Los honores por sí no dañan al alma, cuando se subordinan a la gloria y voluntad de Dios.
REVELACIÓN 28

San Pablo, hija mía, dice la Virgen, dijo delante de aquel príncipe que prendió a san Pedro, que él era sabio, y de san Pedro dijo que era verdadero pobre. Y no pecó en esto san Pablo, porque sus palabras eran para honra de Dios y no para alabanza propia. Lo mismo acontece con los que aman las palabras de Dios y desean propagarlas; porque si no pueden tener cabida con los señores, a no ser que lleven las vestiduras competentes, no pecan poniéndoselas, con tal que en su voluntad y en su corazón no estimen más las vestiduras recamadas de oro y pedrería, que sus antiguos vestidos comunes, pues al fin todo lo que hay precioso aquí abajo no es más que polvo y tierra.