Estas son las 30 principales ideas que expone el Papa Francisco en la Evangelii Gaudium
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Aleteia
27 noviembre 2013
La primera Exhortación Apostólica del Papa Francisco, se titula
Evangelii Gaudium, y es un extenso documento de 142 páginas que suma dos
llamados inseparables: la evangelización y la justicia social, construidas
sobre la esperanza, la fe, la caridad y la alegría cristiana.
Puede leer el texto completo de Evangelii Gaudium AQUÍ.
Estos son las 30 principales ideas que ofrece el Santo Padre en la Evangelii
Gaudium:
1. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de
consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y
avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia
aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no
hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz
de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el
entusiasmo por hacer el bien.
2. Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero
reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y
circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y
siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza
personal de ser infinitamente amado, más allá de todo.
3. Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis
años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse.
4. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le
permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar
nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción
evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el
sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?
5. Tampoco creo que deba esperarse del magisterio papal una palabra
definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y
al mundo. No es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales
en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus
territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una
saludable «descentralización».
6. La comunidad evangelizadora se mete con obras y gestos en la vida
cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si
es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo
en el pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan
su voz.
7. Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las
costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura
eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo
actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras que exige
la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que
todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas
sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes
pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta
positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad..
8. Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo
pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma,
estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi
ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a
las necesidades actuales de la evangelización.
9. En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a
reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del
Evangelio, algunas muy arraigadas a lo largo de la historia, que hoy ya no
son interpretadas de la misma manera y cuyo mensaje no suele ser percibido
adecuadamente. Pueden ser bellas, pero ahora no prestan el mismo servicio en
orden a la transmisión del Evangelio. No tengamos miedo de revisarlas. Del
mismo modo, hay normas o preceptos eclesiales que pueden haber sido muy
eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa
como cauces de vida.
10. A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala
de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a
hacer el bien posible. Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos,
puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien
transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades.
11. La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas abiertas. Salir
hacia los demás para llegar a las periferias humanas no implica correr hacia
el mundo sin rumbo y sin sentido. Muchas veces es más bien detener el paso,
dejar de lado la ansiedad para mirar a los ojos y escuchar, o renunciar a
las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino. A veces
es como el padre del hijo pródigo, que se queda con las puertas abiertas
para que, cuando regrese, pueda entrar sin dificultad.
12. Si la Iglesia entera asume este dinamismo misionero, debe llegar a
todos, sin excepciones. Pero ¿a quiénes debería privilegiar? Cuando uno lee
el Evangelio, se encuentra con una orientación contundente: no tanto a los
amigos y vecinos ricos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a esos que
suelen ser despreciados y olvidados, a aquellos que «no tienen con qué
recompensarte» (Lc 14,14). No deben quedar dudas ni caben explicaciones que
debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, «los pobres son los
destinatarios privilegiados del Evangelio», y la evangelización dirigida
gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que
decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los
pobres. Nunca los dejemos solos.
13. Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la
calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de
aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por
ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y
procedimientos.
14. Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar
el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la
exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea
noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea
una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar
más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad.
Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más
fuerte, donde el poderoso se come al más débil.
15. Hoy en muchas partes se reclama mayor seguridad. Pero hasta que no se
reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los
distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la
violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de
oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un
caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la
sociedad –local, nacional o mundial– abandona en la periferia una parte de
sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de
inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad.
16. El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida
que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las
personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares. La acción pastoral
debe mostrar mejor todavía que la relación con nuestro Padre exige y alienta
una comunión que sane, promueva y afiance los vínculos interpersonales.
Mientras en el mundo, especialmente en algunos países, reaparecen diversas
formas de guerras y enfrentamientos, los cristianos insistimos en nuestra
propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes,
de estrechar lazos y de ayudarnos «mutuamente a llevar las cargas» (Ga 6,2).
17. Nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de algunos miembros de
la Iglesia, y por los propios, no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan
la vida por amor: ayudan a tanta gente a curarse o a morir en paz en
precarios hospitales, o acompañan personas esclavizadas por diversas
adicciones en los lugares más pobres de la tierra, o se desgastan en la
educación de niños y jóvenes, o cuidan ancianos abandonados por todos, o
tratan de comunicar valores en ambientes hostiles, o se entregan de muchas
otras maneras que muestran ese inmenso amor a la humanidad que nos ha
inspirado el Dios hecho hombre.
18. La cultura mediática y algunos ambientes intelectuales a veces
transmiten una marcada desconfianza hacia el mensaje de la Iglesia, y un
cierto desencanto. Como consecuencia, aunque recen, muchos agentes
pastorales desarrollan una especie de complejo de inferioridad que les lleva
a relativizar u ocultar su identidad cristiana y sus convicciones. Se
produce entonces un círculo vicioso, porque así no son felices con lo que
son y con lo que hacen, no se sienten identificados con su misión
evangelizadora, y esto debilita la entrega. Terminan ahogando su alegría
misionera en una especie de obsesión por ser como todos y por tener lo que
poseen los demás.
19. Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es
la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y
desencantados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de
antemano no confía plenamente en el triunfo.
20. El ideal cristiano siempre invitará a superar la sospecha, la
desconfianza permanente, el temor a ser invadidos, las actitudes defensivas
que nos impone el mundo actual.
21. Más que el ateísmo, hoy se nos plantea el desafío de responder
adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla
en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con
el otro. Si no encuentran en la Iglesia una espiritualidad que los sane, los
libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la
comunión solidaria y a la fecundidad misionera, terminarán engañados por
propuestas que no humanizan ni dan gloria a Dios.
22. La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de
religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la
gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Es lo que el
Señor reprochaba a los fariseos: «¿Cómo es posible que creáis, vosotros que
os glorificáis unos a otros y no os preocupáis por la gloria que sólo viene
de Dios?» (Jn 5,44).
23. Esta oscura mundanidad se manifiesta en muchas actitudes aparentemente
opuestas pero con la misma pretensión de «dominar el espacio de la Iglesia».
En algunos hay un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del
prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una
real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de
la historia. Así, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o
en una posesión de pocos. En otros, la misma mundanidad espiritual se
esconde detrás de una fascinación por mostrar conquistas sociales y
políticas, o en una vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos, o
en un embeleso por las dinámicas de autoayuda y de realización
autorreferencial. También puede traducirse en diversas formas de mostrarse a
sí mismo en una densa vida social llena de salidas, reuniones, cenas,
recepciones. O bien se despliega en un funcionalismo empresarial, cargado de
estadísticas, planificaciones y evaluaciones, donde el principal
beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la Iglesia como organización.
24. La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad,
con una sensibilidad, una intuición y unas capacidades peculiares que suelen
ser más propias de las mujeres que de los varones. Por ejemplo, la especial
atención femenina hacia los otros, que se expresa de un modo particular,
aunque no exclusivo, en la maternidad. Reconozco con gusto cómo muchas
mujeres comparten responsabilidades pastorales junto con los sacerdotes,
contribuyen al acompañamiento de personas, de familias o de grupos y brindan
nuevos aportes a la reflexión teológica. Pero todavía es necesario ampliar
los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia.
25. Las reivindicaciones de los legítimos derechos de las mujeres, a partir
de la firme convicción de que varón y mujer tienen la misma dignidad,
plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden
eludir superficialmente. El sacerdocio reservado a los varones, como signo
de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se
pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se
identifica demasiado la potestad sacramental con el poder.
26. Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta
de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin
preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin
opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos. ¿Quién
pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de san Francisco de
Asís y de la beata Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una
auténtica fe –que nunca es cómoda e individualista– siempre implica un
profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo
mejor detrás de nuestro paso por la tierra.
27. Para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica
antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su
primera misericordia». Esta preferencia divina tiene consecuencias en la
vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener «los mismos
sentimientos de Jesucristo» (Flp 2,5).
28. Siempre me angustió la situación de los que son objeto de las diversas
formas de trata de personas. Quisiera que se escuchara el grito de Dios
preguntándonos a todos: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). ¿Dónde está tu
hermano esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en el taller
clandestino, en la red de prostitución, en los niños que utilizas para
mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas porque no ha sido
formalizado? No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad. ¡La
pregunta es para todos! En nuestras ciudades está instalado este crimen
mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a
la complicidad cómoda y muda.
29. Entre esos débiles, que la Iglesia quiere cuidar con predilección, están
también los niños por nacer, que son los más indefensos e inocentes de
todos, a quienes hoy se les quiere negar su dignidad humana en orden a hacer
con ellos lo que se quiera, quitándoles la vida y promoviendo legislaciones
para que nadie pueda impedirlo. Frecuentemente, para ridiculizar alegremente
la defensa que la Iglesia hace de sus vidas, se procura presentar su postura
como algo ideológico, oscurantista y conservador. Sin embargo, esta defensa
de la vida por nacer está íntimamente ligada a la defensa de cualquier
derecho humano. (…) Precisamente porque es una cuestión que hace a la
coherencia interna de nuestro mensaje sobre el valor de la persona humana,
no debe esperarse que la Iglesia cambie su postura sobre esta cuestión.
Quiero ser completamente honesto al respecto. Éste no es un asunto sujeto a
supuestas reformas o «modernizaciones».
30. A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente
distancia de las llagas del Señor. Pero Jesús quiere que toquemos la miseria
humana, que toquemos la carne sufriente de los demás. Espera que renunciemos
a buscar esos cobertizos personales o comunitarios que nos permiten
mantenernos a distancia del nudo de la tormenta humana, para que aceptemos
de verdad entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y
conozcamos la fuerza de la ternura. Cuando lo hacemos, la vida siempre se
nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser
pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo.