eterna. Es Cristo
resucitado que se hace presente sobre el altar para renovar su entrega y su
salvación. Por eso la muerte no es algo definitivo donde termina todo. Es
cierto, puede ser algo triste ya que significa separación. Pero esta
separación no durará mucho, sólo unos pocos años. Y sabemos que cada día
estaremos más cerca al cielo y a la vida eterna en la gloria de Dios. De vez
en cuando sería bueno agradecer a Jesús porque nos da la vida eterna desde
nuestro bautismo.
Conexión eucarística
En definitiva morir es una gracia pues Cristo es nuestra vida (cf. Rom 14, 7
ss.). En la celebración eucarística se actualiza este misterio de la muerte
y resurrección de Jesucristo. El cuerpo sacrificado pero glorioso del Señor
se convierte en fuente de fortaleza cristiana frente al derrotismo de los
que nada creen y nada esperan. Llevémosles un poco de luz, de vida nueva, de
amor fraterno que se alimenta precisamente de este misterio.
Nos habla la Iglesia
El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el
Primogénito entre muchos hermanos, recibe las primicias del Espíritu (Rom
8,23), las cuales le capacitan para cumplir la ley nueva del amor. Por medio
de este Espíritu, que es prenda de la herencia (Eph 1,14), se restaura
internamente todo el hombre hasta que llegue la redención del cuerpo (Rom
8,23).
Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en
vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos dará también
vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu que habita en
vosotros (Rom 8,11).
Urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar, con muchas
tribulaciones, contra el demonio, e incluso de padecer la muerte. Pero,
asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará,
corroborado por la esperanza, a la resurrección.
Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los
hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible.
Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una
sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu
Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios
conocida, se asocien a este misterio pascual.
Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece a
los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la
muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta obscuridad. Cristo
resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que,
hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: Abba!, Padre! (Vaticano II,
Gaudium et Spes, 22).
Lean también unas estupendas catequesis de Juan Pablo II sobre los milagros
Vivencia familiar
Una familia que puede componer oraciones y las reza juntos es de envidiar.
Porque supone un trato muy confiado con Dios y una atmósfera familiar que
permite que se explaye la fe.
Oraciones
Oración para pedir una buena muerte
Te rogamos, Señor, por una buena muerte, por una preparación recta a la
última hora también en las horas grandes y alegres de nuestra vida. Te
pedimos que nos des consuelo ante la muerte y ánimo para la vida, igualmente
la disposición de dar la vida por tu amor.
Te suplicamos que nos des la alegría cristiana y la seriedad madura que
aprovecha todos los días que nos has asignado.
Señor de la vida y de la muerte, por tu muerte en la cruz, haz que tu venida
en el momento de la muerte no me encuentre durmiendo sino como el siervo que
espera a su señor. No permitas que muera sin arrepentimiento. Fortaléceme
antes de mi muerte con un arrepentimiento perfecto, una sincera confesión y
haz que reciba el Sacramento de los Enfermos y la Santa Comunión como
viático para el viaje hacia ti.
Cuando tenga que dejar todo lo que considero mío, entonces te ruego que tú
no me dejes solo especialmente en la lucha suprema de mi vida cuando me
llamas a tu presencia. Que tus santos ángeles me acompañan y me fortalezcan.
Haz que los míos sean confortados por la fe en tu resurrección y que tengan
confianza que esta nuestra separación es solo momentánea.
Concédeme en la última hora una fe inquebrantable, confianza firme y
paciencia en los sufrimientos. Haz que no sea una carga para los demás.
Concédeme que pueda entregarme en tus manos en plena conciencia y dormir en
tu paz que el mundo no puede dar. Tú has perdonado al buen ladrón en su
última hora; acuérdate también de mí, Señor. Amén
Leamos la Biblia con la Iglesia
(I=Años impares; II=Años pares)
Lunes: I. 2 Cor 1, 1-7 II. 1 Re 17, 1-6 Mt 5, 1-12
Martes: I. 2 Cor 1, 8-22 II. 1 Re 17, 7-16 Mt 5, 13-16
Miércoles: I. 2 Cor 3, 4-11 II. 1 Re 18, 20-39 Mt 5, 17-19
Jueves: I. 2 Cor 3 , 15-4, 1.3-6 II. 1 Re 18, 41-46 Mt 5, 20-26
Viernes: I. 2 Cor 4, 7-15 II 1 Re 19, 9ª. 11-16 Mt 5, 27-32
Sábado: I. 2 Cor 5, 14-21 II. 1 Re 19, 19-21 Mt 5, 33-37