Jano no es cristiano: hay un cristianismo falso y un cristianismo verdadero
Hay
un cristianismo falso. Tiene dos rostros como uno de esos seres monstruosos
que las mitologías humanas inventan de vez en cuando para expresar la
división interior y la hipocresía. Se maquilla con palabras de moral
cristiana pero no asume la vida cristiana que esas palabras encierran. No es
fácil denunciarlo porque sus seguidores somos básicamente inconscientes (que
es lo mismo que ser racionalistas). Alucinamos ser cristianos, creemos
además ser más inteligentes y estar haciéndolo mejor que los cristianos que
nos precedieron. Hasta predicamos con palabras cristianas donde estas
palabras son bien acogidas, pero vivimos en la ilusión porque no seguimos a
Cristo sino a dos viejos ídolos: la notoriedad y el afán de dinero.
¿Cómo puede uno distinguir esta fantasía de la realidad? Acordándose de
Jesús, cargando la cruz y olvidándose del mundo. Y esto sólo se hace con el
corazón, es decir, dentro de él. Y no se puede medir ni constatar más que en
la esperanza de que Dios lo reconocerá. Las obras son su consecuencia
natural pero no su prueba. Son el humo, no el fuego.
Acordarse de Jesucristo, encontrarlo en el Evangelio, considerar sus
palabras, sus gestos hermosos de inteligencia y bondad, acordarse y acudir,
abrazarse a Él, no dejarlo ir, reconocerlo en la Eucaristía es la razón de
ser de la memoria. Amar es no olvidar. De esto se trata la vida de oración:
de recordar, de atesorar en el corazón como María nuestra Mamá.
Cargar la cruz es asumir en Jesucristo nuestros sufrimientos, desde los más
nobles que nos vienen de las injusticias sufridas por la verdad, hasta los
más miserables, sí, hasta esos que surgen de nuestra propia tontería,
susceptibilidad y mezquindad. Cargar la cruz es ser libre, atesorar esa
alegría que nada ni nadie te puede quitar.
Olvidarse del mundo es la consecuencia lógica de lo anterior. Quien probó el
vino bueno no quiere ya el malo. El gozo que el Señor nos da en lo más
íntimo no tiene nada que ver con las miserables compensaciones con las que
nos droga el mundo. Es de otro orden, de otra profundidad, altura y nobleza.
Concentra nuestra inteligencia en la verdad, nuestra voluntad y afectos en
el bien y nos hace humildes en las caídas.
No nos engañemos: nada de esto se trata de decir, ni de pensar. Cuando
decimos o pensamos siempre estamos ante nosotros mismos como ante un público
que nos aplaude. Es el mundo en nuestro corazón. Y el mundo es un mal
público: celebra cualquier cosa porque es vano y ciego. Cuando lo dejamos
entrar en el alma comenzamos a calcular qué tan bien caemos, cómo hacemos
para no caer mal, cómo recoger aprobación y atesoramos un aire fétido como
si fuera un perfume. Comenzamos entonces a confiar en nuestros logros, a
medir fortalezas y debilidades falsas, oportunidades y amenazas que
responden a la ilusión de ser mejores porque somos más reconocidos. En ese
momento comenzamos a idolatrar el dinero e ilusionados por ambos venenos
atesoramos prestigio y creemos que gracias a él hacemos apostolado, pero no
es cierto, el apostolado es un trabajo de Dios en nosotros, no nuestro.
Nosotros no tenemos nada que no hayamos recibido.
Un hombre que camina hacia Dios nunca mide sus avances sino que los olvida,
los deja atrás para alcanzar a Jesucristo como dice San Pablo. Arde de amor,
no de vergüenza por no ser reconocido por el mundo. Dios nos conceda su luz
en estos asuntos.
Publicado por José Manuel Rodríguez Canales en 7:14
2 comentarios:
Anónimo dijo...
Estimado Roncuaz,
He leído dos veces esta entrada y no dejo de sentir un tufillo maniqueo en
tu aproximación, será que ya alcanzaste las alturas de la santidad y es por
eso que no te entiendo?.
Los éxitos se miden, los avances se valoran, los triunfos se festejan, la
vida entera se ofrece y dona al Señor y no tenemos que darle la espalda a
los dones que el buen Dios nos da. Todo es de El.
Hipócritas porque decimos una cosa y hacemos otra?. Doble vida porque
enseñamos una cosa y luego nos cuesta la vida encarnar el mensaje?.
Quién se salvaría?. La pseudo contemplación también puede ser perversa.
San Lucas insiste en el tema de la misericordia tres veces en su evangelio y
no es en vano. Quién es digno de representar al Señor aquí en la tierra, en
el mundo.
El que utiliza a Dios y su palabra para endiosarse a sí mismo ese es el
hipócrita, el que se canoniza asi mismo ese es el maldito que petrifica su
alma y funde su alma con el mundo y se elige a si mismo. Eel que lo anuncia
a pesar de su fragilidad y no renuncia a la lucha ese no es hipócrita,ese es
el ser humano por el que Jesus muere. Por mi, por ti.
Que Dios te bendiga.
23 de septiembre de 2014, 17:11
José Manuel Rodríguez Canales dijo...
Interesante comentario, estimado anónimo. Le agradezco que se haya tomado el
tiempo de hacerlo. Por eso me tomo el tiempo de responderle lo mejor que
puedo.
No sé donde puede usted ver algo de maniqueo en mi texto. Manes divide el
mundo en materia mala (creación del demonio) y espíritu bueno (creación de
Dios). Yo sólo he tratado de discernir entre dos cosas: el afán de dinero
unido a la notoriedad y el amor de Jesucristo.
Los "tufillos" no me interesan en una discusión. Usted critica lo que
interpreta o "intuye detrás" (algo así como un adivino) de lo que digo, no
lo que digo. Cite un error y lo corregiré agradeciéndole la caridad.
Más bien veo graves problemas en su texto. Distingo por lo menos dos
falacias: el argumento "ad hominem" y el "muñeco de paja".
Con el primero trata de descalificar lo que digo dando a entender que yo me
creo santo o me canonizo a mí mismo (no sé cómo he hecho algo así).
El segundo es un viejo recurso sofista que consiste en poner en boca del
oponente absurdos evidentes y deshacerlos en la discusión dando la ilusión
de tener la razón.
Un botón de muestra de esto último. Usted dice: "Los avances se valoran, ...
Todo es de El, etc." ¿Usted realmente cree que yo me opondría en algo a esa
afirmación?
Leyendolo de nuevo sí que me opongo frontalmente a eso de "medir los éxitos"
¿De verdad usted los mide? Digo ¿Los puede medir? ¿Cómo? ¿comparándose con
los demás? ¿Tiene usted un exitómetro, un ranking? Pero sobre todo ¿Para qué
los mide? ¿Para dar gloria a Dios? Pero si Él ve en lo secreto y ya los
conoce ¿o es afán de notoriedad como digo? ¿No es eso en verdad muy
peligroso? ¿No dice el Señor que no vayamos proclamando nuestras buenas
acciones y que somos siervos inútiles o San Pablo que olvidemos lo que está
detrás?
Con toda caridad (y claridad) le digo: revísese querido anónimo, su
apasionada respuesta (y lo digo por el poco cuidado y reverencia con que
critica lo que escribo) sí que deja un tufillo muy malo...
24 de septiembre de 2014, 9:13