De encargado de discoteca y antisistema de mayo del 68 a obispo con los pobres de Perú
P.J.Ginés / A.Rosal / ReL
Actualizado 15 diciembre 2014
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José Luis del Palacio, español, es obispo del Callao, una diócesis
especialmente pobre de 1,3 millones de habitantes en Perú, el puerto y
aeropuerto de Lima.
Pero no
siempre fue hombre de fe: psicólogo de formación, de joven era encargado de
discoteca, lector
de Sartre y Camus yrevolucionario
de mayo del 68. En
esa época vio que el placer no daba la felicidad y se planteó la grandes
preguntas que le llevarían a Dios.
“Se me fue la fe estudiando Sociología”
“De niño y adolescente estudié en un colegio de los Reparadores en Madrid.
Después, en la universidad me
apunté a la carrera de Sociología, cuando eso estaba mal visto por el
franquismo.
Al llegar a Sociología en apenas un mes y medio se me fue la fe”.
Se volvió un activista
antisistema aunque no tenía muy claro con qué quería sustituirlo.
Vivió el revolucionario mayo del 68 en el centro de los acontecimientos, en
París. “En
mayo del 68, yo quería resolver el mal, la injusticia, el sufrimiento…”.
Había una cuestión filosófica de fondo, con el escándalo del mal y el dolor:
“el
sufrimiento de los niños siempre me llamó la atención”,
explica.
¿Qué falla en el hombre? ¿Lo social o lo mental?
Al volver de París, se dio cuenta de que el activismo inconformista no
bastaba, la lucha social no bastaba. ¿Qué sentido tenía la vida? ¿Era algo
en la mente humana? En 1969 estaba estudiando psicología… entendía
que el drama humano tenía que ver con el “no poder amar”,
algo más propio de la psicología que de la sociología. Mientras tanto, se
mantenía trabajando en varias cosas.
“Trabajé
en la construcción en
Barcelona un verano, de 7 de la mañana a 6 de la tarde. Al año siguiente, me
puse a trabajar en una discoteca, de encargado en Playa de Aro,
en la costa catalana. Vi ese verano que la droga y el alcohol y el sexo y la
prostitución no daba la felicidad a los jóvenes. Veía
que los jóvenes no conseguían amar. Eso me hacía pensar”.
“Yo había
leído a los existencialistas, a Camus, a Sartre… No tenían respuestaspara
el sinsentido personal y el sufrimiento social. Hoy sé que como no habían
sido tocados por Dios no podían ver nada del sentido de la vida, valiosa y
hermosa incluso en la vejez y la muerte. El caso es que, a mí, todo aquel
sinsentido y angustia existencial me trajo una úlcera de estómago”.
Poco después volvió a Madrid… y allí cambió todo.
Unas catequesis neocatecumenales
“En Madrid me invitaron a unas charlas en una parroquia. Yo no esperaba
mucho. Eran laicos que hablarían
algo del existencialismo que yo había estudiado. Se trataba de Kiko Argüello
y Carmen Hernández. A
través de sus predicaciones me hicieron interiorizar la raíz del problema
del hombre, el sentido de la vida ante el problema del mal. Allí experimenté
a Dios, en la parroquia de la Paloma”.
La fe de José Luis del Palacio renació, pues, como fruto de aquellas
primeras predicaciones y catequesis del Camino Neocatecumenal al inicio de
los años 70. Kiko Argüello había sido también un pintor seducido por el
existencialismo de Sartre y Camus, su llamado a vivir intensamente, sin
sentido pero con pasión… algo que no llevaba sino al desánimo y la frontera
del suicidio. [Kiko
cuenta la historia de su conversión aquí].
Cuando Kiko hablaba de la falta de sentido y la necesidad de ser rescatados
por Cristo resonaba de una manera especial en la generación de los años 70.
Nueva vida: compartir la fe
José Luis del Palacio se volcó en estudiar teología y filosofía y se decidió
a compartir lo que había vivido,
la experiencia de garantía de la fe, compartir que “la fe es garantía de las
cosas que esperamos”.
“Incluso mi úlcera había desaparecido, mi vida estaba transformada. Ya no
necesitaba huir ni refugiarme en el alcohol, droga o fiestas. Por cierto, mi
doctorado en antropología años después lo haría sobre la fiesta y la Nueva
Evangelización”,
recuerda este antiguo encargado de discoteca, que vio desde cerca que la el
alcohol y la juerga no llenan al hombre, pero Dios sí.
“Me ofrecí a compartir mi experiencia. Primero me enviaron por España:
Cuenca, Sevilla, Murcia, Alicante, Jerez… Eran los primeros años 70. Luego, en
1976 ya me enviaron a Perú. Allí iba con un sacerdote y una joven laica.
Era la época de las dictaduras militares. Anunciábamos el evangelio en una
parroquia en Chorrillo, llamada Los 12 Apóstoles, cerca de Lima. Cada día
hacíamos 4 horas de oración. Yo notaba a Dios especialmente en la oración
matinal. Eran
tiempos duros en Perú. Por
ejemplo, el Estado racionaba la carne, sólo se vendía una vez cada 15 días.
Pero nosotros
íbamos anunciando el kerigma: que Cristo ofrece la salvación eterna, también
ya para esta vida. Y
así muchos jóvenes entraban en pequeñas comunidades para vivir la iniciación
cristiana por etapas. También anunciábamos el kerigma a los empresarios.”
El obispo José Luis en el puerto del Callao
Vocación sacerdotal
“En 1984 como no teníamos lugar para hacer retiros de fin de semana
presentamos al Papa Juan Pablo II un proyecto de casas de convivencias. El
Papa nos animó y nos dio un donativo. En ese encuentro que tuvimos con él en
Roma conocimos a la Madre Teresa. El Papa además nos regaló un icono de la
Virgen de Czestochowa”. Ese 1984 la
Iglesia celebraba un Año Santo de la Redención y la primera JMJ de la
historia, en
Roma. Ese año despertó la vocación sacerdotal de José Luis.
“Me
ordené en Lima cuando vino Juan Pablo II en 1988. Kiko
y Carmen estuvieron en mi ordenación. Acudieron evangelizadores itinerantes
de toda América Latina. Proclamaron una llamada vocacional en Lima en la que
100 jóvenes decidieron entregar su vida al servicio del Señor. Unos 70
fueron ordenados unos años después. Se inició en Callao el seminario Juan
Pablo II para formar esos futuros sacerdotes, apoyados por familias en
misión que eran las primeras que el Papa enviaba a América Latina. Y ya
en 2012 fui ordenado obispo de El Callao. Llevo
en Perú desde 1976, es decir, 38 años”, resume José Luis del Palacio.
Después fue designado consultor
para el Pontificio Consejo de la Nueva Evangelización.
Hoy como obispo sigue predicando lo que vivió de joven y lo que ha seguido
viendo toda su vida. “Yo soy psicólogo. Me consta que la gente que ha
abortado luego no puede dormir; vemos que el sexo anticonceptivo es como un
teatro, no hay entrega real… Yo
vengo del mayo del 68, que negaba la ley natural, el bien y el mal… Pero la
ley natural existe. Yo la he visto, por ejemplo, en la selva. Allí,
los indígenas no abortan. Incluso si es pobrísimo y no pueden mantener al
bebé no lo matan, lo donan donde sea. El hombre busca el bien”.