El P. Luis Alfredo León Armijos fue fruto de una violación, años después confesó a su Padre (el violador)
“Yo podría estar en un tacho de basura, pero a mí se me dio la vida”, afirma
el sacerdote Luis Alfredo León Armijos, de Loja (Ecuador) quien a sus 41
años comparte su historia al haber nacido tras una violación cuando su madre
tenía solo 13 años.
El presbítero también cuenta cómo conoció y perdonó a su padre a quien llegó
a confesar y que ahora lleva una vida de fe.
El sacerdote diocesano y párroco de la Parroquia San José en Loja, relató
que su madre, María Eugenia Armijos Romero, a su corta edad cuidaba y
limpiaba una casa en Loja para ayudar a sus padres y a sus siete hermanos:
“el dueño de la casa aprovechando que estaba solo, abusó de ella dejándola
embarazada”.
A pesar del rechazo de su familia que “no quería que nazca el bebé por lo
que la golpeaban en la barriga y le dieron bebidas para que abortara”, María
siempre defendió la vida de su hijo y al verse sola y sin apoyo “oró y
sintió en su corazón que el Señor le decía:defiende ese niño que está en
ti”, contó el P. León.
María huyó de Loja hacia la ciudad de Cuenca donde sobrevivió por sus
propios medios. El domingo 10 de octubre de 196, en un parto lleno de
complicaciones por su corta edad y su pequeña contextura, nació Luis Alfredo
con algunos problemas respiratorios que el amor de madre también ayudaron a
sanar.
Después de un tiempo y con la ayuda paterna, María volvió a Loja para
empezar “una vida como madre soltera. Le tocó quedarse a cargo de su
violador –mi padre – quien acepta reconocerme y hacerse cargo de mí, pero
eso no quiere decir que las cosas estaban sanas entre ellos”, relató el P.
León.
El presbítero recuerda que su “padre visitaba siempre la casa y cumplía con
nosotros. Ellos (sus padres) tuvieron 3 hijos más, y mi relación con él era
distante pero buena. Le tenía mucho respeto, infundía autoridad, conmigo ha
sido muy fuerte, me llevaba a trabajar”.
Cuando el P. León tenía 16 años lo invitaron a la Renovación Carismática
donde “tuve mi primer encuentro con Cristo, aprendí de su amor maravilloso”,
y comenzó a predicar y dar catequesis “en todo lugar que Dios me ponía” como
los buses y la correccional de menores.
A los 18 años sintió el llamado a la vocación sacerdotal e ingresó al
Seminario de Loja sobreponiéndose a la oposición de su padre. “Él me decía:
tú no puedes ser sacerdote porque tú debes saber bien quién eres”.
Con un permiso especial del Obispo por su corta edad, fue ordenado a los 23
años: “fue toda una bendición para mi vida”, recuerda.
Dos años después ingresó al Camino Neocatecumenal y su madre le contó, tras
terminar la relación con su padre, cómo fue que vino al mundo. Eso marcó el
punto de inicio para un camino de reconciliación de ambos. El sacerdote
ayudó a su mamá a entender que no podía odiar a su padre y que Dios la
invitaba a amar su propia historia.
El sacerdote relató a ACI Prensa que con esta experiencia él comprendió que
siempre había predicado a los demás del amor de Cristo en sus vidas y ahora
entendía que “Dios me permitía ser sacerdote no para juzgar sino para
perdonar, para ser instrumento de su misericordia, y yo había juzgado mucho
a mi padre por todo”.
Años más tarde recibe una llamada de su padre “se iba a operar y le daba
miedo, y me dijo: quiero que me confieses”. Después de unos 30 años que no
comulgaba, “mi padre regresa a la comunión, a la Eucaristía”.
“Yo le decía: papá, usted merece el cielo, una vida eterna, así como la
Iglesia a mí también me está haciendo ver el cielo, y en ese momento mi
padre se lleno de lágrimas”.
Cuando el P. León predica a madres gestantes que pasan por dificultades les
recuerda que así como Jeremías, Dios forma en el vientre la vida de un hijo,
y que no lo vean como “un hijo que trae sufrimiento, que trae dolor, yo les
digo que un hijo trae la salvación, trae bendiciones”.
“Como Jesucristo que fue insultado, perseguido, ya desde niño fue causa y
cruz del dolor, en sus hijos reciban la bendición de Jesús” agregó.
El presbítero aconseja a los hijos que conozcan bien “la historia de uno.
Aprendan a ver las cosas desde el amor de Dios. Uno puede enterarse de su
historia y odiar la propia vida, juzgar a Dios como me había pasado a mí,
pero descubrí que el amor de Dios había estado ahí cuidándome la vida”.
“Joven, si el padre de la tierra se ha equivocado y te ha fallado, el padre
Dios nunca nos ha fallado. Si eres hijo e madre soltera debes ver en tu vida
cómo el padre Dios te ha cuidado”, exhorta.
“Yo pude estar en un tacho de basura, pero a mí se me dio al vida, yo digo
es una gratuidad, todo lo que tengo, la vida en sí misma es un don exquisito
que Dios da”, concluyó.