|
1. Aunque muchos de estos daños y provechos que voy contando en
estos generos de gozos son comunes a todos, con todo, porque
derechamente siguen al gozo y desapropio de el, aunque el gozo sea
de cualquier genero de estas seis divisiones que voy tratando, por
eso en cada una (digo) algunos daños y provechos que tambien se
hallan en la otra, por ser, como digo, anejos al gozo que anda por
todas. Mas mi principal intento es decir los (particulares) daños
y provechos que acerca de cada cosa, por el gozo o no gozo de
ella, se siguen al alma; los cuales llamo particulares, porque de
tal manera primaria e inmediatamente se causan de tal genero de
gozo, que no se causan del otro sino secundaria y mediatamente.
Ejemplo: el daño de la tibieza del espíritu, de todo y de
cualquier genero de gozo se causa directamente, y así este daño es
a todos estos seis generos general. Pero el fornicio es daño
particular, que sólo derechamente sigue al gozo de los bienes
naturales que vamos diciendo.
2. Los daños, pues, espirituales y corporales que derecha y
efectivamente se siguen al alma cuando pone el gozo en los bienes
naturales, se reducen a seis daños principales.
El primero es vanagloria, presunción, soberbia y desestima del
prójimo; porque no puede uno poner los ojos de la estimación en
una cosa que no los quite de las demás. De lo cual se sigue, por
lo menos, desestima real de las demás cosas; porque, naturalmente,
poniendo la estimación en una cosa, se recoge el corazón de las
demás cosas en aquella que estima, y de este desprecio real es muy
fácil caer en el intencional y voluntario de algunas cosas de
esotras, en particular o en general, no sólo en el corazón, sino
mostrándolo con la lengua, diciendo: tal o tal cosa, tal o tal
persona no es como tal o tal.
El segundo daño es que mueve el sentido a complacencia y deleite
sensual y lujuria.
El tercer daño es hacer caer en adulación y alabanzas vanas, en
que hay engaño y vanidad, como dice Isaías (3, 12), diciendo:
Pueblo mío, el que te alaba te engaña. Y la razón es porque,
aunque algunas veces dicen verdad alabando gracias y hermosura,
todavía por maravilla deja de ir allí envuelto algún daño, o
haciendo caer al otro en vana complacencia y gozo, y llevando allí
sus afectos e intenciones imperfectas.
El cuarto daño es general, porque se embota mucho la razón y el
sentido del espíritu tambien como en el gozo de los bienes
temporales, y aun en cierta manera mucho más; porque como los
bienes naturales son más conjuntos al hombre que los temporales,
con más eficacia y presteza hace el gozo de los tales impresión y
huella en el sentido y más frecuentemente le embelesa. Y así, la
razón y juicio no quedan libres, sino anublados con aquella
afección de gozo muy conjunto.
Y de aquí nace el quinto daño, que es distracción de la mente en
criaturas.
Y de aquí nace y se sigue la tibieza y flojedad de espíritu, que
es el sexto daño, tambien general, que suele llegar a tanto, que
tenga tedio grande y tristeza en las cosas de Dios, hasta venirlas
a aborrecer.
Pierdese en este gozo infaliblemente el espíritu puro, por lo
menos al principio; porque si algún espíritu se siente, será muy
sensible y grosero, poco espiritual y poco interior y recogido,
consistiendo más en gusto sensitivo que en fuerza de espíritu.
Porque, pues el espíritu está tan bajo y flaco, que así no apaga
el hábito del tal gozo (porque, para no tener el espíritu puro,
basta tener este hábito imperfecto, aunque, cuando se ofrezca, no
consienta en los actos del gozo), más debe vivir, en cierta
manera, en la flaqueza del sentido que en la fuerza del espíritu;
si no, en la fortaleza y perfección que tuviere en las ocasiones
lo verá. Aunque no niego que puede haber muchas virtudes con
hartas imperfecciones; mas con estos gozos no apagados, no puro ni
sabroso espíritu interior, porque reina la carne, que milita
contra el espíritu (Gl. 5, 17), y aunque no sienta daño el
espíritu, por lo menos se le causa ocultamente distracción.
3. Pero, volviendo a hablar en aquel segundo daño, que contiene en
sí daños innumerables, aunque no se pueden comprehender con la
pluma ni significar con palabras, no es oscuro ni oculto hasta
dónde llegue y cuánta sea esta desventura nacida del gozo puesto
en las gracias y hermosura natural, pues que cada día por esta
causa se ven tantas muertes de hombres, tantas honras perdidas,
tantos insultos hechos, tantas haciendas disipadas, tantas
emulaciones y contiendas, tantos adulterios, estupros y fornicios
cometidos y tantos santos caídos en el suelo, que se comparen a la
tercera parte de las estrellas del cielo derribadas con la cola de
aquella serpiente en la tierra (Ap. 12, 4); el oro fino, perdido
su primor y lustre, en el cieno; y los ínclitos y nobles de Sión,
que se vestían de oro primo, estimados en vasos de barro
quebrados, hechos tiestos (Lm. 4, 12).
4. ¿Hasta dónde no llega la ponzoña de este daño? ¿Y quien no bebe
o poco o mucho de este cáliz dorado de la mujer babilónica del
Apocalipsis (17, 4)? Que (en sentarse ella sobre aquella gran
bestia, que tenía siete cabezas y diez coronas, da a entender que
apenas hay alto ni bajo, ni santo ni pecador que no de a beber de
su vino, sujetando en algo su corazón, pues, como allí se dice de
ella (17, 2), fueron embriagados todos los reyes de la tierra del
vino de su prostitución. Y a todos los estados coge, hasta el
supremo e ínclito del santuario y divino sacerdocio, asentando su
abominable vaso, como dice Daniel (9, 27) en el lugar santo;
apenas dejando fuerte que poco o mucho no le de a beber del vino
de este cáliz, que es este vano gozo. Que, por eso, dice que
"todos los reyes de la tierra fueron embriagados de este vino",
pues tan pocos se hallarán que, por santos que hayan sido, no les
haya embelesado y trastornado algo esta bebida del gozo y gusto de
la hermosura y gracias naturales.
5. Donde es de notar el decir que se embriagaron; porque, por poco
que se beba del vino de este gozo, luego al punto se ase al
corazón, y embelesa y hace el daño de oscurecer la razón, como a
los asidos del vino. Y es de manera que, si luego no se toma
alguna triaca contra este veneno con que se eche fuera presto,
peligro corre la vida del alma. Porque, tomando fuerzas la
flaqueza espiritual, le traerá a tanto mal que, como Sansón (Ju.
16, 19), sacados los ojos de su vista y cortados los cabellos de
su primera fortaleza, se verá moler en las atahonas, cautivo entre
sus enemigos, y despues, por ventura, morir la segunda muerte,
como el con ellos; causándole todos estos daños la bebida de este
gozo espiritualmente, como a el corporalmente se los causó y causa
hoy a muchos; y despues le vengan a decir sus enemigos, no sin
grande confusión suya: ¿Eres tú el que rompías los lazos doblados,
desquijarrabas los leones, matabas los mil filisteos y arrancabas
los postigos, y te librabas de todos tus enemigos?
6. Concluyamos, pues, poniendo el documento necesario contra esta
ponzoña, y sea: luego que el corazón se sienta mover de este vano
gozo de bienes naturales, se acuerde cuán vana cosa es gozarse de
otra que de servir a Dios y cuán peligrosa y perniciosa;
considerando cuánto daño fue para los ángeles gozarse y
complacerse de su hermosura y bienes naturales, pues por esto
cayeron en los abismos feos, y cuántos males siguen a los hombres
cada día por esa misma vanidad; y por eso se animen con tiempo a
tomar el remedio que dice el poeta a los que comienzan a
aficionarse a lo tal: Date priesa ahora al principio a poner
remedio; porque cuando los males han tenido tiempo de crecer en el
corazón, tarde viene el remedio y la medicina. No mires al vino,
dice el Sabio (Pv. 23, 3132), cuando su color está rubicundo y
resplandece en el vidrio; entra blandamente, y (al fin) muerde
como culebra y derrama venenos como el regulo.
|
|