Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús - Escatología: Catequesis para jóvenes que se preparan a la confirmación
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Gary
Joel Murillo Flores
4° de Teología 2013
Pontificia Facultad de Teología
"Redemptoris Mater"
CATEQUESIS SOBRE ESCATOLOGIA
Lectura de la segunda
carta del apóstol san Pablo a los tesalonicenses 4, 13-18
Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los
muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen
esperanza.
Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera
Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús.
Os decimos eso como Palabra del Señor: Nosotros, los que vivamos, los
que quedemos hasta la Venida del Señor no nos adelantaremos a los que
murieron,
El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la
trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo
resucitarán en primer lugar,
Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados
en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así
estaremos siempre con el Señor,
Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.
Hermanos preguntémonos cómo hemos venido el día de hoy. A menudo estamos
cansados, decepcionados, sentimos el peso de nuestros pecados, pensando
que no podemos conseguir el perdón de Dios, no nos encerremos en
nosotros mismos, en la tristeza o en la amargura, porque ahí es donde
experimentamos la muerte. Y al hablar de muerte no me refiero solo a la
muerte física, sino sobre todo a la muerte del ser, el sin sentido de la
vida. ¡Cristo ha resucitado, ha vencido nuestra muerte! Como decía el
Papa Francisco en la Misa de la Vigilia Pascual de este año:
"Ya nada es como antes, no sólo en
la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y en nuestra
historia de la humanidad. Jesús no está muerto, ha resucitado, es el
Viviente. No es sencillamente que haya vuelto a vivir, sino que es la
vida misma, porque es el Hijo de Dios que es el Viviente",
La
cuestión sobre la "muerte y la
vida" es paradójica para para todos nosotros pues es evidente que no
hay nada más importante para el hombre que su propia vida. Si la vida
humana es un enigma, ella misma se ha convertido en el mayor problema
que el hombre tiene que solucionar. Quiero citar una historia que
escribió Beda el Venerable en su
Historia eclesiástica del pueblo inglés: dice que cuando los
misioneros llegados de Roma arribaron a Northumberland, el rey del lugar
convocó a un consejo de dignatarios para decidir si se les debía
permitir o no difundir el nuevo mensaje, Algunos de los presentes se
mostraron
a favor, otros en contra. Era invierno y fuera había nieve y ventisca,
pero
habitación estaba iluminada y cálida, En cierto momento un pájaro salió
de un agujero, sobrevoló asustado un rato por la sala y luego
desapareció por un agujero de la pared opuesta, Entonces se levantó uno
de los presentes y dijo: "Majestad, nuestra vida en este mundo se
asemeja a aquel pajarillo. No sabemos de dónde venimos, por un poco de
tiempo gozamos de la luz y del calor de este mundo y luego desaparecemos
de nuevo en la oscuridad, sin saber a dónde vamos. Si estos hombres son
capaces de revelamos algo del misterio de nuestra vida, debemos
escucharles". A menudo nos hacen creer que la Iglesia ha llegado a su
momento de declive, que en un mundo que parece haberle dado la espalda a
Dios, la Iglesia ya no tiene sentido; nada más falso. Se me viene a la
memoria cuando el joven Ratzinger fue alistado al ejercito de los nazis
y al ser interrogado sobre qué es lo quería ser dijo: "quiero ser
sacerdote". A lo cual respondieron: "en la nueva Alemania, ya no harán
falta los sacerdotes", El Papa Benedicto XVI comentando este hecho de su
vida dijo que la historia no le dado la razón al hombre que le dijo eso,
porque la Iglesia tiene una respuesta segura a las grandes interrogantes
sobre la vida y la muerte.
Hemos de reconocer que cuentas veces nos hemos alimentado de la
catequesis del mundo y vivimos en una ignorancia profunda como dice san
Pablo en el texto que hemos leído. La ignorancia acarrea la
desesperanza, haciéndonos tener una visión pagana de la que la vida es
corta y triste, donde el dolor y el sufrimiento parecen muchas veces
algo congénito a nuestra vida y terminan sólo cuando ésta llega a su
fin. Y cuando llega la hora señalada, no hay medicina que pueda
prolongar la vida, ni ha habido hombre alguno que haya regresado del más
allá para gozar de los placeres que no gustó en el transcurso de su
vida. La idea de una recompensa en el más allá, no es tenida en cuenta o
es objeto de risa y burla. Dada la brevedad de la vida y el vacío que
sigue a la muerte, no vemos otra conclusión lógica que disfrutar de los
placeres de la vida presente: "comamos y bebamos que mañana moriremos"
(Sab. 2,6-9). "Esta es nuestra porción y nuestra suerte" (Sab, 2,9). El
autor de la Sabiduría pone en la boca de los impíos los mismos términos
que emplea la Biblia para expresar lo que el Señor tenía que ser para el
alma y corazón de los israelitas, y que en nuestro caso indican hasta
qué punto se entregan y viven para los placeres de esta vida, San Pablo
mismo ve esta conclusión como lógica negada la resurrección de Cristo.
Es importante tener en cuenta que la muerte no es obra de Dios (Sab 1,
13) sino que entró en el mundo por la envidia del diablo, La muerte del
cristiano es un tránsito, un paso a la casa del Padre. La muerte no
tiene la última palabra en la vida del hombre porque
si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios llevará
consigo a quienes murieron en Jesús. Seguramente todos hemos tenido
la experiencia amarga de la muerte de un ser muy querido para nosotros,
Cristo también la tuvo cuando lloró la muerte de su amigo Lázaro que ya
llevaba cuatro días en el sepulcro. Pero hoy el Espíritu Santo quiere
confirmar en lo profundo de tu corazón que lo que hoy anunciamos es
verdad, que las almas de los justos están en las manos de Dios, en su
paz, Los primero cristianos grababan en las tumbas de los mártires el
epitafio de "Cristo, el Príncipe de la paz". Y si bien es cierto la
muerte nos da miedo y preferimos no pensar en ella, hoy no nos cerremos
a la novedad que Dios quiere darnos para nuestra vida: La vida eterna
que Él nos quiere regalar. "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn
15). Pero esta vida eterna no es sólo la vida después de la muerte
física, es la novedad que Dios le ha dado a la vida del hombre, la
felicidad de saber que si permanecemos en Dios, todo está bien, es la
victoria sobre nuestros pecados, sobre el mal, sobre la muerte, sobre lo
que oprime nuestra vida.
"Creo en la vida eterna"
Nos encontramos ahora ante el duodécimo artículo de la profesión de fe de la
Iglesia. Como dijimos antes un cristiano que une su muerte a la de Jesús ve
la muerte como una ida hacia Él y la entrada en la vida eterna. Queremos
terminar exponiendo lo que cree la Iglesia
sobre los acontecimientos posteriores a la muerte.
La muerte pone fin a la vida del hombre y cada hombre después de morir,
recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular. "A
la tarde te examinarán en el
amor" como Dios
y están perfectamente purificados viven para siempre con Cristo (cf. CEC
1023), Cristo en su misterio Pascual nos ha abierto el cielo, nos hace vivir
con él. Si bien este misterio sobrepasa toda comprensión y toda
representación, Dios nos invita a disfrutar ya desde esta vida la comunión
con él. Pero Dios cuenta con nuestra libertad y como dice el Catecismo salvo
que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios (1033).
Seamos humildes y reconozcamos que no podemos amarle cuando permanecemos en
nuestros pecados, cuando le damos la espalda, cuando no amamos a nuestros
hermanos. "Quien no ama permanece en
la muerte. Todo el que aborrece a su hermano a su hermano es un asesino; y
sabéis que ningún asesino tiene vida en sí mismo" (lJn 3,15), Morir en
pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de
Dios, es permanecer separados de Dios para siempre por nuestra propia y
libre elección, Este estado de autoexclusión definitiva de la amistad con Dios se llama "infierno". Pero no seamos necios,
Dios no ha creado al hombre para la muerte sino para la vida. Arrepiéntanos
de nuestros pecados y como publicano en el templo digamos ¡Dios mío, ten
compasión de mí que soy un pecador! Hoy es el día de convertirnos, de gustar
lo bueno que es el Señor. Este "hoy" de la misericordia de Dios se extiende
hasta el final de los tiempos, hasta la Parusía donde Cristo vendrá con
gloria para juzgar a los vivos y a los muertos. Dejémonos inundar por el
amor de Dios y en este año de la fe pidamos la gracia de vivir cada día en
la comunión con Dios,