Domingo 17 del Tiempo Ordinario -C - 'Enséñanos a orar' - Comentarios de Sabios y Santos II : con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Falta un dedo: Celebrar
Comentario Teológico: Benedicto XVI - Danos hoy nuestro pan de cada día
Santos Padres: San Agustín - La oración (Lc 11,9ss).
Aplicación: Directorio Homilético - Decimoséptimo domingo del Tiempo Ordinario
La Palabra de Dios
Falta un dedo: Celebrarla
Comentario Teológico: Benedicto XVI - Danos hoy nuestro pan de
cada día
La cuarta petición del Padrenuestro nos parece la más «humana» de todas:
el Señor, que orienta nuestra mirada hacia lo esencial, a lo «único
necesario», sabe también de nuestras necesidades terrenales y las tiene
en cuenta. Él, que dice a sus Apóstoles: «No estéis agobiados por la
vida pensando qué vais a comer» (Mt 6, 25), nos invita no obstante a
pedir nuestra comida y a transmitir a Dios esta preocupación nuestra. El
pan es «fruto de la tierra y del trabajo del hombre», pero la tierra no
da fruto si no recibe desde arriba el sol y la lluvia.
Esta combinación de las fuerzas cósmicas que escapa de nuestras manos se
contrapone a la tentación de nuestro orgullo, de pensar que podemos
darnos la vida por nosotros mismos o sólo con nuestras fuerzas. Este
orgullo nos hace violentos y fríos. Termina por destruir la tierra; no
puede ser de otro modo, pues contrasta con la verdad, es decir, que los
seres humanos estamos llamados a superarnos y que sólo abriéndonos a
Dios nos hacemos grandes y libres, llegamos a ser nosotros mismos.
Podemos y debemos pedir. Ya lo sabemos: si los padres terrenales dan
cosas buenas a los hijos cuando las piden, Dios no nos va a negar los
bienes que sólo Él puede dar (cf. Lc 11, 9-13).
En su explicación de la oración del Señor, san Cipriano llama la
atención sobre dos aspectos importantes de esta petición. Así como en la
invocación «Padre nuestro» había subrayado la palabra «nuestro» en todo
su alcance, también aquí destaca que se habla de «nuestro» pan. También
aquí oramos en la comunión de los discípulos, en la comunión de los
hijos de Dios, y por eso nadie puede pensar sólo en sí mismo.
De esto se deriva un segundo aspecto: nosotros pedimos nuestro pan, es
decir, también el pan de los demás. El que tiene pan abundante está
llamado a compartir. San Juan Crisóstomo, en su comentario a la Primera
Carta a los Corintios —a propósito del escándalo que daban los
cristianos en Corinto—, subraya «que cada pedazo de pan es de algún modo
un trozo del pan que es de todos, del pan del mundo». El padre
Kolvenbach añade: «¿Cómo puede alguien, invocando al Padre nuestro en la
mesa del Señor, y durante la celebración eucarística en su conjunto,
eximirse de manifestar su firme voluntad de ayudar a todos los hombres,
sus hermanos, a obtener el pan de cada día?» (p. 98). Cuando pedimos
«nuestro» pan, el Señor nos dice también: «Dadles vosotros de comer» (Mc
6, 37).
También es importante una segunda observación de Cipriano. El que pide
el pan para hoy es pobre. La oración presupone la pobreza de los
discípulos. Da por sentado que son personas que a causa de la fe han
renunciado al mundo, a sus riquezas y a sus halagos, y ya sólo piden lo
necesario para vivir. «Con razón pide el discípulo lo necesario para
vivir un solo día, pues le está prohibido preocuparse por el mañana.
Para él sería una contradicción querer vivir mucho tiempo en este mundo,
pues nosotros pedimos precisamente que el Reino de Dios llegue pronto»
(De dom. or., 19). En la Iglesia ha de haber siempre personas que lo
abandonan todo para seguir al Señor; personas que confían radicalmente
en Dios, en su bondad que nos alimenta; personas que de esta manera
ofrecen un testimonio de fe que nos rescata de la frivolidad y de la
debilidad de nuestro modo de creer.
Las personas que confían en Dios hasta el punto de no buscar ninguna
otra seguridad también nos interpelan. Nos alientan a confiar en Dios, a
contar con Él en los grandes retos de la vida. Al mismo tiempo, esa
pobreza motivada totalmente por la dedicación a Dios y a su reino es un
gesto de solidaridad con los pobres del mundo, un gesto que ha creado en
la historia nuevos modos de valorar las cosas y una nueva disposición
para servir y para comprometerse en favor de los demás.
Pero la petición de pan, del pan sólo para hoy, nos recuerda también los
cuarenta años de marcha por el desierto, en los que el pueblo de Israel
vivió del maná, del pan que Dios le mandaba del cielo. Cada uno podía
recoger sólo lo que necesitaba para cada día; sólo al sexto día podía
acumular una cantidad suficiente para dos días, para respetar así el
precepto del sábado (cf. Ex 16, 16-22). La comunidad de discípulos, que
vive cada día de la bondad del Señor, renueva la experiencia del pueblo
de Dios en camino, que era alimentado por Dios también en el desierto.
De este modo, la petición de pan sólo para hoy abre nuevas perspectivas
que van más allá del horizonte del necesario alimento cotidiano.
Presupone el seguimiento radical de la comunidad más restringida de los
discípulos, que renuncia a los bienes de este mundo y se une al camino
de quienes estimaban «el oprobio de Cristo como una riqueza mayor que
todos los tesoros de Egipto» (Hb 11, 26). Aparece el horizonte
escatológico, las realidades futuras, que son más importantes y reales
que las presentes.
Con esto llegamos ahora a una expresión de esta petición que en nuestras
traducciones habituales parece inocua: danos hoy nuestro pan «de cada
día». El «cada día» traduce la palabra griega epioúsios que, según uno
de los grandes maestros de la lengua griega —el teólogo Orígenes (t c.
254)—, no existía antes en el griego, sino que fue creada por los
evangelistas. Es cierto que, entretanto, se ha encontrado un testimonio
de esta palabra en un papiro del s. V d.C. Pero por sí solo tampoco
puede explicar con certeza el significado de esta palabra, en cualquier
caso extraña y poco habitual. Por tanto, hay que recurrir a las
etimologías y al estudio del contexto.
Hoy existen dos interpretaciones principales. Una sostiene que la
palabra significa «[el pan] necesario para la existencia», con lo que la
petición diría: Danos hoy el pan que necesitamos para poder vivir. La
otra interpretación defiende que la traducción correcta sería «[el pan]
futuro», el del día siguiente. Pero la petición de recibir hoy el pan
para mañana no parece tener mucho sentido, dado el modo de vivir de los
discípulos. La referencia al futuro sería más comprensible si se pidiera
el pan realmente futuro: el verdadero maná de Dios. Entonces sería una
petición escatológica, la petición de una anticipación del mundo que va
a venir, es decir, que el Señor nos dé «hoy» el pan futuro, el pan del
mundo nuevo, El mismo. Entonces la petición tendría un sentido
escatológico. Algunas traducciones antiguas apuntan en esta dirección,
como la Vulgata de san Jerónimo, por ejemplo, que traduce la misteriosa
palabra con super-substantialis, interpretándola en el sentido de la
«sustancia» nueva, superior, que el Señor nos da en el santísimo
Sacramento como verdadero pan de nuestra vida.
De hecho, los Padres de la Iglesia han interpretado casi unánimemente la
cuarta petición del Padrenuestro como la petición de la Eucaristía; en
este sentido, la oración del Señor aparece en la liturgia de la santa
Misa como si fuera en cierto modo la bendición de la mesa eucarística.
Esto no quiere decir que con ello se reduzca en la petición de los
discípulos el sentido simplemente terrenal, que antes hemos explicado
como el significado inmediato del texto. Los Padres piensan en las
diversas dimensiones de una expresión que parte de la petición de los
pobres del pan para ese día, pero precisamente de ese modo —mirando al
Padre celestial que nos alimenta— recuerda al pueblo de Dios errante, al
que Dios mismo alimentaba. El milagro del maná, a la luz del gran sermón
de Jesús sobre el pan, remitía a los cristianos casi automáticamente más
allá, al nuevo mundo en el que el Logos —la palabra eterna de Dios— será
nuestro pan, el alimento del banquete de bodas eterno.
¿Se puede pensar en estas dimensiones o es una «teologización» errónea
de una palabra que tan sólo tiene un sentido terrenal? Estas
«teologizaciones» provocan hoy un cierto temor que no resulta del todo
infundado, aunque tampoco se debe exagerar. Pienso que en la
interpretación de la petición del pan hay que tener en cuenta todo el
contexto de las palabras y obras de Jesús, en el que desempeñan un papel
muy importante ciertos contenidos esenciales de la vida humana: el agua,
el pan y —como signo del júbilo y belleza del mundo— la vid y el vino.
El tema del pan ocupa un lugar importante en el mensaje de Jesús, desde
la tentación en el desierto, pasando por la multiplicación de los panes,
hasta la Ultima Cena.
El gran sermón sobre el pan, en el sexto capítulo del Evangelio de Juan,
revela el amplio espectro del significado de este tema. Inicialmente se
describe el hambre de las gentes que han escuchado a Jesús y a las que
no despide sin darles antes de comer, esto es, sin el «pan necesario»
para vivir. Pero Jesús no permite que todo se quede en esto, no permite
que la necesidad del hombre se reduzca al pan, a las necesidades
biológicas y materiales. «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4; Dt 8,3).
El pan multiplicado milagrosamente
recuerda de nuevo el milagro del maná en el desierto y, rebasándolo,
señala al mismo tiempo que el verdadero alimento del hombre es el Logos,
la Palabra eterna, el sentido eterno del que provenimos y en espera del
cual vivimos. Si esta primera superación del mero ámbito físico se
refiere inicialmente a lo que también ha descubierto y puede descubrir
la gran filosofía, inmediatamente después llega la siguiente superación:
el Logos eterno se convierte concretamente en pan para el hombre sólo
porque Él «se ha hecho carne» y nos habla con palabras humanas.
A esto se añade la tercera y esencial superación, pero que ahora
constituye un escándalo para la gente de Cafarnaún: Aquel que se ha
hecho hombre se nos da en el Sacramento, y sólo así la Palabra eterna se
convierte plenamente en maná, el don ya hoy del pan futuro. Después, el
Señor reúne todos los aspectos una vez más: esta extrema materialización
es precisamente la verdadera espiritualización: «El Espíritu es quien da
vida: la carne no sirve de nada» (Jn 6, 63). ¿Habría que suponer que en
la petición del pan Jesús ha excluido todo lo que nos dice sobre el pan
y lo que quería darnos como pan? Si tomamos el mensaje de Jesús en su
totalidad, no se puede descartar la dimensión eucarística de la cuarta
petición del Padrenuestro. La petición del pan de cada día para todos es
fundamental precisamente en su concreción terrenal. Pero nos ayuda
igualmente a superar también el aspecto meramente material y a pedir ya
ahora lo que pertenece al «mañana», el nuevo pan. Y, rogando hoy por las
cosas del «mañana», se nos exhorta a vivir ya ahora del «mañana», del
amor de Dios que nos llama a todos a ser responsables unos de otros.
Llegados a este punto, quisiera volver a dar la palabra una vez más a
Cipriano, el cual subraya el doble sentido de la petición. Sin embargo,
él relaciona la palabra «nuestro», de la que hablábamos antes,
precisamente también con la Eucaristía, que en un sentido especial es
pan «nuestro», el pan de los discípulos de Jesucristo. Dice: nosotros,
que podemos recibir la Eucaristía como pan nuestro, tenemos que pedir
también que nadie quede fuera, excluido del Cuerpo de Cristo. «Por eso
pedimos que "nuestro" pan, es decir, Cristo, nos sea dado cada día, para
que quienes permanecemos y vivimos en Cristo no nos alejemos de su
fuerza santificadora de su Cuerpo» (De dom. or, 18).
(Benedicto XVI-Joseph Ratzinger, Jesús de Nazaret (I), Editorial
Planeta, Santiago de Chile, 2007, p. 186-193)
NOTA: Hemos publicado solamente la cuarta
petición del Padre Nuestro explicada por Benedicto XVI. Se puede leer
con fruto la explicación de todo el Padre Nuestro que hace dicho
Pontífice en el mismo libro recién citado, p. 161 – 205)
Santos Padres: San Agustín - La oración (Lc ll,9ss).
2. […]
Dinos ya, insistes, qué tenemos que pedir. Dejo de lado los muchísimos
circunloquios, puesto que mencionaré el testimonio evangélico: Paz en la
tierra a los hombres de buena voluntad. Pedid esta buena voluntad.
¿Acaso os harán buenos las riquezas, los honores o cosas semejantes? Son
bienes, sí, pero bienes mínimos. De ellos usan bien los buenos y mal, en
cambio, los malos. La buena voluntad, por el contrario, te hace bueno.
Si esto es así, ¿no te avergüenzas de querer poseer cosas buenas y ser
tú malo? Tienes muchos bienes: oro, plata, piedras preciosas, hacienda,
servidumbre, grandes rebaños de ganado mayor y menor. Avergüénzate de
tus bienes; sé tú bueno. ¿Quién más desdichado que tú si es buena tu
quinta, tu túnica, tu oveja e incluso tu gallina? ¿Y tu alma es mala?
Aprende a pedir el bien bonifico, por así decir, esto es, el bien que
hace buenos.
Si poseéis bienes de los que usan bien los buenos, pedid el bien
teniendo el cual seáis buenos. La buena voluntad os hace buenos. Los
bienes terrenos son ciertamente bienes, pero no hacen a los hombres
buenos. Para que veáis que son bienes, se encuentran entre ellos los que
mencionó el Señor: el pan, el pez y el huevo. Para que sepáis que son
bienes, el mismo Señor dijo: Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas
buenas a vuestros hijos. Sois malos y, sin embargo, dais cosas buenas.
Pedid, pues, el ser buenos. El Señor nos lo advirtió y dijo: Si vosotros
siendo malos; de esta forma os daba a conocer qué debíamos pedir, a
saber: el no ser malos, sino ser buenos. Sea él, pues, quien nos enseñe
qué debemos pedir. Escuchad las palabras que siguen en el mismo capítulo
del Evangelio: Si vosotros, dice, siendo malos, sabéis dar cosas buenas
a vuestros hijos, y a pesar de ello continuaréis siendo malos. Con todo,
para que no permanezcáis siendo malos, oíd lo que sigue: Cuánto más
vuestro Padre que está en los cielos dará el espíritu bueno a los que se
lo pidan. ¡He aquí el bien por el que sois buenos! El espíritu bueno de
Dios produce en los hombres la buena voluntad. El valor de esta posesión
que se llama vida eterna es el mismo Dios. ¿Qué habrá de más valor para
nosotros que la vida eterna? ¿Qué habrá, repito, de más valor una vez
que nuestra posesión sea Dios? ¿He blasfemado al decir que Dios será
nuestra posesión? No. Sé bien lo que dije. Topé con un santo varón que
en su oración decía: Señor, tú eres la parte de mi heredad.
Ensancha, ¡oh avaro!, el saco de tu codicia y halla otra cosa mayor,
algo más precioso o algo mejor que Dios. ¿Qué no tendrás teniéndole a
él? Acumula cuanto oro y plata te sea posible; excluye a tus vecinos;
ensancha tu heredad hasta llegar al confín de la tierra. Adquirida la
tierra, añade los mares. Es tuyo todo lo que ves y también lo que no
ves. Supuesta la posesión de todas estas cosas, ¿a qué se reduce, si no
posees a Dios? Si teniendo a Dios el pobre es rico, y no teniéndolo, el
rico es un mendigo, no le pidas otra cosa distinta de él. ¿Y qué no te
dará cuando él mismo se da? ¿Y qué te dará, si él mismo no se da? Pedid,
pues, el espíritu bueno. Habite en vosotros y seréis buenos. Los que son
conducidos por el espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. ¿Cómo sigue
el Apóstol? Y si sois hijos de Dios, sois también herederos, herederos
de Dios y coherederos de Cristo. ¿Qué sentido tenía el desear tan
ardientemente las riquezas? ¿Será pobre el heredero de Dios? Eres rico
siendo el heredero de un opulentísimo senador, y ¿serás pobre siendo
heredero de Dios? ¿Serás pobre siendo coheredero con Cristo? ¿Vas a ser
pobre cuando el mismo Padre sea tu herencia?
Pide, pues el espíritu bueno, porque el pedir el espíritu bueno procede
del mismo espíritu bueno. Algo posees ya de este espíritu cuando lo
pides. Si nada poseyeres de él, no lo pedirías. Pero como no tienes
cuanto necesitas, lo tienes y lo pides, hasta que se cumpla lo escrito:
El que sacia de bienes tus deseos; hasta que se cumpla lo consignado en
otro lugar: Me saciaré cuando se manifieste tu gloria. Por tanto,
bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia; hambre no de
este pan terreno, sed no de esta agua terrena, no de este vino de la
tierra, sino de justicia, porque ellos serán saciados.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos,
Sermón 105A, 2, BAC Madrid 1983, 739-42)
Aplicación: Directorio Homilético - Decimoséptimo domingo del
Tiempo Ordinario
CEC 2634-2636: la oración de intercesión
CEC 2566-2567: la llamada universal a la oración
CEC 2761-2772: la oración del Señor, la síntesis de todo el Evangelio
CEC 2609-2610, 2613, 2777-2785: dirigirse a Dios con perseverancia y
confianza filial
CEC 2654: lectio divina
CEC 537, 628, 1002, 1227: sepultados y resucitados en el Bautismo
III LA ORACION DE INTERCESION
2634 La intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de
cerca con la oración de Jesús. El es el único intercesor ante el Padre
en favor de todos los hombres, de los pecadores en particular (cf Rm 8,
34; 1 Jn 2, 1; 1 Tm 2. 5-8). Es capaz de "salvar perfectamente a los que
por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su
favor" (Hb 7, 25). El propio Espíritu Santo "intercede por nosotros... y
su intercesión a favor de los santos es según Dios" (Rm 8, 26-27).
2635 Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de
un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la
Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la
expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora
busca "no su propio interés sino el de los demás" (Flp 2, 4), hasta
rogar por los que le hacen mal (recuérdese a Esteban rogando por sus
verdugos, como Jesús: cf Hch 7, 60; Lc 23, 28. 34).
2636 Las primeras comunidades cristianas vivieron intensamente esta
forma de participación (cf Hch 12, 5; 20, 36; 21, 5; 2 Co 9, 14). El
Apóstol Pablo les hace participar así en su ministerio del Evangelio (cf
Ef 6, 18-20; Col 4, 3-4; 1 Ts 5, 25); él intercede también por ellas (cf
2 Ts 1, 11; Col 1, 3; Flp 1, 3-4). La intercesión de los cristianos no
conoce fronteras: "por todos los hombres, por todos los constituídos en
autoridad" (1 Tm 2, 1), por los perseguidores (cf Rm 12, 14), por la
salvación de los que rechazan el Evangelio (cf Rm 10, 1).
2566. El hombre busca a Dios. Por la creación Dios llama a todo ser
desde la nada a la existencia. "Coronado de gloria y esplendor" (Sal 8,
6), el hombre es, después de los ángeles, capaz de reconocer "¡qué
glorioso es el Nombre del Señor por toda la tierra!" (Sal 8, 2). Incluso
después de haber perdido, por su pecado, su semejanza con Dios, el
hombre sigue siendo imagen de su Creador. Conserva el deseo de Aquél que
le llama a la existencia. Todas las religiones dan testimonio de esta
búsqueda esencial de los hombres (cf Hch. 17, 27).
2567 Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a s u
Creador o se esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse
a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama
incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración.
Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la
oración, el caminar del hombre es siempre una respuesta. A medida que
Dios se revela, y revela al hombre a sí mismo, la oración aparece como
un llamamiento recíproco, un hondo acontecimiento de Alianza. A través
de palabras y de actos, tiene lugar un trance que compromete el corazón
humano. Este se revela a través de toda la historia de la salvación.
Artículo 1 “RESUMEN DE TODO EL EVANGELIO”
2761 "La oración dominical es en verdad el resumen de todo el Evangelio"
(Tertuliano, or. 1). "Cuando el Señor hubo legado esta fórmula de
oración, añadió: 'Pedid y se os dará' (Lc 11, 9). Por tanto, cada uno
puede dirigir al cielo diversas oraciones según sus necesidades, pero
comenzando siempre por la oración del Señor que sigue siendo la oración
fundamental" (Tertuliano, or. 10).
I CORAZON DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS
2762 Después de haber expuesto cómo los salmos son el alimento principal
de la oración cristiana y confluyen en las peticiones del Padre Nuestro,
San Agustín concluye:
Recorred todas las oraciones que hay en las Escrituras, y no creo que
podáis encontrar algo que no esté incluido en la oración dominical (ep.
130, 12, 22).
2763 Toda la Escritura (la Ley, los Profetas, y los Salmos) se cumplen
en Cristo (cf Lc 24, 44). El evangelio es esta "Buena Nueva". Su primer
anuncio está resumido por San Mateo en el Sermón de la Montaña (cf. Mt
5-7). Pues bien, la oración del Padre Nuestro está en el centro de este
anuncio. En este contexto se aclara cada una de las peticiones de la
oración que nos dio el Señor:
La oración dominical es la más perfecta de las oraciones... En ella, no
sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según
el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos
enseña a pedir, sino que también forma toda nuestra afectividad. (Santo
Tomás de A., s. th. 2-2. 83, 9).
2764 El Sermón de la Montaña es doctrina de vida, la oración dominical
es plegaria, pero en uno y otra el Espíritu del Señor da forma nueva a
nuestros deseos, esos movimientos interiores que animan nuestra vida.
Jesús nos enseña esta vida nueva por medio de sus palabras y nos enseña
a pedirla por medio de la oración. De la rectitud de nuestra oración
dependerá la de nuestra vida en El.
II “LA ORACION DEL SEÑOR”
2765 La expresión tradicional "Oración dominical" [es decir, "oración
del Señor"] significa que la oración al Padre nos la enseñó y nos la dio
el Señor Jesús. Esta oración que nos viene de Jesús es verdaderamente
única: ella es "del Señor". Por una parte, en efecto, por las palabras
de esta oración el Hijo único nos da las palabras que el Padre le ha
dado (cf Jn 17, 7): él es el Maestro de nuestra oración. Por otra parte,
como Verbo encarnado, conoce en su corazón de hombre las necesidades de
sus hermanos y hermanas los hombres, y nos las revela: es el Modelo de
nuestra oración.
2766 Pero Jesús no nos deja una fórmula para repetirla de modo mecánico
(cf Mt 6, 7; 1 R 18, 26-29). Como en toda oración vocal, el Espíritu
Santo, a través de la Palabra de Dios, enseña a los hijos de Dios a
hablar con su Padre. Jesús no sólo nos enseña las palabras de la oración
filial, sino que nos da también el Espíritu por el que éstas se hacen en
nosotros "espíritu y vida" (Jn 6, 63). Más todavía: la prueba y la
posibilidad de nuestra oración filial es que el Padre "ha enviado a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: '¡Abbá, Padre!'"
(Ga 4, 6). Ya que nuestra oración interpreta nuestros deseos ante Dios,
es también "el que escruta los corazones", el Padre, quien "conoce cuál
es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión en favor de los
santos es según Dios" (Rm 8, 27). La oración al Padre se inserta en la
misión misteriosa del Hijo y del Espíritu.
III ORACION DE LA IGLESIA
2767 Este don indisociable de las palabras del Señor y del Espíritu
Santo que les da vida en el corazón de los creyentes ha sido recibido y
vivido por la Iglesia desde los comienzos. Las primeras comunidades
recitan la Oración del Señor "tres veces al día" (Didaché 8, 3), en
lugar de las "Dieciocho bendiciones" de la piedad judía.
2768 Según la Tradición apostólica, la Oración del Señor está arraigada
esencialmente en la oración litúrgica.
El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque
él no dice "Padre mío" que estás en el cielo, sino "Padre nuestro", a
fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de
la Iglesia (San Juan Crisóstomo, hom. in Mt. 19, 4).
En todas las tradiciones litúrgicas, la Oración del Señor es parte
integrante de las principales Horas del Oficio divino. Este carácter
eclesial aparece con evidencia sobre todo en los tres sacramentos de la
iniciación cristiana:
2769 En el Bautismo y la Confirmación, la entrega ["traditio"] de la
Oración del Señor significa el nuevo nacimiento a la vida divina. Como
la oración cristiana es hablar con Dios con la misma Palabra de Dios,
"los que son engendrados de nuevo por la Palabra del Dios vivo" (1 P 1,
23) aprenden a invocar a su Padre con la única Palabra que él escucha
siempre. Y pueden hacerlo de ahora en adelante porque el Sello de la
Unción del Espíritu Santo ha sido grabado indeleble en sus corazones,
sus oídos, sus labios, en todo su ser filial. Por eso, la mayor parte de
los comentarios patrísticos del Padre Nuestro están dirigidos a los
catecúmenos y a los neófitos. Cuando la Iglesia reza la Oración del
Señor, es siempre el Pueblo de los "neófitos" el que ora y obtiene
misericordia (cf 1 P 2, 1-10).
2770 En la Liturgia eucarística, la Oración del Señor aparece como la
oración de toda la Iglesia. Allí se revela su sentido pleno y su
eficacia. Situada entre la Anáfora (Oración eucarística) y la liturgia
de la Comunión, recapitula por una parte todas las peticiones e
intercesiones expresadas en el movimiento de la epíclesis, y, por otra
parte, llama a la puerta del Festín del Reino que la comunión
sacramental va a anticipar.
2771 En la Eucaristía, la Oración del Señor manifiesta también el
carácter escatológico de sus peticiones. Es la oración propia de los
"últimos tiempos", tiempos de salvaci ón que han comenzado con la
efusión del Espíritu Santo y que terminarán con la Vuelta del Señor. Las
peticiones al Padre, a diferencia de las oraciones de la Antigua
Alianza, se apoyan en el misterio de salvación ya realizado, de una vez
por todas, en Cristo crucificado y resucitado.
2772 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que suscita cada una
de las siete peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo presente,
este tiempo de paciencia y de espera durante el cual "aún no se ha
manifestado lo que seremos" (1 Jn 3, 2; cf Col. 3, 4). La Eucaristía y
el Padrenuestro están orientados hacia la venida del Señor, "¡hasta que
venga!" (1 Co. 11, 26).
2609 Decidido así el corazón a convertirse, aprende a orar en la fe. La
fe es una adhesión filial a Dios, más allá de lo que nosotros sentimos y
comprendemos. Se ha hecho posible porque el Hijo amado nos abre el
acceso al Padre. Puede pedirnos que "busquemos" y que "llamemos" porque
él es la puerta y el camino (cf Mt 7, 7-11. 13-14).
2610 Del mismo modo que Jesús ora al Padre y le da gracias antes de
recibir sus dones, nos enseña esta audacia filial: "todo cuanto pidáis
en la oración, creed que ya lo habéis recibido" (Mc 11, 24). Tal es la
fuerza de la oración, "todo es posible para quien cree" (Mc 9, 23), con
una fe "que no duda" (Mt 21, 22). Tanto como Jesús se entristece por la
"falta de fe" de los de Nazaret (Mc 6, 6) y la "poca fe" de sus
discípulos (Mt 8, 26), así se admira ante la "gran fe" del centurión
romano (cf Mt 8, 10) y de la cananea (cf Mt 15, 28).
2613 S. Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre la
oración:
La primera, "el amigo importuno" (cf Lc 11, 5-13), invita a una oración
insistente: "Llamad y se os abrirá". Al que ora así, el Padre del cielo
"le dará todo lo que necesite", y sobre todo el Espíritu Santo que
contiene todos los dones.
La segunda, "la viuda importuna" (cf Lc 18, 1-8), está centrada en una
de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin
cansarse, con la paciencia de la fe. "Pero, cuando el Hijo del hombre
venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"
La tercera parábola, "el fariseo y el publicano" (cf Lc 18, 9-14), se
refiere a la humildad del corazón que ora. "Oh Dios, ten compasión de mí
que soy pecador". La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: "¡Kyrie
eleison!".
I ACERCARSE A EL CON TODA CONFIANZA
2777 En la liturgia romana, se invita a la asamblea eucarística a rezar
el Padre Nuestro con una audacia filial; las liturgias orientales usan y
desarrollan expresiones análogas: "Atrevernos con toda confianza",
"Haznos dignos de". Ante la zarza ardiendo, se le dijo a Moisés: "No te
acerques aquí. Quita las sandalias de tus pies" (Ex 3, 5). Este umbral
de la santidad divina, sólo lo podía franquear Jesús, el que "después de
llevar a cabo la purificación de los pecados" (Hb 1, 3), nos introduce
en presencia del Padre: "Hénos aquí, a mí y a los hijos que Dios me dio"
(Hb 2, 13):
La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría
meternos bajo tierra, nuestra condición terrena se desharía en polvo, si
la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos
empujasen a proferir este grito: 'Abbá, Padre' (Rm 8, 15) ... ¿Cuándo la
debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino
solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo
alto? (San Pedro Crisólogo, serm. 71).
2778 Este poder del Espíritu que nos introduce en la Oración del Señor
se expresa en las liturgias de Oriente y de Occidente con la bella
palabra, típicamente cristiana: "parrhesia", simplicidad sin desviación,
conciencia filial, seguridad alegre, audacia humilde, certeza de ser
amado (cf Ef 3, 12; Hb 3, 6; 4, 16; 10, 19; 1 Jn 2,28; 3, 21; 5, 14).
II “¡PADRE!”
2779 Antes de hacer nuestra esta primera exclamación de la Oración del
Señor, conviene purificar humildemente nuestro corazón de ciertas
imágenes falsas de "este mundo". La humildad nos hace reconocer que
"nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo
quiera revelar", es decir "a los pequeños" (Mt 11, 25-27). La
purificación del corazón concierne a imágenes paternales o maternales,
correspondientes a nuestra historia personal y cultural, y que impregnan
nuestra relación con Dios. Dios nuestro Padre transciende las categorías
del mundo creado. Transferir a él, o contra él, nuestras ideas en este
campo sería fabricar ídolos para adorar o demoler. Orar al Padre es
entrar en su misterio, tal como El es, y tal como el Hijo nos lo ha
revelado:
La expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie. Cuando
Moisés preguntó a Dios quién era El, oyó otro nombre. A nosotros este
nombre nos ha sido revelado en el Hijo, porque este nombre implica el
nuevo nombre del Padre (Tertuliano, or. 3).
2780 Podemos invocar a Dios como "Padre" porque él nos ha sido revelado
por su Hijo hecho hombre y su Espíritu nos lo hace conocer. Lo que el
hombre no puede concebir ni los poderes angélicos entrever, es decir, la
relación personal del Hijo hacia el Padre (cf Jn 1, 1), he aquí que el
Espíritu del Hijo nos hace participar de esta relación a quienes creemos
que Jesús es el Cristo y que hemos nacido de Dios (cf 1 Jn 5, 1).
2781 Cuando oramos al Padre estamos en comunión con El y con su Hijo,
Jesucristo (cf 1 Jn 1, 3). Entonces le conocemos y lo reconocemos con
admiración siempre nueva. La primera palabra de la Oración del Señor es
una bendición de adoración, antes de ser una imploración. Porque la
Gloria de Dios es que nosotros le reconozcamos como "Padre", Dios
verdadero. Le damos gracias por habernos revelado su Nombre, por
habernos concedido creer en él y por haber sido habitados por su
presencia.
2782 Podemos adorar al Padre porque nos ha hecho renacer a su vida al
adoptarnos como hijos suyos en su Hijo único: por el Bautismo nos
incorpora al Cuerpo de su Cristo, y, por la Unción de su Espíritu que se
derrama desde la Cabeza a los miembros, hace de nosotros "cristos":
Dios, en efecto, que nos ha destinado a la adopción de hijos, nos ha
conformado con el Cuerpo glorioso de Cristo. Por tanto, de ahora en
adelante, como participantes de Cristo, sois llamados "cristos" con
justa causa. (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 3, 1).
El hombre nuevo, que ha renacido y vuelto a su Dios por la gracia, dice
primero: "¡Padre!", porque ha sido hecho hijo (San Cipriano, Dom. orat.
9).
2783 Así pues, por la Oración del Señor, hemos sido revelados a nosotros
mismos al mismo tiempo que nos ha sido revelado el Padre (cf GS 22, 1):
Tú, hombre, no te atrevías a levantar tu cara hacia el cielo, tú bajabas
los ojos hacia la tierra, y de repente has recibido la gracia de Cristo:
todos tus pecados te han sido perdonados. De siervo malo, te has
convertido en buen hijo... Eleva, pues, los ojos hacia el Padre que te
ha rescatado por medio de su Hijo y di: Padre nuestro... Pero no
reclames ningún privilegio. No es Padre, de manera especial, más que de
Cristo, mientras que a nosotros nos ha creado. Di entonces también por
medio de la gracia: Padre nuestro, para merecer ser hijo suyo (San
Ambrosio, sacr. 5, 19).
2784 Este don gratuito de la adopción exige por nuestra parte una
conversión continua y una vida nueva. Orar a nuestro Padre debe
desarrollar en nosotros dos disposiciones fundamentales:
El deseo y la voluntad de asemejarnos a él. Creados a su imagen, la
semejanza se nos ha dado por gracia y tenemos que responder a ella.
Es necesario acordarnos, cuando llamemos a Dios 'Padre nuestro', de que
debemos comportarnos como hijos de Dios (San Cipriano, Dom. orat. 11).
No podéis llamar Padre vuestro al Dios de toda bondad si mantenéis un
corazón cruel e inhumano; porque en este caso ya no tenéis en vosotros
la señal de la bondad del Padre celestial (San Juan Crisóstomo, hom. in
Mt 7, 14).
Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar
de ella nuestra alma (San Gregorio de Nisa, or. dom. 2).
2785 Un corazón humilde y confiado que nos hace volver a ser como niños
(cf Mt 18, 3); porque es a "los pequeños" a los que el Padre se revela
(cf Mt 11, 25):
Es una mirada a Dios nada más, un gran fuego de amor. El alma se hunde y
se abisma allí en la santa dilección y habla con Dios como con su propio
Padre, muy familiarmente, en una ternura de piedad en verdad entrañable
(San Juan Casiano, coll. 9, 18).
Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor,
el gusto en la oración, ... y también la esperanza de obtener lo que
vamos a pedir ...¿Qué puede El, en efecto, negar a la oración de sus
hijos, cuando ya previamente les ha permitido ser sus hijos? (San
Agustín, serm. Dom. 2, 4, 16).
2654 Los Padres espirituales parafraseando Mt 7, 7, resumen así las
disposiciones del corazón alimentado por la palabra de Dios en la
oración: "Buscad leyendo, y encontraréis meditando ; llamad orando, y se
os abrirá por la contemplación" (cf El Cartujano, scala: PL 184, 476C).