Muchos se maravillan, hija mía, de que con tanta familiaridad hablo contigo. Pero hágolo para que sea más conocida mi humildad tratando con pecadores, porque así como el corazón se alegra cuando recibe salud alguna parte del cuerpo que antes estaba enferma, así también me alegro yo, cuando con humildad verdadera un pecador se convierte y enmienda; y a éste lo recibo en cualquier tiempo sin atender a lo mucho que ha pecado, sino a la intención y voluntad con que se convierte.
Todos me llaman Madre de misericordia, y a la verdad lo soy, porque la misericordia de mi Hijo me hizo misericordiosa y me enseñó a ser compasiva. Así, pues, será miserable el que pudiendo no se llega a esta misericordia. Pero tú, hija mía, ven y acógete bajo mi manto, que aunque por fuera parece humilde, interiormente es provechoso, porque te defenderá del aire tempestuoso, te resguardará del extremado frío, y te protegerá contra las lluviosas nubes. Este manto es mi humildad, que a los amadores del mundo les parece muy despreciable y de poca estimación para ser imitada. ¿Qué hay más despreciable que ser llamada fatua, y no incomodarse ni contestar? ¿Qué hay menos estimado que el dejar todas las cosas necesitando de todas? ¿Qué hay más doloroso para los mundanos que el disimular y el creerse y tenerse por más indigna y ruin que todos los demás? Tal, hija mía, era mi humildad, este era mi gozo y esta toda mi voluntad, la cual solamente pensaba en agradar a mi Hijo.
En verdad te digo que la consideración de mi humildad es como un buen manto que abriga a los que lo llevan; no a los que lo llevan en el pensamiento, sino a los que se cubren con él. Así, tampoco la consideración de mi humildad es de bastante provecho, sino a los que la imitan y ponen por obra según sus fuerzas. Viste, hija, según puedas este manto de la humildad, y no los que se ponen las mujeres del mundo, en los cuales por de fuera todo es vanidad y soberbia, e interiormente no son de provecho alguno. Huye por completo del uso de semejantes vestidos, porque si primero no te es vilipendioso el amor del mundo, si no traes una continua memoria de la misericordia de Dios para contigo, y de tu ingratitud para con él, si no pensares en lo que has hecho y en lo que haces, y en el castigo que por esto mereces, no podrás vestir el manto de mi humildad. ¿Por qué me humillaba yo tanto, y por qué merecí tan abundante gracia, sino porque pensé y estuve convencida de que yo no era ni tenía nada por mí misma? Y así, jamás procuré mi alabanza, sino la del sólo Dador y Criador de todas las cosas.
Acógete, hija mía, a este manto de mi humildad, y tente por más pecadora que todos cuantos hay; pues aunque veas que algunos son malos, no sabes con qué intención y conocimiento hacen sus obras, si por flaqueza o de propósito; y así no te tengas por mejor que otros, ni en tu conciencia juzgues a nadie.
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