VIII. Estación: Jesús y las mujeres de Jerusalén
Es
la llamada al arrepentimiento, al verdadero arrepentimiento, al pesar, en la
verdad del mal cometido. Jesús dice a las hijas de Jerusalén que lloren a su
vista: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotras mismas y por
vuestros hijos» (Lc 23, 28). No podemos quedarnos en la superficie del mal,
hay que llegar a su raíz, a las causas, a la más honda verdad de la
conciencia.
Esto es justamente lo que quiere darnos a entender Jesús cargado con la
cruz, que desde siempre «conocía lo que en el hombre había» (Jn 2, 25) y
siempre lo conoce. Por esto Él debe ser en todo momento el más cercano
testigo de nuestros actos y de los juicios que sobre ellos hacemos en
nuestra conciencia. Quizá nos haga comprender incluso que estos juicios
deben ser ponderados, razonables, objetivos –dice: «No lloréis»–; pero, al
mismo tiempo, ligados a todo cuanto esta verdad contiene: nos lo advierte
porque es El el que lleva la cruz.
Señor, ¡dame saber vivir y andar en la verdad!
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.