Alabanzas dadas a Dios omnipotente por los coros celestiales, contestación del Señor, y quejas que tiene su Majestad del hombre.
REVELACIÓN 18

Todos los ángeles, oyéndolos santa Brígida, comenzaron a alabar a Dios diciendo: Désete todo honor y alabanza, Señor Dios nuestro, que eres fuerte y has de ser para siempre sin fin. Nosotros somos tus siervos y te honramos: lo primero, porque nos creaste, para que contigo nos gozásemos; y nos diste una luz que no se puede declarar, para que siempre estuviésemos alegres; lo segundo, porque con tu suma bondad y firmeza criastes todas las cosas, y todas se mantienen, están a tu volundad y permanecen en tu palabra: lo tercero, te alabamos porque creastes al hombre, y por él encarnastes, de lo cual nos resulta grande alegría, y de ver a tu castísima Madre, que mereció traer en su vientre al que los cielos no pueden contener ni abarcar. Por tanto, loada sea tu gloria, y bendición sobre todas las cosas te sea dada a causa de la dignidad angélica, a que con tanto honor nos sublimaste; loada sea tu perpetua eternidad y estabilidad sobre todas las cosas que hay y puede haber estables; loada sea tu caridad por el hombre que criastes. Tú solo, Señor, eres digno de ser temido por vuestro infinito poder: tú solo eres digno de ser deseado por tu infinita caridad: tú solo digno de ser amado por tu estabilidad. Désete, pues, alabanza sin fin y continuamente por los siglos de los siglos. Amén.
Entonces respondió el Señor a sus ángeles y les dijo: Vosotros me ensalzáis por todas las criaturas, pero decidme: ¿por qué me alabáis por el hombre, cuando éste me ha provocado a ira más que todas las criaturas? Pues lo crié más excelente que todas las demás criaturas inferiores, por ninguna he padecido tantas ignominias como por él, ni a ninguna he redimido tan a mi costa como al hombre, y en cambio de esto ¿qué criatura no mantiene su puesto, a no ser el hombre? Pero él me es más molesto que todas las demás. Porque como os crié a vosotros para que me alabaseis y ensalzaseis, también hice al hombre para que me honrase. Dile un cuerpo que le sirviese de templo espiritual, y puse en él un alma hermosa, casi como un ángel, porque el alma del hombre tiene casi la virtud y fortaleza angélica; en el cual templo estaba yo, su Dios y Criador, para que el hombre gozase y se deleitase conmigo. Le hice también de su propia costilla otro templo semejante a éste.

Todo este honor menospreció el hombre, cuando dió gusto al diablo y deseaba mayor honor del que yo le había dado. Consumada la desobediencia, vino sobre ellos un ángel, y se avergonzaron de estar desnudos; sintieron la concupiscencia de la carne, y padecieron hambre y sed. Carecieron también de mi, que mientras me tuvieron consigo, no sintieron hambre, ni desnudez, ni deleite carnal, porque yo solo les era todó el deleite, dulzura y bien que ellos podían desear. Y viéndose ufano el demonio de haberlos hecho caer, movido yo a compasión, no los abandoné, sino que tuve con ellos tres suertes de misericordia; porque los vesti, les di el pan de la tierra, y en cuanto a la lujuria que el diablo había sembrado en ellos por la desobediencia, puse otra semilla más poderosa en sus almas, que fué mi gracia, y cuanto el demonio les sugirió para el mal, todo se lo convertí en bien, para que les fuese de provecho. Mostréles, después, la manera de vivir y de servirme, y les permití que se unieran, porque llenos de temor, antes de mi indicación y permiso, de todo se recelaban. Igualmente después de haber sido muerto Abel, como lo llorasen mucho tiempo y guardaran abstinencia, movido yo a compasión, los consolé, y volvieron a tener hijos, de cuya descendencia, yo, el mismo Criador de ellos, les prometí que había de nacer.

Y viendo cuán desenfrenadamente pecaban los hijos de Adán y cuánto crecía su malicia, los castigué y mostré mi justicia con los pecadores; pero con los justos y escogidos usé de misericordias y ensalcélos, porque guardaron mis mandamientos y creyeron mis promesas.
Acercándose el tiempo en que había de usar de mi gran misericordia, envié a Moisés, y con él obré grandes maravillas, porque libré mi pueblo como se lo tenía prometido; sustentelo con maná, los guié en su camino por el desierto con una columna de fuego que también les servía de nube para defensa del sol, diles ley y Profetas que les dijesen mis secretos y cosas que habían de suceder.

Después de haber hecho todo esto, siendo yo el mismo Creador, escogí una Vírgen engendrada de padre y madre, y tomé carne de sus entrañas, y nací de ella sin pecado; porque así como los hijos que nacieran de Adán si éste no hubiera pecado, hubieran sido concebidos sin deleite de pecado, engendrados por sólo el amor divino y con el amor recíproco de sus padres, así también quise yo nacer de madre Virgen, aunque de un modo más perfectísimo, esto es, sin junta de varón, y sin mancilla de la virginidad de mi madre.

Hecho ya hombre y quedándome verdadero Dios, cumplí la ley y todas las escrituras, según de mí estaba profetizado. Di una ley nueva, porque la antigua era áspera y dura, y solamente figura de lo que había de sucederla después. En la ley antigua lícito era a los hombres tener muchas mujeres, porque no les faltasen hijos o no se unisesen con los gentiles; pero en la ley nueva mando que el marido tenga una sola mujer, y viviendo ella no puede tener otra. Por tanto, los que por amor divino con temor y reverencia se juntan en matrimonio por sólo tener hijos, son un templo espiritual en el que habito yo de muy buena gana. Pero los hombres de estos tiempos, se casan por siete razones. Lo primero, por el atractivo natural; lo segundo, por las riquezas; lo tercero, por la sensualidad; lo cuarto, para tener reuniones y festines; lo quinto, para engalanarse y aderezarse con soberbia; lo sexto, para tener hijos y sucesores a quienes dar su hacienda y linaje, mas no para criarlos para Dios ni en las buenas costumbres, y lo septimo, para seguir sus apetitos desordenados.
Estos vienen a casarse a mi Iglesia con un pensamiento bien contrario a mi voluntad, sin importarles nada de mí, con tal de cumplir con el mundo; pues si ellos se casaran conforme a mi voluntad, poniendo la suya en mis manos con humildad y temor, yo me holgara de sus bodas y hahitara con ellos. Pero en vez de poner mi amor en su corazón, han puesto la lujuria, y así no están casados con mi bendición y beneplácito. Desde la puerta de la iglesia van al altar, donde se les dice que han de ser un mismo corazón y una misma alma; pero entonces huye de ellos mi corazón, porque no perciben el sabor de mi carne, ni tienen el calor de mi corazón, sino un calor de poca dura, y un sabor de carne asquerosa que ha de ser sustento de gusanos. Y así estos tales, se vienen a juntar sin el vínculo y unión de Dios Padre, sin la caridad del Hijo y sin los consuelos del Espíritu Santo. Con todo, si se convirtiesen, tendrían abiertas las puertas de mi misericordia. Y aun por mi mucha caridad envió un alma a lo que ellos engendran, criada por mi poder, y a veces concedo que de malos padres nazcan buenos hijos, aunque lo ordinario es, que los malos padres tengan malos hijos, porque siguen en cuanto pueden las pisadas y pecados de sus padres, y hasta se aventajarían a ellos en ser malos, si yo se lo permitiera. Tal matrimonio no verá nunca mi rostro, a no ser que se arrepintiese; porque no hay ningún pecado tan grave que no se borre con la penitencia.
Paso ahora a hablarte del matrimonio espiritual, cual corresponde que Dios contraiga con un cuerpo casto y con un alma casta. En él otros siete bienes, contrarios a los siete males anteriores; porque primeramente, en éste no se busca forma alguna o hermosura corporal, ni ver cosas agradables, sino solamente el amor y vista de Dios; segundo, no se buscan riquezas ni superfluidades, sino un mediano pasar; tercero, se evitan las palabras ociosas y chocarreras; cuarto, no tienen empeño en ver amigos ni parientes, sino yo solo soy su amor y deseo; quinto, desean y buscan la humildad interiormente en la conciencia, y exteriormente en el vestido; sexto, tienen firme propósito de ser siempre puros y castos; séptimo, engendran para Dios hijos é hijas con su buena conversación y buen ejemplo, y con la predicación de las palabras espirituales.

Estos que se casan espiritualmente conmigo, se presentan a las puertas de mi Iglesia cuando guardan inviolablemente su fe, en la que prometen ser míos y yo de ellos. Llegan a mi altar y se deleitan espiritualmente con mi cuerpo y con mi sangre, y están resueltos a ser un corazón, una carne y de una misma voluntad conmigo; y yo, verdadero Dios y hombre, poderoso en el cielo y en la tierra, soy gustoso en habitar con ellos, y en llenar su corazón.

Aquellos que por lujuria se casaron, son peores que jumentos, pues su principio y fin es la lujuria. Pero estos otros que espiritualmente se juntan conmigo, su principio y fin es amarme, temerme, obedecerme y agradarme en todo. A aquellos los incita el espíritu maligno a deleites de carne hedionda; pero a estos mi espíritu los incita a un amor y caridad mía fervorosa, que nunca les faltará. Yo soy Dios uno, trino en personas, uno en sustancia con el Padre y con el Espíritu Santo; y como es imposible que el Padre se aparte del Hijo, ni el Espíritu Santo del Padre ni del Hijo, y como es imposible que el calor se aparte del fuego, así también es imposible que éstos, que espiritualmente se han desposado conmigo, se aparten de mí, porque estoy siempre con ellos; y como mi cuerpo fué una vez muerto y no lo puede ser ya más, así estos nunca morirán para mí, pues ellos con fe recta y pura, y con voluntad perfecta y resignada se han incorporado a mí, y ora estén sentados, ora anden, siempre estoy con ellos.