Es terminación de las dos anteriores, sobre el mismo asunto.
REVELACIÓN 8

Ya has oído, le dice el ángel a santa Brígida, cómo por los ruegos de los amigos de Dios tuvo antes de morir aquella alma contrición de sus pecados, nacida del amor de Dios, la cual contrición la libró del infierno. Así, pues, la justicia de Dios lo sentenció a que ardiese en el purgatorio por seis períodos de tiempo, como los que él había vivido, desde que a sabiendas cometió el primer pecado mortal hasta el momento en que por amor de Dios se arrepintió con fruto, a no ser que recibiese auxilio del mundo y de los amigos de Dios.

El primer período se comprende aquel en que no amó a Dios por su divina pasíon y muerte, y por las muchas tribulaciones que el Señor sufrió solamente por la salud de las almas. El segundo es el que no amó su alma como debería hacerlo un cristiano, ni daba gracias a Dios por haber recibido el bautismo, y porque no era judío ni pagano. El tercero abrazó aquel en que sabiendo bien lo que Dios había mandado, tuvo poco deseo de hacerlo. El cuarto aquel en que sabía bien lo que Dios había prohibido a los que quisiesen ir al cielo, atrevidamente hizo eso mismo que le estaba vedado, dejándose llevar de su afecto carnal y desoyendo la voz de su conciencia. El quinto fué aquel en que no usó de la gracia que se le ofrecía, ni de la confesión, como pertenecía a su estado, teniendo tanto tiempo para ello. Y el sexto comprende aquel en que recibía con poca frecuencia el cuerpo de Jesucristo por no dejar de pecar, ni tuvo caridad al recibirlo sino al final de su vida.
Vió luego santa Brígida un hombre modesto con vestiduras blancas y resplandecientes a modo de sacerdote, ceñido con una faja de lino y con una estola encarnada al cuello y por debajo de los brazos, el cual le dijo a santa Brígida: Tú, que esto estás viendo, advierte y retén en la memoria lo que ves y oyes. Vosotros los que en el mundo vivís, no podéis entender el poder de Dios y sus eternos decretos como nosotros que estamos con él, porque las cosas que ante Dios se hacen un solo momento, ante vosotros no pueden comprenderse sino con muchas palabras y semejanzas según el orden del mundo.

Yo soy uno de aquellos a quienes este hombre sentenciado al purgatorio ayudó en vida con sus limosnas. Y así me ha concedido Dios por su amor que si alguno quisiere hacer lo que yo le dijere, ese pondría esta alma en lugar mucho menos penoso, donde tuviera su verdadera forma y no sintiese ninguna pena, sino la que padeciera el que hubiese tenido una enfermedad mortal y no sintiese ya dolor alguno y estuviese como un hombre sin fuerzas, y sin embargo se alegrase porque sabía muy de positivo que había de llegar a la vida eterna. Y lo que se ha de hacer es, que como le oíste aquellos cinco clamores y ayes, se hagan por él cinco cosas que lo consuelen.
El primer ¡ay! fué de lo poco que había amado a Dios, y para remedio de éste se den de limosna treinta cálices, en los que se ofrezca la sangre de Jesucristo y se honre más a Dios.

El segundo ¡ay! fué de que temió poco a Dios, y para remedio de éste se busquen treinta devotos sacerdotes que digan cada uno treinta misas, y todos rueguen con mucho fervor por el alma de este hombre, poderoso un día en la tierra, a fin de que se aplaque la ira de Dios, y su justicia se incline a la misericordia.
El tercer ¡ay! y su pena es por la soberbia y codicia. Para éste lávense los pies a treinta pobres con mucha humildad, y dénle limosna de dinero, comida y vestido, y rueguen ellos y el que se los lava a nuestro Señor, que por su humildad y pasión perdone a esta alma su soberbia y codicia.
El cuarto ¡ay! fué por la sensualidad de su carne, y para éste, el que dotase una doncella y una viuda en un monasterio, y casase una joven, dándoles lo suficiente para su matrimonio, alcanzará que Dios perdone a esa alma el pecado que en la carne había cometido. Porque esos son tres estados de vida que Dios eligió y mandó que hubiese en el mundo.
El quinto ¡ay! es porque cometió bastantes pecados, poniendo en tribulación a muchos, como el que cometió cifrando todo su empeño en que se casaran esos dos ya referidos, no pudiendo por ser parientes; pero hizo se verificase este casamiento, más por su capricho que por el bien del reino, y se llevó a cabo sin licencia del Papa, contra la loable disposición de la santa Iglesia. Con este motivo fueron atormentados y martirizados muchos, porque no querían pasar por tal casamiento, que era contra Dios, contra su santa Iglesia y contra las costumbres de los cristianos.

Si alguno quiere borrar ese pecado, ha de ir al Papa y decirle: Cierta persona, sin expresar su nombre, cometió tal pecado, pero al final de su vida se arrepintió, mas no había hecho satisfacción por él. Imponedme a mí la penitencia que queráis y que pueda yo tolerar, porque me hallo dispuesto a enmendar por él este pecado. Y aunque no le dé en penitencia más que un Pater Noster, le aprovechará a esa alma para disminuir su pena en el purgatorio.