TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN: SEGUNDA PARTE - EL CULTO DE MARIA EN LA IGLESIA
San Luis María Grignion de Montfort
CAPITULO I
FUNDAMENTOS TEOLOGICOS DEL CULTO A MARIA
60. Acabo de exponer brevemente que la devoción a la Santísima Virgen nos es
necesaria. Es preciso decir ahora en qué consiste. Lo haré, Dios mediante,
después de clarificar algunas verdades fundamentales que iluminarán la
maravillosa y sólida devoción que quiero dar a conocer.
1. JESUCRISTO, FIN ULTIMO DEL CULTO A MARIA
61. Primera verdad. El fin último de toda devoción debe ser Jesucristo,
Salvador del mundo, verdadero Dios y verdadero hombre 1. De lo contrario,
tendríamos una devoción falsa y engañosa.
Jesucristo es el alfa y la omega, el principio y el fin (Ap 1,8;21,6) de
todas las cosas. La meta de nuestro ministerio -escribe San Pablo- es
construir el cuerpo de Cristo; hasta que todos, sin excepción, alcancemos la
edad realmente la plenitud total de la divinidad (Col 2,9) y todas las demás
plenitudes de gracia, virtud y perfección. Sólo en Cristo hemos sido
bendecidos con toda bendición del Espíritu (Ef 1,3).
Porque El es el único Maestro que debe enseñarnos,
el único Señor de quien debemos depender,
la única Cabeza a la que debemos estar unidos,
el único Modelo a quien debemos asemejarnos,
el único Médico que debe curarnos,
el único Pastor que debe apacentarnos,
el único Camino que debe conducirnos,
la única Verdad que debemos creer,
la única Vida que debe vivificarnos
y el único Todo que en todo debe bastarnos.
Bajo el cielo, no tenemos los hombres otro diferente de él al que debamos
invocar para salvarnos (Hch 4,12). Dios no nos ha dado otro fundamento de
salvación, perfección y gloria que Jesucristo. Todo edificio que no esté
construido sobre esta roca firme, se apoya en arena movediza, y se
derrumbará infaliblemente tarde o temprano.
Quien no esté unido a Cristo como el sarmiento a la vid, caerá, se secará y
lo echarán al fuego (ver Jn 15,6). En cambio, si permanecemos en Jesucristo,
y Jesucristo en nosotros, no pesa ya sobre nosotros condenación alguna: ni
los ángeles del cielo, ni los hombres de la tierra, ni los demonios del
infierno, ni creatura alguna podrá hacernos daño, porque nadie podrá
separarnos de la caridad de Dios presente en Cristo Jesús (ver Rm 8,39).
Por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo lo podemos todo: tributar al
Padre en la unidad del Espíritu Santo todo honor y gloria; hacernos
perfectos y ser olor de vida eterna para nuestro prójimo.
62. Por tanto, si establecemos la sólida devoción a la Santísima Virgen, es
sólo para establecer más perfectamente la de Jesucristo y ofrecer un medio
fácil y seguro para encontrar al Señor 2. Si la devoción a la Santísima
Virgen apartase de Jesucristo, habría que rechazarla como ilusión diabólica.
Pero - como ya lo he demostrado 3 e insistiré en ello más adelante 4-,
sucede todo lo contrario. Esta devoción nos es necesaria para hallar
perfectamente a Jesucristo, amarlo con ternura y servirlo con fidelidad.
63. Me dirijo a ti por un momento, amabilísimo Jesús mío, para quejarme
amorosamente ante su divina Majestad de que la mayor parte de los
cristianos, aun los más instruidos, ignoran la unión necesaria que existe
entre ti y tu Madre santísima. Tú, Señor, estás siempre con María, y María
está siempre contigo y no puede existir sin ti; de lo contrario, dejaría de
ser lo que es. María está de tal manera transformada en ti por la gracia,
que Ella ya no vive ni es nada; sólo tú, Jesús mío, vives y reinas en Ella
más perfectamente que en todos los ángeles y santos.
¡Ah! ¡Si se conociera la gloria y el amor que recibes en esta creatura
admirable, se tendrían hacia ti y hacia Ella sentimientos muy diferentes de
los que ahora se tienen! Ella se halla tan íntimamente unida a ti, que sería
más fácil separar la luz del sol, el calor del fuego; más aún, sería más
fácil separar de ti a todos los ángeles y santos que a la divina María,
porque Ella te ama más ardientemente y te glorifica con mayor perfección que
todas las demás creaturas juntas.
64. ¿No será, pues, extraño y lamentable, amable Maestro mío, el ver la
ignorancia y oscuridad de todos los hombres respecto a tu santísima Madre?
No hablo tanto de los idólatras y paganos: no conociéndote a ti, tampoco a
Ella la conocen.
Tampoco hablo de los herejes y cismáticos: separados de ti y de tu Iglesia,
no se preocupan de ser devotos de tu Madre. Hablo, sí, de los católicos, y
aun de los doctores entre los católicos; ellos hacen profesión de enseñar a
otros la verdad, pero no te conocen ni a ti ni a tu Madre santísima sino de
manera especulativa, árida, estéril e indiferente. Estos caballeros hablan
sólo rara vez de tu santísima Madre y del culto que se le debe. Tienen
miedo, según dicen, a que se deslice algún abuso y se te haga injuria al
honrarla a Ella demasiado. Si ven u oyen a algún devoto de María hablar con
frecuencia de la devoción hacia esta Madre amantísima, con acento filial,
eficaz y persuasivo, como de un medio sólido y sin ilusiones, de un camino
corto y sin peligros, de una senda inmaculada y sin imperfecciones y de un
secreto maravilloso 5 para encontrarte y amarte debidamente, gritan en
seguida contra él, esgrimiendo mil argumentos falsos para probarle que no
hay que hablar tanto de la Virgen, que hay grandes abusos en esta devoción y
es preciso dedicarse a destruirlos, que es mejor hablar de ti en vez de
llevar a las gentes a la devoción a la Santísima Virgen, a quien ya aman lo
suficiente.
Si alguna vez se les oye hablar de la devoción a tu santísima Madre, no es,
sin embargo, para fundamentarla o inculcarla, sino para destruir sus
posibles abusos. Mientras carecen de piedad y devoción tierna para contigo,
porque no la tienen para con María. Consideran el rosario, el escapulario,
la corona (cinco misterios), como devociones propias de mujercillas y
personas ignorantes, que poco importan para la salvación. De suerte que, si
cae en sus manos algún devoto de la Santísima Virgen que reza el rosario o
practica alguna devoción en su honor, no tardan en cambiarle el espíritu y
el corazón, y le aconsejan que, en lugar del rosario, rece los siete salmos
penitenciales, y, en vez de la devoción a la Santísima Virgen, le exhortan a
la devoción a Jesucristo.
¡Jesús mío amabilísimo! ¿Tienen éstos tu espíritu? ¿Te es grata su conducta?
¿Te agrada quien, por temor a desagradarte, no se esfuerza por honrar a tu
Madre? ¿Es la devoción a tu santísima Madre obstáculo a la tuya? ¿Forma Ella
bando aparte? ¿Es, por ventura, una extraña, que nada tiene que ver contigo?
¿Quien le agrada a Ella, te desagrada a ti? Consagrarse a Ella y amarla,
¿será separarse o alejarse de ti?
65. ¡Maestro amabilísimo! Sin embargo, si cuanto acabo de decir fuera
verdad, la mayoría de los sabios -justo castigo de su soberbia- no se
alejarían más que ahora de la devoción a tu santísima Madre ni mostrarían
para con Ella mayor indiferencia de la que ostentan.
¡Guárdame, Señor! ¡Guárdame de sus sentimientos y de su conducta! Dame
participar en los sentimientos de gratitud, estima, respeto y amor que
tienes para con tu santísima Madre, a fin de que pueda amarte y glorificarte
tanto más perfectamente cuanto más te imite y siga de cerca.
66. Y, como si no hubiera dicho nada en honor de tu santísima Madre,
concédeme la gracia de alabarla dignamente, a pesar de todos sus enemigos
-que son los tuyos-, y gritarles a voz en cuello con todos los santos: "No
espere alcanzar misericordia de Dios quien ofenda a su Madre bendita" 6.
67. Para alcanzar de tu misericordia una verdadera devoción hacia tu
santísima Madre y difundir esta devoción por toda la tierra, concédeme
amarte ardientemente, y acepta para ello la súplica inflamada que te dirijo
con San Agustín y tus verdaderos amigos.
Tú eres, ¡oh Cristo!,
mi Padre santo, mi Dios misericordioso,
mi rey poderoso, mi buen pastor, mi único maestro, mi mejor ayuda,
mi amado hermosísimo, mi pan vivo, mi sacerdote por la eternidad,
mi guía hacia la patria, mi luz verdadera, mi dulzura santa,
mi camino recto, mi Sabiduría preclara,
mi humilde simplicidad, mi concordia pacífica,
mi protección total, mi rica heredad,
mi salvación eterna...
¡Cristo Jesús, Señor amabilísimo!
¿Por qué habré deseado durante la vida
algo fuera de ti, mi Jesús y mi Dios?
¿Dónde me hallaba cuando no pensaba en ti?
Anhelos todos de mi corazón,
inflámense y desbórdense desde ahora
hacia el Señor Jesús;
corran que mucho se han retrasado;
apresúrense hacia la meta,
busquen al que buscan.
¡Oh Jesús! ¡Anatema el que no te ama!
¡Reboce de amargura quien no te quiera!
¡Dulce Jesús!
¡Que todo buen corazón dispuesto a la alabanza
te ame, se deleite en ti, se admire ante ti!
¡Dios de mi corazón!
¡Herencia mía, Cristo Jesús!
Vive, Señor, en mi;
enciéndase en mi pecho
la viva llama de tu amor, acrézcase en incendio;
arda siempre en el altar de mi corazón,
queme en mis entrañas,
incendie lo íntimo de mi alma,
y que en el día de mi muerte
comparezca yo del todo perfecto en tu presencia. Amén 7.
He querido transcribir esta maravillosa plegaria de San Agustín para que,
repitiéndola todos los días, pidas el amor de Jesucristo, ese amor que
estamos buscando por medio de la excelsa María.
2. PERTENECEMOS A JESUS Y A MARIA
68. Segunda verdad. De lo que Jesucristo es para nosotros, debemos concluir,
con el Apóstol (1Cor 3,23; 6,19-20; 12,27), que ya no nos pertenecemos a
nosotros mismos, sino que somos totalmente suyos, como sus miembros y
esclavos, comprados con el precio infinito de toda su sangre (1Pe 1,19).
Efectivamente, antes del bautismo pertenecíamos al demonio como esclavos
suyos. El bautismo nos ha convertido en verdaderos esclavos de Jesucristo 8,
que no debemos ya vivir, trabajar ni morir sino a fin de fructificar para
este Dios-Hombre (Rm 7,4), glorificarlo en nuestro cuerpo y hacerlo reinar
en nuestra alma, porque somos su conquista, su pueblo adquirido y su propia
herencia (1Pe 2,9).
Por la misma razón, el Espíritu Santo nos compara a: 1. árboles plantados
junto a la corriente de las aguas de la gracia, en el campo de la Iglesia,
que deben dar fruto en tiempo oportuno (Sl 1,3); 2. los sarmientos de una
vid, cuya cepa es Cristo, y que deben producir sabrosas uvas (Jn 15,5); 3.
un rebaño, cuyo pastor es Jesucristo, y que debe multiplicarse y producir
leche (Jn 10,1ss); 4. una tierra fértil, cuyo agricultor es Dios, y en la
cual se multiplica la semilla, y produce el treinta, el sesenta, el ciento
por uno (Mt 13,3.8). Por otra parte, Jesucristo maldijo a la higuera
infructuosa (Mt 21,19) y condenó al siervo inútil, que no hizo fructificar
su talento (Mt 25,24-30).
Todo esto nos demuestra que Jesucristo quiere recoger algún fruto de
nuestras pobres personas, a saber, nuestras buenas obras, porque éstas le
pertenecen exclusivamente: creados, mediante Cristo Jesús, para hacer el
bien (Ef 2,10). Estas palabras del Espíritu Santo demuestran que Jesucristo
es el único principio y debe ser también el único fin de nuestras buenas
obras, y que debemos servirle no sólo como asalariados, sino como esclavos
de amor. Me explico.
69. Hay, en este mundo, dos modos de pertenecer a otro y depender de su
autoridad: el simple servicio y la esclavitud. De donde proceden los
apelativos de criado y esclavo.
Por el servicio, común entre los cristianos, uno se compromete a servir a
otro durante cierto tiempo y por determinado salario o retribución. Por la
esclavitud, en cambio, uno depende de otro enteramente, por toda la vida, y
debe servir al amo sin pretender salario ni recompensa alguna, como si fuera
uno de sus animales, sobre los que tiene derecho de vida y muerte.
70. Hay tres clases de esclavitud: natural, forzada y voluntaria.
Todas las criaturas son esclavas de Dios según el primer modo: Del Señor es
la tierra y cuanto la llena (Sl 24 [23],1).
Conforme al segundo, lo son los demonios y condenados. Según el tercero, los
justos y los santos.
La esclavitud voluntaria es la más perfecta y gloriosa para Dios, que
escruta el corazón (1Sam 16,7), nos lo pide para sí y se llama Dios del
corazón (Sl 73 [72],26) o de la voluntad amorosa. Efectivamente, por esta
esclavitud -voluntariamente asumida-, optas por Dios y por su servicio sin
que te importe todo lo demás, aunque no estuvieses obligado a ello por
naturaleza.
71. Hay una diferencia total entre criado y esclavo 9:
1. El criado no entrega a su patrón todo lo que es, todo lo que posee ni
todo lo que puede adquirir por sí mismo o por otro; el esclavo se entrega
totalmente a su amo, con todo lo que posee y puede adquirir, sin excepción
alguna.
2. El criado exige retribución por los servicios que presta a su patrón; el
esclavo, por el contrario, no puede exigir nada, por más asiduidad,
habilidad y energía que ponga en el trabajo.
3. El criado puede abandonar a su patrón cuando quiera o, al menos, cuando
expire el plazo del contrato; mientras que el esclavo no tiene derecho de
abandonar a su amo cuando quiera.
4. El patrón no tiene sobre el criado derecho alguno de vida o muerte, de
modo que, si lo matase como a uno de sus animales de carga, cometería un
homicidio; el amo, en cambio -conforme a la ley-, tiene sobre su esclavo
derecho de vida y muerte, de modo que puede venderlo a quien quiera o
matarlo -perdóname la comparación-, como haría con su propio caballo.
5. Por último, el criado está al servicio del patrón sólo temporalmente; el
esclavo lo está para siempre.
72. Nada hay entre los hombres que te haga pertenecer más a otro que la
esclavitud. Nada hay tampoco entre los cristianos que nos haga pertenecer
más completamente a Jesucristo y a su santísima Madre que la esclavitud
aceptada voluntariamente, a ejemplo de Jesucristo, que por nuestro amor tomó
forma de esclavo (Flp 2,7), y de la Santísima Virgen, que se proclamó
servidora y esclava del Señor (Lc 1,38). El Apóstol se honra de llamarse
servidor de Jesucristo (Rm 1,38; ver 1Cor 7,22; 2Tim 2,24.. Los cristianos
son llamados repetidas veces en la Sagrada Escritura servidores de Cristo.
Palabra que -como hace notar acertadamente un escritor insigne- equivalía
antes a esclavo, porque entonces no se conocían servidores como los criados
de ahora, dado que los señores sólo eran servidos por esclavos o libertos.
Para afirmar abiertamente que somos esclavos de Jesucristo, el Catecismo del
concilio de Trento se sirve de un término que no deja lugar a dudas,
llamándonos mancipia Christi: esclavos de Cristo 10.
73. Afirmo que debemos pertenecer a Jesucristo y servirle no sólo como
mercenarios, sino como esclavos de amor, que, por efecto de un intenso amor,
se entregan y consagran a su servicio en calidad de esclavos por el único
honor de pertenecerle. Antes del bautismo éramos esclavos del diablo. El
bautismo nos transformó en esclavos de Jesucristo (Ver Rm 6,22). Es
necesario, pues, que los cristianos sean esclavos del diablo o de
Jesucristo.
74. Lo que digo en términos absolutos de Jesucristo, lo digo,
proporcionalmente, de la Santísima Virgen. Habiéndola escogido Jesucristo
por compañera inseparable de su vida, muerte, gloria y poder en el cielo y
en la tierra, le otorgó, gratuitamente -respecto de su Majestad- todos los
derechos y privilegios que El posee por naturaleza: "Todo lo que conviene a
Dios por naturaleza, conviene a María por gracia" 11, dicen los santos. De
suerte que, según ellos, teniendo los dos el mismo querer y poder, tienen
también los mismos servidores y esclavos.
75. Podemos, pues -conforme al parecer de los santos y de muchos varones
insignes-, llamarnos y hacernos esclavos de amor de la Santísima Virgen, a
fin de serlo más perfectamente de Jesucristo. La Virgen santísima es el
medio del cual se sirvió el Señor para venir a nosotros. Es también el medio
del cual debemos servirnos para ir a El. Pues María no es como las demás
creaturas, que, si nos apegamos a ellas, pueden separarnos de Dios en lugar
de acercarnos a El. La tendencia más fuerte de María es la de unirnos a
Jesucristo 12, su Hijo, y la más viva tendencia del Hijo es que vayamos a El
por medio de su santísima Madre. Obrar así es honrarlo y agradarle, como
sería honrar y agradar a un rey el hacerse esclavo de la reina para ser
mejores súbditos y esclavos del soberano. Por esto, los Santos Padres y
luego San Buenaventura dicen que la Santísima Virgen es el camino para
llegar a Nuestro Señor.
76. Más aún, si -como he dicho- la Santísima Virgen es la Reina y Soberana
del cielo y de la tierra: "Al poder de Dios todo está sometido, incluida la
Virgen; al poder de la Virgen todo está sometido, incluido Dios", dicen San
Anselmo, San Bernardo, San Bernardino, San Buenaventura, ¿por qué no ha de
tener tantos súbditos y esclavos como creaturas hay? Y ¿no será razonable
que, entre tantos esclavos por fuerza, los haya también de amor, que escojan
libremente a María como Soberana? ¡Pues qué! ¿Han de tener los hombres y los
demonios sus esclavos voluntarios y no los ha de tener María? ¡Y qué! ¿Un
rey se siente honrado de que la reina, su consorte, tenga esclavos sobre los
cuales puede ejercer derechos de vida y muerte -en efecto, el honor y poder
del uno son el honor y poder de la otra-, y el Señor, como el mejor de los
hijos, llevará a mal que María, su Madre santísima, con quien ha compartido
todo su poder, tenga también sus esclavos? ¿Tendrá El menos respeto y amor
para con su Madre que Asuero para con Ester, y Salomón para con Betsabé?
(Est 5,2-8; 1Re 2,19) ¿Quién osará decirlo o siquiera pensarlo?
77. Pero ¿adónde me lleva la pluma? ¿Por qué detenerme a probar lo que es
evidente? Si alguno no quiere que nos llamemos esclavos de la Santísima
Virgen, ¿qué más da? ¡Hacerte y llamarte esclavo de Jesucristo es hacerte y
proclamarte esclavo de la Santísima Virgen! Porque Jesucristo es el fruto y
gloria de María.
Todo esto se realiza de modo perfecto con la devoción de que te voy a
hablar.
3. DEBEMOS REVESTIRNOS DEL HOMBRE NUEVO, JESUCRISTO
78. Tercera verdad. Nuestras mejores acciones quedan, de ordinario,
manchadas e infectadas a causa de las malas inclinaciones que hay en
nosotros.
Cuando se vierte agua limpia y clara en una vasija que huele mal, o vino en
una garrafa maleada por otro vino, el agua clara y el buen vino se dañan y
toman fácilmente el mal olor. Del mismo modo, cuando Dios vierte en nuestra
alma, infectada por el pecado original y actual, sus gracias y rocíos
celestiales o el vino delicioso de su amor, sus bienes se deterioran y dañan
ordinariamente a causa de la levadura de malas inclinaciones que el pecado
ha dejado en nosotros. Y nuestras acciones, aun las inspiradas por las
virtudes más sublimes, se resienten de ello 13.
Es, por tanto, de suma importancia para alcanzar la perfección -que sólo se
adquiere por la unión con Jesucristo 14- liberarnos de lo malo que hay en
nosotros. De lo contrario, Nuestro Señor, que es infinitamente santo y
detesta la menor mancha en el alma, nos rechazará de su presencia y no se
unirá a nosotros.
79. Para vaciarnos de nosotros mismos15 , debemos, en primer lugar, conocer
bien, con la luz del Espíritu Santo, nuestras malas inclinaciones, nuestra
incapacidad para todo bien concerniente a la salvación, nuestra debilidad en
todo, nuestra continua inconstancia, nuestra indignidad para toda gracia y
nuestra iniquidad en todo lugar.
El pecado de nuestro primer padre nos perjudicó a todos casi totalmente; nos
dejó agriados, engreídos e infectados como la levadura agría, levanta e
infecta toda la masa en que se la pone. Nuestros pecados actuales, mortales
o veniales, aunque estén perdonados, han acrecentado la concupiscencia,
debilidad, inconstancia y corrupción naturales y dejado huellas de maldad en
nosotros. Nuestros cuerpos se hallan tan corrompidos que el Espíritu Santo
los llama cuerpos de pecado (Rm 6,6), concebidos en pecado (Sl 51 [50],7),
alimentados en el pecado y capaces de todo pecado. Cuerpos sujetos a mil
enfermedades, que de día en día se corrompen y no engendran sino corrupción.
Nuestra alma, unida al cuerpo, se ha hecho tan carnal, que la Biblia la
llama carne: Toda carne se había corrompido en su proceder (Gn 6,12) 16.
Tenemos por única herencia el orgullo y la ceguera en el espíritu, el
endurecimiento en el corazón, la debilidad y la inconstancia en el alma, la
concupiscencia, las pasiones rebeldes y las enfermedades en el cuerpo.
Somos, por naturaleza, más soberbios que los pavos reales, más apegados a la
tierra que los sapos, más viles que los machos cabríos, más envidiosos que
las serpiente, más glotones que los cerdos, más coléricos que los tigres,
más perezosos que las tortugas, más débiles que las cañas y más inconstantes
que las veletas. En el fondo no tenemos sino la nada y el pecado, y sólo
merecemos la ira divina y la condenación eterna 17.
80. Siendo ello así, ¿por qué maravillarnos de que Nuestro Señor haya dicho
que quien quiera seguirle debe renunciarse a sí mismo y odiar su propia
vida? (Mt 16,24; Mc 8,34-35) ¿Y que el que ama su alma la perderá y quien la
odia la salvará? (Jn 12,25). Esta infinita Sabiduría -que no da
prescripciones sin motivo- no nos ordena el odio a nosotros mismos sino
porque somos extremadamente dignos de odio; nada tan digno de amor como
Dios, nada tan digno de odio como nosotros mismos.
81. En segundo lugar, para vaciarnos de nosotros mismos debemos morir todos
los días a nuestro egoísmo, es decir, renunciar a las operaciones de las
potencias del alma y de los sentidos, ver como si no viéramos, oír como si
no oyéramos, servirnos de las cosas de este mundo como si no nos sirviéramos
de ellas (ver 1Cor 7,30-31). Es lo que San Pablo llama morir cada día (1Cor
15,31). Si el grano de trigo cae en tierra y no muere, queda infecundo (Jn
12,24), se vuelve tierra y no produce buen fruto. Si no morimos a nosotros
mismos y si nuestras devociones más santas no nos llevan a esta muerte
necesaria y fecunda, no produciremos fruto que valga la pena y nuestras
devociones serán inútiles; todas nuestras obras de virtud quedarán manchadas
por el egoísmo y la voluntad propia; Dios rechazará los mayores sacrificios
y las mejores acciones que ejecutemos; a la hora de la muerte, nos
encontraremos con las manos vacías de virtudes y méritos y no tendremos ni
una chispa de ese amor puro que sólo se comunica a quienes han muerto a sí
mismos, y cuya vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3,3).
82. En tercer lugar, debemos escoger entre las devociones a la Santísima
Virgen la que nos lleva más perfectamente a dicha muerte al egoísmo, por ser
la mejor y más santificadora. Porque no hay que creer que es oro todo lo que
brilla, ni miel todo lo dulce, ni el camino más fácil y lo que practica la
mayoría es lo más eficaz para la salvación. Así como hay secretos naturales
para hacer en poco tiempo, con pocos gastos y gran facilidad ciertas
operaciones naturales, también hay secretos en el orden de la gracia para
realizar en poco tiempo, con dulzura y facilidad, operaciones
sobrenaturales: liberarte del egoísmo, llenarte de Dios y hacerte perfecto.
La práctica que quiero descubrirte es uno de esos secretos de la gracia
ignorado por gran número de cristianos, conocido de pocos devotos,
practicado y saboreado por un número aún menor. Expongamos la cuarta verdad
-consecuencia de la tercera- antes de abordar dicha práctica 18.
4. LA ACCION MATERNAL DE MARIA
FACILITA EL ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO
83. Cuarta verdad. Es más perfecto, porque es más humilde, no acercarnos a
Dios por nosotros mismos, sino acudir a un mediador. Estando tan corrompida
nuestra naturaleza -como acabo de demostrar-, si nos apoyamos en nuestros
propios esfuerzos, habilidad y preparación para llegar hasta Dios y
agradarle, ciertamente nuestras obras de justificación quedarán manchadas o
pesarán muy poco delante de Dios para comprometerlo a unirse a nosotros y
escucharnos.
Porque no sin razón nos ha dado Dios mediadores 19 ante sí mismo. Vio
nuestra indignidad e incapacidad, se apiadó de nosotros, y, para darnos
acceso a sus misericordias, nos proveyó de poderosos mediadores ante su
grandeza. Por tanto, despreocuparte de tales mediadores y acercarte
directamente a la santidad divina sin recomendación alguna es faltar a la
humildad y al respecto debido a un Dios tan excelso y santo, es hacer menos
caso de ese Rey de reyes del que harías de un soberano o príncipe de la
tierra, a quien no te acercarías sin un amigo que hable por ti 20.
84. Jesucristo es nuestro abogado y mediador de redención ante el Padre. Por
El debemos orar junto con la Iglesia triunfante y militante. Por El tenemos
acceso ante la Majestad divina, y sólo apoyados en El y revestidos de sus
méritos debemos presentarnos ante el Padre, así como el humilde Jacob
compareció ante su padre Isaac, para recibir la bendición, cubierto con
pieles de cabrito.
85. Pero ¿no necesitamos, acaso, un mediador ante el mismo Mediador?
¿Bastará nuestra pureza a unirnos a El directamente y por nosotros mismos?
¿No es El, acaso, Dios igual en todo a su Padre, y, por consiguiente, el
Santo de los santos, tan digno de respeto como su Padre? Si por amor
infinito se hizo nuestro fiador y mediador ante el Padre para aplacarlo y
pagarle nuestra deuda, ¿será esto razón para que tengamos menos respeto para
con su majestad y santidad?
Digamos, pues, abiertamente, con San Bernardo, que necesitamos un mediador
ante el Mediador mismo y que la excelsa María es la más capaz de cumplir
este oficio caritativo. Por Ella vino Jesucristo a nosotros, y por Ella
debemos nosotros ir a El.
Si tememos ir directamente a Jesucristo-Dios a causa de su infinita grandeza
y de nuestra pequeñez o pecados, imploremos con filial osadía la ayuda e
intercesión de María, nuestra Madre. Ella es tierna y bondadosa. En Ella no
hay nada austero o repulsivo ni excesivamente sublime o deslumbrante. Al
verla, vemos nuestra propia naturaleza. No es el sol, que con la viveza de
sus rayos podría deslumbrarnos a causa de nuestra debilidad. Es hermosa y
apacible como la luna (Ct 6,10), que recibe la luz del sol para acomodarla a
la debilidad de nuestra vista.
María es tan caritativa que no rechaza ninguno de los que imploran su
intercesión, por más pecador que sea, pues -como dicen los santos- jamás se
ha oído decir que alguien haya acudido confiada y perseverantemente a Ella y
haya sido rechazado. Ella es tan poderosa que sus peticiones jamás han sido
desoídas. Bástale presentarse ante su Hijo con alguna súplica para que El la
acepte y reciba y se deje siempre vencer amorosamente por los pechos, las
entrañas y las súplicas de su Madre queridísima.
86. Esta es doctrina sacada de los escritos de San Bernardo y San
Buenaventura. Según ellos, para llegar a Dios tenemos que subir tres
escalones: el primero, más cercano y adaptado a nuestras posibilidades, es
María 21; el segundo es Jesucristo y el tercero es Dios Padre. Para llegar a
Jesucristo hay que ir a María, nuestra Mediadora de intercesión. Para llegar
al Padre hay que ir al Hijo, nuestro Mediador de redención 22. Este es
precisamente el orden que se observa en la forma de devoción de la que
hablaré más adelante.
5. LLEVAMOS EL TESORO DE LA GRACIA EN VASIJAS DE ARCILLA
87. Quinta verdad. Es muy difícil, dada nuestra pequeñez y fragilidad,
conservar las gracias y tesoros de Dios, porque:
1. Llevamos este tesoro, más valioso que el cielo y la tierra, en vasijas de
arcilla (2Cor 4,7), en un cuerpo corruptible, en un alma débil e inconstante
que por nada se turba y abate.
88. 2. Los demonios, ladrones muy astutos, quieren sorprendernos de
improviso para robarnos y desvalijarnos. Espían día y noche el momento
favorable para ello. Nos rodean incesantemente para devorarnos (ver 1Pe 5,8)
y arrebatarnos en un momento -por un solo pecado- todas las gracias y
méritos logrados en muchos años. Su malicia, su pericia, su astucia y número
deben hacernos temer infinitamente esta desgracia, ya que personas más
llenas de gracia, más ricas en virtudes, más experimentadas y elevadas en
santidad que nosotros han sido sorprendidas, robadas y saqueadas
lastimosamente. ¡Ah! ¡Cuántos cedros del Líbano y estrellas del firmamento
cayeron miserablemente y perdieron en poco tiempo su elevación y claridad!
Y ¿cuál es la causa? No fue falta de gracia. Que Dios a nadie la niega. Sino
¡falta de humildad! Se consideraron capaces de conservar sus tesoros. Se
fiaron de sí mismos y se apoyaron en sus propias fuerzas. Creyeron bastante
segura su casa y suficientemente fuertes sus cofres para guardar el precioso
tesoro de la gracia, y por este apoyo imperceptible en sí mismos -aunque les
parecía que se apoyaban solamente en la gracia de Dios-, el Señor, que es la
justicia misma, abandonándolos a sí mismos, permitió que fueran saqueados.
¡Ay! Si hubieran conocido la devoción admirable que a continuación voy a
exponer, habrían confiado su tesoro a una Virgen fiel y poderosa, y Ella lo
habría guardado como si fuera propio, y hasta se habría comprometido a ello
en justicia.
89. 3. Es difícil perseverar en gracia, a causa de la increíble corrupción
del mundo. Corrupción tal que es prácticamente imposible que los corazones
no se manchen, si no con su lodo, al menos con su polvo 23. Hasta el punto
de que es una especie de milagro el que una persona se conserve en medio de
este torrente impetuoso sin ser arrastrado por él, en medio de este mar
tempestuoso sin anegarse o ser saqueada por los piratas y corsarios, en
medio de esta atmósfera viciada sin contagiarse.
Sólo la Virgen fiel, contra quien nada pudo la serpiente, hace este milagro
en favor de aquellos que la sirven lo mejor que pueden.
NOTAS:
1 El mensaje del P. de Montfort es auténticamente
cristocéntrico.
2 Ver MC 25; LG 66.
3 Ver 24.31-33.50.
4 VD 75.83-86.120.152-168...
5 P. de Montfort gusta mucho del término
"secreto"
6 Guillermo de París.
7 La oración está entresacada de diferentes obras
de san Agustín.
8 "... Nosotros, los cristianos, más que ningún
otro debemos entregarnos y consagrarnos como esclavos al Redentor, Señor
nuestro" (Catecismo del Concilio de Trento, I, c.3, n. 12).
9 Montfort quiere decir que nuestra dependencia
de Dios y nuestra pertenencia a El son absolutas.
10 Ver VD 129.
11 "Los misterios de la gracia que Dios ha
realizado en María no se miden según las leyes ordinarias, sino según la
omnipotencia divina" (Pío XII).
12 VD 129.
13 Ver VD 146.173.213.228; AC 47.
14 VD 120
15 El programa implica seguir a Cristo, con su
cruz hasta el anonadamiento; ver Flp 2,7; Mt 7,24.
16 Carne designa frecuentemente en la Biblia al
hombre, en cuanto limitado, débil, imperfecto...
17 No obstante el bautismo (Rm 6,4ss) y
constituyendo una nueva criatura (2Cor 5,17) es claro que "los
desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro
desequilibrio que hunde sus raíces en el corazón humano" (GS 10).
18 Ver SM 44.
19 "La única mediación del Redentor no excluye,
sino que suscita en las criaturas diversa cooperación participada de la
única fuente" (LG 62).
20 Leer VD 83-86 a la luz de LG 60 y 62.
21 María "ocupa en la santa Iglesia el lugar más
alto después de Cristo y el más cercano a nosotros" (LG 54; ver MC 28).
María es de nuestra raza y de nuestra historia.
22 Según Ef 2,18, por Cristo llegamos hasta el
Padre, en un mismo Espíritu; ahora bien, María y el Espíritu luchan por la
misma causa: Ella es la fidelísima cooperadora del Espíritu Santo (ver MC
25.27).
23 San León Magno.
CAPITULO II
DEFORMACIONES DEL CULTO A MARIA
90. Presupuestas las cinco verdades anteriores, es preciso, ahora más que
nunca, hacer una buena elección de la verdadera devoción a la Santísima
Virgen. En efecto, hoy más que nunca, nos encontramos con falsas devociones
que fácilmente podrían tomarse por verdaderas. El demonio, como falso
acuñador de moneda y engañador astuto y experimentado, ha embaucado y hecho
caer a muchas almas por medio de falsas devociones a la Santísima Virgen, y
cada día utiliza su experiencia diabólica para perder a muchas otras,
entreteniéndolas y adormeciéndolas en el pecado so pretexto de algunas
oraciones mal recitadas y de algunas prácticas exteriores inspiradas por él.
Como un falsificador de moneda no falsifica ordinariamente sino el oro y la
plata, y muy rara vez los otros metales, porque no valen la pena, así el
espíritu maligno no falsifica las otras devociones tanto como las de Jesús y
María -la devoción a la sagrada comunión y la devoción a la Santísima
Virgen-, porque son, entre las devociones, lo que el oro y la plata entre
los metales.
91. Es por ello importantísimo: 1. conocer las falsas devociones, para
evitarlas, y la verdadera, para abrazarla; 2. conocer cuál es, entre las
diferentes formas de devoción verdadera a la Santísima Virgen, la más
perfecta, la más agradable a María, la más gloriosa para Dios y la más
eficaz para nuestra santificación, a fin de optar por ella.
92. Hay, a mi parecer, siete clases de falsos devotos y falsas devociones a
la Santísima Virgen, a saber:
1. los devotos críticos;
2. los devotos escrupulosos;
3. los devotos exteriores;
4. los devotos presuntuosos;
5. los devotos inconstantes;
6. los devotos hipócritas;
7. los devotos interesados.
1. Los devotos críticos
93. Los devotos críticos son, por lo común, sabios orgullosos, engreídos y
pagados de sí mismos, que en el fondo tienen alguna devoción a la Santísima
Virgen, pero critican casi todas las formas de piedad con que las gentes
sencillas honran ingenua y santamente a esta buena Madre sólo porque no se
acomodan a su fantasía. Ponen en duda todos los milagros e historias
referidas por autores fidedignos o tomadas de las crónicas de las órdenes
religiosas que atestiguan la misericordia y el poder de la Santísima Virgen.
Se irritan al ver a las gentes sencillas y humildes arrodilladas -para rogar
a Dios- ante un altar o imagen de María o en la esquina de una calle 1.
Llegan hasta acusarlas de idolatría como si adoraran la madera o la piedra.
En cuanto a ellos -así dicen-, ¡no les gustan tales devociones exteriores ni
son tan cándidos como para creer a tantos cuentos e historietas como corren
acerca de la Santísima Virgen! Si se les recuerdan las admirables alabanzas
que los Santos Padres tributan a María, responden que hablaban como
oradores, en forma hiperbólica, o dan una falsa explicación de sus palabras.
Esta clase de falsos devotos y gente orgullosa y mundana es mucho de temer;
hace un daño incalculable a la devoción a la Santísima Virgen, alejando de
ella definitivamente a los pueblos so pretexto de desterrar abusos.
2. Los devotos escrupulosos
94. Los devotos escrupulosos son personas que temen deshonrar al Hijo al
honrar a la Madre, rebajar al uno al honrar a la otra. No pueden tolerar que
se tributen a la Santísima Virgen las justísimas alabanzas que le prodigan
los Santos Padres. Toleran penosamente que haya más personas arrodilladas
ante un altar de María que delante del Santísimo Sacramento, ¡como si esto
fuera contrario a aquello o si los que oran a la Santísima Virgen no orasen
a Jesucristo por medio de Ella! No quieren que se hable con tanta frecuencia
de la Madre de Dios ni que los fieles acudan a Ella tantas veces.
Oigamos algunas de sus expresiones más frecuentes: "¿De qué sirven tantos
rosarios? ¿Tantas congregaciones y devociones exteriores a la Santísima
Virgen? ¡Cuánta ignorancia en tales prácticas! ¡Esto es poner en ridículo
nuestra religión! ¡Hábleme, más bien, de los devotos de Jesucristo
(frecuentemente lo nombran sin descubrirse, lo digo entre paréntesis). ¡Hay
que recurrir a Jesucristo: El es nuestro único mediador! Hay que predicar a
Jesucristo: ¡esto sí es sólido!" 2.
Y lo que dicen es verdad en cierto sentido. Pero la aplicación que hacen de
ello para combatir la devoción a la Santísima Virgen es muy peligrosa, es un
lazo sutil del espíritu maligno so pretexto de un bien mayor. Porque nunca
se honra tanto a Jesucristo como cuando se honra a la Santísima Virgen.
Efectivamente, si se la honra, es para honrar más perfectamente a
Jesucristo; pues, si vamos a Ella, es para encontrar el camino que nos lleva
a la meta, que es Jesucristo.
95. La Iglesia, con el Espíritu Santo, bendice primero a la Santísima Virgen
y después a Jesucristo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de
tu vientre, Jesús. Y esto no porque la Virgen María sea mayor que Jesucristo
o igual a El -lo cual sería intolerable herejía-, sino porque para bendecir
más perfectamente a Jesucristo hay que bendecir primero a María 3. Digamos,
pues, con todos los verdaderos devotos de la Santísima Virgen y contra sus
falsos devotos escrupulosos: María, bendita tú entre todas las mujeres y
bendito es el fruto de tu vientre, Jesús (Lc 1,42).
3. Los devotos exteriores
96. Los devotos exteriores son personas que cifran toda su devoción a María
en prácticas externas. Sólo gustan de lo exterior de esta devoción, porque
carecen de espíritu interior. Rezan muchos rosarios, pero atropelladamente.
Oyen muchas misas, pero sin atención. Se inscriben en todas las cofradías
marianas, pero sin enmendar su vida, sin vencer sus pasiones, sin imitar las
virtudes de la Santísima Virgen. Sólo gustan de lo sensible de la devoción,
no buscan lo sólido. De suerte que, si no experimentan algo sensible en sus
prácticas piadosas, creen que no hacen nada, se desalientan y lo abandonan
todo o lo hacen por rutina.
El mundo está lleno de esta clase de devotos exteriores. No hay gente que
más critique a las personas de oración, que se empeñan en lo interior como
lo esencial, aunque sin menospreciar la modestia exterior, que acompaña
siempre a la devoción verdadera.
4. Los devotos presuntuosos
97. Los devotos presuntuosos son pecadores aletargados en sus pasiones o
amigos de lo mundano. Bajo el hermoso nombre de cristianos y devotos de la
Santísima Virgen esconden el orgullo, la avaricia, la lujuria, la
embriaguez, el perjurio, la maledicencia o la injusticia, etc.; duermen
pacíficamente en sus costumbres perversas, sin hacerse mucha violencia para
corregirse, confiados en que son devotos de la Santísima Virgen; se prometen
a sí mismos que Dios les perdonará, que no morirán sin confesión ni se
condenarán, porque rezan el rosario, ayunan los sábados, pertenecen a la
Cofradía del Santo Rosario, a la del escapulario u otras congregaciones,
llevan el hábito o la cadenilla de la Santísima Virgen, etc. 4.
Cuando se les dice que su devoción no es sino ilusión diabólica y perniciosa
presunción, capaz de llevarlos a la ruina, se resisten a creerlo. Responden
que Dios es bondad y misericordia; que no nos ha creado para la perdición;
que no hay hombre que no peque; que no morirán sin confesión; que basta un
buen "¡Señor, pequé!" (ver 2Sam 12,13) a la hora de la muerte. Y añaden que
son devotos de la Santísima Virgen, que llevan el escapulario; que todos los
días rezan puntual y humildemente siete padrenuestros y avemarías en su
honor y algunas veces el rosario o el oficio de la Santísima Virgen; que
ayunan, etc.
Para confirmar sus palabras y enceguecerse aún más, alegan algunos hechos
verdaderos o falsos -poco importa- que han oído o leído, en los que se
asegura que personas muertas en pecado mortal y sin confesión, gracias a que
durante su vida habían rezado algunas oraciones o ejercitado algunas
prácticas de devoción en honor de la Virgen, resucitaron para confesarse, o
su alma permaneció milagrosamente en el cuerpo hasta que lograron
confesarse, o a la hora de la muerte obtuvieron de Dios, por la misericordia
de la Santísima Virgen, el perdón y la salvación. ¡Ellos esperan correr la
misma suerte!
98. Nada en el cristianismo es tan perjudicial a las gentes como esta
presunción diabólica. Porque ¿cómo puede alguien decir con verdad que ama y
honra a la Santísima Virgen mientras con sus pecados hiere, traspasa,
crucifica y ultraja despiadadamente a Jesucristo, su Hijo? Si María se
obligara a salvar por su misericordia a esta clase de personas, ¡autorizaría
el pecado y ayudaría a crucificar a su Hijo! Y esto, ¿quién osaría siquiera
pensarlo?
99. Protesto que abusar así de la devoción a la Santísima Virgen -devoción
que, después de la que se tiene a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento,
es la más santa y sólida de todas- constituye un horrible sacrilegio: el
mayor y menos digno de perdón después de la comunión sacrílega. Confieso que
para ser verdadero devoto de la Santísima Virgen no es absolutamente
necesario que seas tan santo, que llegues a evitar todo pecado, aunque esto
sería lo más deseable. Pero es preciso al menos (¡nota bien lo que digo!):
1. mantenerte sinceramente resuelto a evitar, por lo menos, todo pecado
mortal, que ultraja tanto a la Madre como al Hijo;
2. violentarte para evitar el pecado;
3. inscribirte en las cofradías, rezar los cinco o los quince misterios del
rosario u otras oraciones, ayunar los sábados, etc.
100. Todas estas buenas obras son maravillosamente útiles para lograr la
conversión de los pecadores por endurecidos que estén. Y si tú, lector,
fueras uno de ellos, aunque ya tuvieras un pie en el abismo..., te las
aconsejo, a condición de que las realices con la única intención de alcanzar
de Dios -por intercesión de la Santísima Virgen- la gracia de la contrición
y el perdón de tus pecados y vencer tus hábitos malos, y no para permanecer
tranquilamente en estado de pecado, no obstante los remordimientos de la
conciencia, el ejemplo de Jesucristo y de los santos y las máximas del santo
Evangelio.
5. Los devotos inconstantes
101. Los devotos inconstantes son los que honran a la Santísima Virgen a
intervalos y como a saltos. Ya fervorosos, ya tibios... En un momento
parecen dispuestos a emprenderlo todo por su servicio, poco después ya no
son los mismos. Abrazan de momento todas las devociones a la Santísima
Virgen y se inscriben en todas sus cofradías, pero luego no cumplen sus
normas con fidelidad. Cambian como la luna (Eclo 27,12). Y María los coloca
debajo de sus pies (ver Ap 12,1), junto a la media luna, porque son volubles
e indignos de ser contados entre los servidores de esta Virgen fiel, que se
distingue por la fidelidad y la constancia. Más vale no recargarse con
tantas oraciones y prácticas devotas y hacer menos, pero con amor y
fidelidad, a pesar del mundo, del demonio y de la carne.
6. Los devotos hipócritas
102. Hay todavía otros falsos devotos de la Santísima Virgen: los devotos
hipócritas. Encubren sus pecados y costumbres pecaminosas bajo el manto de
la Virgen fiel, a fin de pasar a los ojos de los demás por lo que no son.
7. Los devotos interesados
103. Existen, finalmente, los devotos interesados. Son aquellos que sólo
acuden a la Santísima Virgen para ganar algún pleito, evitar un peligro,
curar de una enfermedad o por necesidades semejantes, sin las cuales no se
acordarían de Ella. Unos y otros son falsos devotos, en nada aceptos a Dios
ni a su santísima Madre.
104. Pongamos, pues, suma atención, a fin de no pertenecer al número de los
devotos críticos, que no creen en nada, pero todo lo critican; de los
devotos escrupulosos, que temen ser demasiado devotos a la Santísima Virgen
por respeto a Jesucristo; de los devotos exteriores, que hacen consistir
toda su devoción en prácticas exteriores; de los devotos presuntuosos, que,
bajo el oropel de una falsa devoción a la Santísima Virgen, viven
encenegados en el pecado; de los devotos inconstantes, que -por ligereza-
cambian sus prácticas de devoción o las abandonan a la menor tentación; de
los devotos hipócritas, que entran en las cofradías y visten la librea de la
Santísima Virgen para hacerse pasar por santos, y, finalmente, de los
devotos interesados, que sólo recurren a la Santísima Virgen para librarse
de males corporales o alcanzar bienes de este mundo.
NOTAS:
1 Montfort entiende las manifestaciones de la
religiosidad popular como expresión de la convicción eclesial de la
presencia de María en nuestro peregrinar hacia Dios.
2 El culto de María jamás se opone al de su Hijo:
Ella busca la gloria de Jesús y la realización del proyecto de amor que el
Padre le ha encomendado.
3 Ver VD 224-225.
4 La auténtica devoción a María lleva a la
conversión y a dejarse transformar por la Palabra de Dios, bajo la fuerza
del Espíritu Santo (Lc 11,28); ver LG 56; VD 108.
CAPITULO III
LA VERDADERA DEVOCION A LA SANTISIMA VIRGEN
105. Después de haber desenmascarado y reprobado las falsas devociones a la
Santísima Virgen, conviene presentar en pocas palabras la verdadera. Esta
es:
1. interior;
2. tierna;
3. santa;
4. constante;
5. desinteresada 1.
1. Devoción interior
106. 1. La verdadera devoción a la Santísima Virgen es interior. Es decir,
procede del espíritu y del corazón, de la estima que tienes de Ella, de la
alta idea que te has formado de sus grandezas y del amor que le tienes.
2. Devoción tierna
107. 2. Es tierna, vale decir, llena de confianza en la Santísima Virgen,
como la confianza del niño en su querida madre. Esta devoción hace que
recurras a la Santísima Virgen en todas tus necesidades materiales y
espirituales con gran sencillez, confianza y ternura, e implores la ayuda de
tu bondadosa Madre en todo tiempo, lugar y circunstancia: en las dudas, para
que te esclarezca; en los extravíos, para que te convierta al buen camino;
en las tentaciones, para que te sostenga; en las debilidades, para que te
fortalezca; en las caídas, para que te levante; en los desalientos, para que
te reanime; en los escrúpulos, para que te libre de ellos; en las cruces,
afanes y contratiempos de la vida, para que te consuele. Finalmente, en
todas las dificultades materiales y espirituales, María es tu recurso
ordinario, sin temor de importunar a tu bondadosa Madre ni desagradar a
Jesucristo.
3. Devoción santa
108. 3. La verdadera devoción a la Santísima Virgen es santa. Es decir, te
lleva a evitar el pecado e imitar las virtudes de la Santísima Virgen, y en
particular su humildad profunda, su fe viva, su obediencia ciega 2, su
oración continua, su mortificación universal, su pureza divina, su caridad
ardiente, su paciencia heroica, su dulzura angelical y su sabiduría divina.
Estas son las diez principales virtudes de la santísima Virgen.
4. Devoción constante
109. 4. La verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante. Te
consolida en el bien y hace que no abandones fácilmente las prácticas de
devoción. Te anima para que puedas oponerte a lo mundano y sus costumbres y
máximas; a lo carnal y sus molestias y pasiones; al diablo y sus
tentaciones. De suerte que, si eres verdaderamente devoto de la Santísima
Virgen, huirán de ti la veleidad, la melancolía, los escrúpulos y la
cobardía. Lo que no quiere decir que no caigas algunas veces ni experimentes
cambios en tu devoción sensible. Pero, si caes, te levantarás tendiendo la
mano a tu bondadosa Madre; si pierdes el gusto y la devoción sensibles, no
te acongojarás por ello. Porque el justo y fiel devoto de María vive de la
fe de Jesús y de María y no de los sentimientos corporales (ver Hb 10,34) 3.
5. Devoción desinteresada
110. 5. Por último, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es
desinteresada. Es decir, te inspirará no buscarte a ti mismo, sino sólo a
Dios en su santísima Madre. El verdadero devoto de María no sirve a esta
augusta Reina por espíritu de lucro o interés ni por su propio bien temporal
o eterno, corporal o espiritual, sino únicamente porque Ella merece ser
servida y sólo Dios en Ella. Ama a María, pero no por los favores que recibe
o espera recibir de Ella, sino porque Ella es amable. Por eso la ama con la
misma fidelidad en los sinsabores y sequedades que en las dulzuras y
fervores sensibles. La ama lo mismo en el Calvario que en las bodas de Caná.
¡Ah! ¡Cuán agradable y precioso es delante de Dios y de su santísima Madre
el devoto de María que no se busca a sí mismo en los servicios que le
presta! Pero ¡qué pocos hay así! Para que no sea tan reducido ese número,
estoy escribiendo lo que durante tantos años he enseñado en mis misiones
pública y privadamente con no escaso fruto.
111. Muchas cosas he dicho ya de la Santísima Virgen. Muchas más tengo que
decir. E infinitamente más serán las que omita, ya por ignorancia, ya por
falta de talento o tiempo. Cuanto digo responde al propósito que tengo de
hacer de ti un verdadero devoto de María y un auténtico discípulo de
Jesucristo.
112. ¡Oh! ¡qué bien pagado quedaría mi esfuerzo si este humilde escrito cae
en manos de una persona bien dispuesta, nacida de Dios y de María y no de
linaje humano, ni por impulso de la carne ni por deseo de varón (Jn 1,13);
le descubre e inspira, por gracia del Espíritu Santo, la excelencia y precio
de la verdadera y sólida devoción a la Santísima Virgen que ahora voy a
exponerte! ¡Si supiera que mi sangre pecadora serviría para hacer penetrar
en tu corazón, lector amigo, las verdades que escribo en honor de mi amada
Madre y soberana Señora, de quien soy el último de los hijos y esclavos, con
mi sangre, en vez de tinta, trazaría estas líneas, pues abrigo la esperanza
de hallar personas generosas que, por su fidelidad a la práctica que voy a
enseñarte, resarcirán a mi amada Madre y Señora por los daños que ha sufrido
a causa de mi ingratitud e infidelidad!
113. Hoy me siento, más que nunca, animado a creer y esperar aquello que
tengo profundamente grabado en el corazón y que vengo pidiendo a Dios desde
hace muchos años, a saber, que tarde o temprano la Santísima Virgen tenga
más hijos, servidores y esclavos de amor 4 que nunca, y que, por este medio,
Jesucristo, mi Señor, reine como nunca en los corazones.
114. Preveo claramente que muchas bestias rugientes llegan furiosas a
destrozar con sus diabólicos dientes este humilde escrito y a aquel de quien
el Espíritu Santo se ha servido para redactarlo, o sepultar, al menos, estas
líneas en las tinieblas o en el silencio de un cofre a fin de que no sea
publicado 5. Atacarán, incluso, a quienes lo lean y pongan en práctica. Pero
¡qué importa! ¡Tanto mejor! ¡Esta perspectiva me anima y hace esperar un
gran éxito, es decir, la formación de un gran escuadrón de aguerridos y
valientes soldados de Jesús y de María, de uno y otro sexo, que combatirán
al mundo, al demonio y a la naturaleza corrompida en los tiempos -como nunca
peligrosos- que van a llegar!
Entiéndelo, lector (Mt 24,15).
El que pueda con eso, que lo haga (Mt 19,12).
NOTAS:
1 Ver LG 67.
2 La colaboración de María a la obra de la
salvación fue de absoluta y total disponibilidad y consagración al proyecto
de Dios. Ver LG 56; SM 40; VD 81.119.121.122.173-175.177.178.206...
3 Ver VD 214.
4 "Hijos, servidores y esclavos de amor", son una
y misma realidad.
5 Todo sucedió a la letra. El manuscrito quedó
escondido a partir de la Revolución francesa (1789) hasta 1842 en que el P.
Pedro Rautureau lo encontró entre los libros de la Casa General de la
Compañía de María, en 1842.
CAPITULO IV
DIVERSAS PRACTICAS DE DEVOCION A MARIA
1. Prácticas comunes
115. La verdadera devoción a la Santísima Virgen puede expresarse
interiormente de diversas maneras. He aquí, en resumen, las principales: 1.
honrarla, como a digna Madre de Dios, con culto de hiperdulía, es decir,
estimarla y venerarla más que a todos los otros santos, por ser Ella la obra
maestra de la gracia y la primera después de Jesucristo, verdadero Dios y
verdadero hombre; 2. meditar sus virtudes, privilegios y acciones; 3.
contemplar sus grandezas; 4. ofrecerle actos de amor, alabanza, acción de
gracias; 5. invocarla de corazón; 6. ofrecerse y unirse a Ella; 7. realizar
todas las acciones con intención de agradarla; 8. comenzar, continuar y
concluir las acciones por Ella, en Ella, con Ella y para Ella, a fin de
hacerlas por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo y para Jesucristo,
nuestra meta definitiva.
Más adelante explicaremos esta última práctica1.
116. La verdadera devoción a la Santísima Virgen tiene también varias
prácticas exteriores. Estas son las principales:
1. inscribirse en sus cofradías y entrar en las congregaciones marianas;
2. entrar en las órdenes o institutos religiosos fundados para honrarla;
3. publicar sus alabanzas;
4. hacer en su honor limosnas, ayunos y mortificaciones espirituales y
corporales;
5. llevar sus libreas, como el santo rosario, el escapulario o la cadenilla;
6. rezar atenta y modestamente el santo rosario, compuesto de quince decenas
de avemarías, en honor de los quince principales misterios de Jesucristo, o
la tercera parte del rosario, que son cinco decenas, en honor de los cinco
misterios gozosos (anunciación, visitación, nacimiento de Jesucristo,
purificación y el Niño perdido y hallado en el templo); o de los cinco
misterios dolorosos (agonía de Jesús en el huerto, flagelación, coronación
de espinas, subida al Calvario con la cruz a cuestas y crucifixión y muerte
de Jesús); o de los cinco misterios gloriosos (resurrección de Jesucristo,
ascensión del Señor, venida del Espíritu Santo, asunción y coronación de
María por las tres personas de la Santísima Trinidad); o una corona de seis
o siete decenas en honor de los años que, según se cree, vivió sobre la
tierra la Santísima Virgen; o la coronilla de la Santísima Virgen, compuesta
de tres padrenuestros y doce avemarías, en honor de su corona de doce
estrellas o privilegios; o el oficio de Santa María Virgen, tan
universalmente aceptado y rezado en la Iglesia; o el salterio menor de María
Santísima, compuesto en honor suyo por San Buenaventura, y que inspira
afectos tan tiernos y devotos que no se puede rezar sin conmoverse; o
catorce padrenuestros y avemarías en honor de sus catorce alegrías; u otras
oraciones, himnos y cánticos de la Iglesia, como la Salve; Madre del
Redentor; Salve, Reina de los cielos o Reina de los cielos -según los
tiempos litúrgicos-; el himno Salve, de mares Estrella; la antífona ¡Oh
gloriosa Señora!, el Magnificat, etc., u otras piadosas plegarias de que
están llenos los devocionarios;
7. cantar y hacer cantar en su honor cánticos espirituales;
8. hacer en su honor cierto número de genuflexiones o reverencias,
diciéndole, por ejemplo, todas las mañanas sesenta o cien veces: Dios te
salve, María, Virgen fiel, para alcanzar de Dios, por mediación suya, la
fidelidad a la gracia durante todo el día; y por la noche: Dios te salve,
María, Madre de misericordia, para implorar de Dios, por medio de Ella, el
perdón de los pecados cometidos durante el día;
9. mostrar interés por sus cofradías, adornar sus altares, coronar y
embellecer sus imágenes;
10. organizar procesiones y llevar en ellas sus imágenes y llevar una
consigo, como arma poderosa contra el demonio;
11. hacer pintar o grabar sus imágenes o su monograma y colocarlas en las
iglesias, las casas o los dinteles de las puertas y entrada de las ciudades,
de las iglesias o de las casas;
12. consagrarse a Ella en forma especial y solemne.
117. Existen muchas formas de verdadera devoción a la Santísima Virgen 2
inspiradas por el Espíritu Santo a las personas santas y que son muy
eficaces para la santificación. Pueden leerse, en extenso, en El paraíso
abierto a Filagia 3,compuesto por el R.P. Pablo Barry, S.J., quien ha
recopilado en esta obra gran número de devociones practicadas por los santos
en honor de la Santísima Virgen. Estas devociones constituyen maravillosos
medios de santificación, siempre que se hagan con las debidas disposiciones,
es decir: 1. con la buena y recta intención de agradar a Dios sólo, unirse a
Jesucristo, nuestra meta final, y edificar al prójimo; 2. con atención, sin
distracciones voluntarias; 3. con devoción, sin precipitación ni
negligencia; 4. con modestia y compostura corporal respetuosa y edificante.
2. La práctica más perfecta
118. Después de todo, protesto abiertamente que -aunque he leído todos los
libros que tratan de la devoción a la Santísima Virgen 4 y conversado
familiarmente con las personas más santas y sabias de estos últimos tiempos-
no he logrado conocer ni aprender una práctica de devoción semejante a la
que voy a explicar, que te exija más sacrificios por Dios, te libre más de
ti mismo y de tu egoísmo, te conserve más firme y fielmente en la gracia y
la gracia en ti, te una más perfecta y fácilmente 5 a Jesucristo y sea más
gloriosa para Dios, más santificadora para ti mismo y más útil al prójimo.
119. Dado que lo esencial de esta devoción consiste en el interior que ella
debe formar, no será igualmente comprendida por todos: algunos se detendrán
en lo que tiene de exterior, sin pasar de ahí: será el mayor número; otros,
en número reducido, penetrarán en lo interior de la misma, pero se quedarán
en el primer grado. ¿Quién subirá al segundo? ¿Quién llegará hasta el
tercero? ¿Quién, finalmente, permanecerá en él habitualmente? Sólo aquel a
quien el Espíritu Santo de Jesucristo revele este secreto y lo conduzca por
sí mismo para hacerlo avanzar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de
luz en luz, hasta transformarlo en Jesucristo y llevarlo a la plenitud de su
madurez sobre la tierra y perfección de su gloria en el cielo.
NOTAS:
1 Ver VD 257ss.
2 Los Padres del Concilio Vaticano II recuerdan y
aprueban las devociones marianas reconocidas por la Iglesia.(Ver LG 66; MC,
Intr.)
3 El P. de Montfort recuerda las condiciones con
las cuales las prácticas exteriores de devoción a María se hacen
santificadoras.
4 Siendo seminarista, el P. de Montfort fue
bibliotecario. Tuvo entonces la oportunidad de leer y sacar notas
abundantes. Esos apuntes nos han quedado en un grueso Cuaderno de Notas.
5 Ver LG 60.66.