IV. Estación: Jesus encuentra a su Madre
La
Madre. María se encuentra con su Hijo en el camino de la cruz. La cruz de Él
es su cruz, la humillación de Él es la suya, suyo el oprobio público de
Jesús. Es el orden humano de las cosas. Así deben sentirlo los que la rodean
y así lo capta su corazón: «... y una espada atravesará tu alma» (Lc 2, 35).
Las palabras pronunciadas cuando Jesús tenía cuarenta días se cumplen en
este momento. Alcanzan ahora su plenitud total. Y María avanza, traspasada
por esta invisible espada, hacia el Calvario de su Hijo, hacia su propio
Calvario. La devoción cristiana la ve con esta espada clavada en su corazón,
y así la representa en pinturas y esculturas. ¡Madre Dolorosa!
«¡Oh tú que has padecido junto con Él!», repiten los fieles, íntimamente
convencidos de que así justamente debe expresarse el misterio de este
sufrimiento. Aunque este dolor le pertenezca y le afecte en lo más profundo
de su maternidad, sin embargo, la verdad plena de este sufrimiento se
expresa con la palabra «com-pasión». También ella pertenece al mismo
misterio: expresa en cierto modo la unidad con el sufrimiento del Hijo.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.