Continúa la materia de la revelación anterior sobre el purgatorio.
REVELACIÓN 7

Aquella alma, dice el ángel a santa Brígida, que viste y oíste sentenciar, está en la más grave pena del purgatorio. Y esto lo ha ordenado Dios así, porque presumía mucho de discreto e inteligente en cosas de mundo y de su cuerpo; pero de las espirituales y de su alma no hacía caso, porque estaba muy olvidado de lo que debía a Dios y lo menospreciaba. Por eso su alma padece el ardor del fuego y tiembla de frío; las tinieblas la tienen ciega, y la horrible vista de los demonios temerosa, y la vocería y clamoreo de los demonios la tienen sorda, interiormente padece hambre y sed, y exteriormente se halla vestida de confusión y vergüenza. Pero después que murió le ha concedido Dios una merced, y es que no la atormenten ni toquen los demonios, porque solo la honra de Dios perdonó graves injurias a sus mayores enemigos, e hizo amistades con uno cuya enemistad era de muerte.
Todo el bien que hizo y todo lo que prometió y dió de los bienes bien adquiridos, y principalmente las oraciones de los amigos de Dios, disminuyen y alivian su pena, según está determinado por la justicia de Dios. Pero en cuanto a lo que dió de los otros bienes no bien adquiridos, aprovecha en particular a los que justamente los poseían antes, o les aprovecha en su cuerpo, si son dignos de ello, según la disposición de Dios.