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LINEAS TEOLÓGICAS FUNDAMENTALES DEL CAMINO NEOCATECUMENAL:     1. ANTROPOLOGIA


Emiliano Jiménez Hernández

Páginas relacionadas 

                          

.ANTROPOLOGIA

a) El hombre, amado por Dios

b) El hombre esclavo del pecado

c) Tentaciones o idolatrías del hombre

d) Secularización, descristianización y crisis de fe

e) El hombre a imagen del Hijo de Dios

f) Familia y sexualidad

g) Virginidad por el Reino de los cielos

Camino neocatecumenal - Sello - Trípodo - Nueva Evangelización

a) EL HOMBRE AMADO POR DIOS[1]

 

El Anuncio de la resurrección de Cristo es la Buena Noticia, que procede del corazón de Dios que ama a todo hombre. Este mensaje de salvación no viene a juzgar ni a condenar; tampoco viene a plantear exigencias al hombre débil, esclavo del pecado por el temor a la muerte. Viene a regenerar al hombre caído. Sin la experiencia del amor previo y gratuito de Dios, el hombre no puede ser reconstruido. Una vida nueva es sólo posible en la medida en que va naciendo -el catecumenado es una gestación- un hombre nuevo, revestido de Jesucristo. La moral cristiana es una moral responsorial; la gracia de Dios precede y posibilita la respuesta del hombre; el ser en Cristo hace posible vivir según Cristo. La vida en el Espíritu se traduce en vida según el Espíritu. Olvidar esto sería caer en el moralismo o pelagianismo.

En las Comunidades Neocatecumenales, desde la experiencia de transformación moral de la vida de los hermanos, descubren y formulan la teología de la gracia de la nueva economía, inaugurada por Cristo, en la que la ley cede el puesto al Espíritu. Es lo que abiertamente dice San Pablo: "No estáis en la ley, sino en la gracia" (Rm 6,4), entendiendo por gracia la presencia del Espíritu en el cristiano: "pues, si os dejáis conducir por el Espíritu, no estáis bajo la ley" (Ga 5,18). Como dirá Santo Tomás: "La ley nueva se identifica ya con la persona del Espíritu Santo, ya con la actividad del Espíritu Santo en nosotros".[2]

El Espíritu Santo, como don de Cristo a sus discípulos, hace del cristiano una "criatura nueva". Por ello, la ley cristiana es, ante todo, una vida; es el desarrollo dinámico  -catecumenal- del nuevo ser dado al hombre por Cristo mediante el Espíritu. El cristiano es el nuevo ser "renacido del agua y del Espíritu" (Jn 3,5). Renovar el bautismo y participar del Espíritu Santo en la vida de la comunidad es conocer esta nueva vida. Pues el Espíritu, con la nueva vida, da al cristiano una mentalidad nueva.[3]

Desde esta experiencia de salvación, el Neocatecúmeno descubre la bondad de la creación y del Dios Creador. La fe del antiguo y del nuevo pueblo de Dios en la creación está transida de la experiencia de la salvación de Dios con Israel, salvación que es historia y que culmina plena y definitivamente en Jesucristo. La historia de la salvación está en germen en la creación, llamada desde el principio a una plenitud, que se manifestará en la "plenitud de los tiempos" en Cristo y se consumará en la nueva creación escatológica.[4]

El hombre amado por Dios

El mundo es creación de Dios, llamado a la existencia por su libre voluntad. Y cuando decimos que Dios creó el mundo "desde la libertad" estamos afirmando que lo creo "por amor": "Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado. Y, ¿cómo subsistirían las cosas si Tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si Tú no las hubieses llamado? Pero Tú con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor, que amas la vida, pues tu espíritu incorruptible está en todas ellas" (Sb 11,24-12,1). Si Dios crea el mundo libremente, lo crea amorosamente: "Del amor del Creador surgió glorioso el universo" (Dante). Dios comunica su bondad en su amor libre: eso es la obra de la creación. La complacencia con que el Creador celebra la fiesta de la creación, el Sábado (Gn 2,3), expresa claramente que la creación fue llamada a la existencia por su amor gratuito.

Y entre los seres de la creación, el hombre, en su bipolaridad "hombre-mujer", aparece como la expresión máxima del amor creador de Dios: "La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios: pues no existe si no es porque, creado por amor, por ese mismo amor es siempre conservado. Ni vive plenamente según la verdad a no ser cuando reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador" (GS 19).

El hombre, creado por el amor de Dios y abierto al amor fecundo y a la comunión, ha sido llamado a la existencia como imagen de Dios amor y comunión en su vida intratrinitaria. Como imagen de Dios en la tierra, los hombres responden a las relaciones trinitarias y también a las relaciones de Dios con los hombres y con toda la creación. Pero la "imagen del Dios invisible", creada en el principio, está destinada a convertirse en "imagen del Hijo de Dios encarnado". El destino inicial de los hombres, según el designio de Dios, se revela plenamente a la luz de Cristo: "Aquellos que han sido llamados según su designio, de antemano los conoció y también los llamó a reproducir la imagen de su Hijo, para que El fuera el primogénito" (Rm 8,28-29).[5]

Todos los seres de la creación son buenos, pero sin el hombre, el mundo es mudo (Gn 2,4-7). El hombre es el liturgo de la creación, contemplando las obras de Dios y dando nombre a las criaturas de Dios. Extremadamente sugestivo es el salmo 148, que nos ofrece una liturgia cósmica en la que el hombre es sacerdote, cantor universal, predicador y poeta. El hombre aparece como el artífice de la coreografía cósmica, el director del coro en el que participan los monstruos marinos, los abismos, el sol, la luna, las estrellas, los cielos, el fuego, el granizo, la nieve, la niebla, los vientos, los montes, las colinas, los árboles, las fieras, los animales domésticos, los reptiles, las aves...Dios ha creado todos los seres y el hombre, dándoles nombre, les conduce a la celebración litúrgica.

"Salida de la bondad divina, la creación participa de esa bondad. Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada. La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación" (299). "El Sabbat (es la) culminación de la obra de los seis días. Dios concluyó en el séptimo día la obra que había hecho y así el cielo y la tierra fueron acabados; Dios, en el séptimo día, descansó, santificó y bendijo este día" (345). "Pero para nosotros ha surgido un nuevo día: el día de la resurrección de Cristo. El séptimo día acaba la primera creación. Y le octavo día comienza la nueva creación. Así la obra de la creación culmina en una obra todavía más grande: la Redención. La primera creación encuentra su sentido y su cumbre en la nueva creación en Cristo, cuyo esplendor sobrepasa el de la primera" (349).

 

El hombre esclavo del pecado

 b) EL HOMBRE ESCLAVO DEL PECADO[6]

Un punto central en la antropología del Camino es la situación del hombre bajo el pecado descrita en Hb 2,14-15:

"Así como los hijos participan de la sangre y de la carne, así también participó El (Cristo) de las mismas, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al Diablo, y libertar a cuantos, por el temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud".

El hombre, por el temor a la muerte, está de por vida sometido a la esclavitud. El hombre, al pecar, ha hecho la experiencia de la muerte; ha gustado existencialmente a qué conduce el pecado. El pecado destruye al hombre por dentro.

"La doctrina sobre el pecado original -vinculada a la de la Redención de Cristo- proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original entraña 'la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo'.[7] Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores" (CEC 407). "Siguiendo a S. Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado con que todos nacemos afectados y que es 'muerte del alma'[8]" (403).

Dios creó el mundo y le salió bien; contempló cuanto había hecho y vio que era muy bueno (Gn 1,31). Pero en aquel mundo armonioso, el pecado introduce la división: odio, injusticia, guerra, muerte. Tal es la explicación que nos da el Génesis de la presencia del mal en el mundo; y en varias escenas va mostrando la marea creciente del pecado: Caín, que mata a su hermano; Lamec, que exalta la venganza; la humanidad corrompida, que perece en las aguas del diluvio. El género humano comienza de nuevo con Noé y su familia, pero el pecado no duerme; sigue acechando al hombre y creando división e incomunicación entre los hombres: torre de Babel...Es la historia que ha llegado hasta nosotros.

"El relato de la caída (Gn 3) utiliza un lenguaje hecho de imágenes, pero afirma un acontecimiento primordial, un hecho que tuvo lugar al comienzo de la historia del hombre. La Revelación nos da la certeza de fe de que toda la historia humana está marcada por el pecado original libremente cometido por nuestros primeros padres" (CEC 390). "El hombre, tentado por el diablo, dejó morir en su corazón la confianza hacia su Creador" (397). "El hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios y, por ello, despreció a Dios: hizo la elección de sí mismo contra Dios... Por la seducción del diablo quiso 'ser como Dios', pero sin Dios, antes que Dios y no según Dios" (398). "La Escritura muestra las consecuencias: Adán y Eva tienen miedo del Dios de quien han concebido una falsa imagen, la de un Dios celoso de sus prerrogativas" (398). "La unión entre el hombre y la mujer es sometida a tensiones; sus relaciones estarán marcadas por el deseo y el dominio. La armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil..." (400). "Desde el primer pecado, una verdadera invasión de pecado inunda el mundo" (401).

El hombre, creado como imagen de Dios, colocado en la cima del universo, en diálogo con Dios y en comunión con el otro, su ayuda adecuada, contrasta dolorosamente con la experiencia inmediata: el miedo, la tristeza, la violencia, la incomunicación, el odio, la muerte. El pecado encierra al hombre en un círculo de muerte. Atrapado en este círculo es incapaz de salir de sí mismo, de abrirse al otro, de transcenderse en el otro, ya que la experiencia de muerte que posee le impide amar en la medida en que el otro le mata, le destruye, al ser otro, distinto. El hombre ama mientras el otro le construye; pero no puede amar más allá de un límite, que está colocado allí donde aparece el otro como otro con sus ideas, gustos, concepción de la vida...El hombre quisiera amar, pero no puede, está interiormente esclavizado. Es la experiencia descrita por san Pablo:

"Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual, mas yo soy de carne, vendido al poder del pecado. Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la Ley en que es buena; en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mí. Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que obra en mí. Descubro esta ley: aun queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Pobre de mí!¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte?" (Rm 7,14-24).

Si no se rompe este círculo de muerte, el hombre no puede ser fiel a Dios; son inútiles los propósitos, exhortaciones o amenazas. "El hombre persuadido por el Maligno, abusó de su libertad desde el comienzo de la historia. Sucumbió a la tentación y cometió el mal. Conserva el deseo del bien, pero su naturaleza lleva la herida del pecado original. Ha quedado inclinado al mal y sujeto al error. De ahí que el hombre esté dividido en su interior" (CEC 1707). "Según la tradición cristiana, la Ley santa, espiritual y buena es todavía imperfecta. Como un pedagogo muestra lo que es preciso hacer, pero no da de suyo la fuerza, la gracia del Espíritu para cumplirlo. A causa del pecado, que ella no puede quitar, no deja de ser una ley de servidumbre. Según S. Pablo tiene por función principal denunciar y manifestar el pecado, que forma una 'ley de concupiscencia' (Rm 7) en el corazón del hombre" (1963). Sólo Jesucristo,-"participando de la misma carne y sangre del hombre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, el Diablo" (Hb 2,14)-, puede librarnos de ese cuerpo que nos lleva a la muerte, como exclama Pablo: "¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor!" (Rm 7,25).

Esta situación del hombre pecador la presentará el Camino con todo su realismo existencial como la situación de todo hombre. Es la realidad de Adán, es decir, del hombre. "Adán soy yo y eres tú", se repetirá en las catequesis. En el Camino la realidad del pecado original es presentada, con todo su realismo existencial, pero a la luz de la redención de Jesucristo, en fidelidad a san Pablo:

"Como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron...Pero, si por el delito de uno solo murieron todos, ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos!... Así, pues, como el pecado de uno solo trajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de la justicia de uno solo procura la justificación que da la vida. En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos. La ley, en verdad, intervino para que abundara el delito; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia; así, lo mismo que el pecado reinó en la muerte, así también reinaría la gracia en virtud de la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor" (Rm 5,12-21).

El realismo paulino, con que se presenta en las Comunidades Neocatecumenales la realidad del pecado, no lleva al pesimismo protestante, sino a la efusión exultante de la acción de gracias a Jesucristo, que nos ha liberado de la muerte y del pecado, como ha observado el Papa Juan Pablo II en varios encuentros con los miembros de las Comunida­des.[9]

Pero, para que brote la exultación agradecida a Jesucristo, es preciso tomar conciencia antes del pecado y sus consecuencias. Al pecar Adán y Eva, -todo hombre-, hicieron una experiencia de muerte óntica, de alienación interior del propio ser. El diablo es mentiroso y homicida desde el principio (Cf. Jn 8,44). El pecado engendra la muerte; no conduce a la libertad ni a "ser como dioses". Rechazando a Dios, la vida pierde el sentido, ya que el hombre es en la medida en que Dios, por amor, le da el ser. Si rompe por el pecado con Dios, en adelante se encuentra como vendido al pecado, esclavo que no puede hacer lo que quiere. El pecado le ha pagado con muerte, porque "el salario del pecado es la muerte" (Rm 6,23).

El pecado y la muerte amenazan al hombre

"'El misterio de la iniquidad' (2Ts 2,7) sólo se esclarece a la luz del 'misterio de la piedad' (1Tim 3,16). La revelación del amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión del mal y la sobreabundancia de la gracia. Debemos, por tanto, examinar la cuestión del origen del mal fijando la mirada de nuestra fe en el que es su único Vencedor" (CEC 385). "La doctrina del pecado original es, por así decirlo, el reverso de la Buena Nueva de que Jesús es el Salvador de todos los hombres, que todos necesitan salvación y que la salvación es ofrecida a todos gracias a Cristo. La Iglesia, que tiene el sentido de Cristo, sabe bien que no se puede lesionar la revelación del pecado original sin atentar contra el Misterio de Cristo" (389).

Sin esta concepción y explicitación de la situación existencial del hombre bajo el pecado, no cobra fuerza real la gracia de Dios en Jesucristo muerto y resucitado. Jesucristo es el nuevo Adán. La revelación de Dios en Jesucristo descubre al hombre su verdad profunda, tanto en el abismo de la perdición como en la grandeza de la salvación. Como leemos en la Gaudium et spes:

"En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir (Rm 5,14), es decir, Cristo nuestro Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (n.22).

Ante la cruz de Cristo aparece el pecado en toda su monstruosidad y el amor de Dios en toda su sublimidad.[10] Denunciar el pecado para poder confesarlo es una gracia del amor de Dios. El pecado confesado se transforma en celebración del perdón de Dios. Pero, sin Dios, el hombre no encuentra salida a su culpa. Es vano su intento de negarla o autojustificarse con excusas o acusaciones a los demás. La liberación de la culpa no está en la propia absolución. Sólo cuando se escucha de la boca de Dios la palabra del perdón el hombre se siente perdonado, reconciliado, en paz.

Aquí radica el drama de nuestro mundo. Hoy, en el mundo y entre algunos llamados cristianos, se ha perdido el sentido del pecado, con lo que se ha agudizado el sentido de culpabilidad. El reconocimiento del pecado lleva a la experiencia de la alegría en el perdón, como vivencia del amor gratuito, el único amor liberador del hombre. La experiencia oculta de culpabilidad, en cambio, se abre cauces oscuros en la existencia humana en forma de tristeza, miedos, desesperación, sensación de absurdo de la vida, náusea de todo, aburrimiento, con todas las expresiones  de violencia contra uno mismo y contra los demás: drogradicción y narcotráfico, suicidios, abortos, injusticias... El hijo pródigo, que reconoce y confiesa su culpa, participa de la alegría de la fiesta, de la que se queda fuera el hermano mayor (Cf Lc 15,11-32).

"El pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado es preciso, en primer lugar, reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia" (CEC 386). "Pero...la gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio (S. León Magno)... De ahí las palabras de S. Pablo: 'donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia' (Rm 5,20). Y el canto del Exultet: '¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan grande Redentor!'" (412). "Pero para hacer su obra, la gracia debe descubrir el pecado para convertir nuestro corazón y conferirnos la justicia para la vida eterna por Jesucristo nuestro Señor. Como un médico que descubre la herida antes de curarla, Dios, mediante su palabra y su espíritu, proyecta una luz viva sobre el pecado" (1848). "La acogida de la misericordia de Dios exige de nosotros la confesión de nuestras faltas. 'Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia' (1Jn 1,8-9)" (1847).

El hombre en soledad, con su fracaso acuestas, se asfixia y vive bajo impulsos de autodestrucción. Es la palabra de Judas, que se siente condenado por sí mismo y se suicida. Le hubiera bastado levantar la mirada a Cristo, como hace Pedro con ojos cargados de lágrimas, para experimentar el perdón y la vida. Frente a esta situación, en el Camino, se siente la necesidad de anunciar la "Buena Nueva del perdón de los peca­dos", que supone el reconocimiento y confesión del propio pecado. A "buscar a los pecadores" (Mc 2,17p) vino Jesús, es decir, "a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10), "hospedándose en su casa" (Lc 19,5-7), "acogiéndolos y comiendo con ellos" (Lc 15,1-2; Mc 2,15-17), "como amigo de pecadores" (Mt 11,19; Lc 7,34).

 

Las tentaciones y debilidades

c) TENTACIONES O IDOLATRIAS DEL HOMBRE[11]

El hombre, al romper con Dios por el pecado, siente miedo y se descubre desnudo. En esta situación trata de cubrirse con lo que el mundo, el demonio y la carne le ofrecen. Son las tentaciones del Pueblo de Israel en el desierto y las tentaciones de todo hombre: el hedonismo, el deseo de autonomía y el afán de dinero, como fuente de poder y gloria.

La primera tentación es la tentación del pan, de la seguridad. El hombre sin Dios, sin confiar en la providencia de Dios, busca asegurarse por sí mismo la vida. Ante el hambre, la sed, la incomodidad, el sufrimiento, el hombre murmura en su corazón contra Dios, renuncia a toda promesa de libertad, añorando las cebollas de Egipto. De este modo el hombre reduce su vida a su estómago. Es la tentación de la sensualidad, que empuja al hombre a la búsqueda del placer, viviendo bajo el impulso del hedonismo como ley de vida: es bueno lo que produce placer, es malo lo que conlleva sufrimiento. La vida así reducida queda privada de valor y sentido. Esta es una tentación típica del hombre de nuestra época tecnológica y de la sociedad de consumo, que multiplica sus productos y con ellos las necesidades artificiales y su deseo de posesión. La publicidad ofrece la vida y la felicidad, sembrando el deseo de poseer cosas. Con cosas el hombre intenta llenar el vacío interior, que crece en él de día en día. El ser se pierde en el tener. Al final, la insatisfacción y la depresión son el fruto de esta idolatría de las cosas, como huida del sufrimiento.

La publicidad con su carga erótica, la pornografía, la droga, como ofrecimiento de felicidad o evasión de la vida real, seducen al hombre y le llevan a la degeneración. Bajo la ley del placer, de lo que me gusta, el hedonismo, que niega el espíritu en función del cuerpo, termina por degradar al cuerpo. El cuerpo termina siendo reducido a una posesión más de la que se dispone según el propio capricho...

"El apetito sensible nos impulsa a desear las cosas agradables que no poseemos" (CEC 2535). "La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios. Hay idolatría desde el momento en que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios. Trátese de poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero...× (CEC 2113).

La tentación del hedonismo está enlazada y es consecuencia de la tentación de autonomía. El hombre quiere ser Dios, prescindiendo del Dios que le da la vida. De aquí que la independencia de Dios, que el hombre busca, se traduzca en esclavitud, en pérdida de la libertad, que sólo se vive en la verdad (Jn 8,32-44). La tentación de rebelión contra Dios tiene una doble manifestación: tentar a Dios o negarle.[12] Ante la historia concreta del hombre, en su condición de criatura con sus limitaciones, el hombre tienta a Dios para que le cambie la historia, le quite la cruz. Es la tentación de utilizar a Dios para los propios fines, poner a Dios al propio servicio. Y la segunda forma es su negación o ateísmo. El hombre ante la pregunta del desierto "¿está Dios en medio de nosotros o no?", al no entender ni aceptar la vida con sus limitaciones, responde con la negación. Es el fenómeno que describe la Gaudium et spes con estas palabras:

"Con frecuencia, el ateísmo moderno reviste la forma sistemática, que lleva el afán de autonomía humana hasta negar toda dependencia del hombre respecto de Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Lo cual no puede conciliarse, según ellos, con el conocimiento del Señor, autor y fin de todo" (n.20).

Pero cuando el hombre niega al único Dios, el vacío y desnudez que experimenta le llevan a venderse a los poderes del señor del mundo. Por eso, el hombre sin Dios se construye sus dioses, su becerro de oro, haciéndose esclavo de la obra de sus manos. Se vende al dinero, al poder, a la gloria, a la ciencia... Por eso, a pesar de todo el progreso de la ciencia y la técnica, el hombre de hoy, como el de todos los siglos, se siente oprimido por la angustia y la inseguridad, dominado por los demonios de la codicia, la lujuria obsesiva y la violencia, es decir, "esclavo de por vida por el temor a la muerte".

"La bienaventuranza prometida, invitándonos a buscar el amor de Dios por encima de todo, nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor" (1723).[13]

"Los evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan: Impulsado por el Espíritu al desierto, Jesús permanece allí sin comer cuarenta días. Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto" (538). "Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto, Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. La victoria de Jesús en el desierto es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre" (539). "Cristo venció al Tentador en favor nuestro" (540).

 

Respuesta a la secularización, descristianización y crisis fe

d) SECULARIZACION, DESCRISTIANIZACION Y CRISIS DE FE[14]

Hoy, en nuestro mundo actual, estamos pasando por una fuerte crisis de fe. "El hombre ha huido de Dios en todos los tiempos. Pero lo que distingue la huida de hoy de cualquier otra época es que antiguamente la fe era predominante. Había un mundo objetivo de la fe y la huida tenía lugar en el individuo. Este, por un acto de decisión, se desligaba del mundo de la fe...Hoy acontece al revés. La fe, como mundo circundante, se ha derruido. El individuo tiene que crearse la fe a cada instante con un acto libre, desli­gándose al mismo tiempo del mundo de la huida. Pues es la huida y no la fe el mundo circundante".[15

El siglo XVIII suele ponerse como momento decisivo de la quiebra histórica, que desencadena la serie de revoluciones que llenan el siglo XIX y llegan hasta nuestros días. Todas las tradiciones religiosas y culturales se conmueven desde los cimientos. En síntesis: del cristianismo se pasa a una religión natural; del espiritualismo al materialismo; de la metafísica a la ciencia empírica, al positivismo; del estaticismo social a la dinámica de la lucha de clases y cambios revolucionarios; de la religión y la cultura, como claves de la historia, a la programación económica; de la atención a la conciencia al análisis del subconsciente, como clave de la conducta humana; de unas civilizaciones agrarias, contemplativas y estáticas a unas sociedades urbanas, tecnificadas y dinámicas; de una cosmovisión inmutable a una cosmogénesis en devenir temporal e histórica; de unos regímenes autoritarios a la búsqueda de formas organizativas de la libertad...

En este contexto de ruptura, la fe ha perdido todas las condiciones ambientales, sociales y culturales que la apoyaban. La visión sacral del cosmos ha quedado desmantelada en la civilización moderna, superada por obra de la investigación científico-técnica. Ha entrado en crisis igualmente la religiosidad sociológica, que antes daba respaldo sagrado a las instituciones del poder político.

La visión sacral del mundo es propia de la religiosidad natural. Esta acentúa, en su vivencia de lo sagrado, la separación y el terror. Dentro del mundo separa una zona sagrada, intocable, para Dios. Es el lugar sobrecogedor y terrible. De aquí que sacral hoy sea casi sinónimo de "tabú", algo que no puede tocarse. La vida religiosa, según esta visión, se organiza según estas dos zonas separadas entre sí: por un lado está lo sagrado del culto, separado de la vida, y por otro, lo profano fuera de la esfera religiosa. Este divorcio implica espacios y tiempos sagrados y profanos, y personas sagradas y profanas. La religiosidad natural tiene además un interés egoísta, un intento de ganarse a Dios para estar mejor en este mundo, para que se ponga a nuestro servicio y nos resuelva los problemas inmediatos. Por esto no resiste cuando la ciencia y la técnica con su inmediatez los resuelven.

En realidad el proceso actual de desacralización lleva a la culminación y a la radicalización algo que ya comienza en la fe bíblica. Es Dios quien confía el mundo al hombre para que lo domine y lleve a plenitud su obra creadora. No hay en el cosmos un solo rincón oculto reservado a Dios.

Pero si es verdad que Dios ha puesto todas las cosas en manos del hombre, el hombre mismo, creado a imagen y semejanza de Dios, lleva en sí mismo la impronta de Dios, pertenece a Dios y a El debe orientar su vida: "Todo es vuestro; y vosotros, de Cristo y Cristo de Dios" (1Cor 3,22-23). Por ello con la desacralización va unido el proceso de secularización o secularismo, que implica la dominación científica de la natu­raleza, la voluntad de cambiar radicalmente la condición humana y la transformación de la sociedad confesional en profana o laica. La secularización abarca, pues, junto a la desacralización cósmica, los aspectos de liberación y autonomía del hombre y las sociedades frente a la tutela religiosa.

El fenómeno cultural de la Ilustración, endiosando la razón, rompe con los valores anteriores, dando lugar a la aparición de la modernidad, que se define por el gusto por lo individual (individualismo), por la vuelta a la naturaleza (naturalismo), por la búsqueda del riesgo y la aventura (nuevos descubrimientos), por el deseo de devolver al hombre el centro perdido con los descubrimientos de Copérnico y Galileo, por el interés de la observación (experimentación)...La Ilustración hereda del Racionalismo científico-filosófico el culto de la Razón...

Se da, pues, en la secularización el paso de unas concepciones o experiencias nacidas de la fe al dominio de la razón humana. En este proceso desaparece el mundo metafísico o trascendente y no queda más que el mundo histórico, social, humano, finito. La secularización, en su radicalidad, se hace secularismo, como ideología tendenciosa y cerrada que, para afirmar la absoluta autonomía del hombre y la ciencia, excluye toda referencia o vinculación a Dios en las diversas esferas de la vida.

De estas raíces brota el ateísmo actual. La afirmación de sí mismo del hombre moderno, llevada hasta el extremo, ha desembocado en la negación de Dios. Con Feuerbach y Marx y, más tarde, con Nietzsche y Freud, el ateísmo se convierte en una visión del mundo, que penetra en todos los estratos de la población y alcanza dimensiones universales. Este ateísmo del hombre actual se manifiesta, no sólo en el ateísmo declarado, sino en la indiferencia o alejamiento práctico de la vida de fe. Son muchos los que anagráficamente son considerados creyentes o cristianos, pero su vida no tiene nada que ver con Dios. Dios es completamente irrelevante para su existencia. Viven en un divorcio total entre "fe" y vida. La fe no tiene nada que ver con la vida. Una fe inmadura, apoyada en el ambiente social, no resiste los embates de la secularización, la urbanización, el anonimato, las relaciones funcionales despersonalizadoras o movilidad de la sociedad actual. El éxodo del campo a la ciudad, la emigración a un país extranjero como refugiado o exilado o por razones de trabajo...han quitado el apoyo sociológico de la fe, y el aisla­miento o el nuevo ambiente adverso o indiferente a la fe han provocado el abandono o el alejamiento de la propia creencia. El bombardeo de ideas, costumbres y valores del nuevo ambiente sacuden la fe del hombre, sumiéndolo en el indiferentismo. El hombre actual es víctima constante de los medios de comunicación que le inoculan un nuevo estilo de vida, en el que la fe en Dios se sustituye por otros valores como el consumismo "el afán de poseer", "el poder", "el placer". Los ídolos de la riqueza, el dominio y el sexo se levantan hasta sustituir a Dios que no admite que "se sirva a dos señores".

Hoy el ateísmo se ha impuesto en la sociedad. Ha invadido todos los sectores de la cultura: filosofía, moral, ciencias naturales, artes, literatura, cine, política, sociología, historia, que se cultivan prescindiendo o negando a Dios. No es que hayan aparecido nuevas razones para dejar de creer. Pero hoy son más los altavoces del ateísmo, de forma que ha cobrado una mayor vigencia social y hasta se presenta con un cierto prestigio de independencia de criterios, de autonomía de pensamiento, de modernidad y progresismo. El Vaticano II es consciente de esta realidad, que considera "como uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo" y que, por ello, "debe ser examinado con toda atención". Dice así:

"La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador. Muchos son, sin embargo, los que hoy día se desentienden del todo de esta íntima y vital unión con Dios o la niegan en forma explícita. Es este ateísmo uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo. Y debe ser examinado con toda atención. 

La palabra ateísmo designa realidades muy diversas. Unos niegan a Dios expresamente. Otros afirman que nada puede decirse acerca de Dios. Los hay que someten la cuestión teológica a un análisis metodológico tal que reputan como inútil el propio planteamiento de la cuestión. Muchos, rebasando indebidamente los límites de las ciencias positivas, pretenden explicarlo todo sobre la base puramente científica o, por el contrario, rechazan sin excepción toda verdad absoluta. Hay quienes exaltan tanto al hombre que dejan sin contenido la fe en Dios. Hay quienes se imaginan un Dios por ellos rechazado que nada tiene que ver con el Dios del Evangelio. Otros ni siquiera se plantean la cuestión de la existencia de Dios, porque, al parecer, no sienten inquietud religiosa alguna y no perciben el motivo de preocuparse por el hecho religioso. Además el ateísmo nace a veces como violenta protesta contra la existencia del mal en el mundo o como adjudicación indebida del carácter absoluto de ciertos bienes humanos que son considerados prácticamente como sucedáneos de Dios. La misma civilización actual, no en sí misma, pero sí por la sobrecarga de apego a la tierra, puede dificultar en grado notable el acceso del hombre a Dios" (GS 19).

"Con frecuencia, el ateísmo moderno reviste también la forma sistemática, la cual lleva el afán de autonomía humana hasta negar toda dependencia del hombre respecto de Dios. Los que profesan este ateísmo afirman que la esencia de la libertad consiste en que el hombre es el fin de sí mismo, el único artífice y creador de su propia historia. Lo cual no puede conciliarse, según ellos, con el conocimiento del Señor, autor y fin de todo, o, por lo  menos, tal afirmación de Dios es completamente superflua. El sentido de poder que el progreso técnico actual da al hombre puede favorecer esta doctrina" (GS 20).

El ateísmo actual aparece, pues, íntimamente ligado a la cultura actual. La evolución del pensamiento, al convertir al hombre en el centro del conocer y del ser, ha desembocado en el ateísmo, desplazando a Dios, fundamento del ser. El progreso de las ciencias exactas han llevado al hombre a no admitir más que aquello que se puede probar empíricamente y a negar, por tanto, a Dios. El avance de la tecnología, al suministrar al hombre poder sobre la naturaleza y aún sobre los mecanismos psicológicos y sociales, persuade al hombre de su omnímoda capacidad de reemplazar o sustituir a Dios para organizar su vida. Dios es una hipótesis inútil e innecesaria. La creciente independencia o autonomía a todos los niveles ha confirmado en el hombre actual el sentimiento de autosuficiencia. El hombre se basta a sí mismo, sin necesidad de recurrir infantilmente a un Dios, que está en el cielo. Así el hombre autónomo niega, porque no necesita o le molesta, toda religación con Dios. El protagonismo del hombre en el acontecer histórico le lleva a su autoexaltación, hasta endiosarse, sustituyendo a Dios. Este ateísmo moderno se manifiesta, pues, como un humanismo cerrado, que niega a Dios para afirmar al hombre.

Pero todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy sorprendentes y útiles que sean, no pueden calmar la ansiedad del hombre. La técnica, con sus avances, está transformando la faz de la tierra e intenta la conquista de los espacios interplanetarios. La medicina curativa y preventiva, puede alargar la vida del hombre, pero la prórroga de la longevidad no puede satisfacer ese deseo de vida sin fin que surge ineluctablemente en el corazón del hombre.

La Iglesia hoy, en su evangelización, se enfrenta con este hombre moderno, racional y secularizado, técnico y hedonista, pero que no ha resuelto el problema de su vida, pues no sabe cuál es el sentido de su existencia. ¿Cómo salvar a este hombre? ¿Cómo anunciarle el amor de Dios? Hoy, más que nunca, cobran valor las palabras de Orígenes: "Siempre es peligroso hablar de Dios. Ciertamente que todo lo que decimos de El nos parece inmediatamente despreciable en comparación con lo que es en realidad. Y nos asalta en seguida el temor de que lo que decimos, en lugar de descubrirlo, lo oculta, y que, más que ser una ayuda, sea un obstáculo".[16]

Con frecuencia, al hablar de Dios con un lenguaje muerto, en lugar de revelar a Dios, se le silencia, se le vela. Pero Dios, en su deseo de acercarse al hombre, ha entrado en la historia del hombre. La encarnación del Hijo de Dios es la culminación de la historia del amor de Dios a los hombres. Por ello, como cualquier historia de amor, está pidiendo ser narrada. Como dice Paul Gerhardt, "quiero contar, mientras viva, delante de tu pueblo y de todo el mundo, desde un alma llena de alegría, tu obrar".

Esta teología narrativa es la teología de las Comunidades Neocatecumenales que, desde su experiencia de salvación, no se cansan de contarla, testimoniarla ante los hermanos y ante el mundo entero. La fe es el encuentro con una persona que viene a buscarnos y nos llama a través de evangelizadores. La fe, por ello, es vocación a la comunión con Dios y la comunicación de Dios. El núcleo de la fe es la convicción exis­tencial de que Dios es amor y nos ha buscado por amor. De aquí la respuesta humana como un fiarse totalmente de Dios, que quiere ser reconocido y amado libremente. En un mundo cargado de sospechas acerca de Dios, la nueva Evangelización, que hacen las Comunidades, levanta la luz de la fe en el Dios amor, manifestado en la cruz de Jesucristo y presente en su cuerpo eclesial en medio del mundo.

 

El hombre a imagen de Dios

e) EL HOMBRE A IMAGEN DEL HIJO DE DIOS[17]

En esta situación existencial del hombre, esclavo por el temor a la muerte, resuena el kerigma de la resurrección de Jesucristo como Buena Noticia. Jesucristo, entrando en la muerte, ha roto el círculo de la muerte con su resurrección. Ha abierto al hombre un camino hacia la vida y la libertad. Sin el miedo a la muerte por el don del Espíritu Santo, habiendo quedado "vencido el señor de la muerte", el hombre puede pasar libremente la barrera que le separa del otro y amarlo. "La muerte ha sido devorada en la victoria" (1Cor 15,54-57). En el hombre liberado del temor a la muerte nace el amor cristiano: amor hasta la muerte, amor en la dimensión de la cruz, amor al enemigo (Cf. Jn 15,12-13; Mt 5,43-48).[18]

Hay una relación íntima entre el amor y la vida. El que ama a su hermano es un hombre regenerado por el perdón de los pecados. El perdonado puede perdonar; el amado en su pecado puede amar al enemigo. En la capacidad de perdonar al enemigo se revela el perdón de los pecados otorgado por Dios. Este amor gratuito de Dios desencadena el amor, la compresión, la compasión, la renuncia al juicio, a hacerse justicia por sí mismo, remitiendo el juicio a Dios. Nace el hombre nuevo, la vida nueva del Sermón del Monte (Cf. Mt 6,9-15).

Dios nos ha amado cuando éramos pecadores (Rm 5,6-11). En Jesucristo, vencedor de la muerte por la resurrección, ha sido superado todo lo que lleva el sello de la muerte. No se trata sólo de la garantía de la resurrección final para el más allá, sino también del poder de la vida nueva en medio de nuestra existencia marcada por la precariedad, por el dolor, por la cruz...En virtud del Espíritu, que resucitó a Jesús de entre los muertos, se produce en el cristiano la transformación gozosa de la muerte en vida. La cruz se hace gloriosa: la luz radiante del rostro del Padre, como cantaba a la cruz la Iglesia primitiva.

"Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a su Creador o se esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandona­do, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro (con El)" (CEC 2567). "Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: 'En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados' (1Jn 4,10). 'La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros' (Rm 5,8)" (604).

Exultantes por la experiencia de libertad, de triunfo, de alegría y de agradeci­miento, las Comunidades Neocatecumenales cantan con San Pablo:

"¿Donde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado es la ley. Pero, ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!" (1Cor 15,55-57).

El hombre, creado a imagen de Dios, habiendo experimentado en su incapacidad de amar la desfiguración dolorosa de dicha imagen, puede finalmente, gracias al Espíritu de Cristo Resucitado, reproducir en su vida de amor la imagen del Hijo Unico de Dios, hecho Primogénito entre muchos hermanos (Cf. Rm 8,29).

"Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al hombre y le descubre la grandeza de su vocación. En Cristo, 'imagen del Dios invisible' (Col 1,15), el hombre ha sido creado a 'imagen y semejanza' del Creador. En Cristo, redentor y salvador, la imagen divina, alterada en el hombre por el primer pecado, ha sido restaurada en su belleza original y ennoblecida con la gracia de Dios" (CEC 1701).

Con la liberación del pecado, que el hombre experimenta en Jesucristo, son liberadas de su vanidad (de su calidad de ídolos) todas las cosas, "sometidas no espontáneamente, sino por aquel que las sometió" (Rm 8,20). Con el poder de Dios, que regenera al hombre y lo hace hijo suyo, quedan también exorcizadas todas las realidades en las que antes el hombre se apoyaba idolátricamente. Por la conversión del hombre a Dios, las cosas pasan de ser ídolos, a los que se pide la vida, a ser criaturas de Dios, por las que el hombre bendice a Dios. La creación es buena; todo lo que ha salido de las manos de Dios es bueno. El hombre, al pecar, las degradó a la condición de ídolos (de cosa vana). El hombre redimido las rescata de esta condición, devolviéndolas a su condición original, motivo de bendición. Así el neocatecúmeno comienza a ver realizada su vocación: "llamado a heredar la bendición" (Cf. 1P 3,9), a decir-bien de Dios ante su vida y ante todas las cosas de la historia y de la creación.

Por eso, del segundo escrutinio, como renuncia a los ídolos, el Neocatecúmeno pasa a la iniciación a la Oración, a la alabanza a Dios con los salmos. Paso a paso, la Comunidad es el ámbito en que la Palabra de Dios resuena y actúa con poder. Dentro de la Iglesia, cuya fe como Esposa de Cristo está garantizada y cuya comprensión está prometida por la unción del Espíritu Santo, cobra vida la Escritura que se proclama, llamando a la fe y a la conversión al hombre. Y, al aparecer Jesucristo, vencedor de la muerte, libera al hombre del pecado y de sus esclavitudes o idolatrías.

 

La Familia y su misión

f) FAMILIA Y SEXUALIDAD[19]

En el cuadro de la Virgen del Camino, como inspiradora de él, hay una frase: "Hay que hacer comunidades como la Sagrada Familia de Nazaret que vivan en humildad, sencillez y alabanza, donde el otro es Cristo". La antropología del Camino no ve al hombre en solitario. El hombre -y el cristiano- vive con el otro y para el otro. Como dice la Familiaris consortio:

"Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor. Dios es amor (1Jn 4,8) y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación del amor y de la comunión. El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano" (n.11).[20]

Y el 30 de Diciembre de 1988, fiesta de la Sagrada Familia, el Papa Juan Pablo II decía a las familias del Camino Neocatecumenal: "No hay en este mundo otra imagen más perfecta, más completa de lo que es Dios que la familia: unidad y comunión. No hay otra realidad humana que corresponda mejor a ese misterio divino".[21] La imagen de Dios uno y trino, unidad y comunión, se manifiesta en la diferencia y comunión del hombre y la mujer que en el matrimonio se hacen una sola carne, engendrando la vida. "La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios" (CEC 2205).

No cabe vivir de manera solitaria la semejanza con el Dios-Amor. Sólo es posible en la comunión humana. Dios es Amor y como Dios-Amor crea al hombre a su imagen: "A imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó" (Gn 1,27). El hombre y la mujer, en su diferencia y mutua referencia, en el don mutuo del uno al otro, son imagen de Dios. Pero hay que afirmar, hoy que se banaliza frecuentemente la sexualidad, que se trata de la sexualidad humana, en la que está implicada toda la persona:

"En el contexto de una cultura que deforma gravemente o incluso pierde el verdadero significado de la sexualidad humana, porque la desarraiga de su referencia a la persona, la Iglesia siente más urgente e insustituible su misión de presentar la sexualidad como valor y función de toda la persona creada, varón y mujer, a imagen de Dios" (FC 32).

A esta luz se vive y expresa la teología en las Comunidades Neocatecumenales. Así como Dios es un ser personal en la comunidad amorosa de tres personas, así también el hombre es imagen personal de Dios en su referencia esencial al "otro", a vivir personalmente con él y para él, tal como se pone de manifiesto en la relación matrimonial del hombre y la mujer. El matrimonio aparece de este modo en la Comunidad como un carisma: es el sacramento, que hace visible a todos aquello a lo que Dios nos llama en relación a Cristo y en la relación de unos con otros. El Matrimonio aparece como el "signo visible del amor de Cristo a la Iglesia" y como signo de la relación de los hermanos entre sí, donde cada uno conserva su personalidad propia y singular, pero no "vive para sí", sino para Cristo y para los demás.

"Toda la vida cristiana está marcada por el amor esponsal de Cristo y de la Iglesia. Ya el bautismo, entrada en el Pueblo de Dios, es un misterio nupcial. Es, por así decirlo, como el baño de bodas que precede al banquete de bodas, la Eucaristía. El matrimonio cristiano viene a ser por su parte signo eficaz, sacramento de la alianza de Cristo y de la Iglesia" (CEC 1617).

El hombre, al abrirse a otra persona, hace el descubrimiento del "tú" y, al mismo tiempo, se descubre a sí mismo como "yo". En esta apertura del "yo al tú" que crea la unidad entre ellos, formando un "nosotros", nace también la apertura al "vosotros". En el matrimonio, el "una sola carne" de los esposos les abrirá a la vida, a la aceptación del hijo; en la Comunidad la comunión de los hermanos les abrirá a la misión. Dios es amor y vida; su imagen completa se manifestará en el amor que engendra hijos para el mundo y para Dios. "La familia en misión es la cosa más fundamental y más importante en la misión de la Iglesia: es la misión del amor y de la vida", decía Juan Pablo II en la homilía citada. La concepción neocatecumenal, que no es otra que la que la Iglesia ha expresado en sus documentos,[22] se puede resumir, por no alargarnos más en un tema que podría llenar páginas, en este texto de la Familiaris consortio:

"Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. En cuanto espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en el cuerpo informado por el espíritu, el hombre está llamado al amor en esta su totalidad unificada. El amor abarca también el cuerpo humano y el cuerpo se hace partícipe del amor espiritual.

En consecuencia la sexualidad, en la que el hombre y la mujer se dan el uno al otro con los  actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdadera­mente humano, solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se comprometen totalmente entre sí hasta la muerte. La donación física total sería un engaño si no fuese signo y fruto de una donación en la que está presente toda la persona, incluso en su dimensión temporal; si la persona se reservase algo o la posibilidad de decidir de otra manera en orden al futuro, ya no se donaría totalmente. Esta totalidad, exigida por el amor conyugal, corresponde también con las exigencias de una fecundidad responsable, la cual, orientada a engendrar una persona humana, supera por su naturaleza el orden puramente biológico y toca una serie de valores personales, para cuyo crecimiento armonioso es necesaria la contribución durable y concorde de los padres. El único 'lugar' que hace posible esta donación total es el matrimonio, es decir, el pacto de amor conyugal o elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer aceptan la comunidad íntima de vida y amor, querida por Dios mismo, que sólo bajo esta luz manifiesta su verdadero significado" (n.11).

De esta visión teológica del Matrimonio y la familia, el Camino saca todas las consecuencia morales que inculca y ayuda a vivir a sus miembros: el valor esponsal del cuerpo, que queda negado en el autoerotismo; el valor sacramental del matrimonio, como carisma para la comunidad, que excluye toda relación prematrimonial, es decir, antes de sellar el amor públicamente ante la Iglesia; la indisolubilidad del matrimonio, como signo del amor irrompible de Cristo a la Iglesia, que sería negado con el divorcio; la unión inseparable de los dos significados -unitivo y procreador- del acto sexual, que excluye el uso de anticonceptivos y los recursos a la fecundación artificial; y si el hijo es don de Dios, llamado a la vida eterna, ningún motivo puede justificar el aborto...Un aspecto particular, que vive la familia cristiana, -frente al aborto o la fecundación artificial, en los que el hombre se coloca como árbitro y señor de la vida-, es el de la adopción. Son muchas las familias de las comunidades neocatecumenales que han adoptado hijos. La adopción la viven desde la fe. Así como su vida conyugal es reflejo del amor nupcial de Cristo y la Iglesia, la adopción se hace espejo del amor adoptivo de Dios Padre; en Cristo nos ha adoptado como hijos suyos.

La sexualidad, en el plan original de Dios, era la expresión del amor trinitario. Pero el pecado, al romper la relación del hombre con Dios, introdujo también la ruptura entre el hombre y la mujer. En una misma frase el hombre acusa a la mujer y a Dios: "La mujer que Tú me diste..." (Gn 3,12). Todo pecado ofende a Dios, al destruir su plan de amor, y ofende al pecador mismo y a los demás. Por ello tiene tan graves consecuencias en el campo de la sexualidad. La atracción mutua entre el hombre y la mujer, desde el pecado, se carga de miedo, vergüenza, concupiscencia, dominio del uno sobre el otro...

Pero, frente a la realidad de desorden que introduce el pecado en la sexualidad, aparece luminosa la esperanza del protoevangelio: "la descendencia de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente". Jesucristo viene a devolver al hombre y a la mujer a la situación del "principio", al designio original de Dios (Cf. Mt 19,8). Cristo, en su obra redentora, asume la sexualidad, la sana y la restituye a su bondad original de gracia y santidad. En las Comunidades Neocatecumenales se enseñará a vivir a las familias su sacramento como un carisma, como una vocación de Dios, como camino da santidad, es decir, como fuente de gracia. A través del matrimonio, engendrando hijos y transmitién­doles la fe, las familias edifican la Iglesia, viviendo en su casa como "Iglesia doméstica", donde se celebra la liturgia en el tálamo nupcial, se bendice a Dios en la mesa por los alimentos y se transmite la fe a la siguiente generación con el testimonio de fe y con las celebraciones y catequesis de los padres...

"La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por eso puede y debe decirse iglesia doméstica. Es una comunidad de fe, esperanza y caridad, posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento" (CEC 2204). "La familia cristiana es llamada a participar en la oración y sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera" (2205).  "La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos" (2221). "Por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Desde la primera edad deberán iniciarlos en los misterios de la fe de los que ellos son para sus hijos los 'primeros heraldos de la fe' (LG 11)" (2225). "La catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza de la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios" (2226).

Para concluir, en relación a la sexualidad, como en otros campos de la moral, el Camino aplica la ley de la gradualidad, según es presentada en la Familiaris consortio:

"Se pide una conversión continua, permanente que, aunque exija el alejamiento interior de todo mal y la adhesión al bien en su plenitud, se actúa sin embargo concretamente con pasos que conducen cada vez más lejos. Se desarrolla así un proceso dinámico, que avanza gradualmente con la progresiva integración de los dones de Dios y de las exigencias de su amor definitivo y absoluto en toda la vida personal y social del hombre. Por esto es necesario un camino pedagógico de crecimiento con el fin de que los fieles, las familias y los pueblos, es más, la misma civilización, partiendo de lo que han recibido ya del misterio de Cristo sean conducidos pacientemente más allá hasta llegar a un conocimiento más rico y a una integración más plena de este misterio en su vida" (n.9).

Esta "ley de gradualidad o camino gradual, como la comenta el Papa Juan Pablo II, no puede identificarse con la gradualidad de la ley, como si hubiera varios grados o formas de preceptos en la ley divina para los diversos hombres o situaciones".[23] Fiel a este principio, el Camino Neocatecumenal propone, desde el principio, la vida moral en toda su plenitud y grandeza, sin rebajas minimalistas que suponen un menosprecio del hombre y una desconfianza del poder de Dios. La Iglesia, como Madre y Maestra, ofrece la vida en plenitud a sus hijos, presentando la verdad moral en su radicalidad. Pero, al mismo tiempo, en el Camino se acoge al pecador y se le conduce, con paciencia y sin escándalos, paso a paso hasta esa vida plena.[24]

 

Transfiguración

g) VIRGINIDAD POR EL REINO DE LOS CIELOS[25]

Después de presentar estas brevísimas pinceladas sobre el matrimonio, no podemos no dedicar unas líneas al carisma de la virginidad, que se vive en el Camino con tanta dedicación a Cristo y a la evangelización. El amor personal de Cristo para su Iglesia, que inaugura en este mundo el Reino de los cielos, se manifiesta en dos signos o formas de vida: el matrimonio y la virginidad. Los dos estados son un carisma dentro de la Iglesia y para la edificación de la Iglesia. El misterio de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia, entre Dios y el género humano, está simbolizado en estas dos vocaciones que se iluminan mutuamente. Los dos estados de vida, expresión del amor cristiano, dan testimonio de la presencia del Reino de Dios y de la esperanza de la plenitud del Reino. El matrimonio es el signo real del amor fecundo de Cristo a la Iglesia, sellado en su sangre derramada en la cruz como entrega total a la Iglesia. Y la virginidad es el signo profético de la consumación escatológica de la unión de Cristo con los redimidos por su sangre en el Reino de los cielos. Santo Tomás de Aquino explica con precisión la unidad y complementariedad del matrimonio y de la virginidad, diciendo:

"En la Iglesia, las realidades espirituales están simbolizadas por las realidades corporales. Pero como quiera que las realidades espirituales son mucho más ricas que los signos visibles que las expresan, en ocasiones se precisa de varias realidades visibles que simbolicen una misma realidad espiritual. Tal es el caso de la unión de Cristo con su Iglesia; ella es fecunda porque nos engendra como hijos de Dios. Pero es también virginal, 'sin mancha ni arruga' (Ef 5,27), 'pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo' (2Cor 11,2). Ahora bien, en las realidades corporales, la fecundidad es incompatible con la virginidad. De aquí que necesitemos dos imágenes terrenas para expresar la significación total de la unión de Cristo con su Iglesia; una para reflejar su fecundidad -esta finalidad se cumple mediante el sacramento del matrimonio- y otra para su virginidad, y ésta es la consagración de vírgenes".[26]

Algo parecido dirá la Familiaris consortio:

"La virginidad y el celibato por el Reino de Dios no sólo no contradice la dignidad del matrimonio, sino que la presuponen y la confirman. El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. Cuando no se estima el matrimonio no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el Reino de los cielos" (n.16).

También el Catecismo dice:

"Estas dos realidades, el sacramento del Matrimonio y la virginidad por el reino de Dios, vienen del Señor mismo. Es El quien les da sentido y les concede la gracia indispensable para vivirlos conforme a su voluntad. La estima de la virginidad por el Reino y el sentido del Matrimonio son inseparables y se apoyan mutuamente: 'Denigrar el matrimonio es reducir a la vez la gloria de la virginidad; elogiarlo es realzar a la vez la admiración que corresponde a la virginidad' (S. Juan Crisóstomo)" (1620).

En las Comunidades Neocatecumenales, como reconoce el Papa Juan Pablo II, "se ve cómo del bautismo provienen todos los frutos del Espíritu Santo, todas las vocaciones, toda la autenticidad de la vida cristiana en el matrimonio, en el sacerdocio, en las diversas profesiones, finalmente en el mundo".[27] Es la riqueza de la Iglesia que se visibiliza en la pequeña comunidad. Y en la Iglesia, como comunión de los renacidos en Cristo, los estados de vida están de tal modo relacionados entre sí que están ordenados el uno al otro. Son modalidades diversas y complementarias de vivir la vocación universal a la santidad en la perfección del amor. Los dos estados de vida están al servicio del crecimiento de la Iglesia. Los dos se unifican en el "misterio de comunión" de Cristo y la Iglesia y se coordinan en su única misión: ser imagen del amor de Dios. En los diversos carismas de la Iglesia se refleja la infinita riqueza del misterio de Cristo. Como repiten los Padres, la Iglesia es como un campo espléndido por su variedad de plantas, flores y frutos. Así lo canta San Ambrosio:

"Un campo produce muchos frutos, pero es mejor el que abunda en frutos y flores. Ahora bien, el campo de la santa Iglesia es fecundo en unas y otras. Aquí puedes ver florecer las gemas de la virginidad, allá la rica cosecha de las bodas bendecidas por la Iglesia colmar de mies abundante los grandes graneros del mundo, y los lagares del Señor Jesús sobreabundar de los frutos de la vid lozana, frutos de los cuales están llenos los matrimonios cristianos".[28] 

Y San Agustín, añadiendo el carisma de las viudas, que también en el Camino cobran una gran importancia, dice:

"En el huerto del Señor no sólo hay las rosas de los mártires, sino también los lirios de las vírgenes y las yedras de los casados, así como las violetas de las viudas".[29]

En la Iglesia la virginidad es un carisma, don de Dios, que uno no toma por sí mismo, sino que se recibe como gracia. Pablo desearía que todos viviesen como él; pero como no es un asunto de propia decisión, sino de elección de Dios, cada uno debe vivir en el estado en que Dios le ha llamado (1Cor 7,24). Lo que constituye y da sentido al celibato no es la renuncia al matrimonio, sino el gozo de vida que la donación a Cristo y a su obra proporciona. Jesús, como persona, constituye el centro de la vida del célibe, que vive en una familiaridad con El tan íntima, en intimidad nupcial tan radical, que excluye la entrega matrimonial a otra persona.[30] Por ello, dirá el Papa Juan Pablo II refiriéndose a la mujer, aunque "de modo análogo ha de entenderse igual la consagración del hombre en el celibato sacerdotal o en el estado religioso":

"No se puede comprender rectamente la virginidad, la consagración de la mujer en la virginidad, sin recurrir al amor esponsal; en efecto, en tal amor la persona se convierte en don para el otro. La natural disposición esponsal de la persona femenina halla una respuesta en la virginidad entendida así. La mujer, llamada desde 'el principio' a ser amada y a amar, en la vocación a la virginidad encuentra sobre todo a Cristo, como el Redentor que 'amó hasta el extremo' por medio del don total de sí mismo, y ella responde a este don con el don sincero de toda su vida. Se da al Esposo divino y esta entrega personal tiende a una unión de carácter propiamente espiritual: mediante la acción del Espíritu Santo se convierte en 'un solo espíritu' con Cristo-Esposo (Cf. 1Cor 6,17). Este es el ideal evangélico de la virginidad, en el que se realizan de modo especial tanto la dignidad como la vocación de la mujer. En la virginidad entendida así se expresa el llamado radicalismo evangélico: dejarlo todo y seguir a Cristo (Cf. Mt 19,27), lo cual no puede compararse con el simple quedarse soltera o célibe, pues la virginidad no se limita únicamente al "no", sino que contiene un profundo "sí" en orden esponsal: el entregarse por amor de un modo total e indiviso".[31]

En la economía evangélica, dirigida por el Espíritu Santo, el matrimonio no es la única forma de superar la soledad del hombre: "no es bueno que el hombre esté solo". Existe la Iglesia, el cuerpo eclesial de Cristo, del que todos los creyentes -casados o vírgenes- son miembros. Esta unión esponsal de todo bautizado con Cristo es una realidad tan fuerte que es la forma plena de superar la soledad, no sólo para los célibes sino incluso para los casados, que no pueden pensar en llenar el vacío de su corazón -hecho a la medida de Dios- con el amor del otro cónyuge, idolatrándolo. Sólo Cristo, en su Iglesia, responde a la necesidad de amor absoluto del hombre. Unido a Cristo, el célibe nunca se sentirá solo ni infecundo. Como Pablo puede sentirse padre (1Cor 4,15; 1Ts 2,11) y madre (Ga 4,19; 1Ts 2,7), grandemente fecundo en hijos (1Tim 1,2; 2Tm 1,2; Tt 1,4; Flp 2,19-24). La Lumen gentium presenta la virginidad o el celibato "como señal y estímulo de la caridad y como manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo" (n.42).[32] Y la Familiaris consortio dice: "Aun habiendo renunciado a la fecundidad física, la persona virgen se hace espiritualmente fecunda, padre y madre de muchos, cooperando a la realización de la familia según el designio de Dios" (n.16).

Como carisma en favor de la Comunidad, la virginidad hace presente a todos los miembros de la Comunidad el Reino escatológico. El mismo Cristo, célibe, nacido de una Virgen, es la presencia escatológica del Reino de Dios. Le visibilizan en la Comunidad, en este sentido, quienes le siguen en la virginidad consagrada. En ellos se adelantan los tiempos nuevos, inaugurados por Cristo. Con su dedicación total a Cristo invitan a todos a vivir en este mundo como peregrinos. El "comprar un campo", el "acabar de casarse" ya no tienen valor absoluto frente al Reino presente (Lc 14,15ss) "el cuidado de las cosas del Señor" (1Cor 7,32-35) es lo primero para todos. A la luz de Cristo, la renuncia al matrimonio "a causa del Reino de los cielos" (Mt 19,12), como "renunciar a todo por seguir a Cristo" (Lc 14,26), hace que aparezca la virginidad como un carisma con su significado escatológico. Algunos cristianos han entrado ya, como carisma que lo anuncia a todos anticipadamente, en el estado de "hijos de la resurrección", que no toman ni marido ni mujer (Lc 20,34-36). Esta tensión escatológica es propia de toda la Iglesia, la esposa que anhela la consumación de su unión con Cristo en el reino de los cielos. Los célibes y las vírgenes mantienen viva con su carisma esta tensión escatológica, diciendo con su vida a todos:

 

"Os digo, pues, hermanos: el tiempo ha desplegado velas. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Pues pasa la escena de este mundo" (1Cor 7,29-31).

Así en la Comunidad Neocatecumenal los célibes y las vírgenes se convierte en llamada constante hacia la eternidad para todos los hermanos. Advierten y recuerdan que el sentido de la vida del hombre no se agota aquí abajo, dentro de nuestro tiempo, sino allí donde el tiempo deja paso a la eternidad. Ellos "preanuncian la resurrección futura y la gloria del reino celestial" (LG, n.44), "se constituyen en señal viva de aquel mundo futuro, presente ya por la fe y por la caridad, en el que los hijos de la resurrección no tomarán maridos ni mujeres" (PO, n.16). El hombre, pues, creado por Dios, redimido por Cristo y santificado por la acción del Espíritu Santo, vive en este mundo, caminando hacia el Padre, en Cristo por el Espíritu Santo. Santo Tomás lo explica teológicamente: "Así como el brotar de las personas divinas es el fundamento del brotar de las criaturas en el principio, así aquel mismo brotar es el fundamento de su regreso al fin; pues por medio del Hijo y del Espíritu Santo no sólo somos constituidos originariamente, sino vinculados también al fin".[33]

 

La piccola



[1] Sobre este punto, Cf. Catequesis iniciales de la fase de conver­sión, 7ª; puede verse también las Moniciones a los Laudes del Domingo de varias convivencias. Ver, en concre­to, el Encuentro con las Comunidades de Bogotá de 1989.

[2] In Rm, c.8, let. L.

[3] Cf CEC 343,356,635,1989-1992.

[4] "Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal" (CEC 410). "Dios, en un designio de pura bondad, ha creado libremente al hombre para que tenga parte en su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar, está cerca del hombre. Le llama y le ayuda a buscarlo, a conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la Iglesia. Lo hace mediante su Hijo que envió como Redentor y Salvador al llegar la plenitud de los tiempos. En El y por El, llama a los hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción y, por tanto, los herederos de su vida bienaventurada" (1).

[5] Cf. Col 3,10; 1Cor 15,49; Ef 1,3-14; 2Cor 3,18; flp 3,21.

[6] La realidad del hombre esclavo del pecado se explicita en todos los Kerigmas, Cf. Catequesis iniciales 6ª y 7ª y Kerigmas de toda convivencia.

[7] Cf Concilio de Trento: DS 1511.

[8] Ibíd. DS 1512.

[9] Cf. el encuentro con las Comunidades de la Parro­quia de N.S. del SS. Sacramento e Santi Martiri Canadesi el 2-XI-1980: L'Osservatore Romano 3-4-XI-1980.

[10] Cf CEC 1432,1851 y 2839.

[11] Sobre este punto pueden verse las catequesis de la Convivencia del 2º Escrutinio y Los Anuncios de Cuaresma.

[12] "Con frecuencia el ateísmo se funda en una concepción falsa de la autonomía humana, llevada hasta el rechazo de toda dependencia respecto a Dios" (CEC 2126). "En este pecado, el hombre se prefirió a sí mismo en lugar de Dios y, por ello, despreció a Dios: hizo elección de sí mismo contra Dios...Por la seducción del diablo quiso ser como Dios, pero sin Dios, antes que Dios y no según Dios" (398). "La acción de tentar a Dios consiste en poner a prueba, de palabra o de abra, su bondad y su omnipotencia" (2119).

[13] A continuación el CEC cita estas palabras de Newman: "El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje 'instintivo la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad... Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro... La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa), ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien soberano, un objeto de veneración" (J.H. NEWMAN, Discourses to mixes congregations, 5, sobre la santidad).

[14] Cf Catequesis iniciales 3ª, Convivencia de Santo Domingo de enero de 1992 y Anuncio de Cuaresma de 1992...

[15] M. PICARD, La huida de Dios, Madrid 1962, p.17.

[16] Citado por J. DANIELOU, en Dios y nosotros, Madrid 1966, p.9.

[17] Cf Los Kerigmas de todos los pasos y conviven­cias, donde nunca falta.

[18] "Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira, Satanás, el seductor del mundo entero, es aquel por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda la creación entera será liberada del pecado y de la muerte" (CEC 2852). "Cristo bajó a la profundidad de la muerte..., 'aniquiló mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por el temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud' (Hb 2,14-15)" (635). "Por su Pasión, Cristo nos libró de Satán y del pecado. Nos mereció la vida nueva en el Espíritu Santo. Su gracia restaura en nosotros lo que el pecado había deteriorado" (1708).

[19] Cf, entre otras, la catequesis sobre la familia en la etapa de la Traditio y las catequesis del "Itinera­rio de preparación al matrimonio". Ver, particularmente, Convivencia de principio de curso de 1984 y la de 1991.

[20] Cf CEC 272,371,1604.

[21] JUAN PABLO II, Homilía durante la misa con las Comunidades neocatecumenales, L'Osservatore Romano del 31-12-1988.

[22] Cf Humanae vitae, Familiaris consortio, Mulieris dignitatis...

 

[23] Homilía para la clausura del VI Sínodo de los obispos, AAS 72(1980)1083.

[24] Cf Familiaris consortio 33.

[25]Sobre la virginidad pueden verse las catequesis vocacionales de las peregrinaciones de jóvenes a Zaragoza (España), a Czestochowa (Polonia) y a Denver (USA).

[26] Contra gentiles IV, 58.

[27]  A las Comunidades Neocatecumenales en la Parroquia de Santa María Goretti, el 31-1-1988. Y el CEC afirma: "La virginidad por el Reino de los cielos es un desarrollo de la gracia bautismal, un signo poderoso de la preeminencia del vínculo con Cristo, de la ardiente espera de su retorno, un signo que recuerda también que el matrimonio es una realidad que manifiesta el carácter pasajero de este mundo" (1619).

[28] De virginitate VI, 34.

[29] SAN AGUSTIN, Sermón 304,3.

[30] "Cristo es el centro de toda vida cristiana. El vínculo con El ocupa el primer lugar entre todos los demás vínculos, familiares o sociales. Desde los comienzos de la Iglesia ha habido hombres y mujeres que han renunciado al gran bien del matrimonio para seguir al Cordero dondequiera que vaya, para ocuparse de las cosas del Señor, para tratar de agradarle, para ir al encuentro del Esposo que viene. Cristo mismo invitó a algunos a seguirle en este modo de vida" (CEC 1618).

[31] Mulieris Digni­tatem 20.

[32] CEC 924.

[33] 1Sent 11,2,­2.

 


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