Domingo 1 de Adviento A: 'El Hijo del Hombre vendrá a la hora menos pensada' - Comentarios de Sabios y Santos para ayudarnos a preparar la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: W. Trilling - Instrucción sobre el fin del mundo
Comentario Teológico: San Luis Beltrán - La venida del Hijo del Hombre
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - El ejemplo del diluvio
Aplicación I: Benedicto XVI - Adviento, tiempo de la esperanza
Aplicación: R.P. Raniero Cantalamessa - ¡Velad!
Aplicación: Monseñor Demetrio Fernández González - Adviento, viene el Señor
Aplicación: San Juan Pablo II - Hacia la plenitud
Aplicación II: Benedicto XVI - Doble perspectiva
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Cristo, ¿vuelve o no vuelve?, Mt 24, 37-44
Directorio
Homilético - Primer domingo de Adviento
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Las Lecturas del Domingo
Exégesis: W. Trilling - Instrucción sobre el fin del mundo
El capitulo 13 del Evangelio de san Marcos forma la base de este discurso.
San Mateo ha adoptado casi sin variaciones el texto de san Marcos, salvo
algunos intercalados. Es nueva la sección comprendida entre los v. 26 y 28
del capítulo 24. En el discurso sobre la misión de los apóstoles
(Mat_10:17-21) san Mateo ya había empleado el texto de las persecuciones de
Mar_13:9-13. Aquí san Mateo no lo repite por completo, sino solamente en dos
frases (Mar_24:9.1 3s). En sustitución de lo que omite, ha intercalado la
sección 24,10-12. En la introducción san Mateo dice con más claridad que san
Marcos que los discípulos preguntan a Jesús por la «señal de tu parusía y
del final de los tiempos». En Mar_13:4 permanece confuso el verdadero objeto
de la pregunta. La gran importancia del discurso de san Mateo está en que
este evangelista lo configura de una forma todavía mucho más resuelta que
san Marcos en una advertencia a la vigilancia. Ha añadido un número mayor de
textos de la colección de discursos que expresan este pensamiento (S,13).
A la parábola de las vírgenes (Mar_25:1-13) añade la de los talentos
(Mar_25:14-30) y una detenida descripción del juicio final, en que dictará
la sentencia el Hijo del hombre (25,31-49. Mediante estas ampliaciones se ha
formado un gran discurso sobre el fin del mundo y la actitud de los
discípulos ante el juicio. San Mateo probablemente ha concebido como una
unidad de composición los ataques contra los escribas y fariseos en el
capitulo 23 y el discurso sobre el fin de los tiempos en los capítulos 24 y
25. Este doble discurso entonces sería el quinto dentro del evangelio. De
aquí también resulta que la usual formulación conclusiva (que siempre
permanece igual) no está después del capitulo 23, sino del 25 (26, 1). Es
muy difícil explicar especialmente la primera parte que procede de san
Marcos 13, y que en la interpretación todavía es objeto de controversia. No
podemos abordar todas las cuestiones particulares y tampoco necesitamos
hacerlo, porque san Mateo dice claramente que el discurso versa sobre la
señal de la parusía y del final de los tiempos (Mar_24:3b). Así, para él
recae desde el principio la interpretación del discurso en la destrucción de
Jerusalén y en aquella manera de pensar, que en la destrucción de Jerusalén
en cierto modo querría ver prefigurados (perspectiva profética) los
acontecimientos del fin del mundo. Para él y para el tiempo en que escribió,
la destrucción de la ciudad santa ya pertenece al tiempo pasado y es
entendida como castigo sobre la generación incrédula (cf. 22,7).
Pero ahora la mirada del evangelista se dirige hacia adelante. Aunque Mateo
conserve muchos pasajes sueltos de san Marcos, que están adaptados al
estrecho horizonte de la ciudad de Jerusalén y del país de Judea (por
ejemplo 24,15s), sin embargo no tienen ningún peso decisivo ni por la
resuelta dirección de la mirada de 24,3b, ni sobre todo por la gran cantidad
de material nuevo que aporta
(…)
Incertidumbre del tiempo
a) El último día vendrá inesperadamente (MT/24/37-42).
37 Pues como sucedió en los días de Noé, así sucederá en la parusía del
Hijo del hombre. 38 Porque igual que en aquellos días anteriores al diluvio
seguían comiendo y bebiendo, casándose ellos y dando en matrimonio a ellas
hasta el día en que Noé entró en el arca, 39 y no se dieron cuenta hasta que
llegó el diluvio que los barrió a todos, así será también la parusía del
Hijo del hombre.
Vino el diluvio, porque todo el género humano estaba corrompido. Pero aquí
no se habla de la corrupción, sino de la vida humana normal que se llevaba
entonces como hoy día. Nos preocupamos por las necesidades de la vida, por
la comida y la bebida. Todo eso ocurre sin recelo y sin temor. La vida sigue
su curso normal. Aquí se debe hacer resaltar la conducta normal, y no la
conducta viciada y atea. No se debe pensar en el castigo, sino en la
sorpresa con que súbitamente se quiebra la «vida normal». Los contemporáneos
de Noé no sabían nada de la desventura que los amenazaba y ni llegaron a
sentir temor. Sólo él la conocía y preparaba la liberación de su familia,
probablemente entre la burla y las risotadas de sus contemporáneos. El
terrible despertar vino cuando era demasiado tarde: los que creían estar
seguros, fueron arrebatados. Tan repentinamente puede cambiarse por completo
nuestra vida. El modo humano de pensar resulta ser una necedad, y la necedad
de Noé resulta ser sabiduría de Dios. En el transcurso de la vida humana se
experimenta con frecuencia, de una u otra manera, cómo el propio edificio,
dotado de un fundamento seguro, se desploma como un castillo de naipes. E1
discípulo siempre debe contar con lo desconocido y no creerse seguro. Sobre
todo, si el hombre tiene ante sus ojos la venida de su Señor y la aguarda
ejerciendo la virtud de la esperanza. La vida segura de sí misma es perezosa
y pesada, la vida del hombre vigilante es fácil y está llena de viva
tensión.
40 Entonces estarán dos en el campo: uno será tomado y el otro dejado.
41 Estarán dos mujeres moliendo en un molino: una será tomada y la otra
dejada. 42 Velad, pues, porque no sabéis en qué día va a llegar vuestro
Señor.
Exteriormente hacen lo mismo los dos campesinos que están en la tierra
laborable, y las dos mujeres que están en el molino. En su actividad no hay
nada que las distinga. La diferencia está en su actitud. El uno forma parte
de los desprevenidos, el otro de los conocedores. De ellos, uno cuenta
consigo y su plan de vida; el otro, con Dios y su venida. Uno sólo está en
su trabajo; el otro cuando trabaja también está con Dios. Uno de ellos
interiormente está durmiendo, el otro está despierto. ¡Qué luz desprenden
estos dos ejemplos sobre la vida cotidiana! Lo que importa no es lo que se
hace, sino cómo se hace.
b) El dueño vigilante de la casa (Mt/24/43-44).
43 Entendedlo bien: si el dueño de la casa supiera a qué hora de la
noche va a llegar el ladrón, estaría en vela y no dejaría perforar su casa.
44 Por eso mismo, estad también vosotros preparados, que a la hora en que
menos lo penséis llegará el Hijo del hombre.
Esta es otra parábola corta. Naturalmente el dueño de una casa no puede
velar cada noche, si tiene que contar con una irrupción. Pero si supiera el
tiempo exacto, entonces se quedaría despierto en esta hora precisa. A
vosotros os sucede que no sabéis el tiempo. Y por eso es preciso andar
siempre prevenido y estar preparados. Pero esta comparación sola todavía no
basta. Para agravar la advertencia Jesús dice que el Hijo del hombre vendrá
cuando menos se piensa. No se requiere, pues, solamente una vigilancia
general, sino una muy particular, para no descuidar esta hora. La apariencia
y la propia conjetura engañarán, los cálculos resultarán inconsistentes, las
señales serán mal interpretadas. Cuando nadie lo espere, de una forma
sorprendente y repentina, tendrá lugar la venida. Para la mayor parte de los
hombres esta advertencia no fue referida ni se refiere al día de la segunda
venida de Cristo, sino al día de su propia muerte. Nadie conoce este día, y
nadie lo puede calcular. También puede venir de una forma súbita y
sorprendente, en medio del trabajo, durante el sueño o en un alegre juego.
Ejercitarse para la muerte es ejercitarse para la parusía: contar
serenamente con la muerte y estar preparado para ella es equivalente a la
actitud que el cristiano debe tener ante el Señor que viene.
(Trilling, W., El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su
Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)
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Comentario Teológico: San Luis Beltrán - La venida del Hijo del Hombre
1. Trata nuestra Madre la Iglesia en todo este tiempo de Adviento de
disponernos y aparejarnos para celebrar la fiesta de la Natividad del Señor,
y con el deseo que tiene de que celebremos este sábado, y día de holganza
para el espíritu también, como para el cuerpo, como verdaderos cristianos y
buenos israelitas, entiende en todo este tiempo de Adviento, que es como
víspera de aquella festividad, de disponer y aderezar nuestras almas con
doctrinas espirituales, para que en aquel día se hallen vestidas de ropas
dignas de tal boda y solemnidad. La tienda donde se sacan estas ropas es la
Sagrada Escritura, que es tan rica, que la compara Cristo al tesoro : Todo
escriba que se hizo discípulo del Reino de los cielos es semejante al dueño
de una casa que saca de su tesoro lo nuevo y lo viejo (Mt 13,52). Claro lo
dijo San Pablo: Toda Escritura inspirada de Dios es propia para enseñar,
para convencer, para corregir, para dirigir en la justicia: en fin, para que
el hombre de Dios sea perfecto y esté apercibido para toda obra buena (2 Tm
3,16). Son muchos los efectos de la Palabra de Dios, y hay en ella para
todos, buenos y malos, justos y pecadores; pero todos estos efectos van a
parar a un fin, que es llevarnos al cielo.
2.- Unos son convidados a las bodas, y otros son compelidos, como dice
Cristo. No que fuerce a nadie su libre albedrío, sino conforme a la
necesidad que tiene, así le trata: Lo ordena todo con suavidad (Sb 8,1). Y
como entre los que duermen, unos tienen el sueño pesado, y otros no tanto,
así son menester las voces mayores o menores para despertarlos. Así, entre
los malos, a quien la Escritura una vez llama muertos, y otra vez dormidos,
porque sueño y muerte [son] una misma cosa en el Evangelio. Unos hay que son
más malos que otros, y así han menester mayor voz para despertarlos; y como
entre los despiertos también unos hay más tibios, [y] otros más fervientes,
así entre los buenos, unos van [por] el camino de Dios con más rigor que
otros, y a los unos es menester exhortar que pasen adelante, y a los otros
darles calor y avivarlos. Esta es la causa porque la Iglesia nos propone
diversos lugares del Evangelio en diversos días, porque también nuestras
necesidades son diversas, y unas veces con halagos, y otras veces nos lleva
con amenazas: Os rogamos, también, hermanos, que corrijáis a los inquietos,
que consoléis a los pusilánimes, que soportéis a los flacos, que seáis
sufridos con todos (1 Ts 5,14). A cada uno lo que le conviene. Y con qué
armas se haya de hacer eso, dícelo a Timoteo: Entretanto que yo voy,
aplícate a la lectura, a la exhortación y a la enseñanza (1 Tm 4,13). Para
este fin nos propone hoy la Iglesia, la majestad y grandeza con que ha de
venir Cristo a juzgarnos, porque siquiera de miedo estemos despiertos y
vivamos prevenidos para este día: ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios
vivo! (Hb 10,31). Y a los que están tan profundamente durmiendo en el sueño
del pecado, los despierte tan poderosa voz como ésta: Hermanos, ya es hora
de despertarnos de nuestro letargo (Rm 13,11). Recuerden los dormidos a
voces tan grandes, como las de los cielos, mar, y tierra, y trompeta , que
hoy nos propone el Evangelio, y que dice así: Habrá señales en el sol, en la
luna y en las estrellas. El propósito [por el] que dijo estas palabras del
corriente Evangelio, consta por San Lucas y San Marcos.
3.- Natural deseo es del hombre de gozar de inmortalidad, de no acabarse y
perpetuarse, y para cumplir este deseo buscaron siempre los hombres medios
desde que pecó Adán. Pero no pudieron atinar por sus cabezas en el verdadero
camino de alcanzarla. Pero no fue Dios tan cruel que no le descubriese luego
al hombre en lo que estaba su vida o muerte. A Adán le dijo: Come, si
quieres, del fruto de todos los árboles del Paraíso; mas del fruto del árbol
de la ciencia del bien y del mal no comas (Gn 2,16). De manera que en el
cumplimiento de la ley de Dios estaba la inmortalidad de Adán. Del desvarío
de Adán en quebrantar la ley de Dios, y de otros desvaríos que después de él
hubo, se vino a ofuscar y oscurecer tanto el entendimiento humano, que
aunque quedó el apetito de vivir mucho y para siempre, no supieron atinar
por donde conseguirían su intento. ¡Qué de disparates os contaría, si el
tiempo lo sufriese, en que los hombres dieron, ocupados en este cuidado!
[Por ejemplo], a Nemrod le pareció [bien construir] la Torre contra el
diluvio, [por] si otra vez viniese; como si no tuviera Dios más de una
manera para matar pecadores. [Y] el gentil decía, que ya que no se podía
evitar la muerte, [al menos] en la memoria, después de sí, se conservaba la
inmortalidad.
4.- Todos estos dislates y sueños son argumento y prueba de la grande
necesidad que teníamos de que nos enseñase una verdad tan importante; y así,
para enseñarnos ésta y otras muchas verdades, envió el Padre eterno a su
Hijo. Así lo dijo por San Juan: Yo he nacido para esto y para esto he venido
al mundo: para dar testimonio de la verdad (Jn 18,37). Así como entre todas
las verdades no hay ninguna más importante [como] saber en qué consiste
nuestra vida e inmortalidad, porque es saber en qué consiste nuestra
bienaventuranza, así no hay ninguna que más frecuentemente enseñe Cristo.
Ésta, dicen los santos, que fue la causa porque comenzó aquel sermón del
Monte: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino
de los cielos (Mt 5,3). Por aquellas bienaventuranzas, como si dijera: ¡Ah,
hombres, que andáis por saber cómo seréis bienaventurados e inmortales!
5.- Mas, ¿queréis ver en qué está vuestra vida?… Yo soy el camino, la verdad
y la vida (Jn.14,16). Yo vine para que tengan vida, y vida abundante (Jn
10,10). Y por último: El que cree en mí tiene la vida eterna (Jn 6,47). Lo
cual se entiende de la fe viva, que tiene obras; porque todos los lugares
que dicen, que el creer es vida eterna, se han de entender como lo vertió
Orígenes sobre la Epístola a los Romanos, capítulo 6, por estas palabras:
Todo espíritu que confiesa que Cristo vino en la carne, viene de Dios. En
este caso, sin embargo, no por el hecho de pronunciar estas palabras y de
confesarlas públicamente, hemos de pensar que actúa bajo el Espíritu de
Dios, sino cuando conforma de tal modo su vida y produce en consecuencia los
frutos correspondientes que, por sus obras y sentido religioso, demuestre
que Cristo vino en la carne, que está muerto al pecado y que vive para Dios
2. Pues como traía Cristo tan encomendado este negocio, no perdía punto para
enseñar al mundo esta verdad todas las veces que se ofrecía. Y así, viendo
que le alababan los edificios, tomó ocasión para manifestar su doctrina y
levantarles el espíritu a más alta consideración, y diciéndoles la
destrucción de aquel Templo y de Jerusalén, de lance en lance les viene a
decir cómo se ha de acabar el mundo, y que se ha de deshacer esta farsa que
los hombres andamos representando, para que apartemos de él nuestra afición.
6.- De este argumento usó San Juan para el mismo efecto: No queráis amar al
mundo, ni las cosas mundanas; porque todo lo que hay en el mundo es
concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la
vida; lo cual no nace del Padre, sino del mundo. El mundo pasa, y su
concupiscencia. Mas el que hace la voluntad de Dios, permanece eternamente
(1 Jn 2,15-17). Y porque no se atreva nadie a decir, «pues si se ha de
acabar, holguemos y gocemos del mundo», añade que ha de haber riguroso
Juicio para todos, y que vendrá a juzgarnos el que nos redimió con su Cruz y
muerte. En estas dos cosas se remata nuestro Evangelio, y así será nuestro
sermón.
7.- Primeramente, pues, habemos de saber que ha de haber Juicio final y
universal, [además] del particular de cada uno cuando muere. Consta esta
verdad de muchos lugares de la Escritura. Con singularidad de aquél: El
Señor está a tu diestra: quebrantará en el día de su ira a los reyes,
juzgará a las naciones, amontonará cadáveres y quebrantará cabezas en
tierras dilatadas (Sal 109,5-6). Y de San Mateo: Los habitantes de Nínive se
levantarán en el día del Juicio contra esta generación, y la condenarán (Mt
12,41). Y de otros muchos. Pues no muriendo todos juntos, claro está que ha
de haber día de Juicio para todos, y éste es el universal. Este día
significa San Pablo todas las veces que dice el día del Señor, como lo
escribió a los Romanos: Tú vas atesorándote ira y más ira para el día de la
venganza y de la manifestación del justo Juicio de Dios (Rm 2,5). Y lo mismo
repite muchas veces en sus Epístolas, y así lo confesamos en el Credo; y más
latamente San Atanasio lo dice en el Símbolo de la fe: Desde allí ha de
venir a juzgar a los vivos y a los muertos, y a su venida todos los hombres
han de resucitar con sus cuerpos y dar cuenta de sus propios actos; y los
que obraron bien, irán a la vida eterna; los que mal, al fuego eterno 3 .
Vendrá, dice, a juzgar [a] buenos y malos, y todos resucitarán en sus
propios cuerpos para dar razón de sus obras; y los que obraron bien, irán a
la gloria; y los malos al infierno para siempre.
8.- Allí se abrirán los libros de las conciencias de cada uno, y nadie podrá
borrar, ni disimular ninguna partida, que no sea notorio a todo el mundo.
¡Oh, qué nueva ésta para los que ahora viven contentos, con imaginar que no
se saben sus cosas! Allí serán públicas a todos, como dijo San Pablo: El
Señor sacará a plena luz lo que está en los escondrijos de las tinieblas, y
descubrirá las intenciones de los corazones (1 Co 4,5). Y Sofonías: Yo iré
con una antorcha en la mano registrando Jerusalén (So 1,12). Aún de los
pensamientos se ha de dar cuenta. ¡Oh día espantable y terrible! Así le
llama la Sagrada Escritura: Día de la ira del Señor, dice San Pablo. Día en
que echará Dios mano a la espada. Es día de auto de la majestad de Dios.
Isaías dijo: Mirad que va a llegar el día del Señor, día horroroso y lleno
de indignación, y de ira, y de furor, para convertir en un desierto la
tierra, y borrar de ella a los pecadores (Is 13,9). Vendrá el día del Señor,
cruel, lleno de indignación, ira y furor contra le pecador. Pues si ha de
haber Juicio, ¿quién le ha de pedir? Si el Juicio es justo, ¿parte ha de
haber? ¡Y cómo si la hay! Parte ha de haber tan fuerte, que no es posible
escaparse. ¿Y quién es? La ley de Dios y tu conciencia, como dijo San Pablo:
Los gentiles hacen ver que lo que la ley ordena está escrito en sus
corazones, como se lo atestigua su propia conciencia y las diferentes
reflexiones que allá en su interior ya los acusan, ya los defienden (Rm
2,15). Pues si tu conciencia acepta la sentencia, ¿qué esperanza queda de
apelación? ¿Quién ha de defenderte? Para que no nos tome desapercibidos, no
quiso que supiésemos cuándo será. Y nos juró que [así] sería: En verdad os
digo, el cielo y la tierra pasarán , pero mis palabras no pasarán (Lc
21,32-33). El cuándo ha de ser, no nos cumple, ni nos aprovecha. ¿Queréislo
ver?… ¿Qué viniera de saberlo, sino un descuido, como lo decía San Juan
Crisóstomo? De una cosa nos avisó el Señor con aquellas entrañas de
misericordia, que es de algunas señales, para que viéndolas, nos
apercibamos. Así lo dice San Gregorio: Nuestro Señor y Redentor, deseando
encontrarnos preparados, denuncia los males que seguirán al final del mundo.
9.- Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas. Explica estas
señales San Mateo, y dice: El sol se oscurecerá, la luna no dará su luz, las
estrellas caerán del cielo, y las virtudes de los cielos se conmoverán (Mt
24,29). Todo esto, dice San Mateo, sucederá, para darnos a entender que está
ya cerca el día de la cuenta. Diréis, pues, ahora: «Si hay señales, no nos
cogerá desapercibidos». No hay que descuidarnos en eso: lo uno, porque no
sabéis si os moriréis antes que le veáis. El Espíritu Santo nos dice: Si el
árbol cayere hacia el mediodía, o hacia el norte, doquiera que caiga allí
quedará (Ecl 11,3). En el estado que murieres, apareceréis.
10.- Lo otro, por lo que se sigue luego en el Evangelio, es el efecto que
estas señales han de hacer en los hombres: En la tierra ansiedad entre las
naciones, por la inquietud. Ya veis qué maña se podrán dar a hacer
penitencia hombres tan turbados, mayormente que habrá algunos tan engolfados
en sus vicios, que aún pensarán escapar de allí, y no atinarán a conocer si
son aquéllas las señales del Juicio. ¿Nunca habéis visto, cuando truena, el
miedo de algunos, y el encomendarse a Santa Bárbara, y el propósito de ser
buenos, y todavía se están en su mala vida? Así, pues, entonces… [Además],
porque el día y la hora nadie la conoce. Nadie puede saber cuándo será
determinadamente. Y así, aunque veamos señales, no se seguirá tan luego el
Juicio, que podamos decir hoy o mañana será, como dice San Juan Crisóstomo.
Será como la vejez en el hombre, que aunque dice que hay poca vida, pero no
sabemos cuándo morirá determinadamente. Verán los que tuvieren señales del
fin del mundo su vejez; pero no por eso verán cuándo se acabará. Con que se
puede inferir de aquí, que con estar ciertos del tiempo, tornará a nacer en
los hombres el descuido.
11.- Aparecerá, pues, el Señor cuando menos nos acatemos, como dijo San
Pablo: Cuando los impíos estarán diciendo que hay paz y seguridad, entonces
los sobrecogerá de repente la ruina, como el dolor de parto a la preñada,
sin que puedan evitarla (1 Ts 5,3). Y San Mateo: Como fueron los días de
Noé, así será la venida del Hijo del Hombre (Mt 24,37). Vendrá como en los
días de Noé, cuando todo será paz y seguridad en el juicio de los hombres.
¡Oh cristianos, no os descuidéis; velad, no perezcáis como aquellas cinco
doncellas que se acostaron sin aceite, y a la medianoche se hallaron
desprevenidas. Catad, que como dice el Evangelio, no sabéis si a la mañana,
si al mediodía, si al canto del gallo vendrá el Señor (cfr. Mc 13,35). No se
fíe nadie en [las] señales. Mirad lo que dice Abraham al rico avariento: Si
no oyen a Moisés y a los profetas, ni aunque resucite uno de los muertos
creerán (Lc 16,31).
12.- ¿Qué efecto esperáis que hagan en vosotros las señales?… Certificaos de
la venida del Señor por su boca, y con juramento. Descuidados ahora,
olvidáis luego el sermón, y pensáis que no os descuidaréis de las señales.
Si a la Palabra de Dios no creéis, os hago saber que ni a los muertos
creeréis, aunque los veáis resucitados. «¡Ah, Padre!, gran diferencia hay,
que al fin estos sermones y estas señas, fíanmelo muy lejos, y tengo mucho
tiempo para hacer penitencia; y entonces las señales me dirán que ya no hay
tiempo que esperar, y así aprovecharme he»… ¡Ah, traidor alevoso,
menospreciador de las riquezas y bondad de Dios, pervertidor de su Ley,
tentador de su paciencia y el espejo que él te da para que tú te enmiendes!
Porque no quiere que nadie perezca: No retarda el Señor su promesa, como
algunos juzgan, sino que espera con paciencia por amor de vosotros, el venir
como Juez, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos se conviertan a
penitencia (2 P 3,9). Le tomas tú para acumular pecados y tener más que
pagar; y por ventura, entonces, cuando tú piensas tener espacio para
penitencia, no te lo darán. Piensas que esto de hacer penitencia cuando
quisieres, que es cosa que traes en la manga, que la podrás hacer cuando se
te antojare. Don de Dios es, y por ventura merecerán nuestros pecados que no
nos lo comunique; y así, cuando oyeres la voz de Dios, comenzad luego a
hacer penitencia.
13.- Dicho habemos el día del Juicio y cómo se ha de hacer. Resta que
digamos, quién ha de ser el Juez. El Evangelio dice luego: Verán al Hijo del
Hombre. El mismo que murió en la Cruz y subió a los cielos, ése será el que
vendrá a juzgar (Hch 1,11). El Padre le ha dado potestad para juzgar, porque
es el Hijo del Hombre (Jn 5,27). Y no hay que admirarse de esto, porque
¿quién más convenía para este juicio de los hombres, que el que fue
injustamente juzgado por los hombres, que es Cristo? ¿Quién miraría mejor
por el negocio de los hombres, que el que vino por ellos a morir? De manera
que no hay poder tachar al Juez por apasionado.
14.- «Padre, grande esperanza tengo de hallar gran misericordia en él,
aunque lleve mal pleito. Quien tanto me quiso, no me condenará». Engañado
vives. Ya el día de la misericordia será pasado. Dos días hay: uno de
misericordia y otro de justicia. Ahora es el de la misericordia; entonces
será el día de [la] justicia. Se sufre ahora por la misericordia, y después
[vendrá la] justicia. [Por eso] en el día de [la] justicia no se sufr[irá]
misericordia. Así dice el mismo Señor por San Lucas a sus discípulos, que
querían venganza de los de Samaria: No sabéis de qué espíritu sois. El Hijo
del Hombre no ha venido a perder a las almas, sino a salvarlas (Lc 9,55).
Porque la primera venida era de misericordia; pero en la segunda venida,
dice él mismo, que vendrá con poder y majestad grande, para dar a cada cual
su merecido: Retribuirá a cada uno conforme a sus obras (Mt 16,27). Obras
han de ser perlas que se han de juzgar: si fueren de misericordia, [la]
alcanzaréis; y si no, justicia: Porque aguarda un Juicio sin misericordia,
al que no usó de misericordia (St 2,13).
15.- Ese camino por donde a vos os parece que Dios tendrá misericordia, por
ahí será más terrible vuestro Juicio. Cosa es el amor que os tuvo. ¿Que lo
que padeció por vos, para que habiéndolo vos todo menospreciado y no
aprovechándoos de ello, esperéis que se haga misericordia con vos? ¡Oh
blasfemo! ¿Y esto ha de pasar sin castigo? De ninguna manera, dijo San
Pablo: Uno que prevarique contra la ley de Moisés , siéndole probado con dos
o tres testigos, es condenado sin remisión a muerte. Pues, ¿cuántos más
acerbos suplicios, si lo pensáis, merecerá aquel que hollare al Hijo del
Hombre, y tuviere por inmunda la sangre del Testamento por la cual fue
santificado, y ultrajase al Espíritu Santo, autor de la gracia? (Hb 10,28).
Justicia, pues, ha de haber, y no ha de ser el juez que tuerza la vara por
nada: No juzgará por lo que aparece exteriormente a la vista, ni condenará
sólo por lo que se oye decir; sino que juzgará a los pobres con justicia (Is
11,3).
Luego, ¿no habría diferencia entre buenos y malos, y por el mismo caso
habría en Cristo iniquidad? Dice San Pablo: Porque si así fuese, ¿cómo sería
Dios el Juez del mundo? (Rm 3,6). Diferencia ha de haber entre buenos y
malos, porque los malos llorarán, como dice San Mateo: Se lamentarán todas
las tribus de la tierra (Mt 24,30). Y con muy justo título, porque no
conocieron el día en que Dios les visitó con la misericordia y el perdón. Y,
por el contrario, los buenos se regocijarán, como dice Cristo: Cuando
comiencen a suceder estas cosas, animaos y levantad vuestras cabezas, porque
se aproxima vuestra redención (Lc 21,28). Lo cual explicó con la parábola de
la higuera, que su florecer es señal de primavera. Quiera Dios nuestro Señor
seamos de los buenos, para que tengamos en aquel día la bendición del Padre,
que es la gloria. A la cual nos conduzca nuestro Señor Jesucristo. Amén
(San Luis Beltrán, Obras y sermones, vol. I, pp.10-14)
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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - El ejemplo del diluvio
Y porque más cumplidamente advirtáis, por otro lado, cómo el callar el día
no nació de ignorancia, considerad juntamente con lo dicho la otra señal que
les pone: Como en los días de Noé las gentes comían y bebían, los hombres
tomaban mujer y las mujeres marido, hasta el día en que entró Noé en el
arca, y no cayeron en la cuenta hasta que vino el diluvio y se los llevó a
todos; así será el advenimiento del Hijo del hombre. Al decir esto, puso de
manifiesto que vendrá repentinamente y sin que se le espere y cuando la
mayor parte de las gentes se entregarán a sus placeres. Lo mismo dice Pablo
cuando escribe: Cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos
la ruina[1]. Y. para expresar lo inesperado, dice: Como sobreviene el dolor
de parto a la mujer encinta. ¿Cómo, pues, dice el Señor: Después de la
tribulación de aquellos días? Porque si entonces ha de haber placer, y paz,
y seguridad, como Pablo dice, ¿cómo dice el Señor: Después de la tribulación
de aquellos días? Si hay placer, ¿cómo tribulación? —Habrá placer y paz para
los estúpidos. Por eso no dijo: “Cuando haya paz”, sino: Cuando digan: Paz y
seguridad. Lo que demuestra su estupidez, como la de quienes, en tiempo de
Noé, se entregaban a sus placeres entre tamaños males. No así los justos,
que vivían en tribulación y tristeza.
Por aquí da el Señor a entender que, a la venida del anticristo, los inicuos
y desesperados de su salvación se entregarán con más furor a sus torpes
placeres. Allí será de la gula, de las francachelas y borracheras. De ahí lo
maravillosamente que el ejemplo conviene a la situación. Porque así como, al
construirse el arca, no creían en el diluvio—dice—, sino que allí estaba
ella a la vista de todos, pregonando anticipadamente los males por venir, y
la gente, no obstante estarla viendo, se entregaban a sus placeres, como si
nada hubiera de pasar, así ahora aparecerá, sí, el anticristo, tras el cual
vendrá la consumación y los castigos que la habrán de acompañar y los
tormentos insoportables; mas ellos, poseídos de la borrachera de su maldad,
ni temor sentirán de lo que ha de suceder. De ahí que diga también Pablo:
Como el dolor a la mujer en cinta, así sobrevendrán sobre ellos aquellos
terribles e irremediables males.
¿Y por qué no habló de los males de Sodoma? —Es, que quería el Señor poner
un ejemplo universal, y que, después de ser predicho, no fue creído. De ahí
justamente que, como el vulgo no suele dar fe a lo porvenir, el Señor
confirma por lo pasado sus palabras, a fin de sacudir el espíritu de sus
discípulos. Juntamente con esto, por ahí se demuestra también haber sido Él
también quien envió los anteriores castigos. Seguidamente pone otra señal, y
por ella y por todas las otras queda absolutamente patente que no desconoce
el día del juicio.—¿,Qué señal es ésa? -Entonces estarán dos hombres en el
campo. Y uno será tomado otro será dejado; y dos mujeres darán vueltas a la
piedra de moler, y una será tomada y otra será dejada, Vigilad, pues, porque
no sabéis el momento en que vendrá vuestro Señor. Todo esto son pruebas de
que el Señor sabía perfectamente el día, pero no queda que sus discípulos le
preguntaran sobre él.
Por eso citó los días de Noé; por eso habló de los dos que están en el
campo, dando a entender que así de improvisamente, así de despreocupados,
cogerá aquel día a los hombres. Lo mismo indica el otro ejemplo de las dos
mujeres que están moliendo bien ajenas a lo que va a suceder. Y juntamente
nos declara que así se toman o se dejan los que son señores como los
esclavos, los que descansan como los que trabajan, los de una dignidad como
los de otra. Como se dice también en el Antiguo Testamento: Desde el que
está sentado en el trono hasta la esclava que da vueltas a la muela[2], Como
había dicho antes que los ricos se salvan con dificultad, ahora nos hace ver
que ni todos los ricos se pierden absolutamente, ni todos los pobres
absolutamente se salvan, sino que, de entre pobres y ricos, unos se salvan y
otros se pierden. Y a mi parecer, también nos indica que su venida será por
la noche. Esto lo dice expresamente Lucas[3]. Mirad cuán puntualmente lo
sabe todo.
Luego, otra vez, porque no le preguntaran, añadió: Vigilad, pues, porque no
sabéis en qué momento ha de llegar vuestro Señor. No dijo: “Porque no sé”,
sino: Porque no sabéis. Cuando ya casi los había llevado a la hora misma y
puesto tocando a ella, nuevamente los aparta de toda pregunta, pues quiere
que estén en todo momento alerta. De ahí que les diga: Vigilad, dándoles a
entender que por eso no les había dicho el día. Por eso les dice: Comprended
que, si el amo de casa hubiera sabido a qué hora de la noche iba a venir el
ladrón, hubiera estado alerta y no hubiera dejado que le perforaran la casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, pues en el momento que no
pensáis vendrá el Hijo del hombre. Si les dice, pues, que vigilen y estén
preparados es porque, a la hora que menos lo piensen, se presentará Él. Así
quiere que estén siempre dispuestos al combate y que en todo momento
practiquen la virtud. Es como si dijera: Si el vulgo de las gentes supieran
cuándo habían de morir, para aquel día absolutamente reservarían su fervor.
LA IGNORANCIA DEL DÍA NOS HA DE HACER MÁS VIGILANTES
3. Así, pues, porque no limitaran su fervor a ese día, el Señor no revela ni
el común ni el propio de cada uno, pues quiere que lo estén siempre
esperando y sean siempre fervorosos. De ahí que también dejó en la
incertidumbre el fin de cada uno. Luego, sin velo alguno, se llama a sí
mismo Señor, cosa que nunca dijo con tanta claridad. Mas aquí paréceme a mí
que intenta también confundir a los perezosos, pues no ponen por su propia
alma tanto empeño como ponen por sus riquezas los que temen el asalto de los
ladrones, Porque, cuando éstos se esperan, la gente está despierta y no
consiente que se lleven nada de lo que hay en casa. Vosotros, empero, les
dice, no obstante saber que vuestro Señor ha de venir infaliblemente, no
vigiláis ni estáis preparados, a fin de que no se os lleven desapercibidos
de este mundo. Por eso aquel día vendrá para ruina de los que duermen.
Porque así como el amo, de haber sabido la venida del ladrón, lo hubiera
evitado, así vosotros, si estáis preparados, lo evitaréis igualmente.
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (II), Homilía
77, 2-3, BAC Madrid 1956, 534-37)
[1] 1 Ts 5, 3
[2] Ex 11, 5
[3] Lc 17, 34
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Aplicación I: Benedicto XVI - Adviento, tiempo de la esperanza
Queridos hermanos y hermanas:
El Adviento es, por excelencia, el tiempo de la esperanza. Cada año, esta
actitud fundamental del espíritu se renueva en el corazón de los cristianos
que, mientras se preparan para celebrar la gran fiesta del nacimiento de
Cristo Salvador, reavivan la esperanza de su vuelta gloriosa al final de los
tiempos. La primera parte del Adviento insiste precisamente en la parusía,
la última venida del Señor.
Al tema de la esperanza he dedicado mi segunda encíclica. En efecto, la
esperanza cristiana está inseparablemente unida al conocimiento del rostro
de Dios, el rostro que Jesús, el Hijo unigénito, nos reveló con su
encarnación, con su vida terrena y su predicación, y sobre todo con su
muerte y resurrección.
La esperanza verdadera y segura está fundamentada en la fe en Dios Amor,
Padre misericordioso, que «tanto amó al mundo que le dio a su Hijo
unigénito» (Jn 3, 16), para que los hombres, y con ellos todas las
criaturas, puedan tener vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). Por tanto, el
Adviento es tiempo favorable para redescubrir una esperanza no vaga e
ilusoria, sino cierta y fiable, por estar «anclada» en Cristo, Dios hecho
hombre, roca de nuestra salvación.
Como se puede apreciar en el Nuevo Testamento y en especial en las cartas de
los Apóstoles, desde el inicio una nueva esperanza distinguió a los
cristianos de las personas que vivían la religiosidad pagana. San Pablo, en
su carta a los Efesios, les recuerda que, antes de abrazar la fe en Cristo,
estaban «sin esperanza y sin Dios en este mundo» (Ef 2, 12). Esta expresión
resulta sumamente actual para el paganismo de nuestros días: podemos
referirla en particular al nihilismo contemporáneo, que corroe la esperanza
en el corazón del hombre, induciéndolo a pensar que dentro de él y en torno
a él reina la nada: nada antes del nacimiento y nada después de la muerte.
En realidad, si falta Dios, falla la esperanza. Todo pierde sentido. Es como
si faltara la dimensión de profundidad y todas las cosas se oscurecieran,
privadas de su valor simbólico; como si no «destacaran» de la mera
materialidad. Está en juego la relación entre la existencia aquí y ahora y
lo que llamamos el «más allá». El más allá no es un lugar donde acabaremos
después de la muerte, sino la realidad de Dios, la plenitud de vida a la que
todo ser humano, por decirlo así, tiende. A esta espera del hombre Dios ha
respondido en Cristo con el don de la esperanza.
El hombre es la única criatura libre de decir sí o no a la eternidad, o sea,
a Dios. El ser humano puede apagar en sí mismo la esperanza eliminando a
Dios de su vida. ¿Cómo puede suceder esto? ¿Cómo puede acontecer que la
criatura «hecha para Dios», íntimamente orientada a él, la más cercana al
Eterno, pueda privarse de esta riqueza?
Dios conoce el corazón del hombre. Sabe que quien lo rechaza no ha conocido
su verdadero rostro; por eso no cesa de llamar a nuestra puerta, como
humilde peregrino en busca de acogida. El Señor concede un nuevo tiempo a la
humanidad precisamente para que todos puedan llegar a conocerlo. Este es
también el sentido de un nuevo año litúrgico que comienza: es un don de
Dios, el cual quiere revelarse de nuevo en el misterio de Cristo, mediante
la Palabra y los sacramentos.
Mediante la Iglesia quiere hablar a la humanidad y salvar a los hombres de
hoy. Y lo hace saliendo a su encuentro, para «buscar y salvar lo que estaba
perdido» (Lc 19, 10). Desde esta perspectiva, la celebración del Adviento es
la respuesta de la Iglesia Esposa a la iniciativa continua de Dios Esposo,
«que es, que era y que viene» (Ap 1, 8). A la humanidad, que ya no tiene
tiempo para él, Dios le ofrece otro tiempo, un nuevo espacio para volver a
entrar en sí misma, para ponerse de nuevo en camino, para volver a encontrar
el sentido de la esperanza.
He aquí el descubrimiento sorprendente: mi esperanza, nuestra esperanza,
está precedida por la espera que Dios cultiva con respecto a nosotros. Sí,
Dios nos ama y precisamente por eso espera que volvamos a él, que abramos
nuestro corazón a su amor, que pongamos nuestra mano en la suya y recordemos
que somos sus hijos.
Esta espera de Dios precede siempre a nuestra esperanza, exactamente como su
amor nos abraza siempre primero (cf. 1 Jn 4, 10). En este sentido, la
esperanza cristiana se llama «teologal»: Dios es su fuente, su apoyo y su
término. ¡Qué gran consuelo nos da este misterio! Mi Creador ha puesto en mi
espíritu un reflejo de su deseo de vida para todos. Cada hombre está llamado
a esperar correspondiendo a lo que Dios espera de él. Por lo demás, la
experiencia nos demuestra que eso es precisamente así. ¿Qué es lo que
impulsa al mundo sino la confianza que Dios tiene en el hombre? Es una
confianza que se refleja en el corazón de los pequeños, de los humildes,
cuando a través de las dificultades y las pruebas se esfuerzan cada día por
obrar de la mejor forma posible, por realizar un bien que parece pequeño,
pero que a los ojos de Dios es muy grande: en la familia, en el lugar de
trabajo, en la escuela, en los diversos ámbitos de la sociedad. La esperanza
está indeleblemente escrita en el corazón del hombre, porque Dios nuestro
Padre es vida, y estamos hechos para la vida eterna y bienaventurada.
Todo niño que nace es signo de la confianza de Dios en el hombre y es una
confirmación, al menos implícita, de la esperanza que el hombre alberga en
un futuro abierto a la eternidad de Dios. A esta esperanza del hombre
respondió Dios naciendo en el tiempo como un ser humano pequeño. San Agustín
escribió: «De no haberse tu Verbo hecho carne y habitado entre nosotros,
hubiéramos podido juzgarlo apartado de la naturaleza humana y desesperar de
nosotros» (Confesiones X, 43, 69, citado en Spe salvi, 29).
Dejémonos guiar ahora por Aquella que llevó en su corazón y en su seno al
Verbo encarnado. ¡Oh María, Virgen de la espera y Madre de la esperanza,
reaviva en toda la Iglesia el espíritu del Adviento, para que la humanidad
entera se vuelva a poner en camino hacia Belén, donde vino y de nuevo vendrá
a visitarnos el Sol que nace de lo alto (cf. Lc 1, 78), Cristo nuestro Dios!
Amén.
(Homilía del Papa Benedicto XVI en la Basílica de San Pedro el Domingo 1 de
diciembre de 2007)
Aplicación: R.P. Raniero Cantalamessa OFMCap - ¡Velad!
Empieza [el domingo] el primer año del ciclo litúrgico trienal, llamado año
A. En él nos acompaña el Evangelio de Mateo. Algunas características de este
Evangelio son: la amplitud con la que se refieren las enseñanzas de Jesús
(los famosos sermones, como el de la montaña), la atención a la relación
Ley-Evangelio (el Evangelio es la «nueva Ley»). Se le considera como el
Evangelio más «eclesiástico» por el relato del primado a Pedro y por el uso
del término «Ecclesia», Iglesia, que no se encuentra en los otros tres
Evangelios.
La palabra que destaca sobre todas, en el Evangelio de este primer domingo
de Adviento, es: «Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro
Señor... Estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el
Hijo del hombre». Se pregunta a veces por qué Dios nos esconde algo tan
importante como es la hora de su venida, que para cada uno de nosotros,
considerado singularmente, coincide con la hora de la muerte. La respuesta
tradicional es: «Para que estuviéramos alerta, sabiendo cada uno que ello
puede suceder en sus días» (San Efrén el Sirio). Pero el motivo principal es
que Dios nos conoce; sabe qué terrible angustia habría sido para nosotros
conocer con antelación la hora exacta y asistir a su lenta e inexorable
aproximación. Es lo que más atemoriza de ciertas enfermedades. Son más
numerosos hoy los que mueren de afecciones imprevistas de corazón que los
que mueren de «penosas enfermedades». Si embargo dan más miedo estas últimas
porque nos parece que privan de esa incertidumbre que nos permite esperar.
La incertidumbre de la hora no debe llevarnos a vivir despreocupados, sino
como personas vigilantes. El año litúrgico está en sus comienzos, mientras
que el año civil llega a su fin. Una ocasión óptima para hacer hueco a una
reflexión sabia sobre el sentido de nuestra existencia. La misma naturaleza
en otoño [en Europa] nos invita a reflexionar sobre el tiempo que pasa. Lo
que decía el poeta Giuseppe Ungaretti de los soldados en la trinchera del
Carso, durante la primera guerra mundial, vale para todos los hombres: «Se
está / como en otoño / en los árboles / las hojas». Esto es, a punto de
caer, de un momento a otro. «El tiempo pasa y el hombre no se da cuenta»,
decía Dante.
Un antiguo filósofo expresó esta experiencia fundamental con una frase que
se ha hecho célebre: «panta rei», o sea, todo pasa. Ocurre en la vida como
en la pantalla televisiva: los programas se suceden rápidamente y cada uno
anula el precedente. La pantalla sigue siendo la misma, pero las imágenes
cambian. Es igual con nosotros: el mundo permanece, pero nosotros nos vamos
uno tras otro. De todos los nombres, los rostros, las noticias que llenan
los periódicos y los telediarios del día --de mí de ti, de todos nosotros--,
¿qué permanecerá de aquí a algún año o década? Nada de nada. El hombre no es
más que «un trazo que crea la ola en la arena del mar y que borra la ola
siguiente».
Veamos qué tiene que decirnos la fe a propósito de este dato de hecho de que
todo pasa. «El mundo pasa, pero quien cumple la voluntad de Dios permanece
para siempre» (1 Jn 2, 17). Así que existe alguien que no pasa, Dios, y
existe un modo de que nosotros no pasemos del todo: hacer la voluntad de
Dios, o sea, creer, adherirnos a Dios. En esta vida somos como personas en
una balsa que lleva un río en crecida a mar abierto, sin retorno. En cierto
momento, la balsa pasa cerca de la orilla. El náufrago dice: «¡Ahora o
nunca!», y salta a tierra firme. ¡Qué suspiro de alivio cuando siente la
roca bajo sus pies! Es la sensación que experimenta frecuentemente quien
llega a la fe. Podríamos recordar, como conclusión de esta reflexión, las
palabras que santa Teresa de Ávila dejó como una especie de testamento
espiritual: «Nada te turbe, nada te espante. Todo se pasa. Sólo Dios basta».
Aplicación: Monseñor Demetrio Fernández González - Adviento, viene
el Señor
Jesucristo es el esperado, aún sin saberlo, por el corazón de todo hombre
que viene a este mundo, porque sólo Jesucristo puede darle lo que el corazón
humano desea y ansía
El comienzo del Año litúrgico nos presenta una perspectiva completa de
nuestro futuro. Nuestro futuro es el cielo. Hemos nacido para el cielo, y el
cielo es nuestra patria definitiva. Ahora bien, ese futuro se vislumbra con
tintes dramáticos, porque el hombre ha roto con Dios, con su Creador y
Señor, y ha comprometido seriamente su futuro. Dios, sin embargo, le ofrece
de nuevo y con creces la salvación rechazada. La historia del hombre, por
tanto, se convierte en una lucha dramática entre los extravíos del hombre y
Dios que sale al encuentro de ese mismo hombre extraviado, ofreciéndole su
casa, abriéndoles los brazos, brindándole su perdón y derrochando con él su
misericordia. Verdaderamente, Dios es amigo del hombre, y más todavía del
hombre roto por el pecado y por sus propios extravíos.
En este camino de ida y vuelta, en este cruce de caminos -de Dios al hombre
y del hombre a Dios- está situado Jesucristo, el Hijo de Dios enviado del
Padre, que sale al encuentro del hombre. Cristo, hombre como nosotros, se ha
convertido en nuestro hermano mayor, el que nos enseña el camino para volver
a la casa del Padre. La salvación del hombre tiene nombre, se llama
Jesucristo. El es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6) del hombre.
Jesucristo es el esperado, aún sin saberlo, por el corazón de todo hombre
que viene a este mundo, porque sólo Jesucristo puede darle lo que el corazón
humano desea y ansía. Sólo Jesús puede abrirle de par en par las puertas del
cielo, cerradas por el pecado. Sólo Jesús puede pagar esa inmensa deuda que
el hombre arrastra sobre sus hombros en su relación con Dios. Sólo Jesús nos
hace verdaderos hermanos de nuestros contemporáneos, haciéndonos capaces de
perdonar a quienes nos ofenden. Sólo Jesús puede traer la paz al corazón del
hombre.
Esa esperanza de toda la historia de la humanidad se cumplió en el vientre
virginal de María, que concibió virginalmente (sin concurso de varón) a
Jesús y permanece virgen para siempre. Ese mismo Jesús, ya glorioso, vendrá
al final de la historia para llevarnos con él al cielo para siempre. Y ese
mismo Jesús es el que viene ahora en cada persona y en cada acontecimiento,
provocando en cada uno de nosotros un encuentro con él.
Ahora bien, aquella primera venida se realizó en la humildad de nuestra
carne. La última venida se realizará en la gloria del resucitado. Y la
venida cotidiana a nuestra vida se produce en la fe y en la caridad,
generando en nosotros una esperanza que no se acaba. Porque esperamos,
podemos ponernos a la tarea de transformar nuestra vida y nuestro mundo.
Jesucristo se ha puesto de nuestra parte en este camino de esperanza,
dándonos el Espíritu Santo, capaz de superar toda dificultad, incluso hasta
la muerte.
Por eso, el tiempo de adviento es tiempo de esperanza. Esperamos la última
venida del Señor, esa que a los cristianos de todos los tiempos les ha
mantenido en vela, a veces incluso en medio de grandes dificultades. Cada
día que amanece, cada actividad que emprendemos tiene como meta el encuentro
definitivo con el Señor. La oración más antigua de la comunidad cristiana
es: ¡Ven, Señor! (Maranatha!). Una oración que sale del corazón de quien
espera su gloriosa venida, y por tanto, la victoria definitiva de Dios y de
su Cristo, frente a todas las dificultades con las que tropezamos cada día,
frente a nuestras debilidades y pecados, frente a Satanás y frente al mundo
que nos engaña. Una oración que ha sostenido la esperanza de muchos
corazones.
El tiempo de adviento nos sitúa en esa perspectiva amplia del final de
nuestra vida, que da sentido a cada momento presente. El tiempo de adviento
tiene a Jesucristo como centro y a la Madre que le lleva en su seno. El
tiempo de adviento nos prepara de manera inmediata para la Navidad que se
acerca. Es un tiempo muy bonito, porque nos habla de algo nuevo, que Dios va
haciendo en el corazón de cada hombre.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba (ReL)
Aplicación:
Juan Pablo II - Hacia la plenitud
1. Con este primer domingo de Adviento comienza un nuevo Año litúrgico. La
Iglesia reanuda su camino y nos invita a reflexionar más intensamente en el
misterio de Cristo, misterio siempre nuevo que el tiempo no puede agotar.
Cristo es el alfa y la omega, el principio y el fin. Gracias a él, la
historia de la humanidad avanza como una peregrinación hacia la plenitud del
Reino, que él mismo inauguró con su encarnación y su victoria sobre el
pecado y la muerte.
Por eso, el Adviento es sinónimo de esperanza: no espera vana de un dios sin
rostro, sino confianza concreta y cierta en la vuelta de Aquel que ya nos ha
visitado, del "Esposo" que con su sangre ha sellado con la humanidad un
pacto de alianza eterna. Es una esperanza que estimula a la vigilancia,
virtud característica de este singular tiempo litúrgico. Vigilancia en la
oración, animada por una amorosa espera; vigilancia en el dinamismo de la
caridad concreta, consciente de que el reino de Dios se acerca donde los
hombres aprenden a vivir como hermanos.
2. Con estos sentimientos, la comunidad cristiana entra en el Adviento,
manteniendo vigilante su espíritu, para acoger mejor el mensaje de la
palabra de Dios. Resuena hoy en la liturgia el célebre y estupendo oráculo
del profeta Isaías, pronunciado en un momento de crisis de la historia de
Israel.
"Al final de los días -dice el Señor- estará firme el monte de la casa del
Señor, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles.
(...) De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la
espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra" (Is 2, 1-5).
3. Encomiendo esta invocación de paz a María, Virgen vigilante y Madre de la
esperanza. Dentro de algunos días celebraremos con fe renovada la solemnidad
de la Inmaculada Concepción. Que ella nos guíe por este camino, ayudando a
todo hombre y a toda nación a dirigir la mirada al "monte del Señor", imagen
del triunfo definitivo de Cristo y de la venida de su reino de paz.
(Ángelus, domingo 2 de diciembre de 2001)
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Aplicación
II: Benedicto XVI - Doble perspectiva
Hoy, primer domingo de Adviento, la Iglesia inicia un nuevo Año litúrgico,
un nuevo camino de fe que, por una parte, conmemora el acontecimiento de
Jesucristo, y por otra, se abre a su cumplimiento final. Precisamente de
esta doble perspectiva vive el tiempo de Adviento, mirando tanto a la
primera venida del Hijo de Dios, cuando nació de la Virgen María, como a su
vuelta gloriosa, cuando vendrá a «juzgar a vivos y muertos», como decimos en
el Credo. Sobre este sugestivo tema de la «espera» quiero detenerme ahora
brevemente, porque se trata de un aspecto profundamente humano, en el que la
fe se convierte, por decirlo así, en un todo con nuestra carne y nuestro
corazón.
La espera, el esperar, es una dimensión que atraviesa toda nuestra
existencia personal, familiar y social. La espera está presente en mil
situaciones, desde las más pequeñas y banales hasta las más importantes, que
nos implican totalmente y en lo profundo. Pensemos, entre estas, en la
espera de un hijo por parte de dos esposos; en la de un pariente o de un
amigo que viene a visitarnos de lejos; pensemos, para un joven, en la espera
del resultado de un examen decisivo, o de una entrevista de trabajo; en las
relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona amada, de la
respuesta a una carta, o de la aceptación de un perdón... Se podría decir
que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la
esperanza. Y al hombre se lo reconoce por sus esperas: nuestra «estatura»
moral y espiritual se puede medir por lo que esperamos, por aquello en lo
que esperamos.
Cada uno de nosotros, por tanto, especialmente en este tiempo que nos
prepara a la Navidad, puede preguntarse: ¿yo qué espero? En este momento de
mi vida, ¿a qué tiende mi corazón? Y esta misma pregunta se puede formular a
nivel de familia, de comunidad, de nación. ¿Qué es lo que esperamos juntos?
¿Qué une nuestras aspiraciones?, ¿qué tienen en común?
En el tiempo anterior al nacimiento de Jesús, era muy fuerte en Israel la
espera del Mesías, es decir, de un Consagrado, descendiente del rey David,
que finalmente liberaría al pueblo de toda esclavitud moral y política e
instauraría el reino de Dios. Pero nadie habría imaginado nunca que el
Mesías pudiese nacer de una joven humilde como era María, prometida del
justo José. Ni siquiera ella lo habría pensado nunca, pero en su corazón la
espera del Salvador era tan grande, su fe y su esperanza eran tan ardientes,
que él pudo encontrar en ella una madre digna.
Por lo demás, Dios mismo la había preparado, antes de los siglos. Hay una
misteriosa correspondencia entre la espera de Dios y la de María, la
criatura «llena de gracia», totalmente transparente al designio de amor del
Altísimo. Aprendamos de ella, Mujer del Adviento, a vivir los gestos
cotidianos con un espíritu nuevo, con el sentimiento de una espera profunda,
que sólo la venida de Dios puede colmar.
(Plaza de San Pedro I Domingo de Adviento, 28 de noviembre de 2010)
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - Cristo, ¿vuelve o no
vuelve?, Mt 24, 37-44
Hoy comenzamos el adviento. Adviento significa ‘hacia la venida’. Cada
adviento es una preparación a la primera venida del Señor que celebramos
cada Navidad pero la Iglesia quiere que reflexionemos en estos días sobre la
segunda venida de Cristo.
Cristo ¿vuelve o no vuelve?
La fe nos dice que Cristo vuelve.
¿Cuándo? Nadie sabe.
El diablo quiere que nos olvidemos de esta verdad como hizo con los hombres
del tiempo de Noé y como sucederá al fin de los tiempos. Los hombres
pensarán que Cristo no vuelve y Cristo los sorprenderá.
La venida de Cristo está cada día más cerca como escuchamos en la carta a
los Romanos (cf. Rm 13, 11-14).
Cristo nos pide que seamos prudentes como las vírgenes que esperaban al
esposo (cf. Mt 25, 1-13) y no como el mayordomo infiel (cf. Mt 24, 45-51).
Cristo nos alerta para que no nos distraigamos como los hombres del mundo.
Nos previene sobre el embotamiento del corazón por el libertinaje, por la
embriaguez y por las preocupaciones de la vida (cf. Lc 21, 34-36). Y el
Apóstol quiere que nos despojemos de las obras de las tinieblas y que
vivamos con decoro. Nada de comilonas y borracheras, lujuria y desenfrenos,
ni rivalidades y envidias. Y más explícitamente en la primera a los
Tesalonicenses nos dice: “Pero vosotros, hermanos, no vivís en la
oscuridad…no somos hijos de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no
durmamos como los demás… Pues los que duermen, y los que se embriagan, de
noche se embriagan” (5, 4-8).
Cristo quiere que estemos preparados, es decir, en vela. Y para estar en
vela es necesaria la oración “estad en vela, pues, orando en todo tiempo
para que tengáis fuerza, logréis escapar y podáis manteneros en pie delante
del Hijo del hombre” (Lc 21, 36).
“La oración es la coraza de la fe, como también su arma defensiva y agresiva
contra el enemigo que acecha alrededor nuestro…
¡Durante el día no dejamos nuestro puesto de centinela, en el transcurso de
la noche no cesamos de estar en guardia velando! Provistos con el arma de la
oración preservamos la divisa de guerra del jefe de nuestro ejército,
mientras orando aguardamos que el ángel haga resonar la trompeta
(Tertuliano)”.
Vigilancia sin vacaciones, no sea, que nos pase como a las vírgenes bobas o
al mayordomo infiel.
Cristo nos previene contra la fascinación del mundo. El mundo nos adormece
para que no vigilemos y busca que nos durmamos para las cosas celestiales
llenándonos de cosas terrenales. Si no rezamos nos dormiremos como les paso
a Pedro y a los hijos de Zebedeo en Getsemaní.
Cuidado a querer ser como los demás hombres, cuidado con el libertinaje.
Cristo vuelve y debemos recibirlo velando en oración. No sabemos cuándo
vendrá. Por cual no podemos tomarnos vacaciones sino ser fieles esperando su
venida.
El Apocalipsis de San Juan termina diciendo en el c.22, 7: “¡Mira, vengo
pronto!”.
Bunge Gabriel, Vasijas de Barro, Ed. Monte
Casino/Ecuam, Zamora 2002, p. 68
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Directorio Homilético - Primer domingo de Adviento
CEC 668-677, 769: la tribulación final y la venida de Cristo en gloria
CEC 451, 671, 1130, 1403, 2817: “¡Ven, Señor Jesús!”
CEC 2729-2733: la vigilancia humilde del corazón
Artículo 7 “DESDE ALLI HA DE VENIR A JUZGAR A
VIVOS Y MUERTOS”
I VOLVERA EN GLORIA
Cristo reina ya mediante la Iglesia ...
668 "Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y
vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su
participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo.
Jesucristo es Señor: Posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está
"por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación" porque el
Padre "bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el
Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En él,
la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su
recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.
669 Como Señor, Cristo es también la cabeza de la Iglesia que es su Cuerpo
(cf. Ef 1, 22). Elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así su
misión, permanece en la tierra en su Iglesia. La Redención es la fuente de
la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la
Iglesia (cf. Ef 4, 11-13). "La Iglesia, o el reino de Cristo presente ya en
misterio", "constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra"
(LG 3;5).
670 Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación.
Estamos ya en la "última hora" (1 Jn 2, 18; cf. 1 P 4, 7). "El final de la
historia ha llegado ya a nosotros y la renovación del mundo está ya decidida
de manera irrevocable e incluso de alguna manera real está ya por anticipado
en este mundo. La Iglesia, en efecto, ya en la tierra, se caracteriza por
una verdadera santidad, aunque todavía imperfecta" (LG 48). El Reino de
Cristo manifiesta ya su presencia por los signos milagrosos (cf. Mc 16,
17-18) que acompañan a su anuncio por la Iglesia (cf. Mc 16, 20).
... esperando que todo le sea sometido
671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está
todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el
advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de
los poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido
vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido
sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y nueva
tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus
sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este
mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de
parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG
48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1
Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando
suplican: "Ven, Señor Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
672 Cristo afirmó antes de su Ascensión que aún no era la hora del
establecimiento glorioso del Reino mesiánico esperado por Israel (cf. Hch 1,
6-7) que, según los profetas (cf. Is 11, 1-9), debía traer a todos los
hombres el orden definitivo de la justicia, del amor y de la paz. El tiempo
presente, según el Señor, es el tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hch
1, 8), pero es también un tiempo marcado todavía por la "tristeza" (1 Co 7,
26) y la prueba del mal (cf. Ef 5, 16) que afecta también a la Iglesia (cf. 1
P 4, 17) e inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2, 18; 4, 3; 1 Tm
4, 1). Es un tiempo de espera y de vigilia (cf. Mt 25, 1-13; Mc 13, 33-37).
El glorioso advenimiento de Cristo, esperanza de Israel
673 Desde la Ascensión, el advenimiento de Cristo en la gloria es inminente
(cf Ap 22, 20) aun cuando a nosotros no nos "toca conocer el tiempo y el
momento que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7; cf. Mc 13, 32).
Este advenimiento escatológico se puede cumplir en cualquier momento (cf. Mt
24, 44: 1 Te 5, 2), aunque tal acontecimiento y la prueba final que le ha de
preceder estén "retenidos" en las manos de Dios (cf. 2 Te 2, 3-12).
674 La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia
se vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23,
39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11, 25) en "la incredulidad"
respecto a Jesús (Rm 11, 20). San Pedro dice a los judíos de Jerusalén
después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros
pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la
consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien
debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que
Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21). Y San Pablo le hace
eco: "si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su
readmisión sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11, 5). La
entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12) en la salvación
mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc
21, 24), hará al Pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13)
en la cual "Dios será todo en nosotros" (1 Co 15, 28).
La última prueba de la Iglesia
675 Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba
final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12).
La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21,
12; Jn 15, 19-20) desvelará el "Misterio de iniquidad" bajo la forma de una
impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a
sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura
religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo
en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y
de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Te 2, 4-12; 1Te 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn
2, 18.22).
676 Esta impostura del Anticristo aparece esbozada ya en el mundo cada vez
que se pretende llevar a cabo la esperanza mesiánica en la historia, lo cual
no puede alcanzarse sino más allá del tiempo histórico a través del juicio
escatológico: incluso en su forma mitigada, la Iglesia ha rechazado esta
falsificación del Reino futuro con el nombre de milenarismo (cf. DS 3839),
sobre todo bajo la forma política de un mesianismo secularizado,
"intrínsecamente perverso" (cf. Pío XI, "Divini Redemptoris" que condena el
"falso misticismo" de esta "falsificación de la redención de los humildes";
GS 20-21).
677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última
Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap
19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico
de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una
victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10)
que hará descender desde el Cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo
de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap
20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2
P 3, 12-13).
La Iglesia, consumada en la gloria
769 La Iglesia "sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo" (LG
48), cuando Cristo vuelva glorioso. Hasta ese día, "la Iglesia avanza en su
peregrinación a través de las persecuciones del mundo y de los consuelos de
Dios" (San Agustín, civ. 18, 51;cf. LG 8). Aquí abajo, ella se sabe en
exilio, lejos del Señor (cf. 2Co 5, 6; LG 6), y aspira al advenimimento
pleno del Reino, "y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey
en la gloria" (LG 5). La consumación de la Iglesia en la gloria, y a través
de ella la del mundo, no sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces,
"todos los justos desde Adán, `desde el justo Abel hasta el último de los
elegidos' se reunirán con el Padre en la Iglesia universal" (LG 2).
451 La oración cristiana está marcada por el título "Señor", ya sea en la
invitación a la oración "el Señor esté con vosotros", o en su conclusión
"por Jesucristo nuestro Señor" o incluso en la exclamación llena de
confianza y de esperanza: "Maran atha" ("¡el Señor viene!") o "Maran atha"
("¡Ven, Señor!") (1 Co 16, 22): "¡Amén! ¡ven, Señor Jesús!" (Ap 22, 20).
671 El Reino de Cristo, presente ya en su Iglesia, sin embargo, no está
todavía acabado "con gran poder y gloria" (Lc 21, 27; cf. Mt 25, 31) con el
advenimiento del Rey a la tierra. Este Reino aún es objeto de los ataques de
los poderes del mal (cf. 2 Te 2, 7) a pesar de que estos poderes hayan sido
vencidos en su raíz por la Pascua de Cristo. Hasta que todo le haya sido
sometido (cf. 1 Co 15, 28), y "mientras no haya nuevos cielos y nueva
tierra, en los que habite la justicia, la Iglesia peregrina lleva en sus
sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, la imagen de este
mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas que gimen en dolores de
parto hasta ahora y que esperan la manifestación de los hijos de Dios" (LG
48). Por esta razón los cristianos piden, sobre todo en la Eucaristía (cf. 1
Co 11, 26), que se apresure el retorno de Cristo (cf. 2 P 3, 11-12) cuando
suplican: "Ven, Señor Jesús" (cf.1 Co 16, 22; Ap 22, 17-20).
1130 La Iglesia celebra el Misterio de su Señor "hasta que él venga" y "Dios
sea todo en todos" (1 Co 11,26; 15,28). Desde la era apostólica, la Liturgia
es atraída hacia su término por el gemido del Espíritu en la Iglesia:
"¡Marana tha!" (1 Co 16,22). La liturgia participa así en el deseo de Jesús:
"Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros...hasta que halle su
cumplimiento en el Reino de Dios" (Lc 22,15-16). En los sacramentos de
Cristo, la Iglesia recibe ya las arras de su herencia, participa ya en la
vida eterna, aunque "aguardando la feliz esperanza y la manifestación de la
gloria del Gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo" (Tt 2,13). "El Espíritu
y la Esposa dicen: ¡Ven!...¡Ven, Señor Jesús!" (Ap 22,17.20).
S. Tomás resume así las diferentes dimensiones del signo sacramental: "Unde
sacramentum est signum rememorativum eius quod praecessit, scilicet
passionis Christi; et desmonstrativum eius quod in nobis efficitur per
Christi passionem, scilicet gratiae; et prognosticum, id est,
praenuntiativum futurae gloriae" ("Por eso el sacramento es un signo que
rememora lo que sucedió, es decir, la pasión de Cristo; es un signo que
demuestra lo que sucedió entre nosotros en virtud de la pasión de Cristo, es
decir, la gracia; y es un signo que anticipa, es decir, que preanuncia la
gloria venidera", STh III, 60,3).)
1403 En la última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos
hacia el cumplimiento de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que desde
ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con
vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc
14,25). Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa
y su mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora
su venida: "Maran atha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que tu
gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6).
2817 Esta petición es el "Marana Tha", el grito del Espíritu y de la Esposa:
"Ven, Señor Jesús":
Incluso aunque esta oración no nos hubiera mandado pedir el advenimiento del
Reino, habríamos tenido que expresar esta petición , dirigiéndonos con
premura a la meta de nuestras esperanzas. Las almas de los mártires, bajo el
altar, invocan al Señor con grandes gritos: '¿Hasta cuándo, Dueño santo y
veraz, vas a estar sin hacer justicia por nuestra sangre a los habitantes de
la tierra?' (Ap 6, 10). En efecto, los mártires deben alcanzar la justicia
al fin de los tiempos. Señor, ¡apresura, pues, la venida de tu Reino!
(Tertuliano, or. 5).
II NECESIDAD DE UNA HUMILDE VIGILANCIA
Frente a las dificultades de la oración
2729 La dificultad habitual de la oración es la distracción. En la oración
vocal, la distracción puede referirse a las palabras y al sentido de éstas.
La distracción, de un modo más profundo, puede referirse a Aquel al que
oramos, tanto en la oración vocal (litúrgica o personal), como en la
meditación y en la oración contemplativa. Salir a la caza de la distracción
es caer en sus redes; basta volver a concentrarse en la oración: la
distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado.
Esta toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser
purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir (cf
Mt 6,21.24).
2730 Mirado positivamente, el combate contra el yo posesivo y dominador
consiste en la vigilancia. Cuando Jesús insiste en la vigilancia, es siempre
en relación a El, a su Venida, al último día y al "hoy". El esposo viene en
mitad de la noche; la luz que no debe apagarse es la de la fe: "Dice de ti
mi corazón: busca su rostro" (Sal 27, 8).
2731 Otra dificultad, especialmente para los que quieren sinceramente orar,
es la sequedad. Forma parte de la contemplación en la que el corazón está
seco, sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso
espirituales. Es el momento en que la fe es más pura, la fe que se mantiene
firme junto a Jesús en su agonía y en el sepulcro. "El grano de trigo, si
muere, da mucho fruto" (Jn 12, 24). Si la sequedad se debe a falta de raíz,
porque la Palabra ha caído sobre roca, no hay éxito en el combate sin una
mayor conversión (cf Lc 8, 6. 13).
Frente a las tentaciones en la oración
2732 La tentación más frecuente, la más oculta, es nuestra falta de fe. Esta
se expresa menos en una incredulidad declarada que en unas preferencias de
hecho. Se empieza a orar y se presentan como prioritarios mil trabajos y
cuidados que se consideran más urgentes.
2733 Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los
Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de
desabrimiento debidos al relajamiento de la ascesis, al descuido de la
vigilancia, a la negligencia del corazón. "El espíritu está pronto, pero la
carne es débil" (Mt 26, 41). El desaliento, doloroso, es el reverso de la
presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a
una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia.
El reloj
El emperador Francisco I era un gran coleccionista de relojes. Los
tenía muy curiosos y de muy raros artificios. Un día estuvo enseñando uno a
sus cortesanos y lo dejó encima de la mesa. Aprovechando un descuido uno de
los presentes lo agarró, y se lo metió en el bolsillo. Su intención fue irse
con él enseguida, pero el César lo detuvo, se alargó la conversación, y un
muchacho le preguntó de pronto:
- ¿Y el reloj?
Todos empezaron a mirarse y hubo un silencio embarazoso. En medio de este
silencio la campana del reloj comenzó a sonar la señal horaria en el
bolsillo del ladrón. Empezaron a sonreírse todos, y el Emperador no se dio
por enterado, pero el que robó estaba rojo hasta la punta de los cabellos.
Es inútil, mis hermanos, es inútil que queramos ocultar muy hondo, en el
seno de nuestra conciencia la maldad cometida. De vez en cuando sonará la
campana que ante nosotros mismos nos declare culpables. Y aunque logremos
engañar a los demás, y aunque logremos acallar en la conciencia la voz
acusadora, no importa; llegará el día en que su voz resuene fuerte y solemne
delante del Tribunal de Dios.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Tomo II, Editorial Sal Terrae, Santander,
1959, p. 427)
El ladrillo (en este adviento que no necesiten tirárselo)
Un joven paseaba a toda velocidad en su auto último modelo; tuvo precaución
de no toparse con un chico cruzando la calle sin mirar, y al bajar la
velocidad sintió un estruendoso golpe en la puerta; al bajarse vio que un
ladrillo le había estropeado la pintura, la carrocería y el vidrio de la
puerta de su precioso auto. Dio un brusco giro de 180 grados y regresó a
toda velocidad a donde vio salir el ladrillo que acababa de desgraciar lo
hermoso que lucía su exótico auto.
Salió del auto de un brinco y agarró por los brazos a un chiquillo, y
empujándolo hacia un auto estacionado le gritó a toda voz: ¿Qué rayos fue
eso?
¿Quién eres tú? ¿Qué crees que haces con mi auto? Y enfurecido casi botando
humo, continuó gritándole al chiquillo: ¡Es un auto nuevo, y ese ladrillo
que lanzaste va a costarte caro! ¿Por qué hiciste eso?
"Por favor, Señor, por favor. ¡Lo siento mucho! No sé qué hacer", suplicó el
chiquillo, "le lancé el ladrillo porque nadie se detenía". Lágrimas bajaban
por sus mejillas hasta el suelo, mientras señalaba hacia alrededor del auto
estacionado.
"Es mi hermano, le dijo. Se descarrilló su sillón de ruedas y se cayó al
suelo y no puedo levantarlo". Sollozando, el chiquillo le preguntó al
ejecutivo: "¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla? Está
golpeado, y pesa mucho para mí solito. Soy pequeño".
Visiblemente impactado por las palabras del chiquillo, el joven ejecutivo
tragó el grueso taco que se le formó en su garganta.
Indescriptiblemente emocionado por lo que acababa de pasarle, levantó al
joven del suelo y lo sentó en su silla nuevamente sacando su pañuelo de seda
para limpiar un poco las cortaduras y las heridas del hermano de aquel
chiquillo especial. Luego de verificar que se encontraba bien, miró y el
chiquillo le dio las gracias con una sonrisa que no tiene posibilidad de
describir nadie... "DIOS lo bendiga, señor... y muchas gracias", le dijo.
El hombre vio como se alejaba el chiquillo empujando trabajosamente la
pesada silla de ruedas de su hermano, hasta llegar a su humilde casita.
El ejecutivo no ha reparado aún la puerta del auto, manteniendo la hendidura
que le hizo el ladrillazo que le recuerda el no ir por la vida tan deprisa
que alguien tenga que lanzarle un ladrillo para que preste atención.
Dios nos susurra en el alma y en el corazón, pero hay veces que tiene que
lanzarnos un ladrillo a ver si le
prestamos atención.
(Autor desconocido)
(Cortesía: iveargentina.org y otros)