Terrible juicio y espantosa condenación de un alma.
REVELACIÓN 20

Vió una vez santa Brígida a Jesucristo enojado y que decía: Yo soy el que tiene su ser por sí mismo sin principio y sin fin; en mí no hay mudanza ni pasan por mí días; siempre todo el tiempo que ha habido y ha de haber en el mundo, es para mí una hora o un momento. Quien a mí me ve, ve en mí todas las cosas y las entiende como en un punto. Mas porque tú, esposa mía, vives en ese cuerpo mortal y no puedes percibir y conocer las cosas como si fueras puro espíritu, quiero que sepas un acto de mi justicia. Estando yo sentado en mi tribunal para juzgar, porque todo juicio me corresponde, vino uno que había de ser juzgado, y mi Padre Eterno le dijo: ¡Ay de ti! más te valiera no haber nacido. No porque a mi Padre le pesase de haberlo creado, sino mostrando dolerse de él. Yo le dije: Hombre, derramé mi sangre por ti, no hubo pena ni amargura que no sufriese por ti, y tú no has querido sufrir ninguna. El Espíritu Santo dijo: Yo he procurado hallar entrada en tu corazón y reblandecerlo con el fuego de mi amor, pero lo tienes frío como el hielo y duro como una piedra, y así no hay nada mío en ti.

Advierte, esposa mía, que estas tres voces, aunque fueron tres, no son de tres Dioses, sino que, para que tú lo entiendas, es necesario decírtelo de este modo. Luego las tres voces a una dijeron: No se te da el reino de los cielos. La Madre de misericordia calló, porque el reo no era digno de que con él se usase, y todos los santos a una voz clama ban diciendo: Justicia divina es que sea desterrado para siempre de tu reino y gozo eterno. Los que estaban en el purgatorio dijeron: Las penas que aquí hay son muy pequeñas para castigar tus pecados; otras mayores te aguardan, y así te verás apartado de nosotros. Luego el mismo reo dijo con un grito horrible: ¡Desdichada la materia de que fuí formado en el vientre de mi madre! Por segunda vez gritaba: Maldita sea la hora en que se reunió mi alma con mi cuerpo, y maldito sea el que me dió cuerpo y alma. Por tercera vez gritaba: Maldita sea la hora en que salí vivo del vientre de mi madre. Y luego oyó tres horribles voces del infierno que le dijeron: Ven con nosotros, alma maldita, con la furia que va un río de metal; ven a la muerte perpetua, que es una vida desventurada y sin fin. Segunda vez le dijeron: Ven, alma maldita, vacía de todo bien, a participar de nuestra malicia; pues ninguno de nosotros dejará de darte parte de su maldad y tormento. Por tercera vez le decían: Ven, alma maldita, pesada como las piedras que siempre se van a lo hondo, sin encontrar nunca donde descansar; así tú bajarás a mayor profundidad que nosotros, de manera que no has de parar hasta que llegues a lo profundo del abismo.

Y el Señor dijo a santa Brígida: Yo soy como un hombre que tiene muchas esposas, que al ver que una de ellas le ha sido infiel, la deja, y vuelto a las otras que le son fieles, se alegra con ellas y les da el parabién: así yo aparté de esta desventurada alma mi rostro y mi misericordia, me volví a mis fieles siervos, y me huelgo con ellos. Por tanto, habiendo tú oído la caída y la desventura de éste, sírveme por lo mismo con mayor sinceridad, porque he usado contigo de mayor misericordia. Huye del mundo y de sus malos deseos. Por ventura, ¿admití yo una Pasión tan acerba y amarga por la gloria del mundo o porque no pude consumarla más pronto y más facilmente? Muy bien pude hacerlo, pero la justicia divina así lo exigiá, y como en todos sus miembros el hombre había de pecar, así yo tambien había de satisfacer padeciendo en todos los de mi cuerpo. Por esto, compadeciéndose del hombre la Divinidad, amó tan entrañablemente a una Virgen, que tomó de ella la humanidad, para que en esta misma humanidad satisfaciese a Dios toda la peña a que el hombre estaba obligado. De consiguiente, si por caridad pagué yo tus penas, vive como mis siervos en verdadera humildad, de modo que de nada te avergüences, ni temas sino a mí. Guarda tu boca con la firme resolución de que no habías de hablar palabra, si no fuera esa mi voluntad; no te entristezcan las cosas temporales que son caducas, pues yo puedo enriquecer o empobrecer a los que quiera. Por tanto, esposa mía, pon en mí toda tu esperanza.