DECALOGO - DIEZ PALABRAS DE VIDA: Los Diez Mandamientos
- Índice, Introducción y Prólogo
I
EMILIANO JIMENEZ HERNANDEZ
Índice, Introducción y Prólogo I
Prólogo II
Prólogo III
Vea
tanbién:
Los Mandamientos (P. Loring)
Los Mandamientos (varios autores)
Los
preceptos de la Iglesia
Páginas relacionadas
A los seminaristas del Redemptoris Mater
de Takamatsu (Japón),
los primeros en escuchar estas palabras,
comunicándome el testimonio de su fe.
Las palabras que os he dicho
son espíritu y vida (Jn 6,63 )
Quien guarda sus mandamientos
permanece en Dios y Dios en él
(1Jn 3,24)
Yo sé que su mandato es vida eterna
(Jn
12,50)
Y este es su mandamiento:
que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo,
y que nos amemos unos a otros
(1Jn 3,23)
Sus hijos: los que guardan
los mandamientos de Dios
y mantienen el testimonio de Jesús
(Ap 12,17)
Los santos: los que guardan
los mandamientos de Dios
y la fe de Jesús (Ap 14,12).
INTRODUCCION
I. PROLOGO
3. El Decálogo en el hoy del culto
4. Las dos tablas del Decálogo
6. Diez palabras para la libertad
7. El Decálogo, respuesta a la
gracia
8. El
Decálogo, don de Dios a todos los hombres
9. Cristo
da al Decálogo su sentido original y pleno
10.
Pentecostés celebra el don de
II. DECALOGO
1. AMARAS A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS
2. No habrá para ti otros dioses delante de mí
4. Yo, Yahveh, soy un Dios celoso
5. Sólo al Señor, tu Dios, darás culto
6. La gloria de Dios es el hombre vivo
2. NO TOMARAS EL NOMBRE DE DIOS EN VANO
1. Dios da a conocer su nombre
2. No tomarás el nombre de Dios en vano
4. Jesús, glorificación del nombre de Dios
3. SANTIFICARAS LAS FIESTAS
1. Sábado, memorial de la creación
2. Sábado, memorial de la libertad
3. Sábado, signo de la alianza
4. El Hijo del hombre es Señor del sábado
5. El Domingo, plenitud del sábado
4. HONRARAS A TU PADRE Y A TU MADRE
1. Los padres, cooperadores de Dios en la procreación
2. Los padres, transmisores de la fe
3. La familia al servicio del Reino de Dios
4. Honra a tu padre y a tu madre
5. NO MATARAS
1. La vida del hombre, imagen de Dios, es inviolable
4. Jesús lleva el mandamiento a su radicalidad original
6. NO COMETERAS ACTOS IMPUROS
1. La sexualidad en el plan de Dios
2. El matrimonio, símbolo de la alianza divina
5. Cristo devuelve el sentido original al sexto mandamiento
7. NO ROBARAS
1. Dios, defensor de la libertad
4. Cristo lleva a su plenitud el mandamiento de Dios
8. NO DARAS FALSO TESTIMONIO NI MENTIRAS
1. La vida en libertad se apoya en la verdad
2. No darás falso testimonio contra el prójimo
9. NO CONSENTIRAS PENSAMIENTOS O DESEOS IMPUROS
1. Dios ama y salva a todo el hombre
2. No desearás la mujer de tu prójimo
3. Cristo lleva a plenitud el noveno mandamiento
10. NO CODICIARAS LOS BIENES AJENOS
1. La codicia es la perversión del deseo
2. No codiciarás los bienes del prójimo
3. Cristo lleva a su plenitud el décimo mandamiento
Nuestra sociedad, pese a sus hondas raíces
cristianas, ha visto difundirse en ella los fenómenos del secularismo
y la descristianización. Por ello "reclama, sin dilación, una nueva
evangelización".[1]
La Iglesia, que tiene en la evangelización su "dicha y vocación
propia... su identidad más profunda"[2],
no puede replegarse en sí misma. Los signos de descristianización que
observamos no pueden ser pretexto para una resignación conformista o un
desaliento paralizador; al contrario,
Es cierto que el hombre puede excluir a Dios
del ámbito de su vida. Pero esto no ocurre sin gravísimas consecuencias
para el hombre mismo y para su dignidad como persona. El alejamiento de
Dios lleva consigo la pérdida de aquellos valores morales que son base y
fundamento de la convivencia humana. Y su carencia produce un vacío que
se pretende llenar con una cultura centrada en el consumismo
desenfrenado, en el afán de poseer y gozar, y que no ofrece más ideales
que la lucha por los propios intereses o el goce narcisista.
El olvido de Dios y la ausencia de valores
morales de los que sólo El puede ser fundamento están en la raíz de los
sistemas económicos que olvidan la dignidad de la persona y de la norma
moral, poniendo el lucro como objetivo prioritario y único criterio
inspirador de sus programas.
El alejamiento de Dios, el eclipse de los
valores, ha llevado también al deterioro de la vida familiar, hoy
profundamente desgarrada por el aumento de las separaciones y divorcios,
por la sistemática exclusión de la natalidad -incluso a través del
abominable crimen del aborto-, por el creciente abandono de los
ancianos... Este oscurecimiento de los valores morales cristianos
repercute de forma gravísima en los jóvenes, objeto hoy de una
sutil manipulación, y no pocos de ellos víctimas de la droga, del
alcohol, de la pornografía y de otras formas de consumismo degradante,
que pretenden vanamente llenar el vacío de los valores espirituales...[3]
En los países desarrollados, una seria crisis moral
ya está afectando a la vida de muchos jóvenes, dejándoles a la deriva, a
menudo sin esperanza, e impulsándolos a buscar sólo una gratificación
inmediata... ¿Cómo podemos ayudarles? Sólo inculcándoles una elevada
visión moral puede una sociedad garantizar que sus jóvenes tengan la
posibilidad de madurar como seres humanos libres e inteligentes, dotados
de un gran sentido de responsabilidad para el bien común y capaces de
trabajar con los demás para crear una comunidad y una nación con un
fuerte temple moral... Educar sin un sistema de valores basado en la
verdad significa abandonar a la juventud a la confusión moral, a la
inseguridad personal y a la manipulación fácil. Ningún país, ni siquiera
el más poderoso, puede perdurar, si priva a sus hijos de ese bien
esencial.[4]
Pero, ¿por qué tantos se acomodan en actitudes
y comportamientos que ofenden la dignidad humana y desfiguran la imagen
de Dios en nosotros? ¿Será que la misma conciencia está perdiendo la
capacidad de distinguir el bien del mal?
En una cultura tecnológica, en que estamos
acostumbrados a dominar la materia, descubriendo sus leyes y sus
mecanismos, para transformarla según nuestra voluntad, surge el peligro
de querer manipular también la conciencia y sus exigencias. En una
cultura que sostiene que no puede existir ninguna verdad absolutamente
válida, nada es absoluto. La verdad objetiva y el mal -dicen- ya no
importan. El bien se convierte en lo que agrada o es útil en un momento
particular, y el mal es lo que contradice nuestros deseos subjetivos.
Cada persona puede construir un sistema privado de valores.
Jóvenes, no cedáis a esa falsa moralidad tan
difundida. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del
hombre, en el que éste se siente a solas con Dios (GS,n.16)... Dios os
ha dado la luz de la conciencia para guiar vuestras decisiones morales,
para amar el bien y odiar el mal. La verdad moral es objetiva, y una
conciencia bien formada puede percibirla.[5]
En gran parte del pensamiento contemporáneo no se
hace ninguna referencia a la ley esculpida por el Creador en el corazón
y la conciencia de cada persona. Sólo queda a cada persona la
posibilidad de elegir este o aquel objetivo como conveniente o útil en
un determinado conjunto de circunstancias. Ya no existe nada
intrínsecamente bueno y universalmente vinculante. Se afirman los
derechos, pero, al no tener ninguna referencia a una verdad objetiva,
carecen de cualquier base sólida. Existe una gran confusión en amplios
sectores de la sociedad acerca de lo que está bien y lo que está mal, y
están a merced de quienes tienen el poder de crear opinión e imponerla a
los demás.[6]
Para responder a este clamor de nuestra
sociedad, necesitada de Dios y de valores morales, ofrezco este libro
sobre el Decálogo, como palabra de vida y libertad para el hombre. Como
teólogo, -escriba hecho
discípulo del Reino- he querido "sacar del arca lo nuevo y lo viejo" (Mt
13,52). En el arca de la alianza se guardaba el Decálogo. "Estos
preceptos son nuestra herencia perpetua, la alegría de nuestro corazón"
(Sal 119,105.111).
He buscado, escrutando
Divido este libro en dos partes: el Prólogo y
el Decálogo. El prólogo enmarca y da sentido a los diez mandamientos.
Estos los comento, uno a uno, en la segunda parte.
Sólo quiero que, como nos recomienda Juan
Pablo II, en la homilía con que comienzo este prólogo, que escuchemos a
María, a
Yo, Yahveh, soy tu Dios
que te he sacado del país de Egipto,
de la casa de servidumbre (Ex 20,2).
El Decálogo tiene su Prólogo
tanto en la versión del Exodo como del Deuteronomio. El Prólogo es la
palabra que precede y da sentido al Decálogo; en el Prólogo hallamos el
fundamento de todo el Decálogo y de cada una de las Diez Palabras.
Dios se presenta a Israel, proclamando: "Yo,
Yahveh, soy tu Dios". Esta declaración, -"tu Dios"-, expresa la
bondad entrañable de Dios para con su pueblo. Dios no se presenta por
amor a sí mismo, sino por amor al hombre a quien interpela. Sus acciones
salvadoras le permiten afirmar, no sólo que es Dios, sino realmente "tu
Dios", tu salvador, el "que te ha liberado, sacándote de la
esclavitud".[7]
Yahveh ha tomado la inicitiva de salvar a Israel cuando éste no era
siquiera pueblo. El motivo de la elección no es otro que el amor:
"Porque el Señor os ama" (Dt 7,8).
La primera palabra del
Decálogo es el "Yo" de Dios que se dirige al "tú" del hombre. El
creyente, que acepta y vive el Decálogo, no obedece a una ley abstracta
e impersonal, sino a una persona viviente, conocida, cercana, a Dios,
que se presenta a sí mismo como "Yahveh, Dios misericordioso y clemente,
tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por
millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los
deja impunes" (Ex 34,6-7)
La primera de las Diez Palabras recuerda el amor
primero de Dios hacia su pueblo... Los mandamientos propiamente dichos
vienen en segundo lugar...La existencia moral es respuesta a la
iniciativa amorosa del Señor...
El Decálogo, las diez palabras de este Dios
rico en amor, son diez palabras de vida y libertad, expresión del amor y
cercanía de Dios. Pero si se omite el Prólogo se cae todo el edificio
del Decálogo, al minar sus cimientos. Por haberlo hecho así en los
tratados de Teología Moral y en los Catecismos o en las Guías prácticas
para la confesión, hechas sobre el esquema de los diez mandamientos, se
ha deformado de tal modo el Decálogo que se ha llegado a prescindir de
él. Separando la vida moral de la fe, la moral cayó en un legalismo, que
nada tiene que ver con el Decálogo, según nos lo ha transmitido
Vivir el Decálogo no es someterse a un Dios
potente que impone su voluntad, sino la respuesta agradecida al Señor
que se ha manifestado potente en amor, al salvar al pueblo de la
opresión. Israel es pueblo porque ha sido salvado. La liberación de
Egipto y la alianza con Dios es lo que le ha constituido como pueblo.
Sólo manteniéndose fiel a la alianza seguirá siendo tal pueblo. El
Decálogo le recuerda las condiciones para no desaparecer como pueblo. La
bondad de Dios, que toma la iniciativa de liberar a Israel y conducirlo
a una relación de alianza y comunión con El, es lo que da sentido al
Decálogo.
El Decálogo ha recibido su formulación en el
seno de la comunidad de Israel: comunidad de personas libres, comunidad
de creyentes, comunidad que ha experimentado la potencia salvadora de
Dios en el momento de la liberación de Egipto y su presencia cercana en
el momento de la ratificación de la alianza en el Sinaí. Estos hechos
preceden al Decálogo y son la base de él. Gracias a estos
acontecimientos, Israel cree en Yahveh, le reconoce como su Dios
y acepta sus palabras, como palabras de vida. El salmo 119 es un
canto de alabanza y acción de gracias a Dios por el don de
En el Deuteronomio encontramos la mejor
expresión del significado del Decálogo:
Cuando el día de mañana te pregunte tu hijo: ¿Qué
significan esas normas, esas leyes y decretos que os mandó Yahveh,
nuestro Dios?, le responderás a tu hijo: Eramos esclavos del Faraón en
Egipto y Yahveh nos sacó de Egipto con mano fuerte. Yahveh realizó ante
nuestros ojos señales y prodigios grandes y terribles en Egipto, contra
Faraón y toda su casa. Y a nosotros nos sacó de allí para conducirnos y
entregarnos la tierra prometida a nuestros padres. Y nos mandó cumplir
todos estos mandamientos..., para que fuéramos felices siempre y para
que vivamos como el día de hoy. (Dt 6,20-25)
En esta respuesta está la clave para la
auténtica comprensión del Decálogo. Este es la respuesta a la
intervención salvadora de Dios en Egipto. Del mismo modo que la
intervención de Dios en Egipto fue salvadora, así también su palabra es
siempre palabra salvadora, palabra de vida. La actuación de Dios, tanto
en la liberación de la esclavitud como en la donación del Decálogo,
tiende siempre al mismo fin: "a que seamos felices y vivamos como hasta
hoy".
Por ello, en las dos versiones bíblicas del
Decálogo, éste está precedido de la afirmación que le ilumina y da
sentido:
Yo, Yahveh, soy tu Dios, que te he sacado de Egipto,
de la casa de esclavitud. (Ex 20,1;Dt 5,6)
Esta afirmación no es un simple marco para
introducir los mandamientos, sino que les da su verdadero encuadre. La
asociación del nombre de Dios y la libertad del hombre ilumina y
fundamenta todo el Decálogo.
Esta visión del Decálogo hace que siga siendo
válido hoy para los cristianos. El nuevo pueblo de Dios es el pueblo de
los redimidos por Cristo de la esclavitud del pecado y de la muerte. Por
ello, el cristiano, que ha experimentado esta liberación, responde
aceptando a Dios y su palabra, pues Dios es siempre el Dios salvador y
sus palabras son palabras de vida. La "voluntad de Dios es vuestra
salvación".
La razón fundamental por la que aceptamos los
mandamientos de Dios, no es para salvarnos, sino porque ya hemos sido
salvados por El. El Decálogo es la expresión de la alianza del hombre
salvado con el Dios salvador, salvaguardia de la vida y de la libertad.
La salvación de Dios es totalmente gratuita,
precede a toda acción del hombre. El Decálogo, que señala la respuesta
del hombre a la acción de Dios, no es la condición para obtener la
salvación, sino la consecuencia de la salvación ya obtenida. No se vive
el Decálogo para que Dios se nos muestre benigno, sino porque ya ha sido
misericordioso. La experiencia primordial del amor de Dios lleva al
hombre a una respuesta de "fe que actúa en el amor" (Gál 5,6). Esta fe
se hace fructífera, produciendo "los frutos del Espíritu: amor, alegría,
paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de
sí" (Gál 5,22-23); es decir, el cristiano cumple la ley espontáneamente,
movido desde el interior por el Espíritu recibido.
Frente a la deformación que se ha hecho del
Decálogo, la solución no está en prescindir del Decálogo, sino en
presentarlo en su contexto original. Si las exigencias éticas se
presentan como consecuencia de la donación de la vida y la libertad por
parte de Yahveh, viendo en ellas la solicitud de Dios por la vida
auténtica del hombre, entonces el Decálogo es una ayuda magnífica frente
a la debilidad del hombre y su inclinación al pecado, que ofusca su
mente, su corazón y su conciencia.
Las tablas de la ley se hallan en el arca de
la alianza (Dt 10,1-5;1Re 8,9). El arca es un signo visible de la
presencia de Dios en medio de su pueblo. En las tradiciones bíblicas el
Decálogo aparece en relación con la salida de Egipto y con la alianza
del Sinaí. El Decálogo
representa las cláusulas de la alianza del hombre con Dios.
Yahveh, que ha escrito con su dedo las Diez Palabras sobre
la piedra, "sentado sobre los querubines de oro" (1Sam 4,4;Sal 80,2),
que el arca lleva en su parte superior, guarda bajo sus pies su Palabra:
Las Diez Palabras resumen y proclaman la ley de Dios:
"Estas palabras dijo el Señor a toda vuestra asamblea, en la montaña en
medio del fuego, la nube y la densa niebla, con voz potente, y nada más
añadió. Luego las escribió en dos tablas de piedra y me las entregó a
mí" (Dt 5,22). Por eso estas dos tablas son llamadas "el Testimonio" (Ex
25,16), pues contienen las cláusulas de
Yahveh habita en el cielo, de donde desciende
"en la nube de su gloria" para "posarse junto a la puerta de la tienda"
(Ex 33,7;29,43). En la tienda es donde Yahveh encuentra a Israel, el
lugar donde Dios deja oír su palabra. Pero con la instalación de Israel
en Canaán, la tienda desaparece de la historia.
No sucede lo mismo con el arca. Durante siglos
enteros podemos seguir sus pasos. Allí donde se encuentra el arca,
Yahveh se halla presente. Cuando el arca se levanta para continuar la
marcha por el desierto, Yahveh se levanta con ella para ir delante de
Israel, y si se detiene de nuevo en un lugar, Yahveh vuelve a sentarse
en su trono (Nú 10,35-36). Como la tienda es el lugar de las apariciones
de Yahveh, el arca es el lugar de su presencia permanente (1Re 8,12).
El arca, con las Diez Palabras,
acompaña (Nú 10,33) a Israel desde la alianza del Sinaí, en su camino
por el desierto, en la conquista de la tierra, hasta quedar fijada en el
templo de Salomón (1Re 8). David, rescatándola de los filisteos, la hace
entrar solemnemente en Jerusalén, en medio de explosiones de alegría
manifestadas en cantos y danzas (1Sam 4,4s;6,13.19;2Sam 6,5.14;Sal
24,7-10). Por el arca, el Dios de la alianza manifiesta que está
presente en medio de su pueblo, para guiarlo y protegerlo (1Sam 4,3-8),
para dar a conocer su palabra (Ex 25,22) y para escuchar la oración del
pueblo (Nú 14). Con razón el arca de la alianza es considerada "la
gloria de Israel" (1Sam 4,22).
El arca de la alianza es, por tanto, el lugar
donde Yahveh habla (Nú 7,89). Es el lugar de
En la liturgia de Israel, -mejor que en las
escuelas fariseas-, encontramos el verdadero sentido del Decálogo: "Cada
vez es más firme la impresión de que Israel concebía y celebraba la
revelación de los mandamientos como un acontecimiento salvífico de
primera importancia".[10]
El Decálogo sanciona la alianza del Sinaí. La alianza, ofrecida por Dios
y aceptada por el pueblo, constituye a Israel en Pueblo de Dios.
El Decálogo es, por tanto, la charta magna de la alianza, el
sello distintivo permanente -en cada acto de la vida- de la historia
salvadora del Exodo.
El Decálogo, por tanto, hay que colocarlo
dentro del arca de la alianza, entenderlo a la luz de la alianza de Dios
con su pueblo. Desligado de la historia salvadora del Exodo y de la
alianza del Sinaí, se tergiversa el valor y significado del Decálogo.
"Jamás se puede perder de vista la estrecha conexión entre alianza y
mandamientos. En la teología deuteronomista esta relación entre alianza
y mandamientos es tan íntima que la palabra alianza pasa a ser
sinónimo de los mandamientos. Las 'tablas de la alianza' son las
tablas sobre las que estaba escrito el Decálogo (Dt 9,9.11.15) y la
'tienda de la alianza' se llama así por contener las tablas de los
mandamientos (Nu 10,33;Dt 10,8;Jos 3,3)".[11]
Así lo entendió Israel. Por ello, las dos
tablas del Decálogo las custodió en el arca de la alianza y
constituían una parte central de la liturgia del pueblo de Dios. La
fiesta de la renovación de la alianza era una de las fiestas principales
de Israel y en ella el Decálogo ocupaba el puesto central. "Con tal
celebración cultual, Israel expresaba que el acontecimiento de la
revelación del Sinaí tenía la misma actualidad para todos los tiempos,
se renovaba de generación en generación, era contemporánea a todos"[12]:
Moisés convocó a todo Israel y les dijo: Escucha,
Israel, los preceptos y las normas que yo pronuncio hoy a tus oídos.
Apréndelos y cuida de ponerlos en práctica. Yahveh nuestro Dios ha
concluido con nosotros una alianza en el Hored. No con nuestros padres
concluyó Yahveh esta alianza, sino con nosotros, con nosotros que
estamos hoy aquí, todos vivos. Cara a cara os habló Yahveh en la
montaña, de en medio del fuego (Dt 5,1-4).
Guardad, pues, las palabras de esta alianza y
ponedlas en práctica, para que tengáis éxito en todas vuestras empresas.
Aquí estáis hoy todos vosotros en presencia de Yahveh vuestro Dios..., a
punto de entrar en la alianza de Yahveh tu Dios, jurada con imprecación,
que Yahveh tu Dios concluye hoy contigo para hacer hoy de ti su pueblo y
ser El tu Dios...Y no solamente con vosotros hago hoy esta alianza, sino
que la hago tanto con quien está hoy aquí con nosotros en presencia de
Yahveh nuestro Dios como con quien no está hoy aquí con nosotros (Dt
29,8-16).
Y Moisés les dio esta orden: Cada siete años, tiempo
fijado para el año de la remisión, en la fiesta de
El hecho de que Israel celebrase a intervalos
regulares la revelación del Sinaí manifiesta la importancia que Israel
dio a ese acontecimiento histórico.[13]
Con esta celebración, en la que se renueva la alianza, Israel expresa
que el acontecimiento del Sinaí es actual en todos los tiempos, se
renueva de generación en generación (Dt 5,2-4;29,10s). Pero, al mismo
tiempo, celebrar la renovación de la alianza significa considerar el
Decálogo como acontecimiento salvífico. El Decálogo presupone la
alianza, expresa la alianza, realiza la relación de Israel con Dios.
El Decálogo no es, pues, una imposición, sino
la expresión de la voluntad de Dios, que se ofrece a Israel como "su
Dios", su salvador. La proclamación del Decálogo en la celebración es
promesa de vida, de permanencia en la comunión con Dios. Dios, dador de
la vida y de la libertad, sigue siendo el aliado, el protector de esa
vida en la libertad (Cfr. Ez 18,5-9).
El Decálogo no responde a una decisión
arbitraria de Moisés o de Dios. También antes de la experiencia del
Sinaí era detestable derramar la sangre inocente, robar, adulterar...
Pero la experiencia del Sinaí da al Decálogo una dimensión religiosa.
Ahí está la novedad. El pueblo de Dios vive la experiencia única de la
cercanía de Dios, que le elige gratuitamente como su pueblo, que le
salva, le guía y se une en alianza con él. En adelante las
transgresiones del Decálogo cobran un matiz nuevo: no sólo ofenden a los
hombres, sino al amor de Dios: "Se te ha declarado, hombre, lo que es
bueno, lo que Yahveh reclama de ti: tan sólo practicar el derecho, amar
la fidelidad a la alianza y caminar con tu Dios" (Miq 6,8).
Al ser destruido el templo, desapareció con él
el arca de la alianza. Pero Jeremías invita al pueblo a no lamentarlo,
pues la nueva Jerusalén será el trono de Dios (3,16-17) y, en la nueva
alianza, la ley será escrita en los corazones (31,31-34).
Los judíos han esperado una reaparición del
arca al final de los tiempos (2Mac 2,4-8). Y el Apocalipsis nos ha
revelado que el arca se halla en el Santuario del cielo: "Y se abrió el
Santuario de Dios en el cielo, y apareció el arca de su alianza en el
Santuario" (11,19). Pero ya en Cristo se ha cumplido el significado
pleno del arca de la alianza. Cristo es la encarnación de
De este modo, en Cristo, el Decálogo se
ilumina con la luz de la nueva alianza, sellada en su sangre derramada
para el perdón de los pecados (Mt 26,28). La vida nueva de los
discípulos de Cristo arranca con la experiencia del perdón de sus
pecados. Liberados de la esclavitud del pecado, incorporados a Cristo,
los cristianos viven como hombres nuevos, libres, en la obediencia de
hijos a Dios Padre. Permaneciendo "fieles a la palabra de Cristo, sus
discípulos viven en la verdad que les hace realmente libres" (Jn 8,31).
Jesús, por ello, proclama: "Dichosos los que escuchan
El Decálogo es, pues, el memorial, en la vida,
de la alianza con Dios. En la fe, conducirse según el Decálogo o contra
el Decálogo significa mantenerse en la alianza o romper la alianza con
Dios. No se trata únicamente de fidelidad o infidelidad a unas normas,
sino de vivir la vida entera ante Dios, con Dios, para Dios y gracias a
Dios. El "Yo, Yahveh, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto,
de la casa de servidumbre", o "que te he liberado del pecado y de la
muerte", preside y da sentido al Decálogo y a la actuación en
conformidad o no con él por parte del creyente.
3. EL DECALOGO EN EL HOY DEL CULTO
La alianza halló en el culto de Israel su
expresión e interpretación. Los ritos de conclusión de la alianza -el
banquete del que participan Dios e Israel o la aspersión de la sangre
del cordero sobre el altar y sobre el pueblo- expresan la comunión de
vida entre Dios y su pueblo. Esto es lo primero. Sólo después viene la
promulgación del Decálogo. No es la observancia del Decálogo lo que
lleva a la comunión con Dios, lo que merece su gracia. El Decálogo es
una consecuencia de la alianza, fruto de la comunión con Dios. La ley
nunca es la condición para entrar en comunión con Dios, sino la
respuesta a Dios que gratuitamente entra en comunión con el hombre. Como
dice von Rad "Yahveh espera, ciertamente, la decisión de Israel, pero en
ningún caso los mandamientos precedían condicionalmente a la alianza,
como si la entrada en vigor del pacto dependiera en absoluto de la
obediencia. Las cosas están al revés: se concluye la alianza, y con ella
recibe Israel la revelación de los mandamientos".[14]
Desde el momento en que se sella la alianza
entre Dios y el pueblo, la liturgia de Israel la actualiza y la
transmite a la nueva generación.[15]
En la celebración se renueva la alianza, haciendo memorial de los hechos
salvíficos de Dios, que fundan la alianza: elección y promesas de Dios a
los Patriarcas, liberación de la esclavitud de Egipto, paso del mar
Rojo, acompañamiento y providencia de Dios por el desierto y don de
Esta motivación del Decálogo, que en la
celebración litúrgica es hoy nuevamente proclamada, no
significaría nada si el amor del Señor por Israel se refiriera sólo al
pasado. Pero lo que proclama el culto es que ese amor de Dios a los
padres perdura hoy, permanece "hasta el día de hoy" (Dt 10,8):
"Porque amó a tus padres y eligió a su descendencia después de ellos, te
sacó de Egipto personalmente con su gran fuerza, desalojó ante ti a
naciones más numerosas y fuertes que tú, te introdujo en su tierra y te
la dio en herencia, como la tienes hoy. Reconoce, pues, hoy y
medita en tu corazón que Yahveh es el único Dios... Guarda los preceptos
y los mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y
tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que Yahveh,
tu Dios, te da para siempre" (Dt 4,37-40).
El texto de la alianza era proclamado
regularmente en voz alta ante todo Israel (Dt 31,9-12). Con la
proclamación del "Código de la alianza", en el hoy de la
celebración, la alianza se hace actual en todas las épocas de la
historia de Israel. En el hoy cultual quedan abolidas todas las
distancias de tiempo y lugar y su proclamación es la voz de Dios al
pueblo en cada generación. Israel, en el culto en que renueva la
alianza, se halla presente ante el Sinaí, escuchando: "Yo soy Yahveh, tu
único Dios, y tú eres mi pueblo. Si escuchas y guardas mi alianza
vivirás feliz en la tierra que te daré". Aunque la celebración se
realice estando ya en
Por eso, a la asamblea de Israel, reunida para
dar culto a Dios, se le dice siempre: "¡Escucha, Israel!". La palabra es
proclamada en la liturgia para que penetre toda la vida, para que Israel
la tenga presente en toda situación, en todo tiempo y lugar: "Queden en
tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus
hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de
viaje, cuando te acuestes y cuando te levantes. Las atarás a tu mano
como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás
en las jambas de tu casa y en tus puertas" (Dt 6,6-9).
La proclamación del Decálogo en el hoy
cultual sitúa a Israel de nuevo más allá del Jordán, preparándose
para entrar en
Cada vez que Israel escucha la proclamación
del Decálogo, se sitúa ante la muerte o la vida, invitado por Dios a
elegir la vida.[18]
"En el culto, Israel seguirá proclamando continuamente las bendiciones o
maldiciones que se siguen de la fidelidad o infidelidad a la alianza,
como las dos únicas posibilidades de vida".[19]
El exilio de Israel no es otra cosa que la consecuencia de la
infidelidad a la alianza. En el exilio se cumple la maldición que Israel
mismo había invocado sobre sí, al momento de sellar la alianza y en su
continua renovación en el culto, en el caso de que la alianza fuera
violada.
La maldición, que cae sobre Israel al romper
la alianza, consiste en la pérdida de lo que antes ha recibido como
bendición. Según la promesa hecha por Dios a los padres, Israel fue
introducido en
Pero en el exilio, aún le queda a Israel un
camino abierto: la conversión a Dios, que permanece fiel a la alianza.
De Dios puede esperar ayuda, incluso después de su infidelidad:
"Guardaos de olvidar la alianza que Yahveh vuestro Dios ha concluido con
vosotros... Pues, (si la olvidáis), Yahveh os dispersará entre los
pueblos... Desde allí buscarás a Yahveh, tu Dios; y le encontrarás si le
buscas con todo tu corazón y con toda tu alma. Cuando estés
angustiado..., te volverás a Yahveh, tu Dios, y escucharás su voz;
porque Yahveh, tu Dios, es un Dios misericordioso: no te abandonará ni
te destruirá, y no se olvidará de la alianza que con juramento
concluyó con tus padres" (Dt 4,23-31).[20]
El exilio no es, pues, la última palabra de la
historia de Israel. Es posible un nuevo comienzo. El Señor se deja
encontrar. La profecía, incluida en la promesa, acompaña a Israel. Dios con
ella sigue a Israel en el exilio. Esta palabra alcanzará a Israel y
suscitará en él la conversión a Dios. La conversión será, pues, una gracia
del Señor. En el exilio, lo mismo que frente al Horeb, Israel escuchará de
nuevo la palabra de Yahveh. Dios sigue siendo el Dios "cercano". "Los
pueblos podrán decir: 'Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e
inteligente'. Pues, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los
dioses tan cerca como lo está Yahveh, nuestro Dios, siempre que lo
invocamos?" (Dt 4,6-7). Incluso cuando Israel rompe la alianza, Dios está
cerca para escucharlo con compasión, apenas Israel lo invoca.
Es cierto que el Señor es "un Dios celoso, un
fuego devorador" (Dt 4,24), pero es también el "Dios misericordioso", que se
compadece del pueblo y no lo abandona para siempre. Aunque castiga,
corrigiendo a su pueblo como un padre a su hijo, usa de misericordia. Nunca
olvida la elección gratuita de los padres y las promesas hechas a ellos y a
su descendencia (Dt 4,37;Lc 1,54-55). Jeremías se lo recordará a los
exiliados en la carta que les escribe: "Bien me sé los pensamientos que
abrigo sobre vosotros -oráculo de Yahveh-; son pensamientos de paz, y no de
desgracia, de daros un porvenir de esperanza. Me invocaréis y vendréis a
rogarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis cuando me
solicitéis de todo corazón; me dejaré encontrar de vosotros... Os recogeré
de todas las naciones y lugares a donde os arrojé y os haré tornar al sitio
de donde os hice que fuerais desterrados" (Jr 29,11-14).
Por ello, la liturgia celebra con júbilo el
don de la ley del Señor, "que es perfecta, recrea al hombre; es segura, hace
sabio al ignorante; es justa, alegra el corazón; es pura, alumbra los ojos;
es más dulce que la miel, más exquisita que un tesoro de oro puro" (Sal
19,8-11;119,12). El orante puede decir a Dios: "Cumplir tus deseos, mi Dios,
me llena de alegría, llevo tus normas en mi corazón" (Sal 40,9), pues "me
muestras el camino de la vida. Ante tu rostro reina la alegría" (Sal
16,11)...[21]
El Decálogo, formado y transmitido en un
contexto litúrgico, ha llevado al pueblo de Dios a unir la vida y el culto.
Del culto y de la fe celebrada, Israel ha sacado los motivos de su actuar.[22]
A la pregunta inicial de la liturgia: "Señor, ¿quién habitará en tu
tienda? ¿quién morará sobre tu monte santo?", el fiel se responde con las
palabras del Decálogo: "El de manos limpias y puro corazón, que no se
entrega a la vanidad de los ídolos ni jura con engaño" (Sal 24), "quien
camina sin culpa y obra la justicia, dice la verdad de corazón y no calumnia
con su lengua, no hace daño a su hermano ni agravio a su prójimo, no presta
dinero con usura ni acepta dones en el juicio contra el inocente" (Sal
15;Cfr. Is 33,14-16).
Así el Decálogo, fruto de la celebración de la
alianza, recuerda en la vida las condiciones para acercarse a Dios sin
incurrir en la maldición. El Decálogo expresa las cláusulas de la alianza y
da las indicaciones para formar parte de la comunidad de la alianza, que se
reúne en el templo santo, en la tienda de Dios. Con las "diez palabras" los
miembros del pueblo de la alianza regulan sus relaciones con Dios y entre
sí. Los dos aspectos son inseparables. No se puede vivir la alianza con Dios
sin vivir la comunión con el prójimo; ni se puede vivir el amor al prójimo
sin la comunión con Dios. El culto a Dios y el amor al prójimo van unidos.
Jesús se lo dirá a sus discípulos: "Si al presentar tu ofrenda en el altar,
te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda
allí, delante del altar, y ve primero a reconciliarte con tu hermano; luego
vuelves y presentas tu ofrenda" (Mt 5,23-24).
[1]
Christifideles laici, n.4.
[2]
Evangelii nuntiandi, n. 14.
[3]
Todo esto lo dice JUAN PABLO II, Graves consecuencias de excluir a
Dios de la vida, homilía de la misa celebrada en Huelva el
14-6-1993.
[9]
Cat.Ig.Cat., n. 2058;Cfr. nn. 2060-2062, donde se dice: "El don de
los mandamientos forma parte de
[13]
En la época del segundo templo el Decálogo era parte integrante de
la liturgia diaria. En el culto judío actual el Decálogo se proclama
públicamente tres veces al año. Y los libros judíos para la oración
privada presentan siempre el Decálogo al final de la oración de la
mañana.
[15]
Cfr. La celebración de la gran asamblea de Siquen (Jos 24) y la
solemne celebración de renovación de la alianza, al encontrar el
"Código de la alianza", durante la restauración del templo en
tiempos del rey Josías: 2Re 22,3-20;23,1-3.21-23. Este "Código de la
alianza", conservado en el templo de Jerusalén, se leía regularmente
en las celebraciones, en épocas de fidelidad al Señor. Se conservaba
en el Arca de la alianza y en el año
[16]
El hoy litúrgico resuena constantemente en el Deuteronomio:
Cfr. 4,2.4.8.20.26.38.40;6,6.24; 8,11.18.19;10,13;11,2.8.13...
[17]
El culto es la actualización renovada de las acciones de Dios. En el
rito de la fiesta de
[21]
"En los salmos es donde encontramos los sentimientos de alabanza,
gratitud y veneración que el pueblo elegido siente hacia la ley de
Dios" (Cfr,VS,n.44, con cita de Sal 1,1-2;19,8-9).
[22]
Cfr. la estructura del Catecismo de