LINEAS TEOLÓGICAS FUNDAMENTALES DEL CAMINO
NEOCATECUMENAL:
5. MARIOLOGIA,
MARIA, FIGURA Y MADRE DE LA IGLESIA
Emiliano Jiménez
Hernández
Páginas relacionadas
a) María, paradigma del cristiano
b) Maternidad de María y maternidad del cristiano
c) María, figura de la Iglesia
d) María: Virgen, Esposa y Madre
e) María madre nuestra
Quienes no conocen el Camino Neocatecumenal dicen que en él apenas se
habla de la Virgen María. Por ello, será conveniente dedicar unas
páginas a la amplia y rica Mariología que se vive en las Comunidades. A
la Mariología corresponden algunos de los aspectos más significativos
del Camino Neocatecumenal, que se concibe, en conformidad con la más
antigua tradición patrística, según el paradigma de la vida y misión de
la Virgen María. Kerigma, catecumenado y misión de la Comunidad siguen
el paralelo de la Virgen María: Anuncio del Angel, gestación y
alumbramiento de Jesucristo para salvación del mundo.
a) MARIA, PARADIGMA DEL CRISTIANO[1]
Acoger el Kerigma es ponerse en camino, comenzar el itinerario de la fe.
Este es todo el Camino Neocatecumenal, que tiene como paradigma a la
Virgen María. Un ángel, enviado de Dios, hace el anuncio a María:
Alégrate, María, el Señor está contigo, concebirás y darás a luz un
hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El Espíritu Santo descenderá
sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el
que ha de nacer será llamado hijo de Dios (Cf. Lc 1,26ss). María, al
acoger este anuncio, comienza el período de gestación, hasta dar a luz
al Hijo de Dios. El hombre, que acoge el anuncio de unos enviados de
Dios, comienza el catecumenado, como tiempo de gestación del hombre
nuevo, hijo de Dios. Entrando en el seno de la Madre Iglesia será dado a
luz, renaciendo de lo alto.
María está situada en el punto final de la historia del pueblo elegido,
en correspondencia con Abraham (Mt 1,2-16). Abraham es el padre de los
creyentes (Cf. Rm 4) y el modelo de los justificados por la fe. A
Abraham le fue hecha la promesa de un hijo y de una tierra (Cf. Gn
12,1ss); y efectivamente, aún siendo anciano, Dios le dio un hijo de
Sara, su mujer estéril.[2]
Cuando Dios le pidió a Isaac, el hijo de la promesa, el patriarca
obedeció, "pensando que poderoso era Dios aún para resucitar de entre
los muertos" (Hb 11,19), y Dios en el monte proveyó con un cordero.
Abraham en su historia vio que Dios es fiel; aprendió existencialmente a
creer. Apoyado en Dios recibe la fecundidad de su promesa.
Abraham, el padre de los creyentes, era el germen y el prototipo de la
fe en el Dios Salvador. En María encuentra su culminación el camino
iniciado por Abraham. El largo camino de la historia de la salvación,
por el desierto, la tierra y el destierro se concretiza en el resto de
Israel, en María, la hija de Sión, madre del Salvador. María es la
culminación de la espera mesiánica, la realización de la promesa. Así
toda la historia de la salvación desemboca en Cristo, "nacido de mujer"
(Ga 4,4). María es "el pueblo de Dios" que da "el fruto bendito" a los
hombres por la potencia de la gracia creadora de Dios. Abraham y María
aparecen constantemente ante los ojos y oídos de los Neocatecúmenos en
su itinerario de fe. Pues María hace también el itinerario de la fe. Ha
recibido una noticia, la ha creído, ha concebido virginalmente en su
seno, ha gestado y dado a luz al Hijo de Dios. Precisamente por esta fe
colmada de fidelidad se convierte María en tipo de la Comunidad de los
que escuchan la palabra de Dios y la guardan (Cf LG, n.58). En el
cristiano se reproduce el mismo camino fecundo; también a él, por el
poder del Espíritu, le nacerá "un hombre nuevo" si cree en la Palabra,
la conserva en el corazón. En el seno de la Iglesia será gestado el
catecúmeno hasta que nazca en la fuente bautismal. La grandeza de María
consiste en su fe, en haber concebido en la fe, antes que en su seno
al Hijo de Dios:[3]
"Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas
de parte del Señor" (Lc 1,45).
"Sólo la fe puede adherir a las vías misteriosas de la omnipotencia de
Dios. Esta fe se gloría de sus debilidades con el fin de atraer sobre sí
el poder de Cristo. De esta fe, la Virgen María es modelo supremo: ella
creyó que 'nada es imposible para Dios' (Lc 1,37) y pudo proclamar las
grandezas del Señor: 'el Poderoso ha hecho en mi favor maravillas, santo
es su nombre' (Lc 1,49" (CEC 273).
María "recibió, al anuncio del ángel, al Verbo de Dios en su corazón y
en su cuerpo" (LG 53). Concibió a Jesucristo, por la fe, en su corazón
antes de concebirlo en su seno; más aún "por la fe concibió la carne de
Cristo", dirá San Agustín en varios lugares.
Como imagen del cristiano, tipo de la Iglesia, María muestra al
cristiano -así es presentada al Neocatecúmeno en todas las etapas de su
iniciación cristiana- el camino de la fe. Ella dice: "Hagan lo que El
les diga". Y como ella tiene un amor maternal, lleno de ternura, hacia
el Hijo de Dios, enseña al cristiano ese amor, esa ternura maternal y
virginal, de la que todo cristiano participa por obra del Espíritu
Santo. Este amor maternal de María la llevará a acompañar al Hijo en su
misión, dándolo constantemente por los hombres; por ello, en el amor
maternal de María hacia su Hijo, está incluido su amor hacia nosotros,
los pecadores. De esta forma, cada cristiano, en cuyo corazón habita
Cristo, sabe que como María, madre de Cristo, deberá darlo al mundo y
acompañarlo en su misión, porque amar a Cristo es amar a los pecadores,
amar la misión de Cristo, de forma que cada cristiano es "madre de
Cristo", al darle a luz para la salvación de los hombres, para la
redención de los pecadores. Es la nota más significativa del Camino
Neocatecumenal: el amor a los pecadores, la preocupación por los
alejados de la Iglesia, la itinerancia en busca de la oveja perdida para
llevarla a Cristo, único Salvador.
"La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la
fe. En la fe, acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel
Gabriel, creyendo que nada es imposible para Dios" (CEC 148). "Durante
toda su vida, y hasta la última prueba, cuando Jesús, su Hijo, murió en
la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el cumplimiento de
la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la
realización más pura de la fe" (149).
Ser
madre del Mesías, de Jesucristo, implica acompañarle en su misión,
participar de su misión, participando de sus sufrimientos, como dirá San
Pablo: Sufro en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo". María,
como verdadera hija de Abraham, ha aceptado el sacrificio de su Hijo, el
Hijo de la Promesa, pues Dios, que sustituyó la muerte de Isaac por un
carnero, "no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte
por todos nosotros" (Rm 8,32), como el verdadero Cordero que Dios ha
provisto para que "cargue y quite el pecado del mundo" (Jn 1,29; Ap
5,6).
María, pues, como hija de Abraham, acompaña a su Hijo que, cargado con
la leña del sacrificio, la cruz, sube al Monte Calvario. El cuchillo del
sacrificio de Abraham, en María se ha transformado en "una espada que la
atraviesa el alma". Abraham sube al Monte con Isaac y vuelve con todos
nosotros, según se le dice: "Por no haberme negado a tu único hijo, mira
las estrellas del cielo, cuéntalas si puedes, así de numerosa será tu
descendencia". La Virgen María sube al Monte Calvario con un Hijo, que
es Jesús, y descenderá con todos nosotros, porque desde la cruz Cristo
le dirá: "He ahí a tu hijo" y, en Juan, nos señala a nosotros, los
discípulos por quienes El entrega su vida. La Virgen María, acompañando
a su Hijo a la Pasión, acompañándolo en su misión, nos ha recuperado a
nosotros los pecadores como hijos, pues estaba viviendo en su alma la
misión de Cristo, que era salvarnos a nosotros.[4]
Este es el final del itinerario de la fe del neocatecúmeno. Si en él se
cumple el paradigma de María, el cristiano ama y muere dando la vida a
los pecadores, participando de la misión de Cristo: "Como el Padre me
envió a mí, yo os envío a vosotros". El discípulo de Cristo, madre de
Cristo, entrega su vida a la evangelización para la salvación de los
hombres. No se puede separar el amor a Cristo del amor a su misión. Si
Cristo ha sido enviado al mundo para salvar a los hombres, no se puede
separar a
Cristo de su misión.
Al unir el nombre
-Jesús- y la misión-Cristo- estamos afirmando la identificación en
Jesucristo de la persona y la misión: El es pan que se da, donación
total, salvación para los hombres. El cristiano, esto es, el seguidor de
Cristo es el que "pierde su vida" por la salvación del mundo.
b) MATERNIDAD DE MARIA Y MATERNIDAD DEL CRISTIANO[5]
Jesús dirá: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la
Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21). La experiencia de ser, por una
parte, madre de Cristo y, por otra, hermano de Cristo, es
decir, hijo de María, es intrínseca al proceso de gestación de la fe que
se produce en cada hombre que es evangelizado por la Iglesia. La
maduración cristiana en el neocatecúmeno implica ya esta realidad de
"maternidad" que experimenta el hombre llamado por Dios a convertirse en
cristiano, hijo de Dios, en el seno de la Iglesia. El cristiano es hijo
de Dios, hijo de la Iglesia, hijo de María, es decir, hermano de Cristo,
lo que supone ser hijos de la misma madre de Cristo, del mismo Padre,
por obra del Espíritu Santo.[6]
El cristiano es gestado por la Iglesia en un útero celeste, en un seno
divino, el Bautismo: "A todos los que le recibieron les dio poder de
hacerse hijos de Dios...nacidos no de sangre ni de deseo de carne, ni de
deseo de hombre, sino de Dios" (Cf. Jn 1,12-13). Todo hombre, que acoge
la Buena Nueva del Kerigma, que la Iglesia le anuncia, escucha como la
Virgen María: "Alégrate, el Señor está contigo. No temas, porque has
hallado gracia a los ojos de Dios. Concebirás en el seno y darás a luz
un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús" (Cf. Lc 1,28ss).
Como María, este hombre se sentirá sorprendido por semejante Anuncio y
se preguntará: "¿Como es posible?, no conozco varón". El Angel, como el
Apóstol, enviado de Dios, dará siempre la misma respuesta: "No será obra
de varón, de la carne ni de la sangre. Será obra del Espíritu Santo, que
te cubrirá con su sombra, de modo que el que ha de nacer será Santo,
Hijo de Dios". Añadiendo: "Mira, también Isabel, a la que todos llamaban
la estéril, ha concebido un hijo en su vejez porque nada es imposible
para Dios". En Dios lo imposible para el hombre se hace posible. El
hombre, en su pequeñez, puede responder con María: "He aquí la esclava
del Señor, hágase en mí según tu palabra". El mismo mensajero acompaña
su Anuncio con el testimonio de su vida y de los millares de
testimonios, de mártires y santos, que eran estériles del verdadero amor
y, sin embargo, han dado a luz el amor mismo de Dios en su vida.
De este modo, acogiendo el kerigma, comienza la gestación de un hijo,
del Hijo de Dios. De la Iglesia, es decir, de todos aquellos que
constituyen la Iglesia, de cada cristiano que se ha creído la Buena
Noticia podemos decir: "Bendita tú que has creído la Palabra del Señor".
Dichoso porque realmente se cumplirán en él las cosas que le han sido
dichas de parte del Señor. La Palabra, fecundada por el poder del
Espíritu Santo, comenzará la gestación de la nueva creatura. Realmente
comienza a ser "madre de Jesús": en él se formará el hijo de Dios e hijo
de la Iglesia. "El misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando
Cristo 'toma forma' en nosotros (Ga 4,19). Navidad es el Misterio de
este 'admirable intercambio'" (CEC 526). "La Iglesia es una con Cristo.
Felicitémonos -dice San Agustín- y demos gracias por lo que hemos
llegado a ser no solamente cristianos sino el propio Cristo" (795).
"La fe de María es la que la hace llegar a ser madre del Salvador: Más
bienaventurada es María al recibir a Cristo por la fe que al concebir en
su seno la carne de Cristo" (CEC 506). "Jesús, el nuevo Adán, inaugura
por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de
adopción en el Espíritu Santo por la fe. '¿Cómo será esto?' (Lc 1,34).
La participación en la vida divina no nace 'de la sangre, ni de deseo de
carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios' (Jn 1,13). La acogida de
esta vida es virginal porque toda ella es dada al hombre por el
Espíritu. El sentido esponsal de la vocación humana con relación a Dios
se lleva a cabo perfectamente en la maternidad de María" (505).
Aparece cumplida la bienaventuranza de Jesús: "El que escucha la Palabra
y la guarda es mi madre y mi hermano". Es madre de Cristo y hermano de
Cristo. Es madre, porque en él se gesta Cristo, su vida será un "ser en
Cristo", un "vivir en Cristo" hasta poder decir con San Pablo: "No soy
yo quien vive, sino que Cristo vive en mí". Y es hermano, en cuanto que
es engendrado por la misma madre: la Virgen-Madre, María, la Iglesia.
Así, el que descendió del Padre como Unigénito podrá volver a El como
primogénito de muchos hermanos.
En Cristo, el Hijo, Dios se nos ha mostrado como Padre y, al mismo
tiempo, nos ha permitido conocer su designio sobre el hombre: llegar a
ser hijos suyos acogiendo su Palabra, es decir, a su Hijo. Cierto que
Cristo dirá "mi Padre y vuestro Padre". Pues El es por naturaleza lo que
nosotros somos por adopción. Pero hermanos, ya que El no se avergüenza
de llamarnos ante el Padre "sus hermanos". Es lo que ya San Cirilo de
Jerusalén explicaba a los catecúmenos en sus catequesis:
"Cristo es Hijo natural. No como vosotros, los que vais a ser
iluminados, sois hechos ahora hijos, pero en adopción por gracia, según
lo que está escrito: 'A todos los que lo recibieron les dio poder de
hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Ellos no nacieron
de sangre, ni de deseo de carne, sino que nacieron de Dios' (Jn
1,12-13). Y nosotros nacemos ciertamente del agua y del Espíritu (Jn
3,5), pero no es así como Cristo ha nacido del Padre".[7]
Esta es la gran novedad del cristianismo, que se anuncia desde el
comienzo en el Camino y que se va haciendo realidad progresivamente en
los neocatecúmenos hasta llegar a su explicitación plena en la etapa de
la entrega del Padrenuestro. Dios se nos revela como Padre en su
Hijo Unigénito, que se dirige a Dios con la palabra inaudita antes de
El, la más familiar de las expresiones: "Abba, Padre"; pero lo más
inaudito, la buena y sorprendente noticia es que Jesús "nos amaestró"
para que también nosotros "nos atreviéramos" a dirigirnos a Dios de la
misma manera, con la misma familiaridad e intimidad, llamándole:
¡Abba!.
Esto es lo que hace exclamar a San Juan: "¡Mirad que amor nos ha tenido
el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues lo somos!" (1Jn 3,1). En
efecto, "cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo,
nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que
estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la filiación adoptiva
por medio de El" (Ga 4,1-5). Pues a todos los elegidos, el Padre,
antes de todos los siglos, "los conoció de antemano y los predestinó a
reproducir la imagen de su Hijo, para que El fuera el primogénito entre
muchos hermanos" (Rm 8,28-30).
Este hijo de Dios, hermano de Jesucristo, es gestado por la madre
Iglesia. En el seno de la Iglesia se va formando y creciendo. Será,
primero, una criatura pequeña, balbuciente, que gime con gemidos
inenarrables: ¡Abba!; que tiene necesidad de grandes cuidados, que se le
puede matar fácilmente, que se consume y muere si no se le alimenta,
tanto con la leche materna, que la Iglesia le da con la Palabra y los
Sacramentos, cuanto con la interiorización que de estos debe hacer,
poniendo en práctica la Palabra, respondiendo con la oración y con un
cambio progresivo de vida, hasta llegar "a la plenitud adulta de
Cristo". Es lo que enseña San Cipriano comentando el Padrenuestro:
"Padre, dice en primer lugar el hombre nuevo, regenerado y
restituido a su Dios por la gracia, porque ya ha empezado a ser
hijo...Luego, el que ha creído en su nombre y se ha hecho hijo de Dios,
debe empezar por eso a dar gracias y hacer profesión de hijo de Dios,
puesto que llama Padre a Dios, que está en los cielos; debe testificar
también que desde sus primeras palabras en su nacimiento espiritual ha
renunciado al padre terreno y carnal, y que no reconoce ni tiene otro
padre que el del cielo (Mt 23,9)...No pueden invocarle como Padre
quienes tienen por padre al diablo: 'Vosotros habéis nacido del padre
diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. El fue homicida
desde el principio y no hay verdad en él' (Jn 8,44).¡Cuan grande es la
clemencia del Señor e inmensa su gracia y bondad, pues quiso que
orásemos frecuentemente en presencia de Dios y le llamásemos Padre; y
así como Cristo es Hijo de Dios, así nos llamemos nosotros hijos de
Dios! Ninguno de nosotros osaría pronunciar tal nombre en la oración, si
no nos lo hubiera permitido El mismo...Hemos, pues, de pensar que cuando
llamamos Padre a Dios es lógico que obremos como hijos de Dios, con el
fin de que, así como nosotros nos honramos con tenerlo por Padre, El
pueda honrarse de nosotros".[8]
c) MARIA, FIGURA DE LA IGLESIA[9]
María, la llena de gracia, es figura de la Iglesia, figura del
cristiano. Representa al hombre ante Dios, hombre que tiene necesidad de
la gracia y que recibe esa gracia. María, en toda su persona, es un
testimonio de lo extraordinario de Dios, del amor gratuito de Dios, que
acepta al hombre, abajándose hasta su pequeñez.
"Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra redentora de
su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la
Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es miembro muy
eminente y del todo singular de la Iglesia e incluso constituye la
figura (typus) de la Iglesia" (CEC 967). "La Iglesia ya llegó en la
Santísima Virgen María a la perfección, sin mancha ni arruga...En ella,
la Iglesia es ya enteramente santa" (829). "La Iglesia venera a la
bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con un vínculo
indisoluble a la obra salvadora de su Hijo; en ella mira y exalta el
fruto excelente de la redención y contempla con gozo, como en una imagen
purísima, aquello que ella misma, toda entera, desea y espera ser"
(1172). La Iglesia "dirige su mirada a María para contemplar en ella,
-Icono escatológico de la Iglesia-, lo que es la Iglesia en su misterio,
en su peregrinación de la fe, y lo que será al final de su marcha...
Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y
alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en
el siglo futuro" (972).
Como en María, así ocurre cuando a alguien se le concede escuchar las
palabras: "Alégrate, el Señor está contigo". Este hombre, pequeño o
pecador, se convierte en un elegido, en un ser recreado por la gracia de
Dios, si como María dice "hágase en mí según tu palabra", experimentando
"que nada hay imposible para Dios".
María es "la creyente" (Lc 1,45). Es la primera creyente, tipo de todo
cristiano, figura de la Iglesia, comunidad de los creyentes (He
2,44;4,32;5,14). María acoge la Palabra, que se encarna en su seno;
conserva y medita en su corazón las cosas y acontecimientos con que Dios
le habla, figura del creyente que escucha la Palabra, conservándola en
un corazón bueno, haciéndola fructificar con abundancia (Cf. Lc
2,19.51;8,15).
El amor a la madre de Dios va unido en los Neocatecúmenos al amor a la
Iglesia. Nace a causa de la gestación nueva del ser cristiano que
experimentan en el seno de la Iglesia y los cuidados y gracias que
reciben de dicha madre. Allí donde se anuncia el kerigma se da siempre
el descubrimiento maravilloso y gozoso de María como madre de Dios y
como madre nuestra.[10]
"La salvación viene sólo de Dios; pero puesto que recibimos la vida de
la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre. Creemos en la
Iglesia como la madre de nuestro nuevo nacimiento... Porque es nuestra
madre, es también la educadora de nuestra fe" (CEC 169).[11]
d) MARIA: VIRGEN, ESPOSA Y MADRE[12]
Cristo, nuevo Adán, nace "de Dios", en el seno virginal de María. La
promesa de Isaías se cumple concretamente en María. Israel impotente,
estéril, ha dado fruto. En el seno virginal de María, Dios ha puesto en
medio de la humanidad estéril e impotente de salvarse por sí misma un
comienzo nuevo, una nueva creación, que no es fruto de la historia, sino
don que viene de lo alto. Sara, Raquel, Ana, Isabel, las mujeres
estériles de la historia de la salvación, figuras de María, muestran la
gratuidad de la vida, don de la potencia creadora de Dios.
San Juan ve en María la nueva Eva, la mujer, como la llama
significativamente en las bodas de Caná, anticipo del misterio del
nacimiento de la Iglesia como esposa de Cristo en la cruz, donde volverá
a llamarla mujer.
La mujer, alegría y ayuda adecuada del hombre, se convirtió en tentación
para el hombre, pero siguió siendo "madre de todo viviente": Eva,
como es llamada después del pecado. Ella conserva el misterio de la
vida, la fuerza antagonista de la muerte, que ha introducido el pecado,
como poder de la nada opuesto al Dios Creador de la vida. La mujer, que
ofrece al hombre el fruto de la muerte, es también el seno de la vida;
de este modo, la mujer, que lleva en sí la llave de la vida, toca
directamente el misterio de Dios, de quien en definitiva proviene toda
vida, pues El es el Viviente, la misma Vida.[13]
Los profetas, en su teología simbólica, presentarán a Israel como mujer,
como virgen, esposa y madre. Dios, en su alianza de amor esponsal, ha
amado a la hija de Sión con un amor indestructible, eterno. Israel es la
virgen esposa del Señor, madre de todos los pueblos (Sal 86). En la
fecunda esterilidad de Israel brilla la gracia creadora de Dios. En la
plenitud de los tiempos, la profecía se cumple, las figuras se hacen
realidad en la mujer, que aparece como el verdadero resto de
Israel, la verdadera hija de Sión (Cf. So 3,14-17), la Virgen Madre:
María. En María, la llena de gracia, aparece plenamente la fecundidad
creadora de la gracia de Dios.
En medio de una civilización que trivializa el carácter específico de la
sexualidad, haciendo intercambiable todo tipo de función entre hombre y
mujer, despojando al sexo del vínculo con la fecundidad, que es su
orientación radical y originaria; en esta sociedad hedonista, sin
capacidad para sufrir y dar la vida, en la que la maternidad, la
virginidad y la fidelidad esponsal aparecen como irrelevantes o son
ridiculizadas...la Iglesia -así lo viven las Comunidades
Neocatecumenales- mira a María Virgen, Esposa y Madre como su figura e
imagen de realización plena. María es tipo escatológico de la Iglesia.
En ella la Iglesia contempla el misterio de la maternidad, de la
gratuidad, de la contemplación, de la belleza, de la virginidad, de la
fidelidad, del anuncio escatológico del Reino de los cielos, en una
palabra, de todo lo que a los ojos del mundo aparece como inútil.
La virginidad, la fidelidad esponsal y la maternidad, contempladas en María, arraigan en su tipo y figura.
En María se cumple la profecía de Oseas, cuando anuncia que Israel, la
mujer adúltera, volvería a ser un día una esposa inmaculada, aquella
esposa fiel a Dios a la que Dios dice en el Cantar de los Cantares:
"Toda hermosa eres tú y en ti no hay mancha" (4,7). "María -dirá K.
Rahner- es la plenamente redimida por la gracia, la que realiza y
representa con mayor plenitud lo que la gracia de Dios opera en la
humanidad y en la Iglesia".[14]
El primer fruto mariológico de la predicación patrística es el paralelo
entre Eva y María, frecuente a partir del s. II y muy citado en las
Comunidades Neocatecumenales. Eva abrió a la serpiente el camino hacia
la humanidad y trajo de esa manera la muerte. María dio a luz a Cristo,
que aplastó la cabeza a la serpiente, trayendo de ese modo la vida. La
actitud interior de Eva era de falta de fe y, consecuentemente, de
desobediencia a Dios. La actitud interior de María era una actitud de fe
en Dios y, por consiguiente, de obediencia. La acción de Eva comenzó con
la escucha de las palabras malignas de un ángel malo. María comenzó
oyendo las palabras buenas de un ángel bueno.[15]
Y el más antiguo dogma mariano une en modo admirable los dos títulos
fundamentales: María es virgen y madre. La fe de la Iglesia, apoyada en
el testimonio de Mateo y Lucas, ha visto en la unión de la virginidad y
la maternidad en María la culminación de la historia de la salvación.
María, la doncella de Nazaret, hija de Sión, es la madre del Redentor.
Así, toda la historia de la salvación desemboca en Cristo, "nacido de
mujer".
"María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más
perfecta realización de la Iglesia. La Iglesia se convierte en Madre por
la Palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el
bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos
por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que
guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo" (CEC 507).
En María se unen inseparablemente la antigua y la nueva alianza: Israel
y la Iglesia. Ella es el "pueblo de Dios", que da el "fruto bendito" a
los hombres por la acción del Espíritu Santo. Es el Espíritu de Dios,
que aleteaba en la creación sobre las aguas, el que desciende sobre
María y la cubre con su sombra, haciendo de ella la tienda de la
presencia de Dios, la tienda del Emmanuel: Dios con nosotros.
San Juan, en el prólogo de su Evangelio, nos presenta a Cristo, la
Palabra, existente en Dios, creando todos los seres, "y la Palabra se
hizo carne y puso su tienda entre nosotros". Pero Cristo no sólo se hizo
hombre, sino que nos dio la posibilidad de renacer "como hijos de Dios,
no de la sangre, ni de deseo de la carne, ni de deseo de hombre, sino
nacidos de Dios, creyendo en su Nombre".
Ser cristiano significa entrar en el misterio del nacimiento virginal de
Cristo, nacer de la madre-virgen, la Iglesia, que tiene su tipo y figura
en María. María es, además, madre de la Iglesia. A la hora de perder a
su Hijo vuelve a ser de nuevo madre, madre de los discípulos. La Madre
del Mesías da a luz a un nuevo pueblo (Is 66,7ss). Lo mismo que Eva
recibió otro hijo (Gn 4,25) en "lugar de Abel", asesinado por Caín, a
María se le entrega, en lugar de Cristo muerto por los pecados de los
hombres, la familia de los discípulos en la persona de Juan. María asume
la maternidad de la Iglesia, en la que seguirán naciendo nuevos hijos
del agua y del Espíritu (Cf. Jn 19,34).
Los padres de la Iglesia han relacionado la fuente bautismal de la que
salen los regenerados por el agua y el Espíritu Santo con el seno
virginal de María fecundada por el Espíritu Santo. María Virgen está
junto a toda piscina bautismal. Así dirá san León Magno: "Para todo
hombre que renace, el agua bautismal es una imagen del seno virginal, en
la cual fecunda a la fuente del bautismo el mismo Espíritu Santo que
fecundó también a la Virgen".[17]
Frente a una sociedad que se degrada con el número cada vez más
creciente de divorcios, con la plaga del aborto y el desprecio de la
virginidad, el Camino Neocatecumenal presenta a sus miembros a María,
fiel esposa, virgen casta y madre fecunda, para que "de la misma manera
que ya glorificada en los cielos en cuerpo y en alma es la imagen y
principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así
en la tierra, hasta que llegue el día del Señor, anteceda con su luz al
pueblo peregrinante como signo de esperanza segura" (LG 68).
Así el Camino Neocatecumenal, con su inspiración en la Iglesia
primitiva, mira, celebra, canta y vive el paralelismo entre María, la
Iglesia -comunidad- y cada cristiano. Vive así lo que dice el clásico
texto del beato Isaac de Stella:
"Uno y único es Cristo: cabeza y cuerpo. Es único, Hijo del único Dios
en el cielo, Hijo de la única Madre en la tierra. Hay muchos hijos y,
sin embargo, un solo Hijo. Como la cabeza y los miembros juntamente son
muchos hijos y, sin embargo, un solo Hijo, así María y la Iglesia son
una sola madre y, sin embargo, dos; una sola virgen y, sin embargo, dos.
Una y otra es madre, una y otra es virgen. Ambas han concebido del mismo
Espíritu. Ambas sin falta han engendrado para Dios Padre un niño.
Aquella sin pecado ha engendrado al cuerpo la Cabeza; ésta, con el poder
de perdonar todos los pecados, ha regalado a la Cabeza el cuerpo. Cada
una es Madre de Cristo, pero ninguna sin la otra le engendra totalmente.
Por eso, en las Escrituras se entiende con razón como dicho en singular
de la Virgen María lo que en términos universales se dice de la virgen
madre Iglesia y se entiende como dicho de la virgen madre Iglesia en
general lo que en especial se dice de la Virgen Madre María. También se
considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios,
madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual la
misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice
universalmente de la Iglesia, especialmente de María y singularmente de
cada alma fiel".[18]
Con estas pinceladas sobre la Mariología del Camino Neocatecumenal
quizás se comprenda la unidad estrecha que existe entre el cristiano y
María y el porqué en las Comunidades existe un amor tan grande a la
Iglesia -expresada de un modo particular en el amor al Papa- y a la
Virgen María. Durante el recorrido de la iniciación cristiana, como es
el Neocatecumenado, después de haber hecho la experiencia de la Iglesia
como madre que te gesta, te ayuda, cuida de ti, te da leche, te enseña a
hablar, a caminar, te enseña quién es tu padre y a decir "Abba,
papá"..., al Neocatecúmeno se le presenta en un rito específico a
María, la madre de Jesús, como madre suya, que Cristo le ha entregado
desde la cruz, y desde aquel día la acoge en su casa (en su espíritu)
como San Juan y establece con ella una verdadera relación de hijo con su
madre.
Acoger a María es abrirse a ella, introducirla en la propia vida,
considerándose hijo de María. Este amor a María es considerado en las
Comunidades como signo de pertenencia a la Iglesia. Quien
ama a María se halla vinculado a la Iglesia. En cambio quien
rechaza o desprecia a la Iglesia, como quien no ama a María, se endurece
en su corazón: no es hijo de una madre. Este amor a María se expresa en
la riqueza de los iconos y cantos marianos. A partir de ellos se podría
presentar toda la Mariología del Camino. María es cantada con textos
bíblicos y patrísticos. Así es vista como "arca de la alianza", lugar
privilegiado de la epifanía de Dios; María embarazada es la "shekinah"
de Dios; cubierta por la sombra del Espíritu Santo es la morada del
Altísimo, cuya presencia irradia gozo y alegría. Cada día, además de la
plegaria del "Angelus" y del Rosario, los neocatecúmenos (después de
algunos años de camino), en las Vísperas se unen al canto de María,
bendiciendo a Dios que ha elegido, para realizar su designio de
salvación, a los pequeños y sencillos, en vez de los potentes, sabios y
orgullosos.
Como en Caná, María, movida a compasión por la indigencia humana, sin
vino, dispone el corazón de los catecúmenos a la fe, llevándoles a
Cristo -"haced lo que El os diga"-, y con su intercesión mueve a Cristo
a darles el vino "nuevo y mejor" de la fiesta nupcial. María, Madre de
Jesús, en medio de los discípulos concordes y constantes en la oración
es la última imagen que nos ofrece la Escritura de su vida terrena (Cf
He 1,14). Es como la imagen perenne de María: su presencia orante en el
corazón de la Iglesia naciente y de todos los siglos, invitándonos a
orar con ella y a cobijarnos bajo su amparo.
"María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos,
nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para
salvar a todos los hombres. Como el discípulo amado acogemos a la Madre
de Jesús, hecha madre de todos los vivientes. Podemos orar con ella y a
ella. La oración de la Iglesia está sostenida por la oración de María.
La Iglesia se une a María en la esperanza" (2679). "Esta maternidad de
María perdura sin cesar en la economía de la gracia... hasta la
realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su
asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que
continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la
salvación eterna" (CEC 969).
Del costado de Cristo, muerto en la cruz, nace la Iglesia, nueva Eva,
como del costado de Adán, dormido en el paraíso, nació la primera Eva,
"madre de todos los vivientes". Y desde la cruz, Cristo nos da a su
madre, como Madre nuestra, para que nos engendre en la nueva vida.
"Al término de esta Misión del Espíritu, María se convierte en la Mujer,
nueva Eva 'madre de los vivientes',
Madre del Cristo total" (CEC 726). "Jesús es el Hijo único de
María. Pero la maternidad espiritual de María se extiende a todos los
hombres a los cuales El vino a salvar: Dio a luz al Hijo, al que Dios
constituyó el mayor de muchos hermanos (Rm 8,29), es decir, de los
creyentes, a cuyo nacimiento y educación colabora con amor de madre"
(501). "Desde el sí dado por la fe en la anunciación y mantenido sin
vacilar al pie de la cruz, la maternidad de María se extiende desde
entonces a los hermanos y hermanas de su Hijo, 'que son peregrinos
todavía y que están ante los peligros y las miserias' (LG 62)" (2674).
Con razón Pablo VI la llamó Madre de Cristo y Madre de la Iglesia: madre
de la Cabeza y del Cuerpo de Cristo. Su seno virginal fue como "el
tálamo nupcial, donde el Esposo Cristo se hizo Cabeza de la Iglesia,
uniéndose a ésta para hacerse así el Cristo total, Cabeza y Cuerpo".[19]
Esta maternidad eclesial de María se consumará "junto a la cruz de
Jesús", cuando El "consigne a su Madre por hijo al discípulo amado y dé
a éste por madre a la suya" (Jn 19,25-27).
Como Madre nuestra, María, la primera creyente, nos acompaña en nuestro
peregrinar y en nuestra profesión de fe en Jesucristo, concebido por
obra y gracia del Espíritu Santo y nacido de ella, santa María Virgen.
En nuestra vida, que sin El no es vida, pues sin El la fiesta no es
fiesta, "al faltarnos el vino", Jesús transforma nuestras carencias
diarias, nuestra cruz, en fuerza y sabiduría de Dios, en camino de
salvación. María, creyendo al anuncio del ángel, nos dio el Salvador,
desató el nudo del pecado y nos abrió la esperanza de la Vida eterna:
"Como Eva por su desobediencia fue para sí y para todo el género
humano causa de muerte, así María -nueva Eva- con su obediencia
fue para sí y para nosotros causa de salvación. Por la obediencia
de María se desató el nudo de la desobediencia de Eva: ¡Lo que
por su incredulidad había atado Eva, lo soltó María con su fe![20].
María es la primera criatura en quien se ha realizado, ya ahora, la
esperanza escatológica. En ella la Iglesia aparece ya 'resplandeciente,
sin mancha ni arruga, santa e inmaculada' (Cf. Ef 5,27), presente con
Cristo glorioso 'cual casta virgen' (2Cor 11,2). Y así, podemos
dirigirla nuestra plegaria: 'Santa María, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte'. De este modo
'con su luz precede la peregrinación del Pueblo de Dios como signo de
esperanza cierta y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor'" (LG
68).
"El Evangelio nos revela cómo María ora e intercede en la fe: en Caná la
madre de Jesús ruega a su Hijo por las necesidades de un banquete de bodas,
signo de otro banquete, el de las bodas del Cordero que da su Cuerpo y su
Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa. Y en la hora de la nueva
Alianza, al pie de la Cruz, María es escuchada como la Mujer, la nueva Eva,
la verdadera 'madre de los que viven'" (CEC 2618). "Por eso, el cántico de
María... es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia,
cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de la acción
de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la
salvación, cántico de los 'pobres' cuya esperanza ha sido colmada con el
cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres 'en favor de Abraham y
su descendencia por siempre'" (2619).
[1]
Cf Catequesis iniciales 2ª y última y en las diversas exposiciones
del Camino.
[2]
"A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María es
preparada por la misión de algunas mujeres. Al principio de todo
está Eva: a pesar de su desobediencia, recibe la promesa de una
descendencia que será vencedora del Maligno. En virtud de la
promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad avanzada. Contra
toda expectativa humana, Dios escoge lo que era tenido por impotente
y débil para mostrar la fidelidad a la promesa: Ana, Débora, Rut,
Judit y Ester... María sobresale entre los humildes y los pobres del
Señor, que esperan de él con confianza la salvación y la acogen"
(CEC 489).
[3]
Cf S. AGUSTIN, Sermo 215: PL 38,1074; De sancta virginitate, 3,3: PL
40, 398.
[4]
"Dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser
Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de
salvación, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra
de su Hijo, para servir, en su dependencia y con él, por la gracia
de Dios, al Misterio de la Redención" (CEC 494).
[5]
Cf. Catequesis sobre la Virgen en la Convivencia de Catequistas de
Septiembre de 1986.
[6]
Cf CEC 495.
[7]
Catequesis XI,9.
[8]
S. CIPRIANO, De oratione dominica 9.10.11.
[9]
Cf las citas anteriores.
[10]
En la historia del cristianismo una negación o afirmación mariana
suponía siempre una negación o afirmación de algo acerca de Cristo.
La afirmación del "natus ex María Virgine" suponía la negación de
todo docetismo en la encarnación de Cristo...Cuando Nestorio se
niega a llamar a María "Theotokos", lo que está haciendo es negar la
unión en la persona de Cristo de la naturaleza humana y la divina,
que es lo que afirmará el concilio de Efeso...
[11]
Cf. CEC 2040.
[12]
Cf. Catequesis vocacionales y catequesis sobre la familia ya
citadas.
[13]
Cf CEC 757,2619.
[14]
K. RAHNER, La Inmaculada concepción, en Escritos de Teología I,
Madrid 1961, p.229-230.
[15]
Cf S. IRENEO, Adv. haereses V, 19,1..
[16]
Cf. particularmente las Catequesis de la peregrinación al
Santuario de Loreto, a la que se une el canto del Credo en la tumba
de San Pedro y ante el Papa, con sus respectivas catequesis sobre
el primado de Pedro.
[17]
Sermo 25,5.
[18]
BEATO ISAAC DE STELLA, Sermo 51,7-9.
[19]
SAN AGUSTIN, De sancta virginitate 6.
[20]
SAN IRENEO, Adv. haereses III,22,4: PG 7,959.