La Misa es el memorial del Misterio pascual de Cristo
Catquesis del Papa Francisco
22 de noviembre de 2017
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Prosiguiendo con las Catequesis sobre la Misa, podemos preguntarnos: ¿Qué
cosa es esencialmente la Misa? La Misa es el memorial del Misterio pascual
de Cristo. Ella nos hace partícipes de su victoria sobre el pecado y la
muerte, y da significado pleno a nuestra vida.
Para esto, para comprender el valor de la Misa debemos sobre todo entender
el significado bíblico del “memorial”. Esto «no es solamente el recuerdo –
el memorial no es solamente un recuerdo –, de los acontecimientos del
pasado, sino estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y
actuales. De esta manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez
que es celebrada la Pascua, los acontecimientos del Éxodo se hacen presentes
a la memoria de los creyentes a fin de que conformen su vida a estos
acontecimientos» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1363).
Jesucristo, con su pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo ha
llevado a cumplimiento la Pascua. Y la Misa es el memorial de su Pascua, de
su “éxodo”, que ha realizado por nosotros, para sacarnos de la esclavitud e
introducirnos en la tierra prometida de la vida eterna. No es solamente un
recuerdo, no, es algo más: es hacer presente aquello que ha sucedido hace
veinte siglos atrás.
La Eucaristía nos lleva siempre al ápice de la acción de salvación de Dios:
el Señor Jesús, haciéndose pan partido por nosotros, derrama sobre nosotros
toda su misericordia y su amor, como lo ha hecho en la cruz, para así
renovar nuestro corazón, nuestra existencia y el modo de relacionarnos con
Él y con los hermanos. Dice el Concilio Vaticano II: «La obra de nuestra
redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de
la cruz, por medio del cual Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado»
(Constitución Dogmática, Lumen Gentium, 3).
Toda celebración de la Eucaristía es un rayo de ese sol sin ocaso que es
Jesús resucitado. Participar en la Misa, en particular el domingo, significa
entrar en la victoria del Resucitado, ser iluminados por su luz, abrigados
por su calor. A través de la celebración eucarística el Espíritu Santo nos
hace partícipes de la vida divina que es capaz de transfigurar todo nuestro
ser mortal. Y en su paso de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad,
el Señor Jesús nos lleva también a nosotros con Él para hacer la Pascua.
En la Misa se hace Pascua. Nosotros, en la Misa, estamos con Jesús, muerte y
resucitado y Él nos lleva adelante, a la vida eterna. En la Misa nos unimos
a Él. Es más, Cristo vive en nosotros y nosotros vivimos en Él: «Yo estoy
crucificado con Cristo – dice San Pablo – y ya no vivo yo, sino que Cristo
vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el
Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gal 2,19-20). Así pensaba
Pablo.
Su sangre, de hecho, nos libera de la muerte y del miedo a la muerte. Nos
libera no sólo del dominio de la muerte física, sino de la muerte espiritual
que es el mal, el pecado, que nos toma cada vez que caemos victimas de
nuestro pecado y del de los demás. Y entonces nuestra vida se contamina,
pierde belleza, pierde significado, muere.
Cristo en cambio no devuelve la vida; Cristo es la plenitud de la vida, y
cuando ha afrontado la muerte la ha derrotado para siempre: «Resucitando
destruyó la muerte y nos dio vida nueva». La Pascua de Cristo es la victoria
definitiva sobre la muerte, porque Él ha transformado su muerte en un
supremo acto de amor. ¡Murió por amor! Y en la Eucaristía, Él quiso
comunicarnos su amor pascual, victorioso. Si lo recibimos con fe, también
nosotros podemos amar verdaderamente a Dios y al prójimo, podemos amar como
Él nos ha amado, dando la vida.
Si el amor de Cristo está en mí, puedo donarme plenamente al otro, con la
certeza interior que si incluso el otro debiera herirme yo no moriría; de lo
contrario tendría que defenderme. Los mártires han dado la vida justamente
por esta certeza de la victoria de Cristo sobre la muerte.
Sólo si experimentamos este poder de Cristo, el poder de su amor, somos
verdaderamente libres de donarnos sin miedo. Y esta es la Misa: entrar en
esta pasión, muerte, resurrección, ascensión de Jesús. Y cuando vamos a
Misa, es como si fuéramos al calvario, lo mismo. Piensen ustedes: si
nosotros vamos al calvario – pensemos con imaginación – en ese momento, y
nosotros sabemos que ese hombre ahí es Jesús. Pero, ¿nosotros nos
permitiríamos hablar, tomar fotografías, hacer un poco de espectáculo? ¡No!
¡Porque es Jesús! Nosotros seguramente estaríamos en silencio, en el llanto
y también en la alegría de ser salvados. Cuando nosotros entramos en la
iglesia para celebrar la Misa pensemos esto: entro en el calvario, donde
Jesús da su vida por mí. Y así desaparece el espectáculo, desaparece las
habladurías, los comentarios y estas cosas que nos alejan de esta cosa tan
bella que es la Misa, el triunfo de Jesús.
Pienso que ahora sea más claro como la Pascua se haga presente y obrante
cada vez que celebramos la Misa, es decir, el sentido del memorial. La
participación en la Eucaristía nos hace entrar en el misterio pascual de
Cristo, donándonos pasar con Él de la muerte a la vida, es decir, al
calvario, ahí. La Misa es rehacer el calvario, no es un espectáculo.
Gracias.
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