Domingo II de Navidad A-B-C: Comentarios
de Sabios y Santos I: Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios durante la Celebración
Dominical Parroquial
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comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: José María Solé - Roma, C.M.F.
Eclesiástico 24, 1-4. 12-16
Este canto a la "Sabiduría" de Dios es el más bello y elevado de cuantos le
dedican los libros inspirados:
- Más que la Sabiduría, atributo divino, aparece ante nosotros la
"Sabiduría", Hipóstasis o Persona divina; unida íntimamente a Dios y a la
vez distinta de Él
- Se nos prepara la revelación del Misterio del Padre y del Hijo;
"Sabiduría" que procede de la boca de Dios (3).
Es su "Verbo", su "Palabra", su "Hijo".
Y si tiene relaciones íntimas con Dios, las tiene también con el universo.
Respecto del cosmos: lo crea, ordena, gobierna (5. 6).
Respecto de los hombres: "Domina sobre todo pueblo y nación" (6).
Respecto de Israel: Israel es su "heredad" predilecta (7). Y la "Nube" o
Columna de fuego del Desierto (4), el culto del Templo, la Ley (10. 23), son
otros tantos "signos" de la presencia e inhabitación de la "Sabiduría" en
Israel.
- Pero aún prepara un acercamiento más humano y personal, pues en el plan
divino se le ha dicho: "Pon tu tienda en Jacob" (8). Se nos acercará hasta
acampar, hasta convivir con nosotros. San Juan es quien en el prólogo de su
Evangelio nos va a enseñar cómo todas estas intuiciones de los Autores
Inspirados se han cumplido plenamente al tomar naturaleza humana el Verbo =
Sabiduría de Dios: "Dios eterno y omnipotente, luz de las almas fieles,
dígnate henchir el mundo todo de tu Gloria, revelarte a todos los pueblos
por la claridad de tu luz" (Collecta).
Efesios 1, 3-6. 15-18:
San Pablo ve realizada en Cristo y por Cristo esta magnífica epopeya de la
"Sabiduría", el Hijo de Dios encarnado:
- Dios ab aeterno, de pura gracia, en su Hijo (Verbo-Sabiduría) nos elige,
nos ama, nos piensa, nos predestina (3. 4), para que seamos el Pueblo de
Dios, la Familia de Dios, sus hijos. Y nos ve en Cristo porque el plan de
amor del Padre es hacernos partícipes de la filiación divina: "Por
Jesucristo nos predestinó a la filiación divina. Para que alabemos la gloria
de su gracia con la cual nos agració en el Amado" (6). Redimidos,
agraciados, amados (Gál 4, 3).
- Este plan eterno del amor de Dios se realiza a raíz de la Encarnación: en
la Era Mesiánica cuando todo se restaura, se recrea, se armoniza en Cristo:
Toda la humanidad queda integrada en el "Misterio de Cristo".
- En los vv 15-18 pide San Pablo a Dios que todos lleguemos a un mayor
conocimiento de este plan de amor. Eternamente hemos sido amados y escogidos
en Cristo. Y eternamente seremos amados y glorificados en Cristo: "No ceso
de pedir... que iluminados los ojos de vuestro corazón, podáis conocer a qué
esperanza habéis sido llamados; cuáles son los tesoros de gloria, cuál la
herencia de los santos" (18). En la Carta a los Romanos nos dice San Pablo
con igual audacia: "Desde antes de todo tiempo nos conoció Dios; y nos
preeligió amoldados a la Imagen, su Hijo; de modo que Este sea Primogénito
entre muchos hermanos. Y a los que preeligió también los llamó; ya los que
llamó también los justificó; y a los que justificó también los glorificó" (R
8, 29). De eternidad a eternidad, el Padre por el Hijo y en el Hijo (su
Verbo-Sabiduría) nos ama, nos justifica, nos salva, nos glorifica.
Juan 1, 1-18:
Las expresiones del A. T. acerca de la Sabiduría (Prov 8, 22; Ecclo. 24,
3-32) o "Palabra" (Gn 1; Sl 38, 6; Is 55, 9) de Dios, podían interpretarse
como una "personificación" poética de la acción o de los atributos divinos:
- El N. T. nos va a revelar claramente que esta Sabiduría-Palabra es eterna
y subsistente. Es una Persona divina: el Verbo de Dios, el Hijo que desde
siempre y para siempre existe con Dios y en Dios. Y es Dios. Vive en la
Gloria del Padre (15). En su intimidad filial: "En su regazo" (18). Todo
cuanto tiene ser, luz, vida (natural o sobrenatural) de Él la recibe (3).
Este Hijo de Dios eterno se viste de nuestra carne (14). Viene a nosotros
visible y amable; y también pasible y mortal: "Acampa con nosotros" (In 1,
14; Ecclo. 24, 8).
Lo que en el A. T. era "signo" es ahora realidad. En el desierto: "Nube",
Columna de Luz, Maná, Agua de la Roca... Ahora tenemos la Luz y la Vida que
vence toda tiniebla y toda muerte. "La Gracia y la Verdad" (= Luz y Vida) no
pudo darlas Moisés (17). Las da Cristo. Moisés sólo dio "signos".
- El Unigénito del seno del Padre viene a nosotros. Y todos inmersos en la
plenitud de su gracia (16), hechos partícipes de su filiación (12-13), somos
por Él arrebatados a la Gloria del Padre (18): Hijos de Dios amados y
glorificados en el Hijo Unigénito. Sí, en el Hijo somos hijos; y Palabra; y
Luz; y Vida; y como el Hijo vivió en el Padre y en el mundo nosotros vivimos
en el mundo y en el Padre. Y para esto nos alimentamos de la Eucaristía que
es el Pan de los hijos: Maná y viático, luz y vigor, espíritu y vida.
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona,
1979, p. 57 - 60)
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Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - EVANGELIO DEL ADVENIMIENTO
El Prólogo del Evangelio de San Juan, cuya estructura lingüística hemos
ilustrado someramente, contiene la doc-trina de Logos, o Verbo de Dios. Es
una palabra griega original en el Evangelio, que Jesucristo no usó; pero que
corresponde a la palabra sophía o sapiencia, que Jesús usó y que entronca en
los libros sapienciales del Antiguo Testamento. Cristo, dice San Juan, es el
Logos, o la Sabiduría, del Padre; y es Dios y es hombre; y es la vida del
hombre.
Logos significaba en ese tiempo para los griegos "palabra, razón,
conocimiento, comprensión, sentido, ciencia, cordura, sabiduría...". Era un
concepto sumamente compresivo y sumamente prestigioso -cuasi mágico- en los
medios helenísticos, cultivados en la filosofía de Heráclito, de Platón y de
Filón de Alejandría.
La escuela de crítica racionalista, que nace en el siglo pasado del
protestantismo -con Lessing- y desemboca en el ateísmo -con Wrede, Brandes-
pretendió que San Juan se había apoderado del concepto de Logos divino de la
filosofía panteísta griega y lo había injertado en la tradición evangélica;
haciendo así de Cristo un Dios, cosa que a Cristo y sus primeros discípulos
no se les habría ocurrido nunca. Y para eso identifican el Logos de San Juan
con el Logos de Philón: filósofo judío del siglo I, que construyó un sistema
de filosofía platónica sobre la base de los libros mosaicos, fuertemente
teñida de panteísmo.
La verdad es que entre el Logos de Juan y el de Philón media un abismo: el
Logos de Philón-tomado de la filosofía estoica, que a su vez lo recibiera de
Heráclito y Anaxágoras-es la Razón de Dios, la cual es el instrumento de la
creación del mundo, a la manera de la razón operativa o la técnica del
artista, por intermedio de la cual el artista crea la obra de arte. Mas el
Logos de San Juan es una persona divina que se encarna en un hombre; y que
no solamente está en -el seno de- Dios sino que está con o cabe Dios; puesto
que el verbo era (eén) significa identidad en griego y la preposición cabe
(pará) significa una distinción. La inteligencia de Dios tiene en Dios una
vida personal, tanto que pudo bajar a la tierra y hacerse hombre: "y el
Verbo se hizo carne y habitó entre [y en] nosotros".
Juan tomó el término del vocabulario filosófico de su tiempo; y también su
sentido principal, concretándolo y aplicándolo al "Hijo del Hombre" e "Hijo
de Dios" de los Sinópticos; entre otros motivos, para significar un modo de
generación enteramente espiritual, no asimilable a la generación carnal que
conocemos: "Los que no de las sangres, ni de la voluntad de la carne, ni de
la voluntad del varón; sino que de Dios son nacidos". Los musulmanes
actuales, lo mismo que los gnósticos antiguos, no pueden acordar -y con
razón- que Dios haya tenido un Hijo-carnal. Mas la generación del Verbo no
es carnal.
La generación eterna del Verbo no puede compararse -y aun así permanece
arcana- sino con la formación misteriosa del conocer en el alma del Hombre.
Dios se conoce a sí mismo, y en sí a todas las cosas, y ese cono-cimiento es
su "Hijo". Esta es la última palabra que el intelecto humano, bajo el
influjo de la Revelación, puede pronunciar sobre el misterio de la vida
divina, inaccesible naturalmente a sus alcances.
¿Qué era el Logos para la cultura helénica? Era. para algunos, un ser
intermediario entre Dios y el mundo (Plotino); para otros (Philón) era la
razón divina esparcida por la creación, distinguiendo a los seres y
organizándolos; pero era también otra cosa, pues el término no había llegado
a esos sentidos técnicos sino acompañado por una nube de asociaciones que lo
matizaban. Todo lo que hay de serio de razonable, de ordenado (lo bello, lo
regulado, lo conveniente, lo legítimo), todo lo que era universal, armonioso
y musical se agrupaba para el espíritu griego en torno del Logos, que era
como la medida y el ideal de las cosas. Para formarse una idea piénsese en
lo que significaba para los hombres del siglo XVIII el nombre mágico de
Razón: liberamiento, sapiencia, virtud, progreso, luces; todo lo que
inspira, desde hace cien años, la palabra Ciencia; lo que sugiere a nuestros
contemporáneos el término Vida; palabras-símbolo de significado
indeterminado y fuerte carga afectiva: los talismanes o banderines de la
época. Son como resúmenes del ideal de una época, llenos de sugestión por su
misma vaguedad; indicadores de una solución que todo el mundo busca, pero no
la solución misma, a no ser como silueta y como germen...
La solución que tendrá más chances de triunfar será aquella que hará tomar
cuerpo de la manera más clara a un mayor número de nociones apuntadas y de
aspiraciones inquietas, que vivían como en difusión en la Gran Palabra.
Ahora bien, San Juan respondió maravillosamente a ese movimiento de
gestación aplicando la Palabra Magnética en forma precisa a Jesús de
Nazareth, el Hijo de Dios -fiel a la tradición bíblica del Libro de la
Sabiduría-; y así respondió a los deseos de las almas griegas, a las cuales
la teoría de un Logos nebuloso, difundido impersonalmente en las cosas,
intermedio más bien que mediador, sombra de Dios más bien que Dios, no podía
llenar perfectamente. Juan "evangeliza" a la vez para los judíos y para los
gentiles.
Después de haber señalado a Cristo como el Verbo del Padre, Juan lo hace
sucesivamente la Vida, la Luz la Gloria, la Gracia y la Verdad de Dios;
Engendrador a su vez de una nueva vida en "todos cuantos lo recibieren". El
comienza por ser la luz de todos los nacidos, porque imprime en toda alma
mortal la imagen de Dios en forma de razón y de conciencia; y es después el
principio de la luz sobrenatural de la fe, por la cual el hombre es
levantado a una nueva filiación, la adopción divina. La gracia y la verdad
son sus dones, de cuya plenitud todos recibimos; una verdad trascendente que
sólo se da por la gracia, gratuitamente.
La doctrina del Logos en Juan se resume por tanto así: el Cristo, el Hijo
del Hombre, el Hijo de Dios son uno, y ese uno es uno con su Padre, y se ha
unido a la naturaleza humana tomando su carne y alma; él llama a todos los
hombres a la verdad, y por ella a la unidad. Pero la unidad del Verbo con el
Hombre siendo en la carne, y permaneciendo los discípulos en el mundo, esa
unidad debe volverse y hacerse sensible; y se vuelve sensible en una
sociedad humana, simbolizada en la imagen del Rebaño y el Pastor. Y como el
Buen Pastor natural y primogénito se aleja por un tiempo de este mundo, ha
designado un Sub-Pastor en la persona de Pedro. Cuando Juan escribía, Pedro
había seguido ya a su Maestro; pero esto no turba a Juan: sabe que la
Providencia ha proveído a la necesidad de la clave de estructura de la
sociedad cristiana en la persona de los sucesores de Pedro. Como está
repetido tantas veces en el largo Sermón-Despedida de Cristo antes de su
Pasión, esta unidad de la sociedad cristiana está asegurada; y ella se
verifica en la fe y en la caridad.
Los que sienten tan fuertemente hoy día la necesidad de la unión de los
discípulos de Cristo, deben advertir que esa unión sólo es posible en la fe
y en la caridad. Hoy día hay algunos que, dejando de lado la fe, insisten en
efectuar la unión en la caridad: es imposible. El protestantismo hoy día -no
así en sus comienzos- agotado en la discusión interminable de las
variaciones dogmáticas producidas por el "libre examen", ha acabado por
arrojar "los dogmas" por la borda y forcejea por unificar a los cristianos
en una vaga adhesión personal a Cristo, que se vuelve un puro
sentimentalismo. Pero el primer lazo de unión es la verdad, y la verdad no
puede ser diferente y contradictoria dentro de sí misma. Otros en cambio
pretenden mantener la unión sobre la fe sola.
Este es el estado de las iglesias católicas cuando decaen: sus fieles creen
todos lo mismo así media a bulto (recitan el mismo Credo de memoria) pero no
están unidos entre sí en hermandad real: ni se conocen entre ellos a veces;
oyen misa codo con codo en un gran edificio -que fácilmente puede ser
quemado- reciben la "comunión" cada uno por su lado, y después se van a sus
negocios; y quiera Dios que no a tirarse, unos a otros, flechazos o coces.
No es esta una "iglesia" propiamente hablando; no hay Iglesia de Cristo sin
caridad. La fe sin obras es muerta, y la obra por excelencia de la fe es la
caridad, la comunión de las almas. "obras obras!" decía Santa Teresa; en el
mismo tiempo en que Lutero clamaba "¡Fe, fe!" y declaraba a las obras (a las
obras exteriores al principio, después a todas en general) como inútiles
para la salvación. Y realmente, si hubiesen estado vigentes las "obras" de
Santa Teresa (obras de verdadera caridad, externas e internas a la vez) en
la Alemania de Lutero, el renegado sajón no se hubiese levantado, o hubiese
caído de inmediato, sin separar de la Iglesia un medio mundo.
El sifilítico Enrique VIII escribió una obra en defensa de la fe en el
Santísimo Sacramento contra Lutero, que le mereció de la Santa Sede el
título honorífico de "Defensor fidei", que aún llevan los Reyes de
Inglaterra; pero eso no le impidió quebrar el vínculo de la Iglesia inglesa
con la Iglesia Universal, y precipitar a Inglaterra y con ella a media
Europa en el cisma primero y luego en la herejía. Nunca renegó de la fe;
pero se divorció de la caridad. (Y, entre paréntesis, inventó el divorcio).
Porque la fe debe engendrar caridad, y la caridad debe vivir de la fe; y sin
eso, no hay unidad. Roguemos por la Iglesia Argentina.
(CASTELLANi, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires,
1977, p. 446-450)
Santos Padres_ San Agustín - 10. EL VERBO DE DIOS (SERMÓN 120)
Sobre las palabras del Evangelio de San Juan
(1,1): En el principio era el Verbo, etc.
(Pronunciado en una primera semana de Pascua, durante la cual los recién
bautizados llevaban túnicas blancas.)
1. REVELACIÓN DEL VERBO DE DIOS EN EL EVANGELIO. Comienzo del Evangelio de
Juan: En el principio era el Verbo. Así empezó el evangelista, esto vio, y,
levantándose sobre toda criatura, montes, aires, cielos, astros, tronos,
dominaciones, principados, potestades, ángeles y arcángeles, elevándose,
digo, sobre todo, vio en el principio al Verbo, y lo bebió. Lo vio sobre
toda criatura, lo bebió en el pecho del Señor. Este Juan es el mismo santo
evangelista a quien Jesús amaba con preferencia, hasta el punto de
recostarse sobre el Corazón de Cristo. Allí estaba este secreto; allí lo
bebió para eructarlo en el Evangelio. ¿Felices los que lo oyen y entienden!
Y aunque no tanto, ¡dichosos también los que, si no lo entienden, lo creen!
¿Quién podrá explicar con palabras humanas la grandeza de ver al Verbo Dios?
2. UBICUIDAD DEL VERBO DE DIOS.-Levantad vuestros corazones, hermanos míos;
levantadlos cuanto podáis y desechad cualesquiera imágenes corporales que se
os ocurran. Si te figuras al Verbo de Dios a modo de la luz de este sol, por
mucho que la extiendas y difundas por doquier y con la imaginación le borres
todo límite, nada es respecto al Verbo de Dios. En cuanto pueda pensar el
alma, es menor la parte que el todo. Piénsate al Verbo todo en todas partes.
Entended lo que os digo. Estoy encogiéndome por vosotros cuanto puedo.
Entended lo que os digo. Ved cómo la luz del cielo, que recibe el nombre de
sol, ilumina la tierra cuando sale, extiende el día, contornea los objetos y
discierne los colores. Es la luz un gran bien, un don inmenso de Dios, hecho
a todos los mortales; glorifíquenle sus obras. Si tan hermoso es el sol,
¿qué más bello que su hacedor? Y, sin embargo, hermanos míos, observad que
el sol difunde su luz por toda la tierra, penetra los cuerpos transparentes,
pero los opacos le resisten; entra por las ventanas, mas ¿acaso traspasa las
paredes?
Al Verbo de Dios todo le es accesible, nada se le oculta. Ved en otra
diferencia la enorme distancia que va del Criador a la criatura, sobre todo
a la criatura corporal. 'Cuando el sol está en el oriente, no está en el
occidente; cierto queda luz, emanando de su gran cuerpo, llega hasta el
occidente, pero él no está allí. Cuando nace está en el oriente, cuando
muere está en occidente; y por estas dos obras suyas (el nacer y el morir)
dio su nombre a los lugares. Por aparecer en el oriente cuando nace, hizo
que a este punto se le llamase oriente; y por estar en occidente cuando
muere, hizo que se llamara occidente a ese lugar. De noche nunca se deja
ver. ¿Acaso es el Verbo de Dios así? ¿Por ventura no está en oriente cuando
en occidente, y en occidente cuando está en oriente? ¿O deja la tierra para
!ocultarse debajo de ella o ir más allá de la tierra? No; está en todas
partes.
¿Quién podrá explicar esto con palabras? ¿Quién lo ve? ¿Con qué documentos
demostraré lo que digo? Yo soy un hombre, un pobre hombre que habla a
hombres más pobres hombres aún. Y, con todo, hermanos míos, oso decir, y
digo, que también yo veo dentro de mí, algo así como en espejo y enigma, un
verbo semejante. Más, si quiere pasar a vosotros, no hay vehículo apropiado.
El vehículo de este verbo (palabra) mío es el sonido vocal. Esto que me digo
dentro de mí, si quiero decíroslo a vosotros, no hallo palabras adecuadas. Y
¡quiero hablar del Verbo (Palabra) de Dios, por quien fueron hechas todas
las cosas! ¡Qué grandeza de Verbo! ¡Qué Verbo tan especial! Ved sus obras, y
temblad ante su Hacedor. ¡Todas las cosas fueron hechas por él!
3. EL VERBO HUMANO. Y EL VERBO DIVINO. UNAS PALABRAS SOBRE LOS RECIÉN
Bautizados. -Vuelve conmigo, humana enfermedad, vuelve conmigo (a lo que
íbamos diciendo). Hagamos por comprender en lo posible las mismas cosas
humanas. Nosotros, que hablamos, somos hombres; hablamos a los hombres y
emitimos el sonido de la voz. Conducimos a los oídos de los hombres este
sonido de la voz nuestra, y por medio del sonido vocal in-troducimos de
algún modo nuestra inteligencia en el corazón de quien nos oye. Expongamos,
pues, esto en la medida que podamos, y del modo que podamos veamos de
comprenderlo; y si no somos capaces ni aun de comprender esto, ¿qué podremos
decir del Verbo de Dios? He ahí que me estáis oyendo; yo hablo... Sale
alguien de aquí y se le pregunta fuera qué estamos haciendo, y él responde:
"Está hablando el obispo." Sí; estoy hablando del Verbo. Mas ¿qué verbo este
mío y de qué Verbo estoy hablando? Un verbo mortal habla del Verbo inmortal:
un verbo mudable, del Verbo inmutable; un verbo fugaz, del Verbo eterno. Sin
embargo, prestad atención al mío.
Habíais dicho estar el Verbo de Dios todo en todas partes. Ved ahora; os
dirijo yo el verbo y a todos llega lo que digo. ¿Ha sido necesario para que
todos oigáis lo que digo dividir los verbos? Si os estuviera dando de comer
y quisiese llenar, no vuestra mente, sino vuestro vientre, y os pusiera
delante algunos panes para saciaros, ¿acaso no los repartiríais entre
vosotros? Los panes que os diera, ¿podrían corresponder a todos y a cada
uno? Porque si los tomaba uno solo, quedarían sin nada los demás. En cambio,
hablo, y a todos llegan mis verbos; y aun eso no es mucho, sino que todos
los disfrutan íntegramente. Llega a todos el todo que a cada uno. ¡Oh
maravillas del verbo mío! ¿Qué no será, pues, el Verbo de Dios? Escuchad
otra cosa. He dicho algo. Este algo pasó a vosotros y no se apartó de mí.
Llegó a vosotros y quedó conmigo. Antes de hablaros estaba en mí; en
vosotros, no; hablé, y empezasteis vosotros a poseerlo, sin perder yo nada.
¡Oh milagro de mi verbo! ¿Qué será, pues, el Verbo de Dios? Conjeturad lo
grande por lo pequeño. Considerad las cosas terrenas y alabad las
celestiales. Criatura soy, criaturas sois, y si mi verbo produce tales
prodigios en mi corazón, en mi boca, en mi voz, en vuestros oídos y en
vuestros corazones, ¿qué pensar del Criador? ¡Oh Señor!, óyenos. Repáranos,
ya que nos hiciste. Haznos buenos, pues nos hiciste hombres iluminados.
Estos, vestidos de blanco, iluminados, oyen tu palabra por mi conducto.
Están en tu presencia iluminados por tu gracia. Este es el día que hizo el
Señor. Pero trabajen y oren para que, pasadas estas solemnidades (de
Pascua), no vuelvan a ser tinieblas, pues en ellos reluce hoy la luz de los
prodigios y beneficios de Dios.
(SAN AGUSTÍN, Sermones, O.C. (VII), BAC Madrid 19643, 86-90)
Aplicación: Directorio de Espiritualidad del IVE
Artículo 3: Preexistencia del Verbo
a. Persona eterna. La persona del Verbo existe desde toda la eternidad: al
principio era el Verbo...y El estaba al principio junto a Dios (Jn 1,1-2).
Al confesar la existencia del Verbo como anterior a la Santísima Virgen y
anterior a la creación del mundo, queremos basar nuestra espiritualidad en
el absoluto de Dios ante quien todo
es como nada[1]. Siempre debe ser capital para nosotros la exhortación de
San Cipriano de "no anteponer nada a Cristo"[2], convencidos de que "Dios
ama a Cristo más que a todo"[3] y la convicción de Santa Teresa: "Sólo Dios
basta"[4]. Queremos en todo y por todo dar primacía a lo espiritual y
entregarnos en santo abandono a la voluntad de beneplácito de Dios, ya que,
como respuesta a la revelación de Dios "el hombre debe
abandonarseenteramente en Dios"[5].
b. Persona distinta. Y el Verbo estaba junto a Dios (Jn 1,1). El Verbo es la
"Palabra que procedió del silencio"[6]. La distinción personal del Verbo con
el Padre y el Espíritu Santo nos impele a que toda nuestra vida lleve la
impronta trinitaria, que es el máximo misterio de Dios, es plenitud del
hombre y es "la sustancia del Nuevo Testamento", en la que los hombres por
medio del Hijo hecho carne tienen acceso en el Espíritu Santo al Padre y se
hacen partícipes de la naturaleza divina (2 Pe 1,4). Debe ser un timbre de
honor el confesar "la distinción de las personas, la unidad de su naturaleza
y la igualdad en la majestad"[7].
c. Persona divina. Y el Verbo era Dios (Jn 1,1). Reconocemos en El la
plenitud de la divinidad y todos los atributos del ser y del obrar divinos y
que todas las cosas fueron hechas por El y sin El no se hizo nada de cuanto
ha sido hecho (Jn 1,3). De manera particular, queremos vernos en El a
nosotros mismos y a todo hombre, y vernos creados "a imagen y semejanza de
Dios"[8], y además, "por Él y ante Él comprender que el hombre es único e
irrepetible; alguien eternamente ideado y eternamente elegido; alguien
llamado y denominado por su propio nombre"[9].
CAPÍTULO 2: EL MISTERIO DEL VERBO ENCARNADO
Artículo 1: Su primera Venida
Y el Verbo se hizo carne (Jn 1,14). La obra de la Encarnación es común a las
tres divinas personas, pero se atribuye al Espíritu Santo porque: a) Tiene
por causa el máximo amor de Dios: de tal modo amó Dios al mundo que le dio a
su Unigénito Hijo (Jn 3,16). b) La naturaleza humana no fue asumida por
mérito propio, sino por la sola gracia, la cual se atribuye al Espíritu
Santo: Hay diversidad de gracias, pero el Espíritu Santo es el mismo (1 Cor
12,4). c) Por razón de que Jesucristo es el solo Santo e Hijo de Dios: lo
que nacerá de ti será Santo, será llamado Hijo de Dios (Lc 1,35); y por
razón de que en Él somos hechos hijos de Dios: porque sois hijos envió Dios
al Espíritu de su Hijo a nuestros corazones que grita: '¡Abba! ¡Padre!' (Gal
4,6) y somos santificados ya que es el Espíritu de santificación (Rom 1,4).
(...)
a. La divinidad de Jesús
Desde siempre ha sido central en la fe católica la confesión de San Pedro:
Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16), y tiene que ser central
en nuestra espiritualidad. "Sólo hemos sido salvados, si Jesucristo comparte
en su persona la plena vida divina" enseñó el actual sucesor de Pedro[10] y,
en otra oportunidad, dijo que al confesar que Jesús es el Señor (Rom
10,9)[11] "rompemos con todo lo demás que pretenda erigirse en absoluto, y
destruimos los ídolos del dinero, del poder, del sexo, los que esconden en
las ideologías, 'religiones laicas' con
ambición totalitaria"[12].
Él es el "Camino" para ir al Padre y nadie va al Padre sino por Él[13].
Tiene el único nombre por el cual podemos ser salvos (Act 4,12). Es el que
hace que la Iglesia sea un "sacramento, o sea signo e instrumento de la
unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano"[14]. Es el
que sostiene todos los dogmas de la Iglesia, ya que es "la verdad que
incluye todas las demás"[15]. Es el que nos muestra la primacía y el peso de
la eternidad sobre toda realidad temporal.
El confesar la divinidad de Jesucristo debe movernos, además, a la práctica
de las virtudes de la trascendencia: fe, esperanza y caridad, y, de éstas, a
la urgencia de la oración y contemplación incesantes, y a la conciencia de
la necesidad de las purificaciones activas y pasivas del sentido y del
espíritu.
Contemplando que el Verbo Encarnado es "Dios de Dios, Luz de Luz, Dios
verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no hecho, consustancial con el Padre"[16], queremos dejar de
lado toda postura de puro humanismo (humanismo sin trascendencia) que
termina aniquilando al hombre y todo falso kenotismo (anonadamiento) que con
excusa de ir a lo inferior se vacía de lo superior, por ejemplo, por "estar
en el mundo" se allanan al espíritu del mundo vaciándose y se olvidan que
los cristianos están en el mundo, pero no son del mundo (Jn 17,16). Porque
"Si Dios faltara completamente al hombre, el hombre dejaría de existir. La
gloria de Dios es que el hombre viva, pero la verdad del hombre es ver a
Dios"[17].
(...)
b. La humanidad de Jesús [18]
Del mismo hecho de hacerse hombre sin dejar de ser Dios, debemos aprender a
estar en el mundo , "sin ser del mundo"[19]. Debemos ir al mundo para
convertirlo y no mimetizarnos en él. Debemos ir a la cultura y a las
culturas del hombre no para convertirnos en ellas, sino para sanarlas y
elevarlas con la fuerza del Evangelio, haciendo, análogamente, lo que hizo
Cristo: "Suprimió lo diabólico, asumió lo humano y le comunicó lo
divino"[20].
Al igual que Cristo que se hizo semejante a nosotros en todo excepto en el
pecado (Heb 4,15), son inasumibles el pecado, el error, y todos sus
derivados. Antes de bautizar hay que exorcizar; sin conversión es imposible
la reconciliación; sin renunciar al mal no existe redención. No puede haber
unidad a costa de la verdad. No hay [21] santidad sin limpieza de alma:
"santidad, limpieza quiere decir".
Sólo puede asumirse lo que tiene dignidad o necesidad. No puede asumirse ni
lo inhumano, ni lo antihumano, ni lo infrahumano. Son inasumibles lo
irracional, lo absurdo y todos sus derivados.
Pero, nada de lo auténticamente humano debe ser rechazado, ya que Cristo
asumió una naturaleza humana íntegra. Debemos asumir todo lo humano ya que
"lo que no fue tomado tampoco fue redimido"[22], y lo humano que no es
asumido "se constituye en un ídolo nuevo con malicia vieja"[23].
Y ese asumir lo humano no debe ser sólo aparente, sino real. Esa asunción
sólo es real cuando de verdad transforma lo humano en Cristo, elevándolo,
dignificándolo, perfeccionándolo. Lo que se deja sólo al nivel humano, sólo
aparentemente se lo ha asumido.
(...)
c. La unión de ambas naturalezas
(...)
El Verbo en la Encarnación unge con unción santísima todas y cada una de las
células del cuerpo de Jesús, y el alma entera en su esencia y en sus
facultades. No hay nada en Cristo que no sea tres veces santo, y por tanto,
infinitamente adorable. Todo en El es transparencia, autenticidad,
sinceridad, coherencia, verdad: Yo soy... la Verdad (Jn 14,6). Es el Amén
(Apoc 3,14). Cuantas promesas hay en Dios son en Él Sí; y por Él decimos
Amén, para gloria de Dios (2 Cor 1,20), en Él habita la plenitud de la
divinidad corporalmente (Col 2,9). En El no hay nada vacío, hueco, o no
asumido hipostáticamente. No hay nada de barniz o cáscara. Nada de simulado
o camuflado.
Nada de mentira, falsedad, inseguridad, velación o hipocresía. Es Uno
Solo[24] -el Verbo- en dos naturalezas distintas, ambas perfectas, íntegras
e hipostáticamente unidas.
(...)
Las dos naturalezas, íntegras y perfectas, del Verbo Encarnado nos recuerdan
la doble realidad, sobrenatural y natural, de lo creado, y por tanto, la
real distinción entre gracia y naturaleza, fe y razón, Iglesia y mundo, que
no deben confundirse, ni cambiarse, ni mezclarse, ni absorberse, ni
subsumirse. No hay que mezclar lo humano con lo divino, que es un género de
mezcla del cual no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. Nos
mueven a la práctica de las virtudes aparentemente opuestas respetando sus
esencias y evitando todo falso monismo gnóstico, por ejemplo, justicia y
amor, firmeza y dulzura, fortaleza y mansedumbre, santa ira y paciencia,
pureza y gran afecto, magnanimidad y humildad, prudencia y coraje, alegría y
penitencia, etc. La elevada santidad es la unión eminente de todas las
virtudes, aun las más diversas.
Ambas naturalezas, conservando sus propiedades, se unen sustancialmente en
la persona del Verbo, por tanto, no hay lugar para falsos dualismos ni
destructoras dialécticas que buscan dividir, separar, y oponer la gracia de
la naturaleza, la fe de la razón, la Iglesia del mundo, realidades que no
deben oponerse destructivamente, sino unirse ordenadamente. Nos mueven a no
dialectizar ni nuestra vida espiritual ni la vida pastoral, no enfatizando
algún elemento en contra de otro. Evitando toda dualidad, impregnando toda
la vida con la Verdad, siendo "amén" del "Amén"[25].
Hay que tener también cuidado de no caer nunca en visiones maniqueas de la
realidad, ni en reduccionismos jansenistas, evitando que la legítima y justa
autonomía de lo temporal y de lo espiritual degenere en independencia de
Dios: "La criatura sin el Creador desaparece"[26]. El ateísmo es "el
fenómeno más grave de nuestro tiempo"[27].
Ciertamente que es Dios quien asume una naturaleza humana y no al revés. Y
así debe ser en toda nuestra vida en que debemos dar siempre la primacía a
Dios sobre el mundo, a la gracia sobre la naturaleza, a la fe sobre la
razón: "en la prioridad de la ética sobre la técnica, en el primado de la
persona sobre las cosas, en la superioridad del espíritu sobre la
materia"[28]. Así como en Cristo se da un orden entre sus dos naturalezas,
así en toda la realidad debe darse una subordinación jerárquica entre los
órdenes sobrenatural y natural. El es el que nos da la ley que rige las
vinculaciones de ambos órdenes. Es Dios el que sana y eleva al hombre, no al
revés; es la fe la que purifica y perfecciona a la razón, no al revés; es la
Iglesia la que cura y salva al mundo y no al revés. La inversión de valores
que afecta a la cultura moderna es otro de los problemas de nuestro tiempo.
Hay que darle más importancia a lo que la tiene y hay que buscar primero lo
que primeramente cuenta: Buscad primero el Reino y su justicia y todo lo
demás se os dará por añadidura (Mt 6,33).
[1] Cf. Is 40,17.
[2] Sobre la oración del Señor, cap. XIII-15,
CSEL 3, 275-278.
[3] SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., I, 20, 4, ad
1.
[4] SANTA TERESA DE JESÚS, Poesía "Nada te
turbe". Obras Completas, BAC, Madrid, 1979. p. 514.
[5] DV, 5.
[6] SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, A los Magnesios,
VIII, 2.
[7] MISAL ROMANO, Prefacio de la Santísima
Trinidad.
[8] Cf. Gen 1,26.
[9] JUAN PABLO II, Mensaje Navideño (25/12/1978),
1; OR (31/12/1978), p. 1.
[10] JUAN PABLO II, Alocución a la Comisión
Teológica Internacional (06/10/1981), 4; OR (25/10/1981), p. 12.
[11] Cf. 1 Cor 12,3; Jn 20,28.
[12] JUAN PABLO II, Alocución al CELAM
(02/07/1980), 6; OR (13/07/1980) p. 6.
[13] Cf. Jn 14,6.
[14] LG, 1.
[15] JUAN PABLO II, Alocución, en la visita al
Pontificio Ateneo Antonianum de Roma, a los profesores y alumnos
(16/01/1982), 5; OR (31/01/1982), p. 19.
[16] MISAL ROMANO, Credo; Dz 64.
[17] SAN IRENEO, Adversus Haereses, IV, 20, 7:
"Gloria Dei, vivens homo. Vita autem hominis, visio Dei".
[18] Cf. Jn 17,11.
[19] Cf. Jn 17,14-16.
[20] BEATO ISAAC DE STELLA, Sermón 11, ML 194,
1728.
[21] SAN JUAN DE ÁVILA, Tratado sobre el
sacerdocio, 12, Obras Completas, T. III, BAC, Madrid, 1970, p. 504.
[22] SAN GREGORIO DE NACIANZO, Ep. 101; MG
37,181. AG 3, nota 15: "Los Santos Padres proclaman constantemente que no
está sanado lo que no ha sido asumido por Cristo: cf. SAN ATANASIO, Ep. ad
Epictetum, 7; MG 26,1060; SAN CIRILO DE JERUSALÉN, Catech. 4,9; MG 33,465;
MARIO VICTORINO, Adv. Arium 3,3; ML 8,1101; SAN BASILIO, Ep. 261,2; MG
32,969; SAN GREGORIO NICENO, Antirrethicus, Adv. Apollim. 17: MG 45,1156;
SAN AMBROSIO, Ep. 48,5: ML 16,1153; SAN AGUSTÍN, In Io. Ev. Tract. 23,6: ML
35,1585; CChr. 36,236; además, manifiesta de esta manera que el Espíritu
Santo no nos redimió porque no se encarnó: De agone Chr. 22,24: ML 40,3026;
SAN CIRILO ALEJ., Adv. Nestor. I,1: MG 76,20; SAN FULGENCIO, Ep. 17,3.5: ML
65,454; Ad Trasimundum III,21: ML 65,284: De tristitia et timore".
[23] Cf. Documento de Puebla, nnº 400, 469.
[24] Cf. Rom 5,17.
[25] Cf. Apoc 3,14.
[26] GS, 36.
[27] ES, 25.
[28] RH, 16.
Dios se esconde y nadie lo busca
Entrenarse para poder escuchar
(Cortesía:
iveargentina.org y otros)