LA VIDA DON DE DIOS
TEMAS FUNDAMENTALES DE BIOETICA
IV. NEGACIONES DE LA VIDA
1. Anticonceptivos
2. Esterilización
3. Pena de muerte
4. La guerra
5. Huelga de hambre
6. Drogas
7. Terrorismo
8. Inviolabilidad de la vida
humana
En nuestra época, en contraste con los
innumerables declaraciones en favor de la vida y de los derechos del
hombre, existe una gama inmensa de agresiones a la vida: actitudes,
ideologías y estados de opinión que constituyen auténticas negaciones de la
vida. Esta civilización es el caldo de cultivo de las agresiones a la vida
que analizaré en este capítulo.
El anuncio del Evangelio de la vida hoy es particularmente urgente
ante la impresionante multiplicación y agudización de las amenazas a la
vida de las personas, especialmente cuando ésta es débil e indefensa... Y,
por desgracia, este alarmante panorama, en vez de disminuir, se va más bien
agrandando. Con las nuevas perspectivas abiertas por el progreso científico
y tecnológico surgen nuevas formas de agresión contra la dignidad del ser
humano, a la vez que se va delineando y consolidando una nueva situación
cultural, que confiere a los atentados contra la vida un aspecto inédito
y -podría decirse- aún más inicuo ocasionando ulteriores y graves
preocupaciones: amplios sectores de la opinión pública justifican algunos
atentados contra la vida del hombres en nombre de los derechos de la
libertad individual, y sobre este presupuesto pretenden no sólo la
impunidad, sino incluso la autorización por parte del Estado, con el fin de
practicarlos con absoluta libertad y además con la intervención gratuita de
las estructuras sanitarias (EV 3 y 4).
Hoy nos hallamos "ante una sociedad moralmente
enferma". Se aprecian más los bienes materiales que la vida humana. La
"falta de respeto al niño no nacido es un espejo de la condición del hombre
de nuestro mundo. En cada uno de los niños muertos antes de nacer se pone en
cuestión el valor de la vida de todos, también de los adultos". En nuestra
"sociedad desmoralizada" "se justifica, legaliza y practica el abominable
crimen del aborto"; "se alzan voces en favor de la legalización de la
eutanasia"; "se siguen eliminando vidas humanas y cometiendo atropellos a
las personas, por el persistente y execrable cáncer de la violencia
terrorista", "el ignominioso e incalificable tráfico de drogas y su
degradante consumo"; "y por último, la venta de armamentos que atizan los
conflictos locales y pueden llegar a producir situaciones de pérdida de la
paz universal".[1]
Los rasgos más salientes de esta mentalidad que
lleva a negar la vida,
según los obispos españoles en su
Nota sobre el aborto,
son:
‑la concepción
utilitarista del hombre, que privilegia la
dimensión productiva
del hombre. En nuestra civilización, escriben los obispos españoles,
"parece abrirse paso una visión parcial y unilateral del hombre, en la que
se le valora, no tanto por su intrínseca dignidad, cuanto por su
productividad y rendimiento económico" (n.8).[2]
‑el consumismo,
que hace depender la felicidad de la posesión y consumo de cosas. En una
civilización del consumo, competitiva además como la nuestra, el otro
aparece como un agresor ya desde el seno materno; viene a entrar en el
reparto de los bienes. "Es necesario, advierten los obispos, fomentar una
concepción del hombre auténticamente humana, menos condicionada por
manipulaciones de todo género y por los nuevos ídolos y tabúes de la
sociedad de consumo. Esta conversión, que se debe operar en el hombre, es
el verdadero camino para remediar un mal, del que el aborto no es muchas
veces sino una manifestación externa" (n.15).
‑El hombre de nuestra civilización
industrializada y robotizada es una hombre que busca su seguridad en la
programación y planificación
de sus actividades y de su vida en general. Esta reducción unilateral le
incapacita para acoger toda sorpresa que la vida le depara. Un hijo no
programado, una enfermedad no prevista, propia o de un familiar, el
sufrimiento y el amor le encuentran desarmado; y ante cualquier sorpresa no
sabe reaccionar de otra manera que eliminando los resultados no programados.
‑Este hombre frío y calculador es,
necesariamente, esclavo de la tiranía de
las emociones que no puede ahogar ni
controlar. En sus decisiones vitales, no programadas, se rige por una marea
incontrolada de emociones instintivas. De ello se servirán los manipuladores
de masas en sus campañas ideológicas que explotan los
casos conflictivos,
dolorosos y frecuentemente dramáticos, para contar con el apoyo democrático
masivo para sus propuestas de anticoncepción, esterilización, divorcio,
aborto, eutanasia...
Es la civilización de la violencia, que engendra
una cultura de muerte: "Vivimos en un mundo en el que, si bien se ha
adquirido una intensa conciencia de la dignidad de la persona, son, sin
embargo, muy frecuentes las violencias de todo orden dirigidas contra la
misma. Las guerras, la violencia ejercida desde distintas formas de poder,
el terrorismo, la indiferencia o insuficiente atención ante las catástrofes
sufridas por pueblos y razas, el mismo desorden en el desarrollo
tecnológico, son muestras de una práctica depreciación de la vida del
hombre" (n.6). Como punto de partida es conveniente recordar un texto clave
de la Gaudium et spes:
Todo cuanto se oponga a la misma vida, como los homicidios de cualquier
género, el genocidio, el aborto, la eutanasia o el mismo suicidio
voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las
mutilaciones, las torturas infligidas al cuerpo o a la mente, los intentos
de coacción espiritual; todo lo que ofende a la dignidad humana...; todas
estas prácticas y otras parecidas son, ciertamente, infamantes y, al
degradar a la civilización humana, todavía deshonran más a los que así se
comportan que a los que sufren la injusticia.(n.27)
En la escalada progresiva de negaciones de la
vida la contracepción
ocupa el primer peldaño. En todas partes se ha comenzado con la propaganda
y la difusión de los anticonceptivos; se ha pasado en un segundo momento al
aborto, para llegar finalmente a la esterilización voluntaria. Esta
gradualidad no tiene nada de casual, sino que es deliberada. La aceptación
del aborto presupone un terreno cultural anticonceptivo; para llegar al
aborto es preciso crear antes una mentalidad antinatalista (antilife
mentality), es decir, convencer a la gente de que un nuevo nacimiento es un
mal que hay que evitar. Una vez establecida esta mentalidad, el aborto
aparece como la salida obligada para las concepciones que se escaparon al
control de los anticonceptivos. La esterilización llega después como el
método más seguro y menos traumatizante para evitar nuevos nacimientos. Esta
búsqueda del medio más eficaz y más fácil ha llevado a la producción de
anticonceptivos cada vez con menos riesgos para la salud y también a las
píldoras abortivas (píldora del día siguiente), que trasladan el aborto de
la clínica a la propia casa.[3]
Entre los métodos contraceptivos artificiales,
que no respetan la totalidad y particularidad del acto conyugal, están los
anticonceptivos mecánicos, los farmacológicos, los espermaticidas y el
"coitus interruptus". En la actualidad se va perdiendo la confianza en la
cotracepción hormonal por razones no morales sino médico‑sanitarias.[4]
Hay que recordar, además, que la espiral
tiene fundamentalmente un efecto abortivo, ya que impide la anidación del
óvulo fecundado.
La apertura a la vida es fruto del amor a la
vida. Quien no ama la vida o tiene miedo de vivir, expresa sus temores y
desconfianza limitando los nacimientos. Una
cultura de muerte
agranda los temores con campañas sobre el peligro demográfico y ecológico
para limitar los nacimientos de nuevas vidas. Una
civilización del amor y de la vida,
dando sentido a la vida y esperanza de vida eterna, hace posible la apertura
gozosa a la procreación.[5]
Los esposos, que viven el gozo agradecido del
amor mutuo, saben que la vida conyugal se expresa en la
verdad del amor
y no en la manipulación del gesto conyugal. La verdad total y personal del
acto conyugal es negada cuando se busca en él únicamente la dimensión
psicológico‑afectiva (o peor aún, genital placentera), impidiendo la
dimensión procreativa. Se niega igualmente cuando el acto sexual es visto
sólo como un hecho biológico sin su dimensión afectiva y espiritual. Es lo
que ya constataba el Concilio Vaticano II con su análisis realista de
nuestra sociedad consumista y antinatalista, en la que "el amor matrimonial
queda frecuentemente profanado por el egoísmo, el hedonismo y los usos
ilícitos contra la generación" (GS 47).
El acto conyugal, en su verdad personal plena,
comprende las dos dimensiones intrínsecamente interdependientes y no
accesoriamente unidas. Se manipula dicho acto conyugal cuando se separa en
él el amor
y la vida:
con esta reducción, la sexualidad no expresa la totalidad del ser personal
de los esposos:
El acto conyugal con el que los esposos manifiestan recíprocamente el don
de sí mismos expresa simultáneamente la apertura al don de la vida: es un
acto inseparablemente corporal y espiritual. En su cuerpo y a través del
cuerpo los esposos consuman el matrimonio y pueden llegar a ser padre y
madre. Para ser conforme con el lenguaje del cuerpo y con su natural
generosidad, la unión conyugal debe realizarse respetando la apertura a la
generación, y la procreación de una persona humana debe ser el fruto y el
término del amor esponsal.(DV II 4)
Con la Humanae vitae hay, pues, que afirmar:
Queda excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su
realización, o en el de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o
como medio, hacer imposible la procreación.(n.14)
Cerrarse al amor o a la vida, separando ambos
aspectos, va contra el plan de Dios sobre la sexualidad humana, es decir, va
contra el hombre mismo:
Cuando los esposos, mediante el recurso a la anticoncepción, separan estos
dos significados que Dios Creador ha inscrito en el ser del hombre y de la
mujer y en el dinamismo de su comunión sexual, se comportan como
árbitros del designio divino y manipulan y envilecen la
sexualidad humana, y con ella la propia persona del cónyuge, alterando su
valor de donación total. Así, al lenguaje natural, que expresa la
recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un
lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro
totalmente: se produce no solamente el rechazo positivo de la apertura a la
vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor
conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal.(FC 32)
Y la Donum
vitae ha unido en su juicio moral la
contracepción y la fecundación artificial, porque ambas coinciden en su
negación de la verdad personal plena de la sexualidad conyugal:
La contracepción priva intencionadamente al acto conyugal de su apertura a
la procreación y realiza de ese modo una disociación voluntaria de las
finalidades del matrimonio. La fecundación artificial homóloga, intentando
una procreación que no es fruto de la unión específicamente conyugal,
realiza objetivamente una separación análoga entre los bienes y los
significados del matrimonio.(II,4)
Hay que añadir, además, que los anticonceptivos
tuvieron su raíz en las dificultades de las parejas en relación a la
ragulación de los nacimientos, pero en seguida se han convertido en métodos
y estrategia de colonización por parte de los países más desarrollados e
influyentes para condicionar el desarrollo demográfico de los pueblos
emergentes. La contracepción se ha convertido en un medio de control
demográfico al hacer depender las ayudas económicas de la planificación
familiar. Determinadas fuerzas económicas y organizaciones internacionales
han impuesto a las naciones pobres este criminal chantaje, ya denunciado por
Pablo VI en la Humanae vitae y reiterado en la Familiaris consortio (n. 6 y
30).[6]
La mentalidad anticonceptiva no se detiene en los
medios químicos o mecánicos contraceptivos, sino que ha provocado "el
recurso cada vez más frecuente a la esterilización" (Ibidem 6). La
esterilización antiprocreativa, en la actualidad, es un problema
particularmente vivo. El desarrollo creciente de la praxis anticonceptiva,
en su búsqueda del anticonceptivo ideal, encuentra en la esterilización el
método más seguro, inocuo y eficaz. La misma Organización Mundial de la
Salud declara que "la esterilización es actualmente uno de los métodos
principales para controlar la fecundidad en el mundo".[7]
Las políticas demográficas de muchos países la promueven, ofreciéndola
incluso como un servicio social.
Por otra parte, los avances de la ciencia médica, sobre todo en lo que se refiere a la microcirugía, han convertido la esterilización, tanto en el hombre como en la mujer, en una técnica de fácil realización, practicable en régimen ambulatorio y en un tiempo no superior a veinte minutos. Esta facilidad técnica apenas da a quien la padece la sensación de haberse sometido a una amputación quirúrgica
Los métodos más usados en la esterilización
masculina son la vasotomía:
simple sección del conducto deferente; y la
vasectomía:
extirpación de un segmento de dicho conducto. Ambas técnicas imposibilitan
la emisión de esperma fértil. La eficacia de la vasectomía, en orden a la
exclusión de un posible embarazo, es mucho mayor que cualquier otro método
del control de la fertilidad, excepción hecha de la
ligadura de trompas
en la mujer. Las posibilidades de un embarazo son mínimas; se da
alguna vez por recanalización espontánea
del conducto deferente, por oclusión o sección errónea, por duplicación
congénita del conducto o por la realización del acto sexual en el período
posterior muy cercano a la operación, cuando aún quedan acumulados
espermatozoides en el aparato reproductor.
La técnica más frecuente de esterilización de la
mujer es la ligadura de trompas,
que puede realizarse con una
minilaparotomía a través de una incisión
en la piel no mayor de dos centímetros. La simplicidad, eficacia y bajo
costo de este procedimiento ha contribuido a su multiplicación.
Para aclararnos, antes de dar el juicio moral
sobre la esterilización, es conveniente hacer algunas precisaciones. Por
esterilización humana se entiende aquellas intervenciones que tienen por
objeto privar al que las sufre de la facultad procreativa.
La esterilización puede ser
orgánica
‑extirpación o modificación de alguno de los órganos indispensables para la
procreación‑ o funcional
‑respetando la integridad de los órganos, mediante sustancias
farmacológicas se impide su normal funcionamiento. En los dos casos se
produce artificialmente una infecundidad biológica: incapacidad de fecundar
o de ser fecundada.
La esterilización puede ser
temporal o
permanente,
según exista o no la ulterior posibilidad de restablecer la función
procreativa. La reversibilidad
de la esterilización quirúrgica está condicionada, en parte, por el tiempo
que haya pasado desde que se realizó y también ‑en cuanto a la recuperación
efectiva de la función generativa‑ por la formación o no de anticuerpos
antiespermáticos. En cuanto a la ligadura de trompas, la reversibilidad
depende del tipo de técnica utilizada en la primera intervención y del
lugar tubárico en que se realizó la ligadura.
Recuperar la capacidad generativa no es sinónimo
de recanalización, que la microcirugía ha simplificado y es fácil. Pero no
siempre queda garantizada la capacidad generativa con la recanalizazión,
pues la capacidad generativa depende de otros muchos factores. Quien se
somete a la esterilización debe saber que lo más probable es que sea
permanente.
Desde el punto de vista moral no se considera la
esterilización indirecta,
es decir, cuando la esterilización no es buscada directamente, ni como medio
ni como fin, sino que se da como consecuencia inevitable de una
intervención que tiene por objeto conservar o recuperar la salud gravemente
comprometida por la disfunción de un órgano imprescindible para la
procreación.[8]
La motivación de esta esterilización
terapéutica es
salvar la vida o aliviar dolores persistentes y graves, aunque ello
comporte la supresión de la capacidad generativa como una consecuencia
inevitable. No ofrece ninguna duda el caso de la histerectomía realizada
para remediar un estado patológico grave del útero, cuando no existe otro
tratamiento eficaz menos mutilante. Así sucede, por ejemplo, en el caso del
cáncer uterino, en el que el único tratamiento eficaz posible consiste en la
extirpación del útero con lo que se provoca indirectamente un estado de
esterilidad permanente. El mismo caso se da en
algunos cánceres de próstata que llevan
consigo la extirpación testicular, o cánceres de mama con dependencia
hormonal de los ovarios, en los que junto a la mamectomía se debe practicar
la ovariectomía,
Una clarificación especial merece el caso de un
útero con malformaciones o debilitado con cicatrices múltiples como
consecuencia de repetidos partos con cesárea. La histerectomía estaría
permitida a causa del deterioro en que se encuentra el útero en el momento
en que se realiza la intervención y no únicamente a causa del peligro que
pudiera provenir de un hipotético o posible embarazo.
La licitud de la esterilización no está ligada al
número de cesáreas que haya sufrido la mujer, sino a las condiciones reales
en que se encuentra el útero. Es falsa la opinión de que la mujer no puede
tener sin grave riesgo más de tres cesáreas. La técnica de la cesárea baja
‑única que se realiza actualmente‑ permite que se puedan realizar varias sin
ningún tipo de riesgo. Por esto no se puede admitir que tres operaciones de
cesárea constituyan un motivo suficiente para justificar la histerectomía.
Sólo si el útero enfermo, independientemente del embarazo, es la causa del
peligro para la vida de la mujer, su extirpación sería lícita, pues la
esterilidad que se provoca no es buscada directamente ni como medio ni como
fin, sino que se trata de una consecuencia inevitable de un tratamiento que
tiene por objeto conservar la salud gravemente comprometida por la presencia
del útero enfermo. Esta es la respuesta dada ya por Pío XII en su discurso a
los Urólogos y repetida al Congreso Internacional de Hermatología:
La Iglesia, sin embargo, no considera de ningún modo ilícito el uso de los
medios terapéuticos verdaderamente necesarios para curar enfermedades del
organismo, a pesar que se siguiese un impedimento, aún previsto, para la
procreación, con tal de que ese impedimento no sea, por cualquier motivo,
directamente querido.[9]
A parte de la esterilización voluntaria, se da
también la esterilización coactiva,
es decir, la esterilización impuesta por la autoridad pública sin contar con
el consentimiento de quien la padece. En la historia pasada se dio la
esterilización coactiva como punición o castigo por los delitos sexuales o
como humillación de los guerreros enemigos vencidos y, a veces, también se
conocen casos de esterilización
vindicativa como la ordenada por el tío de
Eloisa contra el filósofo Pedro Abelardo, al tener conocimiento de la
relación de éste con su sobrina.
Los motivos que se aducen hoy para imponer la
esterilización son, generalmente, la
eugenesia y el control de natalidad. La
esterilización coactiva eugenésica se impone con el fin de evitar la
transmisión de taras hereditarias y, de este modo, mejorar la calidad y
condiciones de vida de un determinado país. Se incluyen aquí las
esterilizaciones racistas, que buscan eliminar de la población una raza
considerada inferior.
Con la esterilización eugenésica se trata de
evitar a toda costa el nacimiento de un hombre tarado, pues se le considera
una carga considerable para la sociedad; la esterilización del cónyuge capaz
de transmitir la tara es el medio más eficaz, ya que los demás métodos
anticonceptivos son difíciles de controlar y siempre más costosos.[10]
Dentro de este punto, Ch. Curran ha incluido el
caso de la esterilización de las mujeres que sufren un grave retraso mental.
Opina que la esterilización puede estar recomendada, cuando por violencia o
ignorancia, una deficiente mental estuviese expuesta al acto sexual y a
quedar embarazada; e incluso para prevenir las hemorragias menstruales y los
problemas de higiene que se derivan de este hecho fisiológico... La
esterilización en estos casos "es un derecho que la sociedad debe tutelar".[11]
Sobre este particular de las retrasadas mentales
baste la respuesta de E. Sgreccia: "Parece absurdo que, para impedir un
abuso, se procure un daño físico, no a la persona que realiza el abuso, sino
a la que lo sufre, y más tratándose, en el caso de la inhábil de mente, de
una persona que ya está disminuida".[12]
Los padres o las personas que las tienen bajo su custodia, y la misma
sociedad, tienen la obligación de velar por el bien integral de estas
personas. Las molestias que les puedan causar no son un motivo para
esterilizarlas.
Pero la motivación que ha provocado más
esterilizaciones en nuestro tiempo ha sido la de contener el crecimiento
demográfico. A comienzos de los años sesenta, la esterilización es incluida
dentro de los programas destinados a evitar la llamada
explosión demográfica.
Gobiernos y organismos internacionales condicionan sus ayudas económicas a
los países pobres a la reducción de la natalidad por medio de una
planificación familiar que, no pocas veces, incluye la esterilización
impuesta por la ley.
Otro fenómeno actual, en el que confluyen frecuentemente amenazas y
atentados contra la vida, es el demográfico... Como el antiguo
Faraón, hoy no pocos poderosos de la tierra consideran como una pesadilla el
crecimiento demográfico actual y temen que los pueblos más prolíficos y más
pobres representen una amenaza para el bienestar y la tranquilidad de sus
Países. Por ello..., promueven e imponen por cualquier medio una masiva
planificación de los nacimientos. Las mismas ayudas económicas, que estarían
dispuestos a dar, se condicionan injustamente a la aceptación de una
política antinatalista (EV 16).
Uno de los casos más conocidos es el de la India.
Desde que en 1958 entró en vigor el primer programa de planificación
familiar hasta el año 1980, se habían practicado más de veinte millones de
esterilizaciones; sólo en 1976 se practicaron ocho millones.
Otro país del que se han obtenido estadísticas
oficiales de esterilizaciones coactivas es China: treinta millones de
mujeres y diez millones de hombres fueron esterilizados entre 1979 y 1984;
casi una tercera parte de las parejas casadas en edad de procrear.
En el fondo, las soluciones dadas por los
neomalthusianos para frenar la, según ellos,
explosión demográfica
no son más que la conclusión lógica de una concepción puramente materialista
del hombre, a quien se considera exclusivamente como un ser biológico que
vive en una colectividad política sin dignidad personal. Se puede decir que
los criterios demográficos serían los mismos de la
eugenesia
aplicada a conservar o mejorar la especie.
Pero, junto a la esterilización coactiva, hoy se
ha extendido de forma alarmante, sobre todo en los países desarrollados, la
esterilización voluntaria, que se realiza con el consentimiento de quien la
padece, bien por propia iniciativa o por indicación médica, o por acuerdo
común de la pareja. La extensión del recurso a la esterilización por libre
elección en los últimos años, supone una cultura que separa, en la
actividad sexual, el significado unitivo del procreativo. El objeto directo
es incapacitar a una persona para la procreación. Puede ser practicada con
el fin de evitar directamente los hijos o como medio para impedir otras
consecuencias que puedan derivarse inevitablemente del embarazo o del
nacimiento de un nuevo hijo.
Las motivaciones que se aducen para justificar la
esterilización antiprocreativa son innumerables; entre las más frecuentes
se pueden señalar: el excesivo miedo a la maternidad, el rechazo de las
limitaciones de libertad personal que lleva consigo el embarazo o los hijos,
la escasez de medios económicos, problemas habitacionales, el temor a
transmitir enfermedades congénitas o hereditarias, el riesgo que supondría
para la madre un eventual embarazo, etc.[13]
Con el fin de evitar problemas que se derivarían de un nuevo embarazo, se
ha hecho práctica habitual en muchos hospitales la esterilización de
multíparas ‑con o sin consentimiento de ellas‑, después de una segunda o
tercera cesárea.
La condena de la esterilización, fiel a la
tradición del magisterio de la Iglesia, sobre todo en Pío XII, aparece de
forma explícita y concisa en la Humanae vitae:
Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado
muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del
hombre como de la mujer.(n. 14)
Por no citar más textos, recojo el documento de
la C. para la Doctrina de la Fe, donde aparece de modo específico el sentir
de la Iglesia sobre la esterilización, en contra de la opinión de algunos
teólogos del dissenso:
Cualquier esterilización que por sí misma o por su naturaleza y condiciones
propias, tiene por objeto inmediato que la facultad generativa quede
incapacitada para la procreación, se debe retener como esterilización
directa, tal como es entendida en las declaraciones del Magisterio
pontificio, especialmente por Pío XII. Por lo tanto queda absolutamente
prohibida, según la doctrina de la Iglesia, independientemente de la recta
intención subjetiva de los agentes para proveer la salud o para prevenir un
mal físico o psíquico que se
prevé o se teme derivará del embarazo. Ciertamente está más gravemente
prohibida la esterilización de la misma facultad que la de un acto, ya que
la primera conlleva un estado de esterilidad, casi siempre irreversible. Y
la autoridad pública no puede invocar, de ninguna manera, su necesidad
para el bien común, porque sería lesivo para la dignidad e inviolabilidad
de la persona humana. Igualmente, no se puede invocar en este caso el
principio de totalidad, por el que se justifican las intervenciones sobre
los órganos para un mayor bien de la persona; de hecho, la esterilidad por
sí misma no se dirige al bien
integral rectamente entendido de la persona, "salvo en el orden de las cosas
y de los bienes" (Humanae vitae), sino que daña su bien ético, que
es supremo, al privar deliberadamente de un elemento esencial la prevista y
libremente elegida actividad sexual.[14]
En conclusión, la esterilización directamente
procreativa, al disociar voluntariamente de modo radical y total los dos
significados de la sexualidad humana, se hace acreedora del juicio negativo
de ilicitud. Con la esterilización, lo mismo que con la anticoncepción y el
aborto, el hombre no sólo rompe por propia iniciativa la conexión
inseparable entre los dos aspectos del acto conyugal, sino que también
deforma el mismo significado unitivo. La unión buscada en una actividad
sexual voluntariamente despojada del significado procreativo, no es nunca
unión conyugal, porque no es un verdadero acto de amor conyugal; sería una
falsificación de la verdad interior del amor conyugal que está llamado a
entregarse en plenitud personal.
Y al ser el cuerpo y la sexualidad partes
no accesorias sino constitutivas del ser del hombre, la esterilización es
ofensiva y contradice a todo el ser del hombre. La moralidad supone el
respeto a la totalidad y unidad del ser humano, si no queremos caer en el
dualismo antropológico, que empieza por sacrificar el aspecto corpóreo,
para terminar con la destrucción de la persona.
Es cierto que se dan casos límites en la
vida conyugal, en los que conjugar el amor unitivo y la apertura a la vida
según la voluntad de Dios sólo es posible "fomentando el espíritu de
sacrificio" (GS 50) y "cultivando sinceramente la virtud de la castidad
conyugal" (n.51). La
castidad no es renuncia, sino ingrediente
del amor. Los esposos cristianos, que entienden su vida y su amor ligados al
amor de Dios, estarán preparados para hacer lo que el amor aconseja y para
renunciar a lo que contradice el amor. La cruz de su vida se hace gloriosa a
la luz de la cruz de Cristo, liberando su vida conyugal del hedonismo, que
mata el amor.[15]
Sin examinar las bases del derecho penal de la
sociedad, hay que afirmar que la defensa de la justicia por la violencia,
hasta infligir la muerte, no es la mejor pedagogía para sensibilizar en el
respeto al valor de la vida. Brevemente, examino tres expresiones de esta
violencia: la pena de muerte, la tortura y la
legítima defensa.
a) Pena de muerte
El hombre, por ser imagen de Dios, merece siempre
que se le respete la vida. Dios sale en defensa de la vida hasta del
fratricida Caín (Gén 4,15). Y Cristo, redentor del pecador, se declara
contra la ley del talión, invitando a una actitud nueva, como signo y
expresión de su salvación: el amor a los enemigos (Mt 5,38‑41). La dinámica
de la venganza, que añade muerte a muerte, es sustituida por la dinámica del
perdón y el amor. La justicia de Cristo, que se carga con el mal hasta dar
la vida por el malvado, hace justo al pecador. A la adúltera, que según la
Ley mosaica debe ser lapidada, no la condena, sino que con el perdón la
regenera.
La vida y muerte de Cristo manifiestan la
paciencia y misericordia de Dios, que no desespera del hombre, dándole
confianza hasta el último momento de su vida. La pena de muerte es, en
cambio, una expresión de desesperación y desconfianza del hombre. Es
negarle la posibilidad de regeneración. Las penas, que la sociedad inflige
a los culpables, deberían ir encaminadas a favorecer su recuperación. Esta
función medicinal de la pena desaparece con la eliminación del reo. En este
sentido, la pena de muerte aparece como una pobre justificación de las
negligencias de la sociedad
para resolver las causas de la
criminalidad
o como un medio para eximirse de las
propias responsabilidades respecto a los inadaptados o discrepantes de sus
ideas.
Respecto a la pena de muerte, tanto en la Iglesia como en la sociedad
civil, hay una tendencia progresiva a pedir una aplicación muy limitada e,
incluso, su total abolición... Hoy, gracias a la organización cada vez más
adecuada de la institución penal, los casos de absoluta necesidad de
eliminación del reo, por no ser posible la defensa de la sociedad de otro
modo, son ya muy raros, por no decir prácticamente inexistentes (EV 56 y
27).
b) La tortura
Con la pena de muerte, hoy se sigue negando el
valor y respeto de la vida en las diversas y sofisticadas formas modernas
de tortura.
Desde los malos tratos físicos a las variadas formas de tortura psíquica,
con técnicas cada vez más "limpias" de huellas, en nuestro mundo no ha
desaparecido este recurso para obtener confesiones o informaciones o para
castigar a los disidentes. En 1975 la ONU daba esta definición de tortura,
(no ciertamente con intención didáctica):
Se entenderá por tortura todo acto por el cual un funcionario público, u
otra persona a instigación suya, inflija intencionalmente a una persona
penas o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de
obtener de ella o de un tercero información o una confesión, de castigarla
por un acto que haya cometido, o de intimidar a la persona o a otros.
La tortura física atenta contra la integridad de
la persona y toda tortura atenta contra la dignidad del hombre: vulnera la
libertad interior, anula o disminuye la racionalidad y reduce al hombre a un
objeto.[16]
c) Legítima defensa
Dentro de la violencia a la vida del hombre, está
la llamada legítima defensa y muerte del
injusto agresor. En este caso se da una
aceptación casi general de la violencia. La moral tradicional, en
consonancia con el sentir común de los hombres, ha considerado lícito el
recurso a la fuerza contra el injusto agresor incluso hasta producirle la
muerte, con tal de que se cumplieran determinados requisitos.
La moral cristiana, siguiendo en este punto la
pedagogía de la ley bíblica del talión, se ha limitado con frecuencia
a limitar los casos en que quedaba
legitimada la defensa propia y a poner los límites y condiciones de dicha
defensa. Una primera condición era la necesidad, es decir, que no existiera
otra alternativa para protegerse de la agresión. En segundo lugar, que la
defensa fuera sólo defensa, sin dejarse arrastrar por sentimientos de odio
o venganza hacia el agresor. Para la moral matar o agredir a una persona
humana, aunque fuera un agresor injusto, es siempre lamentable y nunca
motivo de orgullo o satisfacción. Y en tercer lugar, para que sea legítima
la defensa propia, se señalaba la necesidad de una proporción entre los
bienes amenazados por el agresor y la respuesta del agredido. La vida del
agresor está siempre por encima de cualquier bien material.
En la condición de hombre sometido al pecado, la
acción de la moral cristiana ha prestado un servicio a la vida señalando los
límites dentro de los cuales la defensa puede considerarse legítima. Pero
quizá la moral cristiana no ha señalado, en toda su radicalidad, la novedad
evangélica que aparece en Jesucristo, que no responde al mal, sino que como
Cordero de Dios quita el mal cargándolo sobre sí (doble significado del
latín tollere).
Con E. Chiacacci, la moral cristiana está llamada a presentar "el anuncio
moral cristiano en toda su radicalidad y totalidad como llamada a dejarse
matar antes que matar. La vida de Cristo, que no se defiende ante la
agresión, sino que se entrega a la muerte en rescate de los mismos
agresores, es la expresión plena de la voluntad del Padre, que acepta la
muerte del inocente por los pecadores. Este amor es la expresión de la
lógica del Reino, que Cristo inaugura para sus discípulos, dándoles su mismo
Espíritu para que puedan amar como El nos amó. Este amor es el camino, la
verdad y la vida plena para el hombre (Cfr Mt 5,38‑48;Lc 6,27‑36;Rom
12,17‑21;1Cor 6,1‑8;1Pe 2,18‑25).[17]
Pablo VI calificó a la guerra de "hecho
irracional en sumo grado" y Juan Pablo la ha calificado de "aventura sin
retorno". Cuando hace cuatro meses puse en el esquema de este libro la
palabra guerra no pensé que escribiría este capítulo en plena guerra en el
Golfo Pérsico. Esto prueba que el armamento, como ya afirmó el Vaticano II,
se acumula no sólo para disuadir
sino para ser empleado.
La incoherencia de la guerra con el mensaje
evangélico de la moral cristiana sobre el don de la vida es algo evidente.
La guerra actual, como toda guerra, es la consecuencia de los mecanismos,
climas personales y sociales, contextos y estructuras políticos que valoran
el nacionalismo, el orgullo, la economía o otros intereses por encima de la
vida humana.
En el Evangelio de Cristo no se habla de la
guerra, pero sí de la erradicación de las causas de la guerra.[18]
Como escribe D.C. Maguirre "la apreciación de la dignidad de las personas y
el poder del amor que sufre señalan la fuente genuina de la paz; al
dirigirse a la pecaminosidad del hombre, el Evangelio pide una eliminación
de las causas radicales de la guerra. El sermón del monte ofrece los
objetivos máximos de justicia y paz, para realizarlos plenamente en la
'nueva tierra donde habita la justicia', pero que se han de realizar ahora
en una tensión creativa".
El testimonio de los primeros cristianos nos
proporciona también la aversión a la guerra por parte de la Iglesia
primitiva. En los escrutinios de los catecúmenos se exigía para acceder al
bautismo la renuncia a la carrera militar y, cuando se mitigó esta praxis,
el juramento al menos de dejarse matar antes que matar. Más tarde, con San
Agustín y Santo Tomás se fue elaborando toda una doctrina sobre la guerra.
Se empieza a hablar de la clásica división de "guerra justa y guerra
injusta".
Para que una guerra sea "justa" se requerían toda
una serie de condiciones: imposibilidad de una solución pacífica, una causa
justa, decisión tomada por la legítima autoridad, a
la
que corresponde velar por el bien común, e
intención recta, es decir, no buscar la venganza ni actuar por crueldad,
sino por el deseo de hallar una solución justa a un conflicto. Y, además,
una vez en guerra, se exige que ésta se lleve con espíritu de humanidad.
Quizás, para ser realistas, hay que reconocer el
servicio que esta moral ha prestado a la humanidad. En primer lugar, esta
teología hizo de la guerra una cuestión moral, cosa desconocida en el mundo
antiguo ajeno al cristianismo. Al encuadrar la guerra dentro de un
planteamiento moral, de algún modo la liberó de su total irracionalidad y de
los caprichos de los poderosos de turno, exigiendo una causa justa y
proporcionada. Y, aunque sea algo prácticamente imposible, esta moral se
preocupó de crear una actitud moral interior; no basta para justificar la
guerra la causa justa externa, sino que se pide la rectitud de intención.
Todas estas condiciones eran un freno para la guerra.
Hoy, el Vaticano II invita a "mirar la guerra con
espíritu enteramente nuevo" (GS 80). Dado el potencial bélico acumulado, en
estos momentos no cabe la posibilidad de que se den todas las condiciones
exigidas por la moral tradicional para que se pueda dar una guerra justa. La
guerra es una aventura sin retorno; es imposible calcular el costo en vidas
humanas y en desprestigio de la dignidad del hombre. Es la negación del
hombre como ser racional. La violencia no puede, por ello, ser un camino de
paz.
La guerra va contra la lógica del amor y de la
reconciliación que Cristo anuncia, vive y ofrece al cristiano. La guerra
confía la justicia al dictado de la fuerza, a la potencia de las armas y no
a la verdad de la razón y del amor. Y si la guerra es "un hecho irracional
en sumo grado", lo es también la carrera de armamentos de nuestra sociedad.
El Concilio Vaticano II se expresó así:
Por lo tanto, hay que declarar de nuevo: la carrera de armamentos es una
gravísima plaga de la humanidad y perjudica a los pobres de un modo
intolerable. Hay que temer seriamente que, si perdura, engendre todos los
estragos funestos cuyos medios ya prepara.(GS 81)
La carrera de armamentos, según la síntesis de
diversos documentos que hace J. Javier Elizari, es:
‑Una malversación de fondos, que podrían cubrir
las necesidades humanas de los países menos desarrollados y de las clases
marginadas de las sociedades más ricas.
-"por su solo coste, las armas matan a los
pobres, haciéndoles morir de hambre"×[19]
‑un escándalo a nivel mundial.
‑un peligro de acudir a la utilización de esos
armamentos tan destructores.
‑una inversión, en cuanto que da la primacía a la
fuerza sobre el derecho.
‑una ilusión, pues toda seguridad basada en las
armas y no en el primado de la razón es frágil y ficticia
‑se opone al espíritu cristiano.
‑es una locura, pues crea una especie de histeria
colectiva y favorece un clima obsesivo de temor, un equilibrio del terror.
‑es una contradicción: por una parte, se dice que
las armas tienen fines disuasorios; pero, por otra, se está dispuestos a
utilizarlas.[20]
Dentro de la carrera de armamentos hay un aspecto
que la Iglesia ha denunciado y condenado con frecuencia: el comercio de
armas. Este "comercio de la muerte" exacerba las guerras, aumenta el peligro
de que los conflictos locales se extiendan y generalicen.
Pero el desarme, para ser efectivo, implica un
cambio de mentalidad, como puso de manifiesto el Vaticano II:
Pues los que gobiernan los pueblos, que son garantes del bien común de la
propia nación y, al mismo tiempo, promotores del bien de todo el mundo,
dependen enormemente de las opiniones y de los sentimientos de las
multitudes. De nada les sirve el trabajar en la construcción de la paz
mientras los sentimientos de hostilidad, de menosprecio y de desconfianza,
los odios raciales y las ideologías obstinadas dividen a los hombres y los
enfrentan entre sí. Es de suma urgencia proceder a una renovación en la
educación de la mentalidad y a una nueva orientación en la opinión
pública...Tenemos todos que cambiar nuestros corazones, con los ojos
puestos en el orbe entero y en aquellos trabajos que todos juntos podemos
llevar a cabo para que nuestra generación mejore.(GS 82)
Una nueva evangelización, que ofrezca a los
hombres el amor y reconciliación con Dios, dará el verdadero sentido de la
vida al hombre actual y cambiará su corazón de modo que participe de las
bienaventuranzas del Reino de Dios: "Bienaventurados los pacíficos porque
ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9).
Se puede partir, para buscar una valoración moral
de la huelga de hambre,
del significado que da a esta expresión el Diccionario de la Real Academia:
"Abstinencia total de alimento que se impone a sí misma una persona,
mostrando de este modo su decisión de morirse si no consigue lo que
pretende".
La huelga de hambre supone, por tanto, una
decisión libre
de privarse de alimento hasta la muerte; el hambre es utilizada como
instrumento de presión
y de reivindicación de un pretendido derecho conculcado. La presión se
lleva a cabo causando un daño moral
a otra persona o a una institución, acusándola de inhumana hasta el punto de
dejar morir de hambre a alguien. Otro elemento fundamental de la huelga de
hambre es la publicidad
máxima del hecho; para dar publicidad a la huelga de hambre, el huelguista
sigue todo un ritual: se elige el lugar, el día y la hora de su comienzo,
preparando los cauces de comunicación para dar relevancia al hecho. La
entrega de lo más valioso ‑la propia vida‑ ha de aparecer como signo
notificador del gran valor que se concede al derecho pretendido. La presión
psicológica sobre el otro o sobre la autoridad está en hacerla sentirse
responsable de un hecho tan inhumano como dejar morir a una persona a
sabiendas, de hambre y lentamente.
Siendo el alimento la necesidad más primaria,
dejarse morir de hambre, es la mayor violencia posible para el hombre, como
desprestigio del carácter humanitario
al que toda persona e institución tiene derecho y cuyo reconocimiento
apetece instintiva y visceralmente. Cuando a una persona, a una institución
o a la humanidad se le quita el carácter de
humanidad ‑ya
que deja morir de hambre a sabiendas a una persona‑ se la está destruyendo
desde los cimientos. Se habla a veces de la huelga de hambre como de la
fuerza de la debilidad.
En realidad es la violencia fría y calculadora más deshumana que existe.
Quien recurre a la huelga de hambre, hasta las últimas consecuencias, se
mata a sí mismo, declarando la muerte a la humanidad entera, pues se la
priva de su valor de humanidad.
La huelga de hambre no puede justificarse con las
mistificaciones de tipo místico sacrifical, como hacen ciertos grupos de
presión pseudo‑religiosos. No se puede justificar la huelga de hambre como
experiencia de comunión con el hambre que otros padecen por necesidad. Es
una burla del hambre impuesta por la necesidad. La fraternidad cristiana se
vive en el compartir el pan, no en el fingir compartir por un tiempo el
hambre que el otro no desea ni para sí ni para nadie.
La banalización de la huelga de hambre con su
recurso frecuente, como su manipulación por intoxicación ideológica de tipo
político o pseudo‑religioso, manifiestan la negación de la vida como germen
de ella. El delirio necrófilo
que ha aparecido tantas veces en la historia humana sigue hoy apareciendo en
ciertos líderes visionarios e
intransigentes, que
instrumentalizan a los pueblos,
impulsándoles al suicidio, aunque ellos hablen de heroicidad.
Llevar a la humanidad hasta el borde de la
irracionalidad con la violencia moral que ejerce la huelga de hambre es una
prueba más de su inmoralidad. La vida humana no es sólo un valor individual,
sino social en contraste con la huelga de hambre. No se puede usar la
vida humana
como medio,
instrumento
o táctica
para conseguir unos bienes siempre inferiores y que sólo tienen sentido
supuesta la vida. Según la frase evangélica, "¿de qué le sirve al hombre
ganar todos los bienes de este mundo si pierde su vida?".
Las drogas son otra de las expresiones de la
negación de la vida en nuestra sociedad. La utilización de productos para
modificar las condiciones psíquicas se ha dado desde siempre en la
humanidad. Pero la drogadicción hoy ha adquirido unas proporciones y
características enormes.
El uso de la droga, para lograr nuevas
sensaciones o un estado psíquico "agradable" o alucinógeno, tiene graves
repercusiones sobre el drogadicto y sobre la sociedad. La drogadicción
produce una dependencia, que se manifiesta en la crisis de abstinencia con
tal fuerza que hace casi imposible la recuperación del drogadicto. El
recurso a la droga o el deseo de poseerla lleva frecuentemente a una
conducta antisocial y supone una carga económica elevadísima para la
familia y para la sociedad, elevando el número de robos y crímenes.
Para la Organización Mundial de la Salud "la
dependencia psicológica es una necesidad que pide la administración
periódica o continua de una droga para producir placer o evitar malestar.
Esta necesidad es el factor más poderoso en la intoxicación crónica con
drogas psicótropas... Esta puede llevar a la dependencia física, como estado
patológico producido por la administración repetida de una droga y que
conduce a la aparición de un conjunto característico y específico de
síntomas, designados como el síndrome de abstinencia, cuando la
administración de una droga cesa...".
Juan Pablo II, en una homilía, señalaba como
factores que inciden en la toxicomanía la falta de motivaciones para la vida
y la incomunicación dentro de nuestra sociedad. En concreto, como raíz,
señalaba:
La falta de claras y convincentes motivaciones de vida. En efecto, la falta
de puntos de referencia, el vacío de valores, la convicción de que nada
tiene sentido y que, por tanto, no vale la pena vivir, el sentimiento
trágico y desolado de ser viandantes desconocidos en un universo absurdo,
puede impulsar a algunos a la búsqueda de huidas rabiosas y desesperadas.
Al llevar al adicto a las drogas a un estado
deshumanizador para él y para la sociedad es preciso rechazar moralmente el
consumo de la droga, que pone en peligro la salud física y psíquica,
llegando en muchos casos a poner en peligro la misma vida. Y si el consumo
de drogas es condenable lo es más el tráfico de las mismas, que movido por
el afán de dinero no le importan las consecuencias mortales de su comercio.
Ya Pablo VI dijo:
Hemos expresado ya nuestra convicción de que el fenómeno de la droga no
existiría, al menos en las proporciones actuales, si no existiera
igualmente una red de conspiradores responsables: los productores
clandestinos y los traficantes, que buscan una ganancia en el tráfico
sistemático de la droga.
Como "última playa de ruina y de muerte", hay que
señalar el terrorismo, que aparece en nuestro mundo en todas sus latitudes
como una amenaza irracional contra la vida personal y social. El terrorismo,
fruto de nuestra sociedad, es una amenaza constante e interna para ella.
El terrorismo es una negación de la vida desde
todas sus manifestaciones: homicidios, atentados, secuestros de personas,
lesiones, intimidaciones, impuesto revolucionario, manipulación constante de
la verdad, mutilando o falseando los hechos, silenciándolos u orquestándolos
según su conveniencia... La fuerza motriz de su acción es el odio y con
frecuencia el ensañamiento.
Los factores ideológicos, psicológicos o sociales
que engendran el terrorismo de nuestro tiempo son múltiples y variados. La
conferencia episcopal alemana señala los siguientes:
‑Un ideal de sociedad justa e igualitaria, pero
privado de vínculos trascendentes, accesible con las meras fuerzas del
hombre, cuya consecución sería lícita por cualquier medio; así, un
compromiso humanitario inicial se convierte en agente de destrucción.
‑el rechazo radical de toda institución,
concebida siempre como un freno al desarrollo personal.
‑un concepto de libertad no sujeta a normas y
carente de límites.
‑un tipo de sociedad que no da respuesta a las
necesidades fundamentales del hombre: una sociedad puramente pragmática,
cuyo símbolo más elocuente es el
consumismo, una sociedad que produce un sentimiento de vacío y de absurdo.
A estas causas, los obispos añaden la vivencia
deficiente de la fe, los reducionismos teológicos de la fe, que impiden que
el mensaje cristiano ejerza todo su poder de atracción y de transformación
de los hombres.[21]
Todas estas causas no eximen de responsabilidad
personal al terrorista. Quienes exhoneran a los terroristas de
responsabilidad personal entran también ellos en la lógica del terrorismo,
reduciendo al hombre a un mecanismo del engranaje social, que es la forma
más radical y terrorista de negar la dignidad de la persona humana. Juan
Pablo II expresa con fuerza su rechazo del terrorismo:
Es necesario poner un dique al terrorismo, el cual no duerme... Acaso los
desequilibrios sociales y otras motivaciones han podido permitir una
mentalidad crítica, tendiendo a hacer tabla rasa de todo con la esperanza
de un futuro mejor, como dicen. Pero, ¿qué futuro, qué futuro mejor puede
construirse sobre el odio, que ferozmente se enfurece contra los propios
hermanos, qué mañana puede surgir de una última playa de ruina y de
muerte?.
8. INVIOLABILIDAD DE LA VIDA
HUMANA
Frente a estas u otras formas de negar la vida,
fruto de una cultura de muerte, la Iglesia se alza incansablemente en
defensa de la vida, de toda vida humana. Para no multiplicar las citas, me
limito a un solo texto del Magisterio actual de la Iglesia:
La inviolabilidad de la persona, reflejo de la absoluta inviolabilidad del
mismo Dios, encuentra su primera y fundamental expresión en la
inviolabilidad de la vida humana. Se ha hecho habitual hablar, y con
razón, de los derechos humanos; como por ejemplo, sobre el derecho a la
salud, a la casa, al trabajo, a la familia y a la cultura. De todos modos,
esa preocupación resulta falsa e ilusoria si no se defiende con la misma
determinación el derecho a la vida como el derecho primero y fontal,
condición de todos los otros derechos de la persona.[22]
La Iglesia no se ha dado nunca por vencida frente
a todas las violaciones que el derecho a la vida, propio de todo ser humano,
ha recibido y continúa recibiendo por parte tanto de los individuos como de
las mismas autoridades. El titular de tal derecho es el ser humano,
en cada fase de su desarrollo,
desde el momento de la concepción hasta la muerte natural; y
cualquiera que sea su condición,
ya sea de salud o de enfermedad, de integridad física o de minusvalidez,
de riqueza o de miseria.
En la aceptación amorosa y generosa de la vida
humana, sobre todo si es débil o enferma, la Iglesia vive hoy un momento
fundamental de su misión, tanto más necesaria cuanto más dominante se hace
una cultura de muerte.
En efecto, la Iglesia cree firmemente que la vida humana, aunque débil y
enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad. Contra el
pesimismo y el egoísmo, que ofuscan el mundo, la Iglesia está en favor de la
vida: y en cada vida humana sabe descubrir el esplendor de aquel "Sí", de
aquel "Amén" que es Cristo mismo (Cfr 2Cor 1,19;Ap 3,14). Frente al "no" que
invade y aflige al mundo, pone este "Sí" viviente, defendiendo de este modo
al hombre y al mundo de cuantos acechan y rebajan la vida.(Christifideles
38)
[1] Cfr Conf. Episcopal Española, La verdad os hará libres. La conciencia
cristiana ante la actual situación moral de nuestra sociedad, de
20‑11‑1990.
[3] Cfr el análisis de la conexión entre anticoncepción y aborto en EV
13; M.L. DI PIETRO.‑E. SGRECCIA, La contragestazione ovvero l'aborto
nascosto, Medicina e Morale 1(1988)5‑34.
[4] Cfr. F. VECCHIO, Rischi connesi con l'uso dei contraccettivi orali,
Medicina e Morale 2(1978)167‑180, donde comenta los datos de dos
estudios estadísticos hechos con 46 mil mujeres por 1800 médicos
durante 8 años.
[5] P. BARBERI.‑D. TETTAMANZI, Matrimonio e famiglia nel magistero della
Chiesa, Milán 1986; C. CAFFARRA, La trasmissione della vita nella
'Familiaris consortio', Medicina e Morale 4(1983)391‑399;E.
SGRECCIA, Il dono della vita, Milán 1987.
[8] Cfr L. CICCONE, Non uccidere, questioni di morale della vita fisica,
Milano 1984; C. CAFFARRA, Il problema morale della sterilizzazione,
Medicina e Morale 19(1979)199ss; D. TETTAMANZI, La sterilizzazione
anticoncezionale: per un discorso cristiano, Brezzo de Bedero 1981.
[13] Cfr G. PERICO, La sterilizzazione volontaria come metodo
contraccetivo, Aggiornamenti Sociali 30(1979)198ss.