Divinísimas virtudes de que nos dió ejemplo el Salvador de su Pasión, y cuán poco debe prometerse el que no lo imita en ellas.
REVELACIÓN 29

Tres cosas tuve en mi Pasión, dice Jesucristo a la Santa: Tuve fe en que mi padre era poderoso para librarme, y con ella me arrodillé a pedírselo: tuve esperanza, cuando con tanta constancia esperaba y decía: No como yo quiero; y tuve amor cuando decía: Hagase tu voluntad. Sufrí también angustias en el cuerpo por el temor natural de la Pasión, cuando sudé sangre; y para que mis amigos no temiesen estar abandonados en las tribulaciones, les manifesté en mí, que la carne flaca siempre huye de los trabajos.

Y porque deseas saber cómo sudé sangre, te digo que como la sangre del enfermo se seca en todas las venas y se consume, así con el dolor natural de la muerte se consumía mi sangre.

Queriendo, finalmente, mi Padre mostrar el camino por el cual había de abrirse las puertas del cielo para dar entrada al hombre que de él estaba excluido, me entregó por amor a la Pasión, a fin de que, consumada ésta, fuese mi cuerpo glorificado en la gloria; porque según lo decretado, mi humanidad no debía ir a la gloria sin padecer, aunque hubiera podido hacerlo con el poder de mi divinidad. Así pues, ¿cómo han de entrar en mi gloria los que tienen poca fe, vana esperanza y ninguna caridad? Si creyeran que hay gozos eternos y penas horribles y sin fin, no amaran otra cosa que a mí: si creyeran que todo lo veo, lo sé y lo puedo, y que de todo he de pedir estrecha cuenta, les sería despreciable el mundo, y temerían más pecar delante de mí por temor a mi presencia que por la de los hombres. Si tuvieran firme esperanza, toda su alma y pensamiento los emplearan en pensar en mí. Si tuvieran caridad divina, recapacitarían, al menos una vez lo que por ellos hice, cuánto trabajé por enseñarles y predicarles el Evangelio, cuán grandes dolores padecí en mi Pasión y cuán grande amor les tuve en mi muerte; pues antes quise morir que dejarlos.

Pero tienen una fe flaca y enferma, que está dudosa y amenazando desaparecer. Así pasa que, cuando no se les ofrecen tentaciones y tribulaciones, creen; pero cuando éstas se presentan, vacilan y desconfían de mí. Su esperanza es vana, porque esperan que se les ha de perdonar el pecado sin justicia y sin la formalidad del juicio; confían alcanzar el cielo de balde, y desean obtener misericordia sin ninguna mezcla de justicia. La caridad que me tienen es fría, porque nunca se mueven a buscarme, a no ser forzados por las tribulaciones. ¿Cómo puedo manifestar mi ardiente amor a estos que ni tienen fe recta, ni firme esperanza, ni fervorosa caridad conmigo? Por tanto, cuando clamaren a mí y me dijeren: Tened misericordia de nosotros, Dios mío, no merecen ser oídos ni entrar en mi gloria, porque no quieren acompañar a su Señor en la Pasion, y por consiguiente, tampoco lo acompañarán en la gloria. Ningún soldado puede agradar a su señor ni reconciliarse con él después de haberle faltado, a no ser que se humille por el desacato que con él usó.