EL APOCALIPSIS, REVELACIÓN DE LA GLORIA DEL CORDERO
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INDICE
(Los números se refieren a las páginas
del libro)
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PRESENTACIÓN
Ver y oír 5
Mensaje de esperanza 5
Como vidrieras de una catedral 6
El sabor agridulce de la esperanza
8
PRÓLOGO: 1,1-20 9
La visión de Patmos 9
Dedicatoria epistolar
10
Presentación de Juan 12
Icono de Cristo en la gloria 13
CARTAS A LAS SIETE IGLESIAS: 2,1-3,22 15
A la Iglesia de Éfeso 15
A la Iglesia de Esmirna
17
A la Iglesia de Pérgamo 18
A la Iglesia de Tiatira 20
A la Iglesia de Sardes
21
A la Iglesia de Filadelfia
23
A la Iglesia de Laodicea
24
EL CORDERO, SEÑOR DE LA HISTORIA: 4,1-5,14 27
Liturgia ante el Trono de Dios
27
Dios entrega el poder al Cordero
29
LOS SIETE SELLOS: 6,1-8,1 33
Los cuatro sellos primeros 33
Quinto y sexto sello 34
El triunfo de los elegidos
37
El séptimo sello 40
LAS SIETE TROMPETAS: 8,1-11,19 41
El incensario de oro
41
Las cuatro primeras trompetas 42
Quinta y sexta trompeta 43
El libro abierto 46
Los dos testigos 48
Séptima trompeta 50
LA MUJER Y EL DRAGÓN: 12,1-17 51
Dos signos en el cielo
51
Batalla en el cielo
54
Las alas de águila 55
LAS DOS BESTIAS Y EL CORDERO: 13,1-14,5 57
Primera bestia: el Anticristo 57
La segunda bestia: el profeta del Anticristo
58
El Cordero y los ciento cuarenta y cuatro mil
59
ANUNCIO DEL JUICIO FINAL: 14,6-20 63
Los ángeles del juicio 63
Siega y vendimia de las naciones 64
LAS SIETE COPAS: 15,1-16,22 67
Cántico de Moisés y del Cordero 67
Las plagas de las siete copas
68
LA GRAN CIUDAD: 17,1-19,10 71
La gran prostituta 71
Ebria de sangre 72
La caída de Babilonia 73
Cantos de luto 75
Cantos triunfales en el cielo y en la tierra
77
EL COMBATE ESCATOLÓGICO: 19,11-20,15 79
Primer combate
79
Exterminio de las naciones paganas 80
Segundo combate escatológico 83
El juicio de las naciones 83
LA JERUSALÉN CELESTIAL: 21,1-22,5 85
Sinfonía de la nueva creación 85
Exterior de la nueva Jerusalén 88
Interior de la ciudad 90
Nuevo paraíso terrenal 91
¡VEN, SEÑOR JESÚS!: 22,6-21 93
VER Y OÍR
La palabra apocalipsis (Ap 1,1), transcripción literal del término griego,
significa revelar, quitar el velo que cubre una cosa y la esconde a los
ojos. Apocalipsis significa, pues, revelación y no catástrofe. El
apocalipsis es esencialmente la revelación que Dios hace a los hombres de
cosas escondidas y que sólo El conoce. Los profetas son ante todo oyentes de
la palabra, como nos dice la carta a los hebreos "Dios ha hablado por medio
de los profetas a lo largo de la historia y en los últimos tiempos nos ha
hablado por su Hijo Jesucristo" (Hb 1,1-2). Juan es, ante todo, el Vidente.
La revelación de Dios le llega a través de visiones. Por ello el verbo ver
llena los 22 capítulos del Apocalipsis.
Y el verbo ver nos trae a la memoria el comienzo de la primera carta de San
Juan: "Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
contemplamos y palparon nuestras manos acerca de la Palabra de vida... os lo
anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y
nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo... Os lo
escribimos para que nuestro gozo sea completo" (1Jn 1,1-4).
Apocalipsis y profecía se complementan. Juan, en el Apocalipsis, se presenta
como Vidente y también como Profeta (1,3; 10,7; 11,18; 22,6.9.18). El
profeta, en el Antiguo Testamento, es ante todo el mensajero e intérprete de
la palabra de Dios. Es el hombre elegido y enviado por Dios para recordar y
mantener la alianza con su pueblo. Para invitar al pueblo a la fidelidad a
la alianza, Dios pone en la boca del profeta su palabra y le revela sus
planes (1S 10,1ss; Is 7,14; Jr 28,15ss; 44,29s).
También en el cristianismo de los orígenes, el profeta ocupa un puesto
importante. San Pablo, en la jerarquía de los carismas, coloca la profecía
en segundo lugar, inmediatamente después del apóstol (1Co 12,28-29; Ef
4,11). Los profetas se encargan de exhortar y consolar a los fieles (1Co
14,2), anunciar, en caso de necesidad, el futuro (Hch 11,28; 21,11) y,
fundamentalmente, explicar a la luz del Espíritu las Escrituras (1P
1,10-12), descubriendo el "misterio" del "plan de Dios" (1Co 13,2; Ef 3,5;
Rm 16,25), mostrando sobre todo que la muerte y resurrección de Cristo se
han realizado "según las Escrituras".
En el Antiguo Testamento es Yahveh quien llama a sus profetas (Is 6,8ss; Jr
1,4ss; Ez 1,1...), ahora el profeta Juan (22,9) es llamado por Jesucristo
(1,9-20), pues es enviado a anunciar "la revelación de Jesucristo" (1,1).
MENSAJE DE ESPERANZA
El Apocalipsis se abre con un "prólogo en la tierra": las siete cartas
dirigidas a las Iglesias del Asia menor (2-3). Sigue la grandiosa visión
celeste que tiene como protagonistas la corte celestial, Cristo Cordero y el
libro sellado de la historia (4-5). La apertura del libro y el desvelamiento
del mal encerrado en él corresponden al Cordero. Lo hace mediante una
célebre trilogía de septenarios: siete sellos rotos (6-7), siete trompetas
(8-11) y las siete copas de las plagas del juicio (15-17). Dentro de esta
trilogía se injertan otras escenas potentes y, al final, irrumpe con toda su
vehemencia el juicio divino sobre las potencias de este mundo (18-20). Pero
el juicio deja espacio a la gloriosa epifanía de la nueva Jerusalén, sede
definitiva de los elegidos. Esta es la desembocadura de la historia, que no
cae en el abismo vacío, sino que acaba en el encuentro pleno con Dios en la
alegría (21-22).
Los apocalipsis se han desarrollado sobre todo en períodos de crisis, cuando
el pueblo de Dios sufre la persecución de los poderes públicos. Era entonces
urgente sostener a los fieles, explicándoles el sentido sobrenatural de la
prueba a que eran sometidos, anunciándoles el triunfo de Dios sobre los
perseguidores. En el Apocalipsis de Juan se da la misma situación. En Ap
6,9-11 se mencionan los mártires "degollados a causa de la palabra de Dios",
que piden justicia de su sangre derramada. En 7,9-14 la multitud "inmensa,
imposible de contar", que está ante el trono de Dios, es la multitud de
quienes "han triunfado en la gran prueba" de la persecución. Las palmas que
llevan en sus manos son el símbolo de la victoria. La presencia de los
mártires, que "no han querido adorar la imagen de la Bestia ni llevar en la
frente el signo de su nombre", llena todo el Apocalipsis a partir del
capítulo 13 (16,16; 17,6; 18,24; 19,2; 20,4; 21,8).
El Apocalipsis ofrece un mensaje de esperanza para el tiempo de persecución.
Se trata de la persecución desencadenada en Roma contra los cristianos. El
imperio romano es designado con el número misterioso de 666 (13,8); a Roma
se le da el nombre de Babilonia (17,5), la ciudad asentada sobre siete
colinas (17,9), que se embriaga con la sangre de los mártires y quiere
imponer al mundo el culto idolátrico de sus emperadores divinizados.
A los cristianos, desconcertados por la persecución, el Apocalipsis les da
una palabra de esperanza, pues la persecución será pasajera, el reino de la
Bestia y la acción de Satanás están a punto de acabar. Dios, en la persona
de Cristo, viene a establecer definitivamente su reino. El retorno de Cristo
está cercano (1,37; 22,10.12.20). Cristo viene a exterminar a los
perseguidores de su pueblo. Babilonia (Roma) será aniquilada (14,8; 17-18),
la Bestia será arrojada al horno de fuego (19,11-21) y se abrirá una era
nueva, era de paz y alegría (21,1-8). El reino de Dios será definitivamente
instaurado bajo el poderío del Cordero (5,10; 11,17; 19,6.16).
COMO VIDRIERAS DE UNA CATEDRAL
Cuando el autor del Apocalipsis describe una visión no se preocupa de lograr
una representación plástica coherente, imaginable. Busca simplemente
traducir en símbolos lo que Dios le comunica. Para ello acumula cosas,
colores y números simbólicos, sin preocuparse del efecto plástico logrado.
En el apocalipsis el simbolismo, -una cosa material que evoca una realidad
espiritual-, cobra una gran importancia. Juan nos da el significado de
varios símbolos: una estrella representa un ángel, un candelero es la
representación de una Iglesia particular (1,20), siete lámparas de fuego o
siete ojos evocan los siete espíritus de Dios (4,5; 5,6), las siete cabezas
de la bestia pueden representar siete colinas (¿las de Roma?) o siete reyes
(17,9-10), mientras el lino de una blancura esplendente simboliza las buenas
acciones de los fieles (19,8)... En estos casos el autor nos ha dado el
significado de los símbolos, pero no lo hace siempre, pues supone que el
oyente o lector sabe el significado que él atribuye a las cosas.
Paul Claudel veía el Apocalipsis como un templo lleno de símbolos, "cuyos
significados se abren ante nosotros y se renuevan de era en era, como los
arcos y las vidrieras de una catedral". El simbolismo es como un manto que
se extiende por todas las páginas del libro. Imágenes, símbolos, metáforas,
tomadas frecuentemente de la Biblia, nos revelan y velan la realidad
profunda de la historia.
Sobre las vidrieras se entrecruzan los más variados colores, dando origen a
un importante simbolismo cromático, que tiene como base el blanco, entendido
como el color de la luz, signo de la resurrección y de la gloria. Por ello
los elegidos, que participan en la liturgia celeste, están vestidos con
túnicas blancas (7,9). Al blanco se opone el rojo, que evoca la sangre y es,
por ello, signo de violencia; es el color del manto del dragón, hambriento
de víctimas (12,3). El escarlata es símbolo del lujo y la depravación ; la
gran Prostituta, Babilonia, cabalga sobre una bestia de color escarlata y
está vestida de púrpura y escarlata (17,3-4).
El Apocalipsis elabora además un simbolismo zoológico. Cristo es el Cordero,
que tiene como adversarios el dragón, la bestia, "la serpiente antigua".
Cristo tiene como consejeros cuatro "seres vivos" del perfil de león, de
toro, de hombre y de águila. Una terrible caballería que recorre el mundo
azotándolo y seres monstruosos golpean y envenenan la tierra. Por ejemplo,
las langostas (c. 9) son tan grandes que parecen caballos, de rostro humano
y cabellera femenina, dentadura de león, vientre acorazado, colas venenosas
como aguijones de escorpión...
En las vidrieras de esta catedral del Apocalipsis hay otros muchos símbolos,
Desfilan por ellas múltiples personajes, como los veinticuatro ancianos o la
mujer encinta. Emergen cabezas y cuernos, frentes y manos marcadas con el
sello del Cordero o de la Bestia, bocas de las que salen espadas, fémures
con inscripciones, ojos, cabellos...
A todos estos símbolos se asocian los números, con su valor simbólico tan
importante en toda la literatura apocalíptica. En cada página del
Apocalipsis nos encontramos con una o varias cifras simbólicas. Los números
más significativos son el 7 y el 12, con sus múltiplos respectivos o su
mitad. El 7 es el símbolo de Cristo y de Dios. Cristo envía 7 cartas a las 7
Iglesias; abre 7 sellos; Dios ordena a 7 ángeles que toquen las 7 trompetas
y a otros 7 ángeles que derramen 7 copas, dando origen a los famosos
septenarios del libro. Luego estos septenarios se encadenan el uno con el
siguiente: el último elemento de un septenario interrumpe la cadena para
abrir el septenario sucesivo.
El número 12 evoca las tribus de Israel y los apóstoles; 12 son las
estrellas de la corona de la mujer encinta, las puertas de la nueva
Jerusalén y también los fundamentos sobre los que se apoya la ciudad. Los
marcados con el sello del Cordero son 144.000 (12 por 12 por 1.000), la
muralla mide 144 codos (12 por 12) y cada lado de la ciudad mide 12.000
estadios. Naturalmente las fracciones de estos números perfectos son símbolo
de imperfección. Así el número de la bestia es 666 (600+60+6) que es
múltiplo de 6, la mitad de 12, el número perfecto. Igual se debe decir del 3
y medio, que aparece varias veces (3 tiempos y medio; 3 años y medio; 42
meses; 1.260 días: siempre 3 años y medio). El tiempo de los enemigos de
Dios es siempre la mitad de 7. Está siempre destinado al fracaso.
El simbolismo cósmico aparece ramificado por todo el libro. Tiene como base
los cuatro puntos cardinales y se extiende a todos los elementos del cielo y
de la tierra. Se evocan las estrellas, el sol, la luna, el arco iris, las
nubes, el rayo, el granizo, el fuego, los montes, las islas, el mar, los
ríos, las fuentes, el oro, piedras preciosas, bronce, hierro, la vendimia y
la cosecha... Y como cumbre aparece la ciudad santa de Jerusalén, presentada
en todo su esplendor, o el desmantelamiento de Babilonia, la ciudad del mal
y del caos.
Armonía y disolución, orden y confusión, tierra sólida y mar caótico se
enfrentan en un duelo constante hasta que de las cenizas del viejo mundo
brota el cielo nuevo y la tierra nueva "donde el mar ya no existe" (21,1).
El símbolo desea penetrar en el oyente o lector del Apocalipsis. Busca
impresionarlo y conmoverlo con su fuerza innata. Por ello, para escuchar el
Apocalipsis, no basta con acercarse a él con un código de equivalencias:
"esto significa esto". Esta reducción del símbolo a un concepto lo
desnaturaliza, le despoja de su colorido y de su valor de evocación, que
envuelve al lector y al oyente, introduciéndole dentro de la palabra, para
iluminar y mover su vida con ella.
EL SABOR AGRIDULCE DE LA ESPERANZA
Cuando se abre el libro del Apocalipsis, se siente una fuerte atracción y un
gran vértigo. Es un texto marcado por la sangre de la historia y una obra de
contemplación, inmersa en un halo de luz que circunda una ciudad perfecta y
maravillosa, en la que no hay llanto ni muerte.
El bien y el mal se enfrentan en su último duelo. Ejércitos de ángeles y
demonios se oponen entre sí en la historia de los hombres sobre la tierra.
Babilonia, la ciudad soberbia y triunfante de este mundo, cae y, sobre sus
ruinas, se alza gloriosa la nueva y santa Jerusalén.
Cristo, bajo el símbolo bíblico del Cordero, abre y hace visible, a través
de su apocalipsis, el libro sellado de la historia. Más que revelarnos el
final del mundo, nos revela el fin, el significado último de la historia. El
Apocalipsis es, en primer lugar, una revelación para el "hoy" de la
historia. Nos da la luz para descubrir el significado íntimo, escondido, de
la historia de hoy, que puede estar aparentemente enredada y llena de
conflictos. La esperanza en la meta última, hacia la que convergen los
caminos a veces torcidos de los acontecimientos humanos, se hace sostén
firme para el presente en el que hay que afrontar duras luchas contra el mal
y mantener la difícil fidelidad al Señor.
El Apocalipsis, por ello, encierra una tensión, una espera, una orientación
hacia arriba, hacia el más allá, hacia el final de la historia. La comunidad
eclesial, situada en la historia entre el ya y el todavía no, camina de
conversión en conversión, purificándose cada día, con la esperanza de entrar
en la comunión plena del encuentro definitivo con Dios.
El Apocalipsis es, pues, el libro del presente y del futuro, del combate y
de la esperanza, de la semilla y del fruto, de la Jerusalén histórica, en la
que mora también la sanguinaria Babilonia, y de la nueva y santa Jerusalén.
Es el libro del miedo y de la alegría, del juicio y de la gloria.
Quizás la palabra que mejor define el libro del Apocalipsis es la esperanza.
Víctor Hugo decía que cada hombre tiene dentro de sí su isla de Patmos. Es
libre de ir sobre el tremendo promontorio del pensamiento donde se perciben
las tinieblas, pero desde donde también se ve surgir el sol del alba de un
día que ya no conocerá la noche, ni habrá necesidad de lámparas "porque el
Señor Dios nos alumbrará y reinaremos por los siglos de los siglos" (22,5).
El Apocalipsis suscita la esperanza recordando a los cristianos que Dios
tiene en sus manos las riendas de la historia.
El Apocalipsis es el último don de la revelación de Dios. Dichoso el que lo
lea, los que lo escuchen y quienes lo vivan (1,3; 22,7). Al principio
resulta un poco amargo, luego se siente su dulzura y, al final, deja el
sabor agridulce de la esperanza (10,9-10).