Domingo 3 de Adviento A - ¿Eres tú el que ha de venir?: Preparemos en Familia, como Iglesia doméstica, la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Falta un dedo: Celebrarla
1. Introducción a las Lecturas del Domingo
1. 1 Primera lectura Is 35, 1-6a. 10
Este pasaje lo entiende quien ha tenido una experiencia de Dios. Me explico: el profeta, utilizando imágenes de la naturaleza, inicialmente quiere asegurar a sus oyentes que habrá felicidad. Luego promete en nombre de Dios que los hombres también se transformarán.
Existe siempre el peligro que nosotros, para poder creer, quisiéramos que Dios nos convenza de manera contundente, por ejemplo, por medio de un milagro físico. ¡Esto sería para nosotros el cumplimiento de las promesas de Dios! Pero, bendito sea Dios, El no entra en nuestro juego. Al igual como las imágenes de la naturaleza revivida los milagros son signos de lo que pasará en el hombre, en su espíritu, así los signos de la salud física son síntomas de salvación interior. ¿Qué es más importante, la salud física o la salud espiritual? Evidentemente dentro de 100 años la salud física no me va a preocupar, sin embargo, quiero disfrutar de la vida eterna y eso eternamente.
Por eso dije al comienzo que este pasaje lo entiende el que ha experimentado como es Dios. Seguramente lo has visto en tu vida. Ha habido épocas cuando te asombraste de tu propia generosidad, de tu capacidad de ser bueno sin mayor esfuerzo. Espero que te hayas dado cuenta que esto no era obra tuya. Dios estaba obrando en tu vida. Te estaba dando ya vida eterna.
La promesa de hoy es que el Señor siga obrando en ti. Te dará valentía, fuerza, una nueva manera de ver, oír, caminar hacia la felicidad verdadera. No seas como el joven príncipe al que su padre expulsó del palacio - así relata un cuento jasídico - y lo desterró. Seguramente se habrá portado muy mal. Comenzó una vida de vagabundo y mendigo pasándolas muy mal. Después de un tiempo, su padre que era misericordioso, le envió unos mensajeros para que le digan que podría manifestar un deseo que le sería concedido. El joven que estaba pasando frío, pidió que le dieran un abrigo. Su padre estaba dispuesto a darle el reino si eso se lo pedía. Y el joven estaba tan encerrado en su miseria que no veía más allá de su nariz, es decir, de sus necesidades inmediatas.
El Señor te promete en esta lectura lo que ni
siquiera puedes imaginar. ¡No te quedes esperando sólo un abrigo, porque te
da frío en este momento!
1. 2 Segunda lectura Stgo 5, 7-10
Uno de los profetas que más me ha ayudado en mi vida es Abrahán. Toda su vida es una profecía. Recuerdo que me parecía como una burla cuando Dios le promete una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo, promesa que se cumpliría 3000 años más tarde cuando el mundo está poblado de los hijos en la fe y eso que tenía casi 100 años y su mujer era estéril. Me doy cuenta que la falta de fe mía proviene del hecho que estoy centrado en mí mismo.
¿Acaso no debería alegrarme que se cumplan los planes de Dios? ¿Acaso no debería tener la íntima seguridad que la Providencia de Dios es la que dispone todas las cosas para bien mío y de los demás también en las generaciones futuras? Me doy cuenta que, además de estar centrado en mi mismo, pretendo ser más inteligente que Dios y saber qué es lo que más conviene.
El adviento es un tiempo para purificar expectativas
y actitudes porque me enseña cómo debo esperar. Hay un salmo brevísimo que
habla de la actitud del creyente: “Como un niño en los brazos de la madre
acallo mis deseos. Mi corazón no es ambicioso” (Sal 131). Que la lectura de
este pasaje te dé también a ti la paciencia que reconoce que la Providencia
de Dios todo lo hará bien.
La persona de San Juan Bautista siempre me ha asustado un poco: ¡vestido de piel de camello y comiendo langostas y miel silvestre! Su reciedumbre me produce temor.
Sin embargo el Evangelio que vamos a proclamar me ha hecho comprender que también San Juan Bautista es humano. También el experimenta inseguridad y dudas. El ha anunciado un Mesías que será juez, que aplica el hacha al árbol que no da fruto, que trae la condenación a los que no se convierten. ¿Qué sucede? El Mesías que ha anunciado, el Cordero de Dios, se presenta manso y humilde de corazón. A lo mejor se habrá equivocado cuando dijo a sus discípulos que Jesús era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Desde la cárcel, donde está pasando en esta oscuridad del alma, envía a discípulos para que le pregunten a Jesús si él es el verdadero Mesías. Jesús le hace entender que ser Mesías entraña también características de amor y de servicio y le invita a no escandalizarse.
La duda, la oscuridad del alma no empequeñece. Son los momentos que Dios pone en nuestra vida para que caminemos en fe, en pura confianza sin comprender, sin ver el por qué. Jesús hace el elogio de su precursor. Lo llama nada menos el ser humano más grande. Leamos este Evangelio con mucha sensibilidad para qué trasborde lo limitadamente humano de cara a los planes divinos y que la fe en la Providencia de Dios ilumine nuestra vida humana.
Cómo vivir bajo la Providencia de Dios
Ya la oración del Señor habla de la decisión de someterse en todas las cosas sin excepción a la voluntad de Dios: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Nada puede resistirse a la voluntad de Dios; todo le obedece y le está sometido, y así decimos que nos suceda como el Señor quiere; que nos pase según su voluntad. No se habla aquí de resistencia sino que queremos, a pesar de todas nuestras imperfecciones, someternos totalmente en obediencia a la voluntad de Dios.
Ahora bien las almas que han decidido esto, necesitan como reconocer la voluntad de Dios. La voluntad de Dios se manifiesta de dos maneras: la voluntad de Dios claramente revelada y la voluntad del beneplácito divino.
La voluntad de Dios claramente revelada se manifiesta de cuatro modos: los mandamientos de Dios y de la Iglesia, los consejos evangélicos, las inspiraciones y el beneplácito divino.
Todos estamos obligados a obedecer los mandamientos de Dios y los preceptos de la Iglesia. Es la voluntad expresa de Dios que, si queremos salvarnos, tenemos que cumplirlos.
Dios quiere que sigamos también sus consejos; sin embargo los expresa en forma de un deseo de Dios. Además no debemos seguir todos los consejos sino solamente a aquellos que están de acuerdo a nuestra vocación. Una y otra vez se contradicen de manera que quien sigue uno de ellos no puede seguir otro. Ahí el consejo, por ejemplo, de dejarlo todo, radicalmente todo y seguirlo al Señor. Además tenemos el concejo de dar limosna. Ahora bien, ¿cómo puede aquel que lo ha dejado todo, todo, dar limosna ya que no tiene nada? Por eso debemos seguir solo los consejos que Dios quiere que sigamos y no debemos creer que Dios nos los ha dado para que se los cumplamos todos juntos.
Además decíamos que Dios nos manifiesta su voluntad por medio de inspiraciones. Esto es verdad. Sin embargo, no decía que nosotros decidamos si una inspiración es voluntad de Dios. Ni debemos seguir estas inspiraciones sin reflexionar. Tampoco quiere que esperemos en seguir su voluntad hasta que se nos revele su voluntad o nos mande un ángel para que nos la indique. Dios quiere que en cosas importantes pero dudosas nosotros consultemos a aquellos que Dios ha puesto para ello.
También hay la voluntad del beneplácito divino. Éste beneplácito divino tenemos que descubrirlo en todo lo que nos sucede, en enfermedad y muerte, en tristezas y alegría, en la felicidad y en el infortunio, en fin, en todo lo que acontece en nuestra vida. Para someternos a esta voluntad de Dios tenemos que estar prestos en alegría y depresión, vida o muerte, en todo lo que no contradice la voluntad expresa de Dios, debemos decir que “si” a sus designios.
Un ejemplo de la vida de San Anselmo: Mientras era abad de su convento, todo el mundo lo quería de verdad porque cedía ante todos, tanto ante sus compañeros de la vida religiosa como ante la gente de afuera. Vino uno y le dijo: “Padre, te conviene que comas esta sopa”. Se la tomó. Vino otro y le dijo: “No tomes esto, te hará daño”, lo dejó en el acto. Así se sometió en todo a lo que no contradecía los mandamientos de Dios. Pero esta sumisión no gustaba a todos. Unos hermanos se acercaron un día para llamarle la atención y decían: “Sólo hay que someterse a quienes son nuestros superiores”. El Santo les contestó: “Hijos míos, a lo mejor no saben porque me porto así. Cuando recuerdo el mandato de Jesús: “Haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti”, entonces no puedo actuar de otra manera. Es que yo quiero que Dios haga mi voluntad, por eso tengo que hacer la voluntad de mis hermanos para que le plazca al bondadoso Dios de cumplir a veces también la mía. No hay manera más directa de conocer la voluntad de Dios que por la voz de mi prójimo. Dios no me habla directamente, ni envía un ángel para manifestarme la voluntad de su beneplácito. Piedras, animales y plantas tampoco hablan. Así es sólo el hombre que puede manifestarme la voluntad de Dios. En esto me empeñaré con todas mis fuerzas. Dios me manda amar a mi prójimo; es un amor grande estar con todos en armonía y unión. Para ello no sé otro medio que ser manso y ceder ante ellos. La mansedumbre humilde debe estar presente en todas nuestras acciones. Mi observación más importante es que creo que Dios se manifiesta por medio de mi prójimo. Así que cuando obedezco a mi prójimo obedezco siempre a Dios. ¿Acaso no ha dicho nuestro divino Salvador que solamente podemos entrar al reino de los cielos cuando nos hacemos como niños? No importa mucho si me acuesto ahora o más tarde, si me voy o me quedo; sin embargo, es una gran imperfección no ceder ante mis hermanos”. Hasta aquí las palabras de San Anselmo.
San Pacomio es otro ejemplo. Estaba confeccionando canastos cuando un niño le dijo: “No debes hacerlo así”. El Santo era experto en confeccionar canastos. Sin embargo se levantó en seguida, se sentó al lado del niño y se hizo enseñar. Un compañero le dijo al santo: “Padre, está haciendo un mal doble: de un lado cedes a la voluntad de un niño y estimulas así su vanidad y que, del otro lado estas malogrando los canastos que a tu manera se hicieron mucho mejor”. El Santo le contestó: “Hermano, si Dios permite que el niño se vuelve vanidoso por eso, a mí me dará la gracia de la humildad. Si me la da, podré compartirla también con el niño. No importa si los canastos no salen tan bien, más importante es cumplir la palabra de Jesús: ‘Si no son como niños no pueden entrar en el reino de los cielos’”.
Para que se den cuenta que no hay que obedecer solamente en las cosas desagradables, voy a contarles al final de Santa Gertrudis. Su superiora sabía muy bien que qué Santa Gertrudis estaba delicada de salud. Por eso le tuvo más consideraciones con ella que de las demás religiosas. No permitía que participara en las penitencias de su orden. ¿Qué ha hecho la virgen para llegar a ser santa? Nada más que con sencillez cumplir la voluntad de su superiora. Su celo le inspiraba pedir a la superiora de querer participar de las penitencias pero no dijo palabra. Cuando le ordenaban que se acueste, se acostaba sin rebeldía porque sabía que el Señor está en el dormitorio como en el coro donde las demás religiosas rezaban y cantaba. Ella llegaba a tener una conformidad tal con su destino que un día Jesús apareciendo a Santa Mechtildis, compañera de Santa Gertrudis, le dijo: “Si me buscan pueden encontrarme en el Sagrario y en el corazón de Gertrudis” (San Francisco de Sales, Conversaciones espirituales).
¿Les parecen que estas reflexiones son solamente para religiosos y sacerdotes? No cuesta nada hacer un intento. Trate de hacer la voluntad de los demás aunque sea para un día en todo lo que no se contrapone a los mandamientos de Dios. Se dará cuenta que los momentos de oscuridad y duda serán iluminados por la caridad y la confianza.
2. 2 Reflexionemos con los hijos
Dios es sapientísimo y omnipotente
Cuando Dios creó el mundo le dio un orden maravilloso. Más por el diablo y los pecados de los hombres entró el desorden en el mundo. Sin embargo, Dios sabe disponer las cosas de tal manera que, a pesar de todo, se cumplan sus santos designios de Dios que es sapientísimo.
También dirige la vida de cada uno de nosotros según sus santos designios. Por las sabias disposiciones de Dios, un día José fue elevado a una gran dignidad por el faraón, y Moisés, siendo niño, fue salvado de la muerte. Pero, donde más admirablemente vemos la sabiduría de Dios, es en el modo que tiene de guiarnos al cielo. Sin duda, mientras estemos en la tierra, no podremos muchas veces comprender los caminos de Dios. El Señor dice: “No son mis pensamiento los pensamientos de ustedes, ni mis caminos los caminos de ustedes. Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto están mis caminos por encima de los suyos, y por encima de los cielos mis pensamientos” (Is 55, 8-9).
Dios realiza sus planes con su poder divino. Con su divina voluntad creó el mundo de la nada. Sostiene todo el universo en su mano y conduce todo ser viviente con fuerza y suavidad al mismo tiempo. Donde más claramente reconocemos la omnipotencia divina es en los milagros, principalmente en la resurrección de su Hijo. El día del juicio final pondrá de manifiesto todo su poder cuando haya dado la nueva forma al mundo. “En Dios nada es imposible” (Lc 1, 27). Puede hacer todo lo que quiere. Dios es omnipotente.
También la naturaleza nos muestra cuán sabio y poderoso es Dios. Las estrellas en el cielo y las criaturas en la tierra, los animales y plantas, y nuestro cuerpo con su maravillosa constitución: todo eso manifiesta la sabiduría y omnipotencia divinas.
Dios sigue actuando hoy también entre nosotros. Su salvación nos llega siempre de nuevo especialmente en la eucaristía. No sana de nuestra sordera, ceguera y parálisis espirituales para que podamos escucharlo, verlo en los acontecimientos de la vida y caminar por caminos de justicia.
Conscientemente la familia bendice al Señor no sólo por las cosas lindas y agradables sino también por los problemas y sufrimientos. Eso no quita que pidamos que nos ayude en todo ello.
El secularismo
La Iglesia asume el proceso de secularización en el sentido de una legítima autonomía de lo secular como justo y deseable según lo entienden la Gaudium et Spes (36) y la Evangelii nuntiandi (55). Sin embargo, el paso a la civilización urbana e industrial, considerado no en abstracto sino en su real proceso histórico occidental, viene inspirado por la ideología que llamamos “secularismo”.
En su esencia, el secularismo separa y opone al hombre con respecto a Dios; concibe la construcción de la historia como responsabilidad exclusiva del hombre, considerado en su mera inmanencia. Se trata de una concepción del mundo según la cual éste último se explica por sí mismo, sin que sea necesario recurrir a Dios. Dios resultaría, pues, superfluo y hasta un obstáculo. Dicho secularismo, para reconocer el poder del hombre, acaba por sobrepasar a Dios, incluso por renegar de Él. Nuevas formas de ateísmo - una ateísmo antropocéntrico, no ya abstracto y metafísico sino práctico y militante - parecen desprenderse de él. En unión con este secularismo ateo se nos propone todos los días, bajo las formas más distintas, una civilización de consumo; el hedonismo erigido en valor supremo, una voluntad de poder y de dominio, de discriminaciones de todo género constituyen otras tantas inclinaciones humanas de este ‘humanismo’ (Evangelii nuntiandi 55).
La Iglesia, pues, en su tarea de evangelizar y suscitar la fe en Dios Padre providente y en Jesucristo, activamente presente en la historia humana, experimenta un enfrentamiento radical con este movimiento secularista. Ve en él una amenaza a la fe y a la misma cultura de nuestros pueblos latinoamericanos. Por eso, uno de los fundamentales cometidos del nuevo impulso evangelizador ha de ser actualizar y reorganizar el anuncio del contenido de la evangelización partiendo de la misma fe de nuestros pueblos, de modo que éstos puedan asumir los valores de la nueva evangelización urbano-industrial, en una síntesis vital cuyo fundamento siga siendo la fe en Dios y no el ateísmo, consecuencia lógica de la tendencia secularista (Puebla 434-436).
6. Leamos la Biblia con la Iglesia
Tercera semana de adviento
Lunes: Num 24, 2-7. 15-17a; Sal 24; Mt 21, 23-27
Martes: Sof 3, 1-2. 9-13; Sal 33; Mt 21, 28-32
Miércoles: Is 45, 6b-8. 18.21b-26; Sal 84; Lc 7, 19-23
Jueves:
Is 54, 1-10; Sal 29; Lc 7, 24-30
Viernes: Is 56, 1-3a. 6-8; Sal 66; Jn 5, 33-36
Del 17 al 24 de diciembre
17. Gén 49, 2. 8-10; Sal 71; Mt 1, 1-17
18. Jer 23, 5-8; Sal 71; Mt 1, 18-24
19. Jue 13, 2-7. 24-25a; Sal 70; Lc 1, 5-25
20. Is el 7, 10-14; Sal 23; Lc 1, 26-38
21. Cant 2, 8-14; Sal 32; Lc 1, 39-45
22.1 Sam 1, 24-28; Sal 1 Sam 2, 1. 4-8; Lc 1, 46-56
23. Mal 3, 1-4; 4, 5-6; Sal 24; Lc 1, 57-66
24 (en la mañana) 2 Sam 7, 1-5. 8-11.16; Sal 88; Lc 1, 67-79
Del 29 al 31 de diciembre
29.1 Jn 2, 3-11; Sal 95; Lc 2, 22-35
30.1 Jn 2, 12-17; Sal 95; Lc 2, 36-40
31.1 Jn 2, 18-21; Sal 95; Jn 1, 1-18
7. 1 Jesús es diferente (G. Ruhbach)
Tú te acercaste a la adúltera cuando todos se alejaban. Tú comías con los cobradores de impuestos cuando todos se escandalizaban. Tú llamaste a los niños para que vengan a ti cuando todos querían despacharlos. Tú llamaste a Pablo como discípulo cuando todos lo temían como perseguidor. Tú huías de la fama cuando todos querían hacerte rey. Tú amabas a los pobres cuando solamente valían los ricos. Tú sanaste a los enfermos cuando todos los habían desahuciado. Tú callabas cuando todos te acusaban, insultaban y flagelaban. Tú moriste en la Cruz cuando todos los demás celebraban Pascua. Tú cargabas con la culpa cuando todos se lavaban las manos. Tú resucitaste cuando todos te daban por perdido. Jesús, te doy gracias porque eres diferente.
7. 2 Celebración de adviento
Domingo III de adviento
Cuando toda la familia está reunida, encendemos la tercera vela en señal que el tiempo de adviento ha llegado a su tercera semana.
1. Canto: Señor Jesús, ven pronto
2. Lectura: Isaías 35, 1-6a. 10
El padre explica cómo las cosas han cambiado desde la venida de Jesús.
3. Lectura de la carta del apóstol Santiago 5, 7-10
Todos hacemos sugerencias como debe ser nuestra familia
4. Evangelio según San Mateo 11, 2-11
5. Poema de Ángel González Alorda
Y llegaste hasta mí como la luz del alba para inundar mis noches de esperanza.
Y llegaste hasta mí como lluvia en estío para saciar la sed de mi desierto.
Llegaste al medio día. Llegaste en el silencio. Llegaste como eco de mi llanto. Llegaste, pan sin mancha que amanece en mis manos. Llegaste vino añejo que perfuma mis labios. Llegaste entre caricias a serenar mi alma con tu mirar fraterno. Llegaste a restañar de vida del pasado con presentes más bellos. Y llegaste hasta mí con tus aguas más puras para calmar el fuego de mi ser.
6. Peticiones espontáneas y padre nuestro final