Solemnidad Santa Rosa de Lima: Biografía I
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
«Primera canonizada de América. Compartió sus obras de caridad con san
Martín de Porres e influyó en la vida de diversos santos. Es la patrona de
Lima, América, Filipinas e Indias Orientales, de la policía nacional de Perú,
de las enfermeras
y de las fuerzas armadas argentinas»
Isabel Orellana Vilches
Nacida en Lima, Perú, el 20 de abril de 1586, sufrió por su belleza a la que
debía el nombre de Rosa, aunque en el bautismo se le impuso el de Isabel.
Fue una india que mecía su cuna quién un día reparó en la finura de sus
facciones, su tez blanca que realzaba el sonrosado color de sus mejillas
enmarcando el ovalo de un rostro coronado por rubios cabellos, y decidió
llamarla como la flor. Con el tiempo completó su atractivo una espigada
estatura. Pertenecía a una familia numerosa compuesta por trece hermanos,
que se trasladó a Quives por motivos laborales del cabeza de familia, un
portorriqueño que trabajaba en un oficio relacionado con el refinamiento de
la plata.
Recibió la confirmación de manos del arzobispo de Lima, santo Toribio de
Mogrovejo y en ese momento ratificó el nombre de Rosa sin que nadie lo
hubiese mencionado antes, ya que por él era conocida la joven. Más tarde,
ella confió a un dominico que hubiera preferido ser denominada por el de
pila, ya que Rosa aludía a la hermosura, de la que tendía a huir. Él le hizo
ver que su alma era una rosa de la Virgen, y como tal debía custodiarla. A
partir de entonces llevó gozosa el de Rosa de Santa María que ofreció a
Nuestra Señora del Rosario ante cuya imagen solía orar cuando acudía a la
iglesia de santo Domingo.
De todos modos, durante años hizo todo lo posible para que la belleza con la
que estaba adornada no fuese objeto de atención y tropiezo ni para ella ni
para nadie. Ideó diversas formas para desembarazarse de ese ornato natural
que recuerdan a prácticas de mortificación clásicas en un periodo de la
historia de la ascética. Se clavaba una horquilla en la cabeza para castigar
su vanidad, se aplicaba ungüentos corrosivos en las manos para afearlas, se
cubría el rostro con un velo tupido, o bien se cortaba los hermosos cabellos
de raíz por el hecho de verlos ensalzados. Al final, aunque estos actos le
ayudaban a progresar espiritualmente, comprendió que ese no era el camino;
que todo sacrificio y mortificación era vano si no hacía entrega cabal de
los defectos que le dominaban, como su orgullo. Vio la sutileza y el peligro
que puede quedar agazapado también en ciertos ejercicios de ayuno. Así que,
puso todo su empeño en dominar sus pasiones, ejercitándose en la vivencia de
las virtudes. Aceptó humildemente las indicaciones paternas, y aún
contrariándole y sabiéndose incomprendida las asumió con toda humildad y
paciencia. Solamente las contravino en lo que era sagrado para ella: su voto
de plena consagración a Dios. Su familia insistía para que contrajese
matrimonio, incluso fue cortejada por jóvenes de la alta sociedad limeña,
pero mucho antes ya había labrado el huerto, bordaba para ayudar
económicamente a la familia y aceptaba las dificultades del día a día, todo
con afán de agradar a su amado; era a lo que su espíritu tendía.
Desde niña rezaba a la Virgen con auténtica devoción. En una ocasión en la
que se encomendaba a Ella, entendió que el Niño Jesús le decía: «Rosa,
conságrame a Mí todo tu amor». No lo olvidó ni un instante. Su ideal de
santidad, junto a Santo Domingo, era santa Catalina de Siena a la que eligió
como modelo para su vida. A los 25 años se comprometió como terciaria
dominica. Era muy inteligente. Poseía gran agudeza espiritual, como
revelaron los testigos de su proceso. Sus escritos rezuman la hondura
mística que jalonó su vida. Supo reflejar admirablemente los peldaños del
ascenso espiritual que marcaron su trayectoria, incluidos quince años de
aridez. Vivió centrada en la oración y las mortificaciones: ayunaba casi a
diario, se abstenía de beber, dormía sobre un lecho de tablas con un palo
como almohada, etc. Su morada era una humilde cabaña que erigió en el huerto
familiar con ayuda de su hermano Hernando. Y la disciplina que puso sobre la
cabeza, una cinta de plata que simulaba una corona de espinas, ya que estaba
conformada nada menos que con 3 hileras de 33 puntas; desde que se la colocó
la mantuvo hasta el fin de sus días. Su atuendo era una túnica blanca, un
manto y velo negros.
Fue paciente, comprensiva y misericordiosa con todos los que la vituperaron
y se burlaron de ella. Auxiliaba a los pobres, indígenas, mestizos, y
enfermos, a los que atendía en su casa y les animaba a convertirse. Prestó
gran ayuda a san Martín de Porres en su acción caritativa. Tanto amor se
traslucía en su rostro y en sus palabras. El Domingo de Ramos de 1617, unos
meses antes de morir, en la capilla del Rosario se produjo su «desposorio
místico». No le dieron la palma que esperaba llevar en procesión. Y temiendo
que fuese debido a alguna ofensa contra Dios que hubiera podido cometer, se
postró ante la imagen de María. Entonces el Niño Jesús le dijo: «Rosa de Mi
Corazón, Yo te quiero por Esposa». Ella respondió: «Aquí tienes Señor a tu
humilde esclava. Tuya soy y Tuya seré».
Al igual que le sucedió a otros santos, también Rosa fue interrogada por la
Inquisición que no pudo alegar nada en contra de ella, puesto que solo
apreciaron su excelsa virtud. Fue adornada con dones de penetración de
espíritus y profecía. Vaticinó la fundación del monasterio de Santa Catalina
de Siena con todo lujo de detalles, la fecha de su muerte y el ingreso de su
madre en un monasterio, hecho que se produjo tiempo después de su
fallecimiento. La última etapa de su vida la pasó en casa de Gonzalo de
Massa, un hombre destacado del gobierno virreinal que la acogió como a una
hija. Allí se reunían en torno a ella personas de lo más granado de la
sociedad limeña a las que evangelizaba. En ese lugar se erigió después el
monasterio que lleva su nombre. Rosa sufrió un ataque de hemiplejía, y
cuando su salud se agravó, musitaba: «Señor, auméntame los sufrimientos,
pero auméntame en la misma medida tu amor». Murió a los 31 años con fama de
santidad el 24 de agosto de 1617. Clemente IX la beatificó el 15 de abril de
1668. Y Clemente X la canonizó el 12 de abril de 1671.
(22 de agosto de 2015) © Innovative Media Inc.