DECALOGO - DIEZ PALABRAS DE VIDA:
8.
MANDAMIENTO 'NO DARAS FALSO TESTIMONIO NI MENTIRAS'
EMILIANO JIMENEZ HERNANDEZ
1. La vida en libertad se apoya en la verdad
2. No darás falso testimonio contra el prójimo
No darás falso testimonio contra tu prójimo.
Ex 20,16;Dt 5,20
El Exodo se sirve del término šeqer y el Deuteronomio usa la
palabra sàw'. Los dos términos son casi idénticos, pero con un matiz
diferente. El Deuteronomio, escrito más tarde, ha preferido emplear el mismo
término del segundo mandamiento, que prohíbe usar el nombre de Dios en vano.
De este modo une el pecado del falso testimonio contra el prójimo con la
profanación del nombre de Dios que es usado en el juramento.[1]
El octavo mandamiento prohíbe
falsear la verdad en las relaciones con el prójimo. Este precepto deriva de
la vocación del pueblo santo a ser testigo de su Dios, que es y que quiere
la verdad. Las ofensas a la verdad son infidelidades frente a Dios y, en
este sentido, socavan las bases de la Alianza.[2]
1. LA VIDA EN LIBERTAD SE APOYA EN LA VERDAD[3]
La verdad que defiende el octavo mandamiento, no es la verdad
abstracta o científica, sino la verdad del hombre, es decir, la verdad sobre
la que reposa la confianza, la verdad sobre la que el hombre apoya su vida.
La verdad del testimonio judicial es la verdad en favor de la vida y el
honor del prójimo, que dependen de lo que el testigo testifique en el
tribunal. Un falso testimonio puede significar para el acusado la pérdida
del honor, de la propiedad e incluso de la vida.[4] Por el
testimonio falso de dos testigos había sido condenada a muerte la inocente
Susana (Dn 13,1-64). El Salmo 27, por ejemplo, nos presenta la súplica
angustiada que dirige a Dios un hombre acosado: "No me entregues al ansia de
mis adversarios, pues se han alzado contra mí falsos testigos que respiran
violencia" (Sal 27,12;Cfr. Sal 35,11).
El "Dios de la fidelidad" (Ex 34,6;Dt 7,9;32,4) espera de sus aliados
una respuesta de fidelidad, y confía en que los miembros de su pueblo
observen entre sí una actitud de fidelidad mutua: "Decid verdad unos a
otros; juicio de paz juzgad en vuestras puertas; mal unos contra otros no
meditéis en vuestro corazón, y juramento falso no améis, porque todas estas
cosas las odio Yo, oráculo de Yahveh" (Zac 8,16-17).
El Antiguo Testamento proclama a
Dios como fuente de toda verdad. Su Palabra es verdad (Pr 8,7;2Sam 7,8). Su
ley es verdad (Sal 119,142). Y puesto que Dios es "Veraz" (Rom 3,4), llama a
los miembros de su pueblo a vivir en la verdad (Sal 119,30).[5]
El respeto de la verdad es el fundamento de la convivencia entre los
hombres. Sin la verdad, la convivencia humana pierde el apoyo de la
confianza y de la credibilidad; en este caso, las relaciones humanas quedan
expuestas al arbitrio del más fuerte. El octavo mandamiento defiende la
comunión confiada entre los hombres, que sólo es posible si se basa en la
verdad.
En esto radica el drama del hombre actual, que sólo acepta la verdad
de su razón. La verdad no verificable racionalmente es negada. Y como cada
hombre, con su razón, defiende su verdad, se cae en el escepticismo, en el
agnosticismo, en el "no saber", en la inseguridad. La vida pierde su
sentido y todo queda reducido a la esclavitud de la opinión, del impersonal
"se": se dice, se piensa, se opina, se lleva... El hombre, en valía de sí
mismo, se pierde a sí mismo.
El cacareado pluralismo de nuestro tiempo deja al hombre en el aire,
sin fundamento bajo sus pies, pues cualquier idea tiene el mismo valor que
su contraria. El único criterio de verdad no está en el contenido de la
realidad, sino en el asentimiento que halle, según las estadísticas. Así el
hombre actual, idólatra de la libertad individual, queda sometido a la
opinión general, al dominio despótico de la moda. El hombre, que renuncia a
la verdad en búsqueda del interés individual y del placer propio, queda
finalmente aplastado por la "verdad manipulada" que le ofrecen la publicidad
y los mass-media, "los medios de la masa". Contra este subjetivismo,
la exhortación Pastores dabo vobis afirma:
Una especie de veneración
amorosa de la verdad lleva a reconocer que ésta no es creada y medida
por el hombre, sino que es dada al hombre como don por la Verdad Suprema,
Dios (n.52)
Para el mundo semita, la verdad o lo verdadero se expresa con el
término emet, que significa aquel en quien se puede creer, de quien
puede uno fiarse; es aquella persona o incluso cosa que ofrecen seguridad y
consistencia, pues no falla ni defrauda. Es alguien en quien se puede poner
toda la confianza. La Biblia designa la verdad con palabras que llevan la
misma raíz que la fe. La verdad, más que conocida, es creída y esperada.
El prototipo de la verdad bíblica es la alianza de Dios con su
pueblo. La verdad es fidelidad. Dios permanece fiel a la palabra dada por
encima de todas las infidelidades del pueblo y de todas las apariencias.
Dios cumple sus promesas. Según San Pablo, el hombre nuevo, creado según
Dios, participa de la santidad de la verdad. "Por tanto, desechando la
mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los
unos de los otros" (Ef 4,24-25). La alianza con Dios, que nos hace ser en El
miembros los unos de los otros, es la última y definitiva motivación para
vivir en la verdad. Un testimonio falso contra el prójimo rompe la alianza
fundada en Dios. Sólo la verdad hace posible la comunión de los miembros del
Cuerpo de Cristo. La desconfianza que engendra la mentira, mata el amor y
rompe la comunión con Dios y con los hombres.
El octavo mandamiento se refiere, pues, a la palabra en el ámbito de
la relaciones interpersonales. La vida de la persona humana, vida en
comunidad, se fundamenta en la palabra, en la comunicación. La palabra es la
única forma de conocimiento entre personas. Y el conocimiento, en
sentido bíblico, no se reduce al conocimiento racional, sino que implica la
voluntad, los afectos, el amor. De aquí que la palabra verdadera sea aquella
que responde al amor. Una palabra falsa es desprecio del otro. La falsedad
es, en definitiva, negación de la persona, falta de amor, dar muerte al
otro. Satán es mentiroso y asesino desde el principio (Jn 8,44).
Dios, que se ha dado a conocer en su palabra y es siempre fiel a la
palabra dada al hombre, acepta en su presencia al hombre que es veraz en sus
palabras. Así canta el salmo 15:
Yahveh, ¿quién habitará en tu
tienda? ¿Quién habitará en tu santo monte? El que anda sin tacha y obra la
justicia, que dice la verdad de corazón y no calumnia con su lengua; que no
daña a su hermano, ni difama a su prójimo...; que no retracta lo que juró
aún en daño propio..., ni acepta soborno contra el inocente. Quien obra así
jamás vacilará.
Los libros sapienciales, conscientes de que la palabra es expresión
del ser del hombre, están llenos de exhortaciones sobre el cuidado de la
palabra. En el Eclesiástico, por ejemplo, leemos: "Gran baldón para un
hombre la mentira en boca de ignorantes repetida. Es preferible un ladrón
que el que persiste en la mentira, aunque ambos heredarán la perdición. El
hábito de mentiroso es una deshonra, su vergüenza le acompaña sin cesar"
(20,24-26). "En la boca de los necios está su corazón, pero el corazón de
los sabios es su boca" (21,26). "El murmurador mancha su propia alma, y es
detestado por el vecindario" (21,28). "Cuando la criba se sacude, quedan los
deshechos; así en su reflexión se ven las vilezas del hombre. El horno
prueba las vasijas de alfarero, la prueba del hombre está en su
razonamiento. El fruto manifiesta el árbol, así la palabra manifiesta el
corazón del hombre" (27,4-6). "El golpe del látigo produce cardenales, el
golpe de la lengua quebranta los huesos. Muchos han caído a filo de espada,
más no tantos como los caídos por la lengua... A tus palabras pon puerta y
cerrojo" (28,17-18.25).
No se complace Dios en quienes le invocan con sus labios, pero tienen
el corazón lejos de El, en quienes elevan a El sus plegarias con manos
manchadas de sangre (Is 1,15). La mentira es algo incompatible con la
fidelidad de la alianza. Vivir la alianza con Dios, que es "Dios de lealtad,
no de perfidia, sino justo y recto" (Dt 32,4), significa sentirse llamado a
ser santo como El es santo, a ser veraz como El es veraz. En la carta de
Santiago (3,1-12), recogiendo la sabiduría de Israel, se muestra cómo la
palabra es la expresión del hombre:
Si alguno no cae hablando, es un
hombre perfecto, capaz de poner freno a toda su persona...Con la lengua
bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, creados a
imagen de Dios. De la misma boca salen la bendición y la maldición.
Hermanos, esto no puede ser así. ¿Acaso la fuente mana por el mismo caño
agua dulce y amarga? ¿Puede acaso la higuera dar aceitunas, o higos la vid?
Tampoco un manantial de agua salada puede dar agua dulce (3,2.9-11).
2. NO DARAS FALSO TESTIMONIO CONTRA EL PROJIMO
Es conveniente buscar en primer lugar el sentido original del octavo
mandamiento. El octavo mandamiento tutela el derecho del prójimo, que
depende a veces del testimonio que otras personas den de él ante un
tribunal.[6] No dar falso
testimonio ni falsear la verdad ante el tribunal, que dirime un derecho en
litigio, es una forma concreta de amar al prójimo: "No darás falso
testimonio contra tu prójimo" (Ex 20,16;Dt 5,20):
No levantes testimonio falso, ni
ayudes al malvado dando testimonio injusto. No sigas a la mayoría para hacer
el mal; ni te inclines en un proceso por la mayoría en contra de la
justicia. Tampoco favorecerás al pobre en su pleito... No tuerzas el derecho
a favor del pobre que a ti recurre en su pleito. Aléjate de causas
mentirosas, no quites la vida al inocente; y no absuelvas al malvado. No
recibas regalos, porque el regalo ciega a los perspicaces y pervierte las
causas justas. No oprimas al forastero; ya sabéis lo que es ser forastero,
porque forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto (Ex 23,1-9).[7]
El octavo mandamiento del Decálogo es una expresión del amor al
prójimo. Hay que subrayar el acento particular de la prohibición: "no darás
falso testimonio contra tu prójimo". La intención primera es la de
salvaguardar la dignidad y el honor del prójimo, amenazados por el juicio de
los demás. Es significativo el ya citado caso de Susana, acusada falsamente
por los dos viejos lujuriosos, a los que Daniel, movido por el espíritu
santo de Dios, desenmascara (Dn 13).
Debido a los peligros que el falso testimonio entraña para el
prójimo, se previene a todos los israelitas contra el falso testimonio o
contra el testimonio dictado por el odio o que pueda resultar nocivo: "No
des testimonio en vano contra tu prójimo, ni engañes con tus labios. No
digas: 'Como él me ha hecho a mí, le haré yo a él'" (Pr 24,28-29). Con
fuerza se alzan los profetas contra los jueces que se dejan corromper: "Tus
jefes, revoltosos y aliados con bandidos, cada cual ama el soborno y va tras
los regalos. Al huérfano no hacen justicia, y el pleito de la viuda no llega
hasta ellos" (Is 1,23). Y más adelante: "¡Ay, de los que absuelven al malo
por soborno y quitan a los justos su derecho!" (Is 5,23). Y Amós: "Ay de los
que cambian en ajenjo el juicio y tiran por tierra la justicia, detestan al
testigo veraz en la puerta y aborrecen al que habla con sinceridad! Pues
bien, ya que vosotros pisoteáis al débil...¡Pues yo sé que son graves
vuestros pecados, opresores del justo, que aceptáis soborno y atropelláis a
los pobres en la Puerta" (Am 5,7-12). Ante esta situación, el Señor dice a
sus fieles: "No tendréis miedo de nadie, porque el juicio pertenece a Dios"
(Dt 1,17).
Una afirmación contraria a la
verdad posee una gravedad particular cuando se hace públicamente. Ante un
tribunal viene a ser un falso testimonio (Pr 19,9). Cuando se pronuncia bajo
juramento, se trata de perjurio. Estas maneras de obrar contribuyen a
condenar a un inocente, a disculpar a un culpable o a aumentar la sanción en
que ha incurrido el acusado (Pr 18,5).[8]
En el octavo mandamiento se trata, pues, en primer lugar, del
testimonio en un proceso judicial, es decir, de un caso grave y concreto de
búsqueda de la verdad, en la que un testimonio puede decidir la vida o la
muerte, o al menos, la absolución o la condena, de un semejante. Podemos
recordar la importancia de los falsos testigos en el mismo proceso de
Jesucristo (Mc 14,55-59).
Pero no se trata únicamente de estos casos de extrema gravedad. La
vida diaria nos envuelve continuamente en procesos de acusación de nuestros
prójimos. Constantemente nos hallamos envueltos en juicios, unas veces como
acusados, y otras, participando en los juicios contra los demás, como
acusadores, como testigos o como jueces que condenan.
Es preciso, a la luz del octavo mandamiento, tener en cuenta el papel
que ejercen los medios informativos o los "expertos psiquiatras", que
analizan hasta la voz de una llamada telefónica o la letra de una carta.
Todos estos procesos pueden tener una influencia destructora sobre las
personas juzgadas y condenadas. "Hoy con la prensa, la radio y la
televisión, la escena pública de nuestra vida se transforma en un tribunal
continuo. A veces el periodista hace de ministerio público, que acusa,
aporta testimonios y propone condenas...Hoy se sabe lo terrible que es caer
en manos de los hombres de prensa". El abuso del poder de los mass media,
que pueden manipular la información, destruye la vida de muchas personas.[9]
Esta actualización del octavo mandamiento responde a la realidad que
se vivía en el tiempo en que fue escrito el Decálogo. Entonces las causas
judiciales se desarrollaban en público, a las puertas de la ciudad. El
efecto de una acusación contra alguien tenía un efecto visible inmediato,
exactamente igual que hoy una acusación hecha ante los espectadores de la
televisión (Cfr 1Re 21,8-16).
Los testigos falsos eran condenados a la pena que hubiese recaído
sobre la persona por ellos acusada:
Los jueces indagarán
minuciosamente, y, si resulta que el testigo es un testigo falso, que ha
acusado falsamente a su hermano, haréis con él lo que él pretendía hacer con
su hermano. Así harás desaparecer el mal de en medio de ti. Los demás, al
saberlo, temerán y no volverán a cometer una maldad semejante en medio de ti
(Dt 19,15).
El honor debido al hombre está también amenazado por los falsos
rumores en su contra, por las maliciosas interpretaciones de sus hechos, por
la atribución gratuita de ciertas intenciones con relación a sus palabras o
acciones. El juicio a la intención convierte la convivencia en un tribunal
inhumano. Los bulos infundados ruedan y se van agrandando como bola de nieve
si no se cortan desde el principio. De aquí lo importante de interpretar en
forma positiva el octavo mandamiento: "hablar bien de los demás", pasar de
fiscal acusador a abogado defensor. El mismo A. Camus, en su obra "La caída"
expresa la admiración por Jesucristo en este sentido: "Una vez en la
historia del hombre, el círculo cerrado de acusación y defensa, de juzgar y
poner al desnudo, ha sido roto: esto sucedió con Jesús". Camus se refiere a
la escena de la adúltera (Jn 8,1-11), en donde Jesús no se asocia al asalto
tumultuoso de los acusadores, sino que guarda silencio. Silencio que
guardará de nuevo ante sus mismos acusadores en el proceso de la Pasión:
"Jesús callaba y no respondía nada" (Mt 14,55-64).
Con su silencio, Jesús detiene el juicio condenatorio en el primer
caso. Y no es que Jesús cierre los ojos sobre la culpa de la adúltera. Jesús
juzga, pero en la gracia, con misericordia, y así restituye a la mujer su
dignidad. Y en el segundo caso, en su juicio, se ofrece a la espiral del
juicio humano y, de este modo, condena todo juicio. En el juicio de la
Pasión queda patente la brutalidad y falsedad de todo juicio humano.
La justicia clásica ha proclamado siempre la máxima: "In dubio pro
reo" (la duda está a favor del acusado). Esta máxima es válida no sólo
en el tribunal, sino en la vida interpersonal de cada día.[10]
La última palabra, para el cristiano, la tiene la gracia. En lenguaje
jurídico, San Pablo puede proclamar:
Ya no existe condenación alguna
para los que están en Cristo Jesús...Si Dios está por nosotros ¿quién contra
nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien lo entregó por
todos nosotros, ¿cómo no nos dará con El todas las cosas? ¿Quién podrá
acusar a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica. ¿Quién condenará?
¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó y está a la
diestra de Dios y que intercede en nuestro favor? (Rom 8,1.31-34).
Cristo es nuestro abogado defensor ante el Padre (1Jn 2,1). Es el
pleno cumplimiento del octavo mandamiento del Decálogo, que nos marca el
camino de la vida y de la libertad nuestra y del prójimo. Defender al
prójimo es una expresión del amor al prójimo.
Tanto el Exodo (20,16) como el Deuteronomio (5,20) ponen el acento en
la prohibición del falso testimonio. Pero, junto al perjurio, Oseas coloca
la mentira: "no hay ya en esta tierra fidelidad ni amor, ni conocimiento de
Dios, sino perjurio y mentira" (4,1-2).
Desde el interior de la verdad, en su profundidad bíblica, brota la
veracidad.[11] Si la verdad es
una realidad sólida, firme, estable, fiel (participación de Dios, Cfr. Ex
34,6), quien participa de ella, se expresa con veracidad, sin engaño ni
doblez. La veracidad responde a la confianza suscitada por la verdad.[12] Jeremías acusa
a los habitantes de Judá porque "es la mentira y no la verdad lo que
prevalece entre ellos, por lo que van de mal en peor, y desconocen a Yahveh"
(9,2), son "un atajo de traidores que tienden su lengua como un arco", "su
lengua es saeta mortífera, las palabras de su boca, embusteras" (v.1.7).
Y Oseas, el profeta del Norte, un siglo antes, describe así la
situación del país: "Hijos de Israel, Yahveh tiene pleito con los habitantes
de esta tierra, pues no hay ya fidelidad ni amor, ni conocimiento de Dios en
la tierra, sino perjurio y mentira, asesinato y robo, adulterio y violencia,
sangre que sucede a sangre. Por eso la tierra está en duelo y se marchita
cuanto en ella habita" (4,1-3).
La verdad, que tutela el octavo mandamiento, se expresa concretamente
en la prohibición de la mentira, que lleva siempre a crear desconfianza en
las relaciones personales; de la calumnia y de la misma murmuración, que
ofenden el honor de la persona; de las burlas que, lo mismo que la delación,
dividen a los amigos (Pr 16,28); del falso testimonio, de la difamación, del
juicio temerario, de la sospecha y también de la adulación Palabras de
mentira y palabras de odio salen de la misma boca, creando discordias y
altercados (Sal 109,3;55,10). Mentira es también faltar a la palabra dada,
con lo que se defrauda a los demás.[13]
La mentira, que sitúa al hombre en la falsedad, vacía la conducta
humana en sus relaciones con el prójimo. Jesucristo exhorta a sus discípulos
a la verdad, diciéndoles: "Sea vuestro lenguaje 'sí, sí; no, no'. Lo que
pasa de eso viene del Maligno" (Mt 5,37). En un mundo dominado por la
mentira, es necesario poner a Dios como testigo de lo que se afirma. Pero el
cristiano sabe que Dios está siempre presente, no necesita llamarlo como
testigo. Su "sí" o "no" equivale siempre a un juramento por estar siempre
pronunciados en la presencia de Dios.
La mentira, como el falso testimonio, es expresión de la doblez de
vida. Con la mentira se trata de conciliar la luz con las tinieblas. Pero la
verdad y la mentira se excluyen como la luz y las tinieblas, como la vida y
la muerte. No es sólo una cuestión de palabras, nuestras palabras implican
la vida de las personas. Todas las palabras que pronunciamos a lo largo del
día serán juzgadas a esta luz, es decir, a la luz de Cristo, a la luz del
amor:
Suponed un árbol bueno, y su
fruto será bueno; suponed un árbol malo, y su fruto será malo; porque por el
fruto se conoce el árbol. Raza de víboras, ¿cómo podéis vosotros hablar
cosas buenas siendo malos? Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.
El hombre bueno, del buen tesoro saca cosas buenas y el hombre malo, del
tesoro malo saca cosas malas. Os digo que de toda palabra ociosa que hablen
los hombres darán cuenta en el día del Juicio. Porque por tus palabras serás
declarado justo y por tus palabras serás condenado (Mt 12,33-37).
La manipulación de la verdad es un atentado contra la reputación de
los demás. Pero el "servicio a la verdad" no puede ser un pretexto para
destruir la vida, la honra, la profesión y la libertad de una persona. Los
rumores que se propagan a media voz y ruedan como bola de nieve, sin que
nadie logre comprobar su verdad o mentira, la sospecha de secretas
intenciones, las interpretaciones maliciosas..., todo ello puede destruir la
vida de las personas. Pregonar los defectos ocultos del prójimo es a veces
más grave que esos mismos defectos.[14] Ser abogados
defensores del prójimo es fruto del Espíritu Santo, el Paráclito, mientras
ser el fiscal acusador es la obra de Satán el acusador de Dios ante los
hombres y de los hombres ante Dios. De aquí la palabra, siempre válida, de
Jesús: "No juzguéis, para que no seáis juzgados" (Mt 7,1).
Se ofende la verdad cuando se propagan "verdades" no por amor a la
verdad, sino por otros fines. Cuando se revelan secretos para chantajear a
alguien, cuando se intimida a una persona; en definitiva, cuando ni se ama
la verdad ni al hombre.
La palabra ociosa es la palabra innecesaria, que hiere al
prójimo, que escandaliza a los pequeños, que no edifica a la comunidad.
Incorporados a Cristo, como miembros de su cuerpo, los cristianos viven la
"santidad de la verdad" (Ef 4,24):
Por tanto, desechando la
mentira, hablad con verdad cada uno con su prójimo, pues somos miembros los
unos de los otros... No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que
sea conveniente para edificar según la fe y hacer el bien a los que os
escuchen... Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier
clase de maldad desaparezca de entre vosotros. Sed más bien buenos entre
vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en
Cristo (Ef 4,25.29-32).
Rechazad, por tanto, toda
malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias
(1Pe 2,1).
Jesucristo, llevando a plenitud el Decálogo, se nos presenta como
testigo de la verdad: "Yo para esto he nacido y para esto he venido al
mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad,
escucha mi voz" (Jn 18,37). Más aún, Jesús dice de sí mismo: "Yo soy la
verdad" (Jn 14,6). San Juan dice en el prólogo de su Evangelio: "La gracia y
la verdad nos han llegado por Jesucristo" (Jn 1,17). La verdad es Cristo, la
palabra encarnada, que está íntimamente unida a la gracia. El núcleo central
de la verdad es el amor. Así Cristo es "el testigo fiel y veraz" (Ap 3,14).
La verdad cristiana se halla, por tanto, inseparablemente unida a
Jesús, a lo que El es y significa, a su persona y a su mensaje. De aquí que
el hombre se enfrente a Cristo como Verdad. Y ante una persona no es posible
quedar indiferente; no se puede permanecer neutral. Se la acepta o se la
rechaza, poniendo en juego la propia vida. Vivir en Cristo es vivir en la
verdad. Rechazar a Cristo es situar la propia vida en la mentira, avocada
necesariamente a la muerte.
Es muy distinta esta visión de la verdad, que tiene Jesús, de la que
tiene Pilatos. Para Jesús existe una verdad, independiente del hombre; una
verdad que da sentido a la vida del hombre, pues se apoya sobre ella; es la
verdad que hay que aceptar, respetar, dar testimonio de ella, hasta morir
por ella. Renegar de la verdad por salvar la vida es perder el fundamento y
el sentido de la vida, es perder de verdad la vida. Lo comprendieron muy
bien todos los mártires cristianos, cuando los perseguidores les obligaban a
elegir entre la verdad y la apostasía, o simplemente el disimulo de la
apostasía.[15]
Desde una concepción griega o romana de la verdad, difícilmente se
puede comprender la autopresentación de Jesús como la Verdad. Para la
mentalidad griega, la verdad corresponde a las cosas, captadas
intelectualmente por la razón. Es la verdad probada racionalmente. Para los
romanos, la verdad se refiere a la veracidad de los hechos narrados. Es la
verdad que entiende Pilatos y que le lleva, convencido de la inocencia
judicial de Jesús, a desear liberarlo. Pilatos está dispuesto a aceptar a
Jesús como hombre que no ha violado la ley, pero no a Jesús como testigo de
la verdad. Ante la verdad de Jesús, que implica la propia vida de Pilatos,
que le obliga, no a soltar a Jesús, sino a decidirse por El o contra El,
Pilatos se decide contra Cristo, condenándolo a muerte.
Cuando Jesús afirma: Yo soy la verdad, se designa a sí mismo
como absolutamente creíble, como la roca inconmovible sobre la que puede
construirse la casa, como sobre base sólida que nunca falla. Desde esta
óptica, Pablo conjura a los cristianos "a no vivir como los gentiles, según
la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas..., sino
conforme a la verdad de Jesús" (Ef 4,17-22). En el mismo sentido, San Pedro
proclama: "Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus
huellas. El que no cometió pecado y en cuya boca no se halló engaño"
(1Pe 2,21-22).
Pablo sabe que está en la verdad, porque Cristo está en él. Y puede
decir a los Corintios: "Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe. ¿No
reconocéis que Jesucristo está en vosotros?". Estando en Cristo "nada
podemos contra la verdad, sino sólo a favor de la verdad" (Cfr. 2Cor
13,5ss). Y, por tanto, "mediante la manifestación de la verdad, nos
recomendamos a nosotros mismos a toda conciencia humana delante de Dios"
(2Cor 4,2). Y, cuando los Gálatas duden de la verdad de la salvación en
Cristo, les preguntará: "¿Quién os puso obstáculos para no seguir a la
verdad?" (Gál 5,7). Los que enseñan y creen falsas doctrinas, "están
privados de la verdad" (2Tim 6,5), "se han desviado de la verdad" (2Tim
2,18), "se oponen a la verdad" (2Tim 3,8), "rechazan la verdad" (Tit 1,14).[16]
Es lo que ya había proclamado el mismo Jesús: "Si os mantenéis en mi
palabra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad y la
verdad os hará libres" (Jn 8,31s). La verdad abarca la fe y el amor (1Jn
3,23;5,1). Son de la verdad, los que creen (1Jn 2,21-22), los que aman (1Jn
3,18-19;2Jn 4-6;3Jn 3-8;Jn 3,21;8,31;18,37). El que es de la verdad (2Tes
2,10-12), es santificado por ella (Jn 17,4), permanece en ella (Jn 8,31),
camina en ella (2Jn 4), adora al Padre en espíritu y verdad (Jn 4,23-24) y
es liberado de la mentira (Jn 8,44).
La novedad del Reino, inaugurado en Jesucristo, comporta que sus
discípulos, no sólo evitan el falso testimonio contra el prójimo en el
tribunal, sino que renuncian a defender sus derechos ante el tribunal, "no
resistiéndose al mal". Es la plenitud del octavo mandamiento, cumplido en
Jesucristo:
Habéis oído que se dijo: Ojo por
ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien,
al que te abofetee en la mejilla derecha, ofrécele también la otra; al que
quiera pleitear contigo para quitarte la túnica, déjale también el
manto (Mt 5,38-40).
Los discípulos de Cristo permanecen en El y El en ellos (Jn 15). Esta
permanencia es pertenencia y supone fidelidad a Cristo, mantenerse en
la verdad frente a toda mentira y falsedad. A esta verdad conduce al
cristiano el Espíritu Santo, que es "el Espíritu de la verdad" (Jn 15,26),
que "guía al cristiano hacia la verdad plena" (Jn 16,13), y que se opone al
Maligno, "mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8,44). Ser de la verdad es lo
mismo que ser de Dios, hijos de Dios, vivir bajo el influjo de Dios. A ello
se opone el ser del Maligno (1Jn 3,8.12), ser del mundo (1Jn 2,16;4,5), ser
hijos del Diablo (1Jn 3,10), vivir bajo su influjo, dejándose desviar de la
verdad.
Si la verdad es Cristo, como testigo del amor del Padre, la mentira
es el Maligno, como oposición a Dios. De aquí que la verdad se manifieste
como luz y vida, y la mentira como tiniebla y muerte. La verdad nos abre a
la confianza en Dios. La mentira, en cambio, es el intento de autonomía
absoluta frente a Dios, el querer "ser como Dios", suplantar a Dios. Apoyar
la vida sobre esta falsedad lleva a la nada, a la muerte. Por ello el
Maligno, padre de la mentira, es "asesino desde el principio" (Jn 8,44).
Frente a la verdad de Dios, Satanás ofrece la vacuidad de la idolatría, lo
inconsistente, lo aparente, lo mentiroso, que conduce a la nada, a la
muerte.
La comunión que el Espíritu Santo crea entre Cristo y los miembros de
su cuerpo y de estos entre sí, hace de la mentira o la maledicencia una
monstruosidad. Sólo puede ser obra de Satanás que, al apoderarse del corazón
del hermano, lleva a mentir ante la comunidad y ante el Espíritu Santo,
presente en ella (Cfr. He 5,1-11). Por ello, quien ama y practica la mentira
será arrojado fuera de la Ciudad santa (Ap 22,15).
[1] Yahveh es llamado como testigo mediante el juramento. Cfr. Gén
31,49s;Jos 22,27.28.34;1Sam 12,5;Jr 7,9...
[4] El significado primario de la palabra hebrea 'emet (verdad) es
fidelidad, lealtad. Es uno de los atributos de Dios, que es
misericordioso y fiel, justo en sus juicios, lento a la ira y rico
en amor. El verbo sàqar, "mentir", es un término jurídico que
significa, en primer lugar, "romper un pacto", "obrar con perfidia
en un contrato", pero en sentido amplio significa "violar la
fidelidad pactada". El testigo falso es lo contrario de Dios, aunque
se haya atrevido a testimoniar bajo juramento.
[7] Testigo violento se llama al testigo falso: Dt 19,16;Sal 35,11. La
acusación falsa es una violencia injusta que pone en peligro la vida
o la fama de un inocente. Por ello, el testigo, cuyo testimonio ha
llevado a una sentencia condenatoria, está obligado a participar en
su ejecución. Si su testimonio ha sido falso se hace reo de la
sangre derramada: Cfr. Dt 17,7.
[10] En el "Gran Catecismo" de Lutero, podemos leer: "Es una mezquina y
dañina plaga tener que oír sobre el prójimo más cosas malas que
cosas buenas. Somos tan malvados que no soportamos que alguien diga
contra nosotros la mínima maldad, mientras nos alegraría enormemente
que de nosotros todos dijeran cosas estupendas, y, sin embargo, nos
cansa oír hablar bien de los demás".
[11] "La verdad, como rectitud de la acción y de la palabra humana, tiene
por nombre veracidad, sinceridad o franqueza. La verdad o
veracidad es la virtud que consiste en mostrarse veraz en los
propios actos y en decir verdad en sus palabras, evitando la
duplicidad, la simulación y la hipocresía": Cat.Ig.Cat., n. 2468.
[12] "La sinceridad no significa poner al descubierto todo lo que existe.
Dios mismo hizo vestidos para los hombres (Gén 3,21). Es decir, en
el estado de pecado del hombre muchas cosas han de permanecer
escondidas. El mal, aunque no siempre se pueda eliminar, debe en
todo caso permanecer encubierto; ponerlo al desnudo puede ser una
operación cínica; y aunque el cínico se las dé de honesto o se
presente como fanático de la verdad, olvida, sin embargo, la verdad
fundamental, la de que, después del pecado, son necesarios el velo y
el secreto": D. Bonhoffer, Resitenza e resa, Milano, p. 155.
[14] También daña al prójimo la adulación, que le alienta en el
engaño sobre sí mismo y, con frecuencia "le alienta y confirma en la
malicia de sus actos y en la perversidad de su conducta":
Cat.Ig.Cat., n. 2480.
[15] "El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe;
designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da
testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la
caridad. Da testimonio de la verdad de la fe cristiana":
Cat.Ig.Cat., n. 2473.
[16] A veces, en la Escritura, encontramos unidos los diversos aspectos
-griego, romano y semita- de la verdad, como en Rom 1,18ss: "En
efecto, la cólera de Dios se revela desde el cielo contra toda
impiedad e injusticia de los hombres que aprisionan la verdad con
la injusticia; pues lo que de Dios se puede conocer, está
en ellos manifiesto...,se deja ver a la inteligencia... Pero
jactándose de sabios, se volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria
de Dios incorruptible por una representación corruptible...,cambiando
la verdad de Dios por la mentira".