SEXUALIDAD HUMANA: VERDAD Y SIGNIFICADO - Orientaciones educativas en familia
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PONTIFICIO CONSEJO PARA LA FAMILIA
INTRODUCCION
La
situación y el problema
I. LLAMADOS AL VERDADERO AMOR
El amor
humano como don de sí
El
amor y la sexualidad humana
El amor conyugal
Amor abierto a
la vida
II. AMOR VERDADERO Y CASTIDAD
La
castidad como don de sí
El dominio de sí
La castidad
conyugal
La
educación a la castidad
III. EN EL HORIZONTE VOCACIONAL
1. La
vocación al matrimonio
Llamados al
amor conyugal
Los padres afrontan una preocupación real
2. La vocación a la virginidad y al celibato
Los padres y las vocaciones sacerdotales y
religiosas
IV. PADRE Y MADRE COMO
EDUCADORES
Los derechos y deberes de los padres
El significado del deber de los padres
V.
ITINERARIOS FORMATIVOS EN EL SENO DE LA FAMILIA
El valor
esencial del hogar
Formación en la comunidad de vida y de amor
El pudor y la
modestia
La justa intimidad
El autodominio
Los padres modelo para los propios hijos
Un
santuario de la vida y de la fe
VI. LOS PASOS EN EL
CONOCIMIENTO
Cuatro principios sobre la información respecto a
la sexualidad
Las fases principales del desarrollo del niño
1. Los
años de la inocencia
2. La pubertad
3. La adolescencia en el proyecto de vida
4. Hacia la
edad adulta
VII. ORIENTACIONES PRACTICAS
Recomendaciones a los padres y a los educadores
1.
Recomendaciones para los padres
2. Recomendaciones a todos los educadores
Cuatro principios operativos y normas
particulares
Los
varios métodos particulares
a) Métodos
recomendados
b) Métodos e ideologías que deben ser evitadas
La inculturación y la educación en el amor
VIII. CONCLUSION
Asistencia a
los padres
Fuentes válidas para la educación en el amor
Solidaridad con los padres
Esperanza y
confianza
INTRODUCCION
La situación y el problema
1. Entre las múltiples dificultades que los padres de familia encuentran
hoy, aun teniendo en cuenta los diversos contextos culturales, se encuentra
ciertamente la de ofrecer a los hijos una adecuada preparación para la vida
adulta, en particular respecto a educación sobre el verdadero significado de
la sexualidad. Las razones de esta dificultad, por otra parte no del todo
nueva, son diversas.
En el pasado, aun en el caso de que la familia no ofreciera una explícita
educación sexual, la cultura general, impregnada por el respeto de los
valores fundamentales, servía objetivamente para protegerlos y conservarlos.
La desaparición de los modelos tradicionales en gran parte de la sociedad,
sea en los países desarrollados que en vías de desarrollo, ha dejado a los
hijos faltos de indicaciones unívocas y positivas, mientras los padres se
han descubierto sin la preparación para darles las respuestas adecuadas.
Este contexto se ha agravado por un obscurecimiento de la verdad sobre el
hombre al que asistimos y que conlleva, además, una presión hacia la
banalización del sexo. Domina una cultura en la que la sociedad y los
mass-media ofrecen a menudo, una información despersonalizada, lúdica, con
frecuencia pesimista y sin respeto para las diversas etapas de la formación
y evolución de los adolescentes y de los jóvenes, bajo el influjo de un
desviado concepto individualista de la libertad y de un contexto desprovisto
de los valores fundamentales sobre la vida, sobre el amor y sobre la
familia.
La escuela, que por su parte se ha mostrado disponible para desarrollar
programas de educación sexual, lo ha hecho frecuentemente sustituyendo a la
familia y en general con fórmulas puramente informativas. A veces se llega a
una verdadera deformación de las conciencias. Los mismos padres, a causa de
las dificultades y por la propia falta de preparación, han renunciado en
muchos casos a su tarea en este campo o han querido delegarla a otros.
En esta situación, muchos padres católicos se dirigen a la Iglesia, para que
ofrezca una guía y sugerencias para la educación de los hijos, sobre todo en
la etapa de la niñez y la adolescencia. En particular, los mismos padres
expresan a veces su dificultad frente a la enseñanza que se da en la escuela
y que los hijos traen a casa. El Pontificio Consejo para la Familia ha
recibido de esta forma, repetidas e insistentes solicitudes para formular
unas directrices en apoyo a los padres en este delicado sector educativo.
2. Nuestro Dicasterio, consciente de la dimensión familiar de la educación
en el amor y del recto vivir la propia sexualidad, desea proponer algunas
líneas-guía de carácter pastoral, tomándolas de la sabiduría que proviene de
la Palabra del Señor y de los valores que han iluminado la enseñanza de la
Iglesia, consciente de la « experiencia de humanidad » que es propia de la
comunidad de los creyentes.
Queremos, pues, ante todo, unir estas indicaciones con el contenido
fundamental de la verdad y el significado del sexo, en el marco de una
antropología genuina y rica. Al ofrecer esta verdad, somos conscientes de
que « todo el que es de la verdad » (Jn 18, 37) escucha la Palabra de quien
es la misma Verdad en Persona (cf. Jn 14, 6).
La presente guía no quiere ser ni un tratado de teología moral ni un
compendio de psicología, sino tener en cuenta las aportaciones de la
ciencia, las condiciones socio-culturales de la familia y los valores
evangélicos que conservan, para cualquier tiempo, la frescura siempre actual
y la posibilidad de una encarnación concreta.
3. Algunas innegables certezas sostienen la Iglesia en este campo y han
guiado la redacción del presente documento.
El amor, que se alimenta y se expresa en el encuentro del hombre y de la
mujer, es don de Dios; es por esto fuerza positiva, orientada a su madurez
en cuanto personas; es a la vez una preciosa reserva para el don de sí que
todos, hombres y mujeres, están llamados a cumplir para su propia
realización y felicidad, según un proyecto de vida que representa la
vocación de cada uno. El hombre, en efecto, es llamado al amor como espíritu
encarnado, es decir, alma y cuerpo en la unidad de la persona. El amor
humano abraza también el cuerpo y el cuerpo expresa igualmente el amor
espiritual.1 La sexualidad no es algo puramente biológico, sino que mira a
la vez al núcleo íntimo de la persona. El uso de la sexualidad como donación
física tiene su verdad y alcanza su pleno significado cuando es expresión de
la donación personal del hombre y de la mujer hasta la muerte. Este amor
está expuesto sin embargo, como toda la vida de la persona, a la fragilidad
debida al pecado original y sufre, en muchos contextos socio-culturales,
condicionamientos negativos y a veces desviados y traumáticos. Sin embargo
la redención del Señor, ha hecho de la práctica positiva de la castidad una
realidad posible y un motivo de alegría, tanto para quienes tienen la
vocación al matrimonio —sea antes y durante la preparación, como después, a
través del arco de la vida conyugal—, como para aquellos que reciben el don
de una llamada especial a la vida consagrada.
4. En la óptica de la redención y en el camino formativo de los adolescentes
y de los jóvenes, la virtud de la castidad, que se coloca en el interior de
la templanza —virtud cardinal que en el bautismo ha sido elevada y
embellecida por la gracia—, no debe entenderse como una actitud represiva,
sino, al contrario, como la transparencia y, al mismo tiempo, la custodia de
un don, precioso y rico, como el del amor, en vistas al don de sí que se
realiza en la vocación específica de cada uno. La castidad es, en suma,
aquella « energía espiritual que sabe defender el amor de los peligros del
egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su realización plena
».2 El Catecismo de la Iglesia Católica describe y, en cierto sentido,
define la castidad así: « La castidad significa la integración lograda de la
sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su
ser corporal y espiritual ».3
5. La formación a la castidad, en el cuadro de la educación del joven a la
realización y al don de sí, implica la colaboración prioritaria de los
padres también en la formación de otras virtudes como la templanza, la
fortaleza, la prudencia. La castidad, como virtud, no subsiste sin la
capacidad de renuncia, de sacrificio y de espera.
Al dar la vida, los padres cooperan con el poder creador de Dios y reciben
el don de una nueva responsabilidad: no sólo la de nutrir y satisfacer las
necesidades materiales y culturales de sus hijos, sino, sobre todo, la de
transmitirles la verdad de la fe hecha vida y educarlos en el amor de Dios y
del prójimo. Esta es su primera obligación en el seno de la « iglesia
doméstica ».4
La Iglesia siempre ha afirmado que los padres tienen el deber y el derecho
de ser los primeros y principales educadores de sus hijos.
Con palabras del Concilio Vaticano II, el Catecismo de la Iglesia Católica
recuerda que « Los jóvenes deben ser instruidos adecuada y oportunamente
sobre la dignidad, tareas y ejercicio del amor conyugal, sobre todo en el
seno de la misma familia ».5
6. Las provocaciones, provenientes de la mentalidad y del ambiente, no deben
desanimar a los padres. Por una parte, en efecto, es necesario recordar que
los cristianos, desde la primera evangelización, han tenido que enfrentarse
a retos similares del hedonismo materialista. « Nuestra civilización, aún
teniendo tantos aspectos positivos a nivel material y cultural, debería
darse cuenta de que, desde diversos puntos de vista, es una civilización
enferma, que produce profundas alteraciones en el hombre. ?Por qué sucede
esto? La razón está en el hecho de que nuestra sociedad se ha alejado de la
plena verdad sobre el hombre, de la verdad sobre lo que el hombre y la mujer
son como personas. Por consiguiente, no sabe comprender adecuadamente lo que
son verdaderamente la entrega de las personas en el matrimonio, el amor
responsable al servicio de la paternidad y la maternidad, la auténtica
grandeza de la generación y la educación ».6
7. Es por esto mismo indispensable la labor educativa de los padres, quienes
« si en el dar la vida colaboran en la obra creadora de Dios, mediante la
educación participan de su pedagogía paterna y materna a la vez ... Por
medio de Cristo toda educación, en familia y fuera de ella, se inserta en la
dimensión salvífica de la pedagogía divina, que está dirigida a los hombres
y a las familias, y que culmina en el misterio pascual de la muerte y
resurrección del Señor ».7
En el cumplimiento de su tarea, a veces delicada y ardua, los padres no
deben desanimarse, sino confiar en el apoyo de Dios Creador y de Cristo
Redentor, recordando que la Iglesia ora por ellos con las palabras que el
Papa Clemente I dirigía al Señor por todos aquellos que ejercen la autoridad
en su nombre: « Concédeles, Señor, la salud, la paz, la concordia, la
estabilidad, para que ejerzan sin tropiezo la soberanía que tú les has
entregado. Eres tú, Señor, rey celestial de los siglos, quien da a los hijos
de los hombres gloria, honor y poder sobre las cosas de la tierra. Dirige,
Señor, su consejo según lo que es bueno, según lo que es agradable a tus
ojos, para que ejerciendo con piedad, en la paz y la mansedumbre, el poder
que les has dado, te encuentren propicio ».8
Además, los padres, habiendo donado y acogido la vida en un clima de amor,
poseen un potencial educativo que ningún otro detenta: ellos conocen en
manera única los propios hijos, en su irrepetible singularidad y, por
experiencia, poseen los secretos y los recursos del amor verdadero.
8. El hombre, en cuanto imagen de Dios, ha sido creado para amar. Esta
verdad ha sido revelada plenamente en el Nuevo Testamento, junto con el
misterio de la vida intratrinitaria: « Dios es amor (1 Jn 4, 8) y vive en sí
mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen ...,
Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y
consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la
comunión. El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser
humano ».9 Todo el sentido de la propia libertad, y del autodominio
consiguiente, está orientado al don de sí en la comunión y en la amistad con
Dios y con los demás.10
El amor humano como don de
sí
9. La persona es, sin duda, capaz de un tipo de amor superior: no el de
concupiscencia, que sólo ve objetos con los cuales satisfacer sus propios
apetitos, sino el de amistad y entrega, capaz de conocer y amar a las
personas por sí mismas. Un amor capaz de generosidad, a semejanza del amor
de Dios: se ama al otro porque se le reconoce como digno de ser amado. Un
amor que genera la comunión entre personas, ya que cada uno considera el
bien del otro como propio. Es el don de sí hecho a quien se ama, en lo que
se descubre, y se actualiza la propia bondad, mediante la comunión de
personas y donde se aprende el valor de amar y ser amado.
Todo hombre es llamado al amor de amistad y de oblatividad; y viene liberado
de la tendencia al egoísmo por el amor de otros: en primer lugar de los
padres o de quienes hacen sus veces, y, en definitiva, de Dios, de quien
procede todo amor verdadero y en cuyo amor sólo el hombre descubre hasta qué
punto es amado. Aquí se encuentra la raíz de la fuerza educativa del
cristianismo: « El hombre es amado por Dios! Este es el simplicísimo y
sorprendente anuncio del que la Iglesia es deudora respeto del hombre ».11
Es así como Cristo ha descubierto al hombre su verdadera identidad: «
Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su
amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
sublimidad de su vocación ».12
El amor revelado por Cristo « al que el apóstol Pablo dedicó un himno en la
primera Carta a los Corintios..., es ciertamente exigente. Su belleza está
precisamente en el hecho de ser exigente, porque de este modo constituye el
verdadero bien del hombre y lo irradia también a los demás ».13 Por tanto es
un amor que respeta la persona y la edifica porque « el amor es verdadero
cuando crea el bien de las personas y de las comunidades, lo crea y lo da a
los demás ».14
El amor y la sexualidad
humana
10. El hombre está llamado al amor y al don de sí en su unidad
corpóreo-espiritual. Feminidad y masculinidad son dones complementarios, en
cuya virtud la sexualidad humana es parte integrante de la concreta
capacidad de amar que Dios ha inscrito en el hombre y en la mujer. « La
sexualidad es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser,
de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir
el amor humano ».15 Esta capacidad de amar como don de sí tiene, por tanto,
su « encarnación » en el carácter esponsal del cuerpo, en el cual está
inscrita la masculinidad y la feminidad de la persona. « El cuerpo humano,
con su sexo, y con su masculinidad y feminidad visto en el misterio mismo de
la creación, es no sólo fuente de fecundidad y de procreación, como en todo
el orden natural, sino que incluye desde el « principio » el atributo «
esponsalicio », es decir, la capacidad de expresar el amor: ese amor
precisamente en el que el hombre-persona se convierte en don y —mediante
este don— realiza el sentido mismo de su ser y existir ».16 Toda forma de
amor tiene siempre esta connotación masculino-femenina.
11. La sexualidad humana es un Bien: parte del don que Dios vio que « era
muy bueno » cuando creó la persona humana a su imagen y semejanza, y «
hombre y mujer los creó » (Gn 1, 27). En cuanto modalidad de relacionarse y
abrirse a los otros, la sexualidad tiene como fin intrínseco el amor, más
precisamente el amor como donación y acogida, como dar y recibir. La
relación entre un hombre y una mujer es esencialmente una relación de amor:
« La sexualidad orientada, elevada e integrada por el amor adquiere
verdadera calidad humana ».17 Cuando dicho amor se actúa en el matrimonio,
el don de sí expresa, a través del cuerpo, la complementariedad y la
totalidad del don; el amor conyugal llega a ser, entonces, una fuerza que
enriquece y hace crecer a las personas y, al mismo tiempo, contribuye a
alimentar la civilización del amor; cuando por el contrario falta el sentido
y el significado del don en la sexualidad, se introduce « una civilización
de las "cosas" y no de las "personas"; una civilización en la que las
personas se usan como si fueran cosas. En el contexto de la civilización del
placer la mujer puede llegar a ser un objeto para el hombre, los hijos un
obstáculo para los padres ».18
12. En el centro de la conciencia cristiana de los padres y de los hijos,
debe estar presente esta verdad y este hecho fundamental: el don de Dios. Se
trata del don que Dios nos ha hecho llamándonos a la vida y a existir como
hombre o mujer en una existencia irrepetible, cargada de inagotables
posibilidades de desarrollo espiritual y moral: « la vida humana es un don
recibido para ser a su vez dado ».19 « El don revela, por decirlo así, una
característica especial de la existencia personal, más aun, de la misma
esencia de la persona. Cuando Yahvé Dios dice que "no es bueno que el hombre
esté solo" (Gn 2, 18), afirma que el hombre por sí "solo" no realiza
totalmente esta esencia. Solamente la realiza existiendo "con alguno", y más
profunda y completamente, existiendo "para alguno" ».20 En la apertura al
otro y en el don de sí se realiza el amor conyugal en la forma de donación
total propia de este estado. Y es siempre en el don de sí, sostenido por una
gracia especial, donde adquiere significado la vocación a la vida
consagrada, « manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo con
corazón indiviso »21 para servirlo más plenamente en la Iglesia. En toda
condición y estado de vida, de todos modos, este don se hace todavía más
maravilloso por la gracia redentora, por la cual llegamos a ser « partícipes
de la naturaleza divina » (2 Pe 1, 4) y somos llamados a vivir juntos la
comunión sobrenatural de caridad con Dios y con los hermanos. Los padres
cristianos, también en las situaciones más delicadas, no deben olvidar que,
como fundamento de toda la historia personal y doméstica, está el don de
Dios.
13. « En cuanto espíritu encarnado, es decir, alma que se expresa en el
cuerpo informado por un espíritu inmortal, el hombre está llamado al amor en
esta su totalidad unificada. El amor abarca también el cuerpo humano y el
cuerpo se hace partícipe del amor espiritual ».22 A la luz de la Revelación
cristiana se lee el significado interpersonal de la misma sexualidad: « La
sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico,
sino también en el psicológico y espiritual con su huella consiguiente en
todas sus manifestaciones. Esta diversidad, unida a la complementariedad de
los dos sexos, responde cumplidamente al diseño de Dios según la vocación a
la cual cada uno ha sido llamado ».23
El amor conyugal
14. Cuando el amor se vive en el matrimonio, comprende y supera la amistad y
se plasma en la entrega total de un hombre y una mujer, de acuerdo con su
masculinidad y feminidad, que con el pacto conyugal fundan aquella comunión
de personas en la cual Dios ha querido que viniera concebida, naciera y se
desarrollara la vida humana. A este amor conyugal, y sólo a él, pertenece la
donación sexual, que se « realiza de modo verdaderamente humano, solamente
cuando es parte integrante del amor con el que el hombre y la mujer se
comprometen entre sí hasta la muerte ».24 El Catecismo de la Iglesia
Católica recuerda que « en el matrimonio, la intimidad corporal de los
esposos viene a ser un signo y una garantía de comunión espiritual. Entre
bautizados, los vínculos del matrimonio están santificados por el sacramento
».25
Amor abierto a la vida
15. Signo revelador de la autenticidad del amor conyugal es la apertura a la
vida: « En su realidad más profunda, el amor es esencialmente don y el amor
conyugal, a la vez que conduce a los esposos al recíproco "conocimiento"...,
no se agota dentro de la pareja, ya que los hace capaces de la máxima
donación posible, por la cual se convierten en cooperadores de Dios en el
don de la vida a una nueva persona humana. De este modo los cónyuges, a la
vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo,
reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y
síntesis viva e inseparable del padre y de la madre ».26 A partir de esta
comunión de amor y de vida los cónyuges consiguen esa riqueza humana y
espiritual y ese clima positivo para ofrecer a los hijos su apoyo en la
educación al amor y a la castidad.
16. Tanto el amor virginal como el conyugal, que son, como diremos más
adelante, las dos formas en las cuales se realiza la vocación de la persona
al amor, requieren para su desarrollo el compromiso de vivir la castidad, de
acuerdo con el propio estado de cada uno. La sexualidad —como dice el
Catecismo de la Iglesia Católica— « se hace personal y verdaderamente humana
cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo
total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer ».1 Es obvio que el
crecimiento en el amor, en cuanto implica el don sincero de sí, es ayudado
por la disciplina de los sentimientos, de las pasiones y de los afectos, que
nos lleva a conseguir el autodominio. Ninguno puede dar aquello que no
posee: si la persona no es dueña de sí —por obra de las virtudes y,
concretamente, de la castidad— carece de aquel dominio que la torna capaz de
darse. La castidad es la energía espiritual que libera el amor del egoísmo y
de la agresividad. En la misma medida en que en el hombre se debilita la
castidad, su amor se hace progresivamente egoísta, es decir, deseo de placer
y no ya don de sí.
La castidad como don de sí
17. La castidad es la afirmación gozosa de quien sabe vivir el don de sí,
libre de toda esclavitud egoísta. Esto supone que la persona haya aprendido
a descubrir a los otros, a relacionarse con ellos respetando su dignidad en
la diversidad. La persona casta no está centrada en sí misma, ni en
relaciones egoístas con las otras personas. La castidad torna armónica la
personalidad, la hace madurar y la llena de paz interior. La pureza de mente
y de cuerpo ayuda a desarrollar el verdadero respeto de sí y al mismo tiempo
hace capaces de respetar a los otros, porque ve en ellos personas, que se
han de venerar en cuanto creadas a imagen de Dios y, por la gracia, hijos de
Dios, recreados en Cristo quien « os ha llamado de las tinieblas a su
admirable luz » (1 Pe 2, 9).
El dominio de sí
18. « La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una
pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre
controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se
hace desgraciado ».2 Toda persona sabe, también por experiencia, que la
castidad requiere rechazar ciertos pensamientos, palabras y acciones
pecaminosas, como recuerda con claridad San Pablo (cf. Rm 1, 18; 6, 12-14; 1
Cor 6, 9-11; 2 Cor 7, 1; Ga 5, 16-23; Ef 4, 17-24; 5, 3-13; Col 3, 5-8; 1 Ts
4, 1-18; 1 Tm 1, 8-11; 4;12). Por esto se requiere una capacidad y una
aptitud de dominio de sí que son signo de libertad interior, de
responsabilidad hacia sí mismo y hacia los demás y, al mismo tiempo,
manifiestan una conciencia de fe; este dominio de sí comporta tanto evitar
las ocasiones de provocación e incentivos al pecado, como superar los
impulsos instintivos de la propia naturaleza.
19. Cuando la familia ejerce una válida labor de apoyo educativo y estimula
el ejercicio de las virtudes, se facilita la educación a la castidad y se
eliminan conflictos interiores, aun cuando en ocasiones los jóvenes puedan
pasar por situaciones particularmente delicadas.
Para algunos, que se encuentran en ambientes donde se ofende y descredita la
castidad, vivir de un modo casto puede exigir una lucha exigente y hasta
heroica. De todas maneras, con la gracia de Cristo, que brota de su amor
esponsal por la Iglesia, todos pueden vivir castamente aunque se encuentren
en circunstancias poco favorables.
El mismo hecho de que todos han sido llamados a la santidad, como recuerda
el Concilio Vaticano II, facilita entender que, tanto en el celibato como en
el matrimonio, pueden presentarse —incluso, de hecho ocurre a todos, de un
modo o de otro, por períodos más o menos largos—, situaciones en las cuales
son indispensables actos heroicos de virtud.3 También la vida matrimonial
implica, por tanto, un camino gozoso y exigente de santidad.
La castidad conyugal
20. « Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las
otras practican la castidad en la continencia ».4 Los padres son conscientes
de que el mejor presupuesto para educar a los hijos en el amor casto y en la
santidad de vida consiste en vivir ellos mismos la castidad conyugal. Esto
implica que sean conscientes de que en su amor está presente el amor de Dios
y, por tanto, deben vivir la donación sexual en el respeto de Dios y de su
designio de amor, con fidelidad, honor y generosidad hacia el cónyuge y
hacia la vida que puede surgir de su gesto de amor. Sólo de este modo puede
ser expresión de caridad;5 por esto el cristiano está llamado a vivir su
entrega en el matrimonio en el marco de su personal relación con Dios, como
expresión de su fe y de su amor por Dios, y por tanto con la fidelidad y la
generosa fecundidad que distinguen el amor divino.6 Solamente así se
responde al amor de Dios y se cumple su voluntad, que los mandamientos nos
ayudan a conocer. No hay ningún amor legítimo que no sea también, a su nivel
más alto, amor de Dios. Amar al Señor implica responder positivamente a sus
mandamientos: « si me amáis, guardaréis mis mandamientos » (Jn 14, 15).7
21. Para vivir la castidad el hombre y la mujer tienen necesidad de la
iluminación continua del Espíritu Santo. « En el centro de la espiritualidad
conyugal está ... la castidad, no sólo como virtud moral (formada por el
amor), sino, a la vez, como virtud vinculada con los dones del Espíritu
Santo —ante todo con el respeto de lo que viene de Dios (« donum pietatis
»)—. Así, pues, el orden interior de la convivencia conyugal, que permite a
las « manifestaciones afectivas » desarrollarse según su justa proporción y
significado, es fruto no sólo de la virtud en la que se ejercitan los
esposos, sino también de los dones del Espíritu Santo con los que colaboran
».8
Por otra parte, los padres, persuadidos de que su propia castidad y el
empeño por testimoniar la santidad en la vida ordinaria constituyen el
presupuesto y la condición para su labor educativa, deben considerar
cualquier ataque a la virtud y a la castidad de sus hijos como una ofensa a
su propia vida de fe y una amenaza de empobrecimiento para su comunión de
vida y de gracia (cf. Ef 6, 12).
La educación a la castidad
22. La educación de los hijos a la castidad mira a tres objetivos: a)
conservar en la familia un clima positivo de amor, de virtud y de respeto a
los dones de Dios, particularmente al don de la vida;9 b) ayudar
gradualmente a los hijos a comprender el valor de la sexualidad y de la
castidad y sostener su desarrollo con el consejo, el ejemplo y la oración;
c) ayudarles a comprender y a descubrir la propia vocación al matrimonio o a
la virginidad dedicada al Reino de los cielos en armonía y en el respeto de
sus aptitudes, inclinaciones y dones del Espíritu.
23. En esta tarea pueden recibir ayudas de otros educadores, pero no ser
sustituidos salvo por graves razones de incapacidad física o moral. Sobre
este punto el Magisterio de la Iglesia se ha expresado con claridad,10 en
relación con todo el proceso educativo de los hijos: « Este deber de la
educación familiar (de los padres) es de tanta trascendencia, que, cuando
falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, deber de los padres crear una
ambiente de familia animado por el amor por la piedad hacia Dios y hacia los
hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos.
La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, que
todas las sociedades necesitan ».11 La educación, en efecto, corresponde a
los padres en cuanto que la misión educativa continúa la de la generación y
es dádiva de su humanidad12 a la que se han comprometido solemnemente en el
momento de la celebración de su matrimonio. « Los padres son los primeros y
principales educadores de sus hijos, y en este campo tienen una competencia
fundamental: son educadores por ser padres.
Comparten su misión educativa con otras personas e instituciones, como la
Iglesia y el Estado; pero aplicando correctamente el principio de
subsidiaridad. De ahí la legitimidad e incluso el deber de ayudar a los
padres, pero a la vez el límite intrínseco y no rebasable del derecho
prevalente y las posibilidades efectivas de los padres. El principio de
subsidiaridad está, por tanto, al servicio del amor de los padres,
favoreciendo el bien del núcleo familiar. En efecto, los padres no son
capaces de satisfacer por sí solos todas las exigencias del proceso
educativo, especialmente en lo que atañe a la instrucción y al amplio sector
de la socialización. La subsidiaridad completa así el amor paterno y
materno, ratificando su carácter fundamental, porque cualquier otro
colaborador en el proceso educativo debe actuar en nombre de los padres, con
su consenso y, en cierta medida, incluso por encargo suyo ».13
24. La propuesta educativa en tema de sexualidad y de amor verdadero,
abierto al don de sí, ha de enfrentarse hoy a una cultura orientada hacia el
positivismo, como recuerda el Santo Padre en la Carta a las Familias: « El
desarrollo de la civilización contemporánea está vinculado a un progreso
científico-tecnológico que se verifica de manera muchas veces unilateral,
presentando como consecuencia características puramente positivas. Como se
sabe, el positivismo produce como frutos el gnosticismo a nivel teórico y el
utilitarismo a nivel práctico y ético... El utilitarismo es una civilización
basada en producir y disfrutar; una civilización de las "cosas" y no de las
"personas"; una civilización en la que las personas se usan como si fueran
cosas... Para convencerse de ello, basta examinar —precisa todavía el Santo
Padre— ciertos programas de educación sexual introducidos en las escuelas, a
menudo contra el parecer y las mismas protestas de muchos padres ».14
En tal contexto es necesario que los padres, remitiéndose a la enseñanza de
la Iglesia, y con su apoyo, reivindiquen su propia tarea y, asociándose
donde sea necesario o conveniente, ejerzan una acción educativa fundada en
los valores de la persona y del amor cristiano, tomando una clara posición
que supere el utilitarismo ético. Para que la educación corresponda a las
exigencias objetivas del verdadero amor, los padres han de ejercitarla con
autónoma responsabilidad.
25. También en relación con la preparación al matrimonio, la enseñanza de la
Iglesia recuerda que la familia debe seguir siendo la protagonista principal
de dicha obra educativa.15
Ciertamente, « los cambios que han sobrevenido en casi todas las sociedades
modernas exigen que no sólo la familia, sino también la sociedad y la
Iglesia se comprometan en el esfuerzo de preparar convenientemente a los
jóvenes para las responsabilidades de su futuro ».16 Precisamente por esto,
adquiere todavía mayor importancia la labor educativa de la familia desde
los primeros años: « la preparación remota comienza desde la infancia, en la
juiciosa pedagogía familiar, orientada a conducir a los niños a descubrirse
a sí mismos como seres dotados de una rica y compleja sicología y de una
personalidad particular con sus fuerzas y debilidades ».17
III
EN EL HORIZONTE VOCACIONAL
26. La familia tiene un papel decisivo en el nacer de las vocaciones y en su
desarrollo, como enseña el Concilio Vaticano II: « Del matrimonio procede la
familia, en la que nacen nuevos ciudadanos de la sociedad humana, quienes,
por la gracia del Espíritu Santo, quedan constituidos en el bautismo hijos
de Dios. En esta especie de Iglesia doméstica los padres deben ser para sus
hijos los primeros predicadores de la fe, mediante la palabra y el ejemplo,
y deben fomentar la vocación propia de cada uno, pero con un cuidado
especial la vocación sagrada ».18 Más aún, el signo de una pastoral familiar
adecuada es precisamente el hecho que florezcan las vocaciones: « donde
existe una iluminada y eficaz pastoral de la familia, como es natural que se
acoja con alegría la vida, así es más fácil que resuene en ella la voz de
Dios, y sea más generosa la escucha que recibe ».19
Ya se trate de vocaciones al matrimonio o a la virginidad y al celibato, son
siempre vocaciones a la santidad. En efecto, el documento del Concilio
Vaticano II Lumen gentium expone su enseñanza acerca de la llamada universal
a la santidad: « Todos los fieles, cristianos de cualquier condición y
estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son
llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella
santidad con la que es perfecto el mismo Padre ».20
1. La vocación al matrimonio
27. La formación en el amor verdadero es la mejor preparación para la
vocación al matrimonio. En familia los niños y los jóvenes pueden aprender a
vivir la sexualidad humana con la grandeza y en el contexto de una vida
cristiana. Los niños y los jóvenes descubren gradualmente que el sólido
matrimonio cristiano no es el resultado de conveniencias ni de una mera
atracción sexual. Por ser una vocación, el matrimonio comporta siempre una
elección bien meditada, el mutuo compromiso ante de Dios, y la constante
petición de su ayuda en la oración.
Llamados al amor conyugal
28. Los padres cristianos, empeñados en la tarea de educar a los hijos en el
amor, partirán de la experiencia de su amor conyugal. Como recuerda la
Encíclica Humanae vitae, « la verdadera naturaleza y nobleza del amor
conyugal se revelan cuando este es considerado en su fuente suprema, Dios,
que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8), « el Padre de quien procede toda paternidad en
el cielo y en la tierra » (Ef 3, 15). El matrimonio no es, por tanto, efecto
de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales
inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la
humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación
personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus seres en
orden a un mutuo perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la
generación y en la educación de nuevas vidas. En los bautizados el
matrimonio reviste, además, la dignidad de signo sacramental de la gracia,
en cuanto representa la unión de Cristo y de la Iglesia ».21
La Carta a las familias del Santo Padre recuerda que « la familia es una
comunidad de personas, para las cuales el propio modo de existir y vivir
juntos es la comunión: communio personarum »;22 y, aludiendo a la enseñanza
del Concilio Vaticano II, el Santo Padre recuerda que tal comunión implica «
una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de
los hijos de Dios en la verdad y en la caridad ».23 « Esta formulación,
particularmente rica de contenido, confirma ante todo aquello que determina
la identidad íntima de cada hombre y de cada mujer. Esta identidad consiste
en la capacidad de vivir en la verdad y en el amor; más aún, consiste en la
necesidad de verdad y de amor como dimensión constitutiva de la vida de la
persona. Tal necesidad de verdad y de amor abre al hombre tanto a Dios como
a las criaturas. Lo abre a las demás personas, a la vida "en comunión",
particularmente al matrimonio y a la familia ».24
29. El amor conyugal, de acuerdo con lo que afirma la Encíclica Humanae
vitae, tiene cuatro características: es amor humano (sensible y espiritual),
es amor total, fiel y fecundo.25
Estas características se fundamentan en el hecho de que « el hombre y la
mujer en el matrimonio se unen entre sí tan estrechamente que vienen a ser
—según el libro del Génesis— « una sola carne » (Gn 2, 24). Los dos sujetos
humanos, aunque somáticamente diferentes por constitución física como varón
y mujer, participan de modo similar de aquella capacidad de vivir "en la
verdad y el amor". Esta capacidad, característica del ser humano en cuanto
persona, tiene a la vez una dimensión espiritual y corpórea... La familia
que nace de esta unión basa su solidez interior en la alianza entre los
esposos, que Cristo elevó a sacramento. La familia recibe su propia
naturaleza comunitaria —más aun, sus características de "comunión"— de
aquella comunión fundamental de los esposos que se prolonga en los hijos.
"¡Estáis dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos y
a educarlos? ", les pregunta el celebrante durante el rito del matrimonio.
La respuesta de los novios corresponde a la íntima verdad del amor que los
une ».26 Y con la misma fórmula de la celebración del matrimonio los esposos
se comprometen a « ser fieles por siempre »27 precisamente porque la
fidelidad de los esposos brota de esta comunión de personas que se radica en
el proyecto del Creador, en el Amor Trinitario y en el Sacramento que
expresa la unión fiel de Cristo con la Iglesia.
30. El matrimonio es un sacramento mediante el cual la sexualidad se integra
en un camino de santidad, con un vínculo que refuerza aún más su indisoluble
unidad: « El don del sacramento es al mismo tiempo vocación y mandamiento
para los esposos cristianos, para que permanezcan siempre fieles entre sí,
por encima de toda prueba y dificultad, en generosa obediencia a la santa
voluntad del Señor: "lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre" ».28
Los padres
afrontan una preocupación real
31. Por desgracia hoy, incluso en las sociedades cristianas, no faltan
motivos a los padres para estar preocupados por la estabilidad de los
futuros matrimonios de sus hijos. Deben, sin embargo, reaccionar con
optimismo, pese al incremento de los divorcios y la creciente crisis de las
familias, procurando dar a los propios hijos una profunda formación
cristiana que los torne capaces de superar las diversas dificultades.
Concretamente, el amor por la castidad, en lo que tan importante es la ayuda
de los padres, favorece el respeto mutuo entre el hombre y la mujer y
confiere la capacidad de compasión, ternura, tolerancia, generosidad y,
sobre todo, espíritu de sacrificio, sin el cual ningún amor se mantiene. Los
hijos llegarán así al matrimonio con la sabiduría realista de la que habla
San Pablo, según el cual, los esposos deben continuamente ganarse el amor
del uno por el otro y prestarse atención recíproca con mutua paciencia y
afecto (cf. 1 Co 7, 3-6; Ef 5, 21-23).
32. Mediante esta formación remota a la castidad en familia, los
adolescentes y los jóvenes aprenden a vivir la sexualidad en la dimensión
personal, rechazando toda separación entre la sexualidad y el amor
—entendido como donación de sí— y entre el amor esponsal y la familia.
El respeto de los padres hacia la vida y hacia el misterio de la
procreación, evitará en el niño o en el joven la falsa idea de que las dos
dimensiones del acto conyugal, la unitiva y la procreativa, puedan separarse
según el propio arbitrio. La familia se reconoce entonces parte inseparable
de la vocación al matrimonio.
Una educación cristiana a la castidad en familia no puede silenciar la
gravedad moral que implica la separación de la dimensión unitiva de la
procreativa en el ámbito de la vida conyugal, que tiene lugar sobre todo en
la contracepción y en la procreación artificial: en el primer caso, se
pretende la búsqueda del placer sexual interviniendo sobre la expresión del
acto conyugal a fin de evitar la concepción; en el segundo caso, se busca la
concepción sustituyendo el acto conyugal por una técnica. Esto es contrario
a la verdad del amor conyugal y a la plena comunión esponsal.
La formación en la castidad ha de formar parte de la preparación a la
paternidad y a la maternidad responsables, que « se refieren directamente al
momento en que el hombre y la mujer, uniéndose "en una sola carne", pueden
convertirse en padres. Este momento tiene un valor muy significativo, tanto
por su relación interpersonal como por su servicio a la vida. Ambos pueden
convertirse en procreadores —padre y madre— comunicando la vida a un nuevo
ser humano. Las dos dimensiones de la unión conyugal, la unitiva y la
procreativa, no pueden separarse artificialmente sin alterar la verdad
íntima del mismo acto conyugal ».29
Es necesario también presentar a los jóvenes las consecuencias, siempre más
graves, que surgen de la separación entre la sexualidad y la procreación
cuando se llega a practicar la esterilización y el aborto, o a buscar la
práctica de la sexualidad separada también del amor conyugal, sea antes, sea
fuera del matrimonio.
De este momento educativo que se coloca en el plan de Dios, en la estructura
misma de la sexualidad, en la naturaleza íntima del matrimonio y de la
familia, depende gran parte del orden moral y de la armonía conyugal de la
familia y, por tanto, depende también de él el verdadero bien de la
sociedad.
33. Los padres que ejercen el propio derecho y deber de formar en la
castidad a los hijos, pueden estar seguros de ayudarlos a formar a su vez
familias estables y unidas, anticipando de esta forma, en la medida de lo
posible, el gozo del paraíso: « ?Cómo lograré exponer la felicidad de ese
matrimonio que la Iglesia favorece, que la ofrenda eucarística refuerza, que
la bendición sella, que los ángeles anuncian y que el Padre ratifica?...
Ambos son hermanos y los dos sirven juntos: no hay división ni en la carne
ni en el espíritu ... En ellos Cristo se alegra y los envía en su paz; donde
están los dos, allí se encuentra también El, y donde está El no puede haber
ningún mal ».30
2. La
vocación a la virginidad y al celibato
34. La Revelación cristiana presenta dos vocaciones al amor: el matrimonio y
la virginidad. No raramente, en algunas sociedades actuales están en crisis
no sólo el matrimonio y la familia, sino también las vocaciones al
sacerdocio y a la vida religiosa. Las dos situaciones son inseparables: «
cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad
consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un valor donado por
el Creador, pierde significado la renuncia por el Reino de los cielos ».31 A
la disgregación de la familia sigue la falta de vocaciones; por el
contrario, donde los padres son generosos en acoger la vida, es más fácil
que lo sean también los hijos cuando se trata de ofrecerla a Dios: « Es
necesario que las familias vuelvan a expresar el generoso amor por la vida y
se pongan a su servicio, sobre todo acogiendo, con sentido de
responsabilidad unido a una serena confianza, los hijos que el Señor quiera
donar »; y lleven a feliz cumplimiento esta acogida no sólo « con una
continua acción educativa, sino también con el debido compromiso de ayudar,
sobre todo, a los adolescentes y a los jóvenes, a descubrir la dimensión
vocacional de cada existencia, dentro del plan de Dios... La vida humana
adquiere plenitud cuando se hace don de sí: un don que puede expresarse en
el matrimonio, en la virginidad consagrada, en la dedicación al prójimo por
un ideal, en la elección del sacerdocio ministerial. Los padres servirán
verdaderamente la vida de sus hijos si los ayudan a hacer de su propia
existencia un don, respetando sus opciones maduras y promoviendo con alegría
cada vocación, también la religiosa y sacerdotal ».32
Por esta razón, el Papa Juan Pablo II, cuando trata el tema de la educación
sexual en la Familiaris consortio, afirma: « los padres cristianos reserven
una atención y cuidado especial —discerniendo los signos de la llamada de
Dios— a la educación para la virginidad como forma suprema del don de uno
mismo que constituye el sentido mismo de la sexualidad humana ».33
Los
padres y las vocaciones sacerdotales y religiosas
35. Los padres por ello deben alegrarse si ven en alguno de sus hijos los
signos de la llamada de Dios a la más alta vocación de la virginidad o del
celibato por amor del Reino de los cielos. Deberán entonces adaptar la
formación al amor casto a las necesidades de estos hijos, animándolos en su
propio camino hasta el momento del ingreso en el seminario o en la casa de
formación, o también hasta la maduración de esta vocación específica al don
de sí con un corazón indiviso. Ellos deberán respetar y valorar la libertad
de cada uno de sus hijos, animando su vocación personal y sin pretender
imponerles ninguna determinada vocación.
El Concilio Vaticano II recuerda con claridad esta peculiar y honrosa tarea
de los padres, apoyados en su obra por los maestros y por los sacerdotes: «
Los padres, por la cristiana educación de sus hijos, deben cultivar y
proteger en sus corazones la vocación religiosa ».34 « El deber de formar
las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana ... La mayor ayuda en
este sentido la prestan, por un lado, aquellas familias que, animadas del
espíritu de fe, caridad y piedad, son como un primer seminario, y, por otro,
las parroquias, de cuya fecundidad de vida participan los propios
adolescentes ».35 « Los padres y maestros y todos aquellos a quienes de
cualquier modo incumbe la educación de niños y jóvenes, instrúyanlos de
forma que, conociendo la solicitud del Señor por su grey y considerando las
necesidades de la Iglesia, estén prontos a responder generosamente al
llamamiento del Señor, diciendo con el profeta: Aquí estoy yo, envíame (Is
6, 8) ».36
Este contexto familiar necesario para la maduración de las vocaciones
religiosas y sacerdotales, recuerda la grave situación de muchas familias,
especialmente en ciertos países, que son pobres en el valor de la vida,
porque carecen deliberadamente de hijos, o tienen un único hijo, donde es
muy difícil que surjan vocaciones y también se lleve a cabo una plena
educación social.
36. Además, la familia verdaderamente cristiana será capaz de ayudar a
entender el valor del celibato cristiano y de la castidad a aquellos hijos
no casados o inhábiles para el matrimonio por razones ajenas a su propia
voluntad. Si desde niños y en la juventud han recibido una buena formación,
se encontrarán en condiciones de afrontar la propia situación más
fácilmente. Más aun, podrán rectamente descubrir la voluntad de Dios en
dicha situación y encontrar así un sentido de vocación y de paz en la propia
vida.37 A estas personas, especialmente si están afectadas por alguna
inhabilidad física, es necesario desvelarles las grandes posibilidades de
realización de sí y de fecundidad espiritual abiertas a quien, sostenido por
la fe y por el Amor de Dios, se empeña en ayudar a los hermanos más pobres y
más necesitados.
IV
PADRE Y MADRE COMO EDUCADORES
37. Dios, concediendo a los esposos el privilegio y la gran responsabilidad
de llegar a ser padres, les concede la gracia para cumplir adecuadamente su
propia misión. Los padres en esta tarea de educar a sus hijos, están guiados
por « dos verdades fundamentales. La primera es que el hombre está llamado a
vivir en la verdad y en el amor. La segunda es que cada hombre se realiza
mediante la entrega sincera de sí mismo ».38 Como esposos, padres y
ministros de la gracia sacramental del matrimonio, los padres se encuentran
sostenidos día a día, por energías particulares de orden espiritual,
otorgados por Jesucristo, que ama y nutre la Iglesia, su esposa.
En cuanto cónyuges, hechos « una sola carne » por el vínculo matrimonial,
comparten el deber de formar a los hijos mediante una voluntaria
colaboración nutrida por un vigoroso y mutuo diálogo, que « tiene una fuente
nueva y específica en el sacramento del matrimonio, que los consagra a la
educación propiamente cristiana de los hijos, es decir, los llama a
participar de la misma autoridad y del mismo amor de Dios Padre y de Cristo
Pastor, así como del amor materno de la Iglesia, y los enriquece en
sabiduría, consejo, fortaleza y con los otros dones del Espíritu Santo, para
ayudar a los hijos en su crecimiento humano y cristiano ».39
38. En el contexto de la formación en la castidad, la «
paternidad-maternidad » incluye evidentemente al padre que queda solo y
también a los padres adoptivos. La tarea del progenitor que queda solo no es
ciertamente fácil, pues le falta el apoyo del otro cónyuge, y con ello, la
actividad y el ejemplo de un cónyuge de sexo diferente. Dios, sin embargo,
sostiene a los padres solos con amor especial, llamándolos a afrontar esta
tarea con igual generosidad y sensibilidad con que aman y cuidan a sus hijos
en otros aspectos de la vida familiar.
39. Hay otras personas llamadas en ciertos casos a asumir el puesto de los
padres: quienes toman de manera permanente su papel, por ejemplo, en
relación a los niños huérfanos o abandonados. Sobre ellos recae la tarea de
formar a los niños y a los jóvenes en sentido global y también en la
castidad y recibirán la gracia de estado para hacerlo según los mismos
principios que guían a los padres cristianos.
40. Los padres nunca deben sentirse solos en esta tarea. La Iglesia los
sostiene y los estimula, segura de que les cabe desarrollar esta función
mejor que cualquier otro. Misión que incumbe igualmente a los hombres y
mujeres que, frecuentemente con gran sacrificio, dan a los niños sin padres
una forma de amor paterno y de vida de familia. Todos deben afrontar este
deber con un espíritu de oración, abiertos y obedientes a las verdades
morales de la fe y de la razón que integran la enseñanza de la Iglesia y
considerando siempre a los niños y a los jóvenes como personas, hijos de
Dios y herederos del Reino de los cielos.
Los derechos y
deberes de los padres
41. Antes de entrar en los detalles prácticos de la formación de los jóvenes
en la castidad, es de extrema importancia que los padres sean conscientes de
sus derechos y deberes, en particular frente a un Estado y a una escuela que
tienden a asumir la iniciativa en el campo de la educación sexual.
En la Familiaris consortio, el Santo Padre Juan Pablo II lo reafirma: « El
derecho-deber educativo de los padres se califica como esencial, relacionado
como está con la transmisión de la vida humana; como original y primario,
respecto al deber educativo de los demás, por la unicidad de la relación de
amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable y
que, por consiguiente, no debe ser ni totalmente delegado ni usurpado por
otros »,40 salvo el caso, al cual se ha hecho referencia al inicio, de la
imposibilidad física o psíquica.
42. Esta doctrina se apoya en la enseñanza del Concilio Vaticano II41 y ha
sido proclamada también por la Carta de los Derechos de la Familia: « Por el
hecho de haber dado la vida a sus hijos, los padres tienen el derecho
originario, primario e inalienable de educarlos; ... Ellos tienen el derecho
de educar a sus hijos conforme a sus convicciones morales y religiosas,
teniendo presentes las tradiciones culturales de la familia que favorecen el
bien y la dignidad del hijo; ellos deben recibir también de la sociedad la
ayuda y asistencia necesarias para realizar de modo adecuado su función
educadora ».42
43. El Papa insiste en que esto vale particularmente en relación a la
sexualidad: « La educación sexual, derecho y deber fundamental de los
padres, debe realizarse siempre bajo su dirección solícita, tanto en casa
como en los centros educativos elegidos y controlados por ellos. En este
sentido la Iglesia reafirma la ley de la subsidiaridad, que la escuela tiene
que observar cuando coopera en la educación sexual, situándose en el
espíritu mismo que anima a los padres ».43
El Santo Padre agrega: « Por los vínculos estrechos que hay entre la
dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta educación debe
llevar a los hijos a conocer y estimar las normas morales como garantía
necesaria y preciosa para un crecimiento personal y responsable en la
sexualidad humana ».44 Ninguno está en grado de realizar la educación moral
en este delicado campo mejor que los padres, debidamente preparados.
El significado del
deber de los padres
44. Este derecho implica una tarea educativa: si de hecho no imparten una
adecuada formación en la castidad, los padres abandonan un preciso deber que
les compete; y serían culpables también, si tolerasen una formación inmoral
o inadecuada impartida a los hijos fuera del hogar.
45. Esta tarea encuentra hoy una particular dificultad debido también a la
difusión, a través de los medios de comunicación social, de la pornografía,
inspirada en criterios comerciales que deforman la sensibilidad de los
adolescentes. A este respecto se requiere, por parte de los padres, un doble
cuidado: una educación preventiva y crítica de los hijos y una acción de
valiente denuncia ante la autoridad. Los padres, individualmente o asociados
con otros, tienen el derecho y el deber de promover el bien de sus hijos y
de exigir a la autoridad leyes de prevención y represión de la explotación
de la sensibilidad de los niños y de los adolescentes.45
46. El Santo Padre subraya esta misión de los padres delineando la
orientación y el objetivo: « Ante una cultura que "banaliza" en gran parte
la sexualidad humana, porque la interpreta y la vive de manera reductiva y
empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta, el
servicio educativo de los padres debe basarse sobre una cultura sexual que
sea verdadera y plenamente personal. En efecto, la sexualidad es una riqueza
de toda la persona —cuerpo, sentimiento y espíritu— y manifiesta su
significado íntimo al llevar la persona hacia el don de sí misma en el amor
».46
47. No podemos olvidar, de todas maneras, que se trata de un derecho-deber,
el de educar en la sexualidad, que los padres cristianos en el pasado han
advertido y ejercitado poco, posiblemente porque el problema no tenía la
gravedad actual: o porque su tarea era en parte sustituida por la fuerza de
los modelos sociales dominantes y, además, por la suplencia que en este
campo ejercían la Iglesia y la escuela católica. No es fácil para los padres
asumir este compromiso educativo, porque hoy se revela muy complejo,
superior a las posibilidades de las familias, y porque en la mayoría de los
casos no existe la experiencia de cuanto con ellos hicieron los propios
padres.
Por esto, la Iglesia considera como deber suyo contribuir, con este
documento, a que los padres recuperen la confianza en sus propias
capacidades y ayudarles en el cumplimiento de su tarea.
V
ITINERARIOS FORMATIVOS EN EL SENO DE LA FAMILIA
48. El ambiente de la familia es, pues, el lugar normal y originario para la
formación de los niños y de los jóvenes en la consolidación y en el
ejercicio de las virtudes de la caridad, de la templanza, de la fortaleza y,
por tanto, de la castidad. Como iglesia doméstica, la familia es, en efecto,
la escuela más rica en humanidad.47 Esto vale especialmente para la
educación moral y espiritual, en particular sobre un punto tan delicado como
la castidad: en ella, de hecho, confluyen aspectos físicos, psíquicos y
espirituales, deseos de libertad e influjo de los modelos sociales, pudor
natural y fuertes tendencias inscritas en el cuerpo humano; factores, todos
estos, que se encuentran unidos a la conciencia aunque sea implícita de la
dignidad de la persona humana, llamada a colaborar con Dios, y al mismo
tiempo marcada por la fragilidad. En un hogar cristiano los padres tienen la
fuerza para conducir a los hijos hacia una verdadera madurez cristiana de su
personalidad, según la medida de Cristo, en el seno de su Cuerpo místico que
es la Iglesia.48
La familia, aun poseyendo estas fuerzas, tiene necesidad de apoyo también
por parte del Estado y de la sociedad, según el principio de subsidiaridad:
« Pero ocurre que cuando la familia decide realizar plenamente su vocación,
se puede encontrar sin el apoyo necesario por parte del Estado, que no
dispone de recursos suficientes. Es urgente entonces, promover iniciativas
políticas no sólo en favor de la familia, sino también políticas sociales
que tengan como objetivo principal a la familia misma, ayudándola mediante
la asignación de recursos adecuados e instrumentos eficaces de ayuda, bien
sea para la educación de los hijos, bien sea para la atención de los
ancianos ».49
49. Conscientes de esto, y de las dificultades reales que existen hoy en no
pocos países para los jóvenes, especialmente en presencia de factores de
degradación social y moral, los padres han de atreverse a pedirles y
exigirles más. No pueden contentarse con evitar lo peor —que los hijos no se
droguen o no comentan delitos— sino que deberán comprometerse a educarlos en
los valores verdaderos de la persona, renovados por las virtudes de la fe,
de la esperanza y del amor: la libertad, la responsabilidad, la paternidad y
la maternidad, el servicio, el trabajo profesional, la solidaridad, la
honradez, el arte, el deporte, el gozo de saberse hijos de Dios y, con esto,
hermanos de todos los seres humanos, etc.
El valor esencial del hogar
50. Las ciencias psicológicas y pedagógicas, en sus más recientes
conquistas, y la experiencia, concuerdan en destacar la importancia
decisiva, en orden a una armónica y válida educación sexual, del clima
afectivo que reina en la familia, especialmente en los primeros años de la
infancia y de la adolescencia y tal vez también en la fase pre-natal,
períodos en los cuales se instauran los dinamismos emocionales y profundos
de los adolescentes. Se evidencia la importancia del equilibrio, de la
aceptación y de la comprensión a nivel de la pareja. Se subraya además, el
valor de la serenidad del encuentro relacional entre los esposos, de su
presencia positiva —sea del padre sea de la madre— en los años importantes
para el proceso de identificación, y de la relación de sereno afecto hacia
los niños.
51. Ciertas graves carencias o desequilibrios que existen entre los padres
(por ejemplo, la ausencia de la vida familiar de uno o de ambos padres, el
desinterés educativo o la severidad excesiva), son factores capaces de
causar en los niños traumas emocionales y afectivos que pueden entorpecer
gravemente su adolescencia y a veces marcarlos para toda la vida. Es
necesario que los padres encuentren el tiempo para estar con los hijos y de
dialogar con ellos. Los hijos, don y deber, son su tarea más importante, si
bien aparentemente no siempre muy rentable: lo son más que el trabajo, más
que el descanso, más que la posición social. En tales conversaciones —y de
modo creciente con el pasar de los años— es necesario saberlos escuchar con
atención, esforzarse por comprenderlos, saber reconocer la parte de verdad
que puede haber en algunas formas de rebelión. Al mismo tiempo, los padres
podrán ayudarlos a encauzar rectamente ansias y aspiraciones, enseñándoles a
reflexionar sobre la realidad de las cosas y a razonar. No se trata de
imponerles una determinada línea de conducta, sino de mostrarles los
motivos, sobrenaturales y humanos, que la recomiendan. Lo lograrán mejor, si
saben dedicar tiempo a sus hijos y ponerse verdaderamente a su nivel, con
amor.
Formación en
la comunidad de vida y de amor
52. La familia cristiana es capaz de ofrecer una atmósfera impregnada de
aquel amor a Dios que hace posible el auténtico don recíproco.50 Los niños
que lo perciben están más dispuestos a vivir según las verdades morales
practicadas por sus padres. Tendrán confianza en ellos y aprenderán aquel
amor —nada mueve tanto a amar cuanto el saberse amados— que vence el miedo.
Así el vínculo de amor recíproco, que los hijos descubren en sus padres,
será una protección segura de su serenidad afectiva. Tal vínculo afina la
inteligencia, la voluntad y las emociones, rechazando todo cuanto pueda
degradar o envilecer el don de la sexualidad humana que, en una familia en
la cual reina el amor, es siempre entendida como parte de la llamada al don
de sí en el amor a Dios y a los demás: « La familia es la primera y
fundamental escuela de socialidad; como comunidad de amor, encuentra en el
don de sí misma la ley que la rige y hace crecer. El don de sí, que inspira
el amor mutuo de los esposos, se pone como modelo y norma del don de sí que
debe haber en las relaciones entre hermanos y hermanas, y entre las diversas
generaciones que conviven en la familia. La comunión y la participación
vivida cotidianamente en la casa, en los momentos de alegría y de
dificultad, representa la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción
activa, responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la
sociedad ».51
53. En definitiva, la educación al auténtico amor, que no es tal si no se
convierte en amor de benevolencia, implica la acogida de la persona amada,
considerar su bien como propio, y por tanto, instaurar justas relaciones con
los demás. Es necesario enseñar al niño, al adolescente y al joven a
establecer las oportunas relaciones con Dios, con sus padres, con sus
hermanas y hermanas, con sus compañeros del mismo o diverso sexo, con los
adultos.
54. No se debe tampoco olvidar que la educación al amor es una realidad
global: no se progresa en establecer justas relaciones con una persona sin
hacerlo, al mismo tiempo, con cualquier otra. Como se ha indicado antes, la
educación en la castidad, en cuanto educación en el amor, es al mismo tiempo
educación del espíritu, de la sensibilidad y de los sentimientos. El
comportamiento hacia las personas depende no poco de la forma con que
administran lo sentimientos espontáneos, haciendo crecer algunos,
controlando otros. La castidad, en cuanto virtud, nunca se reduce a un
simple discurso sobre el cumplimiento de actos externos conformes a la
norma, sino que exige activar y desarrollar los dinamismos de la naturaleza
y de la gracia, que constituyen el elemento principal e inmanente de la ley
de Dios y de nuestro descubrimiento de su condición de garantía de
crecimiento y de libertad.52
55. Es necesario, por tanto, poner de relieve que la educación a la castidad
es inseparable del compromiso de cultivar todas las otras virtudes y, en
modo particular, el amor cristiano que se caracteriza por el respeto, por el
altruismo y por el servicio que, en definitiva, es la caridad. La sexualidad
es un bien tan importante, que precisa protegerlo siguiendo el orden de la
razón iluminada por la fe: « cuanto mayor es un bien, tanto más en él se
debe observar el orden de la razón ».53 De esto se deduce que para educar a
la castidad, « es necesario el dominio de sí, que presupone virtudes como el
pudor, la templanza, el respeto propio y ajeno y la apertura al prójimo ».54
Son también importantes aquellas virtudes que la tradición cristiana ha
llamado las hermanas menores de la castidad (modestia, capacidad de
sacrificio de los propios caprichos), alimentadas por la fe y por la vida de
oración.
El pudor y la modestia
56. La práctica del pudor y de la modestia, al hablar, obrar y vestir, es
muy importante para crear un clima adecuado para la maduración de la
castidad, y por eso han de estar hondamente arraigados en el respeto del
propio cuerpo y de la dignidad de los demás. Como se ha indicado, los padres
deben velar para que ciertas modas y comportamientos inmorales no violen la
integridad del hogar, particularmente a través de un uso desordenado de los
mass media.55 El Santo Padre ha subrayado en este sentido, la necesidad « de
llevar a cabo una colaboración más estrecha entre los padres, a quienes
corresponde en primer lugar la tarea de la educación, los responsables de
los medios de comunicación en sus diferentes niveles, y las autoridades
públicas, a fin de que la familia no quede abandonada a su suerte en un
sector tan importante de su misión educativa... En realidad hay que
establecer propuestas, contenidos y programas de sana diversión, de
información y de educación complementarios a aquellos de la familia y la
escuela. Desgraciadamente, sobre todo en algunas naciones, se difunden
espectáculos y escritos en que prolifera todo tipo de violencia y se realiza
una especie de bombardeo con mensajes que minan los principios morales y
hacen imposible una atmósfera seria, que permita transmitir valores dignos
de la persona humana ».56
Particularmente, en relación al uso de la televisión, el Santo Padre ha
especificado: « El modo de vivir —especialmente en las Naciones más
industrializadas— lleva con frecuencia a las familias a descargar sus
responsabilidades educativas, encontrando en la facilidad para la evasión (a
través especialmente de la televisión y de ciertas publicaciones) la manera
de tener ocupados a los niños y los jóvenes. Nadie niega que existe para
ello una cierta justificación, dado que muy frecuentemente faltan
estructuras e infraestructuras suficientes para potenciar y valorizar el
tiempo libre de los jóvenes y orientar sus energías ».57 Otra circunstancia
que propicia esta realidad es que ambos padres estén ocupados en el trabajo,
a menudo fuera del hogar. « Los efectos los sufren precisamente quienes
tienen más necesidad de ser ayudados en el desarrollo de su "libertad
responsable". De ahí el deber —especialmente para los creyentes, para las
mujeres y los hombres amantes de la libertad— de proteger sobre todo a los
niños y a los jóvenes de las "agresiones" que padecen por parte de los
mass-media. Nadie falte a este deber aduciendo motivos, demasiado cómodos,
de no obligación! »;58 « los padres, en cuanto receptores de tales medios,
deben tomar parte activa en su uso moderado, crítico, vigilante y prudente
».59
La justa intimidad
57. En estrecha conexión con el pudor y la modestia, que son espontánea
defensa de la persona que se niega a ser vista y tratada como objeto de
placer en vez de ser respetada y amada por sí misma, se ha de considerar el
respeto de la intimidad: si un niño o un joven ve que se respeta su justa
intimidad, sabrá que se espera de él igual comportamiento con los demás. De
esta manera, aprenderá a cultivar su sentido de responsabilidad ante Dios,
desarrollando su vida interior y el gusto por la libertad personal, que le
hacen capaz de amar mejor a Dios y a los demás.
El autodominio
58. Todo esto implica, más en general, el autodominio, condición necesaria
para ser capaces del don de sí. Los niños y los jóvenes han de ser
estimulados a apreciar y practicar el autocontrol y el recato, a vivir en
forma ordenada, a realizar sacrificios personales en espíritu de amor a
Dios, de autorespeto y generosidad hacia los demás, sin sofocar los
sentimientos y tendencias sino encauzándolos en una vida virtuosa.
Los padres
modelo para los propios hijos
59. El buen ejemplo y el liderazgo de los padres es esencial para reforzar
la formación de los jóvenes a la castidad. La madre que estima la vocación
materna y su puesto en la casa, ayuda enormemente a desarrollar, en sus
propias hijas, las cualidades de la feminidad y de la maternidad y pone ante
los hijos varones un claro ejemplo, de mujer recia y noble.60 El padre que
inspira su conducta en un estilo de dignidad varonil, sin machismos, será un
modelo atrayente para sus hijos e inspirará respeto, admiración y seguridad
en las hijas.61
60. Lo mismo vale para la educación al espíritu de sacrificio en las
familias sometidas, hoy más que nunca, a las presiones del materialismo y
del consumismo. Sólo así, los hijos crecerán « en una justa libertad ante
los bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y austero,
convencidos de que "el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene".
En una sociedad sacudida y disgregada por tensiones y conflictos por el
choque violento entre los varios individualismos y egoísmos, los hijos han
de enriquecerse no sólo con el sentido de la verdadera justicia, que conduce
al respeto de la dignidad de toda persona, sino también y más aun con el
sentido del verdadero amor, como solicitud sincera y servicio desinteresado
hacia los demás, especialmente a los más pobres y necesitados »;62 « la
educación se sitúa plenamente en el horizonte de la "civilización del amor";
depende de ella y, en gran medida, contribuye a construirla ».63
Un santuario de la
vida y de la fe
61. Nadie puede ignorar que el primer ejemplo y la mayor ayuda que los
padres dan a sus hijos es su generosidad en acoger la vida, sin olvidar que
así les ayudan a tener un estilo más sencillo de vida y, además, « que es
menor mal negar a los propios hijos ciertas comodidades y ventajas
materiales que privarlos de la presencia de hermanos y hermanas que podrían
ayudarlos a desarrollar su humanidad y a comprobar la belleza de la vida en
cada una de sus fases y en toda su variedad ».64
62. Finalmente, recordamos que, para lograr estas metas, la familia debe ser
ante todo casa de fe y de oración en la que se percibe la presencia de Dios
Padre, se acoge la Palabra de Jesús, se siente el vínculo de amor, don del
Espíritu, y se ama y se invoca a la purísima Madre de Dios.65 Esta vida de
fe y de oración « tiene como contenido original la misma vida de familia que
en las diversas circunstancias es interpretada como vocación de Dios y
actuada como respuesta filial a su llamada: alegrías y dolores, esperanzas y
tristezas, nacimientos y cumpleaños, aniversarios de la boda de los padres,
partidas, alejamientos y regresos, elecciones importantes y decisivas,
muerte de personas queridas, etc., señalan la intervención del amor de Dios
en la historia de la familia, como deben señalar también el momento
favorable a la acción de gracias, para la petición al abandono confiado de
la familia en el Padre común que está en los cielos ».66
63. En esta atmósfera de oración y de reconocimiento de la presencia y la
paternidad de Dios, las verdades de la fe y de la moral serán enseñadas,
comprendidas y asumidas con reverencia, y la palabra de Dios será leída y
vivida con amor. Así la verdad de Cristo edificará una comunidad familiar
fundada sobre el ejemplo y la guía de los padres que « calan profundamente
en el corazón de sus hijos, dejando huellas que los posteriores
acontecimientos de la vida no lograrán borrar ».67
VI
LOS PASOS EN EL CONOCIMIENTO
64. A los padres corresponde especialmente la obligación de hacer conocer a
los hijos los misterios de la vida humana, porque la familia es « el mejor
ambiente para cumplir el deber de asegurar una gradual educación de la vida
sexual. Cuenta con reservas afectivas capaces de llevar a aceptar, sin
traumas, aun las realidades más delicadas e integrarlas armónicamente en una
personalidad equilibrada y rica ».1 Esta tarea primaria de la familia, hemos
recordado, implica para los padres el derecho a que sus hijos no sean
obligados a asistir en la escuela a cursos sobre temas que estén en
desacuerdo con las propias convicciones religiosas y morales.2 Es, en
efecto, labor de la escuela no sustituir a la familia, sino « asistir y
completar la obra de los padres, proporcionando a los niños y jóvenes una
estima de la "sexualidad como valor y función de toda la persona creada,
varón y mujer, a imagen de Dios" ».3
Al respecto recordamos cuanto enseña el Santo Padre en la Familiaris
consortio: « La Iglesia se opone firmemente a un sistema de información
sexual separado de los principios morales, tan frecuentemente difundido, que
no es sino una introducción a la experiencia del placer y un estímulo para
perder la serenidad, abriendo el camino al vicio desde los años de la
inocencia ».4
Es necesario, por tanto, proponer cuatro principios generales y seguidamente
examinar las diversas fases de desarrollo del niño.
Cuatro principios sobre la información respecto a la sexualidad
65. 1. Todo niño es una persona única e irrepetible y debe recibir una
formación individualizada. Puesto que los padres conocen, comprenden y aman
a cada uno de sus hijos en su irrepetibilidad, cuentan con la mejor posición
para decidir el momento oportuno de dar las distintas informaciones, según
el respectivo crecimiento físico y espiritual. Nadie debe privar a los
padres, conscientes de su misión, de esta capacidad de discernimiento.5
66. El proceso de madurez de cada niño como persona es distinto, por lo cual
los aspectos tanto biológicos como afectivos, que tocan más de cerca su
intimidad, deben serles comunicados a través de un diálogo personalizado.6
En el diálogo con cada hijo, hecho con amor y con confianza, los padres
comunican algo del propio don de sí, y están en condición de testimoniar
aspectos de la dimensión afectiva de la sexualidad no transmisibles de otra
manera.
67. La experiencia demuestra que este diálogo se realiza mejor cuando el
progenitor, que comunica las informaciones biológicas, afectivas, morales y
espirituales, es del mismo sexo del niño o del joven. Conscientes de su
papel, de las emociones y de los problemas del propio sexo, las madres
tienen una sintonía especial con las hijas y los padres con los hijos. Es
necesario respetar ese nexo natural; por esto, el padre que se encuentre
sólo, deberá comportarse con gran sensibilidad cuando hable con un hijo de
sexo diverso, y podrá permitir que los aspectos más íntimos sean comunicados
por una persona de confianza del sexo del niño. Para esta colaboración de
carácter subsidiario, los padres podrán valerse de educadores expertos y
bien formados en el ámbito de la comunidad escolar, parroquial o de las
asociaciones católicas.
68. 2. La dimensión moral debe formar parte siempre de las explicaciones.
Los padres podrán poner de relieve que los cristianos están llamados a vivir
el don de la sexualidad según el plan de Dios que es Amor, en el contexto
del matrimonio o de la virginidad consagrada o también en el celibato.7 Se
ha de insistir en el valor positivo de la castidad y en la capacidad de
generar verdadero amor hacia las personas: este es su más radical e
importante aspecto moral; sólo quien sabe ser casto, sabrá amar en el
matrimonio o en la virginidad.
69. Desde la más tierna edad, los padres pueden observar inicios de una
actividad genital instintiva en el niño. No se debe considerar como
represivo el hecho de corregir delicadamente estos hábitos que podrían
llegar a ser pecaminosos más tarde, y enseñar la modestia, siempre que sea
necesario, a medida que el niño crece. Es importante que el juicio de
rechazo moral de ciertos comportamientos, contrarios a la dignidad de la
persona y a la castidad, sea justificado con motivaciones adecuadas, válidas
y convincentes tanto en el plano racional como en el de la fe, y en un
cuadro positivo y de alto concepto de la dignidad personal. Muchas
amonestaciones de los padres son simples reproches o recomendaciones que los
hijos perciben como fruto del miedo a ciertas consecuencias sociales o de
pública reputación, más que de un amor atento a su verdadero bien. « Os
exhorto a corregir con todo empeño los vicios y las pasiones que en cada
edad os acometen. Porque si en cualquier época de nuestra vida navegamos
despreciando los valores de la virtud y sufriendo de esta manera constantes
naufragios, tenemos el riesgo de llegar al puerto vacíos de toda carga
espiritual ».8
70. 3. La educación a la castidad y las oportunas informaciones sobre la
sexualidad deben ser ofrecidas en el más amplio contexto de la educación al
amor. No es suficiente comunicar informaciones sobre el sexo junto a
principios morales objetivos. Es necesaria la constante ayuda para el
crecimiento en la vida espiritual de los hijos, para que su desarrollo
biológico y las pulsiones que comienzan a experimentar se encuentren siempre
acompañadas por un creciente amor a Dios Creador y Redentor y por una
siempre más grande conciencia de la dignidad de toda persona humana y de su
cuerpo. A la luz del misterio de Cristo y de la Iglesia, los padres pueden
ilustrar los valores positivos de la sexualidad humana en el contexto de la
nativa vocación de la persona al amor y de la llamada universal a la
santidad.
71. En los coloquios con los hijos, no deben faltar nunca los consejos
idóneos para crecer en el amor de Dios y del prójimo y para superar las
dificultades: « disciplina de los sentidos y de la mente, prudencia atenta
para evitar las ocasiones de caídas, guarda del pudor, moderación en las
diversiones, ocupación sana, recurso frecuente a la oración y a los
sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Los jóvenes, sobre todo,
deben empeñarse en fomentar su devoción a la Inmaculada Madre de Dios ».9
72. Para educar a los hijos a valorar los ambientes que frecuentan con
sentido crítico y verdadera autonomía, y habituarlos a un uso independiente
de los mass-media, los padres han de presentar siempre modelos positivos y
los medios adecuados para que empleen sus energías vitales, el sentido de la
amistad y de solidaridad en el vasto campo de la sociedad y de la Iglesia.
En presencia de tendencias y de comportamientos desviados, para los cuales
se precisa gran prudencia y cautela en distinguir y evaluar las situaciones,
recurrirán también a especialistas de segura formación científica y moral
para identificar las causas más allá de los síntomas, y ayudar a las
personas con seriedad y claridad a superar las dificultades. La acción
pedagógica ha de orientarse más sobre las causas que sobre la represión
directa del fenómeno,10 procurando también —si fuera necesario— la ayuda de
personas cualificadas como médicos, pedagogos, psicólogos de recto sentir
cristiano.
73. Uno de los objetivos de los padres en su labor educativa es transmitir a
los hijos la convicción de que la castidad en el propio estado es posible y
genera alegría. La alegría brota de la conciencia de una madurez y armonía
de la propia vida afectiva, que, siendo don de Dios y don de amor, permite
realizar el don de sí en el ámbito de la propia vocación. El hombre, en
efecto, única criatura sobre la tierra querida por Dios por sí misma, « no
puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí
mismo a los demás ».11 « Cristo ha dado leyes comunes para todos... No te
prohíbo casarte, ni me opongo a que te diviertas. Sólo quiero que tu lo
hagas con templanza, sin obscenidad, sin culpas y pecados. No pongo como ley
que huyáis a los montes y a los desiertos, sino que seáis valientes, buenos,
modestos y castos viviendo en medio de las ciudades ».12
74. La ayuda de Dios no falta nunca si se pone el empeño necesario para
corresponder a la gracia de Dios. Ayudando, formando y respetando la
conciencia de los hijos, los padres deben procurar que frecuenten
conscientemente los sacramentos, yendo por delante con su ejemplo. Si los
niños y los jóvenes experimentan los efectos de la gracia y de la
misericordia de Dios en los sacramentos, serán capaces de vivir bien la
castidad como don de Dios, para su gloria y para amarlo a El y a los demás
hombres. Una ayuda necesaria y sobrenaturalmente eficaz es frecuentar el
Sacramento de la reconciliación, especialmente si se puede contar con un
confesor fijo. La guía o dirección espiritual, aunque no coincide
necesariamente con el papel del confesor, es ayuda preciosa para la
iluminación progresiva de las etapas de maduración y para el apoyo moral.
Son muy útiles las lecturas de libros de formación elegidos y aconsejados
para ofrecer una formación más amplia y profunda, y proponer ejemplos y
testimonios en el camino de la virtud.
75. Una vez identificados los objetivos de la información, es necesario
precisar los tiempos y las modalidades comenzando desde la edad de la
adolescencia.
4. Los padres deben dar una información con extrema delicadeza, pero en
forma clara y en el tiempo oportuno. Ellos saben bien que los hijos deben
ser tratados de manera personalizada, de acuerdo con las condiciones
personales de su desarrollo fisiológico y psíquico, teniendo debidamente en
cuenta también el ambiente cultural y la experiencia que el adolescente
realiza en su vida cotidiana. Para valorar lo que se debe decir a cada uno,
es muy importante que los padres pidan ante todo luces al Señor en la
oración y hablen entre sí, para que sus palabras no sean ni demasiado
explícitas ni demasiado vagas. Dar muchos detalles a los niños es
contraproducente, pero retardar excesivamente las primeras informaciones es
imprudente, porque toda persona humana tiene una natural curiosidad al
respecto y antes o después se interroga, sobre todo en una cultura donde se
ve demasiado también por la calle.
76. En general, las primeras informaciones acerca del sexo que se han de dar
a un niño pequeño, no miran la sexualidad genital, sino el embarazo y el
nacimiento de un hermano o de una hermana. La curiosidad natural del niño se
estimula, por ejemplo, cuando observa en la madre los signos del embarazo y
que vive en la espera de un niño. Los padres deben aprovechar esta gozosa
experiencia para comunicar algunos hechos sencillos relativos al embarazo,
siempre en el contexto más profundo de la maravilla de la obra creadora de
Dios, que ha dispuesto que la nueva vida por El donada se custodie en el
cuerpo de la madre cerca de su corazón.
Las fases
principales del desarrollo del niño
77. Es importante que los padres tengan siempre en consideración las
exigencias de sus hijos en las diversas fases de su desarrollo. Teniendo en
cuenta que cada uno debe recibir una formación individualizada, los padres
han de adaptar los aspectos de la educación al amor a las necesidades
particulares de cada hijo.
1. Los años de la inocencia
78. Desde la edad de cinco años aproximadamente hasta la pubertad —cuyo
inicio se coloca en la manifestación de las primeras modificaciones en el
cuerpo del muchacho o de la muchacha (efecto visible de un creciente influjo
de las hormonas sexuales)—, se dice que el niño está en esta fase, descrita
en las palabras de Juan Pablo II, como « los años de la inocencia ».13
Período de tranquilidad y de serenidad que no debe ser turbado por una
información sexual innecesaria. En estos años, antes del evidente desarrollo
físico sexual, es común que los intereses del niño se dirijan a otros
aspectos de la vida. Ha desaparecido la sexualidad instintiva rudimentaria
del niño pequeño. Los niños y las niñas de esta edad no están
particularmente interesados en los problemas sexuales y prefieren frecuentar
a los de su mismo sexo. Para no turbar esta importante fase natural del
crecimiento, los padres tendrán presente que una prudente formación al amor
casto ha de ser en este período indirecta, en preparación a la pubertad,
cuando sea necesaria la información directa.
79. Durante esta fase del desarrollo, el niño se encuentra normalmente
satisfecho del cuerpo y sus funciones. Acepta la necesidad de la modestia en
la manera de vestir y en el comportamiento. Aun siendo consciente de las
diferencias físicas entre ambos sexos, muestra en general poco interés por
las funciones genitales. El descubrimiento de las maravillas de la creación,
propio de esta época, y las respectivas experiencias en casa y en la
escuela, deberán ser orientadas hacia la catequesis y el acercamiento a los
sacramentos, que se realiza en la comunidad eclesial.
80. Sin embargo, este período de la niñez no está desprovisto de significado
en términos de desarrollo psico-sexual. El niño o la niña que crece,
aprende, del ejemplo de los adultos y de la experiencia familiar, qué
significa ser una mujer o un hombre. Ciertamente no se han de despreciar las
expresiones de ternura natural y de sensibilidad por parte de los niños, ni,
a su vez, excluir a las niñas de actividades físicas vigorosas. Sin embargo,
en algunas sociedades sometidas a presiones ideológicas, los padres deberán
cuidar también de adoptar una actitud de oposición exagerada a lo que se
define comúnmente como « estereotipo de las funciones » . No se han de
ignorar ni minimizar las efectivas diferencias entre ambos sexos y, en un
ambiente familiar sano, los niños aprenderán que es natural que a estas
diferencias corresponda una cierta diversidad entre las tareas normales
familiares y domésticas respectivamente de los hombres y las mujeres.
81. Durante esta fase, las niñas desarrollarán en general un interés materno
por los niños pequeños, por la maternidad y por la atención de la casa.
Asumiendo constantemente como modelo la Maternidad de la Santísima Virgen
María, deben ser estimuladas a valorizar la propia feminidad.
82. Un niño, en esta misma fase, se encuentra en un estadio de desarrollo
relativamente tranquilo. Es de ordinario un período oportuno para establecer
una buena relación con el padre. En este tiempo, ha de aprender que su
masculinidad, aunque sea un don divino, no es signo de superioridad respecto
a las mujeres, sino una llamada de Dios a asumir ciertas tareas y
responsabilidades. Hay que orientar al niño a no ser excesivamente agresivo
o estar demasiado preocupado de la fortaleza física como garantía de la
propia virilidad.
83. Sin embargo, en el contexto de la información moral y sexual, pueden
surgir en esta fase de la niñez algunos problemas. En ciertas sociedades,
existen intentos programados y predeterminados de imponer una información
sexual prematura a los niños. Sin embargo, estos no se encuentran en
condiciones de comprender plenamente el valor de la dimensión afectiva de la
sexualidad. No son capaces de entender y controlar la imagen sexual en un
contexto adecuado de principios morales y, por tanto, de integrar una
información sexual que es prematura, con su responsabilidad moral. Tales
informaciones tienden así a perturbar su desarrollo emocional y educativo y
la serenidad natural de este período de la vida. Los padres han de evitar en
modo delicado pero a la vez firme, los intentos de violar la inocencia de
sus hijos, porque comprometen su desarrollo espiritual, moral y emotivo como
personas en crecimiento y que tienen derecho a tal inocencia.
84. Una ulterior dificultad aparece cuando los niños reciben una información
sexual prematura por parte de los mass-media o de coetáneos descarriados o
que han recibido una educación sexual precoz. En esta circunstancia, los
padres habrán de comenzar a impartir una información sexual limitada,
normalmente, a corregir la información inmoral errónea o controlar un
lenguaje obsceno.
85. No son raras las violencias sexuales con los niños. Los padres deben
proteger a sus hijos, sobre todo educándolos en la modestia y la reserva
ante personas extrañas; además, impartiendo una adecuada información sexual,
sin anticipar detalles y particulares que los podrían turbar o asustar.
86. Como en los primeros años de vida, también durante la niñez, los padres
han de fomentar en los hijos el espíritu de colaboración, obediencia,
generosidad y abnegación, y favorecer la capacidad de autoreflexión y
sublimación. En efecto, es característico de este período de desarrollo, la
atracción por actividades intelectuales: la potencia intelectual permite
adquirir la fuerza y la capacidad de controlar la realidad circundante y, en
un futuro no lejano, también los instintos del cuerpo, y así transformarlos
en actividad intelectual y racional.
El niño indisciplinado o viciado tiende a una cierta inmadurez y debilidad
moral en el futuro, porque la castidad es difícil de mantener si la persona
desarrolla hábitos egoístas o desordenados y no será entonces capaz de
comportarse con los demás con aprecio y respeto. Los padres deben presentar
modelos objetivos de aquello que es justo o equivocado, creando un contexto
moral seguro para la vida.
2. La pubertad
87. La pubertad, que constituye la fase inicial de la adolescencia, es un
tiempo en el que los padres han de estar especialmente atentos a la
educación cristiana de los hijos: es el momento del descubrimiento de sí
mismos « y del propio mundo interior; el momento de los proyectos generosos,
en que brota el sentimiento del amor, así como los impulsos biológicos de la
sexualidad, del deseo de estar con otros; tiempo de una alegría
particularmente intensa, relacionada con el embriagador descubrimiento de la
vida. Pero también es a menudo la edad de los interrogantes profundos, de
las búsquedas angustiosas e incluso frustrantes, de desconfianza en los
demás y del repliegue peligroso sobre sí mismo; a veces también el tiempo de
los primeros fracasos y de las primeras amarguras ».14
88. Los padres deben velar atentamente sobre la evolución de los hijos y a
sus transformaciones físicas y psíquicas, decisivas para la maduración de la
personalidad. Sin manifestar ansia, temor ni preocupación obsesiva, evitarán
que la cobardía o la comodidad bloqueen su intervención. Lógicamente es un
momento importante en la educación a la castidad, que implica, entre otros
aspectos, el modo de informar sobre la sexualidad. En esta fase, la
exigencia educativa se extiende al aspecto de la genitalidad y exige por
tanto su presentación, tanto en el plano de los valores como en el de su
realidad global; implica su comprensión en el contexto de la procreación, el
matrimonio y la familia, que deben estar siempre presentes en una labor
auténtica de educación sexual.15
89. Los padres, partiendo de las transformaciones que las hijas y los hijos
experimentan en su propio cuerpo, deben proporcionarles explicaciones más
detalladas sobre la sexualidad siempre que —contando con una relación de
confianza y amistad— las jóvenes se confíen con su madre y los jóvenes con
el padre. Esta relación de confianza y de amistad se ha de instaurar desde
los primeros años de la vida.
90. Tarea importante de los padres es acompañar la evolución fisiológica de
las hijas, ayudándoles a acoger con alegría el desarrollo de la feminidad en
sentido corporal, psicológico y espiritual.16 Normalmente se podrá hablar
también de los ciclos de la fertilidad y de su significado; no será sin
embargo necesario, si no es explícitamente solicitado, dar explicaciones
detalladas acerca de la unión sexual.
91. Es muy importante también que los adolescentes de sexo masculino reciban
ayudas para comprender las etapas del desarrollo físico y fisiológico de los
órganos genitales, antes de obtener esta información de los compañeros de
juego o de personas que no tengan recto criterio y tino. La presentación de
los hechos fisiológicos de la pubertad masculina ha de hacerse en un
ambiente sereno, positivo y reservado, en la perspectiva del matrimonio, la
familia y la paternidad. La instrucción de las adolescentes y de los
adolescentes, ha de comprender una información realista y suficiente de las
características somáticas y psicológicas del otro sexo, hacia el cual se
dirige en gran parte su curiosidad.
En este ámbito, a veces será de gran ayuda para los padres el apoyo
informativo de un médico responsable o de un psicólogo, sin separar nunca
tales informaciones de la referencia a la fe y a la tarea educativa del
sacerdote.
92. A través de un diálogo confiado y abierto, los padres podrán guiar las
hijas no solo a enfrentarse con los momentos de perplejidad emotiva, sino a
penetrar en el valor de la castidad cristiana en la relación de los sexos.
La instrucción de las adolescentes y los adolescentes debe tender a resaltar
la belleza de la maternidad y la maravillosa realidad de la procreación, así
como el profundo significado de la virginidad. Así se les ayudará a oponerse
a la mentalidad hedonista hoy tan difundida y, particularmente, a evitar, en
un período tan decisivo, la « mentalidad contraceptiva » por desgracia muy
extendida y con la que las hijas habrán de enfrentarse más tarde, en el
matrimonio.
93. Durante la pubertad, el desarrollo psíquico y emotivo del adolescente
puede hacerlo vulnerable a las fantasías eróticas y ponerle en la tentación
de experiencias sexuales. Los padres han de estar cercanos a los hijos,
corrigiendo la tendencia a utilizar la sexualidad de modo hedonista y
materialista: les harán presente que es un don de Dios, para cooperar con El
a « realizar a lo largo de la historia la bendición original del Creador,
transmitiendo en la generación la imagen divina de hombre a hombre »; y les
reforzarán en la conciencia de que « la fecundidad es el fruto y el signo
del amor conyugal, el testimonio vivo de la entrega plena y recíproca de los
esposos ».17 De esta manera los hijos aprenderán el respeto debido a la
mujer. La labor de la información y de educación de los padres es necesaria
no porque los hijos no deban conocer las realidades sexuales, sino para que
las conozcan en el modo oportuno.
94. De forma positiva y prudente los padres realizarán cuanto pidieron los
Padres del Concilio Vaticano II: « Hay que formar a los jóvenes, a tiempo y
convenientemente, sobre la dignidad, función y ejercicio del amor conyugal,
y esto preferentemente en el seno de la misma familia. Así, educados en el
culto de la castidad, podrán pasar, a la edad conveniente, de un honesto
noviazgo al matrimonio ».18
Esta información positiva sobre la sexualidad será siempre parte de un
proyecto formativo, capaz de crear un contexto cristiano para las oportunas
informaciones sobre la vida y la actividad sexual, sobre la anatomía y la
higiene. Por lo mismo las dimensiones espirituales y morales deberán
prevalecer siempre y tener dos concretas finalidades: la presentación de los
mandamientos de Dios como camino de vida y la formación de una recta
conciencia.
Jesús, al joven que lo interroga sobre lo que debe hacer para obtener la
vida eterna, le responde: « si quieres entrar en la vida, guarda los
mandamientos » (Mt 19, 17); y después de haber enumerado los que miran al
amor del prójimo, los resume en esta fórmula positiva: « ama el prójimo como
a ti mismo » (Mt 19, 19). Presentar los mandamientos como don de Dios
(inscritos por el dedo de Dios, cf. Ex 31, 18) y expresión de la Alianza con
El, confirmados por Jesús con su mismo ejemplo, es decisivo para que el
adolescente no los separe de su íntima relación con una vida interiormente
rica y libre de los egoísmos.19
95. La formación de la conciencia exige, como punto de partida, mostrar el
proyecto de amor que Dios tiene por cada persona, el valor positivo y
libertador de la ley moral y la conciencia tanto de la fragilidad
introducida por el pecado como de los medios de la gracia que fortalecen al
hombre en su camino hacia el bien y la salvación.
Presente « en lo más íntimo de la persona, la conciencia moral » —que es el
« núcleo más secreto y el sagrario del hombre », según afirma el Concilio
Vaticano II—,20 « le ordena, en el momento oportuno, practicar el bien y
evitar el mal. Juzga también las elecciones concretas, aprobando las buenas
y denunciando las malas. Atestigua la autoridad de la verdad con referencia
al Bien supremo por el cual la persona humana se siente atraída y cuyos
mandamientos acoge ».21
En efecto, « la conciencia moral es un juicio de la razón por el que la
persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa
hacer, está haciendo o ha hecho ».22 Por tanto, la formación de la
conciencia requiere luces sobre la verdad y el plan de Dios, pues la
conciencia no debe confundirse con un vago sentimiento subjetivo ni con una
opinión personal.
96. Al responder a las preguntas de sus hijos, los padres deben dar
argumentos bien pensados sobre el gran valor de la castidad, y mostrar la
debilidad intelectual y humana de las teorías que sostienen conductas
permisivas y hedonistas; responderán con claridad, sin dar excesiva
importancia a las problemáticas sexuales patológicas ni producir la falsa
impresión de que la sexualidad es una realidad vergonzosa o sucia, dado que
es un gran don de Dios, que ha puesto en el cuerpo humano la capacidad de
engendrar, haciéndonos partícipes de su poder creador. Tanto en la Escritura
(cf. Cant 1-8; Os 2; Jer 3, 1-3; Ez 23, etc.), como en la tradición mística
cristiana23 se ha visto el amor conyugal como un símbolo y una imagen del
amor de Dios por los hombres.
97. Ya que durante la pubertad los adolescentes son particularmente
sensibles a las influencias emotivas, los padres deben, a través del diálogo
y de su modo de obrar, ayudar a los hijos a resistir a los influjos
negativos exteriores que podrían inducirles a minusvalorar la formación
cristiana sobre el amor y sobre la castidad. A veces, especialmente en las
sociedades abandonadas a las incitaciones del consumismo, los padres tendrán
que cuidar —sin hacerlo notar demasiado— las relaciones de sus hijos con
adolescentes del otro sexo. Aunque hayan sido aceptadas socialmente, existen
costumbres en el modo de hablar y vestir que son moralmente incorrectas y
representan una forma de banalizar la sexualidad, reduciéndola a un objeto
de consumo. Los padres deben enseñar a sus hijos el valor de la modestia
cristiana, de la sobriedad en el vestir, de la necesaria independencia
respecto a las modas, característica de un hombre o de una mujer con
personalidad madura.24
3. La
adolescencia en el proyecto de vida
98. La adolescencia representa, en el desarrollo del sujeto, el período de
la proyección de sí, y por tanto, del descubrimiento de la propia vocación:
dicho período tiende a ser hoy —tanto por razones fisiológicas como por
motivos socio-culturales— más prolongado en el tiempo que en el pasado. Los
padres cristianos deben « formar a los hijos para la vida, de manera que
cada uno cumpla en plenitud su cometido, de acuerdo con la vocación recibida
de Dios ».25 Se trata de un empeño de suma importancia, que constituye en
definitiva la cumbre de su misión de padres. Si esto es siempre importante,
lo es de manera particular en este período de la vida de los hijos: « En la
vida de cada fiel laico hay momentos particularmente significativos y
decisivos para discernir la llamada de Dios ... Entre ellos están los
momentos de la adolescencia y de la juventud ».26
99. Es fundamental que los jóvenes no se encuentren solos a la hora de
discernir su vocación personal. Son importantes, y a veces decisivos, el
consejo de los padres y el apoyo de un sacerdote o de otras personas
adecuadamente formadas —en las parroquias, en las asociaciones y en los
nuevos y fecundos movimientos eclesiales, etc.— capaces de ayudarlos a
descubrir el sentido vocacional de la existencia y las formas concretas de
la llamada universal a la santidad, puesto que « el sígueme de Cristo se
puede escuchar a través de una diversidad de caminos, por medio de los
cuales proceden los discípulos y testigos del Redentor ».27
100. Por siglos, el concepto de vocación había sido reservado exclusivamente
al sacerdocio y a la vida religiosa. El Concilio Vaticano II, recordando la
enseñanza del Señor —« sed perfectos como perfecto es vuestro Padre
celestial » (Mt 5, 48)—, ha renovado la llamada universal a la santidad:28 «
esta fuerte invitación a la santidad —escribió poco después Pablo VI— puede
ser considerada como el elemento más característico de todo el magisterio
conciliar y, por así decirlo, su última finalidad »;29 e insiste Juan Pablo
II: « El Concilio Vaticano II ha pronunciado palabras altamente luminosas
sobre la vocación universal a la santidad. Se puede decir que precisamente
esta llamada ha sido la consigna fundamental confiada a todos los hijos e
hijas de la Iglesia, por un Concilio convocado para la renovación evangélica
de la vida cristiana.30 Esta consigna no es una simple exhortación moral,
sino una insuprimible exigencia del misterio de la Iglesia ».31
Dios llama a la santidad a todos los hombres y, para cada uno de ellos tiene
proyectos bien precisos: una vocación personal que cada uno debe reconocer,
acoger y desarrollar. A todos los cristianos —sacerdotes y laicos, casados o
célibes—, se aplican las palabras del Apóstol de los gentiles: « elegidos de
Dios, santos y amados » (Col 3, 12).
101. Es pues necesario que no falte nunca en la catequesis y en la formación
impartida dentro y fuera de la familia, no sólo la enseñanza de la Iglesia
sobre el valor eminente de la virginidad y del celibato,32 sino también
sobre el sentido vocacional del matrimonio, que nunca debe ser considerado
por un cristiano sólo como una aventura humana: « Gran misterio es éste, lo
digo respecto a Cristo y a la Iglesia », dice san Pablo (Ef 5, 32). Dar a
los jóvenes esta firme convicción, trascendental para el bien de la Iglesia
y de la humanidad, « depende en gran parte de los padres y de la vida
familiar que construyen en la propia casa ».33
102. Los padres deben prepararse para dar, con la propia vida, el ejemplo y
el testimonio de la fidelidad a Dios y de la fidelidad de uno al otro en la
alianza conyugal. Su ejemplo es particularmente decisivo en la adolescencia,
período en el cual los jóvenes buscan modelos de conducta reales y
atrayentes. Como en este tiempo los problemas sexuales se tornan con
frecuencia más evidentes, los padres han de ayudarles a amar la belleza y la
fuerza de la castidad con consejos prudentes, poniendo en evidencia el valor
inestimable que, para vivir esta virtud, poseen la oración y la recepción
fructuosa de los sacramentos, especialmente la confesión personal. Deben,
además, ser capaces de dar a los hijos, según las necesidades, una
explicación positiva y serena de los puntos esenciales de la moral cristiana
como, por ejemplo, la indisolubilidad del matrimonio y las relaciones entre
amor y procreación, así como la inmoralidad de las relaciones
prematrimoniales, del aborto, de la contracepción y de la masturbación.
Respecto a estas últimas, contrarias al significado de la donación conyugal,
conviene recordar además que « las dos dimensiones de la unión conyugal, la
unitiva y la procreativa, no pueden separarse artificialmente sin alterar la
verdad íntima del mismo acto conyugal ».34 En este punto, será una preciosa
ayuda para los padres el conocimiento profundo y meditado de los documentos
de la Iglesia que tratan estos problemas.35
103. En particular, la masturbación constituye un desorden grave, ilícito en
sí mismo, que no puede ser moralmente justificado, aunque « la inmadurez de
la adolescencia, que a veces puede prolongarse más allá de esa edad, el
desequilibrio psíquico o el hábito contraído pueden influir sobre la
conducta, atenuando el carácter deliberado del acto, y hacer que no haya
siempre falta subjetivamente grave ».36 Se debe ayudar a los adolescentes a
superar estas manifestaciones de desorden que son frecuentemente expresión
de los conflictos internos de la edad y no raramente de una visión egoísta
de la sexualidad.
104. Una problemática particular, posible en el proceso de
maduración-identificación sexual, es la de la homosexualidad, que, por
desgracia, tiende a difundirse en la moderna cultura urbana. Es necesario
presentar este fenómeno con equilibrio, a la luz de los documentos de la
Iglesia.37 Los jóvenes piden ayuda para distinguir los conceptos de
normalidad y anomalía, de culpa subjetiva y de desorden objetivo, evitando
juicio de hostilidad, y a la vez clarificando la orientación estructural y
complementaria de la sexualidad al matrimonio, a la procreación y a la
castidad cristiana. « La homosexualidad designa las relaciones entre hombres
o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante,
hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los
siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida
inexplicado ».38 Es necesario distinguir entre la tendencia, que puede ser
innata, y los actos de homosexualidad que « son intrínsecamente desordenados
»39 y contrarios a la ley natural.40
Muchos casos, especialmente si la práctica de actos homosexuales no se ha
enraizado, pueden ser resueltos positivamente con una terapia apropiada. En
cualquier caso, las personas en estas condiciones deben ser acogidas con
respeto, dignidad y delicadeza, evitando toda injusta discriminación. Los
padres, por su parte, cuando advierten en sus hijos, en edad infantil o en
la adolescencia, alguna manifestación de dicha tendencia o de tales
comportamientos, deben buscar la ayuda de personas expertas y calificadas
para proporcionarle todo el apoyo posible.
Para la mayoría de las personas con tendencias homosexuales, tal condición
constituye una prueba. « Deben ser acogidos con respeto, compasión y
delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación
injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su
vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las
dificultades que pueden encontrar a causa de su condición ».41 « Las
personas homosexuales están llamadas a la castidad ».42
105. La conciencia del significado positivo de la sexualidad, en orden a la
armonía y al desarrollo de la persona, como también en relación con la
vocación de la persona en la familia, en la sociedad y en la Iglesia,
representa siempre el horizonte educativo que hay que proponer en las etapas
del desarrollo de la adolescencia. No se debe olvidar que el desorden en el
uso del sexo tiende a destruir progresivamente la capacidad de amar de la
persona, haciendo del placer —en vez del don sincero de sí— el fin de la
sexualidad, y reduciendo a las otras personas a objetos para la propia
satisfacción: tal desorden debilita tanto el sentido del verdadero amor
entre hombre y mujer —siempre abierto a la vida— como la misma familia, y
lleva sucesivamente al desprecio de la vida humana concebida que se
considera como un mal que amenaza el placer personal.43 « La banalización de
la sexualidad », en efecto, « es uno de los factores principales que están
en la raíz del desprecio por la vida naciente: sólo un amor verdadero sabe
custodiar la vida ».44
106. Es necesario recordar también que en las sociedades industrializadas
los adolescentes están interiormente inquietos, y a veces turbados, no sólo
por los problemas de identificación de sí, del descubrimiento del propio
proyecto de vida, y de las dificultades para alcanzar una integración madura
y bien orientada de la sexualidad, sino también por problemas de aceptación
de sí y del propio cuerpo. Surgen incluso ambulatorios y centros
especializados para la adolescencia, caracterizados a menudo por intentos
puramente hedonistas. Una sana cultura del cuerpo, que lleve a la aceptación
de sí como don y como encarnación de un espíritu llamado a la apertura hacia
Dios y hacia la sociedad, ha de acompañar la formación en este período
altamente constructivo, pero también no desprovisto de riesgos.
Frente a las propuestas de agregación hedonista propuestas especialmente en
las sociedades del bienestar, es sumamente importante presentar a los
jóvenes los ideales de la solidaridad humana y cristiana y las modalidades
concretas de compromiso en las asociaciones y en los movimientos eclesiales
y en el voluntariado católico y misionero.
107. Durante este período son muy importantes las amistades. Según las
condiciones y los usos sociales del lugar en que se vive, la adolescencia es
una época en que los jóvenes gozan de más autonomía en las relaciones con
los otros y en los horarios de la vida de familia. Sin privarles de la justa
autonomía, los padres han de saber decir que no a los hijos cuando sea
necesario45 y al mismo tiempo, cultivar el gusto de sus hijos por todo lo
que es bello, noble y verdadero. Deben ser también sensibles a la autoestima
del adolescente, que puede atravesar una fase de confusión y de menor
claridad sobre el sentido de la dignidad personal y sus exigencias.
108. A través de los consejos, que brotan del amor y de la paciencia, los
padres ayudarán a los jóvenes a alejarse de un excesivo encerramiento en sí
mismos y les enseñarán —cuando sea necesario— a caminar en contra de los
usos sociales que tienden a sofocar el verdadero amor y el aprecio por las
realidades del espíritu: « sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el
diablo, ronda como león rugiente, buscando a quien devorar. Resistidle
firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo
soportan los mismos sufrimientos. El Dios de toda gracia, el que os ha
llamado a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, os
restablecerá, afianzará, robustecerá y os consolidará » (1 Pt 5, 8-10).
4. Hacia la edad adulta
109. No es objeto de este documento tratar de la preparación próxima e
inmediata al matrimonio, exigencia de formación cristiana, particularmente
recomendada por la Iglesia en los tiempos actuales.46 Se debe tener
presente, sin embargo, que la misión de los padres no cesa cuando el hijo
alcanza la mayoría de edad, de acuerdo con las diversas culturas y
legislaciones. Momentos particulares y significativos para los jóvenes son
su ingreso en el mundo del trabajo o en la escuela superior, así como el
entrar en contacto —a veces brusco, pero que puede ser benéfico— con modelos
distintos de conducta y con ocasiones que representan un verdadero y propio
reto.
110. Los padres, manteniendo un diálogo confiado y capaz de promover el
sentido de responsabilidad en el respeto de su legítima y necesaria
autonomía, constituirán siempre un punto de referencia para los hijos, con
el consejo y con el ejemplo, a fin de que el proceso de socialización les
permita conseguir una personalidad madura y plena interior y socialmente. En
modo particular, se deberá tener cuidado que los hijos no disminuyan, antes
intensifiquen, la relación de fe con la Iglesia y con las actividades
eclesiales; que sepan escoger maestros del saber y de la vida para su
futuro; y que sean capaces de comprometerse en el campo cultural y social
como cristianos, sin temor a profesarse como tales y sin perder el sentido y
la búsqueda de la propia vocación.
En el período que lleva al noviazgo y a la elección de aquel afecto
preferencial que puede conducir a la formación de una familia, el papel de
los padres no deberá limitarse a simples prohibiciones y mucho menos a
imponer la elección del novio o de la novia; deberán, sobre todo, ayudar a
los hijos a discernir aquellas condiciones necesarias para que nazca un
vínculo serio, honesto y prometedor, y les apoyarán en el camino de un claro
testimonio de coherencia cristiana en la relación con la persona del otro
sexo.
111. Se deberá evitar la difusa mentalidad según la cual se deben hacer a
las hijas todas las recomendaciones en tema de virtud y sobre el valor de la
virginidad, mientras no sería necesario a los hijos, como si para ellos todo
fuera lícito.
Para una conciencia cristiana y para una visión del matrimonio y de la
familia, y de cualquier vocación, conserva todo su vigor la recomendación de
San Pablo a los Filipenses: « cuanto hay de verdadero, de noble, de justo,
de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de
elogio, todo eso ocupe nuestra atención » (Flp 4, 8).
112. Es tarea de los padres ser promotores de una auténtica educación de sus
hijos en el amor, en las virtudes: a la generación primera de una vida
humana en el acto procreativo debe seguir, por su misma naturaleza, la
generación segunda, que lleva a los padres a ayudar al hijo en el desarrollo
de la propia personalidad.
Por tanto, recordando de modo sintético cuanto se ha dicho hasta ahora y
exponiéndolo en plan operativo, se hacen las siguientes recomendaciones.1
Recomendaciones a los padres y a los educadores
113. Se recomienda a los padres ser conscientes de su propio papel educativo
y de defender y ejercitar este derecho-deber primario.2 De aquí se sigue que
toda intervención educativa, relativa a la educación en el amor, por parte
de personas extrañas a la familia, ha de estar subordinada a la aceptación
por los padres y se ha de configurar no como una sustitución, sino como un
apoyo a su actuación: en efecto, « la educación sexual, derecho y deber
fundamental de los padres, debe realizarse siempre bajo su dirección
solícita, tanto en casa como en los centros educativos elegidos y
controlados por ellos ».3 No falta frecuentemente ni el conocimiento ni el
esfuerzo por parte de los padres. Sin embargo, a veces, se encuentran muy
solos, indefensos y con frecuencia culpabilizados. Tienen necesidad no sólo
de comprensión, sino también de apoyo y de ayuda por parte de grupos,
asociaciones e instituciones.
1. Recomendaciones
para los padres
114. 1. Se recomienda a los padres asociarse con otros padres, no sólo con
el fin de proteger, mantener o completar su misión de primeros educadores de
sus hijos, especialmente en el área de la educación en el amor,4 sino
también para contrarrestar formas dañosas de instrucción sexual y para
garantizar que sus hijos se formen según los principios cristianos y en
consonancia con su desarrollo personal.
115. 2. En el caso de que los padres reciban ayudas de otros en la educación
al amor de los hijos, se les recomienda que se informen de manera exacta
sobre los contenidos y las modalidades con que se imparte tal educación
complementaria.5 Nadie puede obligar a los niños o a los jóvenes al secreto
en relación con el contenido o al método de la instrucción impartida fuera
de la familia.
116. 3. Se conocen las dificultades y, con frecuencia, la imposibilidad de
los padres para participar plenamente en la instrucción suplementaria fuera
de casa; se reivindica, sin embargo, el derecho a que sean informados sobre
la estructura y los contenidos del programa. De todas maneras, nunca se les
podrá negar el derecho a estar presentes durante el desarrollo de los
encuentros.6
117. 4. Se recomienda a los padres seguir con atención cualquier forma de
educación sexual que se imparte a los hijos fuera de casa, y retirarlos
cuando no corresponda a sus principios.7 Esta decisión de los padres nunca
deberá ser motivo de discriminación para los hijos.8 Por otra parte, los
padres que retiran los hijos de dicha instrucción tienen el deber de darles
una adecuada formación, apropiada al estado de desarrollo de cada niño o
joven.
2.
Recomendaciones a todos los educadores
118. 1. Dado que cada niño o joven ha de poder vivir la propia sexualidad en
modo conforme a los principios cristianos, y por tanto ejercitando la virtud
de la castidad, ningún educador —ni siquiera los padres— puede interferir
tal derecho (cf. Mt 18, 4-7).9
119. 2. Se recomienda respetar el derecho del niño o del joven a ser
informado adecuadamente por los propios padres acerca de las cuestiones
morales y sexuales de manera que sea atendido su deseo de ser casto y
formado en la castidad.10 Dicho derecho viene especificado, además, por la
etapa de desarrollo del niño, por su capacidad de integrar la verdad moral
con la información sexual y por el respeto a su serenidad e inocencia.
120. 3. Se recomienda respetar el derecho del niño o del joven a retirarse
de toda forma de instrucción sexual impartida fuera de casa.11 Nunca han se
ser penalizados ni discriminados por tal decisión ni ellos ni los demás
miembros de su familia.
Cuatro
principios operativos y normas particulares
121. A la luz de estas recomendaciones, la educación en el amor puede
concretizarse en cuatro principios operativos.
122. 1. La sexualidad humana es un misterio sagrado que debe ser presentado
según la enseñanza doctrinal y moral de la Iglesia, teniendo siempre en
cuenta los efectos del pecado original.
Informado por la reverencia y el realismo cristiano, este principio
doctrinal debe guiar toda actuación de la educación en el amor. En una época
en que se ha eliminado el misterio de la sexualidad humana, los padres deben
estar atentos, en su enseñanza y en la ayuda que otros les ofrecen, a evitar
toda banalización de la sexualidad humana. Particularmente se debe mantener
el respeto profundo de la diferencia entre hombre y mujer que refleja el
amor y la fecundidad del Dios mismo.
123. Al mismo tiempo, en la enseñanza de la doctrina y de la moral católica
acerca de la sexualidad, se deben tener en cuenta las consecuencias del
pecado original, es decir, la debilidad humana y la necesidad de la gracia
de Dios para superar las tentaciones y evitar el pecado. En tal sentido, se
debe formar la conciencia de cada individuo de manera clara, precisa y en
sintonía con los valores espirituales. La moral católica, sin embargo, no se
limita a enseñar que es pecado y a evitarlo; se ocupa ante todo del
crecimiento en las virtudes cristianas y del desarrollo de la capacidad del
don de sí según la propia vocación de la persona.
124. 2. Deben ser presentadas a los niños y a los jóvenes sólo informaciones
proporcionadas a cada fase del desarrollo individual.
Este principio de oportunidad según el momento ha sido expuesto al tratar de
las diversas fases del desarrollo de los niños y los jóvenes. Los padres y
cuantos les ayudan han de ser sensibles: a) a las diversas fases de
desarrollo, particularmente aquellas de los « años de la inocencia » y de la
pubertad, b) al modo en que cada niño o joven hace experiencia de las
diversas etapas de la vida, c) a los problemas particulares asociados con
estas etapas.
125. A la luz de este principio, cabe señalar la importancia de la elección
del momento oportuno en relación a los problemas específicos.
a) En la última adolescencia, los jóvenes deben ser introducidos primero en
el conocimiento de los indicios de fertilidad y luego en el de la regulación
natural de la fertilidad, pero sólo en el contexto de la educación al amor,
de la fidelidad matrimonial, del plan de Dios para la procreación y el
respeto de la vida humana.
b) La homosexualidad no debe abordarse antes de la adolescencia a no ser que
surja algún específico problema grave en una concreta situación.12 Este tema
ha de ser presentado en los términos de la castidad, de la salud y de la «
verdad sobre la sexualidad humana en su relación con la familia, como enseña
la Iglesia ».13
c) Las perversiones sexuales, que son relativamente raras, no han de
tratarse si no a través de consejos individuales, como respuesta de los
padres a problemas verdaderos.
126. 3. No se ha de presentar ningún material de naturaleza erótica a los
niños o a los jóvenes de cualquier edad que sean, ni individualmente ni en
grupo.
Este principio de decencia salvaguardia la virtud de la castidad cristiana.
Por ello, al comunicar la información sexual en el contexto de la educación
al amor, la instrucción ha de ser siempre « positiva y prudente »,14 « clara
y delicada ».15 Estas cuatro palabras, usadas por la Iglesia Católica,
excluyen toda forma de contenido inaceptable de la educación sexual.16
Además, representaciones gráficas y reales del parto, por ejemplo en un
film, aunque no sean eróticas, sólo podrán hacerse gradualmente, y en modo
que no creen miedo o actitudes negativas hacia la procreación en las niñas y
en las mujeres jóvenes.
127. 4. Nadie debe ser invitado, y mucho menos obligado, a actuar en modo
que pueda ofender objetivamente la modestia o lesionar subjetivamente la
propia delicadeza y el sentido de « su intimidad ».
Este principio de respeto al niño y al joven excluye toda forma impropia de
involucrarles. Cabe señalar, entre otros, los siguientes métodos abusivos de
educación sexual: a) toda representación « dramatizada », gestos o «
funciones », que describen cuestiones genitales o eróticas; b) la
realización de imagenes, diseños, modelos, etc. de este género; c) la
petición de proporcionar informaciones personales acerca de asuntos
sexuales17 o de divulgar informaciones familiares; d) los exámenes, orales o
escritos, sobre cuestiones genitales o eróticas.
Los varios métodos
particulares
128. Estos principios y normas pueden guiar a los padres, y a cuantos les
ayudan, a hacer uso de los diversos métodos que parecen idóneos según la
experiencia de padres y expertos. Pasamos a señalar estos métodos
recomendados y a indicar también los principales métodos que hay que evitar,
junto a las ideologías que los promueven o inspiran.
a) Métodos recomendados
129. El método normal y fundamental, propuesto ya en esta guía, es el
diálogo personal entre los padres y los hijos, es decir, la formación
individual en el ámbito de la familia. No es, en efecto, sustituible este
diálogo confiado y abierto con los propios hijos, porque respeta no sólo las
etapas del desarrollo sino también al joven como persona singular. Cuando
los padres piden ayuda a otros, existen diversos métodos útiles que podrán
ser recomendados a la luz de la experiencia de los padres y conforme a la
prudencia cristiana.
130. 1. Como pareja, o como individuos, los padres pueden encontrarse con
otros que están preparados en la educación al amor y beneficiarse de su
experiencia y competencia, y estos proporcionarles libros y otros recursos
aprobados por la autoridad eclesiástica.
131. 2. Los padres, no siempre preparados para afrontar ciertas
problemáticas ligadas a la educación en el amor, pueden participar con los
propios hijos en reuniones guiadas por personas expertas y dignas de
confianza como, por ejemplo, médicos, sacerdotes, educadores. Por motivos de
mayor libertad de expresión, en algunos casos, resultan aconsejables las
reuniones sólo con las hijas o con los hijos.
132. 3. En ciertas ocasiones, los padres pueden encargar una parte de la
educación en el amor a otra persona de confianza, si hay cuestiones que
exijan una específica competencia o un cuidado pastoral en casos
particulares.
133. 4. La catequesis sobre la moral puede desarrollarse por personas de
confianza, poniendo particular atención a la ética sexual durante la
pubertad y la adolescencia. Los padres han de interesarse en la catequesis
moral que reciben sus hijos fuera del hogar y utilizarla como apoyo para su
labor educativa; tal catequesis no debe comprender los aspectos más íntimos,
biológicos o afectivos de la información sexual, que pertenecen a la
formación individual en familia.18
134. 5. La formación religiosa de los mismos padres, en especial la sólida
preparación catequética de los adultos en la verdad del amor, constituye la
base de una fe madura que puede guiarlos en la formación de sus hijos.19 Tal
catequesis permite no sólo profundizar en la comprensión de la comunidad de
vida y de amor del matrimonio, sino aprender a comunicarse mejor con los
propios hijos. Además, durante el proceso de esta formación en el amor de
sus hijos, los padres obtendrán gran beneficio pues descubrirán que este
ministerio de amor les ayuda a mantener « viva conciencia del "don", que
continuamente reciben de los hijos ».20 Para capacitar a los padres a llevar
a cabo su tarea educativa, puede ser de interés promover cursos de formación
especial con la colaboración de expertos.
b) Métodos
e ideologías que deben ser evitadas
135. Los padres deben prestar atención a los modos en que se transmite a sus
hijos una educación inmoral, según métodos promovidos por grupos con
posiciones e intereses contrarios a la moral cristiana.21 No es posible
indicar todos los métodos inaceptables: se presentan solamente algunos más
difundidos, que amenazan a los derechos de los padres y la vida moral de sus
hijos.
136. En primer lugar los padres deben rechazar la educación sexual
secularizada y antinatalista, que pone a Dios al margen de la vida y
considera el nacimiento de un hijo como una amenaza. La difunden grandes
organismos y asociaciones internacionales promotores del aborto, la
esterilización y la contracepción. Tales organismos quieren imponer un falso
estilo de vida en contra de la verdad de la sexualidad humana. Actuando a
nivel nacional o provincial, dichos organismos buscan suscitar entre los
niños y los jóvenes el temor con la « amenaza de la superpoblación », para
promover así la mentalidad contraceptiva, es decir, una mentalidad «
anti-vida »; difunden falsos conceptos sobre la « salud reproductiva » y los
« derechos sexuales y reproductivos » de los jóvenes.22 Además, algunas
organizaciones antinatalistas sostienen clínicas que, violando los derechos
de los padres, ofrecen el aborto y la contracepción para los jóvenes,
promoviendo la promiscuidad y el incremento de los embarazos entre las
jóvenes. « Mirando hacia el año 2000, ?cómo no pensar en los jóvenes? ?Qué
se les propone? Una sociedad constituida por cosas y no por personas; el
derecho a hacer todo, desde la más tierna edad, sin límite alguno, pero con
la mayor seguridad posible. Por otra parte, vemos que la entrega
desinteresada de sí, el control de los instintos, el sentido de la
responsabilidad son consideradas nociones pertenecientes a otra época ».23
137. El carácter inmoral del aborto, procurado quirúrgica o químicamente,
antes de la adolescencia puede ser explicado gradualmente en los términos de
la moral católica y de la reverencia por la vida humana.24
En relación con la esterilización y la contracepción, su exposición no se
deberá realizar antes de la adolescencia y se desarrollará sólo en
conformidad con la enseñanza de la Iglesia Católica.25 Se subrayarán los
valores morales, espirituales y sanitarios de los métodos de la regulación
natural de la fertilidad, indicando al mismo tiempo, los peligros y los
aspectos éticos de los métodos artificiales. Se mostrará especialmente la
sustancial y profunda diferencia existente entre los métodos naturales y los
artificiales, tanto en relación con el proyecto de Dios sobre el matrimonio,
como en cuanto a la « recíproca donación total de los cónyuges »26 y a la
apertura a la vida.
138. En algunas sociedades existen asociaciones profesionales de educadores,
consejeros y terapistas del sexo. Su trabajo se basa, no raramente, en
teorías malsanas, privadas de valor científico y cerradas a una auténtica
antropología, que no reconoce el verdadero valor de la castidad; por eso,
los padres deberán cerciorarse con mucha cautela sobre la orientación de
tales asociaciones, no confiándose por el tipo de reconocimiento oficial que
hubieran recibido. El hecho de que su punto de vista se encuentra en
contradicción con las enseñanzas de la Iglesia, se manifiesta no sólo en su
modo de actuar, sino en sus publicaciones, ampliamente difundidas en
diversos países.
139. Otro abuso tiene lugar cuando se imparte la educación sexual enseñando
a los niños, también gráficamente, todos los detalles íntimos de las
relaciones genitales. Este mal se da hoy con frecuencia con el fin de
ofrecer una educación para el « sexo seguro », sobre todo en relación con la
difusión del SIDA. En este contexto, los padres deben rechazar la promoción
del llamado « safe sex » o « safer sex », una política peligrosa e inmoral,
basada en la teoría ilusoria de que el preservativo (condón) pueda dar
protección adecuada contra el SIDA. Los padres deben insistir en la
continencia fuera del matrimonio y en la fidelidad en el matrimonio como la
única verdadera y segura educación para la prevención de dicho contagio.
140. Otro método ampliamente utilizado, y a menudo igualmente dañoso, es la
llamada « clarificación de los valores » . Los jóvenes son animados a
reflexionar, clarificar y decidir las cuestiones morales con la máxima «
autonomía » ignorando, sin embargo, la realidad objetiva de la ley moral en
general, y descuidando la formación de las conciencias sobre los preceptos
morales específicos cristianos, corroborados por el Magisterio de la
Iglesia.27 Se infunde en los jóvenes la idea de que un código moral ha de
ser algo creado por ellos mismos, como si el hombre fuera fuente y norma de
la moral.
Este llamado método de clarificación de los valores obstaculiza la verdadera
libertad y la autonomía de los jóvenes durante un período inseguro de su
desarrollo.28 No sólo favorece en la práctica la opinión de la mayoría, sino
que se coloca a los jóvenes ante situaciones morales complejas, lejanas de
las normales elecciones éticas que deben afrontar, donde el bien o el mal se
reconocen con facilidad. Este método tiende a aliarse estrechamente con el
relativismo moral, estimulando la indiferencia respecto a la ley moral y el
permisivismo.
141. Los padres han de prestar atención también a los modos con los cuales
la instrucción sexual se inserta en el contexto de otras materias, sin duda
útiles (por ejemplo: la sanidad y la higiene, el desarrollo personal, la
vida familiar, la literatura infantil, los estudios sociales y culturales,
etc.). En estos casos es más difícil controlar el contenido de la
instrucción sexual. Dicho método de la inclusión es utilizado especialmente
por quienes promueven la instrucción sexual en la perspectiva del control de
los nacimientos o en los países donde el gobierno no respeta los derechos de
los padres en este ámbito. Pero la misma catequesis quedará distorsionada si
los vínculos inseparables entre la religión y moral fueran utilizados como
pretexto para introducir en la instrucción religiosa informaciones sexuales,
biológicas y afectivas, que sólo los padres han de dar según su prudente
decisión en el propio hogar.29
142. Finalmente, es necesario tener presente, como orientación general, que
todos los distintos métodos de educación sexual deben ser juzgados por los
padres a la luz de sus principios y de las normas morales de la Iglesia, que
expresan los valores humanos de la vida cotidiana.30 No deben olvidarse los
efectos negativos que algunos métodos pueden producir en la personalidad de
los niños y de los jóvenes.
La
inculturación y la educación en el amor
143. Una auténtica educación en el amor debe tener en cuenta el contexto
cultural en que viven los padres y sus hijos. Como una íntima unión entre la
fe profesada y la vida concreta, la inculturación es una armonización entre
la fe y la cultura, donde Cristo y su Evangelio tienen la precedencia
absoluta sobre la cultura. « Porque transciende todo el orden de la
naturaleza y de la cultura, la fe cristiana, por una parte, es compatible
con todas las culturas, en lo que tienen de común con la recta razón y con
la buena voluntad, y por la otra, es, en grado eminente, una energía
dinámica de la cultura. Un principio ilumina las relaciones entre fe y
cultura: la gracia respeta la naturaleza, la sana de las heridas del pecado,
la corrobora y la eleva. La elección a la vida divina es la finalidad
específica de la gracia, pero no puede realizarse sin que la naturaleza sea
sanada y sin que la elevación al orden sobrenatural conduzca la naturaleza,
en su propia línea, a una plenitud de realización ».31 Por tanto, nunca cabe
justificar la educación sexual explícita y precoz de los niños en nombre de
la prevalente cultura secularizada. Por otra parte, los padres deben educar
a sus hijos para que sepan entender y, en lo necesario, enfrentarse con las
fuerzas de cada cultura, para que sigan siempre el camino de Cristo.
144. En las culturas tradicionales, los padres no deben aceptar las
prácticas contrarias a la moral cristiana, por ejemplo, en los ritos
asociados con la pubertad, que a veces implican la introducción de los
jóvenes en prácticas sexuales o actos contrarios a la integridad y dignidad
de la persona como la mutilación genital de las jóvenes. Pertenece a las
autoridades de la Iglesia, juzgar la compatibilidad de las costumbres
locales con la moral cristiana. Las tradiciones de la modestia y del recato
en materia sexual, que caracterizan las diversas sociedades, deben ser
siempre respetadas. Al mismo tiempo, el derecho de los jóvenes a una
adecuada información ha de ser mantenido. Además, se ha de respetar el papel
particular de la familia en cada cultura,32 sin imponer ningún modelo
occidental de educación sexual.
Asistencia a los padres
145. Existen diversos modos de ayudar y apoyar a los padres en el ejercicio
del derecho-deber fundamental de educar a los propios hijos en el amor.
Dicha asistencia no significa nunca privar a los padres ni disminuirles su
propio derecho-deber formativo, que permanece « original y primario », «
insustituible e inalienable ».33 Por esto, el papel de quienes ayudan a los
padres es siempre a) subsidiario, puesto que la misión formativa de la
comunidad familiar es siempre preferible, y b) subordinado, es decir, sujeto
a la guía atenta y al control de los padres. Todos han de observar el orden
justo de cooperación y colaboración entre los padres y quienes pueden
ayudarles en su tarea. Es evidente que tal ayuda debe ser proporcionada
principalmente a los padres y no a los hijos.
146. Quienes son llamados a ayudar a los padres en la educación al amor de
sus hijos, han de estar dispuestos y preparados a enseñar en conformidad con
la auténtica doctrina moral de la Iglesia Católica. Además, deben ser
personas maduras, de buena reputación moral, fieles al propio estado
cristiano de vida, casados o célibes, laicos, religiosos o sacerdotes. No
sólo deben estar preparados en la materia de formación moral y sexual, sino
ser sensibles a los derechos y al papel de los padres y de la familia, así
como a las necesidades y los problemas de los niños y jóvenes.34 Así pues, a
la luz de los principios y del contenido de esta guía, se deben situar « en
el mismo espíritu que anima a los padres »;35 y, si los padres se creen
preparados para impartir adecuadamente la educación sexual, no están
obligados a aceptar dicha asistencia.
Fuentes
válidas para la educación en el amor
147. El Pontificio Consejo para la Familia es consciente de la gran
necesidad de material válido y específicamente preparado para los padres, de
acuerdo con los principios ilustrados en la presente guía. Los padres
dotados de la debida competencia y convencidos de estos principios, han de
empeñarse en la preparación de tal material. Ofrecerán así la propia
experiencia y sabiduría para ayudar a otros en la educación de sus hijos a
la castidad. Los padres acogerán la ayuda y la vigilancia de la autoridad
eclesiástica competente para promover el material adecuado y eliminar o
corregir, lo que no está en consonancia con los principios antes ilustrados
acerca la doctrina, los tiempos oportunos, el contenido y los métodos de
dicha educación.36 Tales principios se aplican también a los medios modernos
de comunicación social. Especialmente, este Pontificio Consejo confía en la
obra de sensibilización y de apoyo a los padres por parte de las
Conferencias Episcopales, para que sepan reclamar, donde sea necesario,
frente los programas del Estado en este campo, el derecho y los ámbitos
propios de la familia y los padres.
Solidaridad con los padres
148. En el cumplimiento de su ministerio de amor hacia los propios hijos,
los padres deberían gozar del apoyo y la cooperación de los demás miembros
de la Iglesia. Los derechos de los padres han de ser reconocidos, tutelados
y mantenidos no sólo para asegurar la sólida formación de los niños y de los
jóvenes, sino para garantizar el justo orden de cooperación y colaboración
entre los padres y quienes pueden ayudarles en su tarea. Igualmente en las
parroquias y otras formas de apostolado, el clero y los religiosos han de
sostener y estimular a los padres en el esfuerzo por formar a los propios
hijos. A su vez, los padres deben recordar que la familia no es la única o
exclusiva comunidad formativa. Han de cultivar una relación cordial y activa
con las personas que pueden ayudarles, sin olvidar nunca que sus propios
derechos son inalienables.
Esperanza y confianza
149. Frente a los grandes retos para la castidad cristiana, los dones de
naturaleza y gracia otorgados a los padres constituyen las bases más sólidas
sobre las que la Iglesia forma a sus propios hijos. Gran parte de la
formación en familia es indirecta, encarnada en un clima de amabilidad y
ternura, que surge de la presencia y del ejemplo de los padres cuando su
amor es puro y generoso. Si se tiene confianza en los padres para esta tarea
de educación en el amor, se sentirán estimulados a superar los retos y
problemas de nuestro tiempo con la fuerza de su amor.
150. El Pontificio Consejo para la Familia exhorta por tanto a los padres
para que, convencidos del apoyo de Dios, tengan confianza en sus derechos y
en sus deberes en orden a la educación de sus hijos, y la lleven a cabo con
sabiduría y responsabilidad. En este noble deber, los padres han de poner
siempre su confianza en Dios a través de la invocación al Espíritu Santo, el
dulce Paráclito, dador de todos los bienes. Pidan la potente intercesión y
protección de María Inmaculada, Virgen Madre del amor hermoso y modelo de la
pureza fiel. Invoquen a San José, su esposo justo y casto, siguiendo su
ejemplo de fidelidad y pureza de corazón.37 Apóyense los padres
constantemente en el amor que ofrecen a sus hijos, un amor que « elimina
todo temor », que « todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta » (1 Cor 13, 7). Dicho amor tiende y ha de ser orientado a la
eternidad, hacia la eterna felicidad prometida por nuestro Señor Jesucristo
a quienes le siguen: « Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a
Dios » (Mt 5, 8).
Ciudad del Vaticano, 8 diciembre 1995.
Alfonso Cardenal López Trujillo
Presidente del Pontificio Consejo
para la Familia
+ S. E. Mons. Elio Sgreccia
Secretario