LINEAS TEOLÓGICAS FUNDAMENTALES DEL CAMINO
NEOCATECUMENAL:
2. CRISTOLOGIA
Emiliano Jiménez
Hernández
Páginas relacionadas
a) Jesucristo: Dios y hombre
b) Jesús, Siervo de Yahveh e Hijo del
Hombre
c) La Cruz gloriosa
d) Cristo muerto y resucitado
e) Cristo Kyrios
Jesucristo está presente en el camino desde la primera palabra a la
última en todas sus etapas. Cristo es "el Camino, la Verdad y la Vida".
Intentando hacer una síntesis, casi imposible, podemos señalar como
puntos fundamentales de la Cristología del Camino los siguientes:
a) JESUCRISTO: DIOS Y HOMBRE[1]
La encarnación de Cristo es la epifanía del amor de Dios al
hombre pecador.[2]
Siendo El la vida "bajó del cielo para dar vida al mundo" (Cf Jn
6,33-63), para "hacernos partícipes de la "vida eterna", pasándonos "de
la muerte a la vida" (Jn 5,24). El es Jesús: "Yahveh salva" (Mt
1,21). Por ello, pudo decir que "había venido a llamar a los pecadores"
y "a salvar lo que estaba perdido" (Mc 2,17; Lc 19,10).
En la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer,
bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que
recibiéramos la filiación adoptiva (Cf. Ga 4,4). Nuestra condición
humana en el nacer y nuestra existencia en situación de esclavitud han
sido libremente aceptadas por el Hijo de Dios, que quiso participar de
nuestra condición humana plenamente, "igual en todo a nosotros, excepto
en el pecado" (Hb 4,15). Se ha hecho hombre hasta el fondo, hasta la
muerte, hasta la cruz, hasta el "infierno".
Dios quiso revestirse del hombre que había caído para que "como por un
hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, alcanzando
a todos los hombres...así también la gracia de Dios se desbordara sobre
todos por un solo hombre: Jesucristo" (Rm 5,12ss). "Porque, habiendo
venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la
resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren
todos, así también todos revivirán en Cristo" (1Cor 15,21-22). Como dirá
bellamente San Ambrosio:
Contra todo monofisismo o reduccionismo, que presenta a Cristo o sólo
como Dios o sólo como hombre, el Camino confiesa repetida y
explícitamente a Cristo como verdadero Dios y como verdadero hombre.
Reducir a Cristo a una de las dos naturalezas es desvirtuar el misterio
pascual de Cristo, centro de toda la teología y vida de las Comunidades
Neocatecumenales. Porque si Jesús no es realmente Dios encarnado,
verdaderamente hombre, no tienen sentido ni la muerte ni la
resurrección: no nos ha redimido y seguimos en nuestro pecado Cf 1Cor
15,12-17).
"Jesucristo se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser Dios. Es
verdadero Dios y verdadero hombre. La Iglesia debió defender y aclarar
esta verdad de fe durante los primeros siglos frente a unas herejías que
la falseaban" (464).[4]
"La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo
distintivo de la fe cristiana" (463). "La Iglesia confiesa así que Jesús
es inseparablemente verdadero Dios y verdadero hombre. El es
verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano,
y eso sin dejar de ser Dios, nuestro Señor" (469).
Jesús
es el Hijo de Dios que hizo suyo desde dentro nuestro nacer y nuestro
morir. El Hijo de Dios no fingió ser hombre, no es un "dios" que con
ropaje humano se pasea por la tierra. Como niño fue débil, lloró y rió.
Dios se hizo hombre que tuvo hambre y sed, se fatigó y durmió, se
admiraba y enojaba, se entristecía y lloraba, padeció y murió. "En todo
igual a nosotros menos en el pecado". Como dice Orígenes:
"Entre todos los grandes milagros, uno nos colma de admiración,
sobrepujando toda la capacidad de nuestra mente. La fragilidad de
nuestra mente no logra comprender cómo la Potencia de Dios, la Palabra y
Sabiduría de Dios Padre, 'en la que fueron creadas todas las cosas
visibles e invisibles' (Col 1,16), se encuentre delimitada en el hombre
que apareció en Judea, y cómo la Sabiduría de Dios haya entrado en el
vientre de una mujer, naciendo como un niño y gimiendo como los
niños...Y no logramos comprender cómo haya podido turbarse ante la
muerte (Mt 26,38), haya sido conducido a la más ignominiosa de las
muertes humanas, aunque luego resucitó al tercer día. En El vemos
aspectos tan humanos que no difieren de la fragilidad común a todos los
mortales, y otros tan divinos que sólo corresponden a Dios...De aquí el
embarazo -admiración- de nuestra mente: Si le cree Dios, le ve sujeto a
la muerte; si le considera hombre, le contempla volver de entre los
muertos con los despojos de la muerte derrotada...De ahí que, con temor
y reverencia, le confesemos verdadero Dios y verdadero hombre".[5]
El Camino Neocatecumenal, en sus tres fases -HUMILDAD, SIMPLICIDAD,
ALABANZA- enseña y conduce al neocatecúmeno por este camino de la
kénosis a la gloria del Padre. Descendiendo con Cristo hasta el infierno
de su pecado, se siente simplificado en sus pretensiones prometeicas y
pasa de la maldición a la bendición, de la ley a la gracia, del esfuerzo
por asegurarse la vida en el dinero, afectos, fama, poder... a la
alabanza a Dios, que como Padre le da gratuitamente todo. Si todo es
gracia, la vida se llena de gratitud y alabanza por todo. Donde abundó
el pecado sobreabundó el poder de la gracia.
Renovar el propio bautismo -"sumergirse en el agua"
(Cf Rm 6,3)- supone la conversión como un "descenso" interior.
Bajar los peldaños de la fuente bautismal es el símbolo de esta
conversión, de la kénosis a la auténtica realidad del hombre. Bajando
encuentra el hombre su verdad. "Humildad, dirá santa Teresa, es andar en
verdad".[6]
Frente a tantos riesgos de ciertos intentos de inculturación de la fe
cristiana, el Camino Neocatecumenal afirma con firmeza que el
cristianismo no es un mito sino historia; no es apariencia sino verdad;
no es símbolo, sino realidad; no es filosofía sino noticia; no es
elocuencia sino testimonio. El cristianismo no parte del hombre, de su
cultura y tradiciones, sino que es don, envío y autoridad de Dios; no es
ascensión del hombre sino condescendencia divina; no es sabiduría sino
necedad; no es demostración sino escándalo...El cristianismo es
Jesucristo.
b) JESUS, SIERVO DE YAHVEH E HIJO DEL HOMBRE[7]
"Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo
(Isaías). Estos Cantos anuncian el sentido de la Pasión de Jesús.
Tomando sobre sí nuestra muerte, puede comunicarnos su propio Espíritu
de Vida" (713). "La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la
profecía del Siervo doliente. Jesús mismo presentó el sentido de su vida
y de su muerte a la luz del Siervo doliente (Mt 20,28). Después de su
Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos
de Emaús y luego a los propios apóstoles" (601). "Juan Bautista, después
de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores, vio y señaló
a Jesús como el 'Cordero de Dios que quita los pecados del mundo' (Jn
1,29). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se
deja llevar en silencio al matadero y carga con el pecado de las
multitudes y el cordero pascual símbolo de la redención de Israel
cuando celebró la primera pascua. Toda la vida de Cristo expresa
su misión: 'Servir y dar su vida en rescate por muchos' (Mc 10,45)"
(608).
Jesús, como Siervo de Yahveh e Hijo de Dios (pais), dijo
amén
incondicionalmente a la voluntad del Padre, haciendo de ella su
alimento. En obediencia al Padre consumará la redención en la cruz,
cargando con nuestros pecados. Murió como un cordero llevado al matadero
sin resistencia. Por ello agradó a Dios y salvó a los hombres. El Padre,
resucitándolo de la muerte, acreditó el camino de su Siervo como el
camino de la vida y de la resurrección de la muerte.
En el Siervo de Yahveh encuentra el cristiano cumplido el Sermón del
Monte, fotografía del verdadero cristiano:
"Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os
digo: No resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla
derecha ofrécele también la otra...Amad a vuestros enemigos y rogad por
los que os persigan" (Mt 5,38ss).
Jesús lo vivió en su carne, al morir perdonando a los que le
crucificaban, remitiendo su justicia al Padre. Cuando venga el Espíritu
le hará justicia "convenciendo al mundo de pecado,
por no haber creído en El y condenando al Príncipe de este
mundo". El, el Siervo, aparecerá en la gloria del Padre: el Cordero
inmolado estará a la derecha del Padre en la gloria.
El Mesías, de este modo, asume en sí, simultáneamente, el título de Hijo
del Hombre y de Siervo de Yahveh, cuya muerte es salvación "para
muchos". Jesús muere "como Siervo de Yahveh", de cuya pasión y muerte
dice Isaías que es un sufrimiento inocente, aceptado voluntariamente,
querido por Dios y, por tanto, salvador. Al identificarse el Hijo del
Hombre con el Siervo de Yahveh se nos manifiesta el modo propio que
tiene Jesús de ser Mesías: entregando su vida para salvar la vida de
todos. En la cruz, Jesús aparece entre malhechores y los soldados echan
a suertes su túnica (dos rasgos del canto del Siervo de Isaías 53,12). Y
en la cruz, sin bajar de ella como le proponen el pueblo, soldados y
ladrones, Jesús muestra que es el Hijo del Hombre, el Mesías, el
Salvador de todos los que le acogen: salva al ladrón que se reconoce
culpable e implora piedad, toca el corazón del centurión romano y hace
que el pueblo "se vuelva golpeándose el pecho" (Cf. Lc 23,47-48).
Pilato, con la inscripción condenatoria colgada sobre la cruz, proclamó
a Jesús ante todos los pueblos como Rey. Pero su ser Rey consistió en
ser don de sí mismo a Dios por los hombres. Es el Rey que tiene como
trono la cruz. Así es como entra en la gloria, con sus llagas gloriosas:
"¿no era necesario que el Cristo padeciera eso para entrar así en su
gloria?" (Lc 24,26). Cristo es Rey en cuanto Siervo y Siervo en cuanto
Rey. Servir a Dios es reinar. Porque el servicio a Dios es la obediencia
libérrima del Hijo al Padre.
Este es uno de los aspectos más significativos de la Teología del Camino
Neocatecumenal, presentado a lo largo de todas sus etapas. Cristo Siervo
de Yahveh, que ha cargado con nuestros pecados y dolencias, llevará al
neocatecúmeno a ser siervo de Dios, que carga con los pecados de los
demás, dando la vida por ellos. Así entra en la gloria siguiendo las
"huellas luminosas" (Cf. 1p 2,21ss) que Cristo le ha dejado marcadas.
Quien se entrega al servicio por los demás, el que pierde su vida,
vaciándose de sí mismo por Cristo y su evangelio es el verdadero hombre,
que llega a la estatura adulta de Cristo, crucificado por los demás.
Esta unión entre servicio y gloria es lo que canta Pablo en su carta a
los Filipenses (2,5-11) y que las Comunidades Neocatecumenales cantan
frecuentemente al recibir el cuerpo de Cristo entregado por nosotros. Es
lo que se presenta al neocatecúmeno en múltiples ocasiones al proclamar
el Sermón del Monte como la fotografía del cristiano adulto; es la
promesa que se le hace al comienzo del Camino, como la obra que
realizará en él el Espíritu Santo. Viendo cómo Dios se ha portado con
él, podrá él, por obra del Espíritu Santo, hacer lo mismo con los demás.
La comunidad cristiana adulta es aquella en la que los hermanos "llevan
los unos las cargas de los otros" (Ga 6,2).
Un aspecto fundamental de la teología del Camino es el descubrimiento de
la Cruz gloriosa.[10]
Dios, resucitando a Jesús, ha cambiado la muerte ignominiosa de la cruz
en motivo de esperanza, de gloria y de salvación. La cruz ya no destruye
al hombre unido a Jesucristo por la fe. La cruz "escándalo para los
judíos y necedad para los gentiles", para el cristiano es "fuerza de
Dios y sabiduría de Dios" (Cf. 1Cor 1,17-25). La cruz es la clave de
inteligencia del universo. El neocatecúmeno aprenderá a mirar la cruz
como el lugar del encuentro con Dios. Con su necedad confunde la
sabiduría del mundo y con su debilidad vence el poder de los orgullosos.
Dios ha provisto en la cruz de Jesús para que todas las "muertes", que
el cristiano encuentre en su vida diaria, no le maten, sino que le unan
a Dios en Cristo Jesús. En el misterio de la cruz se juntan la verdad y
la vida: verdad revelada por Dios a los pequeños y vida ofrecida por el
Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos. Todo lo que tiene
aspecto de cruz o muerte ha sido asumido por Jesús y transformado en
camino de gloria. La cruz aparece, pues, como la luz radiante del
rostro del Padre. Marcado con ella, el cristiano lleva en sí el
signo de la elección por parte de Dios.
En la cruz de Cristo aparece el amor insondable de Dios, que no perdonó
a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros (Rm 8,32.39; Jn
3,16), para reconciliar en El al mundo consigo (2Cor 5,18-19). Cada
cristiano puede decir con Pablo: "El Hijo de Dios me amó y se entregó
por mí" (Ga 2,20). Ya San Justino, en su diálogo con Trifón, decía:
La cruz es el
símbolo del cristiano por excelencia. Marcado con
la cruz en el bautismo, el cristiano levanta la cruz en todo tiempo y
lugar, como símbolo de su pertenencia a Cristo crucificado. Como Pablo
no quiere "conocer cosa alguna sino a Jesucristo, y éste crucificado"
(1Cor 2,2). En la cruz de nuestra vida es donde nos ha salido Dios al
encuentro. Sin la cruz no le hubiéramos conocido. Por ello, San Cirilo
de Jerusalén dirá a los catecúmenos:
"Gloria de la Iglesia católica es toda acción de Cristo. ¡Pero la gloria
de las glorias es la cruz!, como decía Pablo: '¡En cuanto a mí, Dios me
libre de gloriarme si no es en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo!' (Ga
6,14). La brillante corona de la cruz iluminó a los que estaban ciegos
por la incredulidad, libró a los que estaban prisioneros del pecado y
redimió a todos los hombres...Pues, si entonces nuestros primeros padres
fueron arrojados del paraíso por haber comido del árbol, ¿no entrarán
ahora más fácilmente en el paraíso los creyentes, por medio del Arbol de
Jesús?...No nos avergoncemos, pues, de confesar al Crucificado. Que
nuestros dedos graben su sello en la frente, como gesto de confianza. Y
la señal de la cruz acompañe todo: sobre el pan que comemos y la bebida
que bebemos, al entrar y al salir, antes de dormir, acostados y al
levantarnos, al caminar y al reposar. La fuerza de la cruz viene de Dios
y es gratuita. Es señal de los fieles y terror de los demonios. Con ella
los venció Cristo 'exhibiéndolos públicamente, al incorporarlos a su
cortejo triunfal' (Col 2,15). Por eso, cuando ven la cruz recuerdan al
Crucificado y temen a Quien 'quebrantó la cabeza del dragón' (Sal
74,14). No desprecies, pues, tu sello por ser gratuito. Toma la cruz,
más bien, como fundamento inconmovible y construye sobre ella el
edificio de la fe".[12]
Pero la cruz es también el escándalo del cristianismo. La cruz es signo
de salvación y signo de contradicción, piedra de escándalo. Ante ella se
define quienes están con Cristo y quienes en contra de Cristo. A cada
paso nos encontramos con la cruz en la vida, como piedra, en que nos
apoyamos, o como piedra, en la que tropezamos y nos aplasta: Cristo
crucificado es la señal de contradicción, "puesto para caída y elevación
de muchos" (Lc 2,34). Ante la cruz quedan al descubierto las intenciones
del corazón (Lc 2,35; Mt 2,1ss). Es inevitable "mirar al que
traspasaron" (Jn 19,37), "como escándalo y necedad" o "como fuerza y
sabiduría de Dios" (1Cor 1,17-25). La cruz es la piedra "que desecharon
los arquitectos, pero que ha venido a ser piedra angular".
En las Comunidades no sólo se predica la Cruz de Cristo, sino que se
ilumina la cruz de cada cristiano, como camino de salvación, lugar del
encuentro con Dios. La salvación de Dios no se nos ofrece sino bajo la
forma de cruz. Sólo por la cruz seguimos a Cristo: "El que quiera venir
en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y que me siga" (Mc
8,34). "Confesar a Cristo crucificado significa decir que estoy
crucificado con Cristo", dice Orígenes. El bautismo nos incorporó a
la muerte de Cristo, para seguirle con la propia cruz hasta la gloria,
donde El está con sus llagas gloriosas (Rm 6,3-8). Por eso, como dice
San Ambrosio, comentando a San Pablo:
"Llevamos siempre y por todas partes en nuestro cuerpo el morir de
Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro
cuerpo...(2Cor 4,10-12). El primero en levantar, como Vencedor, el
trofeo de la cruz es Cristo. Después se lo entrega a los mártires,
para que a su vez lo levanten ellos. Quien lleva la cruz, sigue a
Cristo, como está escrito: 'Toma tu cruz y sígueme' (Mc 8,34p)".[13]
En el Camino, en sus catequesis se anuncia la Cruz gloriosa y también en
las celebraciones se la canta con el texto de un anónimo cristiano
antiguo:
La cruz gloriosa
del Señor resucitado,
es el árbol
de la salvación;
de él yo me nutro,
en él me deleito,
en sus ramas crezco,
en sus ramas yo me extiendo.
Su rocío me da fuerza,
su Espíritu como brisa me fecunda;
a su sombra he puesto yo mi tienda.
En el hambre es la comida,
en la sed es agua viva,
en la desnudez es mi vestido
Angosto sendero, mi puerta estrecha,
escala de Jacob, lecho de amor
donde nos ha desposado el Señor.
En el temor es mi defensa,
en el tropiezo me da fuerzas
en la victoria la corona,
en la lucha ella es mi premio.
Arbol de vida eterna,
misterio del universo.
Columna de la tierra
tu cima toca el cielo
y en tus brazos abiertos
brilla el amor de Dios.
d) CRISTO MUERTO Y RESUCITADO[14]
Jesucristo muerto y resucitado es la obra de Dios que se nos ofrece
gratuitamente para que nuestros pecados sean destruidos y nuestra muerte
sea aniquilada. Jesús es el camino que Dios ha abierto en la muerte. Por
el poder del Espíritu Santo, el hombre puede pasar de la muerte a la
vida, puede entrar en la muerte, sabiendo que no quedará en ella; la
muerte es paso y no aniquilación. Al actuar así, Dios ha mostrado el
amor que nos tiene. No decía la verdad la serpiente al presentar a Dios
como enemigo celoso del hombre. La gloria de Dios no está en el
sometimiento del hombre, sino "en que el hombre viva".[15]
En la obediencia filial a la voluntad de Dios reside la vida y la
libertad del hombre. En la desobediencia y rebelión del hombre contra
Dios, sólo puede hallarse muerte.[16]
Cristo va a la pasión siguiendo los designios del Padre, en obediencia a
la voluntad del Padre: "Cristo, siendo Hijo, aprendió por experiencia,
en sus padecimientos, a obedecer. Habiendo llegado así hasta la plena
consumación, se convirtió en causa de salvación para todos los que le
obedecen" (Hb 5,8-10). En su sangre se sella la alianza del creyente y
Dios Padre: "Tomando una copa y, dadas las gracias, se la dio y bebieron
todos de ella. Y les dijo: Esta es mi sangre de la alianza, que es
derramada por muchos" (Mc 14,23-24),"para el perdón de los pecados",
añaden Mateo y Lucas. Esto es lo que Pablo ha recibido de la tradición
eclesial, que se remonta al mismo Señor, y que él, a su vez, transmite:
"Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor
Jesús, la noche en que iba a ser entregado..., después de cenar, tomó la
copa, diciendo: Esta copa es la nueva alianza en mi sangre. Cuantas
veces la bebáis, hacedlo en memoria mía. Pues cada vez que coméis este
pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga"
(1Cor 11,23-26).
"Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por
nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. El
no cometió pecado ni encontraron engaño en su boca; cuando le
insultaban, no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas;
al contrario, se ponía en manos del que juzga con justicia. Cargado con
nuestros pecados subió al madero, para que, muertos al pecado, vivamos
para la justicia. Sus heridas nos han curado" (1p 2,21-24).
La
hora de la pasión es la hora de Cristo, la hora
señalada por el Padre para la salvación de los hombres: "Porque tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca
ninguno de los que creen en El, sino que tengan vida eterna" (Jn 3,16).
Siendo, pues, la hora señalada por el Padre, la pasión es la hora de la
glorificación del Hijo y de la salvación de los hombres (Cf Jn
12,23-28). La pasión es la hora de pasar de este mundo al Padre y la
hora del amor a los hombres hasta el extremo (Jn 13,1). Por ello
también la hora de la glorificación del Padre en el Hijo (Jn 17,1). Con
la entrega de su Hijo a la humanidad, Dios se manifiesta plenamente como
Dios: Amor en plenitud. No cabe un amor mayor, como dice San Agustín en
un bello texto:
"Cree, pues, que bajo Poncio Pilato fue crucificado y sepultado el Hijo
de Dios. 'Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por los
amigos' (Jn 15,13). ¿De veras es el amor más grande? Si preguntamos al
Apóstol, nos responderá: 'Cristo murió por los impíos' y añade: 'Cuando
éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo'
(Cf Rm 5,6-10). Luego en Cristo hallamos un amor mayor, pues dio la vida
por sus enemigos, no por sus amigos".[17]
Dios no se ha dejado vencer en su amor por el pecado del hombre. Su amor
se ha manifestado en la resurrección de Jesús, -hecho pecado-, más
fuerte que todos nuestros pecados. En realidad Dios no nos ha visto como
malvados, a pesar de nuestros pecados. Dios nos ha amado porque nos ha
visto esclavos del pecado, sufriendo bajo el pecado. El hombre, más que
pecador, es un cautivo del pecado.
"Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos. El Señor nos pide que amemos como El hasta a nuestros enemigos, que nos hagamos prójimos del más lejano, que amemos a los niños y a los pobres como a El mismo" (1825). "Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: 'No he venido a llamar a justos sino a pecadores' (Mc 2,17). Les invita a conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos y la inmensa 'alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta' (Lc 15,7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio de su propia vida 'para remisión de los pecados' (Mt 26,28)" (545).
Esta es una de las intuiciones teológicas del Camino Neocatecumenal. A
veces en la Teología Moral, una concepción exclusivamente ética del
pecado ha impedido ver la dimensión teológica y existencial del
pecado. Jesús reprochará a los fariseos el cumplimiento de la Ley como
pretensión de autojustificación ante Dios y defenderá, en cambio, a los
pecadores que están agobiados por el peso de la Ley y del pecado. Dios
en Cristo nos ha manifestado su amor al pecador. Este es el verdadero
rostro de Dios y no el que el tentador insinúa, ni el que el hombre
pretendidamente justo se forja.
Lo que en Rm 5,6-11 confiesa Pablo sobre la bondad radical de Dios hacia
nosotros, siendo aún pecadores, aparece en la actuación de Jesucristo.
El trato de Jesús con los pecadores, con los pobres, con los ignorantes
-los am-ha-aretz, que ni conocen la Ley- suscitó la conversión de
la primera comunidad de Palomeras y sigue llamando a la conversión
gozosa a tantos otros destruidos por la droga, alcoholismo o situaciones
angustiosas de destrucción y pecado.
La muerte en cruz era una maldición. Cristo se hizo maldito para
librarnos de la maldición a nosotros, a quienes la Ley condenaba a
muerte: "Cristo nos rescató de la maldición de la Ley, haciéndose El
mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: Maldito el que es
colgado de un madero. Así, en Cristo Jesús, pudo llegar a los gentiles
la bendición de Abraham" (Ga 3,13-14).
En fidelidad al Evangelio, para el Camino Neocatecumenal, la conversión
brota de la gracia y no al
revés. El Dios de la misericordia, que ofrece el Reino a los pobres, es
la esperanza de todos los oprimidos por el mal. Dios nos ha amado
primero (1Jn 4,19). Por ello la teología del Camino es Evangelio,
anuncio del Reino de Dios conquistado para nosotros no con oro ni nada
corruptible, sino con la sangre de Jesucristo. "Dios nos acoge como
somos sin escandalizarse de nosotros", se repite en las Comunidades.
Este núcleo del cristianismo está fuertemente acentuado en la Teología y
praxis del Camino. Borrachos, drogadictos, asesinos, prostitutas,
ladrones... encuentran en las comunidades la esperanza de su
regeneración, al ser acogidos sin sentirse acusados. Allí se les "acoge
porque todos nos hemos sentido acogidos por Cristo Jesús para gloria de
Dios" (Cf Rm 15,7). Este
sentirse acogido, que transparenta el amor de Dios, es el gran impulso
regenerador. Dios ama al pecador y ese amor lleva a la obediencia y
fidelidad a Dios.
Este anuncio de la muerte
y resurrección de Jesucristo, como camino abierto al Reino de Dios para
los pecadores y pobres de la tierra, es la base del Camino
Neocatecumenal. Con este anuncio se inicia la formación de la Comunidad
y la reconstrucción de la Iglesia. Frente al mundo secularizado,
impregnado de ateísmo, es preciso potenciar este primer anuncio
kerigmático, que ya no se puede presuponer como en épocas pasadas de
cristiandad. El kerigma de Jesucristo, vencedor de la muerte, que ni la
técnica ni el progreso puede vencer, es imprescindible en esta hora de
Nueva Evangelización.
Y no sólo buen Pastor, Jesús es también nuestro
Cordero pascual
inmolado (1Cor 5,7), "Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo" (Jn 1,29), "rescatándonos de la conducta necia heredada de
nuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con la sangre
preciosa de Cristo, Cordero sin defecto ni mancha" (1p 1,18-19). Por
ello, en las Comunidades se repite en tantas formas el icono de Cristo
Buen Pastor y de Cristo Cordero de Dios y se canta, con el texto del
Apocalipsis:
"Digno eres, Cordero degollado, de tomar el libro y abrir sus sellos
porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para
nuestro Dios un reino de sacerdotes sobre la tierra" (5,9-10).
Con el anuncio de Cristo muerto y sepultado, que descendió a los
infiernos y fue resucitado, de quien la cruz gloriosa es signo
permanente en la vida del cristiano, se comienza a iluminar la historia
como historia del amor de Dios, manifestado en su mismo Hijo. De aquí se
pasa a reconocer con agradecimiento a Cristo como Kyrios, Señor a
quien todo está sometido.[20]
Desde la experiencia soteriológica se pasa a la confesión de Jesucristo
como Dios. En el poder del resucitado se reconoce su divinidad.
La resurrección de Jesús de entre los muertos, expresada en la fórmula
pasiva -"fue resucitado"-, es obra de la acción misteriosa de Dios
Padre, que no deja a su Hijo abandonado a la corrupción del sepulcro,
sino que lo levanta y lo exalta a la gloria, sentándolo a su derecha (Rm
1,3-4; Flp 2,6-11; 1Tim 3,16...). Cristo, por su resurrección, no
volvió a su vida terrena anterior, como lo hizo el hijo de la viuda de
Naím o la hija de Jairo o Lázaro. Cristo resucitó a la vida que está más
allá de la muerte, fuera, pues, de la posibilidad de volver a morir. En
sus apariciones se muestra el mismo que vivió, comió, habló a los
Apóstoles y murió, pero no lo mismo. Por eso no lo reconocen
hasta que El mismo les hace ver; sólo cuando El "les abre los ojos" y
"mueve el corazón" le reconocen. En el resucitado reconocen la identidad
del crucificado y, simultáneamente, su transformación: "Es el Señor" (Jn
21,7).
La fe en Cristo resucitado no nació del corazón de los discípulos. Ellos
no pudieron inventarse la resurrección. Es el Resucitado quien les
busca, quien les sale al encuentro, quien rompe el miedo y atraviesa las
puertas cerradas. La fe en la resurrección de Cristo les vino a los
Apóstoles de fuera y contra sus dudas y desesperanza. Con la
transformación de su vida gracias al don del Espíritu Santo, despreciando la muerte, testimoniaron la resurrección de Jesucristo
confesándole como Señor: "Nadie puede decir Jesús es Señor sino
con el Espíritu Santo" (1Cor 12,3).
Esta nueva situación, que viven los Apóstoles con el Resucitado, es
idéntica a la nuestra. No le vemos más que en el ámbito de la fe. Con la
Escritura enciende el corazón de los caminantes y al partir el pan abre
los ojos para reconocerlo, como a los discípulos de Emaús. Y la vida
transformada testimonia su resurrección como se repite en las
Comunidades y confesaba ya San Atanasio:
"Que la muerte fue destruida y la cruz es una victoria sobre ella, que
aquella no tiene ya fuerza sino que está ya realmente muerta, lo prueba
un testimonio evidente: ¡Todos los discípulos de Cristo desprecian la
muerte y marchan hacia ella sin temerla, pisándola como a un muerto
gracias al signo de la cruz y a la fe en Cristo!...Después que el
Salvador resucitó, la muerte ya no es temible: ¡Todos los que creen en
Cristo la pisan como si fuera nada y prefieren morir antes que renegar
de la fe en Cristo! Así se hacen testigos de la victoria conseguida
sobre ella por el Salvador, mediante su resurrección. Dando testimonio
de Cristo, se burlan de la muerte y la insultan con las palabras:
"¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh infierno, tu
aguijón? (1Cor 15,55; Os 13,14). Todo esto prueba que la muerte ha sido
anulada y que sobre ella triunfó la cruz del Señor. ¡Cristo el Salvador
de todos y la verdadera Vida resucitó!...
La demostración por los hechos es más clara que todos los discursos. Los
hechos son visibles: Un muerto no puede hacer nada; solamente los vivos
actúan. Entonces, puesto que el Señor obra de tal modo en los hombres,
que cada día y en todas partes persuade a una multitud a creer en El y a
escuchar su palabra, ¿cómo se puede aún dudar e interrogarse si resucitó
el Salvador, si Cristo está vivo o, más bien, si El es la Vida? ¿Es
acaso un muerto capaz de entrar en el corazón de los hombres,
haciéndoles renegar de las leyes de sus padres y abrazar la doctrina de
Cristo? Si no está vivo, ¿cómo puede hacer que el adúltero abandone sus
adulterios, el homicida sus crímenes, el injusto sus injusticias, y que
el impío se convierta en piadoso?...¡Todo eso no es obra de un muerto,
sino de un Viviente!".[21]
Los cristianos -que han repetido millones de veces la
oración del
corazón: "Señor Jesús, ten piedad de mí que soy un pecador"-,
reconocen y confiesan que "para nosotros no hay más que un solo Señor,
Jesucristo" (1Cor 8,6; Ef 4,5). Con la confesión de Cristo como Señor
excluyen, por tanto, toda servidumbre a los ídolos y señores de este
mundo, viviendo la renuncia a ellos que hicieron en su bautismo y
confesando el poder de Cristo sobre ellos.
"Desde el comienzo de la historia cristiana, la afirmación del señorío
de Jesús sobre el mundo y sobre la historia significa también reconocer
que el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a
ningún poder terrenal sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo:
César no es el 'Señor'. La Iglesia cree que la clave, el centro y el fin
de toda historia humana se
encuentra en su Señor y Maestro" (450).
En efecto, quienes antes de creer en el Señor Jesús
sirvieron a
los ídolos (Ga 4,8; 1Ts 1,9; 1Cor 12,2; 1P 4,3) y fueron esclavos
de la ley (Rm 7,23.35; Ga 4,5), del pecado (Rm 6,6.16-20; Jn 8,34) y del
miedo a la muerte (Hb 2,14), por el poder de Cristo fueron
liberados de ellos, haciéndose "siervos de Dios" y "siervos de Cristo"
(Rm 6,22-23; 1Co 7,22), "sirviendo al Señor" (Rm 12,11) en la libertad
de los hijos de Dios, que "cumplen de corazón la voluntad de Dios" (Ef
6,6), "conscientes de que el Señor los hará herederos con El" (Col 3,24;
Rm 8,17).
El Resucitado se presenta como vencedor de la muerte y así se revela
como Kyrios, como el Señor, cuya glorificación sanciona
definitivamente el mensaje de la venida del Reino de Dios con El. Con la
Ascensión, sentándolo a su derecha, el Padre selló toda la obra del
Hijo:
"El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. POR LO CUAL Dios le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo es SEÑOR para gloria de Dios Padre" (Flp 2,6-11)
El Salvador, habiendo aniquilado a los enemigos con su pasión, sube
victorioso a sentarse a la derecha del Padre, como canta San Ireneo (y
tantos otros Padres):
"Esto mismo anunció David: 'Alzaos, puertas eternas, que va a entrar el Rey
de la gloria' (Sal 24, 7). Las 'puertas eternas' son los cielos. Y, porque
maravillados, los príncipes celestiales preguntaban: '¿Quién es el Rey de la
gloria?', los ángeles dieron testimonio de El, respondiendo: 'El Señor
fuerte y potente: El es el Rey de la gloria'. Sabemos, por lo demás que,
resucitado, está a la derecha del Padre, pues en El se ha cumplido lo otro
que dijo el profeta David: 'Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha
hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies'".[22]
A la derecha del Padre está Cristo "sentado en el trono de la gloria" como
Señor (Cf. Mt 19,28;25,3) o "en pie", como Sumo Sacerdote, que ha entrado en
el Santuario del cielo, donde intercede por nosotros en la presencia de Dios
(Hb 9,24; 10,12ss...). San Ambrosio lo comentará, diciendo:
"Esteban vio a Jesús, que 'estaba en pie a la derecha de Dios' (Hch 7,55).
Esta sentado como Juez de vivos y muertos, y esta en pie como
abogado de los suyos (1Jn 2,1; Hb 7,25). Está en pie, por tanto, como
Sacerdote, ofreciendo al Padre la víctima del mártir bueno, lleno del
Espíritu Santo. Recibe también tú el Espíritu Santo, como lo recibió
Esteban, para que distingas estas cosas y puedas decir como dijo el mártir:
¡Veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre en pie a la derecha de Dios!
Quien tiene los ojos abiertos, mira a Jesús a la derecha de Dios, no
pudiendo verle quien tiene los ojos cerrados: ¡Confesemos, pues, a Jesús a
la derecha de Dios, para que también a nosotros se nos abra el cielo! ¡Se
cierra el cielo a quienes lo confiesan de otro modo".[23]
Con la resurrección y exaltación de Jesucristo a la derecha del Padre, se
inaugura el mundo nuevo: somos ya hombres celestes, porque Cristo, Cabeza de
la Iglesia está en el cielo. Pero el Reino de Dios se halla todavía en
camino hacia su plenitud. La Iglesia peregrina en la tierra, esperando
anhelante la consumación final, confesando y deseando la Parusía del Señor,
la segunda venida de Jesucristo: ¡Maranathá, ven, Señor Jesús!,
cantan con fervor las Comunidades Neocatecumenales.
[1]
Cf Catequesis iniciales 1ª,2ª y 7ª y Catequesis sobre el Credo en
la Traditio y Convivencia de Itinerantes en Israel de septiembre
de 1979.
[2]
Cf CEC 458,516,604,609.
[3]
SAN AMBROSIO, Exp. Evangelii secondum Lucam, II, 41.
[4]
Cf los números siguientes del CEC sobre las diversas herejías
cristológicas.
[5]
ORIGENES, De Princ. II,6,2; Contra Celso IV,19; In Joan. II,26,21.
[6]
Las moradas, VI,10,7.
[7]
Cf. Catequesis sobre el Siervo de Yahveh de la 1ª Convivencia, que
se repetirá, en múltiples formas en las convivencias de comienzo de
curso de cada año.
[8]
Cf. Mc 210.27;8,31;9,31; 10,33.45; 13,26; Lc 7,34;9,58;12,8-9; Mt
25,32...
[9]
Cf. Catequesis del primer Escrutinio, repetida en múltiples
ocasiones del Camino, por ejemplo, ver Convivencia de Catequistas
de principio de curso de 1991.
[10]
CEC 542,550,555,617,1741,
[11]
S. JUSTINO, 40,1-5;94,1-2.
[12]
Catequesis XIII, 1,2.36.
[13]
SAN AMBROSIO, Expositio Ev. secumdum Lucam X , 107.
[14]
Imposible dar referencias sobre este punto, pues se halla en todas
las catequesis.
[15]
S. IRENEO, Adv. haereses IV,20,7.
[16]
Cf CEC 599-602;613-615.
[17]
Sermón 215,5.
[18]
Cf S. IRENEO, Adv. haereses V,16,2; V,36,3.
[19]
Cf todos los Kerigmas y en las Catequesis de la Iniciación a la
Oración.
[20]
Cf CEC 446-451.
[21]
SAN ATANASIO, De Incarnatione Verbi 27.30.
[22]
S. IRENEO, Expositiones, 84-85.
[23]
SAN AMBROSIO, De fide III 17,137-138.