Palabras del Padre Eterno en presencia de toda la Corte celestial, quejándose de la opresión y calamidades espirituales que padece la Iglesia.
REVELACIÓN 16

Oyéndolo todo el ejército del cielo, hablaba el Eterno Padre, y decía: Me quejo delante de vosotros de que desposé mi Hija con un hombre que la trata muy mal, y le sujeta los pies en un cepo, hasta que se le secan y quedan estenuados. Respondió el Hijo: Esa es, Padre mío, la que yo redimí con mi sangre, y la recibí por esposa, pero ahora tratan de arrebatármela violentamente. Enseguida dijo la santísima Virgen: Vos, Padre Eterno, sois mi Dios y mi Señor, y traje en mis entrañas a vuestro bendito Hijo, que es verdadero Hijo vuestro y verdadero Hijo mío. Mientras viví en el mundo hice vuestra voluntad; hacedme merced de apiadaros de vuestra hija. Después decían los ángeles: Vos sois nuestro bien, y no necesitamos otro que a vos. Cuando nació vuestra hija la Iglesia, todos nos alegramos, y ahora con razón podríamos entristecernos porque la vemos en manos de quien tan vil y afrentosamente la trata. Compadeceos de ella por vuestra gran misericordia, pues es mucha su miseria, y no hay quien la consuele ni la libre, sino vos, Señor Dios omipotente. Entonces le respondió el Padre al Hijo: Tu queja es la mía, tus palabras y obras son propias mías. Tú estás en mí, y yo en ti inseparablemente; hágase tu voluntad. A la Virgen nuestra Señora le dijo: Porque nada me negaste en la tierra, nada tampoco te negaré en el cielo, y se llevará a cabo tu voluntad. También les dijo a los ángeles: Vosotros sois mis amigos; y en mi corazón arde la llama de vuestra caridad. Por vuestros ruegos tendré misericordia de mi hija.