ANUNCIO DEL JUICIO FINAL: 14,6-20 en 'EL APOCALIPSIS, REVELACIÓN DE LA GLORIA DEL CORDERO'
de Emiliano Jiménez Hernández
ANUNCIO DEL
JUICIO FINAL: 14,6-20
Los ángeles del juicio
Siega y vendimia de las naciones
LOS ANGELES DEL JUICIO
Los ángeles, mensajeros de Dios, vuelan en lo alto del cielo y descienden
con diversos mensajes para "los habitantes de la tierra". El primer ángel
anuncia una buena noticia: un evangelio eterno destinado a todos los
hombres. Es el anuncio de la salvación que Dios ofrece a cuantos se
conviertan a Él antes del final: "Vi a otro ángel que volaba por lo alto del
cielo y tenía una buena nueva eterna que anunciar a los que están en la
tierra, a toda nación, raza, lengua y pueblo. Decía con fuerte voz: Temed a
Dios y dadle gloria, porque ha llegado la hora de su Juicio; adorad al que
hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales de agua" (14,6-7).
Temer a Dios y darle gloria, reconocer su gloria manifestada en las
maravillas de la creación es algo posible y, por tanto, algo que se puede
pedir a todo hombre, aunque no pertenezca al pueblo elegido y no haya
conocido a Cristo. Este es el mensaje de Pablo a los romanos (Rm 1,18-23). A
todos se les pide reconocer y adorar a Dios como Creador "porque lo
invisible de Dios, desde la creación del mundo, se ha dejado ver a la
inteligencia a través de sus obras" (Rm 1,20).
Este anuncio recuerda el canto de los ángeles al dar a los pastores la
noticia del nacimiento de Cristo (Lc 2,14). Evoca también la predicación de
Juan Bautista (Mt 3,1), repetida por el mismo Jesús (Mt 4,17). Es un anuncio
universal, destinado a toda la humanidad: a toda nación, raza, lengua y
pueblo. Acoger el anuncio de la salvación es el único camino para escapar
del juicio y alcanzar la salvación eterna.
Al anuncio de salvación sigue el anuncio del juicio ya realizado. Un nuevo
ángel proclama la caída de Babilonia. En realidad es una profecía enunciada
como cumplida para subrayar la absoluta certeza de su cumplimiento: "Y un
segundo ángel le siguió diciendo: Cayó, cayó la Gran Babilonia, la que dio a
beber a todas las naciones el vino del furor" (14,8).
El juicio hiere a Babilonia, la ciudad que se opone a Jerusalén y es, por
tanto, símbolo de la impiedad. El grito del ángel recoge el eco de los
profetas: "Cayó, cayó Babilonia, y todas las estatuas de sus dioses se han
estrellado contra el suelo" (Is 21,9; Jr 51,7s; Dn 4,27). Con la imagen
tradicional del "vino de la cólera", usada por Jeremías, se expresa la culpa
de Babilonia: de ella ha partido la seducción que ha arrastrado todo el
mundo a la idolatría. Como Nínive (Na 3,4) y como Tiro (Is 23,15ss),
Babilonia aparece como una prostituta que ha embriagado a muchos pueblos con
sus artes de seducción (Jr 51,7), llevándoles a la idolatría.
El nombre de Babilonia sobrevive como símbolo de la ciudad histórica, que
causa horror con sólo nombrarla, y en la apocalíptica judía y cristiana se
convierte en seudónimo de Roma (1P 5,13). En el Apocalipsis de Juan conserva
este mismo simbolismo, pero también supera los límites históricos.
Babilonia, la capital de la bestia (17,1s), existe en todos los tiempos,
contraria por principio al monte Sión, la roca del Cordero (14,1-5;
17,1-18,24).
El tercer ángel se dirige a los adoradores de la bestia. Estos han
traicionado a Dios y a su Ungido. Y se han traicionado a sí mismos en cuanto
imágenes de Dios (Gn 1,26) y, si son cristianos, imágenes del Hijo de Dios,
porque han sido marcados con su sello en el bautismo. Por ello les tocará
apurar el "vino de la ira de Dios" en toda su pureza, es decir, sin
rebajarlo con el agua de la misericordia: "Un tercer ángel les siguió,
diciendo con fuerte voz: Si alguno adora a la Bestia y a su imagen, y acepta
la marca en su frente o en su mano, tendrá que beber también del vino del
furor de Dios, que está preparado, puro, en la copa de su cólera. Será
atormentado con fuego y azufre, delante de los santos Angeles y delante del
Cordero. Y la humareda de su tormento se eleva por los siglos de los siglos;
no hay reposo, ni de día ni de noche, para los que adoran a la Bestia y a su
imagen, ni para el que acepta la marca de su nombre" (14,9-11).
Al vino de prostitución de Babilonia corresponde el vino de la ira de Dios.
La imagen del "vino de la cólera de Dios" es clásica en el Antiguo
Testamento como expresión de la intervención de Dios en la historia para
juzgar la impiedad y la idolatría (Is 51,17.22; Jr 25,15; Ez 23,32-34). "En
Señor tiene en su mano una copa llena de vino drogado: lo escanciará, lo
sorberán hasta las heces, lo beberán los malvados de la tierra" (Sal 75,9).
A la embriaguez devastadora se unen los símbolos típicos del castigo divino:
azufre, fuego y humo, con lo que la narración del castigo de los adoradores
de la bestia recuerda la destrucción de Sodoma y Gomorra (Gn 19,24). Como
aquellas ciudades fueron castigadas con el fuego así lo serán ahora los
seguidores de la bestia (19,20; 20,10-15; Is 39,9s). Contemplando este final
de los condenados, Juan repite su exhortación a la constancia en la fe:
"Aquí se requiere la paciencia de los santos, de los que guardan los
mandamientos de Dios y la fe de Jesús" (14,12).
Esta exhortación a la fidelidad la confirma una voz del cielo, que proclama
una bienaventuranza para quienes, en medio de la persecución, permanecen
firmes, testimoniando la fe con el martirio: "Luego oí una voz que decía
desde el cielo: Escribe: Dichosos los muertos que mueren en el Señor. Desde
ahora, sí dice el Espíritu , que descansen de sus fatigas, porque sus obras
los acompañan" (14,13). En el descanso les acompañan las obras de fidelidad
a Dios, la perseverancia en el sufrimiento y en la persecución. Estas obras
alcanzan su recompensa de parte de Dios (Mt 25,31ss).
En el Apocalipsis, cuando habla el Espíritu se refiere siempre al presente
de los cristianos y de la Iglesia: "descansen desde ahora". Los cristianos
que mueren, que se duermen en el Señor (1Co 15,18), entran ya en el reposo
de Dios. Reposan de sus obras como Dios se reposó en el séptimo día: "Pues
quien entra en su descanso, también él descansa de sus obras como Dios de
las suyas" (Hb 4,10). Nuestra vida es semejante a una semana, con seis días
de duro trabajo, pero se nos ha prometido un séptimo día, el descanso
eterno, del que el sábado es un anticipo. El descanso del día del Señor es
el sacramento del Reino prometido.
SIEGA Y VENDIMIA DE LAS NACIONES
En una nueva visión, a Juan se le concede contemplar a grandes líneas el
juicio, que más tarde (19,11-20,15) él describirá en sus detalles
particulares. La siega y la vendimia, símbolos del juicio usados en el
Antiguo y Nuevo Testamento, forman también en el Apocalipsis el marco del
cuadro. Siega y vendimia aparecen en el profeta Joel (Jl 4,13) como símbolos
del único juicio. En el Apocalipsis, en cambio, se habla de dos juicios. Con
la siega del grano se anuncia el retorno a casa de los elegidos (14,14-16),
mientras que la vendimia y el lagar son imágenes del juicio de los
condenados (14,17-20). Jesús usa la imagen de la cosecha como símbolo de
esperanza: "Cuando el fruto está maduro, en seguida se le mete la hoz,
porque ha llegado la siega" (Mc 4,29; Jn 4,35-38; Mt 9,37-38).
La visión comienza con la aparición del Hijo del Hombre sobre una nube
blanca, signo dado por el ángel el día de la Ascensión sobre el retorno del
Señor (Hch 1,9-11). Se trata, pues, del Mesías que aparece glorificado con
una corona de oro, símbolo de victoria y de dominio (14,14). Trae en la mano
una hoz afilada, símbolo de su misión de juez. Así había anunciado Cristo su
venida gloriosa a la tierra como juez de vivos y muertos (Mt 24,30; 26,64).
Ya aparece esta imagen en un texto en el que el profeta Joel describe el
"día del Señor" en el Valle de Josafat: "Meted la hoz porque la mies está
madura, venid a pisar, que el lagar está lleno y las tinajas rebosan...
tantos son sus delitos" (Jl 4,13).
Desde el templo, lugar de la presencia de Dios (7,15; 11,19), sube un cuarto
ángel, que lleva al Hijo del Hombre la orden del Padre de comenzar la siega,
es decir, el juicio sobre los hombres. Sólo el Padre conoce y decide la hora
(Mc 13,32; Hch 1,7) de dar comienzo al juicio: "Y seguí viendo. Había una
nube blanca, y sobre la nube sentado uno como Hijo de hombre, que llevaba en
la cabeza una corona de oro y en la mano una hoz afilada. Luego salió del
Santuario otro ángel gritando con fuerte voz al que estaba sentado en la
nube: Mete tu hoz y siega, porque ha llegado la hora de segar; la mies de la
tierra está madura. Y el que estaba sentado en la nube metió su hoz en la
tierra y se quedó segada la tierra" (14,14-16).
El juicio se lleva a cabo en un instante. La siega no la realiza el Señor,
sino sus segadores, los ángeles, dice Jesús en el evangelio (Mt 13,39.41.49:
24,41). El Hijo del Hombre, sentado sobre la nube blanca, preside y dirige
la siega, que los ángeles ejecutan.
A la imagen de la siega sigue la descripción de la vendimia, que no es una
simple repetición, sino que nos hace contemplar una nueva situación. El
juicio abarca ahora a un grupo diverso de hombres y, en lugar del Hijo del
Hombre, preside un ángel, a quien otro ángel trasmite la orden de Dios de
dar comienzo a la vendimia. El ángel que lleva la orden de Dios procede del
altar del santuario, es decir, del lugar donde han orado los mártires,
implorando a Dios que les haga justicia contra sus adversarios (6,9s): "Otro
ángel salió entonces del Santuario que hay en el cielo; tenía también una
hoz afilada. Y salió del altar otro ángel, el que tiene poder sobre el
fuego, y gritó con fuerte voz al que tenía la hoz afilada: Mete tu hoz
afilada y vendimia los racimos de la viña de la tierra, porque están en
sazón sus uvas. El ángel metió su hoz en la tierra y vendimió la viña de la
tierra y lo echó todo en el gran lagar del furor de Dios. Y el lagar fue
pisado fuera de la ciudad y brotó sangre del lagar hasta la altura de los
frenos de los caballos en una extensión de mil seiscientos estadios"
(14,17-20).
El significado de las imágenes se ilumina a la luz del Antiguo Testamento
(Jl 4,13; Is 63,1-6). Dios deja crecer los racimos del mal hasta que están
maduros (Mt 13,30), para ser luego pisados "fuera de la ciudad". Joel coloca
el juicio de los malvados delante de las murallas de Jerusalén, en el valle
de Josafat (Jl 4,2.12). También en Joel se encuentra la imagen de la tina
llena de la ira de Dios (Jl 4,13). Es un juicio terrible donde corre la
sangre a torrentes.
Algo semejante anuncia Juan Bautista, preparando el camino al Mesías: "En su
mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero,
pero la paja la quemará con fuego que no se apaga" (Mt 3,12). La cosecha
supone la presencia del grano bueno y, por tanto, de la recogida de los
elegidos en los graneros del cielo. Del trigo se separa la paja que va a
parar al fuego eterno.
Podemos ver en la imagen de la vendimia a Cristo que "padeció fuera de la
puerta de la ciudad para santificar al pueblo con su sangre" (Hb 13,12).
Jesús es pisado junto a los pecados de los hombres para santificarnos con su
sangre. "El que no conoció pecado fue hecho pecado por nosotros, para que
nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2Co 5,21). La sangre de
Cristo salpicó hasta los confines de la tierra.
En Cristo, que toma sobre sí nuestros pecados y es pisado en el lagar, se
realiza la profecía de Isaías: "¿Quién es ése que viene de Edom, con
vestidos teñidos de rojo? Soy yo que hablo con justicia, un gran libertador.
¿Y por qué está rojo tu vestido, como el de un lagarero? El lagar he pisado
yo solo; de mi pueblo no hubo nadie conmigo. Los pisé con ira, y salpicó su
sangre mis vestidos" (Is 63,1-4).