HAY UNA ESPERANZA PARA EL MUNDO. HAY
UNA ESPERANZA
PARA TI. ¡RESUCITAREMOS!
- Escatología: Catequesis para jóvenes que se preparan a la confirmación
Páginas relacionadas
Pool
Castillo Valiente
4° de Teología 2013
Pontificia Facultad de Teología
"Redemptoris Mater"
La muerte es el mayor de los enigmas,
la más seria amenaza a las ansias humanas de vivir,
el último enemigo (1 Co 15, 26) del hombre: "El máximo enigma de la vida
Es importante tomar conciencia de la experiencia de la muerte como el
mayor
enigma
de la vida humana.
En Cristo Resucitado se nos ofrece la única realidad
por la que
esperamos
poder salvarnos:
Cristo significa y es para nosotros la victoria sobre la muerte,
último enemigo del hombre y del
mundo.
El enigma de la propia muerte
Todos, un día u otro, tendremos conciencia de que la
muerte se ha instalado en el corazón de nuestra vida: las células del
cuerpo se rebelan y envejecen, la personalidad
se descompone poco a poco.
Esto sucede inexorablemente así, si es que la muerte no llega
antes, sin. previo. aviso,
Pero. de todos modos comenzamos a vivir ya el enigma de la muerte en la
desaparición de otras personas que nos rodean (familiares, amigos,
conocidos). Estos acontecimientos nos desconciertan. Quisiéramos
olvidarlos, pero no es posible. La muerte es una sacudida que pone a
prueba la esperanza humana. Ante ella, como en ninguna situación,
experimentamos nuestra fragilidad y la rapidez con que pasa la vida:
"Los días del hombre duran lo que la hierba, florecen como la flor del
campo, que el viento la rosa, y ya no existe, su terreno no volverá a
verla... (Sal 102, 15-16).
La muerte, enigma del mundo
La muerte es el'
camino de todos (1' R. 2, 2): los hombres y tos demás
seres vivos del planeta. Hoy contamos con otra experiencia: en todo lo
que tiene forma y estructura se encuentran encadenadas fuerzas
enormemente poderosas que el hombre puede utilizar a favor de la vida o,
también, para la destrucción de toda forma de vida; una guerra atómica,
bacteriológica o química, podría desencadenar la destrucción de toda
forma de- vida, sobre- nue,stro. planeta, Las imágenes apocalípticas
han. venido. a ser una posibilidad sumamente real: "Se conmueven los
cimientos de la tierra_ La tierra se rompe con estrépito, la tierra se
deshace a trozos, la tierra salta hecha pedazos, la tierra vacila como
un ebrio y es sacudida como una choza" (Is 24, 1820).
"Hay esperanza para tu futuro". Dios, el fiel, más fuerte que la muerte
humana es la
muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del
cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición
perpetua" (GS 18). La muerte desconcierta, sobrecoge, escandaliza.
Frente a ella, de uno u otro modo, el hombre se pregunta: ¿Por qué la
muerte? ¿Habrá algo. después? ¿Qué será de mí y de los míos?
En cuestión el sentido de la vida
y
Dios mismo
¿Estamos condenados a muerte o existe para nosotros una esperanza? La
muerte pone en cuestión. el. ser y el. sentido, de la existencia humana,
Si el hombre es, en, realidad, un
ser para la muerte. bien puede decirse también que es una
pasión inútil. Ahora bien, la
muerte pone en cuestión también a Dios. Dios es el Señor
de la vida y de la muerte y,
además, es Amor. El verdadero amor pide eternidad. El amor de Dios no
sólo la exige, sino que, eternamente fiel, la da a los suyos. Si la
muerte fuese lo más fuerte, o Dios no sería Dios o Dios no sería amor.
Es Dios mismo quien ha sembrado en el corazón del hombre un anhelo de
inmortalidad.
El mayor enigma de la vida humana
El israelita, piadoso ha intuido en su fe en el Dios de la Alianza, que
Dios mantendrá fielmente a los sayos consigo. para siempre: "no. dejarás
a tu. amigo. ver la fosa; me librarás de las garras de la muerte, me
colmarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha" (Sal
15, 10-11). Dios, comprometido fiel y amorosamente con los suyos para
siempre, nos llama sin cesar a la esperanza: "Así dice Yahvé: Reprime tu
voz del lloro y tus ojos del llanto, porque...
hay esperanza para tu futuro"
(Jr 31, 16-17). Llamarnos a la esperanza es una costumbre de Dios. Sus
costumbres son eternas. Por eso, desde el principio (Gn 3, 15), la
historia de la salvación es una invitación de Dios para que el hombre
espere, incluso contra toda esperanza (Rm 4, 18). Dios es la esperanza
en persona, como dice el salmista: "Tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y
mi confianza, Señor, desde mi juventud, En el vientre materno ya me
apoyaba en ti, en el seno, tú me sostenías, siempre he confiado en ti"-
(Sal 70, 5-6).
Hubo esperanza para Abraham. "Contra toda esperanza"
Hubo esperanza para Abraham, Esperó lo humanamente inesperable. Dios le había dichoz "... Te hago padre de muchedumbre de pueblos. Te haré crecer sin. medida" (Gn I7, 5-6). Abraham era ya viejo y su mujer estéril; sin embargo, creyó y esperó en la Palabra de Dios que le prometía una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo (Cm 15, 5). Abraham, "apoyado en la esperanza, creyó; contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le había dicho: 'Así será tu descendencia'. No vaciló en la fe, aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto —tenía unos cien años— y estéril el seno de Sara. Ante la promesa no fue incrédulo, sino que se hizo fuerte en la fe, dando con ello gloria a Dios, al persuadirse de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le valió la justificación" (Rm 4, 18-22)
Hubo esperanza para Israel. En medio del mar,
en medio del desierto, en medio del destierro
Hubo. esperanza para. Israel. en. medio. del. mar y en.
las soledades. del, desiertos donde no había camino: "Así
dice el Señor, que abrió camino en el mar,
y senda en las aguas
impetuosas.., Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo" (Is
43, 1619). Y en medio del destierro, donde no había regreso: "Cuando el
Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar: la boca se nos
llenaba de risas, la lengua de cantares" (Sal 125, 1-2). Era el
cumplimiento del anuncio profético: "... Volverán de tierra hostil" (Jr
31, 16).
Hubo esperanza para Jesús. En medio de la muerte
Hubo esperanza para Jesús: un "tercer día" ante el máximo
enigma del hombre, la muele. En efecto, ha habido. un hombre que ha
esperado. como. nadie, allí donde se troncha
y desaparece toda esperanza humana. Ese hombre ha sido Jesús, El
horizonte de Jesús se había ido cerrando progresivamente: la intriga, la
persecución, la calumnia, la condena y, finalmente, la muerte. Todo
había caído sobre él. Era una situación sin salida. Jesús lo sabe y así
lo dice a sus discípulos en distintas ocasiones: "Desde entonces empezó
Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer
allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y
tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día" (Mt 16, 21).
Un "tercer día" más allá de la muerte
"...
Y al tercer día resucitará"' (Mt 17, 23; 20, 19). Jesús confía
totalmente en el
¡Cristo ha resucitado!: orando!: El gran acontecimiento!
"Sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha
constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis
crucificado" (Hch 2, 3,6). ¡Cristo
ha resucitado! Este es ya el
gran acontecimiento. Un
muerto, Jesús, condenado y ejecutado por la turbia justicia
de los hombres, vive. La
resurrección. de Cristo. significa
la ratificación
categórica de lo que los justos del Antiguo Testamento
habían presentido: Dios
no abandona a sus elegidos al poder de la muerte. En Cristo ha desvelado
este gran misterio,
Resucitaremos como El
Como dice San Pablo, nosotros, porque Cristo ha resucitado,
resucitaremos a imagen de Cristo resucitado, como plenitud del cuerpo
resucitado de Cristo, del que los bautizados somos miembros. Por eso San
Pablo llama a Cristo
Resucitado "primicias" (1 Co 15-20) o "primogénito de
entre los muertos" (Col 1, 18), Su resurrección no es el final feliz de
un destino meramente individual, sino la anticipación y el modelo de un
destino común a todos los suyos. Si el cristiano es el hombre que va
asemejándose a Cristo como a su prototipo (Cfr: Rin 29), ese proceso de asimilación essfrá
completo hasfa que, muerto con El resucite como
El. Para
representarnos, pues, nuestra resurrección, no tenemos otra referencia
que el misterio de la resurrección de Cristo. Sabemos que Cristo una vez
resucitado de entre los muertos, ya no muere más y que la muerte no
tiene ya dominio sobre él; su vida es un vivir. para Dios. (Cfr. Rna. 6,
8-1Q). Por eso, resucitaremos a. una vida, no señalada ya para siempre
por el poder y la amenaza de la muerte. Viviremos para Dios.
Seremos
los mismos
Según formulaciones de la fe de la Iglesia, "los muertos
resucitarán en sus cuerpos"... (Simbolo,
cides Damas', DS 72); "con sus propios cuerpos que ahora tienen"
(Concilio IV de Letrán, DS 801). La resurrección de los muertos será "la
resurrección de la misma carne que ahora tengo (Profesión de fe impuesta
a los Valdenses por Inocencio III, DS 797). La fe cris-tina no se limita
a sostener el hech‘Y de la resurrección, defiende además la identidad
corporal del, resucitado, PercG no podemos pensarla ingenuamente como
una identidad wroseramente material;
como un retorno de la carne y sangre perecederas. En el fondo, la
Iglesia, con su fe en la identidad del cuerpo resucitado, trata de
salvaguardar la identidad del hombre resucitado con el hombre de la
anterior existencia temporal. El
cuerpo, en efecto, es la totalidad de mi persona en tanto me expreso
y asomo a lo exterior. La corporeidad de la resurrección será
la mía; más aún, será más
mía que nunca lo fue en mi
vida terrena.
En plenitud
El hombre muestra por su cuerpo lo que él es, en el gesto,
en la palabra corporalmente articulable y perceptible. Durante la
existencia terrena, esa automanifestación no se logra del todo; es, o
puede ser; ambigua_ equívoca, bien porque el hombre se
enmascara con la mentira o el disimulo, bien porque no ha llegado aún a
forjarse un semblante definitivo. Resucitar "con el mismo cuerpo"
significará, por tanto, resucitar con un cuerpo
propio, que transparente la propia y definitiva mismidad, ya sin
posible equívoco: un cuerpo que es
más mío que nunca, por cuanto es supremamente comunicativo de mi yo.
El cuerpo glorioso ("pneumático",
espiritual, 1 Co 15, 44) es el yo irradiando la vida del Espíritu,
libre de todo automatismo inconsciente, depositario de una plenitud
integral que nace en el núcleo más íntimo de la persona y alcanza y
transfigura su corporeidad. Existe una misteriosa continuidad entre
nuestra actual corporeidad y la plenitud de nuestra resurrección en
Cristo.
La inmortalidad del alma
La vida del hombre, en su núcleo más general, continúa más allá de la
muerte, inmediatamente después de ella, y "previamente" a su.
resurrección. Por supuesto, dichas determinaciones temporales no
corresponden del todo, unívocamente a las de nuestro tiempo terrenal.
Por eso puede decir con verdad Jesús al buen ladrón: "Te lo aseguro: hoy
estarás conmigo en el Paraíso" (Le 23, 43), Y Pablo, por su parte, puede
escribir a la comunidad de Corinto: "Preferimos salir de este cuerpo
para vivir con el Señor" (2 Co 5, 8). Y a los filipenses: "Deseo morir y
estar con Cristo" (Flp 1, 23).
La liturgia en uno de los
Prefacios de difuntos, lo proclama así: "La vida de los que en ti
creemos, Señor, no termina, se transforma." La Iglesia ha enseñado al
respecto que las almas de los que se mueren en gracia de Dios, si no
tienen nada que purgar, están en el cielo viendo la divina esencia con
visión intuitiva, cara a cara,
inmediatamente después de la muerte aun antes de la resurrección de sus
cuerpos y del juicio universal"
(Const, Benedictus Deus de Benedicto XII, DS 1000).
La teología cristiana —y aun el pensamiento popular
cristiano— ha tratado de pensar esta, pervivencia. personal después de
la muerte "antes" de la. resurrección, desde las creencias religiosas y,
también, desde la convicción filosófica de la "inmortalidad del alma".
Pero la "inmortalidad del alma" no expresa por sí sola, como creencia de
las religiones primitivas ni como pura y simple convicción filosófica,
la totalidad del destino final del hombre ni los motivos originales de
la fe en la resurrección, La inmortalidad del espíritu humano es
contemplada por la fe en el contexto de la resurrección.
Creemos en la vida eterna, de la que ya gozan
los bienaventurados. Creemos en la comunión de los santos
El Papa Pablo VI expresa
de esta manera en. el.
Credo. del Pueblo, de Dios la
fe de la Iglesia en la vida eterna
y en el misterio, ya actual, de la
comunión de los santos:
"Creemos en la vida eterna. Creemos que las almas de todos aquellos que
mueren en la gracia de Cristo —tanto las que todavía deben ser
purificadas con el fuego del purgatorio como las que son recibidas por
Jesús en el paraíso en seguida que se separan del. cuerpo, coma el• buen
Ladrón----onstituyen• el. Pueblo. de Dios después de la muerte; la cual será
destruida totalmente el día de la resurrección
en el
que estas almas se unirán con sus cuerpos" (CPD
28).
"Creemos que la multitud de aquellas almas que con Jesús y María se
congregan en el paraíso, forma la Iglesia celeste, donde ellas, gozando
de la bienaventuranza eterna, ven a Dios como El es, y participan
también, ciertamente, en grado y modo diverso, juntamente con los santos
ángeles, en el gobierno divino de las cosas, que ejerce Cristo
glorificado, como quiera que interceden por nosotros y con su fraterna
solicitud ayudan grandemente nuestra flaqueza" (CPD 29),
"Creemos en la
comunión de todos los fieles cristianos, es decir, de los que se
purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza
celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente
que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso.
de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras
oraciones, como nos aseeuró Jesús: Pedid y recibiréis. Profesando esta
fe y apoyados en esta esperanza, esperemos la resurrección de los
muertos y la vida del siglo venidero, Bendito sea Dios, santo, santo.
Amén"(CPD 30).
Resucitamos para la vida eterna
La vida eterna consiste nuclearmente en la visión de Dios, una visión
que se inicia ya aquí, de algún modo, por la fe y se alcanza, cuando,
muerto el creyente, está y vive con Cristo (Cfr. Lc 23, 43; 2 Co 5, 8;
Flp 1, 23; Const. Benedictus Deus
de Benedicto. XII, DS 1000). y culmina ea la resurrección. Así lo,
que llamamos vida. eterna se
despliega sustancialmente en dos estadios. El Verbo, que tiene la vida,
o mejor que es la vida, se ha encarnado para comunicárnosla (Jn 1,
12-14) a partir del nuevo
nacimiento que es el bautismo: "El que cree en mí,
tiene —ya ahora—vida eterna"
(Jn 3, 36). Pero en el estadio final, la fe se muda en visión: "Cuando
se manifieste (Cristo), seremos semejantes a él, porque le veremos tal
cual es" (1 Jn 3, 2). "Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces
veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora limitado; entonces podré
conocer como Dios me conoce" (1 Co 13, 12).
Ver a Dios es participar de su propia vida
Este concepto de la visión de Dios
como constitutivo nuclear de
14 VIUd GLCIU4 114
sido entendido, a veces demasiado unilateralmente, en un sentido secamente
intelectualista (visión como
conocimiento intuitivo de la
esencia divina pensada como conocimiento de una cosa, o como una idea
representativa de algo). Sin embargo, en. el. lenguaje oriental,
ver al, rey, que es el- inaccesible, es privilegio exclusivo de sus
cortesanos, de los que viven con
él, se sientan a su mesa; gozan de su intimidad, reciben sus
confidencias... Ver a Dios es
conocerlo de tú a tú, inmediatamente; es participar de su vida. La
visión aquí es comunicación de vida en el seno de una intimidad
amorosa.
Cristo, mediador nuestro. "Estaremos siempre con el Señor" (1 Ts 4,
17)
El Dios cristiano es un misterio interpersonal. Participar
de esta íntima comunión amorosa es impensable sin una cierta
connaturalidad u homogeneidad en el ser. La vida eterna será una
participación del ser del Dios Hijo, Jesucristo, el "consustancial a
nosotros según su• humanidad", según definiera el. Concilio. de
Calcedonia. Y mediante el Hijo ("por Cristo"), llegamos a la intimidad
con el Padre en el Espíritu. En la vida eterna, aunque Dios sea "todo en
todos", (1 Co 15, 28), Cristo sigue siendo, en cierto sentido, nuestro
mediador. El, que es ahora nuestra
vida (Cfr. Col 3, 4) lo seguirá siendo para siempre. El es "la
resurrección y la vida" (Jn 11, 25).
Cristo ha hecho de la historia humana el tiempo de la
esperanza. Un "tercer día" para el mundo
La Resurrección de Jesús ha inaugurado, para el mundo- entero- el amanecer
de un nuevo día. el Día de la
Resurrección, el "tercer día". El
tercer día no es tanto un día solar de calendario, como, sobre todo, el
principio que cualifica todo el tiempo nuevo: el tiempo que sigue a la
resurrección de Jesús. Cristo ha hecho de la historia humana el tiempo de la
esperanza. La muerte no tendrá poder defmitivo sobre el hombre y sobre el
mundo. Por ello, puede decir Pablo:
"La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu
victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?" (1 Co 15, 54-55), San
Ignacio de Antioquía ha expresado admirablemente ante su propio martirio, la
fe cristiana en el amanecer de ese nuevo día que venza la oscuridad de la
muerte: "Bello es que el sol de mi vida, saliendo del mundo, se oculte en
Dios, a fin de que en El yo amanezca."
"Hay para ti un 'mañana y no habrá
sido vana tu esperanza"
Hay una esperanza para el mundo, una esperanza para el hombre, una esperanza
para ti. Nuestra esperanza se llama Cristo Resucitado: "No hay bajo el cielo
otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch
4, 12). Si acoges en tu vida la acción de Cristo. Resucitado, ciertamente
"hay para ti un mañana y no habrá
sido vana tu esperanza" (Cfr. Pr 24, 14) No temas Son para ti estas palabras
de Jesús resucitado: "No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que
vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo
las llaves de la Muerte y del Infierno" (Ap 1, 17-18).