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LA VIDA DON DE DIOS
TEMAS FUNDAMENTALES DE BIOETICA

 

 

IV. NEGACIONES DE LA VIDA

1. Anticonceptivos

2. Esterilización

3. Pena de muerte

4. La guerra

5. Huelga de hambre

6. Drogas

7. Terrorismo

8. Inviolabilidad de la vida humana

 

Bioética - Respetar el don de la vida  regalo de Dios

 

IV. NEGACIONES DE LA VIDA

 

            En nuestra época, en contraste con los innumerables declaraciones en favor de la vida y de los derechos del hombre, existe una gama inmensa de agresiones a la vida: actitudes, ideologías y estados de opinión que constituyen auténticas negaciones de la vida. Esta civilización es el caldo de cultivo de las agresiones a la vida que analizaré en este capítulo.

El anuncio del Evangelio de la vida hoy es particularmente urgente ante la impresionante multiplicación y agudización de las amenazas a la vida de las personas, especialmente cuando ésta es débil e indefensa... Y, por desgracia, este alarmante panorama, en vez de disminuir, se va más bien agrandando. Con las nuevas perspectivas abiertas por el progreso científico y tecnológico surgen nuevas formas de agresión contra la dignidad del ser humano, a la vez que se va delineando y consolidando una nueva situación cultural, que confiere a los atentados contra la vida un aspecto inédito y -podría decirse- aún más inicuo ocasionando ulteriores y graves preocupaciones: amplios sectores de la opinión pública justifican algunos atentados contra la vida del hombres en nombre de los derechos de la libertad individual, y sobre este presupuesto pretenden no sólo la impunidad, sino incluso la autorización por parte del Estado, con el fin de practicarlos con absoluta libertad y además con la intervención gratuita de las estructuras sanitarias (EV 3 y 4).

            Hoy nos hallamos "ante una sociedad moralmente enferma". Se aprecian más los bienes materiales que la vida humana. La "falta de respeto al niño no nacido es un espejo de la condición del hombre de nuestro mundo. En cada uno de los niños muertos antes de nacer se pone en cuestión el valor de la vida de todos, también de los adultos". En nuestra "sociedad desmoralizada" "se justifica, legaliza y practica el abominable crimen del aborto"; "se alzan voces en favor de la legalización de la eutanasia"; "se siguen eliminando vidas humanas y cometiendo atropellos a las personas, por el persistente y execrable cáncer de la violencia terrorista", "el ignominioso e incalificable tráfico de drogas y su degradante consumo"; "y por último, la venta de armamentos que atizan los conflictos locales y pueden llegar a producir situaciones de pérdida de la paz universal".[1]

            Los rasgos más salientes de esta mentalidad que lleva a negar la vida,  según los obispos españoles en su Nota sobre el aborto, son:

            ‑la concepción utilitarista del hombre, que privilegia la dimensión productiva del hombre. En nuestra civilización, escriben los obispos españoles, "parece abrirse paso una visión parcial y unilateral del hombre, en la que se le valora, no tanto por su intrínseca dignidad, cuanto por su productividad y rendimiento económico" (n.8).[2]

            ‑el consumismo, que hace depender la felicidad de la posesión y consumo de cosas. En una civilización del consumo, competitiva además como la nuestra, el otro aparece como un agresor ya desde el seno materno; viene a entrar en el reparto de los bienes. "Es necesario, advierten los obispos, fomentar una concepción del hombre auténticamente humana, menos condicionada por manipulaciones de todo género y por los nuevos ídolos y tabúes de la sociedad de consumo. Esta conversión, que se debe operar en el hombre, es el verdadero camino para remediar un mal, del que el aborto no es muchas veces sino una manifestación externa" (n.15).

            ‑El hombre de nuestra civilización industrializada y robotizada es una hombre que busca su seguridad en la programación y planificación de sus actividades y de su vida en general. Esta reducción unilateral le incapacita para acoger toda sorpresa que la vida le depara. Un hijo no programado, una enfermedad no prevista, propia o de un familiar, el sufrimiento y el amor le encuentran desarmado; y ante cualquier sorpresa no sabe reaccionar de otra manera que eliminando los resultados no programados.

            ‑Este hombre frío y calculador es, necesariamente, esclavo de la tiranía de las emociones que no puede ahogar ni controlar. En sus decisiones vitales, no programadas, se rige por una marea incontrolada de emociones instintivas. De ello se servirán los manipuladores de masas en sus campañas ideológicas que explotan los casos conflictivos, dolorosos y frecuentemente dramáticos, para contar con el apoyo democrático masivo para sus propuestas de anticoncepción, esterilización, divorcio, aborto, eutanasia...

            Es la civilización de la violencia, que engendra una cultura de muerte: "Vivimos en un mundo en el que, si bien se ha adquirido una intensa conciencia de la dignidad de la persona, son, sin embargo, muy frecuentes las violencias de todo orden dirigidas contra la misma. Las guerras, la violencia ejercida desde distintas formas de poder, el terrorismo, la indiferencia o insuficiente atención ante las catástrofes sufridas por pueblos y razas, el mismo desorden en el desarrollo tecnológico, son muestras de una práctica depreciación de la vida del hombre" (n.6). Como punto de partida es conveniente recordar un texto clave de la Gaudium et spes:

Todo cuanto se oponga a la misma vida, como los homicidios de cualquier género, el genocidio, el aborto, la eutanasia o el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas infligidas al cuerpo o a la mente, los intentos de coacción espiritual; todo lo que ofende a la dignidad humana...; todas estas prácticas y otras parecidas son, ciertamente, infamantes y, al degradar a la civilización humana, todavía deshonran más a los que así se comportan que a los que sufren la injusticia.(n.27)

 

Anticonceptivos - Bioética

1. ANTICONCEPTIVOS

            En la escalada progresiva de negaciones de la vida la contracepción ocupa el primer peldaño. En todas partes se ha comenzado con la propaganda y la difusión de los anticonceptivos; se ha pasado en un segundo momento al aborto, para llegar finalmente a la esterilización voluntaria. Esta gradualidad no tiene nada de casual, sino que es deliberada. La aceptación del aborto presupone un terreno cultural anticonceptivo; para llegar al aborto es preciso crear antes una mentalidad antinatalista (antilife mentality), es decir, convencer a la gente de que un nuevo nacimiento es un mal que hay que evitar. Una vez establecida esta mentalidad, el aborto aparece como la salida obligada para las concepciones que se escaparon al control de los anticonceptivos. La esterilización llega después como el método más seguro y menos traumatizante para evitar nuevos nacimientos. Esta búsqueda del medio más eficaz y más fácil ha llevado a la producción de anticonceptivos cada vez con menos riesgos para la salud y también a las píldoras abortivas (píldora del día siguiente), que trasladan el aborto de la clínica a la propia casa.[3]

            Entre los métodos contraceptivos artificiales, que no respetan la totalidad y particularidad del acto conyugal, están los anticonceptivos mecánicos, los farmacológicos, los espermaticidas y el "coitus interruptus". En la actualidad se va perdiendo la confianza en la cotracepción hormonal por razones no morales sino médico‑sanitarias.[4] Hay que recordar, además, que la espiral tiene fundamentalmente un efecto abortivo, ya que impide la anidación del óvulo fecundado.

            La apertura a la vida es fruto del amor a la vida. Quien no ama la vida o tiene miedo de vivir, expresa sus temores y desconfianza limitando los nacimientos. Una cultura de muerte agranda los temores con campañas sobre el peligro demográfico y ecológico para limitar los nacimientos de nuevas vidas. Una civilización del amor y de la vida, dando sentido a la vida y esperanza de vida eterna, hace posible la apertura gozosa a la procreación.[5]

            Los esposos, que viven el gozo agradecido del amor mutuo, saben que la vida conyugal se expresa en la verdad del amor y no en la manipulación del gesto conyugal. La verdad total y personal del acto conyugal es negada cuando se busca en él únicamente la dimensión psicológico‑afectiva (o peor aún, genital placentera), impidiendo la dimensión procreativa. Se niega igualmente cuando el acto sexual es visto sólo como un hecho biológico sin su dimensión afectiva y espiritual. Es lo que ya constataba el Concilio Vaticano II con su análisis realista de nuestra sociedad consumista y antinatalista, en la que "el amor matrimonial queda frecuentemente profanado por el egoísmo, el hedonismo y los usos ilícitos contra la generación" (GS 47).

            El acto conyugal, en su verdad personal plena, comprende las dos dimensiones intrínsecamente interdependientes y no accesoriamente unidas. Se manipula dicho acto conyugal cuando se separa en él el amor y la vida: con esta reducción, la sexualidad no expresa la totalidad del ser personal de los esposos:

El acto conyugal con el que los esposos manifiestan recíprocamente el don de sí mismos expresa simultáneamente la apertura al don de la vida: es un acto inseparablemente corporal y espiritual. En su cuerpo y a través del cuerpo los esposos consuman el matrimonio y pueden llegar a ser padre y madre. Para ser conforme con el lenguaje del cuerpo y con su natural generosidad, la unión conyugal debe realizarse respetando la apertura a la generación, y la procreación de una persona humana debe ser el fruto y el término del amor esponsal.(DV II 4)

            Con la Humanae vitae hay, pues, que afirmar:

Queda excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación.(n.14)

            Cerrarse al amor o a la vida, separando ambos aspectos, va contra el plan de Dios sobre la sexualidad humana, es decir, va contra el hombre mismo:

Cuando los esposos, mediante el recurso a la anticoncepción, separan estos dos significados que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión sexual, se comportan como árbitros del designio divino y manipulan y envilecen la sexualidad humana, y con ella la propia persona del cónyuge, alterando su valor de donación total. Así, al lenguaje natural, que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce no solamente el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal.(FC 32)

            Y la Donum vitae ha unido en su juicio moral la contracepción y la fecundación artificial, porque ambas coinciden en su negación de la verdad personal plena de la sexualidad conyugal:

La contracepción priva intencionadamente al acto conyugal de su apertura a la procreación y realiza de ese modo una disociación voluntaria de las finalidades del matrimonio. La fecundación artificial homóloga, intentando una procreación que no es fruto de la unión específicamente conyugal, realiza objetivamente una separación análoga entre los bienes y los significados del matrimonio.(II,4)    

            Hay que añadir, además, que los anticonceptivos tuvieron su raíz en las dificultades de las parejas en relación a la ragulación de los nacimientos, pero en seguida se han convertido en métodos y estrategia de colonización por parte de los países más desarrollados e influyentes para condicionar el desarrollo demográfico de los pueblos emergentes. La contracepción se ha convertido en un medio de control demográfico al hacer depender las ayudas económicas de la planificación familiar. Determinadas fuerzas económicas y organizaciones internacionales han impuesto a las naciones pobres este criminal chantaje, ya denunciado por Pablo VI en la Humanae vitae y reiterado en la Familiaris consortio (n. 6 y 30).[6]

 

Esterilización - Bioética

2. ESTERILIZACION

            La mentalidad anticonceptiva no se detiene en los medios químicos o mecánicos contraceptivos, sino que ha provocado "el recurso cada vez más frecuente a la esterilización" (Ibidem 6). La esterilización antiprocreativa, en la actualidad, es un problema particularmente vivo. El desarrollo creciente de la praxis anticonceptiva, en su búsqueda del anticonceptivo ideal, encuentra en la esterilización el método más seguro, inocuo y eficaz. La misma Organización Mundial de la Salud declara que "la esterilización es actualmente uno de los métodos principales para controlar la fecundidad en el mundo".[7] Las políticas demográficas de muchos países la promueven, ofreciéndola incluso como un servicio social.   

            Por otra parte, los avances de la ciencia médica, sobre todo en lo que se refiere a la microcirugía, han convertido la esterilización, tanto en el hombre como en la mujer, en una técnica de fácil realización, practicable en régimen ambulatorio y en un tiempo no superior a veinte minutos. Esta facilidad técnica apenas da a quien la padece la sensación de haberse sometido a una amputación quirúrgica

            Los métodos más usados en la esterilización masculina son la vasotomía: simple sección del conducto deferente; y la vasectomía: extirpación de un segmento de dicho conducto. Ambas técnicas imposibilitan la emisión de esperma fértil. La eficacia de la vasectomía, en orden a la exclusión de un posible embarazo, es mucho mayor que cualquier otro método del control de la fertilidad, excepción hecha de la ligadura de trompas en la mujer. Las posibilidades de un embarazo son mínimas; se da  alguna vez por recanalización espontánea del conducto deferente, por oclusión o sección errónea, por duplicación congénita del conducto o por la realización del acto sexual en el período posterior muy cercano a la operación, cuando aún quedan acumulados espermatozoides en el aparato reproductor.

            La técnica más frecuente de esterilización de la mujer es la ligadura de trompas, que puede realizarse con una minilaparotomía a través de una incisión en la piel no mayor de dos centímetros. La simplicidad, eficacia y bajo costo de este procedimiento ha contribuido a su multiplicación.

            Para aclararnos, antes de dar el juicio moral sobre la esterilización, es conveniente hacer algunas precisaciones. Por esterilización humana se entiende aquellas intervenciones que tienen por objeto privar al que las sufre de la facultad procreativa.

            La esterilización puede ser orgánica ‑extirpación o modificación de alguno de los órganos indispensables para la procreación‑ o funcional ‑respetando la integridad de los órganos, mediante sustancias farmacológicas se impide su normal funcionamiento. En los dos casos se produce artificialmente una infecundidad biológica: incapacidad de fecundar o de ser fecundada.

            La esterilización puede ser temporal o permanente, según exista o no la ulterior posibilidad de restablecer la función procreativa. La reversibilidad de la esterilización quirúrgica está condicionada, en parte, por el tiempo que haya pasado desde que se realizó y también ‑en cuanto a la recuperación efectiva de la función generativa‑ por la formación o no de anticuerpos antiespermáticos. En cuanto a la ligadura de trompas, la reversibilidad depende del tipo de técnica utilizada en la primera intervención y del lugar tubárico en que se realizó la ligadura.

            Recuperar la capacidad generativa no es sinónimo de recanalización, que la microcirugía ha simplificado y es fácil. Pero no siempre queda garantizada la capacidad generativa con la recanalizazión, pues la capacidad generativa depende de otros muchos factores. Quien se somete a la esterilización debe saber que lo más probable es que sea permanente.

            Desde el punto de vista moral no se considera la esterilización indirecta, es decir, cuando la esterilización no es buscada directamente, ni como medio ni como fin, sino que se da como consecuencia inevitable de una intervención que tiene por objeto conservar o recuperar la salud gravemente comprometida por la disfunción de un órgano imprescindible para la procreación.[8]

            La motivación de esta esterilización terapéutica es salvar la vida o aliviar dolores persistentes y graves, aunque ello comporte la supresión de la capacidad generativa como una consecuencia inevitable. No ofrece ninguna duda el caso de la histerectomía realizada para remediar un estado patológico grave del útero, cuando no existe otro tratamiento eficaz menos mutilante. Así sucede, por ejemplo, en el caso del cáncer uterino, en el que el único tratamiento eficaz posible consiste en la extirpación del útero con lo que se provoca indirectamente un estado de esterilidad permanente. El mismo caso se da en  algunos cánceres de próstata que llevan consigo la extirpación testicular, o cánceres de mama con dependencia hormonal de los ovarios, en los que junto a la mamectomía se debe practicar la ovariectomía,

            Una clarificación especial merece el caso de un útero con malformaciones o debilitado con cicatrices múltiples como consecuencia de repetidos partos con cesárea. La histerectomía estaría permitida a causa del deterioro en que se encuentra el útero en el momento en que se realiza la intervención y no únicamente a causa del peligro que pudiera provenir de un hipotético o posible embarazo.

            La licitud de la esterilización no está ligada al número de cesáreas que haya sufrido la mujer, sino a las condiciones reales en que se encuentra el útero. Es falsa la opinión de que la mujer no puede tener sin grave riesgo más de tres cesáreas. La técnica de la cesárea baja ‑única que se realiza actualmente‑ permite que se puedan realizar varias sin ningún tipo de riesgo. Por esto no se puede admitir que tres operaciones de cesárea constituyan un motivo suficiente para justificar la histerectomía. Sólo si el útero enfermo, independientemente del embarazo, es la causa del peligro para la vida de la mujer, su extirpación sería lícita, pues la esterilidad que se provoca no es buscada directamente ni como medio ni como fin, sino que se trata de una consecuencia inevitable de un tratamiento que tiene por objeto conservar la salud gravemente comprometida por la presencia del útero enfermo. Esta es la respuesta dada ya por Pío XII en su discurso a los Urólogos y repetida al Congreso Internacional de Hermatología:

La Iglesia, sin embargo, no considera de ningún modo ilícito el uso de los medios terapéuticos verdaderamente necesarios para curar enfermedades del organismo, a pesar que se siguiese un impedimento, aún previsto, para la procreación, con tal de que ese impedimento no sea, por cualquier motivo, directamente querido.[9]

            A parte de la esterilización voluntaria, se da también la esterilización coactiva, es decir, la esterilización impuesta por la autoridad pública sin contar con el consentimiento de quien la padece. En la historia pasada se dio la esterilización coactiva como punición o castigo por los delitos sexuales o como humillación de los guerreros enemigos vencidos y, a veces, también se conocen casos de esterilización vindicativa como la ordenada por el tío de Eloisa contra el filósofo Pedro Abelardo, al tener conocimiento de la relación de éste con su sobrina.

            Los motivos que se aducen hoy para imponer la esterilización son, generalmente, la eugenesia y el control de natalidad. La esterilización coactiva eugenésica se impone con el fin de evitar la transmisión de taras hereditarias y, de este modo, mejorar la calidad y condiciones de vida de un determinado país. Se incluyen aquí las esterilizaciones racistas, que buscan eliminar de la población una raza considerada inferior.

            Con la esterilización eugenésica se trata de evitar a toda costa el nacimiento de un hombre tarado, pues se le considera una carga considerable para la sociedad; la esterilización del cónyuge capaz de transmitir la tara es el medio más eficaz, ya que los demás métodos anticonceptivos son difíciles de controlar y siempre más costosos.[10]

            Dentro de este punto, Ch. Curran ha incluido el caso de la esterilización de las mujeres que sufren un grave retraso mental. Opina que la esterilización puede estar recomendada, cuando por violencia o ignorancia, una deficiente mental estuviese expuesta al acto sexual y a quedar embarazada; e incluso para prevenir las hemorragias menstruales y los problemas de higiene que se derivan de este hecho fisiológico... La esterilización en estos casos "es un derecho que la sociedad debe tutelar".[11]

            Sobre este particular de las retrasadas mentales baste la respuesta de E. Sgreccia: "Parece absurdo que, para impedir un abuso, se procure un daño físico, no a la persona que realiza el abuso, sino a la que lo sufre, y más tratándose, en el caso de la inhábil de mente, de una persona que ya está disminuida".[12] Los padres o las personas que las tienen bajo su custodia, y la misma sociedad, tienen la obligación de velar por el bien integral de estas personas. Las molestias que les puedan causar no son un motivo para esterilizarlas.

            Pero la motivación que ha provocado más esterilizaciones en nuestro tiempo ha sido la de contener el crecimiento demográfico. A comienzos de los años sesenta, la esterilización es incluida dentro de los programas destinados a evitar la llamada explosión demográfica. Gobiernos y organismos internacionales condicionan sus ayudas económicas a los países pobres a la reducción de la natalidad por medio de una planificación familiar que, no pocas veces, incluye la esterilización impuesta por la ley.

Otro fenómeno actual, en el que confluyen frecuentemente amenazas y atentados contra la vida, es el demográfico... Como el antiguo Faraón, hoy no pocos poderosos de la tierra consideran como una pesadilla el crecimiento demográfico actual y temen que los pueblos más prolíficos y más pobres representen una amenaza para el bienestar y la tranquilidad de sus Países. Por ello..., promueven e imponen por cualquier medio una masiva planificación de los nacimientos. Las mismas ayudas económicas, que estarían dispuestos a dar, se condicionan injustamente a la aceptación de una política antinatalista (EV 16).

            Uno de los casos más conocidos es el de la India. Desde que en 1958 entró en vigor el primer programa de planificación familiar hasta el año 1980, se habían practicado más de veinte millones de esterilizaciones; sólo en 1976 se practicaron ocho millones.

            Otro país del que se han obtenido estadísticas oficiales de esterilizaciones coactivas es China: treinta millones de mujeres y diez millones de hombres fueron esterilizados entre 1979 y 1984; casi una tercera parte de las parejas casadas en edad de procrear.

            En el fondo, las soluciones dadas por los neomalthusianos para frenar la, según ellos, explosión demográfica no son más que la conclusión lógica de una concepción puramente materialista del hombre, a quien se considera exclusivamente como un ser biológico que vive en una colectividad política sin dignidad personal. Se puede decir que los criterios demográficos serían los mismos de la eugenesia aplicada a conservar o mejorar la especie.

            Pero, junto a la esterilización coactiva, hoy se ha extendido de forma alarmante, sobre todo en los países desarrollados, la esterilización voluntaria, que se realiza con el consentimiento de quien la padece, bien por propia iniciativa o por indicación médica, o por acuerdo común de la pareja. La extensión del recurso a la esterilización por libre elección en los últimos años, supone una cultura que separa, en la actividad sexual, el significado unitivo del procreativo. El objeto directo es incapacitar a una persona para la procreación. Puede ser practicada con el fin de evitar directamente los hijos o como medio para impedir otras consecuencias que puedan derivarse inevitablemente del embarazo o del nacimiento de un nuevo hijo.

            Las motivaciones que se aducen para justificar la esterilización antiprocreativa son innumerables; entre las más frecuentes se pueden señalar: el excesivo miedo a la maternidad, el rechazo de las limitaciones de libertad personal que lleva consigo el embarazo o los hijos, la escasez de medios económicos, problemas habitacionales, el temor a transmitir enfermedades congénitas o hereditarias, el riesgo que supondría para la madre un eventual embarazo, etc.[13] Con el fin de evitar problemas que se derivarían de un nuevo embarazo, se ha hecho práctica habitual en muchos hospitales la esterilización de multíparas ‑con o sin consentimiento de ellas‑, después de una segunda o tercera cesárea.

            La condena de la esterilización, fiel a la tradición del magisterio de la Iglesia, sobre todo en Pío XII, aparece de forma explícita y concisa en la Humanae vitae:

Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer.(n. 14)

            Por no citar más textos, recojo el documento de la C. para la Doctrina de la Fe, donde aparece de modo específico el sentir de la Iglesia sobre la esterilización, en contra de la opinión de algunos teólogos del dissenso:

Cualquier esterilización que por sí misma o por su naturaleza y condiciones propias, tiene por objeto inmediato que la facultad generativa quede incapacitada para la procreación, se debe retener como esterilización directa, tal como es entendida en las declaraciones del Magisterio pontificio, especialmente por Pío XII. Por lo tanto queda absolutamente prohibida, según la doctrina de la Iglesia, independientemente de la recta intención subjetiva de los agentes para proveer la salud o para prevenir un mal físico o psíquico  que se prevé o se teme derivará del embarazo. Ciertamente está más gravemente prohibida la esterilización de la misma facultad que la de un acto, ya que la primera conlleva un estado de esterilidad, casi siempre irreversible. Y la autoridad pública no puede invocar, de ninguna manera, su necesidad para el bien común, porque sería lesivo para la dignidad e inviolabilidad de la persona humana. Igualmente, no se puede invocar en este caso el principio de totalidad, por el que se justifican las intervenciones sobre los órganos para un mayor bien de la persona; de hecho, la esterilidad por sí misma no se dirige al  bien integral rectamente entendido de la persona, "salvo en el orden de las cosas y de los bienes" (Humanae vitae), sino que daña su bien ético, que es supremo, al privar deliberadamente de un elemento esencial la prevista y libremente elegida actividad sexual.[14]

            En conclusión, la esterilización directamente procreativa, al disociar voluntariamente de modo radical y total los dos significados de la sexualidad humana, se hace acreedora del juicio negativo de ilicitud. Con la esterilización, lo mismo que con la anticoncepción y el aborto, el hombre no sólo rompe por propia iniciativa la conexión inseparable entre los dos aspectos del acto conyugal, sino que también deforma el mismo significado unitivo. La unión buscada en una actividad sexual voluntariamente despojada del significado procreativo, no es nunca unión conyugal, porque no es un verdadero acto de amor conyugal; sería una falsificación de la verdad interior del amor conyugal que está llamado a entregarse en plenitud personal.

     Y al ser el cuerpo y la sexualidad partes no accesorias sino constitutivas del ser del hombre, la esterilización es ofensiva y contradice a todo el ser del hombre. La moralidad supone el respeto a la totalidad y unidad del ser humano, si no queremos caer en el dualismo antropológico, que empieza por sacrificar el aspecto corpóreo, para terminar con la destrucción de la persona.

     Es cierto que se dan casos límites en la vida conyugal, en los que conjugar el amor unitivo y la apertura a la vida según la voluntad de Dios sólo es posible "fomentando el espíritu de sacrificio" (GS 50) y "cultivando sinceramente la virtud de la castidad conyugal" (n.51). La  castidad no es renuncia, sino ingrediente del amor. Los esposos cristianos, que entienden su vida y su amor ligados al amor de Dios, estarán preparados para hacer lo que el amor aconseja y para renunciar a lo que contradice el amor. La cruz de su vida se hace gloriosa a la luz de la cruz de Cristo, liberando su vida conyugal del hedonismo, que mata el amor.[15]

 

Pena de muerte - Bioética

3. PENA DE MUERTE

            Sin examinar las bases del derecho penal de la sociedad, hay que afirmar que la defensa de la justicia por la violencia, hasta infligir la muerte, no es la mejor pedagogía para sensibilizar en el respeto al valor de la vida. Brevemente, examino tres expresiones de esta violencia: la pena de muerte, la tortura y la legítima defensa.

            a) Pena de muerte

            El hombre, por ser imagen de Dios, merece siempre que se le respete la vida. Dios sale en defensa de la vida hasta del fratricida Caín (Gén 4,15). Y Cristo, redentor del pecador, se declara contra la ley del talión, invitando a una actitud nueva, como signo y expresión de su salvación: el amor a los enemigos (Mt 5,38‑41). La dinámica de la venganza, que añade muerte a muerte, es sustituida por la dinámica del perdón y el amor. La justicia de Cristo, que se carga con el mal hasta dar la vida por el malvado, hace justo al pecador. A la adúltera, que según la Ley mosaica debe ser lapidada, no la condena, sino que con el perdón la regenera.

            La vida y muerte de Cristo manifiestan la paciencia y misericordia de Dios, que no desespera del hombre, dándole confianza hasta el último momento de su vida. La pena de muerte es, en cambio, una expresión de desesperación y desconfianza del hombre. Es negarle la posibilidad de regeneración. Las penas, que la sociedad inflige a los culpables, deberían ir encaminadas a favorecer su recuperación. Esta función medicinal de la pena desaparece con la eliminación del reo. En este sentido, la pena de muerte aparece como una pobre justificación de las negligencias de la sociedad  para resolver las causas de la criminalidad  o como un medio para eximirse de las propias responsabilidades respecto a los inadaptados o discrepantes de sus ideas.

Respecto a la pena de muerte, tanto en la Iglesia como en la sociedad civil, hay una tendencia progresiva a pedir una aplicación muy limitada e, incluso, su total abolición... Hoy, gracias a la organización cada vez más adecuada de la institución penal, los casos de absoluta necesidad de eliminación del reo, por no ser posible la defensa de la sociedad de otro modo, son ya muy raros, por no decir prácticamente inexistentes (EV 56 y 27).

 

            b) La tortura

            Con la pena de muerte, hoy se sigue negando el valor y respeto de la vida en las diversas y sofisticadas formas modernas de tortura. Desde los malos tratos físicos a las variadas formas de tortura psíquica, con técnicas cada vez más "limpias" de huellas, en nuestro mundo no ha desaparecido este recurso para obtener confesiones o informaciones o para castigar a los disidentes. En 1975 la ONU daba esta definición de tortura, (no ciertamente con intención didáctica):

Se entenderá por tortura todo acto por el cual un funcionario público, u otra persona a instigación suya, inflija intencionalmente a una persona penas o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido, o de intimidar a la persona o a otros.

            La tortura física atenta contra la integridad de la persona y toda tortura atenta contra la dignidad del hombre: vulnera la libertad interior, anula o disminuye la racionalidad y reduce al hombre a un objeto.[16]

 

            c) Legítima defensa

            Dentro de la violencia a la vida del hombre, está la llamada legítima defensa y muerte del injusto agresor. En este caso se da una aceptación casi general de la violencia. La moral tradicional, en consonancia con el sentir común de los hombres, ha considerado lícito el recurso a la fuerza contra el injusto agresor incluso hasta producirle la muerte, con tal de que se cumplieran determinados requisitos.

            La moral cristiana, siguiendo en este punto la pedagogía de la ley bíblica del talión, se ha limitado con frecuencia  a limitar los casos en que quedaba legitimada la defensa propia y a poner los límites y condiciones de dicha defensa. Una primera condición era la necesidad, es decir, que no existiera otra alternativa para protegerse de la agresión. En segundo lugar, que la defensa fuera sólo defensa, sin dejarse arrastrar por sentimientos de odio o venganza hacia el agresor. Para la moral matar o agredir a una persona humana, aunque fuera un agresor injusto, es siempre lamentable y nunca motivo de orgullo o satisfacción. Y en tercer lugar, para que sea legítima la defensa propia, se señalaba la necesidad de una proporción entre los bienes amenazados por el agresor y la respuesta del agredido. La vida del agresor está siempre por encima de cualquier bien material.

            En la condición de hombre sometido al pecado, la acción de la moral cristiana ha prestado un servicio a la vida señalando los límites dentro de los cuales la defensa puede considerarse legítima. Pero quizá la moral cristiana no ha señalado, en toda su radicalidad, la novedad evangélica que aparece en Jesucristo, que no responde al mal, sino que como Cordero de Dios quita el mal cargándolo sobre sí (doble significado del latín tollere). Con E. Chiacacci, la moral cristiana está llamada a presentar "el anuncio moral cristiano en toda su radicalidad y totalidad como llamada a dejarse matar antes que matar. La vida de Cristo, que no se defiende ante la agresión, sino que se entrega a la muerte en rescate de los mismos agresores, es la expresión plena de la voluntad del Padre, que acepta la muerte del inocente por los pecadores. Este amor es la expresión de la lógica del Reino, que Cristo inaugura para sus discípulos, dándoles su mismo Espíritu para que puedan amar como El nos amó. Este amor es el camino, la verdad y la vida plena para el hombre (Cfr Mt 5,38‑48;Lc 6,27‑36;Rom 12,17‑21;1Cor 6,1‑8;1Pe 2,18‑25).[17]

 

La guerra - Bioética

4. LA GUERRA

            Pablo VI calificó a la guerra de "hecho irracional en sumo grado" y Juan Pablo la ha calificado de "aventura sin retorno". Cuando hace cuatro meses puse en el esquema de este libro la palabra guerra no pensé que escribiría este capítulo en plena guerra en el Golfo Pérsico. Esto prueba que el armamento, como ya afirmó el Vaticano II, se acumula no sólo para disuadir sino para ser empleado.

            La incoherencia de la guerra con el mensaje evangélico de la moral cristiana sobre el don de la vida es algo evidente. La guerra actual, como toda guerra, es la consecuencia de los mecanismos, climas personales y sociales, contextos y estructuras políticos que valoran el nacionalismo, el orgullo, la economía o otros intereses por encima de la vida humana.

            En el Evangelio de Cristo no se habla de la guerra, pero sí de la erradicación de las causas de la guerra.[18] Como escribe D.C. Maguirre "la apreciación de la dignidad de las personas y el poder del amor que sufre señalan la fuente genuina de la paz; al dirigirse a la pecaminosidad del hombre, el Evangelio pide una eliminación de las causas radicales de la guerra. El sermón del monte ofrece los objetivos máximos de justicia y paz, para realizarlos plenamente en la 'nueva tierra donde habita la justicia', pero que se han de realizar ahora en una tensión creativa".

            El testimonio de los primeros cristianos nos proporciona también la aversión a la guerra por parte de la Iglesia primitiva. En los escrutinios de los catecúmenos se exigía para acceder al bautismo la renuncia a la carrera militar y, cuando se mitigó esta praxis, el juramento al menos de dejarse matar antes que matar. Más tarde, con San Agustín y Santo Tomás se fue elaborando toda una doctrina sobre la guerra. Se empieza a hablar de la clásica división de "guerra justa y guerra injusta".

            Para que una guerra sea "justa" se requerían toda una serie de condiciones: imposibilidad de una solución pacífica, una causa justa, decisión tomada por la legítima autoridad, a  la  que corresponde velar por el bien común, e intención recta, es decir, no buscar la venganza ni actuar por crueldad, sino por el deseo de hallar una solución justa a un conflicto. Y, además, una vez en guerra, se exige que ésta se lleve con espíritu de humanidad.

            Quizás, para ser realistas, hay que reconocer el servicio que esta moral ha prestado a la humanidad. En primer lugar, esta teología hizo de la guerra una cuestión moral, cosa desconocida en el mundo antiguo ajeno al cristianismo. Al encuadrar la guerra dentro de un planteamiento moral, de algún modo la liberó de su total irracionalidad y de los caprichos de los poderosos de turno, exigiendo una causa justa y proporcionada. Y, aunque sea algo prácticamente imposible, esta moral se preocupó de crear una actitud moral interior; no basta para justificar la guerra la causa justa externa, sino que se pide la rectitud de intención. Todas estas condiciones eran un freno para la guerra.

            Hoy, el Vaticano II invita a "mirar la guerra con espíritu enteramente nuevo" (GS 80). Dado el potencial bélico acumulado, en estos momentos no cabe la posibilidad de que se den todas las condiciones exigidas por la moral tradicional para que se pueda dar una guerra justa. La guerra es una aventura sin retorno; es imposible calcular el costo en vidas humanas y en desprestigio de la dignidad del hombre. Es la negación del hombre como ser racional. La violencia no puede, por ello, ser un camino de paz.

            La guerra va contra la lógica del amor y de la reconciliación que Cristo anuncia, vive y ofrece al cristiano. La guerra confía la justicia al dictado de la fuerza, a la potencia de las armas y no a la verdad de la razón y del amor. Y si la guerra es "un hecho irracional en sumo grado", lo es también la carrera de armamentos de nuestra sociedad. El Concilio Vaticano II se expresó así:

Por lo tanto, hay que declarar de nuevo: la carrera de armamentos es una gravísima plaga de la humanidad y perjudica a los pobres de un modo intolerable. Hay que temer seriamente que, si perdura, engendre todos los estragos funestos cuyos medios ya prepara.(GS 81)

            La carrera de armamentos, según la síntesis de diversos documentos que hace J. Javier Elizari, es:

            ‑Una malversación de fondos, que podrían cubrir las necesidades humanas de los países menos desarrollados y de las clases marginadas de las sociedades más ricas.

            -"por su solo coste, las armas matan a los pobres, haciéndoles morir de hambre"×[19]

            ‑un escándalo a nivel mundial.

            ‑un peligro de acudir a la utilización de esos armamentos tan destructores.

            ‑una inversión, en cuanto que da la primacía a la fuerza sobre el derecho.

            ‑una ilusión, pues toda seguridad basada en las armas y no en el primado de la razón es frágil y ficticia

            ‑se opone al espíritu cristiano.

            ‑es una locura, pues crea una especie de histeria colectiva y favorece un clima obsesivo de temor, un equilibrio del terror.

            ‑es una contradicción: por una parte, se dice que las armas tienen fines disuasorios; pero, por otra, se está dispuestos a utilizarlas.[20]

            Dentro de la carrera de armamentos hay un aspecto que la Iglesia ha denunciado y condenado con frecuencia: el comercio de armas. Este "comercio de la muerte" exacerba las guerras, aumenta el peligro de que los conflictos locales se extiendan y generalicen.

            Pero el desarme, para ser efectivo, implica un cambio de mentalidad, como puso de manifiesto el Vaticano II:

Pues los que gobiernan los pueblos, que son garantes del bien común de la propia nación y, al mismo tiempo, promotores del bien de todo el mundo, dependen enormemente de las opiniones y de los sentimientos de las multitudes. De nada les sirve el trabajar en la construcción de la paz mientras los sentimientos de hostilidad, de menosprecio y de desconfianza, los odios raciales y las ideologías obstinadas dividen a los hombres y los enfrentan entre sí. Es de suma urgencia proceder a una renovación en la educación de la mentalidad y a una nueva orientación en la opinión pública...Tenemos todos que cambiar nuestros corazones, con los ojos puestos en el orbe entero y en aquellos trabajos que todos juntos podemos llevar a cabo para que nuestra generación mejore.(GS 82)

            Una nueva evangelización, que ofrezca a los hombres el amor y reconciliación con Dios, dará el verdadero sentido de la vida al hombre actual y cambiará su corazón de modo que participe de las bienaventuranzas del Reino de Dios: "Bienaventurados los pacíficos porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9).

 

Huelga de Hambre - Bioética

5. HUELGA DE HAMBRE

            Se puede partir, para buscar una valoración moral de la huelga de hambre, del significado que da a esta expresión el Diccionario de la Real Academia: "Abstinencia total de alimento que se impone a sí misma una persona, mostrando de este modo su decisión de morirse si no consigue lo que pretende".

            La huelga de hambre supone, por tanto, una decisión libre de privarse de alimento hasta la muerte; el hambre es utilizada como instrumento de presión y de reivindicación de un pretendido derecho conculcado. La presión se lleva a cabo causando un daño moral a otra persona o a una institución, acusándola de inhumana hasta el punto de dejar morir de hambre a alguien. Otro elemento fundamental de la huelga de hambre es la publicidad máxima del hecho; para dar publicidad a la huelga de hambre, el huelguista sigue todo un ritual: se elige el lugar, el día y la hora de su comienzo, preparando los cauces de comunicación para dar relevancia al hecho. La entrega de lo más valioso ‑la propia vida‑ ha de aparecer como signo notificador del gran valor que se concede al derecho pretendido. La presión psicológica sobre el otro o sobre la autoridad está en hacerla sentirse responsable de un hecho tan inhumano como dejar morir a una persona a sabiendas, de hambre y lentamente.

            Siendo el alimento la necesidad más primaria, dejarse morir de hambre, es la mayor violencia posible para el hombre, como desprestigio del carácter humanitario al que toda persona e institución tiene derecho y cuyo reconocimiento apetece instintiva y visceralmente. Cuando a una persona, a una institución o a la humanidad se le quita el carácter de humanidad ‑ya que deja morir de hambre a sabiendas a una persona‑ se la está destruyendo desde los cimientos. Se habla a veces de la huelga de hambre como de la fuerza de la debilidad. En realidad es la violencia fría y calculadora más deshumana que existe. Quien recurre a la huelga de hambre, hasta las últimas consecuencias, se mata a sí mismo, declarando la muerte a la humanidad entera, pues se la priva de su valor de humanidad.

            La huelga de hambre no puede justificarse con las mistificaciones de tipo místico sacrifical, como hacen ciertos grupos de presión pseudo‑religiosos. No se puede justificar la huelga de hambre como experiencia de comunión con el hambre que otros padecen por necesidad. Es una burla del hambre impuesta por la necesidad. La fraternidad cristiana se vive en el compartir el pan, no en el fingir compartir por un tiempo el hambre que el otro no desea ni para sí ni para nadie.

            La banalización de la huelga de hambre con su recurso frecuente, como su manipulación por intoxicación ideológica de tipo político o pseudo‑religioso, manifiestan la negación de la vida como germen de ella. El delirio necrófilo que ha aparecido tantas veces en la historia humana sigue hoy apareciendo en ciertos líderes visionarios e  intransigentes, que  instrumentalizan a los pueblos, impulsándoles al suicidio, aunque ellos hablen de heroicidad.

            Llevar a la humanidad hasta el borde de la irracionalidad con la violencia moral que ejerce la huelga de hambre es una prueba más de su inmoralidad. La vida humana no es sólo un valor individual, sino social en contraste con la huelga de hambre. No se puede usar la vida humana como medio, instrumento o táctica para conseguir unos bienes siempre inferiores y que sólo tienen sentido supuesta la vida. Según la frase evangélica, "¿de qué le sirve al hombre ganar todos los bienes de este mundo si pierde su vida?".

 

Drogas - Bioética

6. DROGAS

            Las drogas son otra de las expresiones de la negación de la vida en nuestra sociedad. La utilización de productos para modificar las condiciones psíquicas se ha dado desde siempre en la humanidad. Pero la drogadicción hoy ha adquirido unas proporciones y características enormes.

            El uso de la droga, para lograr nuevas sensaciones o un estado psíquico "agradable" o alucinógeno, tiene graves repercusiones sobre el drogadicto y sobre la sociedad. La drogadicción produce una dependencia, que se manifiesta en la crisis de abstinencia con tal fuerza que hace casi imposible la recuperación del drogadicto. El recurso a la droga o el deseo de poseerla lleva frecuentemente a una conducta antisocial y supone una carga económica elevadísima para la familia y para la sociedad, elevando el número de robos y crímenes.

            Para la Organización Mundial de la Salud "la dependencia psicológica es una necesidad que pide la administración periódica o continua de una droga para producir placer o evitar malestar. Esta necesidad es el factor más poderoso en la intoxicación crónica con drogas psicótropas... Esta puede llevar a la dependencia física, como estado patológico producido por la administración repetida de una droga y que conduce a la aparición de un conjunto característico y específico de síntomas, designados como el síndrome de abstinencia, cuando la administración de una droga cesa...".

            Juan Pablo II, en una homilía, señalaba como factores que inciden en la toxicomanía la falta de motivaciones para la vida y la incomunicación dentro de nuestra sociedad. En concreto, como raíz, señalaba:

La falta de claras y convincentes motivaciones de vida. En efecto, la falta de puntos de referencia, el vacío de valores, la convicción de que nada tiene sentido y que, por tanto, no vale la pena vivir, el sentimiento trágico y desolado de ser viandantes desconocidos en un universo absurdo, puede impulsar a algunos a la búsqueda de huidas rabiosas y desesperadas.

            Al llevar al adicto a las drogas a un estado deshumanizador para él y para la sociedad es preciso rechazar moralmente el consumo de la droga, que pone en peligro la salud física y psíquica, llegando en muchos casos a poner en peligro la misma vida. Y si el consumo de drogas es condenable lo es más el tráfico de las mismas, que movido por el afán de dinero no le importan las consecuencias mortales de su comercio. Ya Pablo VI dijo:

Hemos expresado ya nuestra convicción de que el fenómeno de la droga no existiría, al menos en las proporciones actuales, si no existiera igualmente una red de conspiradores responsables: los productores clandestinos y los traficantes, que buscan una ganancia en el tráfico sistemático de la droga.

 

Terrorismo - Bioética

7. TERRORISMO

            Como "última playa de ruina y de muerte", hay que señalar el terrorismo, que aparece en nuestro mundo en todas sus latitudes como una amenaza irracional contra la vida personal y social. El terrorismo, fruto de nuestra sociedad, es una amenaza constante e interna para ella.

            El terrorismo es una negación de la vida desde todas sus manifestaciones: homicidios, atentados, secuestros de personas, lesiones, intimidaciones, impuesto revolucionario, manipulación constante de la verdad, mutilando o falseando los hechos, silenciándolos u orquestándolos según su conveniencia... La fuerza motriz de su acción es el odio y con frecuencia el ensañamiento.

            Los factores ideológicos, psicológicos o sociales que engendran el terrorismo de nuestro tiempo son múltiples y variados. La conferencia episcopal alemana señala los siguientes:

            ‑Un ideal de sociedad justa e igualitaria, pero privado de vínculos trascendentes, accesible con las meras fuerzas del hombre, cuya consecución sería lícita por cualquier medio; así, un compromiso humanitario inicial se convierte en agente de destrucción.

            ‑el rechazo radical de toda institución, concebida siempre como un freno al desarrollo personal.

            ‑un concepto de libertad no sujeta a normas y carente de límites.

            ‑un tipo de sociedad que no da respuesta a las necesidades fundamentales del hombre: una sociedad puramente pragmática,  cuyo símbolo más elocuente es el consumismo, una sociedad que produce un sentimiento de vacío y de absurdo.

            A estas causas, los obispos añaden la vivencia deficiente de la fe, los reducionismos teológicos de la fe, que impiden que el mensaje cristiano ejerza todo su poder de atracción y de transformación de los hombres.[21]

            Todas estas causas no eximen de responsabilidad personal al terrorista. Quienes exhoneran a los terroristas de responsabilidad personal entran también ellos en la lógica del terrorismo, reduciendo al hombre a un mecanismo del engranaje social, que es la forma más radical y terrorista de negar la dignidad de la persona humana. Juan Pablo II expresa con fuerza su rechazo del terrorismo:

Es necesario poner un dique al terrorismo, el cual no duerme... Acaso los desequilibrios sociales y otras motivaciones han podido permitir una mentalidad crítica, tendiendo a hacer tabla rasa de todo con la esperanza de un futuro mejor, como dicen. Pero, ¿qué futuro, qué futuro mejor puede construirse sobre el odio, que ferozmente se enfurece contra los propios hermanos, qué mañana puede surgir de una última playa de ruina y de muerte?.

 

Inviolabilidad de la vida humana - Bioética

8. INVIOLABILIDAD DE LA VIDA HUMANA

            Frente a estas u otras formas de negar la vida, fruto de una cultura de muerte, la Iglesia se alza incansablemente en defensa de la vida, de toda vida humana. Para no multiplicar las citas, me limito a un solo texto del Magisterio actual de la Iglesia:

La inviolabilidad de la persona, reflejo de la absoluta inviolabilidad del mismo Dios, encuentra su primera y fundamental expresión en la inviolabilidad de la vida humana. Se ha hecho habitual hablar, y con razón, de los derechos humanos; como por ejemplo, sobre el derecho a la salud, a la casa, al trabajo, a la familia y a la cultura. De todos modos, esa preocupación resulta falsa e ilusoria si no se defiende con la misma determinación el derecho a la vida como el derecho primero y fontal, condición de todos los otros derechos de la persona.[22]

            La Iglesia no se ha dado nunca por vencida frente a todas las violaciones que el derecho a la vida, propio de todo ser humano, ha recibido y continúa recibiendo por parte tanto de los individuos como de las mismas autoridades. El titular de tal derecho es el ser humano, en cada fase de su desarrollo, desde el momento de la concepción hasta la muerte natural; y cualquiera que sea su condición, ya sea de salud o de enfermedad, de integridad física o de minusvalidez, de riqueza o de miseria.

            En la aceptación amorosa y generosa de la vida humana, sobre todo si es débil o enferma, la Iglesia vive hoy un momento fundamental de su misión, tanto más necesaria cuanto más dominante se hace una cultura de muerte. En efecto, la Iglesia cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad. Contra el pesimismo y el egoísmo, que ofuscan el mundo, la Iglesia está en favor de la vida: y en cada vida humana sabe descubrir el esplendor de aquel "Sí", de aquel "Amén" que es Cristo mismo (Cfr 2Cor 1,19;Ap 3,14). Frente al "no" que invade y aflige al mundo, pone este "Sí" viviente, defendiendo de este modo al hombre y al mundo de cuantos acechan y rebajan la vida.(Christifideles 38)



     [1] Cfr Conf. Episcopal Española, La verdad os hará libres. La conciencia cristiana ante la actual situación moral de nuestra sociedad, de 20‑11‑1990.

     [2] Cfr EV 23.

     [3] Cfr el análisis de la conexión entre anticoncepción y aborto en EV 13; M.L. DI PIETRO.‑E. SGRECCIA, La contragestazione ovvero l'aborto nascosto, Medicina e Morale 1(1988)5‑34.

     [4] Cfr. F. VECCHIO, Rischi connesi con l'uso dei contraccettivi orali, Medicina e Morale 2(1978)167‑180, donde comenta los datos de dos estudios estadísticos hechos con 46 mil mujeres por 1800 médicos durante 8 años.

     [5] P. BARBERI.‑D. TETTAMANZI, Matrimonio e famiglia nel magistero della Chiesa, Milán 1986; C. CAFFARRA, La trasmissione della vita nella 'Familiaris consortio', Medicina e Morale 4(1983)391‑399;E. SGRECCIA, Il dono della vita, Milán 1987.

     [6] Cfr E. JIMENEZ, Moral sexual. Hombre y mujer imagen de Dios, Bilbao 1990, p. 175‑194.

     [7] OMS, Special Programme of Research Development and Research Training, 1977.

     [8] Cfr L. CICCONE, Non uccidere, questioni di morale della vita fisica, Milano 1984; C. CAFFARRA, Il problema morale della sterilizzazione, Medicina e Morale 19(1979)199ss; D. TETTAMANZI, La sterilizzazione anticoncezionale: per un discorso cristiano, Brezzo de Bedero 1981.

     [9] AAS 45(1953)674‑675; 50(1958)734‑735.

     [10] Cfr J.M. CASAS TORRES, Población, desarrollo y calidad de vida, Madrid 1982.

     [11] Ch. CURRAN, New Perspectives in Moral Theology, Indiana 1976.

     [12] E. SGRECCIA, Manuale de Bioetica, p. 283.

     [13] Cfr G. PERICO, La sterilizzazione volontaria come metodo contraccetivo, Aggiornamenti Sociali 30(1979)198ss.

     [14] AAS 68(1976)738‑739.

     [15] VARIOS, Il problema della sterilizzazione voluntaria, Milán      1983, con amplia bibliografía.

     [16] Cfr Pío XII, AAS 45(1953)730‑744;Pablo VI, AAS 68(1976)707‑714; GS 27.

     [17] Cfr E. CHIAVACCI, Morale della vita fisica, Bologna 1976, p.155‑170.

     [18] Cfr EV 27.

     [19] La Saint‑Siège, et le désarmement général, en DocCath 73(1976)604.

     [20] Cfr J.F. ELIZARI BASTERRA, Praxis cristiana, p. 142‑143.

     [21] Conf. Episc. Alemana, ¿De dónde procede el terrorismo?, en Ecclesia 1891(1978)9‑15; Cfr Juan Pablo II, Es necesario poner un dique al terrorismo, Ecclesia 1979(1980)8‑11.

     [22] Cfr toda la Evangelium vitae, veáse en particular n. 2; 5; 40-41; 53-54.

 

Inviolabilidad de la Vida Humana - Bioética


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