Tiempo de cambios: Carta semanal del Arzobispo de Oviedo 8 de julio de 2012
Jesús Sanz Montes, ofm
Frente a protestas un obispo anima a los hermanos en Cristo a que vivan como miembros auténticos de la Iglesia
Hay razones para la esperanza más agradecida –las más–, sin que nos falten motivos para entonar serenamente algún que otro lamento –los menos–. Nada nuevo bajo el sol. La renovación de los cauces diocesanos (consejos, delegaciones, secretariados), y sus responsables, responde a un modo de ver la realidad, de evaluarla en la oración y la reflexión, sopesando diversos factores, buscando el bien de las personas y de las comunidades. Igual sucede en el traslado de sacerdotes, la fusión de parroquias o la apertura de nuevas realidades. En ningún caso he procedido a la ligera, ni acompañado interesadamente, ni he caminado en solitario. En algunos casos tienes presente cosas delicadas y no comunicables, que explican las opciones aunque sean incomprendidas o impopulares. En otros, los motivos no tienen entretelas, como cubrir un hueco con los hermanos que cuentas.
En honor de las personas afectadas, en su mayoría sacerdotes, he encontrado una disponibilidad llena de sensatez, mucha generosidad y sentido eclesial por encima de legítimos intereses, relegados a un segundo plano ante el servicio al Señor en su Iglesia. Las pocas excepciones que ha habido no merecen su estadística. Estoy muy agradecido a los que han aceptado un relevo y a los que asumen un nuevo encargo.
Es noble y hermoso que haya parroquias que se duelan por el cambio de su párroco, si es señal del buen hacer del sacerdote y del afecto que por él sienten sus feligreses. Queda la gratitud por lo compartido, por el bien realizado, y la plegaria ante la nueva misión que se encomienda a quien marcha y a quien llega. Esta es la actitud auténticamente eclesial de una comunidad cristiana.
No puedo entender que ese dolor, que valoro positivamente, se cambie en indignación, revuelo, chantaje, intrusión y rechazo. De todo he tenido que leer y escuchar estos días. Pero una mayoría de fieles cristianos –sí, una mayoría– aceptan con madurez el cambio aunque les cueste, se fían de quienes debiendo decidir con razones evidentes o reservadas, actúan responsablemente en serio. Resulta extraño que quienes por un traslado del cura digan que se les quita la fe (¿en quién creían?), que abandonan la Iglesia (¿a cuál pertenecían?), que exijan escucharles, recibirles, darles explicaciones… y si no se accede cargarán con todo tipo de lindezas constituidos en “comisión” dispuesta a informarme (¿qué saben ellos de lo que por respeto a personas o a comunidades a veces no se puede contar?). No han faltado credenciales políticas o membretes de altos funcionarios.
Han hecho un flaco favor a los sacerdotes que son cambiados, y se lo han hecho a ellos mismos. La mayoría de los hijos de la Iglesia, esos que saben dolerse y comprender, no escenifican su protesta contra los protestones aunque bien quisieran, sino que con discreción nos hacen llegar a curas y arzobispo su comunión, su apoyo y su ánimo, y facilitan a los que han de marchar o a los que tendrán que ir llegando ese trasiego normal que no tiene que ser penoso ni penalizado.
Los sacerdotes estamos al servicio de la Iglesia, en el territorio y responsabilidades de una Diócesis. No somos dueños de nada ni propiedad de nadie. Nos dijo Jesús que somos pobres siervos, muchas veces mejorables. Pero no queremos negar nuestro “sí” al Señor y a su Iglesia por nada ni por nadie, ni siquiera cuando es el sincero afecto lo que nos tienta para no hacer misionero nuestro corazón o peregrinos nuestros pies.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo