LINEAS TEOLÓGICAS FUNDAMENTALES DEL CAMINO
NEOCATECUMENAL:
1. ANTROPOLOGIA
Emiliano Jiménez Hernández
Páginas relacionadas
a) El hombre, amado por Dios
b) El hombre esclavo del
pecado
c) Tentaciones o idolatrías del hombre
d) Secularización, descristianización y crisis
de fe
e) El hombre a imagen del Hijo de Dios
f) Familia y sexualidad
g) Virginidad por el Reino de los cielos
a) EL HOMBRE AMADO POR DIOS[1]
El Anuncio de la resurrección de Cristo es la Buena Noticia, que procede
del corazón de Dios que ama a todo hombre. Este mensaje de salvación no
viene a juzgar ni a condenar; tampoco viene a plantear exigencias al
hombre débil, esclavo del pecado por el temor a la muerte. Viene a
regenerar al hombre caído. Sin la experiencia del amor previo y gratuito
de Dios, el hombre no puede ser reconstruido. Una vida nueva es sólo
posible en la medida en que va naciendo -el catecumenado es una
gestación- un hombre nuevo, revestido de Jesucristo. La moral cristiana
es una moral responsorial; la gracia de Dios precede y posibilita la
respuesta del hombre; el ser en Cristo hace posible vivir según Cristo.
La vida en el Espíritu se traduce en vida según el Espíritu. Olvidar
esto sería caer en el moralismo o pelagianismo.
En las Comunidades Neocatecumenales, desde la experiencia de
transformación moral de la vida de los hermanos, descubren y formulan la
teología de la gracia de la nueva economía, inaugurada por Cristo, en la
que la ley cede el puesto al Espíritu. Es lo que abiertamente dice San
Pablo: "No estáis en la ley, sino en la gracia" (Rm 6,4), entendiendo
por gracia la presencia del Espíritu en el cristiano: "pues, si os
dejáis conducir por el Espíritu, no estáis bajo la ley" (Ga 5,18). Como
dirá Santo Tomás: "La ley nueva se identifica ya con la persona del
Espíritu Santo, ya con la actividad del Espíritu Santo en nosotros".[2]
El Espíritu Santo, como don de Cristo a sus discípulos, hace del
cristiano una "criatura nueva". Por ello, la ley cristiana es, ante
todo, una vida; es el desarrollo dinámico
-catecumenal- del nuevo ser dado al hombre por Cristo mediante el
Espíritu. El cristiano es el nuevo ser "renacido del agua y del
Espíritu" (Jn 3,5). Renovar el bautismo y participar del Espíritu Santo
en la vida de la comunidad es conocer esta nueva vida. Pues el Espíritu,
con la nueva vida, da al cristiano una mentalidad nueva.[3]
Desde esta experiencia de salvación, el Neocatecúmeno descubre la bondad
de la creación y del Dios Creador. La fe del antiguo y del nuevo pueblo
de Dios en la creación está transida de la experiencia de la salvación
de Dios con Israel, salvación que es historia y que culmina plena y
definitivamente en Jesucristo. La historia de la salvación está en
germen en la creación, llamada desde el principio a una plenitud, que se
manifestará en la "plenitud de los tiempos" en Cristo y se consumará en
la nueva creación escatológica.[4]
El mundo es creación de Dios, llamado a la existencia por su libre
voluntad. Y cuando decimos que Dios creó el mundo "desde la libertad"
estamos afirmando que lo creo "por amor": "Amas a todos los seres y no
odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la
habrías creado. Y, ¿cómo subsistirían las cosas si Tú no lo hubieses
querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si Tú no las hubieses
llamado? Pero Tú con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas,
Señor, que amas la vida, pues tu espíritu incorruptible está en todas
ellas" (Sb 11,24-12,1). Si Dios crea el mundo libremente, lo crea
amorosamente: "Del amor del Creador surgió glorioso el universo"
(Dante). Dios comunica su bondad en su amor libre: eso es la obra de la
creación. La complacencia con que el Creador celebra la fiesta de la
creación, el Sábado (Gn 2,3), expresa claramente que la creación fue
llamada a la existencia por su amor gratuito.
Y entre los seres de la creación, el hombre, en su bipolaridad
"hombre-mujer", aparece como la expresión máxima del amor creador de
Dios: "La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación
del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es
invitado al diálogo con Dios: pues no existe si no es porque, creado por
amor, por ese mismo amor es siempre conservado. Ni vive plenamente según
la verdad a no ser cuando reconoce libremente aquel amor y se entrega a
su Creador" (GS 19).
El hombre, creado por el amor de Dios y abierto al amor fecundo y a la
comunión, ha sido llamado a la existencia como imagen de Dios amor y
comunión en su vida intratrinitaria. Como imagen de Dios en la tierra,
los hombres responden a las relaciones trinitarias y también a las
relaciones de Dios con los hombres y con toda la creación. Pero la
"imagen del Dios invisible", creada en el principio, está destinada a
convertirse en "imagen del Hijo de Dios encarnado". El destino inicial
de los hombres, según el designio de Dios, se revela plenamente a la luz
de Cristo: "Aquellos que han sido llamados según su designio, de
antemano los conoció y también los llamó a reproducir la imagen de su
Hijo, para que El fuera el primogénito" (Rm 8,28-29).[5]
Todos los seres de la creación son buenos, pero sin el hombre, el mundo
es mudo (Gn 2,4-7). El hombre es el liturgo de la creación, contemplando
las obras de Dios y dando nombre a las criaturas de Dios. Extremadamente
sugestivo es el salmo 148, que nos ofrece una liturgia cósmica en
la que el hombre es sacerdote, cantor universal, predicador y poeta. El
hombre aparece como el artífice de la coreografía cósmica, el director
del coro en el que participan los monstruos marinos, los abismos, el
sol, la luna, las estrellas, los cielos, el fuego, el granizo, la nieve,
la niebla, los vientos, los montes, las colinas, los árboles, las
fieras, los animales domésticos, los reptiles, las aves...Dios ha creado
todos los seres y el hombre, dándoles nombre, les conduce a la
celebración litúrgica.
"Salida de la bondad divina, la creación participa de esa bondad. Porque
la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una
herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en
repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación" (299). "El
Sabbat (es la) culminación de la obra de los seis días. Dios
concluyó en el séptimo día la obra que había hecho y así el cielo y la
tierra fueron acabados; Dios, en el séptimo día, descansó, santificó y
bendijo este día" (345). "Pero para nosotros ha surgido un nuevo día: el
día de la resurrección de Cristo. El séptimo día acaba la primera
creación. Y le octavo día comienza la nueva creación. Así la obra
de la creación culmina en una obra todavía más grande: la Redención. La
primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación
en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera" (349).
b)
EL HOMBRE ESCLAVO DEL PECADO[6]
Un punto central en la antropología del Camino es la situación del
hombre bajo el pecado descrita en Hb 2,14-15:
"Así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también
participó El (Cristo) de las mismas, para aniquilar mediante la muerte
al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y libertar a cuantos, por el
temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud".
El hombre, por el temor a la muerte, está de por vida sometido a la
esclavitud. El hombre, al pecar, ha hecho la experiencia de la muerte;
ha gustado existencialmente a qué conduce el pecado. El pecado destruye
al hombre por dentro.
"La doctrina sobre el pecado original -vinculada a la de la Redención de
Cristo- proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la
situación del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los
primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre,
aunque éste permanezca libre. El pecado original entraña 'la servidumbre
bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del
diablo'.[7]
Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da
lugar a graves errores" (CEC 407). "Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha
enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su
inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión
con el pecado con que todos nacemos afectados y que es 'muerte del alma'[8]"
(403).
Dios creó el mundo y le salió bien; contempló cuanto había hecho y vio
que era muy bueno (Gn 1,31). Pero en aquel mundo armonioso, el pecado
introduce la división: odio, injusticia, guerra, muerte. Tal es la
explicación que nos da el Génesis de la presencia del mal en el mundo; y
en varias escenas va mostrando la marea creciente del pecado: Caín, que
mata a su hermano; Lamec, que exalta la venganza; la humanidad
corrompida, que perece en las aguas del diluvio. El género humano
comienza de nuevo con Noé y su familia, pero el pecado no duerme; sigue
acechando al hombre y creando división e incomunicación entre los
hombres: torre de Babel...Es la historia que ha llegado hasta nosotros.
"El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes,
pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al
comienzo de la historia del hombre. La Revelación nos da la certeza
de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original
libremente cometido por nuestros primeros padres" (CEC 390). "El hombre,
tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su
Creador" (397). "El hombre se prefirió a sí mismo en lugar de
Dios y, por ello, despreció a Dios: hizo la elección de sí mismo contra
Dios... Por la seducción del diablo quiso 'ser como Dios', pero sin
Dios, antes que Dios y no según Dios" (398). "La Escritura muestra las
consecuencias: Adán y Eva tienen miedo del Dios de quien han concebido
una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas" (398). "La
unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones; sus relaciones
estarán marcadas por el deseo y el dominio. La armonía con la creación
se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y
hostil..." (400). "Desde el primer pecado, una verdadera invasión de
pecado inunda el mundo" (401).
El hombre, creado como imagen de Dios, colocado en la cima del universo,
en diálogo con Dios y en comunión con el otro, su ayuda adecuada,
contrasta dolorosamente con la experiencia inmediata: el miedo, la
tristeza, la violencia, la incomunicación, el odio, la muerte. El pecado
encierra al hombre en un círculo de muerte. Atrapado en este círculo es
incapaz de salir de sí mismo, de abrirse al otro, de transcenderse en el
otro, ya que la experiencia de muerte que posee le impide amar en la
medida en que el otro le mata, le destruye, al ser otro,
distinto. El hombre ama mientras el otro le construye; pero no puede
amar más allá de un límite, que está colocado allí donde aparece el otro
como otro con sus ideas, gustos, concepción de la vida...El hombre
quisiera amar, pero no puede, está interiormente esclavizado. Es la
experiencia descrita por san Pablo:
"Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual, mas yo soy de carne,
vendido al poder del pecado. Realmente, mi proceder no lo comprendo;
pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago
lo que no quiero, estoy de acuerdo con la Ley en que es buena; en
realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí. Pues
bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en
efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo,
puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no
quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el
pecado que obra en mí. Descubro esta ley: aun queriendo hacer el bien,
es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios
según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que
lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que
está en mis miembros. ¡Pobre de mí!¿Quién me librará de este cuerpo que
me lleva a la muerte?" (Rm 7,14-24).
Si no se rompe este círculo de muerte, el hombre no puede ser fiel a
Dios; son inútiles los propósitos, exhortaciones o amenazas. "El hombre
persuadido por el Maligno, abusó de su libertad desde el comienzo de la
historia. Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo
del bien, pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha
quedado inclinado al mal y sujeto al error. De ahí que el hombre esté
dividido en su interior" (CEC 1707). "Según la tradición cristiana, la
Ley santa, espiritual y buena es todavía imperfecta. Como un pedagogo
muestra lo que es preciso hacer, pero no da de suyo la fuerza, la gracia
del Espíritu para cumplirlo. A causa del pecado, que ella no puede
quitar, no deja de ser una ley de servidumbre. Según S. Pablo tiene por
función principal denunciar y manifestar el pecado, que forma una
'ley de concupiscencia' (Rm 7) en el corazón del hombre" (1963). Sólo
Jesucristo,-"participando de la misma carne y sangre del hombre, para
aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, el Diablo" (Hb
2,14)-, puede librarnos de ese cuerpo que nos lleva a la muerte, como
exclama Pablo: "¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro
Señor!" (Rm 7,25).
Esta situación del hombre pecador la presentará el Camino con todo su
realismo existencial como la situación de todo hombre. Es la realidad de
Adán, es decir, del hombre. "Adán soy yo y eres tú", se repetirá en las
catequesis. En el Camino la realidad del pecado original es
presentada, con todo su realismo existencial, pero a la luz de la
redención de Jesucristo, en fidelidad a san Pablo:
"Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la
muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos
pecaron...Pero, si por el delito de uno solo murieron todos, ¡cuánto más
la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre,
Jesucristo, se han desbordado sobre todos!... Así, pues, como el pecado
de uno solo trajo sobre todos los hombres la condenación, así también la
obra de la justicia de uno solo procura la justificación que da la vida.
En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron
constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos
serán constituidos justos. La ley, en verdad, intervino para que
abundara el delito; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia;
así, lo mismo que el pecado reinó en la muerte, así también reinaría la
gracia en virtud de la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro
Señor" (Rm 5,12-21).
El realismo paulino, con que se presenta en las Comunidades
Neocatecumenales la realidad del pecado, no lleva al pesimismo
protestante, sino a la efusión exultante de la acción de gracias a
Jesucristo, que nos ha liberado de la muerte y del pecado, como ha
observado el Papa Juan Pablo II en varios encuentros con los miembros de
las Comunidades.[9]
Pero, para que brote la exultación agradecida a Jesucristo, es preciso
tomar conciencia antes del pecado y sus consecuencias. Al pecar Adán y
Eva, -todo hombre-, hicieron una experiencia de muerte óntica, de
alienación interior del propio ser. El diablo es mentiroso y homicida
desde el principio (Cf. Jn 8,44). El pecado engendra la muerte; no
conduce a la libertad ni a "ser como dioses". Rechazando a Dios, la vida
pierde el sentido, ya que el hombre es en la medida en que Dios,
por amor, le da el ser. Si rompe por el pecado con Dios, en adelante se
encuentra como vendido al pecado, esclavo que no puede hacer lo que
quiere. El pecado le ha pagado con muerte, porque "el salario del pecado
es la muerte" (Rm 6,23).
"'El misterio de la iniquidad' (2Ts 2,7) sólo se esclarece a la luz del
'misterio de la piedad' (1Tim 3,16). La revelación del amor divino en
Cristo ha manifestado a la vez la extensión del mal y la sobreabundancia
de la gracia. Debemos, por tanto, examinar la cuestión del origen del
mal fijando la mirada de nuestra fe en el que es su único Vencedor" (CEC
385). "La doctrina del pecado original es, por así decirlo, el reverso
de la Buena Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que
todos necesitan salvación y que la salvación es ofrecida a todos gracias
a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de Cristo, sabe bien que no
se puede lesionar la revelación del pecado original sin atentar contra
el Misterio de Cristo" (389).
Sin esta concepción y explicitación de la situación existencial del
hombre bajo el pecado, no cobra fuerza real la gracia de Dios en
Jesucristo muerto y resucitado. Jesucristo es el nuevo Adán. La
revelación de Dios en Jesucristo descubre al hombre su verdad profunda,
tanto en el abismo de la perdición como en la grandeza de la salvación.
Como leemos en la Gaudium et spes:
"En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio
del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que
había de venir (Rm 5,14), es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el
nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor,
manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
sublimidad de su vocación" (n.22).
Ante la cruz de Cristo aparece el pecado en toda su monstruosidad y el
amor de Dios en toda su sublimidad.[10]
Denunciar el pecado para poder confesarlo es una gracia del amor de
Dios. El pecado confesado se transforma en celebración del perdón de
Dios. Pero, sin Dios, el hombre no encuentra salida a su culpa. Es vano
su intento de negarla o autojustificarse con excusas o acusaciones a los
demás. La liberación de la culpa no está en la propia absolución. Sólo
cuando se escucha de la boca de Dios la palabra del perdón el hombre se
siente perdonado, reconciliado, en paz.
Aquí radica el drama de nuestro mundo. Hoy, en el mundo y entre algunos
llamados cristianos, se ha perdido el sentido del pecado, con lo que se
ha agudizado el sentido de culpabilidad. El reconocimiento del pecado
lleva a la experiencia de la alegría en el perdón, como vivencia del
amor gratuito, el único amor liberador del hombre. La experiencia oculta
de culpabilidad, en cambio, se abre cauces oscuros en la existencia
humana en forma de tristeza, miedos, desesperación, sensación de absurdo
de la vida, náusea de todo, aburrimiento, con todas las expresiones
de violencia contra uno mismo y contra los demás: drogradicción y
narcotráfico, suicidios, abortos, injusticias... El hijo pródigo, que
reconoce y confiesa su culpa, participa de la alegría de la fiesta, de
la que se queda fuera el hermano mayor (Cf Lc 15,11-32).
"El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar
ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar
comprender lo que es el pecado es preciso, en primer lugar, reconocer
el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta
relación el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera
identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre
la vida del hombre y sobre la historia" (CEC 386). "Pero...la gracia
inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la
envidia del demonio (S. León Magno)... De ahí las palabras de S. Pablo:
'donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia' (Rm 5,20). Y el canto
del Exultet: '¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!'"
(412). "Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para
convertir nuestro corazón y conferirnos la justicia para la vida eterna
por Jesucristo nuestro Señor. Como un médico que descubre la herida
antes de curarla, Dios, mediante su palabra y su espíritu, proyecta una
luz viva sobre el pecado" (1848). "La acogida de la misericordia de Dios
exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. 'Si decimos que no
tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si
reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los
pecados y purificarnos de toda injusticia' (1Jn 1,8-9)" (1847).
El hombre en soledad, con su fracaso acuestas, se asfixia y vive bajo
impulsos de autodestrucción. Es la palabra de Judas, que se siente
condenado por sí mismo y se suicida. Le hubiera bastado levantar la
mirada a Cristo, como hace Pedro con ojos cargados de lágrimas, para
experimentar el perdón y la vida. Frente a esta situación, en el Camino,
se siente la necesidad de anunciar la "Buena Nueva del perdón de los
pecados", que supone el reconocimiento y confesión del propio pecado. A
"buscar a los pecadores" (Mc 2,17p) vino Jesús, es decir, "a buscar y
salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10), "hospedándose en su casa" (Lc
19,5-7), "acogiéndolos y comiendo con ellos" (Lc 15,1-2; Mc 2,15-17),
"como amigo de pecadores" (Mt 11,19; Lc 7,34).
El hombre, al romper con Dios por el pecado, siente miedo y se descubre
desnudo. En esta situación trata de cubrirse con lo que el mundo, el
demonio y la carne le ofrecen. Son las tentaciones del Pueblo de Israel
en el desierto y las tentaciones de todo hombre: el hedonismo, el deseo
de autonomía y el afán de dinero, como fuente de poder y gloria.
La primera tentación es la tentación del pan, de la seguridad. El hombre
sin Dios, sin confiar en la providencia de Dios, busca asegurarse por sí
mismo la vida. Ante el hambre, la sed, la incomodidad, el sufrimiento,
el hombre murmura en su corazón contra Dios, renuncia a toda promesa de
libertad, añorando las cebollas de Egipto. De este modo el hombre reduce
su vida a su estómago. Es la tentación de la sensualidad, que empuja al
hombre a la búsqueda del placer, viviendo bajo el impulso del hedonismo
como ley de vida: es bueno lo que produce placer, es malo lo que
conlleva sufrimiento. La vida así reducida queda privada de valor y
sentido. Esta es una tentación típica del hombre de nuestra época
tecnológica y de la sociedad de consumo, que multiplica sus productos y
con ellos las necesidades artificiales y su deseo de posesión. La
publicidad ofrece la vida y la felicidad, sembrando el deseo de poseer
cosas. Con cosas el hombre intenta llenar el vacío interior, que crece
en él de día en día. El ser se pierde en el tener. Al final, la
insatisfacción y la depresión son el fruto de esta idolatría de las
cosas, como huida del sufrimiento.
La publicidad con su carga erótica, la pornografía, la droga, como
ofrecimiento de felicidad o evasión de la vida real, seducen al hombre y
le llevan a la degeneración. Bajo la ley del placer, de lo que me gusta,
el hedonismo, que niega el espíritu en función del cuerpo, termina por
degradar al cuerpo. El cuerpo termina siendo reducido a una posesión más
de la que se dispone según el propio capricho...
"El apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no
poseemos" (CEC 2535). "La idolatría no se refiere sólo a los cultos
falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en
divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el
hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de
poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del
dinero...×
(CEC 2113).
La tentación del hedonismo está enlazada y es consecuencia de la
tentación de autonomía. El hombre quiere ser Dios, prescindiendo del
Dios que le da la vida. De aquí que la independencia de Dios, que el
hombre busca, se traduzca en esclavitud, en pérdida de la libertad, que
sólo se vive en la verdad (Jn 8,32-44). La tentación de rebelión contra
Dios tiene una doble manifestación: tentar a Dios o negarle.[12]
Ante la historia concreta del hombre, en su condición de criatura con
sus limitaciones, el hombre tienta a Dios para que le cambie la
historia, le quite la cruz. Es la tentación de utilizar a Dios para los
propios fines, poner a Dios al propio servicio. Y la segunda forma es su
negación o ateísmo. El hombre ante la pregunta del desierto "¿está Dios
en medio de nosotros o no?", al no entender ni aceptar la vida con sus
limitaciones, responde con la negación. Es el fenómeno que describe la
Gaudium et spes con estas palabras:
"Con frecuencia, el ateísmo moderno reviste la forma sistemática, que
lleva el afán de autonomía humana hasta negar toda dependencia del
hombre respecto de Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la
esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin de sí mismo,
el único artífice y creador de su propia historia. Lo cual no puede
conciliarse, según ellos, con el conocimiento del Señor, autor y fin de
todo" (n.20).
Pero cuando el hombre niega al único Dios, el vacío y desnudez que
experimenta le llevan a venderse a los poderes del señor del mundo. Por
eso, el hombre sin Dios se construye sus dioses, su becerro de oro,
haciéndose esclavo de la obra de sus manos. Se vende al dinero, al
poder, a la gloria, a la ciencia... Por eso, a pesar de todo el progreso
de la ciencia y la técnica, el hombre de hoy, como el de todos los
siglos, se siente oprimido por la angustia y la inseguridad, dominado
por los demonios de la codicia, la lujuria obsesiva y la violencia, es
decir, "esclavo de por vida por el temor a la muerte".
"La bienaventuranza prometida, invitándonos a buscar el amor de Dios por
encima de todo, nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la
riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna
obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las
artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y
de todo amor" (1723).[13]
"Los evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto
inmediatamente después de su bautismo por Juan: Impulsado por el
Espíritu al desierto, Jesús permanece allí sin comer cuarenta días. Al
final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a
prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que
recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el
desierto" (538). "Los evangelistas indican el sentido salvífico de este
acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel
allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió
perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que
anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto,
Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la
voluntad divina. La victoria de Jesús en el desierto es un anticipo de
la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre"
(539). "Cristo venció al Tentador en favor nuestro" (540).
d) SECULARIZACION, DESCRISTIANIZACION Y CRISIS DE FE[14]
Hoy, en nuestro mundo actual, estamos pasando por una fuerte crisis de fe. "El hombre ha huido de Dios en todos los tiempos. Pero lo que distingue la huida de hoy de cualquier otra época es que antiguamente la fe era predominante. Había un mundo objetivo de la fe y la huida tenía lugar en el individuo. Este, por un acto de decisión, se desligaba del mundo de la fe...Hoy acontece al revés. La fe, como mundo circundante, se ha derruido. El individuo tiene que crearse la fe a cada instante con un acto libre, desligándose al mismo tiempo del mundo de la huida. Pues es la huida y no la fe el mundo circundante".[15
El siglo XVIII suele ponerse como momento decisivo de la quiebra
histórica, que desencadena la serie de revoluciones que llenan el siglo
XIX y llegan hasta nuestros días. Todas las tradiciones religiosas y
culturales se conmueven desde los cimientos. En síntesis: del
cristianismo se pasa a una religión natural; del espiritualismo al
materialismo; de la metafísica a la ciencia empírica, al positivismo;
del estaticismo social a la dinámica de la lucha de clases y cambios
revolucionarios; de la religión y la cultura, como claves de la
historia, a la programación económica; de la atención a la conciencia al
análisis del subconsciente, como clave de la conducta humana; de unas
civilizaciones agrarias, contemplativas y estáticas a unas sociedades
urbanas, tecnificadas y dinámicas; de una cosmovisión inmutable a una
cosmogénesis en devenir temporal e histórica; de unos regímenes
autoritarios a la búsqueda de formas organizativas de la libertad...
En este contexto de ruptura, la fe ha perdido todas las condiciones
ambientales, sociales y culturales que la apoyaban. La visión sacral
del cosmos ha quedado desmantelada en la civilización moderna, superada
por obra de la investigación científico-técnica. Ha entrado en crisis
igualmente la religiosidad sociológica, que antes daba respaldo
sagrado a las instituciones del poder político.
La visión sacral del mundo es propia de la religiosidad
natural. Esta acentúa, en su vivencia de lo sagrado, la separación y
el terror. Dentro del mundo separa una zona sagrada, intocable, para
Dios. Es el lugar sobrecogedor y terrible. De aquí que sacral hoy sea
casi sinónimo de "tabú", algo que no puede tocarse. La vida religiosa,
según esta visión, se organiza según estas dos zonas separadas entre sí:
por un lado está lo sagrado del culto, separado de la vida, y por otro,
lo profano fuera de la esfera religiosa. Este divorcio implica espacios
y tiempos sagrados y profanos, y personas sagradas y profanas. La
religiosidad natural tiene además un interés egoísta, un intento de
ganarse a Dios para estar mejor en este mundo, para que se ponga a
nuestro servicio y nos resuelva los problemas inmediatos. Por esto no
resiste cuando la ciencia y la técnica con su inmediatez los resuelven.
En realidad el proceso actual de desacralización lleva a la culminación
y a la radicalización algo que ya comienza en la fe bíblica. Es Dios
quien confía el mundo al hombre para que lo domine y lleve a plenitud su
obra creadora. No hay en el cosmos un solo rincón oculto reservado a
Dios.
Pero si es verdad que Dios ha puesto todas las cosas en manos del
hombre, el hombre mismo, creado a imagen y semejanza de Dios, lleva en
sí mismo la impronta de Dios, pertenece a Dios y a El debe orientar su
vida: "Todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo de Dios" (1Cor
3,22-23). Por ello con la desacralización va unido el proceso de
secularización o secularismo, que implica la dominación científica de la
naturaleza, la voluntad de cambiar radicalmente la condición humana y
la transformación de la sociedad confesional en profana o laica.
La secularización abarca, pues, junto a la desacralización cósmica, los
aspectos de liberación y autonomía del hombre y las sociedades frente a
la tutela religiosa.
El fenómeno cultural de la Ilustración, endiosando la razón, rompe con
los valores anteriores, dando lugar a la aparición de la modernidad,
que se define por el gusto por lo individual (individualismo), por la
vuelta a la naturaleza (naturalismo), por la búsqueda del riesgo y la
aventura (nuevos descubrimientos), por el deseo de devolver al hombre
el centro perdido con los descubrimientos de Copérnico y Galileo,
por el interés de la observación (experimentación)...La Ilustración
hereda del Racionalismo científico-filosófico el culto de la Razón...
Se da, pues, en la secularización el paso de unas concepciones o
experiencias nacidas de la fe al dominio de la razón humana. En este
proceso desaparece el mundo metafísico o trascendente y no queda más que
el mundo histórico, social, humano, finito. La secularización, en su
radicalidad, se hace secularismo, como ideología tendenciosa y cerrada
que, para afirmar la absoluta autonomía del hombre y la ciencia, excluye
toda referencia o vinculación a Dios en las diversas esferas de la vida.
De estas raíces brota el ateísmo actual. La afirmación de sí mismo del
hombre moderno, llevada hasta el extremo, ha desembocado en la negación
de Dios. Con Feuerbach y Marx y, más tarde, con Nietzsche y Freud, el
ateísmo se convierte en una visión del mundo, que penetra en todos los
estratos de la población y alcanza dimensiones universales. Este ateísmo
del hombre actual se manifiesta, no sólo en el ateísmo declarado, sino
en la indiferencia o alejamiento práctico de la vida de fe. Son
muchos los que anagráficamente son considerados creyentes o cristianos,
pero su vida no tiene nada que ver con Dios. Dios es completamente
irrelevante para su existencia. Viven en un divorcio total entre "fe" y
vida. La fe no tiene nada que ver con la vida. Una fe inmadura, apoyada
en el ambiente social, no resiste los embates de la secularización, la
urbanización, el anonimato, las relaciones funcionales
despersonalizadoras o movilidad de la sociedad actual. El éxodo del
campo a la ciudad, la emigración a un país extranjero como refugiado o
exilado o por razones de trabajo...han quitado el apoyo sociológico de
la fe, y el aislamiento o el nuevo ambiente adverso o indiferente a la
fe han provocado el abandono o el alejamiento de la propia creencia. El
bombardeo de ideas, costumbres y valores del nuevo ambiente sacuden la
fe del hombre, sumiéndolo en el indiferentismo. El hombre actual es
víctima constante de los medios de comunicación que le inoculan un nuevo
estilo de vida, en el que la fe en Dios se sustituye por otros valores
como el consumismo "el afán de poseer", "el poder", "el placer". Los
ídolos de la riqueza, el dominio y el sexo se levantan hasta sustituir a
Dios que no admite que "se sirva a dos señores".
Hoy el ateísmo se ha impuesto en la sociedad. Ha invadido todos los
sectores de la cultura: filosofía, moral, ciencias naturales, artes,
literatura, cine, política, sociología, historia, que se cultivan
prescindiendo o negando a Dios. No es que hayan aparecido nuevas razones
para dejar de creer. Pero hoy son más los altavoces del ateísmo, de
forma que ha cobrado una mayor vigencia social y hasta se presenta con
un cierto prestigio de independencia de criterios, de autonomía de
pensamiento, de modernidad y progresismo. El Vaticano II es consciente
de esta realidad, que considera "como uno de los fenómenos más graves de
nuestro tiempo" y que, por ello, "debe ser examinado con toda atención".
Dice así:
"La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del
hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es
invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de
Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo conserva. Y sólo se puede
decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente
ese amor y se confía por entero a su Creador. Muchos son, sin embargo,
los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión
con Dios o la niegan en forma explícita. Es este ateísmo uno de los
fenómenos más graves de nuestro tiempo. Y debe ser examinado con toda
atención.
La palabra ateísmo designa realidades muy diversas. Unos niegan a
Dios expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios.
Los hay que someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal
que reputan como inútil el propio planteamiento de la cuestión. Muchos,
rebasando indebidamente los límites de las ciencias positivas, pretenden
explicarlo todo sobre la base puramente científica o, por el contrario,
rechazan sin excepción toda verdad absoluta. Hay quienes exaltan tanto
al hombre que dejan sin contenido la fe en Dios. Hay quienes se imaginan
un Dios por ellos rechazado que nada tiene que ver con el Dios del
Evangelio. Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de
Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no
perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso. Además el
ateísmo nace a veces como violenta protesta contra la existencia del mal
en el mundo o como adjudicación indebida del carácter absoluto de
ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como
sucedáneos de Dios. La misma civilización actual, no en sí misma, pero
sí por la sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado
notable el acceso del hombre a Dios" (GS 19).
"Con frecuencia, el ateísmo moderno reviste también la forma
sistemática, la cual lleva el afán de autonomía humana hasta negar toda
dependencia del hombre respecto de Dios. Los que profesan este ateísmo
afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el
fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Lo
cual no puede conciliarse, según ellos, con el conocimiento del Señor,
autor y fin de todo, o, por lo
menos, tal afirmación de Dios es completamente superflua. El
sentido de poder que el progreso técnico actual da al hombre puede
favorecer esta doctrina" (GS 20).
El ateísmo actual aparece, pues, íntimamente ligado a la cultura actual.
La evolución del pensamiento, al convertir al hombre en el centro del
conocer y del ser, ha desembocado en el ateísmo, desplazando a Dios,
fundamento del ser. El progreso de las ciencias exactas han llevado al
hombre a no admitir más que aquello que se puede probar empíricamente y
a negar, por tanto, a Dios. El avance de la tecnología, al suministrar
al hombre poder sobre la naturaleza y aún sobre los mecanismos
psicológicos y sociales, persuade al hombre de su omnímoda capacidad de
reemplazar o sustituir a Dios para organizar su vida. Dios es una
hipótesis inútil e innecesaria. La creciente independencia o autonomía a
todos los niveles ha confirmado en el hombre actual el sentimiento de
autosuficiencia. El hombre se basta a sí mismo, sin necesidad de
recurrir infantilmente a un Dios, que está en el cielo. Así el hombre
autónomo niega, porque no necesita o le molesta, toda religación con
Dios. El protagonismo del hombre en el acontecer histórico le lleva a su
autoexaltación, hasta endiosarse, sustituyendo a Dios. Este ateísmo
moderno se manifiesta, pues, como un humanismo cerrado, que niega a Dios
para afirmar al hombre.
Pero todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy sorprendentes y
útiles que sean, no pueden calmar la ansiedad del hombre. La técnica,
con sus avances, está transformando la faz de la tierra e intenta la
conquista de los espacios interplanetarios. La medicina curativa y
preventiva, puede alargar la vida del hombre, pero la prórroga de la
longevidad no puede satisfacer ese deseo de vida sin fin que surge
ineluctablemente en el corazón del hombre.
La Iglesia hoy, en su evangelización, se enfrenta con este hombre
moderno, racional y secularizado, técnico y hedonista, pero que no ha
resuelto el problema de su vida, pues no sabe cuál es el sentido de su
existencia. ¿Cómo salvar a este hombre? ¿Cómo anunciarle el amor de
Dios? Hoy, más que nunca, cobran valor las palabras de Orígenes:
"Siempre es peligroso hablar de Dios. Ciertamente que todo lo que
decimos de El nos parece inmediatamente despreciable en comparación con
lo que es en realidad. Y nos asalta en seguida el temor de que lo que
decimos, en lugar de descubrirlo, lo oculta, y que, más que ser una
ayuda, sea un obstáculo".[16]
Con frecuencia, al hablar de Dios con un lenguaje muerto, en lugar de
revelar a Dios, se le silencia, se le vela. Pero Dios, en su deseo de
acercarse al hombre, ha entrado en la historia del hombre. La
encarnación del Hijo de Dios es la culminación de la historia del amor
de Dios a los hombres. Por ello, como cualquier historia de amor, está
pidiendo ser narrada. Como dice Paul Gerhardt, "quiero contar, mientras
viva, delante de tu pueblo y de todo el mundo, desde un alma llena de
alegría, tu obrar".
Esta teología narrativa es la teología de las Comunidades
Neocatecumenales que, desde su experiencia de salvación, no se cansan de
contarla, testimoniarla ante los hermanos y ante el mundo entero. La fe
es el encuentro con una persona que viene a buscarnos y nos llama a
través de evangelizadores. La fe, por ello, es vocación a la comunión
con Dios y la comunicación de Dios. El núcleo de la fe es la convicción
existencial de que Dios es amor y nos ha buscado por amor. De aquí la
respuesta humana como un fiarse totalmente de Dios, que quiere ser
reconocido y amado libremente. En un mundo cargado de sospechas
acerca de Dios, la nueva Evangelización, que hacen las
Comunidades, levanta la luz de la fe en el Dios amor, manifestado en la
cruz de Jesucristo y presente en su cuerpo eclesial en medio del
mundo.
e) EL HOMBRE A IMAGEN DEL HIJO DE DIOS[17]
En esta situación existencial del hombre, esclavo por el temor a la
muerte, resuena el kerigma de la resurrección de Jesucristo como Buena
Noticia. Jesucristo, entrando en la muerte, ha roto el círculo de la
muerte con su resurrección. Ha abierto al hombre un camino hacia la vida
y la libertad. Sin el miedo a la muerte por el don del Espíritu Santo,
habiendo quedado "vencido el señor de la muerte", el hombre puede pasar
libremente la barrera que le separa del otro y amarlo. "La muerte ha
sido devorada en la victoria" (1Cor 15,54-57). En el hombre liberado del
temor a la muerte nace el amor cristiano: amor hasta la muerte, amor en
la dimensión de la cruz, amor al enemigo (Cf. Jn 15,12-13; Mt 5,43-48).[18]
Hay una relación íntima entre el amor y la vida. El que ama a su hermano
es un hombre regenerado por el perdón de los pecados. El perdonado puede
perdonar; el amado en su pecado puede amar al enemigo. En la capacidad
de perdonar al enemigo se revela el perdón de los pecados otorgado por
Dios. Este amor gratuito de Dios desencadena el amor, la compresión, la
compasión, la renuncia al juicio, a hacerse justicia por sí mismo,
remitiendo el juicio a Dios. Nace el hombre nuevo, la vida nueva del
Sermón del Monte (Cf. Mt 6,9-15).
Dios nos ha amado cuando éramos pecadores (Rm 5,6-11). En Jesucristo,
vencedor de la muerte por la resurrección, ha sido superado todo lo que
lleva el sello de la muerte. No se trata sólo de la garantía de la
resurrección final para el más allá, sino también del poder de la vida
nueva en medio de nuestra existencia marcada por la precariedad, por el
dolor, por la cruz...En virtud del Espíritu, que resucitó a Jesús de
entre los muertos, se produce en el cristiano la transformación gozosa
de la muerte en vida. La cruz se hace gloriosa: la luz radiante del
rostro del Padre, como cantaba a la cruz la Iglesia primitiva.
"Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a su Creador o
se esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la
divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama
incansablemente a cada persona al encuentro (con El)" (CEC 2567). "Al
entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio
sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo
mérito por nuestra parte: 'En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como
propiciación por nuestros pecados' (1Jn 4,10). 'La prueba de que Dios
nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por
nosotros' (Rm 5,8)" (604).
Exultantes por la experiencia de libertad, de triunfo, de alegría y de
agradecimiento, las Comunidades Neocatecumenales cantan con San Pablo:
"¿Donde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu
aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado es
la ley. Pero, ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por
nuestro Señor Jesucristo!" (1Cor 15,55-57).
El hombre, creado a imagen de Dios, habiendo experimentado en su
incapacidad de amar la desfiguración dolorosa de dicha imagen, puede
finalmente, gracias al Espíritu de Cristo Resucitado, reproducir en su
vida de amor la imagen del Hijo Unico de Dios, hecho Primogénito entre
muchos hermanos (Cf. Rm 8,29).
"Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y
de su amor, manifiesta plenamente el hombre al hombre y le descubre la
grandeza de su vocación. En Cristo, 'imagen del Dios invisible' (Col
1,15), el hombre ha sido creado a 'imagen y semejanza' del Creador. En
Cristo, redentor y salvador, la imagen divina, alterada en el hombre por
el primer pecado, ha sido restaurada en su belleza original y
ennoblecida con la gracia de Dios" (CEC 1701).
Con la liberación del pecado, que el hombre experimenta en Jesucristo,
son liberadas de su vanidad (de su calidad de ídolos) todas las cosas,
"sometidas no espontáneamente, sino por aquel que las sometió" (Rm
8,20). Con el poder de Dios, que regenera al hombre y lo hace hijo suyo,
quedan también exorcizadas todas las realidades en las que antes el
hombre se apoyaba idolátricamente. Por la conversión del hombre a Dios,
las cosas pasan de ser ídolos, a los que se pide la vida, a ser
criaturas de Dios, por las que el hombre bendice a Dios. La creación es
buena; todo lo que ha salido de las manos de Dios es bueno. El hombre,
al pecar, las degradó a la condición de ídolos (de cosa vana). El hombre
redimido las rescata de esta condición, devolviéndolas a su condición
original, motivo de bendición. Así el neocatecúmeno comienza a ver
realizada su vocación: "llamado a heredar la bendición" (Cf. 1P 3,9), a
decir-bien de Dios ante su vida y ante todas las cosas de la historia y
de la creación.
Por eso, del segundo escrutinio, como renuncia a los ídolos, el
Neocatecúmeno pasa a la iniciación a la Oración, a la alabanza a Dios
con los salmos. Paso a paso, la Comunidad es el ámbito en que la Palabra
de Dios resuena y actúa con poder. Dentro de la Iglesia, cuya fe como
Esposa de Cristo está garantizada y cuya comprensión está prometida por
la unción del Espíritu Santo, cobra vida la Escritura que se proclama,
llamando a la fe y a la conversión al hombre. Y, al aparecer Jesucristo,
vencedor de la muerte, libera al hombre del pecado y de sus esclavitudes
o idolatrías.
En el cuadro de la Virgen del Camino, como inspiradora de él, hay
una frase: "Hay que hacer comunidades como la Sagrada Familia de Nazaret
que vivan en humildad, sencillez y alabanza, donde el otro es Cristo".
La antropología del Camino no ve al hombre en solitario. El hombre -y el
cristiano- vive con el otro y para el otro. Como dice la Familiaris
consortio:
"Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la
existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor.
Dios es amor (1Jn 4,8) y vive en sí mismo un misterio de comunión
personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en
el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la
vocación del amor y de la comunión. El amor es por tanto la vocación
fundamental e innata de todo ser humano" (n.11).[20]
Y el 30 de Diciembre de 1988, fiesta de la Sagrada Familia, el Papa Juan
Pablo II decía a las familias del Camino Neocatecumenal: "No hay en este
mundo otra imagen más perfecta, más completa de lo que es Dios que la
familia: unidad y comunión. No hay otra realidad humana que corresponda
mejor a ese misterio divino".[21]
La imagen de Dios uno y trino, unidad y comunión, se manifiesta en la
diferencia y comunión del hombre y la mujer que en el matrimonio se
hacen una sola carne, engendrando la vida. "La familia cristiana
es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y
del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es
reflejo de la obra creadora de Dios" (CEC 2205).
No cabe vivir de manera solitaria la semejanza con el Dios-Amor. Sólo es
posible en la comunión humana. Dios es Amor y como Dios-Amor crea al
hombre a su imagen: "A imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó"
(Gn 1,27). El hombre y la mujer, en su diferencia y mutua referencia, en
el don mutuo del uno al otro, son imagen de Dios. Pero hay que afirmar,
hoy que se banaliza frecuentemente la sexualidad, que se trata de la
sexualidad humana, en la que está implicada toda la persona:
"En el contexto de una cultura que deforma gravemente o incluso pierde
el verdadero significado de la sexualidad humana, porque la desarraiga
de su referencia a la persona, la Iglesia siente más urgente e
insustituible su misión de presentar la sexualidad como valor y función
de toda la persona creada, varón y mujer, a imagen de Dios" (FC 32).
A esta luz se vive y expresa la teología en las Comunidades
Neocatecumenales. Así como Dios es un ser personal en la comunidad
amorosa de tres personas, así también el hombre es imagen personal de
Dios en su referencia esencial al "otro", a vivir personalmente con él y
para él, tal como se pone de manifiesto en la relación matrimonial del
hombre y la mujer. El matrimonio aparece de este modo en la Comunidad
como un carisma: es el sacramento, que hace visible a todos aquello a lo
que Dios nos llama en relación a Cristo y en la relación de unos con
otros. El Matrimonio aparece como el "signo visible del amor de Cristo a
la Iglesia" y como signo de la relación de los hermanos entre sí, donde
cada uno conserva su personalidad propia y singular, pero no "vive para
sí", sino para Cristo y para los demás.
"Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de
la Iglesia. Ya el bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio
nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas que precede al
banquete de bodas, la Eucaristía. El matrimonio cristiano viene a ser
por su parte signo eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la
Iglesia" (CEC 1617).
El hombre, al abrirse a otra persona, hace el descubrimiento del "tú" y,
al mismo tiempo, se descubre a sí mismo como "yo". En esta apertura del
"yo al tú" que crea la unidad entre ellos, formando un "nosotros", nace
también la apertura al "vosotros". En el matrimonio, el "una sola carne"
de los esposos les abrirá a la vida, a la aceptación del hijo; en la
Comunidad la comunión de los hermanos les abrirá a la misión. Dios es
amor y vida; su imagen completa se manifestará en el amor que engendra
hijos para el mundo y para Dios. "La familia en misión es la cosa más
fundamental y más importante en la misión de la Iglesia: es la misión
del amor y de la vida", decía Juan Pablo II en la homilía citada. La
concepción neocatecumenal, que no es otra que la que la Iglesia ha
expresado en sus documentos,[22]
se puede resumir, por no alargarnos más en un tema que podría llenar
páginas, en este texto de la Familiaris consortio:
"Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: Dios es amor y vive
en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. En cuanto espíritu
encarnado, es decir, alma que se expresa en el cuerpo informado por el
espíritu, el hombre está llamado al amor en esta su totalidad unificada.
El amor abarca también el cuerpo humano y el cuerpo se hace partícipe
del amor espiritual.
En consecuencia la sexualidad, en la que el hombre y la mujer se dan el
uno al otro con los actos
propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico,
sino que afecta al núcleo íntimo de la persona en cuanto tal. Ella se
realiza de modo verdaderamente humano, solamente cuando es parte
integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen
totalmente entre sí hasta la muerte. La donación física total sería un
engaño si no fuese signo y fruto de una donación en la que está presente
toda la persona, incluso en su dimensión temporal; si la persona se
reservase algo o la posibilidad de decidir de otra manera en orden al
futuro, ya no se donaría totalmente. Esta totalidad, exigida por el amor
conyugal, corresponde también con las exigencias de una fecundidad
responsable, la cual, orientada a engendrar una persona humana, supera
por su naturaleza el orden puramente biológico y toca una serie de
valores personales, para cuyo crecimiento armonioso es necesaria la
contribución durable y concorde de los padres. El único 'lugar' que hace
posible esta donación total es el matrimonio, es decir, el pacto de amor
conyugal o elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer
aceptan la comunidad íntima de vida y amor, querida por Dios mismo, que
sólo bajo esta luz manifiesta su verdadero significado" (n.11).
De esta visión teológica del Matrimonio y la familia, el Camino saca
todas las consecuencia morales que inculca y ayuda a vivir a sus
miembros: el valor esponsal del cuerpo, que queda negado en el
autoerotismo; el valor sacramental del matrimonio, como carisma para la
comunidad, que excluye toda relación prematrimonial, es decir, antes de
sellar el amor públicamente ante la Iglesia; la indisolubilidad del
matrimonio, como signo del amor irrompible de Cristo a la Iglesia, que
sería negado con el divorcio; la unión inseparable de los dos
significados -unitivo y procreador- del acto sexual, que excluye el uso
de anticonceptivos y los recursos a la fecundación artificial; y si el
hijo es don de Dios, llamado a la vida eterna, ningún motivo puede
justificar el aborto...Un aspecto particular, que vive la familia
cristiana, -frente al aborto o la fecundación artificial, en los que el
hombre se coloca como árbitro y señor de la vida-, es el de la adopción.
Son muchas las familias de las comunidades neocatecumenales que han
adoptado hijos. La adopción la viven desde la fe. Así como su vida
conyugal es reflejo del amor nupcial de Cristo y la Iglesia, la adopción
se hace espejo del amor adoptivo de Dios Padre; en Cristo nos ha
adoptado como hijos suyos.
La sexualidad, en el plan original de Dios, era la expresión del amor
trinitario. Pero el pecado, al romper la relación del hombre con Dios,
introdujo también la ruptura entre el hombre y la mujer. En una misma
frase el hombre acusa a la mujer y a Dios: "La mujer que Tú me diste..."
(Gn 3,12). Todo pecado ofende a Dios, al destruir su plan de amor, y
ofende al pecador mismo y a los demás. Por ello tiene tan graves
consecuencias en el campo de la sexualidad. La atracción mutua entre el
hombre y la mujer, desde el pecado, se carga de miedo, vergüenza,
concupiscencia, dominio del uno sobre el otro...
Pero, frente a la realidad de desorden que introduce el pecado en la
sexualidad, aparece luminosa la esperanza del protoevangelio: "la
descendencia de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente".
Jesucristo viene a devolver al hombre y a la mujer a la situación del
"principio", al designio original de Dios (Cf. Mt 19,8). Cristo, en su
obra redentora, asume la sexualidad, la sana y la restituye a su bondad
original de gracia y santidad. En las Comunidades Neocatecumenales se
enseñará a vivir a las familias su sacramento como un carisma, como una
vocación de Dios, como camino da santidad, es decir, como fuente de
gracia. A través del matrimonio, engendrando hijos y transmitiéndoles
la fe, las familias edifican la Iglesia, viviendo en su casa como
"Iglesia doméstica", donde se celebra la liturgia en el tálamo nupcial,
se bendice a Dios en la mesa por los alimentos y se transmite la fe a la
siguiente generación con el testimonio de fe y con las celebraciones y
catequesis de los padres...
"La familia cristiana constituye una revelación y una actuación
específicas de la comunión eclesial; por eso puede y debe decirse
iglesia doméstica. Es una comunidad de fe, esperanza y caridad,
posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo
Testamento" (CEC 2204). "La familia cristiana es llamada a participar en
la oración y sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de
la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana
es evangelizadora y misionera" (2205).
"La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola
procreación de los hijos" (2221). "Por la gracia del sacramento del
matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad y el privilegio
de evangelizar a sus hijos. Desde la primera edad deberán
iniciarlos en los misterios de la fe de los que ellos son para sus hijos
los 'primeros heraldos de la fe' (LG 11)" (2225). "La catequesis
familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza de
la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a
descubrir su vocación de hijos de Dios" (2226).
Para concluir, en relación a la sexualidad, como en otros campos de la
moral, el Camino aplica la ley de la gradualidad, según es
presentada en la Familiaris consortio:
"Se pide una conversión continua, permanente que, aunque exija el
alejamiento interior de todo mal y la adhesión al bien en su plenitud,
se actúa sin embargo concretamente con pasos que conducen cada vez más
lejos. Se desarrolla así un proceso dinámico, que avanza gradualmente
con la progresiva integración de los dones de Dios y de las exigencias
de su amor definitivo y absoluto en toda la vida personal y social del
hombre. Por esto es necesario un camino pedagógico de crecimiento con el
fin de que los fieles, las familias y los pueblos, es más, la misma
civilización, partiendo de lo que han recibido ya del misterio de Cristo
sean conducidos pacientemente más allá hasta llegar a un conocimiento
más rico y a una integración más plena de este misterio en su vida"
(n.9).
Esta "ley de gradualidad o camino gradual, como la comenta el
Papa Juan Pablo II, no puede identificarse con la gradualidad de la
ley, como si hubiera varios grados o formas de preceptos en la ley
divina para los diversos hombres o situaciones".[23]
Fiel a este principio, el Camino Neocatecumenal propone, desde el
principio, la vida moral en toda su plenitud y grandeza, sin rebajas
minimalistas que suponen un menosprecio del hombre y una desconfianza
del poder de Dios. La Iglesia, como Madre y Maestra, ofrece la vida en
plenitud a sus hijos, presentando la verdad moral en su radicalidad.
Pero, al mismo tiempo, en el Camino se acoge al pecador y se le conduce,
con paciencia y sin escándalos, paso a paso hasta esa vida plena.[24]
g) VIRGINIDAD POR EL REINO DE LOS CIELOS[25]
Después de presentar estas brevísimas pinceladas sobre el matrimonio, no
podemos no dedicar unas líneas al carisma de la virginidad, que se vive
en el Camino con tanta dedicación a Cristo y a la evangelización. El
amor personal de Cristo para su Iglesia, que inaugura en este mundo el
Reino de los cielos, se manifiesta en dos signos o formas de
vida: el matrimonio y la virginidad. Los dos estados son un carisma
dentro de la Iglesia y para la edificación de la Iglesia. El misterio de
la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia, entre Dios y el género
humano, está simbolizado en estas dos vocaciones que se iluminan
mutuamente. Los dos estados de vida, expresión del amor cristiano, dan
testimonio de la presencia del Reino de Dios y de la esperanza de la
plenitud del Reino. El matrimonio es el signo real del amor fecundo de
Cristo a la Iglesia, sellado en su sangre derramada en la cruz como
entrega total a la Iglesia. Y la virginidad es el signo profético de la
consumación escatológica de la unión de Cristo con los redimidos por su
sangre en el Reino de los cielos. Santo Tomás de Aquino explica con
precisión la unidad y complementariedad del matrimonio y de la
virginidad, diciendo:
"En la Iglesia, las realidades espirituales están simbolizadas por las
realidades corporales. Pero como quiera que las realidades espirituales
son mucho más ricas que los signos visibles que las expresan, en
ocasiones se precisa de varias realidades visibles que simbolicen una
misma realidad espiritual. Tal es el caso de la unión de Cristo con su
Iglesia; ella es fecunda porque nos engendra como hijos de Dios. Pero es
también virginal, 'sin mancha ni arruga' (Ef 5,27), 'pues os tengo
desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a
Cristo' (2Cor 11,2). Ahora bien, en las realidades corporales, la
fecundidad es incompatible con la virginidad. De aquí que necesitemos
dos imágenes terrenas para expresar la significación total de la unión
de Cristo con su Iglesia; una para reflejar su fecundidad -esta
finalidad se cumple mediante el sacramento del matrimonio- y otra para
su virginidad, y ésta es la consagración de vírgenes".[26]
Algo parecido dirá la Familiaris consortio:
"La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradice
la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El
matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único
Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. Cuando no se estima el
matrimonio no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la
sexualidad humana no se considera un gran valor donado por el Creador,
pierde significado la renuncia por el Reino de los cielos" (n.16).
También el Catecismo dice:
"Estas dos realidades, el sacramento del Matrimonio y la virginidad por
el reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es El quien les da sentido y
les concede la gracia indispensable para vivirlos conforme a su
voluntad. La estima de la virginidad por el Reino y el sentido del
Matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente: 'Denigrar el
matrimonio es reducir a la vez la gloria de la virginidad; elogiarlo es
realzar a la vez la admiración que corresponde a la virginidad' (S. Juan
Crisóstomo)" (1620).
En las Comunidades Neocatecumenales, como reconoce el Papa Juan Pablo
II, "se ve cómo del bautismo provienen todos los frutos del Espíritu
Santo, todas las vocaciones, toda la autenticidad de la vida cristiana
en el matrimonio, en el sacerdocio, en las diversas profesiones,
finalmente en el mundo".[27]
Es la riqueza de la Iglesia que se visibiliza en la pequeña comunidad. Y
en la Iglesia, como comunión de los renacidos en Cristo, los estados de
vida están de tal modo relacionados entre sí que están ordenados el uno
al otro. Son modalidades diversas y complementarias de vivir la vocación
universal a la santidad en la perfección del amor. Los dos estados de
vida están al servicio del crecimiento de la Iglesia. Los dos se
unifican en el "misterio de comunión" de Cristo y la Iglesia y se
coordinan en su única misión: ser imagen del amor de Dios. En los
diversos carismas de la Iglesia se refleja la infinita riqueza del
misterio de Cristo. Como repiten los Padres, la Iglesia es como un campo
espléndido por su variedad de plantas, flores y frutos. Así lo canta San
Ambrosio:
"Un campo produce muchos frutos, pero es mejor el que abunda en frutos y
flores. Ahora bien, el campo de la santa Iglesia es fecundo en unas y
otras. Aquí puedes ver florecer las gemas de la virginidad, allá la rica
cosecha de las bodas bendecidas por la Iglesia colmar de mies abundante
los grandes graneros del mundo, y los lagares del Señor Jesús
sobreabundar de los frutos de la vid lozana, frutos de los cuales están
llenos los matrimonios cristianos".[28]
Y San Agustín, añadiendo el carisma de las viudas, que también en el
Camino cobran una gran importancia, dice:
"En el huerto del Señor no sólo hay las rosas de los mártires, sino
también los lirios de las vírgenes y las yedras de los casados, así como
las violetas de las viudas".[29]
En la Iglesia la virginidad es un carisma, don de Dios, que uno no toma
por sí mismo, sino que se recibe como gracia. Pablo desearía que todos
viviesen como él; pero como no es un asunto de propia decisión, sino de
elección de Dios, cada uno debe vivir en el estado en que Dios le ha
llamado (1Cor 7,24). Lo que constituye y da sentido al celibato no es la
renuncia al matrimonio, sino el gozo de vida que la donación a Cristo y
a su obra proporciona. Jesús, como persona, constituye el centro de la
vida del célibe, que vive en una familiaridad con El tan íntima, en
intimidad nupcial tan radical, que excluye la entrega matrimonial a otra
persona.[30]
Por ello, dirá el Papa Juan Pablo II refiriéndose a la mujer, aunque "de
modo análogo ha de entenderse igual la consagración del hombre en el
celibato sacerdotal o en el estado religioso":
"No se puede comprender rectamente la virginidad, la consagración de la
mujer en la virginidad, sin recurrir al amor esponsal; en efecto, en tal
amor la persona se convierte en don para el otro. La natural disposición
esponsal de la persona femenina halla una respuesta en la virginidad
entendida así. La mujer, llamada desde 'el principio' a ser amada y a
amar, en la vocación a la virginidad encuentra sobre todo a
Cristo, como el Redentor que 'amó hasta el extremo' por medio del
don total de sí mismo, y ella responde a este don con el don sincero
de toda su vida. Se da al Esposo divino y esta entrega personal tiende a
una unión de carácter propiamente espiritual: mediante la acción del
Espíritu Santo se convierte en 'un solo espíritu' con Cristo-Esposo (Cf.
1Cor 6,17). Este es el ideal evangélico de la virginidad, en el que se
realizan de modo especial tanto la dignidad como la vocación de la
mujer. En la virginidad entendida así se expresa el llamado
radicalismo evangélico: dejarlo todo y seguir a Cristo (Cf. Mt
19,27), lo cual no puede compararse con el simple quedarse soltera o
célibe, pues la virginidad no se limita únicamente al "no", sino que
contiene un profundo "sí" en orden esponsal: el entregarse por amor de
un modo total e indiviso".[31]
En la economía evangélica, dirigida por el Espíritu Santo, el matrimonio
no es la única forma de superar la soledad del hombre: "no es bueno que
el hombre esté solo". Existe la Iglesia, el cuerpo eclesial de Cristo,
del que todos los creyentes -casados o vírgenes- son miembros. Esta
unión esponsal de todo bautizado con Cristo es una realidad tan fuerte
que es la forma plena de superar la soledad, no sólo para los célibes
sino incluso para los casados, que no pueden pensar en llenar el vacío
de su corazón -hecho a la medida de Dios- con el amor del otro cónyuge,
idolatrándolo. Sólo Cristo, en su Iglesia, responde a la necesidad de
amor absoluto del hombre. Unido a Cristo, el célibe nunca se sentirá
solo ni infecundo. Como Pablo puede sentirse padre (1Cor 4,15; 1Ts 2,11)
y madre (Ga 4,19; 1Ts 2,7), grandemente fecundo en hijos (1Tim 1,2; 2Tm
1,2; Tt 1,4; Flp 2,19-24). La Lumen gentium presenta la
virginidad o el celibato "como señal y estímulo de la caridad y como
manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo" (n.42).[32]
Y la Familiaris consortio dice: "Aun habiendo renunciado a la
fecundidad física, la persona virgen se hace espiritualmente fecunda,
padre y madre de muchos, cooperando a la realización de la familia según
el designio de Dios" (n.16).
Como carisma en favor de la Comunidad, la virginidad hace presente a
todos los miembros de la Comunidad el Reino escatológico. El mismo
Cristo, célibe, nacido de una Virgen, es la presencia escatológica del
Reino de Dios. Le visibilizan en la Comunidad, en este sentido, quienes
le siguen en la virginidad consagrada. En ellos se adelantan los tiempos
nuevos, inaugurados por Cristo. Con su dedicación total a Cristo invitan
a todos a vivir en este mundo como peregrinos. El "comprar un campo", el
"acabar de casarse" ya no tienen valor absoluto frente al Reino presente
(Lc 14,15ss) "el cuidado de las cosas del Señor" (1Cor 7,32-35) es lo
primero para todos. A la luz de Cristo, la renuncia al matrimonio "a
causa del Reino de los cielos" (Mt 19,12), como "renunciar a todo por
seguir a Cristo" (Lc 14,26), hace que aparezca la virginidad como un
carisma con su significado escatológico. Algunos cristianos han entrado
ya, como carisma que lo anuncia a todos anticipadamente, en el estado de
"hijos de la resurrección", que no toman ni marido ni mujer (Lc
20,34-36). Esta tensión escatológica es propia de toda la Iglesia, la
esposa que anhela la consumación de su unión con Cristo en el reino de
los cielos. Los célibes y las vírgenes mantienen viva con su carisma
esta tensión escatológica, diciendo con su vida a todos:
"Os digo, pues, hermanos: el tiempo ha desplegado velas. Por tanto, los
que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si
no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que
compran como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no
disfrutasen. Pues pasa la escena de este mundo" (1Cor 7,29-31).
Así en la Comunidad Neocatecumenal los célibes y las vírgenes se convierte
en llamada constante hacia la eternidad para todos los hermanos. Advierten y
recuerdan que el sentido de la vida del hombre no se agota aquí abajo,
dentro de nuestro tiempo, sino allí donde el tiempo deja paso a la
eternidad. Ellos "preanuncian la resurrección futura y la gloria del reino
celestial" (LG, n.44), "se constituyen en señal viva de aquel mundo futuro,
presente ya por la fe y por la caridad, en el que los hijos de la
resurrección no tomarán maridos ni mujeres" (PO, n.16). El hombre, pues,
creado por Dios, redimido por Cristo y santificado por la acción del
Espíritu Santo, vive en este mundo, caminando hacia el Padre, en Cristo por
el Espíritu Santo. Santo Tomás lo explica teológicamente: "Así como el
brotar de las personas divinas es el fundamento del brotar de las criaturas
en el principio, así aquel mismo brotar es el fundamento de su regreso al
fin; pues por medio del Hijo y del Espíritu Santo no sólo somos constituidos
originariamente, sino vinculados también al fin".[33]
[1]
Sobre este punto, Cf. Catequesis iniciales de la fase de
conversión, 7ª; puede verse también las Moniciones a los Laudes del
Domingo de varias convivencias. Ver, en concreto, el Encuentro con
las Comunidades de Bogotá de 1989.
[2]
In Rm, c.8, let. L.
[3]
Cf CEC 343,356,635,1989-1992.
[4]
"Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario,
Dios lo llama y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el
mal" (CEC 410). "Dios, en un designio de pura bondad, ha creado
libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada.
Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre. Le
llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle con todas sus
fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la
unidad de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante su Hijo que envió
como Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los tiempos. En El
y por El, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos
de adopción y, por tanto, los herederos de su vida bienaventurada"
(1).
[5]
Cf. Col 3,10; 1Cor 15,49; Ef 1,3-14; 2Cor 3,18; flp 3,21.
[6]
La realidad del hombre esclavo del pecado se explicita en todos los
Kerigmas, Cf. Catequesis iniciales 6ª y 7ª y Kerigmas de toda
convivencia.
[7]
Cf Concilio de Trento: DS 1511.
[8]
Ibíd. DS 1512.
[9]
Cf. el encuentro con las Comunidades de la Parroquia de N.S. del
SS.
Sacramento e Santi Martiri Canadesi el 2-XI-1980: L'Osservatore
Romano 3-4-XI-1980.
[10]
Cf CEC 1432,1851 y 2839.
[11]
Sobre este punto pueden verse las catequesis de la Convivencia del
2º Escrutinio y Los Anuncios de Cuaresma.
[12]
"Con frecuencia el ateísmo se funda en una concepción falsa de la
autonomía humana, llevada hasta el rechazo de toda dependencia
respecto a Dios" (CEC 2126). "En este pecado, el hombre se
prefirió a sí mismo en lugar de Dios y, por ello, despreció a
Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios...Por la seducción del
diablo quiso ser como Dios, pero sin Dios, antes que Dios y no según
Dios" (398). "La acción de tentar a Dios consiste en poner a
prueba, de palabra o de abra, su bondad y su omnipotencia" (2119).
[13]
A continuación el CEC cita estas palabras de Newman: "El dinero es
el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje 'instintivo la
multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la
fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad... Todo
esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La
riqueza por tanto es uno de los ídolos de nuestros días, y la
notoriedad es otro... La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de
hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa),
ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien
soberano, un objeto de veneración" (J.H. NEWMAN, Discourses to mixes
congregations, 5, sobre la santidad).
[14]
Cf Catequesis iniciales 3ª, Convivencia de Santo Domingo de enero de
1992 y Anuncio de Cuaresma de 1992...
[15]
M. PICARD, La huida de Dios, Madrid 1962, p.17.
[16]
Citado por J. DANIELOU, en Dios y nosotros, Madrid 1966, p.9.
[17]
Cf Los Kerigmas de todos los pasos y convivencias, donde nunca
falta.
[18]
"Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira,
Satanás, el seductor del mundo entero, es aquel por medio del cual
el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva
derrota, toda la creación entera será liberada del pecado y de la
muerte" (CEC 2852). "Cristo bajó a la profundidad de la muerte...,
'aniquiló mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al
diablo y libertó a cuantos, por el temor a la muerte, estaban de por
vida sometidos a esclavitud' (Hb 2,14-15)" (635). "Por su Pasión,
Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en
el Espíritu Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el pecado
había deteriorado" (1708).
[19]
Cf, entre otras, la catequesis sobre la familia en la etapa de la
Traditio y las catequesis del "Itinerario de preparación al
matrimonio". Ver, particularmente, Convivencia de principio de curso
de 1984 y la de 1991.
[20]
Cf CEC 272,371,1604.
[21]
JUAN PABLO II, Homilía durante la misa con las Comunidades
neocatecumenales, L'Osservatore Romano del 31-12-1988.
[22]
Cf Humanae vitae, Familiaris consortio, Mulieris dignitatis...
[24]
Cf Familiaris consortio 33.
[25]Sobre
la virginidad pueden verse las catequesis vocacionales de las
peregrinaciones de jóvenes a Zaragoza (España), a Czestochowa
(Polonia) y a Denver (USA).
[26]
Contra gentiles IV, 58.
[27]
A las Comunidades Neocatecumenales en la Parroquia de Santa
María Goretti, el 31-1-1988. Y el CEC afirma: "La virginidad por el
Reino de los cielos es un desarrollo de la gracia bautismal, un
signo poderoso de la preeminencia del vínculo con Cristo, de la
ardiente espera de su retorno, un signo que recuerda también que el
matrimonio es una realidad que manifiesta el carácter pasajero de
este mundo" (1619).
[28]
De virginitate VI, 34.
[29]
SAN AGUSTIN, Sermón 304,3.
[30]
"Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con El ocupa
el primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares o
sociales. Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres y
mujeres que han renunciado al gran bien del matrimonio para seguir
al Cordero dondequiera que vaya, para ocuparse de las cosas del
Señor, para tratar de agradarle, para ir al encuentro del Esposo que
viene. Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en este modo de
vida" (CEC 1618).
[31]
Mulieris Dignitatem 20.
[32]
CEC 924.
[33]
1Sent 11,2,2.