Dichos de los Sabios de Israel: 21. La Paciencia
E. JIMENEZ
HERNANDEZ
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Paciencia gana Prosélitos
R. Eliezer decía: No te enojes con facilidad. ¿De qué
manera? Siendo paciente como Hillel, el viejo, y no irascible como
Sammay, el viejo.
¿Cómo era la paciencia de Hillel, el viejo? Se cuenta
que una vez dos hombres hicieron una apuesta de cuatrocientos dinares,
diciéndose:
-El que vaya y consiga irritar a Hillel se gana los
cuatrocientos dinares.
Fue uno de ellos y llegó a su puerta. Esperó a que
Hillel estuviera durmiendo y entonces empezó a dar golpes a su puerta,
gritando:
-¿Hay alguien aquí, Hillel?
Hillel le preguntó desde la cama:
-¿Qué te pasa?
-Tengo que hacer una pregunta.
Hillel se levantó y le abrió la puerta. Se envolvió
en su manto y se sentó, diciéndole:
-¿Cuál es tu pregunta?
-¿Por qué el rabo de una vaca es largo y el de un
asno es corto?
-Has hecho una pregunta importante.
Y se lo explicó:
-Porque el asno lleva una albarda sobre su cuerpo y
no necesita que el rabo le alcance más que a la mitad de sus flancos.
Pero el cuerpo de una vaca está todo al descubierto y necesita de una
cola larga que alcance a todo su cuerpo.
Hillel le dijo entonces:
-¿Tienes otra pregunta?
-No.
Se levantó y se fue aquel hombre. Hillel subió a
acostarse. Cuando se había dormido de nuevo, comenzó el otro a dar
golpes a la puerta, gritando:
-¿Hay alguien aquí, Hillel?
-¿Qué te pasa?
-Tengo que hacer una pregunta.
Hillel se levantó y le abrió la puerta. Se envolvió
en su manto y se sentó. Le dijo:
-Di tu pregunta.
-¿Por qué las cabezas de los babilonios son
alargadas, mientras que las de los habitantes de esta región son
redondas?
-Has hecho una gran pregunta. Mira, esto es porque en
su lugar no hay cunas y durante toda la crianza permanecen en el seno de
su madre. En cambio, los habitantes de esta región, cuando una madre da
a luz a un niño, lo coge y lo deja en la cuna. Así sus cabezas se hacen
redondas. Por eso las cabezas de los babilonios son alargadas, mientras
que las de los habitantes de esta región son redondas.
Y añadió:
-¿Tienes otra pregunta?
-No.
Se fue el hombre y esperó un rato, luego volvió a
llamar a la puerta, gritando:
-¿Dónde está Hillel? ¿Dónde está Hillel?
-Hijo mío, ¿qué necesitas?
-Necesito hacerte una pregunta.
Se levantó una vez más Hillel y le abrió la puerta.
Se envolvió en su manto, se sentó y le preguntó:
-¿Cuál es tu pregunta?
-¿Por qué las plantas de los pies de los africanos
son más planas que las de los demás hombres?
-He ahí una pregunta interesante. Te responderé a
ella. Porque su país está entre pantanos de agua y caminan día y noche
por el agua y, por ello, las plantas de sus pies se ensanchan a causa
del agua. Por eso son más planas que las de los demás hombres.
Luego añadió:
-¿Tienes más preguntas?
-No.
Se levantó y se fue. Subió Hillel a dormir. Pero, en
seguida, volvió el otro a dar golpes a la puerta, gritando:
-¡Hillel, Hillel!
-¿Qué te pasa?
-Tengo otra pregunta.
Una vez que le hubo abierto y estuvo sentado ante él
le dijo:
-¿Cuál es tu pregunta?
-¿Por qué los ojos de los tadmoritas son pitañosos?
-Porque habitan entre las arenas del desierto, soplan
los vientos y las esparcen sobre sus ojos. Por eso sus ojos se llenan de
lágrimas.
No pudiendo contenerse, aquel hombre exclamó:
-Si así responden los príncipes, puede que no abunden
los príncipes como tú en Israel.
-¡Dios nos guarde! Modérate. ¿Que es lo que te pasa?
-Me has hecho perder cuatrocientos dinares.
Replicó Hillel:
-Más vale que hayas perdido cuatrocientos dinares por
culpa de Hillel y no que Hillel hubiera perdido la paciencia.
¿Cómo era la impaciencia de Sammay el viejo?
Se cuenta que en cierta ocasión se presentó un hombre
ante Sammay y le dijo:
-Maestro, ¿cuántas Torás tenéis?
-Dos, una escrita y otra oral.
Le dijo aquel hombre:
-La escrita te la acepto, pero la oral no.
Sammay se enfureció y lo echó con indignación.
Entonces aquel hombre se presentó ante Hillel y le hizo la misma
pregunta:
-Maestro, ¿cuántas Torás tenéis?
-Dos, una escrita y otra oral.
Repitió aquel hombre lo dicho a Sammay:
-La escrita te la acepto, pero la oral no.
Hillel, sin inmutarse, le hizo sentar, escribió las
tres primeras letras del alfabeto hebreo y le preguntó:
-¿Sabrías decirme qué es esto?
-Son las letras
alef, bet y guimmel.
Hillel entonces le dijo:
-¿Cómo podrías tú saber que son las letras
alef,
bet y guimmel si no fuera porque nuestros antepasados nos lo han
transmitido? Pues del mismo modo que has aceptado con fe el nombre de
las letras, acepta con fe también lo otro.
Por su paciencia, Hillel logró un prosélito.
3. LA PACIENCIA GANA PROSELITOS
Sucedió en otra ocasión que un pagano pasó junto a
una sinagoga y oyó a un niño recitar: “Estas serán las vestiduras que
han de hacer: un pectoral, un efod y un manto” (Ex 28,4). Se presentó
ante Sammay y le dijo:
-Maestro, todo ese honor, ¿a quién está destinado?
-Al Sumo Sacerdote que sirve al altar del Señor.
Repuso el pagano:
-Deseo convertirme al judaísmo con tal de que me
nombres Sumo Sacerdote para que pueda servir al altar del Señor.
Exclamó Sammay, irritado:
-¿Acaso no hay sacerdotes en Israel para que un
insignificante converso, que no tiene más que un bastón, vaya a servir
al altar como Sumo Sacerdote?
Y con indignación y desprecio lo echó de su
presencia. Aquel pagano entonces se presentó ante Hillel y le dijo:
-Maestro, quiero convertirme, pero con la condición
de que me nombres Sumo Sacerdote para poder servir al altar.
Hillel lo miró con calma, le hizo sentar y le dijo:
-Te haré una pregunta. Si alguien desea recibir a un
rey de carne y hueso, ¿no aprende primero cómo hacer la entrada y salida
con sus reverencias?
-Sí, claro.
-Pues, si tú deseas recibir al Rey de reyes, al
Santo, bendito sea, ¿no crees que debes aprender cómo entrar en el Santo
de los Santos, cómo preparar las lámparas, cómo acercarte al altar, cómo
disponer la mesa, etc, etc?
-Sí, claro, deseo que tú me lo enseñes.
Así aquel pagano comenzó a estudiar, primero el
alfabeto y, luego, comenzó a estudiar la Torá hasta que llegó al texto:
“El extraño que se acerque a la Morada del testimonio será muerto” (Nm
1,51). Entonces él mismo se dijo:
-Si a los israelitas, que son llamados hijos de Dios
y sobre los cuales El dijo: “Y vosotros seréis para mi un reino de
sacerdotes y una nación santa” (Ex 19,6), la Escritura les previene
diciendo: “El extraño que se acerque será muerto”, a mí que no soy más
que un simple converso con mayor razón me destruirá.
De esto modo desistió de su deseo del Sumo
Sacerdocio, pero siguió como converso, estudiando la Torá. Se presentó
ante Hillel y le bendijo:
-Que todas las bendiciones que se encuentran en la
Torá vengan sobre tu cabeza, pues si tú hubieras reaccionado como Sammay, yo
nunca hubiera entrado a formar parte de la comunidad de Israel. Me hubiera
perdido para este mundo y para el mundo venidero. Tu paciencia me ha dado la
vida.
Se cuenta que a este pagano, convertido al judaísmo,
le nacieron dos hijos. A uno le llamó Hillel y al otro, Gamaliel. A los dos
se les conoció por el apodo “los conversos de Hillel”.