La Liturgia de la Palabra
31 de enero de 2018
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy continuamos con las catequesis sobre la santa misa. Después de hablar
sobre los ritos de introducción consideramos ahora la Liturgia de la
Palabra, que es una parte constitutiva porque nos reunimos para escuchar lo
que Dios ha hecho y todavía tiene la intención de hacer por nosotros. Es una
experiencia que tiene lugar "en vivo" y no de oídas, porque "cuando se leen
las sagradas Escrituras en la Iglesia, Dios mismo habla a su pueblo, y
Cristo, presente en la palabra, anuncia el Evangelio." (Instrucción General
del Misal Romano, 29, ver Const. Sacrosanctum Concilium, 7; 33). Y cuántas
veces mientras se lee la Palabra de Dios, se charla: "Mira ése, mira ésa,
mira el sombrero que se ha puesto aquella: es ridículo". Y se empieza a
comentar. ¿No es verdad? ¿Hay que hacer comentarios mientras se lee la
Palabra de Dios? (responden: "¡No!). No, porque si charlas con la gente no
escuchas la Palabra de Dios. Cuando se lee la Palabra de Dios en la Biblia
-la primera lectura, la segunda, el salmo responsorial y el evangelio-
tenemos que escuchar, abrir el corazón, porque es Dios mismo quien nos habla
y no tenemos que pensar en otras cosas o decir otras cosas ¿De acuerdo? Os
explicaré que pasa en esta Liturgia de la Palabra.
Las páginas de la Biblia dejan de ser un escrito para convertirse en palabra
viva, pronunciada por Dios. Es Dios que, a través de la persona que lee, nos
habla y nos interpela a nosotros, que lo escuchamos con fe. El Espíritu,
"que habló a través de los profetas" (Credo) e inspiró a los autores
sagrados, hace que "la Palabra de Dios realice efectivamente en los
corazones lo que suena en los oídos" (Leccionario, Introd., 9). Pero para
escuchar la Palabra de Dios también hay que tener el corazón abierto para
recibir la palabra en el corazón. Dios habla y nosotros lo escuchamos, para
después poner en práctica lo que hemos escuchado. Es muy importante
escuchar. A veces, quizás, no entendemos del todo porque hay algunas
lecturas un poco difíciles. Pero Dios nos habla igual de otra manera. (Hay
que estar) en silencio y escuchar la Palabra de Dios. No lo olvidéis. En
misa, cuando empiezan las lecturas, escuchamos la Palabra de Dios.
¡Necesitamos escucharlo! Es, efectivamente, una cuestión de vida, como bien
recuerda la certera frase "no solo de pan vive el hombre, sino de cada
palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4, 4). La vida que nos da la
Palabra de Dios. En este sentido, hablamos de la Liturgia de la Palabra como
de la "mesa" que el Señor prepara para alimentar nuestra vida espiritual. La
mesa litúrgica es una mesa abundante, servida en gran parte con los tesoros
de la Biblia (véase SC, 51), tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento
porque en ellos la Iglesia anuncia el único e idéntico misterio de Cristo
(véase Leccionario, Introd., 5). Pensemos en la riqueza de las lecturas
bíblicas presentes en los tres ciclos dominicales que, a la luz de los
Evangelios sinópticos, nos acompañan durante el año litúrgico: una gran
riqueza. Aquí también deseo recordar la importancia del Salmo responsorial,
cuya función es favorecer la meditación sobre lo que se ha escuchado en la
lectura que lo precede. Es bueno que el salmo se valorice cantando al menos
en la respuesta (véase OGMR, 61; Leccionario, Introd., 19-22).
La proclamación litúrgica de dichas lecturas, con los cantos procedentes de
la Sagrada Escritura, expresa y fomenta la comunión eclesial, acompañando el
camino de todos y cada uno de nosotros. Así se entiende porqué algunas
decisiones subjetivas, como la omisión de las lecturas o su sustitución por
textos no bíblicos, estén prohibidas. He oído que alguno, si hay una
noticia, lee el periódico porque es la noticia del día. ¡No! ¡La Palabra de
Dios es la Palabra de Dios!. El periódico se puede leer después. Pero allí
se lee la Palabra de Dios. Es el Señor quien nos habla. Sustituir esa
Palabra con otras cosas empobrece y compromete el diálogo entre Dios y su
pueblo en oración. Por el contrario, (se requiere) la dignidad del ambón y
el uso del Leccionario, la disponibilidad de buenos lectores y salmistas.
Pero hay que buscar buenos lectores, que sepan leer, no esos que leen
(tragándose las palabras) y no se entiende nada. Es así. Buenos lectores.
Tienen que ensayar antes de misa para leer bien. Y así se crea un clima de
silencio receptivo.
Sabemos que la palabra del Señor es una ayuda indispensable para no
perdernos, como reconoce el salmista que, dirigiéndose al Señor, confiesa:
"Lámpara para mis pasos es tu palabra, luz en mi camino" (Sal 119,105).
¿Cómo podríamos enfrentar nuestra peregrinación terrena, con sus fatigas y
sus pruebas, sin ser nutridos e iluminados regularmente por la Palabra de
Dios que resuena en la liturgia?
Ciertamente, no es suficiente escuchar con los oídos, sin recibir la semilla
de la Palabra divina en el corazón, para que dé fruto. Recordemos la
parábola del sembrador y los diferentes resultados según los diferentes
tipos de terreno (véase Mc 4, 14-20). La acción del Espíritu, que hace
eficaz la respuesta, necesita corazones que se dejen cultivar y trabajar,
para que lo que se escucha en la misa pase a la vida cotidiana, según la
admonición del apóstol Santiago: "Poned por obra la Palabra y no os
contentéis solo con oírla, engañándoos a vosotros mismos" (Santiago 1:22).
La Palabra de Dios se abre camino dentro de nosotros. La escuchamos con los
oídos y pasa al corazón; no se queda en los oídos; tiene que llegar al
corazón y del corazón pasa a las manos, a las buenas obras. Este es el
recorrido de la Palabra de Dios: de los oídos al corazón y a las manos.
Aprendamos estas cosas. ¡Gracias!