La pornografía destruye la delicadeza y la capacidad para percibir
las realidades finas. En el fondo la pornografía aburre porque ha matado la
estética, la belleza y la hermosura. Por eso, como los drogadictos el lujuriosos
requiere de estímulos cada vez más fuertes que llegan hasta la tortura y
la bestialidad.