Del médico eutanasiador que no quería ser eutanasiado y de la monja eutanasiada contra su voluntad en Holanda
Luís Antequera,
Catolicos Hispanos
abril 10, 2013
Ante la distancia tan pequeña a la que hemos estado (y podemos volver a
estar) de que en España se apruebe una ley de eutanasia, aunque ante el
desprestigio en el que la palabra ha incurrido, el nombre nunca será éste,
me propongo traer a estas líneas los casos más escalofriantes que me
encuentro en el libro “Seducidos por la muerte”, del norteamericano Herbert
Hendin, del que ya les he hablado alguna vez, cuya reseña en cualquier caso,
hallan Vds. a pie de página.
Vamos pues, con nuestro relato del día: hoy... "El médico eutanasiador que
no quería ser eutanasiado".
Ocurrió en Holanda, paraíso del suicida y del eutanasiador. Lo relata una
vez más Herbert Hending(1):
“La doctora Johanna Groen-Prakken, psicoanalista y defensora de la eutanasia
y miembro de la NVVE [siglas holandesas de Sociedad holandesa por la
eutanasia voluntaria], me dijo que estaba preocupada porque muchos médicos
no se dan cuenta de hasta qué punto puede variar el estado de un paciente
durante el tratamiento. Tras una colostomía, necesaria tras detectársele un
cáncer de colon, su propio tío, un médico retirado, cayó en una grave
depresión, dejó de comer y le pidió que le ayudara a suicidarse. Ella le
dijo que siempre habría tiempo para suicidarse, pero que primero tenía que
recuperar su salud, e hizo que le trasladaran del hospital a una residencia
más agradable. Cuando le visitó en la residencia días después estaba
fumándose un puro y ya no hablaba de suicidarse. Dos años más tarde tuvo
metástasis. Pero ahora, en vez de querer que le ayudaran a suicidarse, lo
que le preocupaba era la eutanasia involuntaria(2). Tenía miedo de que sus
familiares le dieran pastillas para acelerar su muerte y hacerse así con la
herencia. Sus familiares le aseguraron que todo lo que querían de él era que
siguiese vivo. Así pues, a lo largo de su tratamiento, ese hombre había
pasado de desear una muerte inmediata a temer que se le privara de morir de
forma natural”.
Más allá de la desgarradora historia que no precisa de mayor comentario,
llama mi atención un pequeño argumento semiescondido en ella. Es el hecho de
que una médico que se declara pro-eutanasia sea la que convence al paciente,
médico igualmente eutanasista que ha aplicado la eutanasia a multitud de
enfermos, de no pedirla, cosa que sólo hace guiada … ¡por el cariño que le
une con su tío! Como si lo que es bueno para uno y los suyos no lo fuera
para los demás.
Esta es la primera paradoja, pero no la última, porque aún hay otra más
aleccionadora. Y así, resulta que cuando el médico eutanasista se ve enfermo
por segunda vez, a los más teme y de los que con mayor preocupación se
protege para que no le apliquen la eutanasia en la que ya no cree pero que
tantas veces aplicó él a los demás, es, precisamente… ¡¡¡de sus hijos!!!
¿Pero no habíamos quedado en que de la primera eutanasia se salvó,
precisamente, gracias al afecto que le profesaba un familiar? Entonces, ¿por
qué tiene miedo ahora de otro familiar, por demás más próximo?
Piensen Vds. un poco, porque la cosa tiene respuesta… y fácil. Es que el
primer pariente era simplemente una sobrina, que le profesaría un amor más o
menos grande, más o menos sincero, pero que en cualquier caso
a) no iba a tener que correr con los cuidados del tío, más allá de lo que
constituye el ejercicio de su propia profesión de médico, ni costearlos;
b) de la muerte del tío, para la sobrina no deriva beneficio alguno.
Dos circunstancias que, sin embargo, son diametralmente opuestas cuando de
los hijos y no de una sobrina se trata, ya que éstos
a) sí están, incluso en los tiempos deshumanizados que corren, medianamente
obligados al cuidado del padre inválido, y desde luego, a costear los
tratamientos o cuidados que precise;
b) son, después de todo, los grandes beneficiados de la muerte del
interfecto, una muerte que para ellos implica, tanto la eliminación de un
coste, el del tratamiento y cuidado de los que hablamos arriba, como la gran
oportunidad de una herencia.
¡Fíjense Vds. la clase de intereses que se ventilan en un proceso de
eutanasia, muerte digna o llámenle Vds. como les plazca!
Otro relato del libro: "De la monja eutanasiada contra su voluntad en
Holanda”
“Yo tenía curiosidad por saber cómo reaccionaría Eugene Sutorius [activista
holandés de la eutanasia] al decirle que miles de pacientes lúcidos y no
lúcidos eran llevados a la muerte sin su consentimiento. Cuando se lo
comenté me dijo que había momentos en los que los médicos sentían que tenían
que actuar porque los pacientes o las familias no podían hacerlo. Sabía de
un caso de un doctor había puesto fin a la vida de una monja unos días antes
de que hubiera fallecido por muerte natural porque tenía muchos dolores y el
médico sabía que las convicciones religiosas de la monja no le permitían
pedir la eutanasia. Sutorius no encontró ningún argumento, sin embargo,
cuando le pregunté por qué no se le había permitido a la monja morir de la
forma en que quería. Le dije que había conocido a pacientes terminales que
no eran creyentes, pero para los que era muy importante el hecho de luchar
hasta el final. Su derecho a no tener una muerte tranquila parece merecer
tanto respeto como el derecho de los que quieren morir sin dolor. Sutorius
se manifestó de acuerdo” (pág 112, op.cit.).
No puedo sino terminar con el mismo epílogo que ya le puse al artículo que
titulé “De la monja eutanasiada contra su voluntad en Holanda”: no entiendo,
la verdad, como nadie, por moderno y progresista que se considere a sí mismo
o que desee que le consideren los demás, puede simpatizar con
comportamientos como los aquí relatados. Porque en Holanda, pero también en
muchos lugares del mundo que no son Holanda, y en España también, son muchos
los que lo hacen. Eso sí: hasta que les toca a ellos. Entonces la cosa
cambia.
(1) Escrito en 1997 (y no se pueden Vds. imaginar
lo que ha llovido desde entonces en lo relativo al tema) y publicado en
español por Planeta en el año 2009. Para ponerles a Vds. en antecedentes,
Herbert Hendin es consejero delegado y director médico de Suicide Prevention
International y catedrático de psiquiatría en el New York Medical College.
En la resolución judicial que sentó precedente del Tribunal Supremo de los
Estados Unidos por la que se afirma que no existe el derecho constitucional
al suicidio asistido, se citan los estudios de Hending en la materia, entre
los cuales, el libro que les acabo de reseñar a Vds. y que me dispongo a
citar ahora.
(2) Más correcto sería llamarla “eutanasia
anti-voluntaria” o “eutanasia contra voluntad”, involuntario es lo que se
hace sin querer, anti-voluntario es lo que se hace contra la voluntad
expresamente indicada, que es de lo que en este caso hablamos.