Los 7 Principios de la doctrina social de la Iglesia
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La doctrina social de la Iglesia es aquella enseñanza que nace del diálogo
entre el Evangelio y la vida económico social de los pueblos.
Esa doctrina busca iluminar las realidades terrenas y en ella se apoyan los
pastores de la Iglesia Católica para orientar en estas materias.
La doctrina social de la Iglesia tiene como centro la dignidad de la persona
humana y busca en todo momento defenderla y dar principios que ayuden a su
crecimiento, a su desarrollo.
Hay siete principios, siete criterios que son muy claros y yo quisiera
recordarlos hoy, como de un golpe. Son ellos los ejes claves de esta
doctrina y son los ejes también para poder ayudar a todo ser humano a
crecer, desarrollarse y progresar, como debe ser. Esos siete principios son
los siguientes:
1. El principio del bien común.
2. El destino universal de los bienes.
3. El principio de subsidiaridad.
4. El principio de participación.
5. El principio de solidaridad.
6. El principio de los valores,
fundamentalmente estos cuatro: la
verdad, la libertad, la justicia, el amor.
7. Finalmente, este último, el amor, es el valor principal, porque ha de ser
el que dé UNIDAD a los demás valores.
Los vemos así en su conjunto porque nos iluminan; pero yo quisiera volver la
mirada sobre cada uno de ellos. Pero recordemos que para la doctrina de la
Iglesia, la enseñanza de la Iglesia, para Jesucristo, como también para todo
lo que es la filosofía humanista, lo principal es la persona humana, su
dignidad; y todo lo demás ha de converger a la ayuda, al apoyo, al progreso
de todo ser humano y de todos los seres humanos.
1. El bien común:
El principio o el criterio del bien común es un principio fundamental en lo
que es la vida humana y en lo que son las relaciones de los seres humanos.
Para la doctrina social de la Iglesia el principio del bien común es el
primero de todos los principios: todos los bienes que existen son bienes
para todos los seres humanos.
La concepción es clara: Dios creó todo lo que existe para todos los seres
humanos, no para una sola persona. De ahí que el principio del bien común
quiere mirar no solamente a un individuo sino a todos los individuos, no a
una persona sino a todas las personas.
Por eso, este principio del bien común es una tarea que nos compete a todos,
y de ahí que los bienes que existen sobre la tierra han de llegar a todos
los seres humanos. Para nosotros, es un criterio que tiene que estar siempre
claro y es el criterio que se exige en la conducción de la vida política;
por eso, un político es aquel que debe trabajar el bien común y colige con
ese principio cuando busca sus propios intereses, sus propios bienes o el
bien particular; y los bienes que hay en una nación, si los miramos bien,
son para todos y por eso se busca que haya una igualdad en la repartición de
los bienes.
Reflexionar una y otra vez sobre el bien común nos coloca y nos sitúa en un
principio clave en el desarrollo y en el progreso de todo ser humano y de
todos los seres humanos.
2. El destino
universal de los bienes:
El principio del bien común que guía la doctrina social de la Iglesia va muy
unido al principio del destino universal de los bienes. Este principio nos
recuerda a nosotros que todo cuanto existe tiene una dimensión universal.
Nosotros hablamos del derecho de propiedad.
El derecho de propiedad privada también tiene su sentido. La propiedad
privada ayuda a que las personas puedan tener un mínimo de espacio para
vivir, para que se respete su libertad; sin embargo, cuando la propiedad
privada se excede y viola el principio universal de los bienes, entonces, la
propiedad privada ha de estar sujeta a lo que es este principio universal de
los bienes. El Papa Juan Pablo II repetía que: “Sobre toda propiedad
privada, hay una hipoteca de los bienes que han de llegar a todos”.
Y ese llegar a todos es llegar a todo ser humano y a todos los seres humanos
y nosotros hemos de repetirlo continuamente: Dios creó todas las cosas, no
para un grupo, sino para todos. De tal manera es así, que hay que buscar
caminos para una justa distribución de los bienes y de las riquezas, sean
éstas las que sean.
3. La subsidiaridad:
En la búsqueda del progreso y el desarrollo de toda persona humana, de todo
ser humano, de su dignidad, hay un principio que no se tiene muchas veces en
cuenta y que hay que recordarlo también con frecuencia y volver el
pensamiento y la mirada hacia él. Es el principio de la subsidiaridad,
palabra que no es fácil de pronunciar, pero que es sumamente importante.
Nosotros los seres humanos debemos producir lo que nosotros debemos
producir. Cada ser humano tiene una responsabilidad, ante sí mismo y ante
los demás, como cada grupo, como cada sociedad, pero hay limitaciones que
nosotros tenemos, y es ahí donde se necesita el apoyo subsidiario.
Venir en apoyo de las familias que no pueden alcanzar las metas que deben
alcanzar, de los individuos, de las personas, de los grupos, sean estos los
que sean. Por eso, el Estado tiene la responsabilidad de cuidar, de velar
para que cada uno de nosotros haga lo que tenga que hacer, pero que podamos
recibir también el apoyo en aquello que nosotros no podamos hacer. Ese
principio de subsidiaridad ayuda a que los pueblos puedan progresar y los
grupos puedan avanzar. Y esto hay que decirlo no solamente a nivel nacional,
hay que decirlo, también, a nivel universal: nos hemos de acompañar
mutuamente los pueblos, y aunque esto no lo pidiera Dios, ni lo pidiera la
doctrina social de la Iglesia, lo pide el sentido común y lo pide la razón.
Se ha de apoyar a todo aquel que no puede dar todo lo que él quisiera o
pudiera dar.
4. La participación:
Otro principio claro en la doctrina social de la Iglesia es el principio de
la participación. Es un tema sobre el que nosotros volvemos una y otra vez.
La participación, como algo inherente al ser humano, hace parte de nuestra
existencia.
Nosotros queremos participar y esa participación nos hace mostrar a nosotros
un deber, el deber que tenemos todos los seres humanos de participar en la
vida, en el desarrollo, en el progreso de los pueblos.
Por eso, una persona que no participa en los gastos de un pueblo, con sus
impuestos, es una persona que no está cumpliendo con su deber. Una persona
que no participa en las elecciones, por ejemplo, es una persona que se
siente limitada en lo que es su derecho de participar en la elección de
aquellos que lo dirigen. Esta dimensión de la participación muestra un
derecho, pero también muestra un deber. Derecho y deber, el derecho de
participar y el deber de participar. Por eso, cuando las personas no pueden
participar todo lo que pueden en la vida nacional, se sienten limitadas.
Las dictaduras limitan la participación, pero también la participación se
vuelve un desorden cuando no es regulada.
Volvamos una y otra vez la mente sobre la participación, sobre nuestro deber
de participar en la vida familiar, en la vida social, en la vida del barrio,
en la vida nacional, en la vida internacional. Pensemos en la participación,
como un derecho y un deber.
5. La solidaridad:
La solidaridad es uno de los grandes principios, o si se quiere, uno de los
grandes valores que más se trata en el mundo de hoy. Hemos venido muchas
veces sobre esta temática y hay que volver continuamente sobre ella. La
solidaridad nos esta mostrando a nosotros como la humanidad es una y cómo
tiene que apoyarse mutuamente. La solidaridad que nos mueve a nosotros a
vernos como sólidos en uno nos indica que los pueblos no pueden existir si
no son solidarios entre sí y que la humanidad también es así, y esto se ve
de una manera muy clara en las crisis y en los problemas. Somos solidarios,
hemos de ser solidarios, queramos o no queramos, pero hemos de hacerlo de
manera consciente.
Los países más ricos tienen necesidad de ser solidarios con los demás y los
Países pobres también han de tomar conciencia sobre esto. El Amazonas no
pertenece ya a Brasil o a los países del Cono Sur, es un bien de toda la
humanidad, porque lo que pasa allí afecta a la humanidad. Somos solidarios,
y los seres humanos somos como un racimo de guineos: o caminamos juntos o
nosotros perecemos, pero hemos de estar juntos. El principio, el criterio,
el valor de la solidaridad es temática sobre la que hay que pensar y volver
una y otra vez porque no solamente se ha de esperar solidaridad de los
demás, sino que cada uno de nosotros ha de poner su granito de arena en el
camino y en la construcción de un mundo solidario.
6. Valores fundamentales:
El tema de los valores está sobre el tapete. Es un tema sobre el que hemos
de volver una y otra vez, y podemos preguntarnos sobre los muchos valores
que hay, y podemos enumerar decenas de valores: ¿cuáles son los
fundamentales?, ¿cuáles son los más importantes, aquellos necesarios para
que funcione una sociedad y que son clave también para el progreso de los
pueblos? Los cuatro grandes valores son estos:
La verdad, la libertad, la justicia y el amor.
Y me voy a referir ahora a los tres primeros porque el amor, que nos une a
los demás, necesita un tratamiento especial.
La verdad: sin la verdad ningún pueblo podrá avanzar. Jesucristo decía, y es
lema del pueblo dominicano: “Conocerán la verdad y la verdad los hará
libres”.
La verdad y la libertad: la libertad, que nosotros los dominicanos
disfrutamos después de tantas dictaduras, se torna también en desorden y en
libertinaje cuando no la sabemos usar. La libertad se manifiesta en la
democracia, pero necesitamos de una libertad sabiamente usada. Por eso,
volver la mente y la mirada sobre la libertad, es clave, y sobretodo en
estos tiempos en las que disfrutamos de la libertad, para no volver a las
dictaduras, pero tampoco para que la libertad se vuelva para nosotros un
enemigo. Y la dimensión de la justicia: si quieres la paz, trabaja por la
justicia. Si nosotros queremos guardar las relaciones como debe ser, es
clave y fundamental, ¿quién lo puede negar? el valor de la justicia.
Sabemos que tenemos muchos desórdenes cuando impera la mentira, el
libertinaje y la injusticia. Por eso, en la doctrina social de la Iglesia
esos tres valores son fundamentales y clave para la vida de cualquier
sociedad.
7. La vía del amor:
Podemos hablar y tocar temáticas como esta: el bien común, el destino
universal de los bienes, la participación, la solidaridad, los valores de la
verdad, la justicia y la libertad. Pero tenemos que decir que el vínculo que
une todo esto es el amor. Sin amor, nosotros no podremos llegar a eso que
deseamos: a una mayor distribución de las riquezas, a un mundo donde impere
la verdad, la justicia, la libertad; donde los bienes realmente sean
comunes, donde se busque el bien común.
No podemos pedirles a los políticos que se preocupen de buscar los intereses
del pueblo dominicano y no sus propios intereses, si ellos no tienen amor.
Se lo podemos pedir en nombre de la justicia, en nombre del respeto a los
demás; el amor es necesario para todo ello. Podemos pedirle a un juez que
haga la justicia, pero si ese juez no respeta a la persona humana, si ese
juez no ama al ser humano y no ama a los dominicanos, será injusto. Los
valores que nosotros necesitamos poner en práctica, y son necesarios todos,
necesitan un fundamento, un guía, que es el amor. Por eso, el progreso de
los pueblos, el bienestar de los pueblos, la mejor distribución de las
riquezas, todo aquello que nosotros deseamos no se dará en efecto y en
verdad, si los seres humanos son egoístas. De ahí que el camino del amor, la
vía del amor, es y seguirá siendo el camino del desarrollo de los pueblos,
del respeto a las personas y de los derechos humanos.
Tomado de “Un Momento”, los
artículos breves que Monseñor publica
diariamente en TV, Radio y la Prensa.