LINEAS TEOLÓGICAS FUNDAMENTALES DEL CAMINO NEOCATECUMENAL: 3. ECLESIOLOGIA
Emiliano Jiménez
Hernández
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a) La Iglesia es comunión
b) La Iglesia, comunión de los
santos
c) Misión de la Iglesia
d) Imágenes de la Iglesia
e) Iglesia y ministerios
La Iglesia, en su ser, es misterio de comunión. Y su existencia está
marcada por la comunión. En la vida de cada comunidad eclesial, la
comunión es la clave de su autenticidad y de su fecundidad misionera.
Desde los orígenes, la comunidad cristiana primitiva se ha distinguido
porque "todos los creyentes eran constantes en la enseñanza de los
Apóstoles, en la koinonía, en la fracción del pan y en las
oraciones" (Hch 2,42). La comunión de los creyentes "en un mismo
espíritu, en la alegría de la fe y en la sencillez de corazón" (Hch
2,46), se vive en la comunión de la mesa de la Palabra, de la mesa de la
Eucaristía y de la mesa del pan compartido con alegría, "teniendo todo
en común" (Hch 2,44). Es la comunión del Evangelio y de todos los bienes
recibidos de Dios en Jesucristo, hallados en la Iglesia. Frente a las
divisiones de los hombres -judío y gentil, bárbaro y romano, amo y
esclavo, hombre y mujer-, la fe en Cristo hace surgir un hombre nuevo,[2]
que vence las barreras de separación, llevando a la comunión gratuita en
Cristo, es decir a la comunión eclesial, fruto de compartir con los
hermanos la filiación de Dios, la fe, la Palabra y la Eucaristía.[3]
Cimentados en la fe, los fieles se sienten hermanos, al celebrar la
victoria de Cristo sobre la muerte, que con su miedo les tenía divididos
(Hb 2,14); cantan con una sola voz y un solo corazón las maravillas de
Dios y venden sus bienes para prolongar la comunión en toda su vida (Hch
4,32). Esta comunión de vida y bienes abraza, no sólo a los hermanos de
la propia comunidad, sino a todas las comunidades: "Ahora voy a
Jerusalén para socorrer a los santos de allí, pues los de Macedonia y
Acaya han tenido a bien hacer una colecta en favor de los pobres de
entre los santos de Jerusalén. Lo han tenido a bien, y con razón, pues
si, como gentiles, han participado en los bienes espirituales de ellos,
es justo que les sirvan con sus bienes materiales" (Rm 15,25-27).
La comunión de bienes es fruto del amor de Dios experimentado en el
perdón de los pecados, en el don de su Palabra, en la unidad en el
cuerpo y sangre de Cristo y en el amor entrañable del Espíritu Santo. Si
no se da este amor "dar todos los bienes" no sirve de nada (1Cor 13,3).
Esta comunión de los santos, este amor y unidad de los hermanos, en su
visibilidad, hace a la Iglesia "sacramento, signo e instrumento de la
íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1).
La Iglesia aparece como cuerpo visible de Cristo resucitado, por la
acción del Espíritu Santo en aquellos que acogen la Palabra. La
predicación kerigmática está dirigida a la constitución de la comunidad,
para que en ella, como en un seno materno, los neocatecúmenos sean
gestados en la fe. Las catequesis del Camino no son un ciclo de charlas
sin continuidad posterior, sino el punto de partida de la formación de
la Comunidad.
La Comunidad, nacida del Anuncio kerigmático, no es un grupo espontáneo,
ni una asociación de laicos, ni un movimiento de espiritualidad, ni un
grupo de élite o de reflexión dentro de la parroquia. La Comunidad es la
Iglesia de Jesucristo que se realiza en un lugar determinado. En esto el
Camino Neocatecumenal participa de la teología del Vaticano II sobre la
Iglesia local. El Concilio,
al revalorizar el significado sacramental de la Iglesia, ha revalorizado
también el significado de la Iglesia local, en la que el misterio total
de la Iglesia se hace acontecimiento en la asamblea litúrgica y en el
amor cristiano que ella comporta.
Es cierto que la
Lumen Gentium ha tomado como punto de partida a
la Iglesia universal como comunión de todos los fieles con el Papa y con
el cuerpo de los Obispos.[5]
Pero dentro de esta comunión, el Concilio ha vuelto a hablar de la
Iglesia local, presidida por el Obispo (n.26) o por el presbítero
(n.28). "La Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos una, santa,
católica y apostólica, es la Iglesia universal, es decir, la universal
comunidad de los discípulos del Señor, que se hace presente y operativa
en la particularidad y diversidad de personas, grupos, tiempos y
lugares".[6]
"La Iglesia es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la
totalidad del género humano" (CEC 831). "Esta Iglesia de Cristo está
verdaderamente presente en todas las legítimas comunidades locales de
fieles, unidas a sus pastores. Estas, en el Nuevo Testamento, reciben el
nombre de Iglesias. En ellas se reúnen los fieles por el anuncio del
Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor. En
estas comunidades, aunque muchas veces sean pequeñas y pobres o vivan
dispersas, está presente Cristo, quien con su poder constituye a la
Iglesia una, santa, católica y apostólica" (832).
Y como Iglesia Madre es ontológica y temporalmente anterior a cada
Iglesia particular concreta. Ella "da a luz a las Iglesias particulares
como hijas, se expresa en ellas, es madre y no producto de las Iglesias
particulares". Esta visión teológica de la Iglesia tiene su fundamento
en su mismo origen: "La Iglesia se manifiesta el día de Pentecostés en
la comunión de los ciento veinte reunidos en torno a María y a los doce
Apóstoles, representantes de la única Iglesia y futuros fundadores de
las Iglesias locales". Las Iglesias locales "naciendo en y a partir de
la Iglesia universal, en ella y de ella reciben su propia eclesialidad".[8]
"Cada fiel, mediante la fe y el bautismo, es incorporado a la Iglesia
una, santa, católica y apostólica..., aunque el ingreso y la vida se
realizan necesariamente en una Iglesia particular".[9]
En el Camino Neocatecumenal, la Comunidad está siempre inserta en la
parroquia. Y el hecho de no comenzar nunca sin la aceptación del Obispo
y del párroco tiene un significado teológico de comunión eclesial. Sin
el Obispo, la Comunidad no sería Iglesia, sino secta. Que el Obispo
acoja y envíe a los catequistas es algo fundamental en el comienzo del
Camino en una diócesis. Y esta comunión se mantendrá invitando al Obispo
o un delegado suyo a presidir los ritos de todas las etapas del Camino.
El Obispo, sucesor de los Apóstoles en comunión con el Papa, sucesor de
Pedro, da a la Iglesia su fundamento apostólico, pues mediante la
sucesión apostólica se crea la unidad de la Iglesia actual con la
Iglesia "edificada sobre el fundamento de los Apóstoles y Profetas,
siendo la piedra angular Cristo" (Ef 2,20). De la unidad del Episcopado,
como de la unidad de la Iglesia, "el Romano Pontífice, como sucesor de
Pedro, es principio y fundamento perpetuo y visible" (LG 23).
La comunidad se hace Iglesia misionera, anuncio de Jesucristo al mundo,
ya con su ser comunidad.[10]
En ella aparecen los signos de la fe, que llaman a la fe a los no
creyentes. El hombre pagano, ateo, secularizado, que no tiene fe,
descubrirá la presencia salvadora de Jesucristo en los signos del amor y
la unidad de la comunidad cristiana. En el Evangelio de san Juan
encontramos estos signos como llamada a la fe: "Amaos como yo os he
amado (en la dimensión de la cruz); en este amor conocerán los otros que
sois mis discípulos" (13,14-15), y más adelante: "Como Tú, Padre, en mí
y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo
crea que Tú me has enviado" (17,21). Para esto existe la Iglesia: para
anunciar, testimoniar, actualizar y extender el misterio de comunión en
Cristo, que ella ya vive.
El anuncio de la Palabra salvadora va acompañado, para ser creído, de
signos y prodigios. Los signos potencian la palabra del apóstol. Pedro,
para confirmar el anuncio de Jesucristo como Salvador, dirá al
paralítico: "En nombre de Jesús, el Nazareno, levántate y camina" (Hch
3,6). El milagro da credibilidad a la palabra de Pedro. La gente, al ver
el milagro, cree en la predicación, es decir, en el nombre o poder de
Jesús. El milagro ha abierto a la fe a aquellos que escuchaban la
predicación.
Jesucristo se hace visible en la Iglesia. La Iglesia aparece realmente
como sacramento de Cristo, "signo e instrumento de la íntima unión con
Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG, n.1). La comunidad,
congregada en el amor y la unidad, se hace presencia salvadora de Cristo
en el mundo. Pablo, al perseguir a los cristianos, sentirá la voz de
Cristo, que le dice: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?... ¿Quién
eres, Señor? Yo soy Jesús a quien tú persigues" (Hch 9,4-5). Todo lo que
se hace a los discípulos de Jesús, se hace al mismo Jesús (Cf. Mt
10,40). De tal modo se identifica Cristo con los cristianos, que la
Iglesia es el Cuerpo visible de Jesucristo Resucitado.
En el lenguaje existencial del Camino se dice que tres son los amores
que viven las Comunidades Neocatecumenales: Amor a la Palabra, amor a la
Eucaristía y amor a la Iglesia, concretizándose éste tercer amor en el
amor a María, figura y madre de la Iglesia, y en el amor al Papa,
fundamento de la unidad de toda la Iglesia, como "quien preside la
comunión universal de la caridad".[11]
"Los creyentes que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros
del Cuerpo de Cristo, quedan estrechamente unidos a Cristo" (CEC 790).
"El fin último de la misión no es otro que hacer participar a los
hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su
Espíritu de amor" (850)."Así puede desarrollarse entre los cristianos un
verdadero espíritu filial con respecto a la Iglesia. Es el
desarrollo normal de la gracia bautismal, que nos engendró en el seno de
la Iglesia y nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo. En su solicitud
materna, la Iglesia nos concede la misericordia de Dios que va más allá
del simple perdón de nuestros pecados y actúa especialmente en el
sacramento de la Reconciliación. Como madre previsora, nos prodiga
también en su liturgia, día tras día, el alimento de la Palabra y de la
Eucaristía del Señor" (2040).
Allí donde aparece una comunidad de hermanos que, en su amor y unidad,
hacen visible a Cristo como Salvador, el hombre sin fe lo descubre y lo
desea. Como Pablo, preguntará: "¿Qué he de hacer, Señor?" (Hch 22,10).
Entonces se le podrá dar razón de la esperanza cristiana, explicitando
el anuncio de Jesucristo (Cf.1P 3,15).
Las Comunidades Neocatecumenales explicitan esta eclesiología en sus
catequesis, en sus liturgias y en la vida de comunidad. La catequesis
busca la formación de pequeñas comunidades, que hagan posible el amor
concreto y visible de los hermanos, que no es posible a nivel de masa.
En las celebraciones litúrgicas con la educación a la participación viva
en la asamblea. A ello contribuye la misma arquitectura y organización
del lugar de la celebración. El canto, con el que la "una vox", lleva al
"cor unum". Y la vida, que brota de la participación litúrgica,
compartiendo los dones de Dios, incluso los económicos.
"La palabra 'Iglesia' significa 'convocación'... En ella Dios 'convoca'
a su Pueblo desde todos los confines de la tierra" (CEC 751). "En el
lenguaje cristiano, la palabra 'Iglesia' designa no sólo la asamblea
litúrgica, sino también la comunidad local o toda la comunidad universal
de los creyentes. Estas tres significaciones son inseparables de hecho.
La Iglesia es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de
Dios existe en las comunidades locales y se realiza como asamblea
litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del
Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma cuerpo de
Cristo" (752). La Iglesia vive "la comunión en la fe" (949), "la
comunión de los sacramentos" (950), "la comunión de los carismas" (951),
"la comunión de bienes" (952) y "la comunión de la caridad" (953).
b) LA IGLESIA, COMUNION DE LOS SANTOS[12]
La Iglesia es la
communio sanctorum en la que se vive la comunión
de las cosas santas y la comunión entre los santos.[13]
Esta comunión comporta el sentirse miembros de un mismo Cuerpo, Cuerpo
de Cristo, en comunión con los fieles de la Iglesia peregrina en la
tierra y con todos aquellos que, habiendo dejado este mundo en la gracia
del Señor, forman ya la Iglesia celeste o serán incorporados a ella
después de su plena purificación.[14]
La comunión en las cosas santas es lo primero y la base para crear la comunión de los santos. Es el mismo Dios que ha decidido romper la distancia que "le separaba" del hombre y entrar en comunión con El, "participando, en Jesucristo, de la carne y de la sangre del hombre" (Hb 2,14). Esta comunión de Dios, en Cristo, con nuestra carne y sangre humanas nos ha abierto el acceso a la comunión con Dios por medio de la "carne y sangre" de Jesucristo, pudiendo llegar a "ser partícipes de la naturaleza divina" (2P 1,4). Pues "en la fidelidad de Dios hemos sido llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo, Señor nuestro" (1Cor 1,9).
Esta comunión con Cristo se expresa en la aceptación de su Palabra, en
el seguimiento de su camino por la cruz hacia el Padre, incorporándonos
a su muerte para participar de su resurrección y de su gloria, dando
cumplimiento al deseo de Jesús: "Como Tú, Padre, en mí y yo en ti, que
ellos sean también uno en nosotros" (Jn 17,21). La primera comunión
en lo santo es, pues, "participación de la santidad de Dios" en
Cristo. La "Palabra de vida nos introduce en la comunión con el Padre y
con su Hijo Jesucristo" (Cf. 1Jn 1,1-4). Esta comunión se realiza en la
Iglesia, de una manera visible en la Eucaristía: "La copa de bendición
que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan
que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?" (1Cor 10,16-17).
Al comulgar con el cuerpo y sangre de Cristo, participando de su vida y
de su muerte, los cristianos hacen Pascua con El hacia el Padre.
Esta comunión con Dios en Cristo es fruto del Espíritu Santo en la
Iglesia. Pablo se lo desea a los corintios, en el saludo final, con la
fórmula de ayer y de hoy en la liturgia de la Iglesia: "La gracia del
Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo
estén con vosotros" (2Cor 13,13). En la Iglesia "fue depositada la
comunión con Cristo, es decir, el Espíritu santo".[15]
La comunión en
lo santo, en las cosas santas crea la comunión de
los
santos, pues "si estamos en comunión con Dios ...estamos en
comunión unos con otros" (1Jn 1,6-7). Sólo la comunión con Dios puede
ofrecer un fundamento firme a la unión entre los cristianos. Los otros
intentos de comunidad se quedan en intentos de comunión; en realidad
dejan a cada miembro en soledad o le reducen a parte anónima de una
colectividad, a número o cosa. Comunión de amor en libertad personal
sólo es posible en el Espíritu de Dios. El Espíritu Santo crea la
comunión entre los cristianos, introduciéndolos en el misterio de la
comunión del Padre y del Hijo, de la que El es lazo y expresión. El
Espíritu Santo es el misterio de la comunión divina y eterna del Padre y
del Hijo. El mismo Espíritu Santo nos introduce en esa comunión.[16]
Luego, de esta comunión, nacen los lazos de amor entre los hermanos:
"porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el
Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,5) "no se cansan de hacer el
bien, especialmente con los hermanos en la fe" (Ga 6,10), "siendo todos
del mismo sentir, con un mismo amor y unos mismos sentimientos,
considerando a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual
no su propio interés sino el de los demás" (Flp 2,1ss). Este es el amor
que han recibido de Cristo y el que, en Cristo, viven sus discípulos día
a día en su fragilidad. Quien ha sido amado puede, a su vez, amar:
"Amémonos, porque El nos amó primero" (1Jn 4,19) o como dice Pablo:
La comunión de los santos supera las distancias de lugar y de tiempo. La
Iglesia es la comunión de los creyentes esparcidos por todo el orbe, la
comunión de las Iglesias en comunión con el Papa. Pero la comunión de
los santos supera también los límites de la muerte y del tiempo. El
Espíritu Santo une la Iglesia peregrina con la Iglesia triunfante en el
Reino de los cielos. En la Eucaristía podemos cantar unidos -asamblea
terrestre y asamblea celeste- el mismo canto: "¡Santo, Santo, Santo!".
Es en la liturgia donde vivimos plenamente la comunión con la Iglesia
celeste, porque en ella, junto con todos los ángeles y santos,
celebramos la alabanza de la gloria de Dios y nuestra salvación:
"Nuestra unión con la Iglesia celestial se realiza de modo excelente
cuando en la liturgia, en la cual la virtud del Espíritu Santo obra en
nosotros por los signos sacramentales, celebramos juntos con alegría
fraterna la alabanza de la divina Majestad, y todos los redimidos por la
sangre de Cristo de toda tribu, lengua, pueblo y nación (Ap 5,9),
congregados en una misma Iglesia, ensalzamos con un mismo cántico de
alabanza al Dios Uno y Trino. Al celebrar, pues, el sacrificio
eucarístico es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia en una misma comunión" (LG 50).
"Además, la Iglesia introdujo en el círculo anual el recuerdo de los
mártires y de los demás santos que, llegados a la perfección por la
multiforme gracia de Dios, y habiendo alcanzado ya la salvación eterna,
cantan la perfecta alabanza a Dios en el cielo e interceden por
nosotros. Porque, al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al
cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que
sufrieron y fueron glorificados con Cristo, propone a los fieles sus
ejemplos, los cuales atraen a todos por Cristo al Padre, y por los
méritos de los mismos implora los beneficios divinos" (SC 104).
Allí donde los cristianos celebran la Eucaristía se hacen presentes todos los fieles del mundo, los vivos y "los que nos precedieron en la fe"[17] y "se durmieron en la esperanza de la resurrección",[18] los santos del cielo, que gozan del Señor: "María, la Virgen Madre de Dios, los apóstoles y los mártires, y todos los santos",[19] "por cuya intercesión esperamos obtener la vida eterna y cantar las alabanzas del Señor", en "su Reino donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de su gloria", "junto con toda la creación libre ya del pecado y de la muerte".[20]
La comunión de los santos la vivimos también con los hermanos que han
muerto y aún están purificándose, por quienes intercedemos al Padre. La
comunión no se interrumpe con la muerte. El límite de división no es la
muerte, sino el estar con Cristo o contra Cristo (Flp 1,21). Los santos
interceden por sus hermanos que viven aún en la tierra y los vivos
interceden por sus hermanos que se purifican para presentarse ante el
Señor "como Esposa resplandeciente sin mancha ni arruga ni cosa
parecida, sino santa e inmaculada" (Ef 5,27; 2Co 11,2; Col 1,22),
"engalanada con vestiduras de lino, que son las buenas acciones de los
santos" (Ap 19,8; 21,2.9-11).
"La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que
durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún,
según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de
los bienes espirituales" (955). "Todos los hijos de Dios y miembros de
una misma familia en Cristo, al unirnos en el amor mutuo y en la misma
alabanza a la Santísima Trinidad, estamos respondiendo a la íntima
vocación de la Iglesia" (CEC 959). "En la liturgia terrena pregustamos y
participamos en aquella liturgia celestial que se celebra en la ciudad
santa, Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde
Cristo está sentado a la derecha del Padre, como ministro del santuario
y del tabernáculo verdadero: cantamos un himno de gloria al Señor con
todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos,
esperamos participar con ellos y acompañarlos; aguardamos al Salvador,
nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y
nosotros nos manifestemos con El en la gloria" (1090). "En esta liturgia
eterna el Espíritu y la Iglesia nos hacen participar cuando celebramos
el Misterio de la salvación en los sacramentos" (1139).
La comunión de los santos significa que existe una mutua relación entre
la Iglesia peregrina en la tierra y la Iglesia celeste. De ahí la
importancia eclesiológica de María -y demás santos-, como intercesora
nuestra, junto a la gran intercesión de Cristo, que está en pie como
Sumo Sacerdote ante el Padre, "siempre vivo para interceder en nuestro
favor" (Cf. Hb 7,25; Hch 7,55). "La maternidad de María perdura sin
cesar en la economía de la gracia...En efecto, con su asunción a los
cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos
con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna" (CEC 969).
"La Iglesia por sí misma es un grande y perpetuo motivo de credibilidad
y un testimonio irrefutable de su misión" (CEC 812). "La fidelidad de
los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio
y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante
los hombres su fuerza de verdad y de irradiación, el mensaje de la
salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los
cristianos. 'El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas
realizadas con espíritu sobrenatural son eficaces para atraer a los
hombres a la fe y a Dios' (AA 6)" (2044).
El pueblo de Dios, que tiene por Cabeza a Cristo, "tiene como fin la
dilatación del Reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra,
hasta que sea consumado por El mismo al fin de los tiempos, cuando se
manifieste Cristo, nuestra vida
(Cf. Col 8,21), y la misma criatura será libertada de la
servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de los hijos
de Dios (Rm 8,21). Aquel pueblo mesiánico, por tanto, aunque de momento
no contenga a todos los hombres y muchas veces aparezca como una pequeña
grey, es, sin embargo, el germen firmísimo de unidad, de esperanza y de
salvación para todo el género humano. Constituido por Cristo en orden a
la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por El
como instrumento de la redención universal y es enviado a todo el mundo
como luz del mundo y sal de la tierra (Cf. Mt 5,13-16)" (LG 9).
"Del
amor de Dios por todos los hombres la Iglesia ha sacado en
todo tiempo la obligación y la fuerza de su impulso misionero: 'porque
el amor de Cristo nos apremia' (2Cor 5,14)" (CEC 851). "La misión
comienza con el anuncio del evangelio a los pueblos y grupos que aún no
creen en Cristo; continúa con el establecimiento de comunidades
cristianas, 'signo de la presencia de Dios en el mundo' (AG 15), y en la
fundación de Iglesias locales" (854).
En el fondo el Camino Neocatecumenal, con su teología sobre la misión de
la Iglesia, concretada en ser luz, sal y fermento, busca el
mostrar el amor de Dios a los distanciados, a los no cristianos. Estos
no son sensibles a ningún otro signo de Dios, sino a la forma nueva de
amor, que pueden ver con sus ojos. "Mirad cómo se aman", decían los
paganos de los primeros cristianos. Para dar este testimonio de amor no
es suficiente el de un hombre excepcional, se requiere la manifestación
eclesial: hombres y mujeres, jóvenes y adultos, casados y solteros,
cultos e ignorantes, ricos y pobres...El que todas las barreras de edad,
sexo, cultura, dinero, que dividen a los hombres y crean la infelicidad,
caigan gracias a Jesucristo es un signo de esperanza para todos los
hombres.
La Comunidad Neocatecumenal, viviendo esta comunión eclesial, se hace
Camino de evangelización para nuestro mundo secularizado,
descristianizado y descreído. La Comunidad viviendo en medio del mundo
aparece a los ojos de familiares, compañeros de barrio o de trabajo como
germen y signo del Reino de Dios. Gastándose como la luz, perdiendo la
propia vida por los demás como la sal por los alimentos, perdiéndose en
la masa para fermentarla, es decir, amando al enemigo, cargando con los
pecados de los hombres que les rechazan, acogiendo a todos los
desgraciados, intercediendo sacerdotalmente a favor del mundo, haciendo
suya la misión del Siervo de Yahveh... iluminan, salan y fermentan al
mundo: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean
vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los
cielos" (Mt 5,16). "Habiendo recibido en el Bautismo al Verbo, la
luz verdadera que ilumina a todo hombre, el bautizado, tras haber sido
iluminado, se convierte en hijo de la luz, y en luz él mismo" (CEC
1216).
De este modo las Comunidades viven y cantan con San Pablo:
"No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y
a nosotros como siervos vuestros por Jesús. Pues el mismo Dios que dijo:
De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros
corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está
en el rostro de Cristo. Pero llevamos este tesoro en vasos de barro para
que aparezca que este tesoro tan extraordinario viene de Dios y no de
nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no
desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no
aniquilados. Llevamos siempre en nuestro cuerpo por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también
la vida de Jesús se
manifieste en nuestro cuerpo. Pues, aunque vivimos, nos vemos
continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que
también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De modo
que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida" (2Cor 4,5-12).
El Camino vive la Iglesia y expresa su vivencia de Iglesia a través de
las imágenes bíblicas, que es lo que hace también el Vaticano II en la
Lumen Gentium.[26]
Sin despreciar la reflexión conceptual, necesaria también, el Camino,
orientado a todos los fieles, con estudios y sin estudios, nacido entre
los pobres, que no sabían de abstracciones, se sirve del lenguaje
simbólico, agrupando las diversas imágenes que se complementan y se
corrigen entre sí. Se trata, en definitiva, no sólo de presentar a la
Iglesia "a partir de" la Biblia, sino "según" el mismo lenguaje bíblico,
sirviéndose de alegorías, signos, símbolos e imágenes, que irradian la
realidad del misterio presente en la Iglesia. Estas imágenes son
epifanías del Espíritu Santo en la Iglesia, pues, al mismo tiempo que el
Espíritu Santo habla al hombre por estas imágenes, su palabra realiza lo
que significan. Así hace a los hombres una "casa", un "templo", un
"cuerpo", un "pueblo"...[27]
Con todas estas imágenes se conoce, celebra y vive la Iglesia en el
Camino Neocatecumenal. En sus catequesis, cantos, celebraciones y vida
comunitaria se acentúa unas veces un rasgo y otras veces otro. Al final
el cuadro queda completo: la Iglesia en oración y misión "para que el
mundo entero se transforme plenamente en Pueblo de Dios, Cuerpo del
Señor y Templo del Espíritu Santo y para que en Cristo, cabeza
universal, se tribute todo honor y gloria al Creador y Padre de todo"
(LG 17).
La Iglesia, Cuerpo de Cristo, continúa la misión de Cristo. La Iglesia
no existe para sí. Existe para Cristo y, en consecuencia, para los
hombres. Prolonga la misión de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey, que ha
venido a salvar a los hombres, "a servir y no a ser servido". La
voluntad del Padre, el plan de salvación del Padre, es el alimento de
Jesucristo, llena toda su existencia, es el móvil de su vida, su misión
y su gloria. Encarnado a causa de esta voluntad de Padre, Cristo no vive
para sí, sino para la misión recibida del Padre.
"Jesucristo es aquel a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y
lo ha constituido 'Sacerdote, Profeta y Rey'. Todo el Pueblo de Dios
participa de estas tres funciones de Cristo y tiene la responsabilidad
de misión y servicio que se derivan de ellas" (CEC 783). "Por su
regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera
igualdad en cuanto a dignidad y acción, en virtud de la cual todos,
según su propia condición y oficio, cooperan a la edificación del Cuerpo
de Cristo" (CEC 872). "Las mismas diferencias que el Señor quiso poner
entre los miembros de su Cuerpo sirven a su unidad y a su misión. Porque
hay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión"
(873). "Los carismas se han de acoger con reconocimiento por el que los
recibe, y también por todos los miembros de la Iglesia. En efecto, son
una maravillosa riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la
santidad de todo el Cuerpo de Cristo" (800).
Dentro de este sacerdocio, común a todos los bautizados, participación
del único sacerdocio de Cristo, los presbíteros ejercen su ministerio
jerárquico como representantes de Cristo Cabeza y Pastor. En virtud del
Sacramento del Orden presiden la Comunidad en la Celebración de la
Palabra y de la Eucaristía. Los presbíteros, hermanos en la fe de los
demás miembros de la Comunidad, ejercen para los demás el ministerio del
perdón de los pecados en el Sacramento de la Reconciliación (Cf PO,
n.2). Es lo que ha afirmado el Vaticano II, señalando la diferencia, no
sólo gradual, sino esencial entre "sacerdocio común" y "sacerdocio
ministerial o jerárquico", añadiendo que "se ordenan el uno al otro,
aunque cada cual participa de forma peculiar del único sacerdocio de
Cristo" (LG 10).[30]
"El pueblo santo de Dios participa también de la función profética de
Cristo, llevando a todas partes su testimonio vivo, especialmente
mediante la vida de fe y de caridad"
(LG, n.12). Participando de la misión de Cristo, heraldo de la
verdad, los fieles son responsables del anuncio del Evangelio en todos
los campos de la vida "para que la virtud del Evangelio brille en la
vida cotidiana, familiar y social" (LG, n.35). "Cristo, gran Profeta,
que proclamó el Reino de Dios no sólo por el testimonio de su vida, sino
también por la fuerza de su palabra, continúa cumpliendo su misión
profética hasta la plena manifestación de la gloria, no sólo por medio
de la jerarquía, que enseña en su nombre y con su autoridad, sino
también por medio de los seglares, a los que con este fin ha constituido
testigos y dotado con el sentido de la fe y con la gracia de la palabra
(Cf. Hch 2,17-18; Ap 19,10)" (LG 35):
"Con este sentido de la fe que el Espíritu Santo mueve y sostiene, el
pueblo de Dios bajo la dirección del magisterio, al que sigue
fidelísimamente, recibe no ya la palabra de los hombres, sino la
verdadera palabra de Dios (Cf 1Ts 2,13); se adhiere indefectiblemente a
la fe dada de una vez para siempre a los santos; penetra profundamente
con rectitud de juicio y la aplica más íntegramente en la vida" (LG 12).
Esta misión sacerdotal y profética está unida a la función real que
Cristo vino a realizar y de la que también hace partícipe a la Iglesia.
Entrando en la gloria de su Reino, Cristo, a quien todo está sometido,
comparte sus atribuciones con sus discípulos (Cf LG 36). La dignidad
real de los discípulos de Cristo comporta, en primer lugar, una libertad
de orden espiritual. Los discípulos de Cristo encuentran en Cristo la
fuerza para vencerse a sí mismos y logran, por la santidad de vida,
poner término al dominio del pecado (Rm 6,12). Esta libertad les
posibilita la acción apostólica: sirviendo a Cristo en la persona del
prójimo, los fieles llevan a sus hermanos, en la humildad y la
paciencia, hacia el Rey, cuyos servidores son ,a su vez, reyes. Cristo
se sirve de sus servidores para extender su Reino, que es "reino de
verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de
amor y de paz",[31]
reino en el que la creación misma será liberada de la esclavitud, de la
corrupción e introducida en la libertad de los hijos de Dios
(Rm 8,12).
Si este punto lo hemos presentado casi exclusivamente con textos
conciliares es por la absoluta coincidencia no sólo de contenido, sino
también de lenguaje entre el Concilio y el Camino Neocatecumenal. Sólo
nos queda añadir, citando también al Concilio:
"Además, el mismo Espíritu Santo no solamente santifica y dirige al
pueblo de Dios por los sacramentos y los ministerios y lo enriquece con
las virtudes, sino que, distribuyéndolas a cada uno según quiere
(1Cor 12,11), reparte entre los fieles gracias de todo género, incluso
especiales, con que los dispone y prepara para realizar variedad de
obras y de oficios provechosos para la renovación y una más amplia
edificación de la Iglesia, según aquellas palabras: 'A cada uno se le
otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad' (1Cor 12,7).
Estos carismas, tanto los extraordinarios como los más sencillos y
comunes, por el hecho de que son muy conformes y útiles a las
necesidades de la Iglesia, hay que recibirlos con agradecimiento y
consuelo" (LG 12).
En el interior de la Comunidad, en la medida en que cada cristiano se deja
recrear por la Palabra de Dios y los Sacramentos, van apareciendo diversos
ministerios y carismas. La Iglesia como Cuerpo de Cristo resucitado tiene
muchos miembros y en cada uno de ellos se manifiesta el Espíritu para común
utilidad. Presbíteros, diáconos, responsables, catequistas, cantores,
lectores, ostiarios, didáscalos, garantes, viudas, vírgenes, casados... La
común vocación cristiana se manifiesta multiformemente en sus miembros. Unos
ministerios y carismas ya recibidos antes de entrar en la Comunidad se
redescubren y otros se descubren dentro de ella como llamada personal.
"Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado
en virtud del bautismo y de la confirmación y por eso tienen la obligación y
gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar
para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos
los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante
cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y
conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria
que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría
de las veces su plena eficacia" (CEC 900).
El presbítero, al mismo tiempo que vive con los hermanos el camino de
conversión y fe, se coloca para los demás como representante de Cristo
Cabeza y Pastor. Los casados descubren la grandeza cristiana del amor
matrimonial y la dignidad otorgada por Dios, al invitarlos a colaborar con
El en la transmisión de la vida humana y de la vida eterna a los hijos. La
familia, donde nacen los ciudadanos de este mundo, se convierte en
Iglesia doméstica, donde se celebra la liturgia en los altares del
tálamo nupcial y de la mesa en que se bendice a Dios por los dones con que
El nos alimenta y dónde se transmite la fe a la nueva generación...En la
comunidad hay miembros que descubren la vocación al ministerio presbiteral;
la floración vocacional ha sido ya numerosísima. Hay también miembros que
descubren la vocación a la vida religiosa contemplativa o de servicio a los
enfermos o a los pobres...
[1]
Cf. Catequesis Iniciales 2ª y en toda presentación del Camino como,
por ejemplo, a la Asamblea Plenaria de la Sagrada Congregación para
la Evangelización de los Pueblos o a la Asamblea del Sínodo de los
Obispos sobre "Penitencia y Reconciliación o la hecha a los
Obispos de América en Santo Domingo en 1992...
[2]
Cf Rm 10,12; 1Co 12,13; Ga 3,28.
[3]
Cf CEC 772,775,2790.
[4]
"Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias
del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente una utilidad
eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la
Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo" (CEC
799).
[5]
Cf LG 4,8,13-15,18,21,24-25.
[6]
Algunos aspectos de la Iglesia como comunión. Carta a los Obispos de
la Iglesia Católica de la Congregación para la Doctrina de la Fe
(1992) 7.
[7]
Como afirmaba ya Pablo VI en Evangelii nuntiandi, 62, citado
en CEC: "Guardémonos bien de concebir la Iglesia universal como la
suma o, si se puede decir, la federación más o menos anómala de
Iglesias particulares esencialmente diversas. En el pensamiento del
Señor es la Iglesia, universal por vocación y misión, la que echando
sus raíces en la variedad de terrenos culturales, sociales, humanos,
toma en cada parte del mundo aspectos, expresiones externas
diversas" (835).
[8]
Algunos aspectos..., 9.
[9]
Ibíd., 10.
[10]
"Hacéis apostolodo siendo lo que sois", dijo ya Pablo VI en uno de
los primeros encuentros con las Comunidades neocatecumenales.
[11]
S. IGNACIO DE ANTIOQUIA, Ad Rm 1,1.
[12]
Cf. Catequesis de la Redditio al respecto y Moniciones a los Laudes
del Domingo y a la Eucaristía en diversas convivencias.
[13]
Cf Algunos aspectos..., 6.
[14]
Cf CEC 948,1474-1475,2658.
[15]
SAN IRENEO, Adv.haer. III, 24,1.
[16]
Cf 1Jn 1,3; Jn 10,30; 16,15;17 ,11. 21-23.
[17]
Cf Misal Romano, Anáfora I.
[18]
Ibíd., Anáfora II
[19]
Ibíd., Anáfora I.
[20]
Ibíd., Anáfora IV. Cf nº 49 y 50 de la Lumen Gentium.
[21]
Cf Catequesis Iniciales 4ª y Convivencias de catequistas, de
Itinerantes o con las Familias en misión.
[22]
"Hay una palabra que siempre se repite en los encuentros con los
grupos neocatecumenales, es la palabra 'itinerante'. 'Iter', como se
sabe, quiere decir camino. Pero aquí se trata de un camino
apostólico. Itinerantes son aquellos que emprenden un camino,
comienzan un camino para llevar su descubrimiento... El cristiano
que ha descubierto el valor de su ser cristiano, de su fe, de su
filiación divina, de su semejanza con Cristo, en fin, ha descubierto
la realidad de Cristo en sí, ha descubierto su Bautismo. Entonces
uno es capaz de transmitir, no sólo es capaz, sino que se siente
empujado, no puede quedarse callado, sino que debe caminar, debe
caminar, es un movimiento, podemos decir, natural" (Visita a la
parroquia de la Inmacolata Concezione en la "Cervetella", Roma.
[23]
Algunos aspectos..., 4.
[24]
Seminarios Diocesanos-Misioneros, cuyos seminaristas provienen da
las Comunidades neocatecumenales de todo el mundo. Ya han sido
erigidos más de veinte.
[25]
No hay una catequesis específica sobre las imágenes de la Iglesia,
pero de todas ellas se habla en múltiples ocasiones.
[26]
LG 6ss.
[27]
Cf CEC 753-757.
[28]
"La comparación de la Iglesia con el cuerpo arroja un rayo de luz
sobre la relación íntima entre la Iglesia y Cristo. No está
solamente reunida en torno a El: siempre está unificada en
El, en su Cuerpo. Tres aspectos de la Iglesia 'Cuerpo de Cristo'
se han de resaltar más específicamente: la unidad de todos los
miembros entre sí por su unión con Cristo; Cristo Cabeza del Cuerpo;
la Iglesia, Esposa de Cristo" (CEC 789; Cf n. ss.).
[29]
Catequesis después de cada etapa del Camino, antes de la elección de
los distintos ministerios de la Comunidad.
[30]
Conjugando la dimensión cristológica y eclesiológica del sacerdocio
la exhortación Pastores dabo vobis se expresa con precisión:
"El sacerdote, en cuanto que representa a Cristo Cabeza, Pastor y
Esposo de la Iglesia, se sitúa no sólo en la Iglesia, sino también
al frente a la Iglesia...,totalmente al servicio de la Iglesia para
la promoción del ejercicio del sacerdocio común de todo el Pueblo de
Dios...,prolongando en la Iglesia la oración, la palabra, el
sacrificio y la acción salvadora de Cristo" (n.16).
[31]
Misal Romano, Prefacio de la Solemnidad de Cristo, Rey del universo.