[_Sgdo Corazón de Jesús_] [_Ntra Sra del Sagrado Corazón_] [_Vocaciones_MSC_]
 [_Los MSC_] [_Testigos MSC_
]

MSC en el Perú

Los Misioneros del
Sagrado Corazón
anunciamos desde
hace el 8/12/1854
el Amor de Dios
hecho Corazón
y...
Un Día como Hoy

y haga clic tendrá
Pensamiento MSC
para hoy que no
se repite hasta el
próximo año

Los MSC
a su Servicio

free counters

LA NOCHE DEL YABOC, una autobiografía del Patriarca Jacob  (E. Jiménez Hernández)

Páginas relacionadas 

 

48 Huida y encuentro con Labán

49 Raquel

50 José y sus hermanos

51 La soledad de la vejez

52 El juego comenzó en Betel

53 Alejamiento definitivo de Labán (Mahanayim)

 

48
¿Mejor no saber? El lema del avestruz no es el lema de los sabios, bendita sea su memoria. Sólo la verdad hace libres. La mentira, la más piadosa mentira, lleva dentro la amenaza de muerte.

Durante un lapso de tiempo demasiado largo, no había vislumbrado, ni cerca de mí ni en el cielo estrellado, signo alguno inteligible de su Presencia. Entonces me había puesto a interrogar el silencio, el vacío, a veces hasta en voz alta. No había respuesta. Y mi voz, elevándose en la inquieta penumbra, me producía una sensación de irrealidad.
Finalmente me había envuelto un viento frío, como una áspera caricia, y una paz extraña, por lo ilógica, había penetrado en mi: "Regresa".
Mucho tiempo había estado repitiéndome "debo partir", sin acabar de decidirme. Miraba el viejo pozo con su brocal gastado; los perros ladraban, las gallinas cacareaban; los camellos, cargados, arrodillados en torno al pozo, rumiaban lenta, pacientemente. Parecía que todo me ataba de pies y alma a la tierra de mi exilio.
Pero de nuevo se levantó un viento impetuoso, un rumor de ondas de mar, un fuego de volcán... Y luego se hizo un profundo silencio, la naturaleza se detuvo como en una noche estrellada o un mediodía de verano. En este silencio surgió una melodía suave, que me envolvía: "Vuelve a la tierra de tu padre, tu tierra nativa, y allí estaré contigo".
Me levanté, puse hijos y mujeres en los camellos y, guiando todo el ganado y todas las posesiones que había adquirido en Padán Aram, me encaminé a la casa de mi padre Isaac, a la tierra de Canaán.
Labán se hallaba a tres días de camino de las tiendas. Había salido a esquilar el rebaño; estaba ocupado en el trabajo intensivo y entretenido en la fiesta con sus hijos y pastores. Era la ocasión propicia para la huida. Me dirigí hacia el poniente, crucé el río Eúfrates por uno de sus muchos vados y seguí con mi caravana en dirección occidental hacia la montaña de Galaad.
Alguien avisa a Labán de mi huida. Reúne a su gente y sale en nuestra persecución. Los tres días de ventaja no me valen mucho. El marcha sin impedimenta y en siete días logra cubrir la distancia que nos separa. Acampa en la falda de la montaña de Galaad; yo había plantado las tiendas en la altura.

A la mañana siguiente Labán se levanta y se dirige a mi campamento. Me interpela ásperamente:
-¿Qué has hecho? ¿Por qué has disimulado conmigo y te has llevado a mis hijas como cautivas de guerra? ¿Por qué has huido a escondidas, furtivamente, sin decirme nada? Yo te habría despedido con festejos, con cantos y citaras y panderos. Ni siquiera me has dejado besar a mis hijas y nietos ¡Eres un insensato! ¿No has pensado que está en mi poder haceros daño y arrebatarte mis hijas y mis nietos? Y no lo hago porque el Dios de tu padre acaba de decirme: "Cuidado con meterte con Jacob para bien o para mal".
Pero, dime: si te has marchado por nostalgia de la casa paterna, ¿por qué me has robado mis dioses? Yo he respetado a tu Dios, ¿por qué tú no respetas a los míos, los dioses protectores de mi familia?
Mientras pronunciaba estas palabras se dio cuenta que sus nietos, mis hijos, habían bajado la cabeza, enrojeciendo. Labán pensaba para sí: "Los muchachos son honrados por naturaleza, están al corriente del robo y se avergüenzan". Les dijo:
-Mis queridos nietos, decidme la verdad, sin ocultarme nada: ¿por qué habéis enrojecido, cuando he hablado a vuestro padre de este hurto?

-Oh, abuelo, nos has hecho avergonzarnos con tus palabras.
-¿Y por qué?, ¿por qué?
-¡Abuelo!, tú ya eres viejo, tienes el pelo blanco y, sin embargo, hablas todavía como un niño, sin saber distinguir la derecha de la izquierda. Si los dioses, ante quienes te postras y das culto fuesen de verdad Dios, ¿les hubiera podido alguien robar? Date cuenta que si se han dejado robar es que no son capaces de salvarse ni siquiera a si mismos. Y nosotros hoy, ¿tenemos que oír que te lamentas con nuestro padre de este robo?
Labán se sintió avergonzado y se calló. Pero en seguida volvió con insistente insolencia a acusarme, quejándose de que me hubiera portado así como recompensa a todos los favores que él había hecho a toda mi familia.
Entonces le respondí:
-Tenía miedo y pensé que me ibas a arrebatar tus hijas.
Y, airado, me defendí de lo que creía una acusación falsa, un ardid más de Labán. No sabía que Raquel, digna hija de su padre y digna esposa mía, había robado los terafin de su padre. Mi ignorancia me empujó a un desafío insensato. Con mis palabras puse en peligro a mi esposa preferida. Por mi culpa puse en peligro la vida de Raquel; yo mismo decreté su muerte, al proclamar furioso:
-Aquel a quien le encuentres tus dioses, no quedará con vida.
Entró, pues, Labán y registró mi tienda, la de Lía y la de las dos siervas, y no encontró nada.
Raquel que poseía la suma de la astucia del padre y del esposo, se inventó un ardid para engañar al padre. Cogió los amuletos, los escondió bajo una montura de camello y se sentó encima. Labán revolvió toda la tienda y no encontró nada. Ella, con cinismo irónico, dijo a su padre con voz sumisa:
-No te enfades, señor, si no puedo levantarme; es que me ha venido la cosa de las mujeres.
Y él, por más que buscó, no encontró los amuletos.

Ofendido contra Labán, ahora que me he convencido de la falsedad de su acusación, me puse a discutir con él, irritado y enardecido, dando desahogo a la ira acumulada en veinte años:
-¿Cuál es mi crimen, cuál mi pecado, para que me acoses? Después de revolver todo mi ajuar, ¿qué has encontrado de los enseres de tu casa? Ponlo aquí delante de mi gente y de la tuya: ellos juzgarán en nuestro pleito.
Veinte años he pasado contigo -seguí en mi requisitoria-. Tus ovejas y cabras no han abortado; no he comido los carneros de tu rebaño. Lo que las fieras despedazaban, no te lo traía a ti, sino que lo reponía de lo mío; me exigías cuenta de lo robado de día y de noche. De día me consumía el calor, de noche el frío, y no conciliaba el sueño. De estos veinte años que he pasado en tu casa, catorce te he servido por tus dos hijas y seis por el ganado; y tú me has cambiado el salario diez veces.
Si el Dios de mi padre, el Dios de Abraham y el Terrible de Isaac no hubiera estado conmigo, me habrías despedido con las manos vacías. Pero el Santo, bendito sea su Nombre, se fijó en mi aflicción y en la fatiga de mis manos y me ha defendido anoche mismo en el sueño en que se te mostró.

Después de esta requisitoria, Labán todavía afirma su derecho, aunque se siente impotente ante el juicio del Santo, bendito sea su Nombre. No confiesa su culpa, pero tampoco exige nada. No le queda más salida que proponerme un pacto:

-Mías son las hijas, míos son los nietos; mío el rebaño y todo lo que ves es mío, ¿qué puedo hacer hoy por estas hijas mías y por los nietos que ellas han dado a luz? Vamos a hacer un pacto tú y yo, que sirva de testimonio entre los dos.
Recogimos piedras y levantamos un majano, como frontera inviolable entre los dos:
-Este montón de piedras sea testigo de que no lo traspasaré para entrar en tu territorio y de que tú no lo traspasarás para entrar en mi territorio.
Con una comida, y un juramento por nuestros respectivos dioses, sellamos el pacto, más que de amistad, de separación.
Así me empujó al límite del Yaboc, donde me encuentro. Todos los hilos afluyen y se reanudan en el Yaboc.


49
Entre las confidencias arrancadas a mi pequeño Benjamín, me viene a la memoria una de sus quejas dolorosas:
-Me atraes y me rechazas con un mismo gesto. Quieres inspirarme afecto, pero tienes miedo de ese afecto. Huyes del presente y te proyectas en el futuro y en el pasado, como una huida y un refugio. Y así no te hallas en ninguna parte.
Tiene razón mi hijo. Huyo del presente. El presente es el Yaboc, la noche en que me debato. Donde me hallo solo conmigo mismo. Sé que todo comienza en la soledad, que es lugar de reencuentro. Todo lo decisivo en la vida -y en la muerte- se da en la soledad. Solo ante las condiciones insoportables de la vida y ante una salida imposible. No hay ayuda humana que valga. Es la lucha entre el deseo y el imposible.
Queriendo cruzar el río, ir hacia el otro, siento vértigo. Y el vértigo no es el miedo a caer de lo alto. El vértigo es la voz del vacío, que me llama, que me atrae; es el deseo de caer en el vacío y ser tragado por la tierra y desaparecer. No es el miedo. El miedo es lo que me defiende de este vértigo.

No veo una salida, porque mi vista se halla limitada por dos extremos: la luz fuerte que me deslumbra y ciega y la oscuridad total.
El miedo me hace lanzar largas, interminables, miradas al cielo, buscando un signo, un presagio. Pero el cielo está velado de niebla silenciosa y gris. Es una noche sin luna ni estrellas.
Se me hace presente el Sinaí, esa extensión infinita de arena monótona; un desierto que no lleva a ninguna parte. En él la naturaleza se ha desnudado del todo. Sólo se ve arena y cielo, extendiéndose hasta el infinito, infundiendo el terror a lo desconocido. Nada familiar, al alcance de la mano, rompe la monotonía del paisaje. El sol y la arena parecen una misma cosa.
Me siento inmerso en su fuego devorador, que me abrasa y me funde. Pero no veo nada. Aguardo una señal. No me atrevo a avanzar. Es una noche entera, un momento interminable, que me enraíza al suelo, ante las aguas. Reducido a la tierra, miro al cielo y espero, espero que el tiempo pase, que los años se disipen; espero volver a ser el niño que dejó la casa esforzándose por retener las lágrimas, que inundaban su cara.

En espera de una respuesta a mi llamada, he pasado a Raquel, mirándola en un silencio largo como una vida. Hay silencios que queman las entrañas; hasta el tiempo se detiene o agota, la tierra deja de girar y hasta los perros interrumpen sus ladridos... El Santo, bendito sea su Nombre, toca con la eternidad el tiempo de su creación. Y el alma, como esponja seca, se empapa del terror sobrecogedor de su presencia, sumiéndose en la experiencia de lo eterno... Desde Ramá llega el lamento, el lloro de Raquel, mi amada esposa, sumida en la experiencia de lo eterno en la flor de la edad. Una estela sobre su tumba es lo que me queda de ella.

Raquel era el espejo y el consuelo de mi madre, de la que hace veinte años que me separé. Espejo e imagen me han sido arrebatados. Mi padre, coronado de canas, saciado de años, se reunió con su padre, mi abuelo Abraham. Mi hermano Esaú, viene a mi encuentro con cuatrocientos hombres, a cobrarse la bendición y la primogenitura que le arrebaté con engaño. Labán, mi tío y suegro, ha puesto un majano en medio para que no le vuelva a ver. Mis ganados están en la otra orilla, divididos en manadas, para conquistarme el favor de Esaú. Mis bienes, basta una sequía para quedarme en la miseria.
José, mi hijo predilecto, ha desaparecido. Benjamín, su hermano, ¿quién sabe qué será de él? ¿Y los otros hijos? La luna ha crecido y menguado desde que partieron para Egipto y aún no han vuelto.

El día de la boda, -no sé por qué me viene a la memoria- la novia llevaba el rostro cubierto por un espeso velo y sólo se apreciaban a través de él los ojos, que le traspasaban, y los gruesos aros que pendían de sus orejas. Estaba sentada, en un alto escabel, en el centro de la casa, esperando que acudieran los invitados y las muchachas de la aldea con las antorchas encendidas.
Recuerdo a las muchachas acicaladas y vestidas de blanco. Estaban ante la puerta cerrada, ricamente adornada; empuñaban las antorchas encendidas y entonaban canciones nupciales, que elogiaban a la novia y hacían objeto de burlas al novio.
Bendita sea la memoria de los sabios, que recuerdan y no se cansan de cantar canciones de boda. Aunque tengo la impresión de que, a veces, improvisan al hilo de la melodía repetida:

Te canta la granada: Eres jardín cercado,
mis granos cual tus dientes mi fuente de agua viva.
de púrpura escarlata, Soy tuyo y tú eres mía,
jugosos, relucientes. mi tesoro deseado.

Mi jugo cual tus senos Apoya en mi costado
de efluvios embriagantes, tu frente, vida mía,
cervatillos gemelos y duerme hasta que el día
que saltan bajo el velo. Alumbre mis granados.

Despierta, amada mía, Dime, amor de mi alma,
déjame ver tu cara, ¿dónde es que apacientas
tu luz alumbre el día tu piara de ovejas?
con tu voz de agua clara. ¿dónde es que descansas,
dime, a mediodía?
Tus ojos son palomas!, ¿dónde, vida mía?
¡qué bella, amada mía!
Despierta, mi paloma, Si no lo sabes,
que en las rocas anidas. Tú, la más bella,
Sigue las huellas
Ya ha pasado el invierno, de mis cantares,
ha tornado la tórtola, ven, a pastar
es del amor el tiempo, a tus cabritos
¡ay, ojos cual palomas! en los apriscos

de mi jacal.
Me hiere el corazón
la luz de tu mirada. Tus cabellos, como la aurora,
De languidez de amor trigo ondulante en la ladera,
me desfallece el alma. tus ojos, dos lagos sin hora,
espejos que mi cielo adora;
Sobre tu grácil cuello, Tus labios de miel, datilera
tus labios de granada que exhala tus fragancias a era;
destilan néctar, frescos, cimbreante, esbelta, encantadora,
mojando la palabra. palmera tu talle de novia,
con las curvas de tus caderas
Mi narciso del valle, y el baile de tus pies en fiesta.
manzano perfumado, ¡Tú, mi única, que me enamoras!
árbol de luz tu talle,
un lirio entre los cardos.

¿Y qué es mi corazón
ya sin tu corazón?
¡Ay qué noche mis noches
lejos de tus amores!

Dos en un corazón, única mirada,
fiesta de amor, delicia de ternura
en la palabra y el beso, en la frescura
del rocío y la luz de la alborada.

Dos en único abrazo de granada,
fresco jugo fecundo de dulzura,
arrullo de paloma en la hendidura
de la roca fielmente custodiada.

Dos que amor une y multiplica en doce,
milagro de la luna y el sol, estrellas
de la noche en su luz, dolor y goce.

¿Dos? Unico es el rastro de sus huellas,
una la carne y el hálito en el roce
de dos almas en éxtasis de estrellas

Cuando llegué a buscarla, las jóvenes en medio de sus cantos nos ofrecieron miel, como augurio de una vida dulce y agradable para la joven pareja.
Hoy, atando cabos sueltos, tengo que confesar que los años de mis andanzas han sido pocos y malos y no llegan a los que vivieron mis padres en sus andanzas. Ellos no conocieron la enfermedad; murieron saciados de años. Mis canas, no son como las de ellos, una corona de gloria, sino el fruto de mis tribulaciones; tribulaciones por las rivalidades con mi hermano, rivalidades de mis esposas y de mis hijos.
Pero, ¿qué es de mis hijos, que no regresan de Egipto?


50
Los hijos, contestan los sabios, bendita sea su memoria, los hijos tienen su vida y su historia propia. Y su noche. Están volviendo a casa del señor de Egipto, ofreciéndose como esclavos.
Judá, que ha comprometido su palabra y su persona ante el padre, se pone al frente de los hermanos. Ante la evidencia, todos se sienten víctimas de una desgracia completamente enigmática, contra la que nada pueden hacer. El hecho del hallazgo de la copa habla de modo tan aplastante contra ellos, que ven, en este hecho incontestable, una sentencia condenatoria pronunciada por el Santo, bendito sea su Nombre. Sin entenderla, la aceptan; saben que una culpa antigua pesa sobre ellos y, por tanto, a pesar de la inocencia actual, no dudan de la justicia del Santo, siempre sea bendito su Nombre.

Con estos sentimientos entran en el palacio. El silencio angustioso del retorno les ha hecho sentirse unidos, pasado el primer momento de desconcierto. Sin palabras, la pena imaginada y sentida del padre ausente y en ansia les ha reconciliado. Sin necesidad de hablarse, les ha envuelto a todos el mismo dolor, han respirado el mismo aire. En el silencio, sólo roto por algún rebuzno de los asnos, que bajo la carga no quieren caminar hacia Egipto, sino hacia sus establos para, liberados del peso, reposar de la fatiga, todo -hasta los rebuznos- les hace presente el campamento, el padre, los hijos, las mujeres, que les esperan, seguramente ya con inquietud.
También José les espera en el palacio, pues todavía no ha salido a desempeñar las funciones propias de su cargo. Al llegar ante él, esta vez, no se postran en señal de homenaje y sumisión, sino que se echan de bruces en tierra como reos. José comienza el interrogatorio con una acusación expresa y directa:
-¿Qué manera es ésta de portarse? ¿Así os portáis después de haber sido acogidos con todos los honores? ¿Es este vuestro agradecimiento? ¿No sabíais que uno como yo tiene el poder de adivinar?
Apelando a sus dotes divinas de vidente, rodeándose expresamente con el misterio de unos acontecimientos sobrehumanos, José confirma en sus desesperados hermanos la certeza de que en todo este asunto está la mano del Santo, bendito sea su Nombre.
Judá, por ello, no intenta defenderse, al contestar:
-¿Qué podemos responder a nuestro señor? ¿Cómo probar nuestra inocencia? Demasiadas cosas extrañas están sucediendo desde que bajamos a Egipto y que no tienen explicación ante nuestros ojos. ¿Qué decir, por ejemplo, del primer dinero, que nos fue puesto en nuestros sacos? ¿Y qué del segundo, que también ahora hemos encontrado entre nuestro grano? ¿Qué podemos decir? No nos queda más que reconocer que somos culpables. El Señor, como un acreedor que viene a cobrar una deuda contraída con El, ha descubierto la culpa de tus siervos. Esclavos somos de nuestro señor, lo mismo que aquel en cuyo poder se encontró la copa.

José quiere aislar a los hermanos de Benjamín, quiere ver si aprovechan la ocasión de verse libres a costa del menor. ¿Han cambiado o son los mismos? Les responde:
-Lejos de mi obrar de tal manera. Aquel en cuyo poder se encontró la copa será mi esclavo. Los demás volverán en paz a casa de vuestro padre.
Judá no se controla y exclama:
-¡¿Cómo podemos volver en paz a nuestro padre, dejando aquí como esclavo a Benjamín?!

José (aunque Judá piense que no ha entendido a qué culpa se ha referido en su confesión) acepta la acusación del delito, que a través de complicados acontecimientos el Santo, bendito sea su Nombre, ha iluminado en la conciencia de los hermanos, y les lleva a la situación de entonces, cuando les fue tan fácil encontrar una escusa para el padre. Por ello sugiere:
-Buscad una excusa para vuestro padre, decidle que os le han robado y no tendréis más preocupaciones. Sí, decid a vuestro padre: "La soga sigue al cubo de agua".

Judá entonces se adelanta y en nombre de todos los hermanos, humilde y adulador, se dirige a José, acumulando todos los sentimientos que le puedan conmover:
-Permite a tu siervo hablar en presencia de su señor, no se enfade mi señor conmigo, pues eres como el Faraón. Mi señor interrogó a sus siervos: "¿No tenéis padre o algún hermano?" y respondimos a mi señor: "tenemos un padre anciano y un hijo pequeño que le ha nacido en la vejez; un hermano suyo murió, y sólo le queda éste de aquella mujer". Su padre le adora. Tú dijiste a tus siervos que le trajéramos para conocerle personalmente. Nosotros respondimos a mi señor: "el muchacho no puede dejar a su padre; si le deja, su padre morirá". Tú dijiste a tus siervos: "Si no baja vuestro hermano, no volveréis a verme". Cuando volvimos a casa de tu siervo, nuestro padre, le comunicamos las palabras de mi señor. Nuestro padre nos dijo: "Volved a comprarnos unos pocos víveres". Le dijimos: "No podemos bajar si no viene con nosotros nuestro hermano menor, pues si no nos acompaña, no podemos ver a aquel hombre". Nos respondió tu siervo, nuestro padre: "Sabéis que mi mujer me dio dos hijos: uno se alejó de mi y pienso que lo ha despedazado una fiera, pues no he vuelto a verle. Si arrancáis también a éste de mi presencia, daréis con mis canas, de pena, en la tumba".
Ahora bien, si vuelvo a tu siervo, mi padre, sin llevar conmigo al muchacho, morirá y tu siervo habrá dado con las canas de tu siervo, mi padre, en la tumba, de pena.
Además tu siervo ha salido fiador por el muchacho ante mi padre, jurando: "Si no te lo traigo, rompes conmigo para siempre". Ahora, pues, deja que tu siervo (¡y van once!, cuentan los sabios, bendita sea su memoria) se quede como esclavo de mi señor, en lugar del muchacho, y que él vuelva con sus hermanos.
¿Cómo puedo yo volver a mi padre sin llevar conmigo al muchacho, para contemplar la desgracia que se abatirá sobre mi padre?

Los sabios, bendita sea su memoria, sienten deseos de aplaudir al final de este discurso, transido de emoción, donde Judá ha subrayado todos los elementos emotivos que pueden impresionar al visir, asumiendo al mismo tiempo toda la responsabilidad, como había prometido a su padre. La descripción de la desesperación del padre se hace cada vez más incisiva, actuando con gran vigor sobre la esfera de los sentimientos. Es mucho más de lo que Judá puede sospechar.
El efecto que produce en el visir, en José, es tan profundo, rayando en lo insoportable, que lo conmueve y a duras penas resiste hasta el final, sin explotar en fuerte llanto.
Judá ve ahora el peligro desde la perspectiva de su padre y está dispuesto incluso a dar la vida con tal de proteger la del hermano menor. El cuadro cobra aún más vida gracias a la muda presencia de Benjamín, que asiste como víctima inocente... Y con Benjamín, la sombra de aquel otro hermano desaparecido -pero también presente ante ellos- se proyecta sobre todo el discurso, desvelándose cada vez más.
Judá ha superado la prueba, ha restablecido la hermandad. Sólo falta que José se reúna a ellos formalmente, declarándose su hermano. Con los signos que han precedido y con la conversión interna que ha producido la prueba, los hermanos están preparados para reconocerle.


Todos los ojos han estado suspendidos de las palabras de quien hablaba. Ahora, al unísono, se apartan de él, para escrutar el rostro del poderoso dignatario y ver si pueden leer algo en él. Nadie puede evitar el escalofrío, que ha dejado la última frase, en espera de una respuesta:
-¿Cómo puedo yo volver a mi padre sin llevar al muchacho, para contemplar la desgracia que se abatirá sobre mi padre?



51
Inmóvil ante el espejo de las aguas, me miro y me veo como un extraño. ¿Qué queda de mis afanes bajo el sol y la lluvia? Sopla el viento hacia el sur y gira hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve a girar. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al llegar a su fin, de allí vuelven a fluir de nuevo. No se sacia el ojo de mirar ni el oído de escuchar. Inútil intentar atrapar vientos

En la soledad de mi vejez abandonada afloran, nítidas, transparentes, como una herida de nostalgia que llevo dentro, las mismas preguntas que han revolado siempre en mi cabeza, desde la infancia. Son las preguntas para las que no hallo respuesta. Y sin respuesta, los interrogantes se transforman en barrera, que no me permite ir adelante; se me interponen como límite de mis posibilidades, trazando los confines de mi existencia.
Vivo sin paz y sin descanso, de sobresalto en sobresalto. La tensión del día vivido perdura en la noche y la amenaza del día que viene se cierne sobre mí, impidiendo o retardando el sueño. Imágenes en tumulto, deseos reprimidos, agresividad contenida desfilan inquietantes en la noche, que debía ser cobijo y reposo y que se ha convertido en campo de batalla. Inútil intentar conciliar el sueño. Mis huesos están dislocados y el alma en delirio. Necesito que alguien libere mis ansias imposibles. Pero mi timidez y miedo a la libertad no dejan que se expansionen.

Me hallo extenuado sin haber cruzado aún el Yaboc. Sobre la tierra dura, la noche se hace interminable. Volviendo el rostro hacia el cielo impasible, nada veo en él salvo el reflejo de mi desolación. En mis labios confusamente se agolpan plegarias, en una especie de delirio:

Presta oído, Dios mío, a mi oración,
no te cierres a mi súplica,
hazme caso y respóndeme,
me agitan mis ansiedades.
Me turba el grito del enemigo,
las voces del malvado.
Descargan sobre mi calamidades
y me persiguen con furor.
Se me retuercen dentro las entrañas,
me sobrecoge un pavor mortal,
me asalta el temor y el terror,
me envuelve el espanto.
¡Ah, me digo, si tuviera alas de paloma
para emprender el vuelo...!


Pero no tengo alas. Y el vértigo me ronda en las sienes, aunque sé que el Santo, bendito sea su Nombre, ha alzado un puente sobre el Yaboc, sólidamente afincado en la tierra por dos pilastras simétricas: Betel y Majanáyin.
Veo las pilastras y no siento el puente, sino el vacío, bajo mis pies. Los sueños siguen su lógica. Discurren por asociaciones de palabras o hechos, sin puentes, sin lazos de tiempo o espacio; se anudan en vuelo misterioso y clarificante al mismo tiempo.

Una araña ha tejido su tela sutil suspendida en el ángulo de la choza donde me he refugiado. El Santo, bendito sea su Nombre, y yo jugamos al escondite y nos escondemos el uno del otro. Nos perdemos por años, olvidándonos del juego, al menos yo lo he olvidado tantas veces. Pero, aunque pasen años, el juego sigue y llega el día de la sorpresa del encuentro. En mis andanzas como extranjero El se hace también itinerante y sigue mis pasos o, seguramente, es al revés, él va delante, abriendo el camino, corriendo más de prisa y sin dejarse ver. Quizá El nunca olvida el juego y sólo espera el momento y lugar por El fijado, para el encuentro. Los sabios, bendita sea su memoria, dicen que El está allí donde se le deja entrar. Y yo no siempre le he dejado entrar en mi vida. Pues como añaden los sabios, bendita sea siempre su memoria, dos actitudes le cierran la entrada a El y al cumplimiento de sus promesas: la falta de atención -mi constante olvido-, y el intento de lograrlo por la propia fuerza -mis engaños y astucias.


52
El juego empezó en Betel.

La bendición es un acto testamentario, decisivo, irrevocable. Mi padre, como en trance, me transmitió su fuerza vital, una potencia y dinamismo, que se desenvolverán a lo largo de toda mi vida. Mi futuro, con su bendición, quedó marcado. Pero la bendición la conseguí con el fraude. Y esto también me ha marcado.
La bendición del padre, normalmente, hace echar raíces, pero con la bendición arrancada a mi padre, comenzó para mí una vida que ha sido un largo caminar hacia la soledad total:
-Huye a Harán, me dijo mi madre.

Así abandoné Berseba, el amplio espacio concedido por el Santo, bendito sea su Nombre, a mi padre para crecer en él, con su pozo del Juramento, pozo de agua y paz. La tierra llega a ser madre por el agua: por la que desciende del cielo, como rocío que impregna la tierra como don de vida, o por el agua que brota de sus entrañas, como fuente fecunda. Esta hay que alumbrarla cavando, abriendo pozos de agua viva y así el hombre posee la tierra, la hace fecunda y dispuesta a recibir y multiplicar la semilla.
Así soñé mi bendición yo, que era amante de la tienda y que vivía tranquilo junto a mis padres. Pero, apenas recibida de los labios de mi padre, me encontré marchando a campo traviesa por una tierra donde no tengo parientes que me acojan a lo largo del camino, ni hallo extranjeros que me ofrezcan hospitalidad. Rico de bendiciones, voy con sólo mi bastón de acacia en la mano y el zurrón al hombro.

Me salió el sol al coronar una loma, desde la que diviso un campo de olivos en ringleras. Poco a poco, con el sol, las colinas rezuman alegría, las praderas se cubren de rebaños y los valles se visten de mieses que aclaman y cantan. Pero, a medida que avanza la mañana, el calor se hace sofocante; la higuera, con sus ramas tiernas y sus primeros brotes, me anuncian que el verano está cerca. En efecto es el mes de Siwán. Busco un arroyo donde me detengo a beber y mojar un mendrugo de pan duro, que como con unas cuantas aceitunas. ¡Quiera el Santo, bendito sea su Nombre, darme pan para comer y vestidos para cubrirme!
Prosigo el camino bordeando el mar de la Sal. Cruzo los viñedos de Engadí y me detengo, sólo un momento, en la Fuente del Cabrito, respirando en su fértil oasis la fragancia del bálsamo y el aire de sus palmeras. Al atardecer dejo el mar y me adentro en el desierto de Judea. Sigo caminando hasta que tramonta el sol. La noche me cae encima, cubriéndome de sombras y presagios. No logro conciliar el sueño en toda la noche. Con trepidación me pasan por la mente deseos, temores, nostalgias, esperanzas. Grito en mi interior, de la noche a la madrugada, la paso piando como una golondrina, gimiendo como una paloma. Me han arrancado de mi morada, como se levanta y enrolla la tienda de un pastor. Alejándome de la tierra de las promesas de mi padre y abuelo, de la tierra de la bendición de mi padre, huyendo hacia la tierra de donde salió mi abuelo para nunca regresar, ¿estoy traicionándole? ¿Estoy oponiéndome a las promesas? ¿Estoy anulando la bendición? ¿Estoy abandonando al Santo, bendito sea su Nombre, apartándome de su designio? ¿Me ha abandonado El?
Antes de rayar el alba ya estoy de nuevo en camino. A través del desierto, las dunas, siempre semejantes a sí mismas, se suceden unas a otras interminablemente. Algún burro en la distancia mordisquea un cardo alto, medio seco, y un atajo de cabras se cuelga de los espinos y arbustos empolvados de tierra caliza.
Al cabo de una colina me encuentro de espaldas al sol, que declina, y un soplo de viento frío me sacude el cuerpo, helándome en la piel el sudor de la caminata. El silencio de la noche me obliga a detenerme y buscar un lugar donde esperar el alba. La noche es clara, estrellada, pero siento el frío traspasándome los huesos, entumeciéndome las manos, colándoseme en el alma. Me alzo y sigo avanzando con lentitud por estas soledades interminables, donde sólo el instinto me sirve de guía, pues no tengo ningún punto de referencia. Voy llorando por dentro, sumido en mi pena y en el hielo de la noche hasta que veo que empieza a clarear el horizonte; van desapareciendo las estrellas, al tiempo que surgen las primeras luces del alba, tiñendo el horizonte de naranja. Con la luz recobro la calma. Lo recuerdo y es como vivirlo de nuevo.

De acampada en acampada me dirigía desde el pozo de Berseba hacia otro pozo, donde calmar mi sed. Al tercer día, con sorpresa, vi que el sol oscurecía anticipando la noche y cerrándome el paso. Me dije:
-Será bueno pernoctar aquí.

Los sabios, bendita sea su memoria, dicen: "El Santo, bendito sea su Nombre, da alcance al que huye". Es como un rey, a quien visita un viejo amigo, y dice a sus siervos: apagad los candiles y amortiguad las antorchas, que quiero hablar en privado con mi amigo. Así el Santo, bendito sea su Nombre, hizo anochecer antes de tiempo para hablar en privado con Jacob, nuestro padre.

Me metí en un almendral. Busqué una piedra y recliné sobre ella la cabeza para dormir. Vencido por el cansancio, en seguida me duermo. Y tengo un sueño: Una escala, como una rampa escalonada, apoyada en la tierra, con la cima toca el cielo. Ángeles de Dios suben y bajan por ella. El Señor está en pie sobre ella.
Es primero un sueño silencioso y mudo, pero solemne, con la suficiente claridad como para darme la certeza de haber llegado a la entrada del mundo celeste.

En el campo desolado, despoblado, descubro un lugar poblado. Despierto no lo he visto. Sólo cuando el sueño ha cerrado mis ojos, se me abren los ojos del corazón para descubrir la realidad. Cerrados los ojos al deseo de lo visible, se me abren hacia dentro, a lo invisible. De pie, apoyado en mis talones, sólo veo lo que tengo delante; acostado sobre la tierra, apoyada la cabeza en la piedra, descubro la altura del cielo. Y el lugar se me puebla de mensajeros celestes, se me llena de la presencia divina. Y yo no lo sabía. De día el Santo, bendito sea su Nombre, era invisible; de noche, cuando se pone el sol, en el sueño se me manifiesta.
He tenido que salir de mi tierra, de la casa materna y entrar en mí, penetrando en el espacio interior de los sueños, para encontrarme con El.
La escala, plantada en tierra, toca con la cabeza el cielo. Cielo y tierra unidos, como un camino transitable para los mensajeros. Escala que es el reverso de otra escala, la de Babel; ésta no ha sido construida por manos humanas, no se han usado ladrillos. No crea la dispersión, sino la unidad: Desde aquí se extenderá mi descendencia, sin perder el centro de unidad, asegurado por el vínculo con este lugar, morada del Santo, bendito sea su Nombre.

En la huida, en la aflicción, se me abre de repente un mundo superior. Mi cerebro es también una escala, por la que ascienden y descienden todas mis angustias y esperanzas y las de mi descendencia. El sueño ha venido a calmar mi afán y mis dudas y a consolarme en mi soledad y nostalgia. Entre el cielo y mis pies de peregrino hay una vía, un camino de comunicación, un entendimiento. El Santo, bendito sea su Nombre, se me presenta en una experiencia nueva, que no conocía. Es como si en casa hubiera estado confinado, con mi ser cerrado. Y El entra allí donde se le deja entrar. El camino, el dejar la casa y los padres, me ha abierto, me ha dispuesto para una relación personal con El completamente nueva.
El se me presenta como un Dios itinerante, que me acompaña en mis andanzas, allí donde tenga que ir y, prometiéndome que me hará volver a la tierra prometida, único lugar donde se realizarán las promesas. Desde lo alto de la escala me llega su voz:
-Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abraham y el Dios de Isaac. La tierra sobre la que estás acostado, te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra, y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur; y todas las naciones del mundo se llamarán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo; y te guardaré donde quieras que vayas, y te haré volver a esta tierra y no te abandonaré hasta cumplirte cuanto te he prometido.

¡Qué fecundo el desierto en su desnudez! ¡Es la descalcez del alma para que resuene la palabra sin interferencias!
He entrado en su silencio. Calla todo mi ser. Callan los sentidos y el espíritu. Todo cae en la oscuridad, en la noche callada. Y me llega la brisa suave, esa voz que no necesita palabras, que aletea en el silencio, que es presencia sentida, el aliento de vida, el respirar de la vida. Mi descenso al silencio me ha puesto en contacto con el Santo, bendito sea su Nombre. El silencio es su epifanía. El silencio es el lugar del encuentro. Cielo y tierra entrecruzados en el sube y baja simultáneo.
En esta soledad nocturna, en el umbral del sueño, aparece libre mi mejor yo, el sondeado por el Santo, bendito sea su Nombre, ese yo escondido, tranquilo y sereno, que oculto a todos y, a veces, a mí mismo, y que pugna por la libertad.
El mismo Dios de mis padres calma mis miedos, aprehensiones y dudas. Este espacio de tierra solitaria, en el campo infinito y en la noche silenciosa, se me ofrece como el centro de la tierra que un día será mía. Siento, deseo, me prometo a mí mismo, volver a ella para permanecer fiel a la misión confiada a mi abuelo y a mi padre y de la que me han hecho depositario.

La vivencia de esta noche es mucho más que un íntimo consuelo. Ha ocurrido algo real y tangible. El Santo, bendito sea su Nombre, está presente. Al despertar un terror numinoso sobrecoge mi corazón, que me hace exclamar:
-¡Qué terrible es este lugar! ¡No es sino la casa de Dios y la puerta del cielo!

Pero, ¡qué alegría despertar en la mañana! Había creído que estaba marchando solo, abandonado en un mundo desconocido, obligado a pasar la noche sobre una piedra, con temor a ser asaltado por los ladrones o las fieras... y, sin embargo, aquí se me ha aparecido el Santo, bendito sea su Nombre, y me ha confortado:
-Realmente el Señor está en este lugar, y yo no lo sabia.
El me ha tendido su mano y yo la he aceptado, tomándola, vinculándome a El:
-Si Dios está conmigo y me guarda en el camino que estoy haciendo y me da pan para comer y vestido para cubrirme, ciertamente volveré sano y salvo a casa de mi padre. El Señor será mi Dios. Y esta piedra, sobre la que he recostado mi cabeza y que me ha hecho penetrar con la vista en el cielo y que hoy levanto como estela, será una casa de Dios.
Y desde hoy este lugar no se llamará más Almendral, sino Betel, Casa de Dios.

¡Sueño misterioso, que me ha revelado la verdad de mi vida, que me ha tocado en lo hondo de mi ser y de mi destino! Su recuerdo me acompañará en Harán y hasta en mi lecho de muerte. Esta Casa y el hogar paterno tirarán de mí para hacerme volver de Harán, y de mis huesos para no quedar sepultado en el destierro.
Me sentía ligero y una voz, como un canto de agua fresca, rumoreaba en mi interior:
-Alzate, vistete de luz, que la gloria del Señor ha amanecido sobre ti.
Así, arropado de luz, como un manto, alcé los pies y proseguí la marcha sin saber a dónde me dirigía, lo que sólo resultaba insensato en apariencia, pues estaba el ángel. Yo no le veía, pero el batir de sus alas se fundía con el eco de mis pasos y los guiaba... Hoy, en esta noche, junto al Yaboc, me espera en el combate para descubrirse ante mí.


53
Pero antes está Majanáyin.

Majanáyin es la otra pilastra del puente sobre el Yaboc. Mi situación en Harán era insostenible. Y el Santo, bendito sea su Nombre, por medio de su ángel me recordó la cita pendiente en Betel. Era hora de volver. Me resonó la misma voz que puso en marcha a mi abuelo, arrancándole de la misma tierra, de la misma casa:
-Sal de tu tierra y de la casa de tu padre y ve a la tierra que te mostraré.
A mi me decía:
-Yo soy el Dios de Betel, donde ungiste una estela y me hiciste un voto. Ahora levántate, sal de esta tierra y vuelve a tu tierra nativa. Allí estaré contigo.
Me levanté, puse a los hijos y a las mujeres en los camellos y, con todas mis posesiones, me encaminé a la casa de mi padre Isaac, en tierra de Canaán.
Me reclama el Dios de Betel. Sí, pero el camino para la cita pasa por el territorio de Esaú. Mi memoria no lo olvida. Me lo repite; es peligroso, arriesgado, quizá mortal. ¿No sería mejor prolongar el destierro que la muerte? Tal vez. Pero la llamada del Dios de Betel persiste, retorna, insiste.


Siguiendo mi camino, alejado definitivamente de Labán, que desde las montañas de Galaad se ha vuelto a su lugar, me salen al encuentro los mensajeros del Santo, bendito sea su Nombre, como dos alas de un ejército, que me protegen en vanguardia y a retaguardia, como una columna de nubes entre dos campamentos.
-El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege, recitan los sabios, bendita sea su memoria.

Su aparición es absolutamente muda. Pero hoy puedo reconocerles en el silencio. No son las turbas de Esaú, que vienen contra mí, ni son las turbas de Labán, que me persiguen. Son las huestes que la presencia del Santo, bendito sea su Nombre, me manda. Acercándome a la "tierra", me estoy acercando a los ámbitos celestes. Son los mismos ángeles que subían y bajaban por la escala de Betel. Escala a la ida con ángeles y ángeles también a la vuelta.
Este lugar merece, como Betel, un nombre nuevo. Se llamará:

-Majanáyin, Campamento de Dios.



[_Principal_]     [_Aborto_]     [_Adopte_a_un_Seminarista_]     [_La Biblia_]     [_Biblioteca_]    [_Blog siempre actual_]     [_Castidad_]     [_Catequesis_]     [_Consultas_]     [_De Regreso_a_Casa_]     [_Domingos_]      [_Espiritualidad_]     [_Flash videos_]    [_Filosofía_]     [_Gráficos_Fotos_]      [_Canto Gregoriano_]     [_Homosexuales_]     [_Humor_]     [_Intercesión_]     [_Islam_]     [_Jóvenes_]     [_Lecturas _Domingos_Fiestas_]     [_Lecturas_Semanales_Tiempo_Ordinario_]     [_Lecturas_Semanales_Adv_Cuar_Pascua_]     [_Mapa_]     [_Liturgia_]     [_María nuestra Madre_]     [_Matrimonio_y_Familia_]     [_La_Santa_Misa_]     [_La_Misa_en_62_historietas_]     [_Misión_Evangelización_]     [_MSC_Misioneros del Sagrado Corazón_]     [_Neocatecumenado_]     [_Novedades_en_nuestro_Sitio_]     [_Persecuciones_]     [_Pornografía_]     [_Reparos_]    [_Gritos de PowerPoint_]     [_Sacerdocip_]     [_Los Santos de Dios_]     [_Las Sectas_]     [_Teología_]     [_Testimonios_]     [_TV_y_Medios_de_Comunicación_]     [_Textos_]     [_Vida_Religiosa_]     [_Vocación_cristiana_]     [_Videos_]     [_Glaube_deutsch_]      [_Ayúdenos_a_los_MSC_]      [_Faith_English_]     [_Utilidades_]