Estaba santa Brígida haciendo oración por un anciano sacerdote ermitaño, amigo suyo, que acababa de morir, y había tenido un vida ejemplar, llena de grandes virtudes, y ya estaba puesto en la iglesia en un féretro para enterrarlo.
Hallándose en esta oración se le aparació a la Santa la Virgen María y le dijo: Sabras, hija mía, que el alma de este ermitaño amigo tuyo, hubiera entrado en el cielo al punto de salir del cuerpo, a no ser porque en el instante de su muerte no tuvo deseo de presentarse a la presencia de Dios y de verlo. Y por esta razón se halla detenido en el purgatorio del deseo, donde no hay ninguna pena, sino solamente el deseo de llegar a ver a Dios. Con todo, antes que sea sepultado su cuerpo, su alma entrará en la gloria.
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