Tres cosas tuve, dice la Virgen a santa Brígida, con las cuales agradé a mi Hijo. Tuve, primeramente, tal humildad, que ninguna criatura, ni ángel ni hombre, hubo más humilde que yo; segundo, tuve obediencia, porque procuré obedecer a mi Hijo en todas las cosas, y tercero, tuve amor. Por esto me honró mi Hijo de tres maneras. Primeramente, fuí ensalzada más que todos los ángeles y los hombres, de tal suerte, que no hay virtud alguna en Dios, que en algún modo no resplandezca en mí, aunque el Señor sea la fuente y el Creador de todas las cosas, y yo su criatura, a quien llenó de su gracia más que a todas las otras. En segundo lugar, por la obediencia alcancé tan alto poder, que no hay pecador por grande que sea, que si acude a mí con propósito de la enmienda y con corazón contrito, no consiga el perdón.
Finalmente, a causa de mi amor está Dios tan cercano a mí, que quien ve a Dios me ve a mí, y el que me ve, puede ver en mí como en un espejo la Divinidad y la Humanidad, y a mí en Dios. Todo el que ve a Dios, ve en él tres personas, y cualquiera que me ve a mí, ve como tres personas. Porque la Divinidad me encerró en sí con mi alma y con mi cuerpo, y me llenó de toda virtud, de modo que no hay virtud en Dios, que en su modo no resplandezca en mí, aunque el mismo Dios es Padre y dador de todas las virtudes. Porque a la manera que dos cuerpos unidos entre sí, lo que el uno recibe lo recibe también el otro, así hizo Dios conmigo; pues no hay dulzura y suavidad de virtudes, que no se encuentre en mí. Mi alma y mi cuerpo son más puros que el sol y más limpios que un espejo. Por consiguiente, a la manera que en un espejo se verían tres personas si estuviesen presentes, así en mi pureza pueden verse el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, porque tuve en mis entrañas al Hijo juntamente con la Divinidad. Ahora se le ve a él en mí con la Divinidad y Humanidad como en un espejo, porque estoy glorificada.
Tú, esposa de mi Hijo, procura seguir mi humildad, y nada ames sino a mi Hijo.
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